La gruta de Orison era
profunda y oscura. Pellejos de oveja y de otros animales tapizaban la pared del
fondo, donde se amontonaban bancos, cestos, ropas y muchos enseres y donde,
seguramente, sus habitantes tendían sus esteras para dormir. Orison era más rico
que los pastores gracias a sus rapiñas, por eso, aunque su alojamiento fuera
propio de animales, resultaba mucho más seguro que una choza: allí nadie podría
sorprenderlo por la espalda, ni prender fuego al tejado.
El hogar ubicado en el centro
de la caverna era el territorio sobre el cual imperaba la madre del bandido, a
cuyo encuentro había acudido Acca Larentia en busca de ayuda. Mientras servía un poco de caldo en dos recipientes,
la anciana Elia escuchó los temores y preocupaciones de Acca. No eran nuevos.
Sin embargo, cuando el día anterior la voz inesperada de su hija Fausta había
pronunciado un presagio nefasto, el miedo la había asaltado con mayor violencia
que otras veces. Elia la dejó hablar. Luego sorbieron trago a trago la sopa,
calentándose al mismo tiempo las manos en las escudillas.
Al terminar, Elia pidió ayuda
a Acca Larentia para apartar el caldero del fuego. Con un gancho especial
ensartaron una de las anillas de la cadena que lo sostenía colgado del techo,
tiraron de él y sujetaron el extremo opuesto a una argolla fija en la pared. El
caldero siguió colgando, pero no sobre el rodal de piedras que rodeaba el
hogar. Éste quedó libre, con un par de leños casi consumidos en el centro. La
anciana se retiró al fondo de la cueva y volvió enseguida con un saquito en las
manos y un bastón de madera de arce.
En cuclillas, Elia atrajo
hacia sí unas cuantas brasas con el bastón y las removió mientras recitaba una
salmodia. Las observó fijamente antes de repetir la operación. Tres veces lo
hizo y las tres veces su rostro se mantuvo impasible.
-
Hay mucha oscuridad
alrededor de tus hijos.
Acca acusó el golpe. Apretó
más las manos contra el pecho y esperó.
- ¿No dices nada? – preguntó
Elia, mirándola a los ojos –. Bien, es cosa tuya si no quieres hablar.
Abrió entonces el saquito que
tenía sobre el halda, sacó un puñado de semillas de adormidera y lo arrojó
sobre los tizones encendidos. Enseguida empezaron a quemarse. De dos ascuas muy
unidas y rojas ascendía una doble columna de humo fina y recta que, al alcanzar
la altura de un palmo, se volvía sinuosa y trazaba amplias volutas. Una humareda
densa y oscura procedente de otras brasas se mezcló con el humo claro de las volutas
y las tornaba negras y asfixiantes conforme subían hacía el techo. Tras haber
contemplado el movimiento del humo y sus cambios, Elia cerró los ojos y lo
respiró.
- Fuerzas muy poderosas
amenazan a tus hijos, Acca – dijo –. De dónde proceden quizá lo sepas tú, pues
el humo no lo revela como tampoco permite saber quién vencerá. Algo oculto,
quizá un viejo secreto, lucha por salir a la luz. Es algo resplandeciente y
peligroso a la vez. Eso es todo cuanto puedo decirte.
Acca Larentia ocultó un
momento la cara entre las manos.
- Me voy con mayor pesar del
que he traído, amiga Elia. Con todo, dime a qué dios o diosa debería propiciar
en favor de mis gemelos – suplicó con voz trémula.
- Al viejo Jano. Tiene mucho
poder y custodia todos los pasajes – respondió la anciana sin dudar –. Los
comienzos y los finales son asunto suyo.
Como todos los días, el
pastor Quinto contemplaba el horizonte desde la cumbre del Aventino cuando vio
a lo lejos al mayoral de los rebaños de Númitor. Caius, por expreso deseo de su amo, se había instalado con su familia en la
antigua cabaña del rey destronado, situada en la parte baja de la
colina, junto a un bosquecillo de robles. Le llamó la atención
la manera de caminar apresurada de Caius, la fuerza con que apoyaba en el suelo
el cayado, símbolo de su autoridad. Desapareció un momento de su vista, oculto
por la propia cabaña, para reaparecer enseguida, mirar a su alrededor y tomar
la senda en dirección a la cima de la colina, donde él mismo estaba.
Al llegar
a su altura, el mayoral lo saludó haciendo el gesto de levantar rápidamente la
barbilla. La expresión del rostro era seria y sombría.
El anciano
negó con la cabeza. Hombre curtido y de pocas palabras, era dueño de una
sabiduría conquistada a lo largo de los años y de su capacidad para observar y
escuchar. Númitor lo tenía en gran estima, había sido para él un compañero
silencioso y casi imprescindible durante su dura etapa de destierro en el
Aventino, tras haber sufrido el destronamiento y la expulsión de Alba Longa por
orden de su hermano Amulio.
También
Caius sentía respeto por el viejo pastor y apreciaba mucho su saber. Su
encuentro no era casual. Se sentó al lado de Quinto, sobre una piedra, y
deslizó la mirada por el declive de hierba a lo largo del cual perdía altura la
colina antes de remontarla de nuevo en el monte Murcus. Los dos hombres
permanecieron en silencio mientras la tarde avanzaba hacia el ocaso.
- Ayer nos
mataron una oveja - dijo al fin Caius -. Fueron los criados del rey Amulio.
- Di mejor
los muchachos del Palatino que están realizando su iniciación - respondió
Quinto tras una pausa -. ¿Quién de nosotros no hizo otro tanto en su momento?
- ¿Los
viste tú?
- Yo veo
muchas cosas y no todas me gustan. Sin embargo, conviene distinguir.
- Uno de
ellos, hijo de Fáustulo, ronda a mi hija y le habla cuando va a la fuente de
Fauno - dijo con enfado no disimulado Caius -. Hasta hace dos días esos
muchachuelos se limitaban a cruzar la linde cuando y como querían, molestando a
nuestros pastores y al ganado. Ahora nos han matado una oveja y, para mayor escarnio,
ese gañán la exhibe como un trofeo delante de mi hija.
- ¿Te lo
ha dicho Flora? - preguntó con cautela Quinto. Y ante el silencio de Caius,
continuó -. Yerra quien se deja llevar por las murmuraciones de otros.
- Es fácil
para ti hablar así. No has sido padre y ello te ha librado de muchas
preocupaciones, aunque ahora pagues esa comodidad viviendo solo como un perro -
contestó Caius -. No permitirías a un indeseable acercarse a una hija tuya.
Menos aún cuando es casi un enemigo.
-
Mantengamos la paz entre las dos colinas, Caius. Númitor ya ha sufrido mucho y
no necesita atraer aún más la hostilidad de su hermano el rey Amulio. Haz un
sacrificio a Fauno y pídele protección para nuestros rebaños.
- No busco
problemas ni deseo ofender a los dioses enemistándonos más con nuestros vecinos.
– respondió Caius tras unos instantes de reflexión –. Sin embargo estoy
obligado tanto a proteger los rebaños de Númitor como a velar por mi propia
hija. Flora no volverá a la fuente de Fauno. En cuanto a esos muchachos,
ordenaré a los pastores que les tiren piedras para ahuyentarlos si entran en
territorio del Aventino o se acercan a nuestros animales. Eso los detendrá.
Quinto
movió la cabeza con un gesto de duda.
-Puede
surtir efecto para proteger al ganado. En cuanto a tu hija y ese muchacho… La
naturaleza misma excita el deseo carnal, pues es necesario para renovar el
mundo. No es sabio usar piedras contra una fuerza que hasta a los propios
dioses enloquece.
Con un
gesto brusco, Caius se puso en pie para marcharse. Quinto no se levantó, pues
era demasiado esfuerzo para su edad. Ya no pastoreaba, sino que se ocupaba en
verano de las colmenas de Númitor y sólo le rendía cuentas a éste. Observó al
mayoral descender por el declive y luego levantó la vista hasta los contornos
azules, ya desvaídos, de los montes Albanos. Parecían hallarse muy lejos.
- ¡Eh, Rómulo! - llamó Urco
poniendo ambas manos a los lados de la boca para dirigir su voz sin gritar
demasiado, pues no era conveniente hablar ni relacionarse con los muchachos
durante su iniciación - ¡Eh! ¡Estoy aquí!
Llamaba
desde uno de los embarcaderos de invierno, al pie y a la izquierda de la
escalera de Caco. Pese a la escasez de luz, Rómulo se entrenaba lanzando
cuchillos contra un saco atado al tronco de una encina. Al oír a su hermano,
dejó los cuchillos y bajó a todo correr.
- ¿Tienes
buenas noticias? - le preguntó, aun resoplando.
- Muy
buenas, si - respondió Urco exhibiendo una sonrisa -. El rey Amulio ha aceptado
la petición de padre para que yo lo sustituya como mayoral de sus rebaños la
próxima primavera, en la fiesta de Júpiter Latiaris.
- ¿Se lo
has dicho a madre? - dijo Rómulo con la misma alegría.
- Darle
esa satisfacción le corresponde al viejo Fáustulo, ¿no crees? Estoy muy
orgulloso, hermano - afirmó Urco pasándole un brazo sobre los hombros -. Remo y
tú vendréis conmigo, os llevaré a conocer todos los pastos y a todos los
pastores del rey, quizá en el futuro uno de vosotros me sustituya a mí. ¡Y
verás qué muchachas hay en Alba Longa!
- No creo
que madre nos deje ir.
- Pero
¿qué dices? - exclamó Urco echando hacia atrás la cabeza y lanzando una risa
sonora -. ¿Vais a estar toda la vida agarrados a su túnica? ¡Vamos, muchacho,
nuestra vieja Acca Larentia tendrá que dejar libres a sus niñitos! Os tiene tan
atados porque sois los pequeños. Los demás íbamos a todas partes desde que
aprendimos a andar. Mira, cuando estabais a punto de nacer, en medio de una
tormenta espantosa y con el río desbordado, me hizo llevarme al difunto Cepio y
a Fausta a la cabaña del viejo Cornelio y desde allí mandarle aviso a padre. ¡Y
no tendría yo más de nueve años!
Hablaron
de los nuevos planes durante un rato. Urco pensaba contar también con la ayuda
de Hortensio, el prometido de su hermana Fausta. Era bien recibido en todas
partes por su carácter alegre y conversador, siempre dispuesto a la broma y
además, según acababa de descubrir con sorpresa, estaba bien relacionado en
Alba Longa, lo conocía mucha gente. Estas cualidades les serían muy útiles.
Felicitándose
por tan buenas expectativas, los dos hermanos se despidieron con ánimo alegre.
Urco subió por la escalera de Caco hacia la cumbre del Palatino. Tras los
primeros escalones avanzó sin prisas. Había enviudado hacia casi un año y su
cabaña se le antojaba un lugar triste, así que retardaba el momento de llegar
incluso en un día dichoso como aquel. Desde la escalera oyó hablar a los
muchachos.
- Yo no
pienso decírselo a Rómulo - dijo una voz
- Pues es
tan valiente como cualquiera de nosotros, - respondió Gordio Quintili -, sólo
que no le gusta el Aventino.
- ¡Callad!
- dijo otro - Aquí viene.
Urco se
quedó disgustado. Le sorprendió desagradablemente esa conversación. Algo no iba
bien para Rómulo. Y el muchacho debía haberla oído.
*A excepción de la foto de la cueva, sacada de internet, las demás fotos son mías.
Desvelos propios de un padre consecuente con sus obligaciones que teme que su hija elija mal, sobre todo si el elegido es un mozalbete un poco gamberrete.
ResponderEliminarUn saludo.
Tanto la preocupación de la madre como del padre que aparecen en este fragmento parece que han sido sacadas de una historia de hoy mismo. Me gusta por esto mismo, porque aunque recrea la vida de hace siglos es tan cercana que hace que conectes enseguida.
ResponderEliminarSaludos Isabel.
Hace bien Caius en tener preocupación por Remo, Urco en hacer lo mismo con Rómulo, y Acca Larentia en estar preocupada por los dos.
ResponderEliminarOtra vez los malos augurios parecen marcar el destino de los protagonistas.
¡Qué bien! La intriga está ya servida.
Y bravo por esas fotos, Romana. Me encantan.
Un beso enorme.
PS Espero que esos temas personales y familiares que te han mantenido alejada de la blogocosa, sean buenos o muy buenos.
¡Qué no haría la Lupa por sus hijos! Ay, esas semillas de adormidera me preocupan.
ResponderEliminarBesos.
-Quinto: un hombre sabio al hacerle ver a Caius, que con piedras no se calmaría esa llama que enciende el amor...(La naturaleza mísma excita el deseo carnal...no es sabio usar las piedras contra una fuerza que hasta los propios dioses enloquecen).Una verdad cómo un templo...
ResponderEliminarPreciosa narración.
Un abrazo Isabel
Me echo a temblar con Amulio en perspectiva.
ResponderEliminarOjalá Acca no deje ir a mis gemelos, aunque el resto de sus hijos piensen que es una exagerada. Todo cuidado es poco y su vida la deben a la prudencia de ella.
Ya vas lanzada, querida Isabel. ¡Me alegro!
Un abrazo, que bien pronto te daré en persona.
Preciosa entrada, Isabel, me ha conmovido tu texto. Bellisimo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Da gusto leerte, Isabel.
ResponderEliminarVale.
Vas dosificando muy bien la acción y la intriga. Ya nos tienes esperando la próxima. Un abrazo.
ResponderEliminarNuevo capítulo y nuevos problemas. Fenomenal la ambientación de la cueva. Esperando con ilusión mas.
ResponderEliminarRafa
¡Cuántos caminos! Es un universo de personajes, lugares, acciones que se van cruzando... y hasta el olor del humos llega hasta mí. La luz que entra por la puerta que estás abriendo en este nuevo inicio es maravillosa y puedes -también los gemelos- contar con mi presencia. Nada será fácil pero veo una larga, compleja y fecunda historia. Contigo.
ResponderEliminarMe tienes con el corazón en un puño, acudo a magas, a dioses, temo por mis niños que ya no lo son tanto.
ResponderEliminarEn estos lugares me siento como si los viera y los viviera, los viví hace tanto.
Besitos inquietos.
Ya esta toda la trama en pleno apogeo: esa preocupación de los padres por el destino de sus hijos, que no lo ven claro: muy importante el tema del destino inexorable en el mundo clásico. A mi también me ha impactado la escena de la cueva, Isabel. Esperaremos acontecimientos. Abrazos.
ResponderEliminarPensar en que los gemelos puedan ir a Alba Longa me pone los pelos de punta. El rey malvado está allí...y Acca lo sabe.
ResponderEliminarNo me extraña su preocupación, igual que la que nos dejas a nosotros!
:)
Un besito
Ya empezamos a sufrir por esos chicos, y esto acaba de comenzar. Yo también temo que aguardan grandes peligros y terribles enemigos.
ResponderEliminarFeliz día, madame
Bisous
La escena en la cueva tiene una gran fuerza, Isabel. Se sienten los nubarrones de tormenta y la preocupación de la madre, como si fuese propia.
ResponderEliminarAbrazos
Nos metes de lleno, Isabel, sin esfuerzo.
ResponderEliminarVeo la cueva, el bosque, la famosa escalera. siento el frío de la noche o el calor de las escudillas.
Huelo la intriga, el peligro.
Sigamos, es un placer.
Besos y besos
Querida, ¡qué nivel!, como siempre me transporta a Roma y me veo entre los hermanos, aunque sea trasquilando ovejas. Me gusta.
ResponderEliminarBesos
Salud y República
Ay cayetano, qué puesto estás en tu papel de padre... Es comprensible, sí, pero a veces los padres también se equivocan. Besazos.
ResponderEliminarSaludos, aarón, creo que los sentimientos y las pasiones, aunque cambien en su aspecto o en su manera de ser expresadas, son las mismas a través de los siglos. Eso es lo que nos hace reconocerlas/nos. Besazos.
Hola freia, es casi inevitable que nos preocupemos por nuestros gemelos, y sus allegados aún más, pues todo lo que es oscuro reclama luz y esa luz traerá consigo otras obligaciones y peligros. Ay. Besazos.
ResponderEliminarSaludos, maria luisa arnaiz, desde luego las semillas de adormidera señalan un peligro y no pequeño. Ojalá Elia haya acertado al alertar a Acca. Besitos.
Hola Bertha, creo que Quinto es persona de mucho seso y entendimiento. Seguir su consejo sería lo mejor... Besotes.
ResponderEliminarHola isabel martínez barquero, las madres siempre somos temerosas y nos cuesta aceptar que los hijos han de enfrentar sus propios problemas. Pero ay, a estos gemelos los queremos mucho y sabemos cuáles son las amenazas. Besos y hasta muy pronto, querida amiga.
Hola noris marcia, muchas gracias por tus palabras. Creo que compartimos muchas emociones con las mujeres que nos precedieron, conectamos bien con ellas. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, dhyego. Un besazo.
Saludos, dolors jimeno, eso de dosificar la intriga es a veces dificultoso. Pero me gusta hacerlo, sí. Besos.
El enemigo anda agazapado cual lobo detrás de cualquier matorral del bosque. espero que Rómulo y Remo sepan detectarlo a tiempo.
ResponderEliminarUn beso
Hola Rafa, gracias por tus ánimos. Esperemos seguir acertando. Besos.
ResponderEliminarSaludos hyperion, padre Jano, tú sacaste del caos el universo y eres el único en conocer el pasado y el porvenir. Y, puedes, además, respirarlo, pisarlo, evocarlo cada día desde tu propio templo y desde tu amor por Roma. ¡Ay, cuánto debemos a estos gemelos! Besos, querido amigo.
Hola natalia tarraco, madre preocupada y generosa, mujer intuitiva, libre, capaz de todo por su prole. No tendrás paz, al menos de momento, pues tu instinto no te falla. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarHola paco hidalgo, desde luego el destino se cumplirá, pero como ya vimos con la historia de la Vestal de Alba Longa, nadie sabe exactamente cómo va a ser cumplido. Yo también me estoy mordiendo las uñas. Besazos.
Hola áfrica, Alba Longa está muy lejos, los problemas están aquí, en el Aventino y el Palatino, en el amor y en la enemistad, en el enfado, en la venganza. Para nuestros gemelos nada hay más allá de las riberas del padre Tíber. Besazos.
ResponderEliminarHola la dame masquée, usted bien sabe que el destino se cumplirá aunque ignore por completo cómo y cuando. Pero vaya si lo sabe... Beso su mano.
Hola xibelius jarr, si Acca Larentia no hubiera vivido tantos años y no conociera el mundo, seguramente no tendría miedo. Pero algo intuye, es evidente, y sabe en lo más profundo de su corazón que no podrá retener a sus hijos. Besos.
ResponderEliminarHola virgi, gracias por acompañarnos en la cueva y en esos parajes maravillosos, solitarios y rústicos. Hasta en el lugar más inesperado surge la sorpresa. Besazos.
Hola rgalmazán, no te veo yo trasquilando ovejas, que tú eres el rey Amulio y esas labores no te van. Lo tuyo es el poder y, si acaso, la intriga. El curro para los demás. Besazos, majestad.
Hola carmenBéjar, no sé, estos muchachos están tan ocupados en sus asuntos amorosos y "guerreros" que no sé si se darán cuenta de ese lobo agazapado... Bueno, ellos mismos son un poco lobunos. Besazos.
ResponderEliminarQuerida Isabel, espléndida esa escena de adivinación; los dioses avisan de un turbio futuro, pero los muchachos, llevados por la fuerza de su juventud, se arriesgarán a todo. Lógica, pues, la preocupación de la madre por sus hijos. ¡ Qué Jano les sea favorable!
ResponderEliminarSigo expectante los próximos acontecimientos.
mil biquiños, cara.
Termino de leer la última entrega y la atmósfera está perfecta, querida Isabel. Problemas para los jóvenes, me temo.
ResponderEliminarVeremos... Besotes
Ocurre que cuando se avecina la presencia de Amulio, todos queremos proteger a los niños, ya lo salvó Acca Larentia y recurre a Elia en esta maravillosa escena de videncia. Pero regresa con mayor pesar del que traía, esas palabras nos dejan traspasados de angustia, la del destino que ha de ser cumplido. Volvemos nuestras voces al viejo Jano, aunque el recuerdo de Rea Silvia aún nos atormenta.
ResponderEliminarA ver qué nos cuenta Urco, que nos importa y mucho.
Ay, pero qué bonito, querida. Un abrazo, Isabelita, guapa.
Sí que han crecido rápido estos niños. Al fin me he puesto al día para seguir las aventuras que les depara tu fina pluma.
ResponderEliminarAbrazos.
Hola, profedegriego, no es difícil comprender a esa madre, sobre todo si pensamos que ella sabe más de lo que dice... Besazos.
ResponderEliminarHola maria antonia moreno, sí se olfatean problemas para los muchachos. ¡Ay la juventud! ¡Ay el hado...! Besos, querida amiga.
Hola elena clásica, tenemos un instinto protector muy fuerte, claro que lo hemos practicado a fondo con Rea Silvia y nos sentimos muy, muy implicados en el devenir de cuantas personas tienen que ver con ella. Veremos, sí, qué dice Urbano Lacio y cuándo lo dice. Besos, querida amiga.
ResponderEliminarSaludos, isabel. Los niños crecen a mucha velocidad, casi un soplo. Cuando queremos darnos cuenta son ya unos adolescentes. Una etapa difícil... Besotes, guapa.
Ya se van viendo más personajes y conociendo un poco más a algunos. Com siempre: enganchas querida Isabel.
ResponderEliminarBesitos