Del norte llegaron negras
nubes cuyo reflejo en el agua oscurecía la turbia faz del padre Tíber. Si ya
durante el último mes del año el público se retiraba pronto, la aparición de
los nubarrones con su amenaza de lluvia había anticipado la marcha y poco
después del mediodía no quedaban muchas personas ni animales en la explanada
junto al río. Remo y los Fabios merodeaban por los alrededores del bosque de
mirto esperando el momento oportuno para robar las ovejas de Caius. Esperaban a
que oscureciera más, pues para entonces todos lo pastores del Septimontium se
habrían marchado. No querían recibir su ayuda, porque así el triunfo sería
únicamente suyo, sin necesidad de compartirlo con otros, ni siquiera con los
Quintili, a quienes no habían comunicado nada acerca de sus planes. Fingiendo
disputar carreras y lanzando al aire sus bastones pasaban la tarde.
Por fin un
manto de sombras cayó sobre las casi desiertas riberas del Tíber. Caius, el
mayoral de los rebaños de Númitor, consideró llegado el momento de resarcirse
de las ofensas sufridas en los últimos días. Rodeado por catorce o quince de
sus pastores, se mantenía oculto en el camino de las salinas. Había apostado a
algunos de sus hombres en el valle con las ovejas como señuelo, pero al resto
les había ordenado dejar a buen recaudo los rebaños y estar listos para seguir
sus órdenes.
- Escuchad
- les dijo agrupándolos a su alrededor -. Esos muchachos del Palatino han
traspasado el límite del valle tantas veces como les ha venido en gana, sin el
menor respeto por los antiguos acuerdos de separación. Ya habéis visto al rubio
fornido burlarse en nuestra propia cara exhibiéndose por todo el mercado con la
piel de un cordero que él mismo nos robó. ¿Lo vamos consentir?
- ¡No! -
gritaron todos, golpeándose repetidamente las palmas de las manos con sus
propios cayados.
- ¡Les
daremos un escarmiento! - dijo enardecido Caius -. Ahora están entretenidos
observando las ovejas, quizá tengan planes de robarnos alguna. Pues bien, que
las miren cuanto quieran. Entretanto, vosotros les destruiréis sus refugios
junto a la cueva de Fauno. ¡Les vendrá muy bien pasarse la noche al raso para
enfriar sus ganas de saquear rebaños ajenos!
- ¿Sólo
eso? - preguntó uno con cierta desilusión en la voz.
- Eso será
lo primero. Luego les daréis una lección sobre el uso de los cayados. Como no
esperarán un ataque desde el Palatino, los sorprenderemos por la espalda. Y
justo en ese momento lanzaremos un asalto desde aquí. Los tendremos rodeados.
¡A ver si entonces gallean tanto como ahora!
Aprobaron
esos planes los pastores con gritos de júbilo. Caius designó a ocho de ellos
para ir al Palatino y el resto se ocultó entre el Ara Máxima de Hércules y el
camino de las salinas. Él mismo permaneció en aquel lugar alto acompañado de
tres hombres.
Después de una jornada en
soledad cazando liebres por las laderas del Palatino, Rómulo subió hasta la
cumbre y dejó dos de las piezas ante el umbral de su madre. Golpeó suavemente
la puerta como solía y comenzó a bajar por la escalera de Caco. El cielo
amenazaba lluvia y el ambiente, opresivo, se había cargado de humedad. Estaba
cerca del punto donde debía salirse de la escalera para ir a su refugio, cuando
oyó unos susurros extraños. Se agazapó para no ser visto y permaneció quieto.
Parecían varios hombres y, aunque no lograba entender sus palabras, por su
sigilo dedujo que sus intenciones no eran pacíficas. Asomó la cabeza por entre
las rocas y los vio: eran ocho y se deslizaban agachados hacia los refugios.
Estaban ya a pocos pasos del suyo. Se trataba de un asalto, sin duda. Y pensó
deprisa.
Lanzó una
piedra contra la cabeza del último de ellos y le dio de lleno. El alarido que
profirió el hombre hizo detenerse a sus compañeros y volverse para mirar atrás
a tiempo de verlo desplomarse sobre el suelo. Aprovechó Rómulo ese instante de
desconcierto y, dando un gran salto, cayó sobre la senda con las piernas
flexionadas y en posición de ataque y les cortó la retirada mientras acompañaba
esta acción con un grito agudo. Dos de los hombres se revolvieron hacia él para
encararlo, en tanto los otros cinco se apresuraban a avanzar por el camino. Los
Quintili estaban dentro de su refugio y al oír los gritos salieron a la
carrera. Aun debieron volver a entrar para coger sus bastones. Cuando salieron,
algunos de esos hombres alcanzaban el refugio de Remo y comenzaban a golpear
sus muros de adobe con la empuñadura de sus cayados, mientras otros dos
trataban de arrancar de la suya los haces de paja de la techumbre. Rómulo, en
el camino, se enfrentaba a dos pastores avezados en la lucha a juzgar por cómo
manejaban sus bastones.
El griterío junto a la cueva
de Fauno pronto llegó hasta el valle. Bruto Fabio fue el primero de su grupo en
oírlo, pero reconoció las voces de los Quintili y se desentendió. Justo en ese
momento veían solos a dos pastores del Aventino con un hato de ovejas. Se
hallaban conversando junto a unos matorrales al otro lado del límite prohibido,
despreocupados del tiempo y de cuanto ocurriese a su alrededor. Remo consideró
que era una buena ocasión para lanzarse contra ellos. A un grito suyo,
corrieron los tres a la vez en dirección a los pastores. Éstos levantaron sus
cayados y casi enseguida aparecieron a su lado tres o cuatro hombres más,
armados con fuertes garrotes. El choque fue brutal: los golpes llovían por
todas partes, gritos, aullidos, jadeos, maldiciones. Aun siendo cinco o seis
hombres maduros contra los jóvenes, éstos no se arredraban: eran superiores en
rapidez y resistencia, aun cuando los otros contaran con más práctica en peleas
de ese jaez.
Las gotas de lluvia
empezaron a caer sobre los contendientes. Primero débiles, luego ganaron fuerza
e intensidad y pronto estaban todos calados hasta los huesos. Algunos pastores
rezagados, en su mayoría habitantes del Palatino, al percatarse de la pelea se
unieron a Remo y los Fabios. Esto redobló el furor de los muchachos, pues aún
deseaban más singularizarse por su coraje. De pronto, uno de los pastores del
Aventino, quizá al tropezar con una piedra, o por torcerse un pie o por
cualquier otra causa cayó al suelo. Remo se hallaba muy cerca de él e
instintivamente alzó el bastón con todas sus fuerzas y lo descargó sobre la
cabeza del infeliz. El golpe produjo un crujido espantoso, el hombre aulló,
pero Remo siguió golpeándolo hasta que otro enemigo reclamó su atención.
No menos encarnizada era la
lucha en la pendiente del Palatino. La protección de los dos refugios obligaba
a todos los combatientes a dividir sus fuerzas y así, mientras un joven luchaba
cuerpo a cuerpo contra un atacante, el otro secuaz aprovechaba para romper las
paredes de la choza. Finalmente Rómulo, quien se enfrentaba a dos de ellos en
la senda entre la cueva de Fauno y su refugio, justo al lado de donde se
levanta la higuera ruminal, acertó a invertir su cayado y utilizó la
parte curva de la empuñadura para agarrar con ella el tobillo de un enemigo y,
de un fuerte tirón, hacerlo perder el equilibrio. Cayó el hombre de espaldas y
se golpeó la cabeza en el tronco de una encina. Casi con el mismo impulso
descargó la empuñadura contra el rostro del otro, rompiéndole la mandíbula y
así, en un instante se había deshecho de los dos.
Corrió
entonces a socorrer a Publio y llamó también en su ayuda a Gordio ocupado en
defender el refugio de Remo. Se invirtió entonces la proporción: eran tres
jóvenes contra dos atacantes y no les fue difícil rodearlos y molerlos a palos.
Entretanto, quienes destrozaban la choza de Remo, tras haber hundido el tejado
y roto parte de las paredes, daban por concluida su tarea y se lanzaban hacia
el valle colina abajo.
Rómulo y
los Quintili se detuvieron un instante para recuperar la respiración. Cinco
hombres yacían caídos por el suelo con roturas y heridas diversas. Los más
cercanos gritaban y se lamentaban salvo uno: la posición de la cabeza del que
se había golpeado con la encina hacía comprender que jamás volvería a quejarse.
Tampoco se movía el primer caído por la pedrada de Rómulo. Tendieron entonces
la mirada sobre el valle: a través del manto de lluvia se apreciaba, de manera
borrosa, una masa móvil más allá del Ara Máxima de Hércules, muy cerca del
Aventino.
Pero ¿qué hacen? – exclamó alarmado
Rómulo –. ¡Vayamos allá!
En el valle de Murcia los
hombres de Caius cedían terreno. Remo, los Fabios y el resto de pastores del
Palatino que se habían sumado a la lucha, enardecidos ante una posible
victoria, los empujaban cada vez más hacia los pies del Aventino. Se escuchaban
aullidos confusos pues, con la lluvia, el fragor del río había aumentado y la
visibilidad era menor.
- ¡Volved,
volved! – gritaba Rómulo mientras corría hacia ellos seguido por sus amigos.
Pero quienes estaban luchando o bien no lo oían o no comprendían su intención.
Alcanzaron por fin a los combatientes.
- ¡Atrás!
– gritaban también los Quintili, mientras se enzarzaban en el combate
secundando a Rómulo. Éste último consiguió ponerse al lado de su hermano Remo
quien resoplaba muy agitado sin dejar de blandir su bastón.
- ¡Es
preciso retroceder! Esto es una trampa, Remo – le gritó entre un golpe y otro.
- ¿Cuándo
dejarás de ser un cobarde? – le espetó aquel, sin dejar de pelear.
Desistió
Rómulo de convencer a su hermano, pero sintió su pecho inflamado de ira. Se
movió para ponerse al lado de otros pastores palatinos y les pidió a gritos que
se dejaran dirigir por él. Esos hombres, aunque rudos y contagiados por el
calor de la pelea, lo obedecieron instintivamente. Así se puso Rómulo en cabeza
del pequeño grupo más próximo al río y, poco a poco, sin dejar de combatir,
fueron retrocediendo mientras los hombres de Caius gritaban de júbilo.
Avanzaban
Remo y los suyos hacia el Aventino mientras Rómulo y sus seguidores se
replegaban hacia el Palatino con un buen número de pastores de Caius
empujándolos. Así logró Rómulo meterlos en un terreno para ellos menos
conocido: en torno al estanque había muchos charcos fangosos, algunos de cierta
profundidad, donde los hombres del Aventino se metieron hasta más arriba de las
rodillas. Se vieron así entorpecidos tanto para avanzar como para retroceder, y
apenas podían defenderse de los muchos golpes que les infligían los pastores
comandados por Rómulo. Éste golpeaba con tanta fuerza y rabia que Gordio trató
de contenerlo.
- Sólo
estamos peleando, Rómulo. Esto no en una guerra. ¡Detente, por favor!
Pero en la
cabeza del muchacho resonaba el insulto de su hermano, la cólera contenida
hasta entonces contra sí mismo, su empeño por demostrar que no temía a los
hombres de Caius. Todos esos sentimientos impulsaban su brazo y escapaban al
control de su voluntad. Así siguió golpeando y golpeando. Por fin los hombres
de Caius, hundidos en el légamo, agotados, sin fuerzas ya para empuñar sus
armas, arrojaron los garrotes a las charcas en señal de rendición.
Los
compañeros de Rómulo alzaron los brazos y agitaron sus armas mientras lo
aclamaban. Saltaban de alegría y lanzaban gritos guturales, mas el joven no les
permitió continuar: señaló con su mano derecha hacia el Aventino. Hacia allí se
precipitaron y llegaron a tiempo, pues el propio Caius y varios pastores,
aprovechando la posición dominante de la falda de la colina, habían salido de
donde estaban ocultos y atacaban a Remo y los suyos desde lo alto, mientras los
demás contendientes los rodearon por detrás y los hostigaban por la espalda.
La llegada
de estos refuerzos rompió el cerco. Envalentonados por la reciente victoria en
las charcas, los hombres de Rómulo se habían crecido, golpeaban a diestro y
siniestro sin desfallecer e hicieron tanto daño que, finalmente, Caius ordenó a
los suyos retirarse.
Había cesado la
tormenta y Luna brilló en el cielo. Empapados en lluvia y sudor, cubiertos de
golpes y de magulladuras, los músculos agarrotados por el agotamiento y el frío
y los bastones apoyados en el hombro, con los ánimos jubilosos y cantando su
victoria a voz en grito, así hubiéramos visto caminar hacia la ladera del
Palatino a aquellos jóvenes pastores exultantes de juventud y de fuerza. Antes
de llegar al bosque de mirto el grupo se dividió: siguieron unos hacia los
refugios; otros se dirigieron a las orillas del Tíber. Atravesó la negra noche
el aullido del lobo y cantó una lechuza. Luna, conocedora de cuán efímeras son
las victorias, se cubrió el rostro.
Plano de los combates. El área central es, como sabéis, el valle de Murcia. Pinchando se hace más grande.
NOTA: Éste ha sido el capítulo 11 de la historia de
Remo y Rómulo. La higuera ruminal se
hallaba al lado de la cueva Luperca, lugar consagrado a Fauno y que venimos llamando “cueva de Fauno”. El
nombre de la higuera está relacionado con la diosa Rumina, que se ocupaba de que se amamantaran bien los recién
nacidos, humanos y animales.
Algunas de las imágenes (la mano, la cabeza de bronce) son de Natalia Tarraco. ¡Gracias, Natalí!
Algunas de las imágenes (la mano, la cabeza de bronce) son de Natalia Tarraco. ¡Gracias, Natalí!
NOTA 2: Aquí está el booktrailer de un libro en el
que participo “Una maleta llena de relatos.
Enhorabuena, Isabel, todo te está saliendo como mereces.
ResponderEliminarNo defraudas nunca. Preciosa iconografía.
ResponderEliminarGracias, mariajesusparadela, no sé si te refieres a la historia de los gemelos... Besazos.
ResponderEliminarHola lales, me alegra que te haya gustado este capítulo (deduzco). El tema de los combates y peleas me impone un poco, no es lo mío... Besazos.
ResponderEliminarIba a preguntarte por lo de la higuera pero ya
ResponderEliminarme has contestado.
Estos chicos ya están representando lo que el futuro les deparará: una lucha continua oara conseguir lo que desean.
Me asombras. No sabes cuánto.
Abrazarte un rato es poco.
La que se ha liado ha sido buena. Y es que estos gemelos, sobre todo Remo, me han salido algo gallitos.
ResponderEliminarEso booktrailer es precioso. Y no veas cómo me alegro de que estés en otra antología de relatos. Ojalá siga la racha, querida Isabel.
Un beso.
Haces que veamos la pelea en tres dimensione, Isabel.
ResponderEliminarVale.
Y enhorabuena por la maleta...
Bueno, equiparando fuerzas los muchachos y se han cargado unos pastores, las cosas no estan nada faciles por lo visto.
ResponderEliminarEstupenda descripción de la pelea, no desmerece en absoluto de otras batallas, aún en su menor cuantía, se ve como se desarrolla en toda su extensión. ¡Muy bien!
ResponderEliminarY pienso que esto tendrá graves consecuencias. espero mas con ansiedad. Besos
Rafa
La lechuza lo sabe, las victorias son efímeras, pero a los muchachos esta primera les sabe a gloria.
ResponderEliminarCuando se desata la violencia es más imparable que el padre Tiber, tiemblo, temo, me preocupo y espero atenta nuevos sucesos.
Hermosas imágenes amiga. Besitos muchos.
Vaya pedazos de bestias y cómo reparten caña a diestro y siniestro. Más que una trifulca parece una batalla en toda por el grado de ensañamiento de alguno y los "efectos colaterales".
ResponderEliminarUn saludo.
Una, para aprender y, otra para que no se les olvide...que trifulca y eso que era solo darles un escarmiento ; uno salió malparado el poverello.
ResponderEliminarUn abrazo Isabel.
Como sempre espetacular, Isabel querida...
ResponderEliminarAhora, porqué los chicos tienem en las estatuas pintinhos siempre tan chiquititos? :)
Maravillosas imágenes y palabras. Sigo oyendo el aullido del lobo y el canto de la luchuza en esta Roma de lluvia y luchas, como en los orígenes. Gracias por traernos, con las aguas del padre Tíber, otro tiempo para entender nuestro tiempo.
ResponderEliminarComo decimos para indicar un gran lío: ¡vaya escándalo que se ha liao!
ResponderEliminarBueno, no es tan complejo pero sí son un poco díscolos algunos personajes.
El vídeo es muy bueno y me encanta que te encuentres entre los recomendados en primer lugar. En poco tiempo la maleta será de todas tus obras. Enhorabuena.
Un fuerte abrazo, querida Isabel.
Amiga del alma, tu pilla imágenes mías tanto como quieras, es un honor y una alegría que figuren en tus textos.
ResponderEliminarNi hablar más de eso, figuran en el banco de imágenes de Google y yo con estos pelos, lo he visto varias veces y me he sorprendido sin sorprenderme para nada.
Por cierto, seguro que la foto del magnífico relieve antes de la mano, la captaste tú ¿representa a Aquiles y Patroclo?
Besitos feliz abuelita a disfrutar todo lo que puedas de las criaturas.
Besitos a ellas y a ti.
Vaya con estos hermanitos peleones. Son bravos. Me quedo con Rómulo, es más cerebral y menos pendenciero. Aunque ambos tengan ganas de luchar, está claro que es lo que se llevaba.
ResponderEliminarMuy bueno el booktrailer. Me ha gustado, lástima que Valencia me pille lejos.
Besos
Salud y República
Hola virgi, comparto tu opinión de que estos sucesos ponen de relieve que nada les vino regalado a los gemelos. Lo que quisieran lo habrían de conquistar. Besazos.
ResponderEliminarSaludos, isabel martínez barquero, la han liado buena, sí. Veremos... En cuanto al libro de relatos, es una experiencia como la de "Relatos a fuego lento" y creo que resultará muy bien. Todo es alegría. Besazos.
Hola dyhego, si la has visto en tres dimensiones, me quedo más tranquila. No me siento yo muy segura en esos terrenos... El booktrailer de la maleta está estupendo ¿verdad? y el contenido estará a la altura, te lo aseguro. Besazos.
ResponderEliminarHola alejandra sotelo faderland, los muchachos miden fuerzas, desde luego, y se lo toman muy a pecho y sin medida, como suele ocurrir en la juventud. Besazos, guapa.
Hola anónimo rafa, también yo me temo que esto tenga sus consecuencias, porque es inevitable. No sabemos a dónde nos llevará. Besazos.
ResponderEliminarHola natalia tarraco, los animales saben y también transmiten. Se hacen sentir y llevan los mensajes de los dioses. ¡Que no falten la lechuza ni el lobo al lado de los gemelos! De las imágenes hay por lo menos dos tuyas (la de la mano y la cabeza de bronce y no recuerdo si alguna más). Gracias por dejarme copiarlas en su día. Besazos.
Ja, ja, cayetano, no te hagas ahora el despistado, ¿eh?, que tú también has tenido mucho que ver. ¡Menuda le has preparado a tu odiado Remo! Otra cosa es que no te haya salido como esperabas, pero los tuyos también han repartido leña... Besazos.
ResponderEliminarSaludos, bertha, a veces los escarmientos se llevan demasiado lejos. No hay proporción entre la ofensa y la respuesta. Éste es uno de esos casos, desde luego. Besazos.
Ja, ja, hesserre, te aseguro que no elijo las esculturas por el tamaño de los pintinhos. ¿Podríamos decir que los escultores copian del natural? Ja, ja. Besazos.
ResponderEliminarHola hyperion, a veces se diría que los conflictos permanecen a lo largo de los siglos sin resolver, sólo cambiando de apariencia. En esta época nuestra el canto de la sabia lechuza, queda bastante sofocado por el aullido del lobo, cada vez más feroz y despiadado con sus víctimas. ¿No necesitaríamos un nuevo Rómulo? Besos, querido amigo.
Hola antonio campillo, sí la han armado buena: la inconsciencia de la juventud y la ceguera, a veces, de los adultos que no saben cómo manejar algunas situaciones. Creo que lo que trae esa maleta puede gustar a mucha gente. Besazos.
ResponderEliminarHola natalia tarraco, las fotos tuyas no las he sacado del banco de google, sino que en su momento (hace ya mucho) las colgaste en tu blog y me diste permiso para guardármelas. De hecho, las tengo en una carpeta con varias fotos tuyas. Lo malo es que, con las prisas, se me olvidó decir que esas eran tuyas. Me gusta decirlo, por gratitud. En fin, ya está arreglado. En cuanto a esa otra foto, la saqué de wikipedia y creo que está en el Museo del Louvre. Son de las imágenes libres de derechos. No recuerdo que se le diera nombre por los personajes, sino por la pertenencia, así que no te puedo ayudar. Besazos y gracias.
Hola rgalmazán, son peleones, sí, y más cerebral Rómulo. Ya veremos qué otras sorpresas nos deparan estos muchachos.
ResponderEliminarEn cuanto a "Una maleta llena de relatos", lo presentaremos en Valencia el 10 de abril. Tampién sacamos una edición en Amazon, para quienes les guste el libro electrónico. Besazos.
La que han montao, jamía! ÔÔ
ResponderEliminarA estacazo limpio!
Pero no quiero ni pensar en las consecuencias...ayy...
Sigo pensando que Rómulo es la cabeza pensante y Remo el impulso.
Pero qué ternura me ha vuelto a provocar esa entrega de piezas de Rómulo en la puerta de su madre. Me conmueve. Más que la batalla.
Un beso
Pensé que los gemelos eran capaces de cualquier cosa y que Marte les habría dado la fuerza necesaria para ser diestros en el combate, pero la trifulca con los pastores no es, además de una batalla en toda regla, un conflicto épico entre guerreros. Si acaso un enfrentamiento local por la lucha por un territorio, por un rebaño, por un malentendido. La lucha no va a traer nada bueno, me temo.
ResponderEliminarMe alegro que estés entre las elegidas, Isabel. Te mereces eso y mucho más.
Un beso
Madame, qué broche de oro al capítulo la última frase de hoy!
ResponderEliminarUn capítulo trepidante. Tengo el cuerpo molido de meterme en la refriega, entre tantos golpes!
Enhorabuena por ese nuevo relato con el que participa en el libro.
Feliz fin de semana
Bisous
Hola áfrica, es que tú eres muy madraza... Ja, ja. La han montado buena, sí. Menudos son. Besazos.
ResponderEliminarHola carmenBéjar, tienes mucha razón, no es un combate épico sino, como bien dices, un riña de hombres para hacerse con el territorio o resolver conflictos. Con todo, ¡así debieron empezar tantas guerras! El uso de la espada es lo que les hace parece más épicas, pero mucho me temo que las guerras son todas por los mismos motivos: económicos y de poder. Veremos, veremos qué pasa aquí. Besazos.
Ja, ja, la dame masquée, espero que los golpes no hayan dejado huella en su piel de nácar. Es que estos muchachos son muy brutos. Beso su mano.
ResponderEliminarMe ha gustado especialmente la elección del "momento meterológico": esa tormenta que es un reflejo de la batalla, quien sabe si, ademas, enardecedora de los ánimos ya de por sí afilados.
ResponderEliminarUn abrazo, Isabel.
Es cierto, una entrada de hace...uf. Para ti de corazón amiga, no hace falta repetirlo, una alegría que estén en este blog mágico, romano y bello.
ResponderEliminarYo también echo mano de los fondos, lógico.
Besitos asins de grandes.
Hola xibeliuss jar, como muy bien intuyes, el tiempo atmosférico también se tiene en cuenta... Ja, ja, no se te escapa una. Besazos.
ResponderEliminarHola anónima Ysa, tu entusiasmo me fascina y me sorprende. Pues sí, los meses eran diez entonces, pero claro, tenían muchos problemas. Un abrazo.
Hace mucho tiempo de aquel post, sí. Pero me gusta guardar aquellas cosas que me interesan, ya sabes... Besazos.
ResponderEliminarMenuda pelea, menos mal que ha salido bien, aunque no sé, quizás tendrá consecuencias.
ResponderEliminarY simpático el booktrailer. Me alegra ver nombres conocidos en ese libro.
Besitos
Pues no será lo tuyo, Isabel, como contestas más arriba, escribir sobre batallas y peleas, però a mi me ha recordado la narración de las batallas clásicas de la historia. Ha sido una entrada magnífica. Continuo fascinada por cómo te mueves entre las colinas.
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