(XIII)
La voz infantil que había interrumpido bruscamente los pensamientos y el éxtasis con que Urbano Lacio contemplaba el paisaje donde se fundaría Roma, también detuvo a Palantea, que caminaba unos pasos por delante de él. La pastorcilla iba sumida en sus cavilaciones y la presencia de otra persona cerca del camino le había pasado inadvertida. Se giró con rapidez. Un niño de unos siete u ocho años estaba en cuclillas junto un mojón más alto que él. Por ese motivo no lo habían visto, porque la propia piedra lo ocultaba a quienes venían desde los montes Albanos. Lo reconoció enseguida.
- ¿No eres tú el que salvó a una perra el día de la fiesta de Júpiter Latiaris? – preguntó con alegría. Y girándose hacia Urbano Lacio, le explicó –: Alguien había tirado al pobre animal dentro de una zanja, no podía salir. A este niño se le ocurrió la idea de atar los mantos de varias mujeres y usarlos para sacar a la perra. ¡No habíamos visto nunca nada igual!
Orgulloso de haber sido reconocido y elogiado por Palantea, el niño se había puesto en pie y, acercándose a ella, le ofreció agua en una calabaza.
La aceptó gustosa, pues hacía mucho calor y, con las prisas, no había tomado la precaución de rellenar la suya. Este encuentro le traía también recuerdos dolorosos. Precisamente mientras ella y las demás amigas ayudaban a Urco y a su madre a salvar a la perra, Rea Silvia se había adentrado sin compañía en el bosque sagrado de Marte y había sido violada por el dios. ¿Cómo se les habría ocurrido dejarla sola? Era un prodigio divino que la vestal gestase en su vientre a los hijos de Marte, pero, si nadie conseguía impedirlo, habría de pagar con su vida y la de sus hijos el haber sido amada por una divinidad. Muchas veces se había arrepentido la pastorcilla de haberse detenido a rescatar a un animal dejando desamparada a Rea Silvia.
Mientras esperaba su turno para beber, Urbano Lacio contemplaba con curiosidad al pequeño. Tenía la piel muy morena, curtida por el sol ardiente que azotaba aquella llanura sin apenas sombras. Se movía con mucha agilidad y sus facciones estaban animadas por unos ojos castaños de mirada inteligente y sagaz. Dándose cuenta de ese examen, el niño se identificó.
– Me llamo Urco y soy hijo de Fáustulo, el mayoral de los rebaños del rey Amulio.
- Conozco a tu padre, he hablado varias veces con él. Es un buen hombre – dijo el cronista oral. Bebió un buen trago de la calabaza que le había pasado Palantea y se limpió la boca –. Me gustaría verlo de nuevo, pero ahora tenemos prisa. ¿Podrías decirnos cómo llegar a la cabaña de Númitor? Si lo sabes, claro.
- Por aquí todo el mundo lo sabe. No puedo llevaros hasta la puerta, porque tenemos órdenes del rey de no entrar en las tierras de Númitor ni mezclarnos con sus criados, pero os acompañaré un rato y os señalaré el camino.
Reanudaron la marcha. Urco hablaba animadamente con Palantea mientras a ambos lados del camino asomaban ya las laderas boscosas de las colinas que anunciaban la proximidad del Tíber. A preguntas de la pastorcilla, respondió sobre la salud de su madre y sus hermanos y sobre cómo habían terminado ellos aquella famosa fiesta de Júpiter Latiaris.
- Fuiste muy ingenioso ese día. ¿Se ha salvado la perra? – preguntó, no sin recelo, la pastorcilla.
- Sí, se recuperó pronto. Es tan dócil que la llamamos Bona. ¿Sabes que estaba preñada? Ha parido hace unos días y todos sus cachorros siguen vivos. Mi madre ha dedicado ofrendas a Diviana y a Fauna.
Esta noticia iluminó el rostro de Palantea. Era una señal de buen augurio, la mejor en varios días. En su momento había reflexionado sobre la fatal coincidencia entre la agresión a la perra y la violación de Rea Silvia. Una casualidad de mal agüero, en su opinión. En cambio ahora veía aquel hecho bajo una luz distinta: si aquella pobre perra, apaleada y arrojada a una zanja, había sobrevivido al maltrato y parido sus crías, ¿iba a ser peor el destino de Rea Silvia, fecundada por un dios? El nacimiento y la supervivencia de la camada, ¿no sería una feliz premonición de la salvación de la vestal y su prole? Este pensamiento le devolvió el ánimo e infundió una nueva energía a su paso.
Urbano Lacio, que había escuchado la conversación en silencio y se admiraba de la soltura del niño, quiso que le aclararse algunas dudas. Estaba ansioso por conocer más cosas acerca de esos parajes, de los que se contaban historias terroríficas y, a la vez, maravillosas. ¿Era cierto que el Tíber se salía muchas veces de su cauce y era imposible aplacarlo? ¿Qué en su furor arrastraba cabañas, rocas, animales y personas y todo cuanto se interponía en su camino? Le habían asegurado que inundaba los valles entre las colinas, separándolas entre sí, y los pocos pastores que vivían sobre las cumbres quedaban aislados y a merced de las fieras, que se revolvían desesperadas al no hallar comida. ¿Cómo se las arreglaban cuando pasaba eso? Debía ser muy peligroso vivir allí, ¿no? Y lo peor era que, según había oído decir, abundaban también los bandidos, sujetos peligrosísimos que no dudaban en robar y matar…
- ¡Chist! ¡Al suelo! – lo interrumpió de pronto el niño, agarrando a cada uno de sus acompañantes de la ropa y tirando de ellos hasta sacarlos fuera del camino. Corrieron agachados y se arrojaron sobre la hierba reseca, ocultándose detrás de unos matorrales.
Prestaron mucha atención. En el silencio comenzaron a oír los rumores de la naturaleza, el canto de las cigarras, lejanos balidos. Tras una larga pausa, oyeron un ruido muy fuerte, un estrépito que parecía venir de un cercano grupo de árboles. Palantea y Urbano Lacio se sobresaltaron y se pegaron más al suelo. Urco les hizo una señal con la mano para que permaneciesen quietos mientras él, con muchas precauciones, se asomaba.
- No es nada – dijo, con alivio, poniéndose en pie. Levantó un brazo a modo de saludo, y alguien debió responderle desde el bosquecillo.
- Pues me he llevado un buen susto – dijo Palantea, sacudiéndose con las manos el polvo y la paja que se le habían adherido a la túnica –. Aún me tiemblan las piernas.
- Creí que eran bandidos – afirmó Urbano Lacio, con el rostro desencajado.La cara de Urco empezó a hacer gestos raros, hasta que el muchacho no pudo aguantar más, se dobló por la mitad y soltó una carcajada que se extendió por los campos. Los otros dos lo miraron desconcertados hasta que al fin comprendieron que era una burla y terminaron por reírse también. Cuando se calmaron, les explicó Urco que solía gastar esa broma a las personas conocidas que llegaban a esos parajes por primera vez. Desde luego, reconocieron los otros, había logrado engañarlos por completo.
- Es cierto que hay bandidos en esta zona, pero no en este camino – aclaró Urco –. Es demasiado abierto, no tienen escondrijos para emboscarse y las víctimas pueden huir en todas direcciones. El peligro está en los alrededores de la vía Salaria, por donde discurre el comercio de la sal. Allí hay muchos lugares estrechos donde la gente no tiene posibilidad de escapar a su rapiña.
- Pero eso está muy cerca … - dijo Urbano Lacio.
- Allí – confirmó Urco, señalando con el dedo delante de ellos, hacia una línea azul que se veía al fondo del valle, ancho y plano, por el cual se adentraba camino.
Prestaron de nuevo atención al paisaje. A su derecha, la colina del Palatino alzaba una ladera empinada y boscosa que, de repente, se convertía en una alta pared de roca lisa y vertical hasta la cumbre. A la izquierda, cerraba el espacio el Aventino. Su falda era menos abrupta al inicio, aunque iba ganando altura a medida que se acercaba al final del valle. Éste quedaba cortado por las aguas del Tíber. Desde donde estaban en ese momento no se veía con claridad el río, sólo una delgada franja móvil, azul y blanca, tras la cual se erguía una colina selvática y oscura, misteriosa morada del dios Jano, según les informó Urco.
De pronto, el sol arrancó un destello a lo lejos, al pie del Palatino. Urbano Lacio levantó el índice y señaló en aquella dirección.
- ¿Es allí donde almacenan la sal?
- No – respondió Urco –, aquello es el embarcadero. La sal la almacenan justo en la esquina contraria, en la ladera del Aventino. Allí no llega el agua cuando el río se desborda. Si queréis, mañana podría mostraros todo esto. Es día de mercado y habrá mucha animación.
Aceptó con entusiasmo Urbano Lacio la propuesta y Palantea se dijo dispuesta a unirse a ellos si le fuera posible. Su primera obligación era otra: dar su recado a Énule y regresar cuanto antes a Alba Longa. Y así volvieron a hablar del objeto de su viaje: llegar a la cabaña de Númitor.
Era fácil: debían tomar el camino a su izquierda, atravesar a lo ancho todo el valle y enlazar con una senda que ascendía al Aventino por un declive poco empinado. A la derecha encontrarían un bosquecillo de robles. Tenían que atravesarlo y al otro lado hallarían la casa del antiguo rey de Alba Longa. No tenía pérdida.
Se despidieron con alegría prometiendo reencontrarse a la mañana siguiente. Urco les recomendó pedir a los criados de Númitor que les mostraran cómo bajar al valle por un camino más próximo al río.
- ¡Ese camino tiene mucho que ver con un famosísimo ladrón…! – gritó Urco cuando ya estaba a cierta distancia, sabiendo que los dejaría intrigados y sin posibilidad ya de preguntarle.
Palantea emprendió con ánimos renovados la subida a la colina. Últimamente había vivido muchas emociones y sufrido miedo y tensión. Esta visita al Aventino era un alivio, un respiro que la reconfortaba. Y, de pronto, sintió un calor intenso, gratísimo, en el pecho y supo en su corazón que un dios o una diosa la había conducido allí.
NOTA 1: Queridos amigos, quienes recordéis el mapa que abre este post y que puse en otro anterior, os daréis cuenta de que he cambiado de ubicación la cabaña de Acca Larentia y Fáustulo, padres de Urco. Se debe a información recabada en mi último viaje que sitúa su cabaña, sin dudas, en la cima del Palatino.
La voz infantil que había interrumpido bruscamente los pensamientos y el éxtasis con que Urbano Lacio contemplaba el paisaje donde se fundaría Roma, también detuvo a Palantea, que caminaba unos pasos por delante de él. La pastorcilla iba sumida en sus cavilaciones y la presencia de otra persona cerca del camino le había pasado inadvertida. Se giró con rapidez. Un niño de unos siete u ocho años estaba en cuclillas junto un mojón más alto que él. Por ese motivo no lo habían visto, porque la propia piedra lo ocultaba a quienes venían desde los montes Albanos. Lo reconoció enseguida.
- ¿No eres tú el que salvó a una perra el día de la fiesta de Júpiter Latiaris? – preguntó con alegría. Y girándose hacia Urbano Lacio, le explicó –: Alguien había tirado al pobre animal dentro de una zanja, no podía salir. A este niño se le ocurrió la idea de atar los mantos de varias mujeres y usarlos para sacar a la perra. ¡No habíamos visto nunca nada igual!
Orgulloso de haber sido reconocido y elogiado por Palantea, el niño se había puesto en pie y, acercándose a ella, le ofreció agua en una calabaza.
La aceptó gustosa, pues hacía mucho calor y, con las prisas, no había tomado la precaución de rellenar la suya. Este encuentro le traía también recuerdos dolorosos. Precisamente mientras ella y las demás amigas ayudaban a Urco y a su madre a salvar a la perra, Rea Silvia se había adentrado sin compañía en el bosque sagrado de Marte y había sido violada por el dios. ¿Cómo se les habría ocurrido dejarla sola? Era un prodigio divino que la vestal gestase en su vientre a los hijos de Marte, pero, si nadie conseguía impedirlo, habría de pagar con su vida y la de sus hijos el haber sido amada por una divinidad. Muchas veces se había arrepentido la pastorcilla de haberse detenido a rescatar a un animal dejando desamparada a Rea Silvia.
Mientras esperaba su turno para beber, Urbano Lacio contemplaba con curiosidad al pequeño. Tenía la piel muy morena, curtida por el sol ardiente que azotaba aquella llanura sin apenas sombras. Se movía con mucha agilidad y sus facciones estaban animadas por unos ojos castaños de mirada inteligente y sagaz. Dándose cuenta de ese examen, el niño se identificó.
– Me llamo Urco y soy hijo de Fáustulo, el mayoral de los rebaños del rey Amulio.
- Conozco a tu padre, he hablado varias veces con él. Es un buen hombre – dijo el cronista oral. Bebió un buen trago de la calabaza que le había pasado Palantea y se limpió la boca –. Me gustaría verlo de nuevo, pero ahora tenemos prisa. ¿Podrías decirnos cómo llegar a la cabaña de Númitor? Si lo sabes, claro.
- Por aquí todo el mundo lo sabe. No puedo llevaros hasta la puerta, porque tenemos órdenes del rey de no entrar en las tierras de Númitor ni mezclarnos con sus criados, pero os acompañaré un rato y os señalaré el camino.
Reanudaron la marcha. Urco hablaba animadamente con Palantea mientras a ambos lados del camino asomaban ya las laderas boscosas de las colinas que anunciaban la proximidad del Tíber. A preguntas de la pastorcilla, respondió sobre la salud de su madre y sus hermanos y sobre cómo habían terminado ellos aquella famosa fiesta de Júpiter Latiaris.
- Fuiste muy ingenioso ese día. ¿Se ha salvado la perra? – preguntó, no sin recelo, la pastorcilla.
- Sí, se recuperó pronto. Es tan dócil que la llamamos Bona. ¿Sabes que estaba preñada? Ha parido hace unos días y todos sus cachorros siguen vivos. Mi madre ha dedicado ofrendas a Diviana y a Fauna.
Esta noticia iluminó el rostro de Palantea. Era una señal de buen augurio, la mejor en varios días. En su momento había reflexionado sobre la fatal coincidencia entre la agresión a la perra y la violación de Rea Silvia. Una casualidad de mal agüero, en su opinión. En cambio ahora veía aquel hecho bajo una luz distinta: si aquella pobre perra, apaleada y arrojada a una zanja, había sobrevivido al maltrato y parido sus crías, ¿iba a ser peor el destino de Rea Silvia, fecundada por un dios? El nacimiento y la supervivencia de la camada, ¿no sería una feliz premonición de la salvación de la vestal y su prole? Este pensamiento le devolvió el ánimo e infundió una nueva energía a su paso.
Urbano Lacio, que había escuchado la conversación en silencio y se admiraba de la soltura del niño, quiso que le aclararse algunas dudas. Estaba ansioso por conocer más cosas acerca de esos parajes, de los que se contaban historias terroríficas y, a la vez, maravillosas. ¿Era cierto que el Tíber se salía muchas veces de su cauce y era imposible aplacarlo? ¿Qué en su furor arrastraba cabañas, rocas, animales y personas y todo cuanto se interponía en su camino? Le habían asegurado que inundaba los valles entre las colinas, separándolas entre sí, y los pocos pastores que vivían sobre las cumbres quedaban aislados y a merced de las fieras, que se revolvían desesperadas al no hallar comida. ¿Cómo se las arreglaban cuando pasaba eso? Debía ser muy peligroso vivir allí, ¿no? Y lo peor era que, según había oído decir, abundaban también los bandidos, sujetos peligrosísimos que no dudaban en robar y matar…
- ¡Chist! ¡Al suelo! – lo interrumpió de pronto el niño, agarrando a cada uno de sus acompañantes de la ropa y tirando de ellos hasta sacarlos fuera del camino. Corrieron agachados y se arrojaron sobre la hierba reseca, ocultándose detrás de unos matorrales.
Prestaron mucha atención. En el silencio comenzaron a oír los rumores de la naturaleza, el canto de las cigarras, lejanos balidos. Tras una larga pausa, oyeron un ruido muy fuerte, un estrépito que parecía venir de un cercano grupo de árboles. Palantea y Urbano Lacio se sobresaltaron y se pegaron más al suelo. Urco les hizo una señal con la mano para que permaneciesen quietos mientras él, con muchas precauciones, se asomaba.
- No es nada – dijo, con alivio, poniéndose en pie. Levantó un brazo a modo de saludo, y alguien debió responderle desde el bosquecillo.
- Pues me he llevado un buen susto – dijo Palantea, sacudiéndose con las manos el polvo y la paja que se le habían adherido a la túnica –. Aún me tiemblan las piernas.
- Creí que eran bandidos – afirmó Urbano Lacio, con el rostro desencajado.La cara de Urco empezó a hacer gestos raros, hasta que el muchacho no pudo aguantar más, se dobló por la mitad y soltó una carcajada que se extendió por los campos. Los otros dos lo miraron desconcertados hasta que al fin comprendieron que era una burla y terminaron por reírse también. Cuando se calmaron, les explicó Urco que solía gastar esa broma a las personas conocidas que llegaban a esos parajes por primera vez. Desde luego, reconocieron los otros, había logrado engañarlos por completo.
- Es cierto que hay bandidos en esta zona, pero no en este camino – aclaró Urco –. Es demasiado abierto, no tienen escondrijos para emboscarse y las víctimas pueden huir en todas direcciones. El peligro está en los alrededores de la vía Salaria, por donde discurre el comercio de la sal. Allí hay muchos lugares estrechos donde la gente no tiene posibilidad de escapar a su rapiña.
- Pero eso está muy cerca … - dijo Urbano Lacio.
- Allí – confirmó Urco, señalando con el dedo delante de ellos, hacia una línea azul que se veía al fondo del valle, ancho y plano, por el cual se adentraba camino.
Prestaron de nuevo atención al paisaje. A su derecha, la colina del Palatino alzaba una ladera empinada y boscosa que, de repente, se convertía en una alta pared de roca lisa y vertical hasta la cumbre. A la izquierda, cerraba el espacio el Aventino. Su falda era menos abrupta al inicio, aunque iba ganando altura a medida que se acercaba al final del valle. Éste quedaba cortado por las aguas del Tíber. Desde donde estaban en ese momento no se veía con claridad el río, sólo una delgada franja móvil, azul y blanca, tras la cual se erguía una colina selvática y oscura, misteriosa morada del dios Jano, según les informó Urco.
De pronto, el sol arrancó un destello a lo lejos, al pie del Palatino. Urbano Lacio levantó el índice y señaló en aquella dirección.
- ¿Es allí donde almacenan la sal?
- No – respondió Urco –, aquello es el embarcadero. La sal la almacenan justo en la esquina contraria, en la ladera del Aventino. Allí no llega el agua cuando el río se desborda. Si queréis, mañana podría mostraros todo esto. Es día de mercado y habrá mucha animación.
Aceptó con entusiasmo Urbano Lacio la propuesta y Palantea se dijo dispuesta a unirse a ellos si le fuera posible. Su primera obligación era otra: dar su recado a Énule y regresar cuanto antes a Alba Longa. Y así volvieron a hablar del objeto de su viaje: llegar a la cabaña de Númitor.
Era fácil: debían tomar el camino a su izquierda, atravesar a lo ancho todo el valle y enlazar con una senda que ascendía al Aventino por un declive poco empinado. A la derecha encontrarían un bosquecillo de robles. Tenían que atravesarlo y al otro lado hallarían la casa del antiguo rey de Alba Longa. No tenía pérdida.
Se despidieron con alegría prometiendo reencontrarse a la mañana siguiente. Urco les recomendó pedir a los criados de Númitor que les mostraran cómo bajar al valle por un camino más próximo al río.
- ¡Ese camino tiene mucho que ver con un famosísimo ladrón…! – gritó Urco cuando ya estaba a cierta distancia, sabiendo que los dejaría intrigados y sin posibilidad ya de preguntarle.
Palantea emprendió con ánimos renovados la subida a la colina. Últimamente había vivido muchas emociones y sufrido miedo y tensión. Esta visita al Aventino era un alivio, un respiro que la reconfortaba. Y, de pronto, sintió un calor intenso, gratísimo, en el pecho y supo en su corazón que un dios o una diosa la había conducido allí.
NOTA 1: Queridos amigos, quienes recordéis el mapa que abre este post y que puse en otro anterior, os daréis cuenta de que he cambiado de ubicación la cabaña de Acca Larentia y Fáustulo, padres de Urco. Se debe a información recabada en mi último viaje que sitúa su cabaña, sin dudas, en la cima del Palatino.
NOTA 2: Os dejo el enlace a un post que la encantadora pastorcilla Palantea quiso ofrecernos para que aprendiéramos más sobre el instrumento musical, la siringa, con la que nos deleita.
Magnifica entrada, como siempre nos tienes acostumbrados, y menudo tarabajo que te has tomado con el mapa y todo.
ResponderEliminarTambien me viene como anillo al dedo las imagenes... y en cuanto a Palantea no le viene nada mal salir cada tanto 'de viaje'.
Termino mi domingo leyéndote y poniéndome al corriente en tu casa, hermanita mía.
ResponderEliminarQué lindo mapa.
Y seguimos con la historia.
Abrazos.
Un fragmento de excelente prosa. Contenido, dosificado. Un abrazo.
ResponderEliminarEmpiezo la semana con tu post.
ResponderEliminarY me parece un augurio excelente.
Es precioso ese sentimiento de saberse conducido hacia un lugar
ResponderEliminarMe gusta el mapa
Besos
Me gusta mucho cómo adaptas todo a la geografía romana (aunque nos la cambies por necesidades del guion...). Seguimos adelante con la narración.
ResponderEliminarBesos.
Bueno, bueno, qué puñetas querrán estos de mi estúpido hermano Númitor. Me temo que estés intrigando a mis espaldas y no me gusta un pelo. Esta Palantea, medio titiritera, nunca me ha gustado.
ResponderEliminarRey Amulio
Un beso
Salud y República
Bonito paseo con algún pequeño susto en el camino.
ResponderEliminarNo había reparado en el cambio de ubicación de la cabaña. Lo que no sabía es que "Murcia" estuviera tan cerca del Aventino.
Un saludo.
Me hacía mucha falta el mapa, Isabel. Siempre necesito tener un mapa y un diccionario al lado para leer una historia. Además quiero saludar a todas las personas que habitualmente hacen sus comentarios ya que por motivos familiares no he podido estar tan pendiente del blog como lo hago normalmente. Justito leía tus entradas para no perder la pista a Rea. Muchas gracias de nuevo por tu trabjo.
ResponderEliminarD.
Una comitiva deliciosa la formada por Palantea, Urco y Urbano Lacio.
ResponderEliminarYa se van dibujando el escenario de la futura Roma y mi corazón brinca de gozo.
Un grandísimo abrazo, querida Isabel.
Como si estuviera en el lugar, lo veo amiga, lo huelo, siii.
ResponderEliminarAyyy mi travieso Urco, mi niño, mi alegría.
Isabel te leo, no te preocupes, pero me tomo un respiro, la cosilla de la salud me tiene tundida, !cof, cof! a mí, Acca Larentia, mujer de ahí te espero.
Espero, repito, no perderte el hilo, lo juro por Vesta, que la novela está muy intrigante.
Besito cariñoso.
Del dibujo de arriba ¿existen datos arqueológicos de la cabaña de Numitor? (ya sé que es personaje mitológico, pero a veces la arqueología aporta datos que complementantan a la mitología). Lo mismo te pregunto sobre la cabaña de Acca... Un saludo.
ResponderEliminarHa sido un paseo precioso, gracias Isabel.
ResponderEliminarBicos
Querida Isabel, como siempre, muestras el don que tienes para la narrativa descriptiva. Es facilísimo viajar junto a Palantea y a Urbano Lacio. Hasta la broma de Urco me ha hecho sobresaltarme.
ResponderEliminarLeerte es una delicia. Lo malo es que te quedas con el anhelo de más.
Un cariñoso saludo y gracias por permitirme vivir esta fabulosa aventura de la fundación de Roma desde un punto de vista que nunca hubiese imaginado, el de Rea Silva.
Esta historia va tomando cuerpo e interés creciente con cada línea que avanza. De buen seguro que la novela será un éxito. Admiro, Querida Isabel, tu capacidad de trabajo, y tu gran imaginación a la hora de escribir, además de los enormes conocimientos que tienes para recomponer situaciones.
ResponderEliminarFelicidades y un gran abrazo,
Antonio
¡ay¡ qué gusto da leerte. Y seguirte los paseos.
ResponderEliminarMe gusta el mapa.
Un abrazo
A pesar de los sobresaltos de la continua alerta que deben guardar, una deliciosa caminata por los parajes que señalarán los cimientos de la gran ciudad.
ResponderEliminarMe ha encantado la alusión a la sal y el mercado bullicioso. ¡Me habría gustado tanto vivirlos en aquella época! Recomiendo que quien pueda hacerlo en la actualidad, visite y viva el ambiente de los mercados romanos.
Excelente capítulo.
Un fuerte abrazo, Isabel.
Me encanta Urco. Creo que aporta al relato frescura y viveza!!! Y deja intrigados a Palantea y a Urbano Lacio y a todos tus lectores!!!
ResponderEliminarExcelente capítulo, querida amiga. Vamos, vamos firmemente encaminados a la fundación de Roma. Un beso
Isabel:
ResponderEliminarInteresante, como tu novela sobre Dido. Por cierto se la recomendé a una compañera y le gustó mucho.
Saludos.
Desde luego, vaya trabajo herculeo el suyo, que nos incluye hasta mapas que va actualizando y todo. No se puede pedir más!
ResponderEliminarFeliz día, madame
Bisous
Extraordinario el trabajo de investigación que da lugar a un contexto tan cuidado, tan riguroso, como apunta La Dame Masquée.
ResponderEliminarEste episodio supone un paseo reparador, pero continúa la huella en el alma, el temor reverencial a la pérdida de las vidas humanas que están en juego, y el temor mucho mayor a que ello ocurra sin la intervención de los dioses salvadores, con la aquiescencia del propio Marte. Todos pensamos que no puede ser cierto, algunos jugamos con la ventaja de nuestra situación en el tiempo, otros no conocen aún el desenlace y es la inmensa lírica de este relato la que nos hace situarnos en el mismo plano. No, en este momento no sabemos nada, en realidad qué sabíamos nosotros de los sufrimientos de Rea Silvia, de la maldad de sus tíos, de la bondad de su prima, de la generosidad de la más humilde, la encantadora Palantea, de las sensaciones de Urbano Lacio, de su alma sensible, de las bromas de Urco y su bondad. ¿Quién hubiera recordado a la pobre Bona si no es conociéndola?
Un presagio favorable nos llega a través de Bona, pero también a través de un detalle pequeño, que casi pasa desapercibido, pero que apunta directo al subconsciente: "de pronto, el sol arrancó un destello a lo lejos, al pie del Palantino". Lo refrenda Palantea que siente la belleza de la que forma parte: "sintió un calor intenso, gratísimo, en el pecho y supo en su corazón que un dios o una diose la había conducido allí".
Delicioso camino, no del todo descansado, pues no está exento de una pendiente costosa, en la que la sed arrecia, pero el ánimo y el encuentro con los inocentes la hacen más llevadera.
Por otro lado, espero que estos tres no se metan en líos por esos caminos de los dioses...
Precioso, querida Isabel. En nuestra alma parece despertarse un misterioso recuerdo, una sensación sobrenatural de lo ya vivido, de haber fundado una ciudad.
Querida escritora y amiga, recibe un gran abrazo, maestra.
Me pongo al día hoy con algo más de tiempo.
ResponderEliminarMe gusta situarme cuando leo y este mapa tuyo lo ha conseguido.
Besos.
Un bello y agradable intermedio para disfrutar de la historia. Abrazos.
ResponderEliminarQueridos amigos, pido disculpas una vez más por no responderos individualmente: el tiempo se me echa encima y trato de gestionarlo como puedo... Muchísimas gracias por vuestra visita y vuestros comentarios, siempre tan alentadores.
ResponderEliminarSólo quería responder a la pregunta de L. de guereñu polán porque creo que la respuesta puede interesaros a todos. Hasta donde yo sé, no hay datos arqueológicos que señalen una posible cabaña de Númitor en el Aventino, aunque la leyenda o mito la sitúan en esa colina. El punto donde la he ubicado yo es arbitrario y obedece a mi interés por situarla a una distancia prudente de la cabaña de Fáustulo y Acca Larentia.
Respecto a la cabaña de esta pareja, las fuentes antiguas señalan que estaba en el Palatino, concretamente en la cumbre llamada Cermalo. Esa es el área que se excavó hace años, y donde aparecieron los restos de algunas cabañas, (los objetos pertinentes están en el anticuario del Palatino), el pozo fundacional y otras estructuras que han llevado a algunos arqueólogos a identificar una de ellas como la cabaña de Fáustulo, que fue luego convertida en cabaña de Rómulo. De ahí que la haya situado en el plano en el lugar en que lo he hecho, es decir, en la cumbre, junto a la escala de Caco. Lo que yo no sabía cuando marqué los lugares en el plano anterior (y puse la cabaña de Fáustulo no en la cumbre, sino entre los árboles) es que, efectivamente, Rómulo no construyó una cabaña nueva, sino que ocupó y reformó la que había sido la de Fáustulo.
Espero haber respondido suficientemente... Un abrazo muy fuerte.
Pues porque yo tenía alguna noticia de que se había excavado algo (y referencia de la colina Cermalo) por eso me interesé, y la respuesta que me das es muy satisfactoria, pues ya me he interesado antes por este asunto y no hay información mayor incluso entre especialistas de la época anterior a la República.
ResponderEliminarAmiga, te veo realizando un inmenso trabajo de documentacion... Y revisando una y otra vez...
ResponderEliminarUn abrazo fuerte