Es casi mediodía. El agua del Tíber baja brillante y espesa, rumorosa bajo un cielo sin nubes. Una mujer de paso apresurado atraviesa la Porta Setimiana y se adentra en la vía della Lungara. La adelantan algunas carretas que traquetean bajo el peso de la madera, las piedras, la arena y otros materiales de construcción con destino a las obras del Vaticano. La mujer llega a una larga tapia de ladrillo, se detiene ante una puerta, la golpea con el puño cerrado y espera a que le abran.
- Buenos días, señora Lutti – la saluda el portero. Y le indica que el maestro la espera en la logia del jardín.
La luz radiante inunda los altos arcos a través de los cuales la mansión se asoma al jardín o quizá es el jardín el que, con sus aromas y sus sombras frescas, penetra en el edificio y lo hace suyo. El olor de las rosas y de los cipreses se entremezcla en la logia con otro indefinible: huele a nuevo, a obra reciente en la que no se han acabado de secar los materiales. El suelo es un revoltijo de herramientas y útiles de pintor. Sobre una mesa de caballete se amontonan los dibujos, cartones, tarros con pigmentos en polvo, morteros y pocillos para mezclar los colores. Varios muchachos los preparan y, sentado en lo alto de un andamio de madera, sin hacer nada, está el maestro Rafael. Baja a toda prisa, con una exclamación de alegría, cuando ve llegar a Margherita. Se le acerca corriendo, le toma las dos manos y se las besa.
Los aprendices intercambian miradas de entendimiento y risitas bobas. Uno de ellos imita el gesto del maestro y los demás se tapan la boca para sofocar las carcajadas. Desde esta mañana el pintor está ocioso y no hace otra cosa que enviar a uno u otro a asomarse a la calle para ver si viene la señora Lutti, popularmente conocida como la hija del panadero, la fornarina. ¡Pues aquí está! Habrá que ver si ahora el maestro retoma la faena. Hace una semana que decidió modificar el plan inicial de las pinturas de esta estancia. Va a pintar a la ninfa Galatea en un hermoso paño de pared. Con esta decisión Rafael rompe la secuencia decorativa de la logia. ¿Y qué más da? Es el maestro por excelencia y al dueño de la casa, el acaudalado banquero Agostino Chigi, le parece una buena decisión. Sí, es un lugar perfecto para la Galatea.
- Buenos días, señora Lutti – la saluda el portero. Y le indica que el maestro la espera en la logia del jardín.
La luz radiante inunda los altos arcos a través de los cuales la mansión se asoma al jardín o quizá es el jardín el que, con sus aromas y sus sombras frescas, penetra en el edificio y lo hace suyo. El olor de las rosas y de los cipreses se entremezcla en la logia con otro indefinible: huele a nuevo, a obra reciente en la que no se han acabado de secar los materiales. El suelo es un revoltijo de herramientas y útiles de pintor. Sobre una mesa de caballete se amontonan los dibujos, cartones, tarros con pigmentos en polvo, morteros y pocillos para mezclar los colores. Varios muchachos los preparan y, sentado en lo alto de un andamio de madera, sin hacer nada, está el maestro Rafael. Baja a toda prisa, con una exclamación de alegría, cuando ve llegar a Margherita. Se le acerca corriendo, le toma las dos manos y se las besa.
Los aprendices intercambian miradas de entendimiento y risitas bobas. Uno de ellos imita el gesto del maestro y los demás se tapan la boca para sofocar las carcajadas. Desde esta mañana el pintor está ocioso y no hace otra cosa que enviar a uno u otro a asomarse a la calle para ver si viene la señora Lutti, popularmente conocida como la hija del panadero, la fornarina. ¡Pues aquí está! Habrá que ver si ahora el maestro retoma la faena. Hace una semana que decidió modificar el plan inicial de las pinturas de esta estancia. Va a pintar a la ninfa Galatea en un hermoso paño de pared. Con esta decisión Rafael rompe la secuencia decorativa de la logia. ¿Y qué más da? Es el maestro por excelencia y al dueño de la casa, el acaudalado banquero Agostino Chigi, le parece una buena decisión. Sí, es un lugar perfecto para la Galatea.
* Puerta Setimiana y via della Lungara
Buen salto temporal. De la Roma de los cesares a la del renacimiento
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