Remo se incorporó para
sentarse, reavivó el fuego añadiendo un leño al hogar y permaneció sentado con
la mirada fija en el fuego mientras sus amigos Fabios seguían durmiendo
tendidos sobre las esteras y tapados con pieles. Recostado junto a él, con el
hocico apoyado en sus piernas y los ojos cerrados, Seius también parecía
dormir. De vez en cuando Remo lo miraba y le acariciaba el pelo entre los ojos.
Era su mejor compañero. Siempre a su lado, obedecía todas sus órdenes, no se
arredraba ante ningún peligro y estaba dispuesto a defenderlo con su vida. Era
digno hijo de su padre, el viejo Seius protector de su infancia.
Cuando él
y su hermano eran pequeños, su madre les contaba con frecuencia que, cuando
nacieron, sólo Bona y su cachorro Seius estaban con ella. Apenas lo limpió a él
y, envuelto en las fajas, lo depositó en el suelo, Seius se sentó a su lado y
ya no se movió. Acca Larentia se reía al recordarlo pues, siendo tan iguales
como dos gotas de leche, Fáustulo y ella sabían quién era cada uno precisamente
por los perros: el custodiado por Bona era Rómulo, mientras él siempre tenía a
su lado a Seius. Al hacerse viejos los perros, su hermano y él eligieron a dos
cachorros de la última camada, les pusieron los mismos nombres, y los
incorporaron a sus juegos convirtiéndolos en compañeros inseparables. Así,
cuando la muerte se llevó a sus primeros y fieles guardianes, sus descendientes
siguieron protegiéndolos y compartiendo sus vicisitudes.
Con la
mano izquierda, Remo se cogió la bulla que le colgaba del cuello con un cordón
de lana. Se la habían puesto al nacer, como a todas las criaturas, para
defenderlo del mal de ojo, las enfermedades, las mordeduras de serpiente, los
espíritus malignos y cuantos peligros amenazan la vida de un niño. Para hacerla
más resistente, en lugar de una bolsita de cuero sus padres habían utilizado un
pequeño recipiente de bronce, donde los amuletos no corrían el peligro de
extraviarse y dejarlo desprotegido. Tenía ya muchas ganas de quitársela. Dentro
de pocas jornadas, cuando terminara su iniciación, se despojaría de ella y la
depositaría como ofrenda al dios Quirino. Esa sería la señal de haber alcanzado
la edad adulta y podría casarse. Últimamente sólo pensaba en Flora. En tenerla
cerca, hacerse amar por ella, convertirse a sus ojos en el hombre más bravo y
animoso del mundo.
- A ti
también te gusta Flora ¿verdad? – dijo en voz baja, acariciando al perro. Y
Seius, sin abrir los ojos, respondió con un hondo suspiro, como si hubiera
entendido la pregunta.
¿Por qué
no habría ido Flora a la fuente el día anterior? Ni siquiera cuando el frío
formaba una capa de hielo sobre la superficie del estanque dejaba ella de
acudir a llenar su vasija. En esta época del año, con noches interminables y días
tan cortos, todo el mundo, salvo los ancianos, aprovechaba cualquier pretexto
para salir de las cabañas. ¿Estaría enferma? Se casaría con ella enseguida y
entonces no le importaría nada pasarse el día entero dentro de la casa. Era
preciosa. Y la abrazaría tan fuerte y tanto rato que no la dejaría ni echar las
coles al puchero. ¿Qué importaba no comer sopa, si el amor y la alegría son el
mejor alimento? Debía pensar en dónde construirse una cabaña. Hablaría con su
hermano Urco, quizá le convendría levantarla al lado de la suya.
O mejor,
podrían instalarse en la colina Velia, a un paso del Palatino. En la Velia
vivía la familia de sus amigos Fabios y estaría cerca de ellos. Se encontraba
más a gusto con Bruto y Sexto Fabio que con otros jóvenes pues, además de ser
infatigables como bueyes, eran valientes y no se plegaban a las normas ni a los
mandatos de nadie. Salvo a los impuestos por él.
En cambio, su hermano
Rómulo siempre encontraba algún motivo para no seguirlo y actuar a su manera. No
le obedecía pese a que todo el mundo lo consideraba a él, Remo, el mayor de
ambos. Delante de los Fabios le producía vergüenza que su propio gemelo
encontrara mil excusas para no traspasar la linde con el Aventino, como cuando
eran chicos y sus padres, en especial su madre, se ponía como una furia si los
veía acercarse solo un poco. Tener a un cobarde en la familia era un deshonor. Ya
podía espabilarse Rómulo, porque él no volvería a defenderlo de las burlas de
los Fabios. Menos aun después de lo ocurrido la noche pasada. Recordar a Gordio
Quintili imitando sus gestos y haciendo mofa de él, lo encendía de cólera. ¡Se
creería muy valiente ese, que además seguía a Rómulo como un tonto! Tal
humillación no se la iba a perdonar ni a Rómulo ni a los Quintili. Se
resarciría a la menor oportunidad. Lo juraba por Fauno. Que el dios le
castigase con las más espantosas pesadillas si de su venganza no se enteraba
hasta el último habitante de las riberas del Tíber.
El carro del sol asomó por el
horizonte e iluminó con un aura rosada la mansión del dios Jano, al otro lado
del Tíber. Desde sus altas moradas el dios de dioses, rodeado de árboles y
espesos matorrales, contemplaba el mundo, el tiempo pasado y el que habría de
venir y gozaba viendo a su numerosa prole. De la hermosísima ninfa de los
bosques Camasena, había concebido a dos ninfas, Camese y Clístene, y a
Tiberino, dios del río cuyo curso discurría a sus pies; de sus amores con
Venilia eran fruto la diosa Carna, quien velaba por los recién nacidos, y la
enamorada Canente, cuyo canto estremecía de dolor el corazón y agitaba las
cañas en las riberas del Tíber; de Juturna, ninfa y señora de la fuente más
salutífera y pura, le había nacido su hijo Fons, quien gobernaba con mano
benévola los frescos manantiales y las corrientes de agua. Y así, toda la
progenie de Jano era benéfica, generaba vida como su propio padre había
generado a todos los dioses y todas las cosas.
Con su
doble rostro, Jano veía cuanto tenía delante y cuanto se hallaba detrás;
protegía los movimientos de quienes andaban de un lado a otro, de adentro a
afuera y de fuera a adentro y así custodiaba las puertas de las murallas y las
de las casas; ningún viajero se pondría en camino sin encomendarse a él
pidiéndole protección tanto para su salida como para su retorno; no se
emprendía un negocio ni público ni privado sin invocarlo antes. También sobre
el tiempo gobernaba, pues él decidía abrir las puertas al día y cerrarlas al
anochecer; veía pasar las estaciones y decidía cuándo terminaba un año y
empezaba el siguiente. Todos los pasajes eran de su incumbencia, tanto los
arcos y los pasadizos cubiertos como el tránsito de unas etapas a otras de la
vida humana, de la incultura a la civilización.
A este
dios poderoso se disponían a invocar Fáustulo, el mayoral de los rebaños del
rey Amulio, y su esposa Acca Larentia aquella mañana, al despuntar el alba.
Tras dos noches de profunda inquietud, Acca había contado a Fáustulo lo
sucedido: el presagio pronunciado por su hija Fausta y la predicción de la
anciana Elia, advirtiéndola de un grave peligro para Remo y Rómulo. Alguien podía
descubrir su secreto, tantos años y con tanto celo guardado. Pronto concluirían
su periodo de iniciación. Estaban a punto de completar su pasaje a la edad
adulta, un momento sumamente difícil pues todo cuanto les protegía durante la
infancia habría de desaparecer: la bulla con sus amuletos, el refugio materno,
la tutela de su padre. A partir de entonces afrontarían todas las dificultades
por sí mismos, con sus propios medios y fuerzas, se convertirían en unos
hombres más con los cuales podría contar su amo, el rey Amulio, para cualquier
propósito. Era una etapa crucial.
Se
dirigieron ambos esposos a la explanada trasera de su casa, llegaron al
farallón rocoso y dirigieron su mirada hacia el Janículo, la colina del dios,
cuyo perfil apenas iluminado se alzaba al otro lado del Tíber. A sus pies la
corriente del río batía sonora contra las rocas del Palatino antes de cambiar
su rumbo. Acca Larentia depositó sobre una piedra cóncava un par de brasas y
las rodeó con cinco hojas de laurel. Fáustulo se cubrió la cabeza, se recogió
un instante y luego, alzando ambos brazos en dirección a la mansión divina,
pronunció su invocación:
“Oh
inmortal Jano, dios creador, padre de los dioses y de los hombres, guardián de
las puertas del día, yo te invoco. Tú separaste la luz de las tinieblas, tú
diste la forma al mundo, tú vigilas ante ti y detrás de ti todo el acontecer
humano. Tú das comienzo y fin al tiempo y a cuantas cosas transcurren en el
tiempo. Ante ti me inclino y reclamo tu protección para mis hijos Remo y Rómulo.
Tu propio hijo, el rubio Tíber, me los dio. Son por tanto, secretos hijos
suyos, secretos nietos tuyos y nadie sino tú conoce su pasado. Sella tus
labios, padre Jano. No concedas respuestas proféticas a quienes te pregunten,
no reveles a nadie cuanto sabes de ellos. Mantén el secreto de sus orígenes.
Acepta a cambio esta ofrenda de leche y miel”.
Diciendo esto,
Fáustulo vertió miel y leche sobre las brasas. Un humo dulzón se alzó al punto
mientras las ascuas crepitaban y parecían brillar más en lugar de apagarse. El
fulgor rojizo y el olor de la miel quemada alcanzaron a Jano. El dios escuchó
compasivamente las palabras del viejo pastor, mas no movió ni un ápice su doble
cabeza. Lo que había de suceder, lo conocía él desde el inicio de los tiempos.
Por tal motivo, para disfrutar de un mirador privilegiado desde el cual
contemplar el nacimiento y el devenir de una nueva era, había elegido la cumbre
esa colina para instalar su morada.
Jano protegería a los gemelos, sí. Debían
cumplir aquello decidido por el hado.
NOTA: Éste ha sido el capítulo 6 de la novela de Remo y Rómulo. El resto pueden leerse en la etiqueta "Remo y Rómulo".
*Las fotos son de Isabel Barceló y de Rafa Lillo.
¿Habrá cierta consonancia implícita entre los gemelos y Jano, el de las dos caras?
ResponderEliminarSigue pronto, no me hagas esperar, por favor.
ResponderEliminarA ver: si cumplieron lo decidido por el hado...Isabel: esto esta a punto de caramelo o miel: no nos dejes sufrir mucho...
ResponderEliminarBesos.
Menuda crueldad la de estos dioses: "Lo que había de suceder, lo conocía él desde el inicio de los tiempos." y para verlo, se instala en la mejor colina de las que rodean la ciudad. Nosotros que no lo tenemos claro, aguardaremos a este lado de la pantalla.
ResponderEliminarSalud
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ResponderEliminarMiedito me da ese paso hacia la independencia y la edad adulta. Yo no soy diosa, pero puedo oler ya que algo sucederá y no será precisamente algo fácil para los gemelos.
ResponderEliminarY a pesar de esas diferencias entre ellos, serán uno cuando sea preciso.
Ay Remo...qué ganitas de Flora tiene, jajaja!
Un beso
Me encandilan estas reflexiones de enamorado jovenzuelo y machito bravucón. Por contra ( o poara complementar el sentimiento) me enternecen esos padres que van a hacer ofrendas para salvaguardar a sus hijos... Enganchadita a tu Fundación, sndo. Un besote
ResponderEliminarQué lindo texto. Me dio nostalgia.
ResponderEliminarAbrazos.
Muy bonito, Isabel. Un capítulo precioso. Te agradezco mucho las explicaciones sobre Jano, así podemos entender mejor las devociones. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarQue Jano proteja a los gemelos. Se van haciendo mayores y pronto tendrán que tomar las riendas de su destino.
ResponderEliminarUn saludo.
Que Jano proteja a los gemelos. Se van haciendo mayores y pronto tendrán que tomar las riendas de su destino.
ResponderEliminarUn saludo.
¡Ay, Remo, cuantas complicaciones te va a traer tu enamoramiento de Flora! A ti y a otros...
ResponderEliminarY como dice, Monsieur de Batz, ¡qué crueles son los dioses!
Esperando ya impaciente el capítulo del jueves.
Un beso muy fuerte, Romana.
PS ¿Qué tal fue la presentación del libro de Isabel?
Me encantan estas apariciones de los dioses. Hoy ha brillado Jano, pero no sé si fiarme de un dios con dos caras!
ResponderEliminarFeliz día
Bisous
Hablar de quien guarda secretos, contar del que da inicio a los tiempos, contemplar mientras miro el pasado y el futuro con los rayos del sol naciente que iluminan un rostro y el otro al ponerse el sol. Siempre ante mi, guardián sin espalda. Contigo al fin no sólo veo y conozco sino que puedo revivir y sentir. Desde lo alto del Gianicolo bajo a pasear contigo en las orillas de mi Tíber, del tiempo, disfrutando de la miel y leche de tu contar. Contigo.
ResponderEliminarAmiga, me emociona este momento en la vida de mis jóvenes hijos, a un paso de convertirse en hombres, tan pronto...En medio de la natura que casi veo y siento, ruego junto a mi esposo por los dos muchachos que considero hijos, así obra una madre y un padre, así llenos de incertidumbre, que los Hados nos sean propicios. Besito, que poco a poco recupero ánimos y te leo con creciente intriga.
ResponderEliminarUn capítulo precioso, querida Isabel. Lo he gozado, recreándome en todas esas costumbres que nos desvela tu sabia pluma, como la de los amuletos que llevaban colgados los jóvenes para evitar el mal de ojo. Son pequeños detalles de gran importancia, pues dan una sensación muy real al texto y permiten al lector imaginar cómo era la vida en aquellas épocas remotas.
ResponderEliminarOtro detalle que me parece encantador, aunque sea inventiva, es el de los perros, cómo por ellos distinguían a los gemelos sus padres adoptivos. Y también es hermoso que los chicos pusieran el mismo nombre a los descendientes caninos.
A Remo lo veo muy enamoriscado de Flora y no sé si le conviene con tan corta edad, pero ya se sabe que el amor no escucha a razones, así que permaneceré alerta.
En fin, que pronto se harán hombres y veremos cómo se guían en una tierra que está llena de peligros para ellos.
Un abrazo grandísimo, querida amiga.
Ambos los dos, con sus diferencias y paraceres encontrados, se van haciendo mayores y van llegando a esad edad donde el destino les tiene resrvado su cometido. El amor también aparece en la vida de ambos, especialmente en la de Remo con Flora. Espareremos acontecimientos.
ResponderEliminarHola maria luisa arnaiz, es una buena pregunta. Desde un punto de vista mitológico/legendario, no. He puesto esa foto porque me gusta y de algún modo Jano preside todo el capítulo. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarHola mariajesusparadela, procuraré no hacerte esperar. Haré lo que pueda para que el próximo capítulo esté el jueves. Besazos.
Hola bertha, del hado no escapa nadie. O al menos eso creían los antiguos. Lo veremos y, espero, lo viviremos juntas. Besos.
ResponderEliminarHola charles de batz, Jano no es un dios cruel: sencillamente es el único que conoce el pasado y el futuro pero no puede intervenir en él. Es un elogio que escogiera como morada esa colina, pues desde allí podría ver "el tiempo y el espacio de Roma". Besazos, querido amigo.
Hola áfrica, ese tránsito hacia la edad adulta siempre ha sido difícil para quien lo realiza y angustioso para quienes lo contemplan. ¡A saber cómo lo harán nuestros gemelos! Besazos.
ResponderEliminarHola maria antonia moreno, el amor hace presa en nuestro Remo. En cuanto a los padres, ellos saben que tienen motivos para la preocupación porque todos los padres, en todos los tiempos, tememos por nuestros hijos. Y ellos tienen además razones
ocultas... Un abrazo muy fuerte.
Hola clarice baricco ¿nostalgia de tu juventud, de esos amores que nos estremecían, de ese tiempo que vuela? Menos mal que tenemos estas historias para revivirlos. Besos, querida amiga.
ResponderEliminarHola dolors jimeno, gracias por tus palabras siempre alentadoras. No de todos los dioses arcaicos se pueden decir tantas cosas como de Jano. Su culto perduró muchos siglos y, desde luego, no se iniciaba nada sin invocarlo a él el primero y a Vesta la última. Besazos.
Hola cayetano: qué palabras tan equilibradas salen de tu boca cuando Remo te está metiendo el dedo en el ojo... Ay, querido, en la ficción estás mucho más enfadado. Besitos.
ResponderEliminarHola freia, desde luego que el amor juvenil trae a veces algunas, o muchas, complicaciones. Veremos si Remo las sabe vencer... Besazos, condesita.
Hola la dame masquée, las dos caras siempre impresionan. Sin embargo, no tiene aquí un sentido de doblez. Jano es el señor del tiempo, de todo el tiempo y por eso es el único en conocer todo el pasado y todo el futuro. ¿No te suena de algo? Beso su mano, madame.
ResponderEliminarQuerido hyperion, padre generoso y siempre dispuesto a tutelar, no he oído nunca una palabra contra tí, ni he escuchado quejas: más bien benevolencia y dulzura, por eso ha de gustarte la miel, los dátiles, los higos secos y por eso los obsequian el primer día del año para celebrarte, deseando que su dulzor se prolongue todo el año. Cuida con tu mirada paternal de nuestra Roma. Un abrazo.
Hola natalia tarraco, comprendo tu preocupación como madre generosa, como persona que intuye y sabe de los peligros del odio. Pero tu y tu esposo habéis cumplido vuestra misión al criarlos y educarlos. Serán luego los dioses quienes los pongan a prueba. Un abrazo y mejórate.
ResponderEliminarSaludos isabel martínez barquero, aunque la edad de los muchachos no es mucha, están a punto de cumplir los 16 años, cuando pasen la iniciación estarán en condiciones de casarse, pues se les considerará adultos. En aquellas épocas en que la esperanza de vida no era muy alta, los matrimonios se celebraban bastante pronto. Me alegra que te hayan gustado ese detalle de la bulla con los amuletos. Tiene también su importancia... Un abrazo muy fuerte.
Hola paco hidalgo, quienes teneis alumnos, como es tu caso, seguro que podeis reconocer esos afanes febriles en los adolescentes. Nuestros gemelos han crecido y ya es tiempo de que afronten el futuro.
ResponderEliminarBesazos.
A todos los que me habéis preguntado, quiero comentaros que la presentación del libro "Linaje oscuro" de Isabel Martínez Barquero fué fenomenal, el público se lo pasó muy bien escuchándola y con ganas de que regrese pronto. En su blog "El refugio de una desalmada" tiene ya puestas las fotos. Yo colgaré algunas en cuanto pueda. Besazos.
Siempre es un placer, Isabel.
ResponderEliminarDa gusto.
Vale.
Leer lo tuyo es un prinilegio
ResponderEliminarGracias, dyhego. Me encanta que vengas. Besazos.
ResponderEliminarHola Diana, gracias por tu visita y tus palabras. Besos.
Bueno, ya están los niños protegidos. Ahora vamos a ver cómo siguen su rumbo los dos gemelos tan diferentes.
ResponderEliminarComo siempre, querida, un placer leerte. Besos
Salud y República
Querida Isabel:
ResponderEliminarEste capítulo me ha encantado, si bien los gemelos nos tienen en ascuas y la preocupación de Acca Larentia es nuestra, la belleza del amanecer en la casa del dios Jano, así como la invocación de Acca Larentia han provocado un momento de arrebato en el ánimo. El aura rosada, la visión desde las altas moradas, la prole de Jano, su doble rostro, su poder, el rubio Tíber, descendencia del dios, ¡qué hermoso!
Contamos con su protección pero también con la historia y ello es perturbador, profundamente.
Voy, me encanta leer dos seguidos. Hasta ahora.
Acabo de aprender lo de "bulla". Me está saliendo muy fructífera esta mañana dedicada a los gemelos y sus andanzas.
ResponderEliminarMás besos
Un capítulo precioso, Isabel y con Jano, tengo querencia por este dios.
ResponderEliminarBesitos