Al igual que
Hércules se purificó en las aguas del Tíber después del formidable combate
durante el cual mató al ladrón Caco, Rómulo y los Quintili, pese a ser ya de
noche, hicieron lo mismo sin esperar al día siguiente. Antes de llegar al
estanque se apartaron del grupo, desviándose hacia la izquierda, y atravesaron
las charcas donde se rompía y multiplicaba el brillo de Luna. Salvo los
apagados rumores de las aves, los roedores nocturnos y los gritos, lejanos ya,
de sus compañeros que seguían celebrando la victoria, el silencio era total en
el valle. Rozaban los matorrales a su paso, una leve brisa arrancaba música a
las cañas, algunos animales retrocedieron, asustados, al notar su presencia.
Cuando el susurro incansable del río aumentó de volumen y se volvió atronador
los muchachos se despojaron de las ropas empapadas y se sumergieron en las
gélidas aguas.
- Padre Tíber –
dijo Rómulo –. Hemos quitado la vida a dos hombres y herido a muchos más. Ha
sido una acción legítima, pues nosotros no los habíamos provocado sino que nos
hemos defendido de su ataque. Que no nos reclamen nada los espíritus de los
muertos ni nos exijan compensación sus familias. Llévate cuanto de impuro haya
en nuestros cuerpos y en nuestras armas y mañana libaremos un sacrificio en
honor tuyo.
Salieron
enseguida del agua, recogieron sus ropas húmedas y echaron a correr tan rápido
como las sombras lo permitieron hasta llegar al área de los refugios. Allí,
Remo y los Fabios, junto con otros pastores combatientes, habían prendido una
fogata y se hallaban sentados a su alrededor, muy exaltados. Recibieron a
Rómulo y los Quintili con muestras de alegría. Se abrazaron los gemelos y se
sentaron juntos. Cada uno elogió el valor del otro, las cualidades más sobresalientes,
las acciones notables. Hinchaban el pecho con orgullo: desde hacía años no se
producía una pelea de tal magnitud y habían salido victoriosos. Los del
Aventino no volverían a atacar, ni siquiera para vengarse en nombre de los
muertos, pues Caius y sus hombres habían quedado muy debilitados y la venganza
es patrimonio de los fuertes.
Por fin,
exhaustos, los pastores se retiraron a sus casas y los jóvenes decidieron
refugiarse en la cueva de Fauno para pasar la noche. Hicieron acopio de leña,
rescataron las pieles y los enseres de sus refugios maltrechos y se tumbaron a
descansar en aquel recinto sacro.
Cuando un año
atrás habían comenzado su periodo de iniciación, Remo había decidido separarse
de su hermano y formar con los Fabios su propio grupo. Hasta entonces los
gemelos habían crecido y compartido juntos todo: la vida diaria, los juegos, el
aprendizaje del pastoreo, los amigos, las correrías por los parajes del
entorno, su relación con los demás pastores. Sin embargo Remo, por su carácter
decidido y osado, un tanto irreflexivo, y su afán de ocupar siempre el primer
lugar, se consideraba casi un hombre. Temerario en sus acciones y capaz de
arrastrar a otros jóvenes con él, le molestaba llevar siempre tras sus talones
a Rómulo, a quien consideraba un peso, un estorbo, como ocurre a muchos
hermanos mayores. También su creciente interés por las muchachas había influido
en esto, pues le era necesario distinguirse para llamar su atención. Por ese
motivo los gemelos habían construido refugios diferentes, aunque muy próximos,
y procuraban pasar separados la mayor parte del día.
Había aceptado
Rómulo esa separación sin desearla, pues se sentía muy ligado a su hermano. A
nadie admiraba tanto como a él, a nadie ambicionaba parecerse tanto. La fuerza
de las circunstancias se había impuesto y, aun cuando él mismo no se diese
cuenta, le había favorecido. Separado de Remo, seguía sus propias
inclinaciones, actuaba al dictado de su instinto y afrontaba las dificultades
de una manera singular, alumbrado por la claridad de su mente.
Aquella noche,
por primera vez desde el comienzo de su iniciación, Remo y Rómulo se tendieron
el uno junto al otro, como antaño, acompañados por sus perros. Rómulo tardó en
dormirse. El haber matado a dos hombres le producía a la vez alegría y desazón,
mas este pensamiento lo apartaba enseguida. Prefería pensar que, pese a sus
temores, no había dudado en cruzar otra vez los límites del Aventino y pelear
duramente contra sus hombres. Y lo mejor de todo: por fin había recibido la
aprobación de Remo.
Se apagan ya los
rescoldos del fuego cuando Rómulo atrajo hacia sí el cesto del lobato, lo
colocó al lado de su cabeza y se durmió feliz, oyendo la respiración acompasada
de su hermano.
No había estado
menos agitado Remo al inicio de la noche. Volvía a verse en pleno combate,
reconstruía en su memoria los golpes propinados y algunos de los recibidos. Era
duro y había sabido tenerse firme, soportar las embestidas de los rivales y
devolvérselas duplicadas. ¡Pronto los habían hecho retroceder…! Su hermano,
como siempre, había empañado un poco esa conquista con su llamada a la
prudencia. Incluso había puesto en cuestión su propia autoridad llevándose
consigo a algunos pastores. Menos mal que había rectificado y regresado a las
faldas del Aventino para seguir peleando allí. Al final se había comportado
como un valiente.
El mejor momento
de todos había sido el ver la derrota y el miedo reflejados en el rostro de
Caius. Cuando había aparecido en el combate, con tres o cuatro hombres más,
hubiera dado cualquier cosa por enfrentarse directamente con él. Con cada
bastonazo le habría repetido que se casaría con Flora, que no dejaría de
golpearlo hasta obtener su aprobación o dejarlo muerto. Otros pastores se
interponían entre ellos y no había conseguido alcanzarlo. De todos modos, ahora
el mayoral de Númitor ya sabía por propia experiencia quién era el pretendiente
de su hija, le habría quedado claro que no encontraría en ningún sitio un
marido mejor para ella.
Pensó en la dulce
Flora, en cuán orgullosa estaría de él, porque sin duda se habría enterado ya
de sus hazañas. Teniéndola en su imaginación entre sus brazos, cubriendo su
cuello con besos ardientes, sintiendo su respiración agitada y el tierno
abandono de su cuerpo, se inflamaba su sangre. Mas al final pudo más el
cansancio que el fervor amoroso y se durmió.
Así como en una
balanza los dos platillos se equilibran para obtener la cantidad de sal o de
harina deseada, en las guerras y los combates cuanto más pesan el daño, la
destrucción y la muerte colocados en uno de los platillos, más altura alcanza
la Victoria. Por tal motivo esa diosa no acude nunca sola al campo de batalla,
sino que se hace acompañar siempre de Desolación y Muerte y es ella misma quien
las disemina entre las personas, los animales, las cosechas, las ciudades. Mas
rara vez, tras coronar las frentes de sus elegidos con el laurel del triunfo,
deja Victoria paz o armonía a su paso. Cuando los surcos se riegan con sangre,
el resentimiento, el odio y el deseo de venganza son los frutos que tarde o
temprano se recogen.
La alegría en las
laderas del Palatino había tenido su cara opuesta en el Aventino. Cuatro
hombres habían perdido la vida; muchos otros estaban heridos, algunos quedarían
para siempre lisiados. Concluido el funesto combate los pastores se habían
cobijado en la casa de Caius. Su mujer y su hija apenas daban abasto para lavar
y desinfectar las heridas, confeccionar emplastos y tisanas, hacerles entrar en
calor, confortarlos. Flora no abría la boca, pero sus ojos estaban colmados de
lágrimas que a duras penas lograba refrenar. Oía quejarse a los heridos,
lamentarse de la fuerza descomunal de aquellos jóvenes.
- El rubio
fornido es fuerte y testarudo como un buey y hiere como sus cuernos - decía
uno.
- ¡Se diría que
el dios Silvano lo arrastró a los bosques al nacer! Es muy peligroso - añadía
otro -. No merece vivir entre humanos.
Flora recibía
tantas heridas en su corazón como las que estaba curando a los pastores. No se
atrevía a mirar de frente a su padre y andaba de un lado a otro sin levantar la
vista del suelo y no solo por evitar pisar a los maltrechos pastores, sino por
miedo a leer su culpa en los ojos de su padre o de su madre. Le temblaban las
manos.
Caius callaba
sentado junto al umbral de la puerta, aturdido y confuso. No alcanzaba a
comprender cómo había ocurrido todo esto. Su plan solo pretendía dar una
lección a los muchachos del Palatino, asustarlos para que comprendiesen la
necesidad de respetar las reglas. Destrozarles sus refugios e intercambiar con
ellos algunos garrotazos debía haber sido suficiente. Y sin embargo, esa acción
había derivado en una pelea brutal con graves daños para sus hombres. Tratando
de preservar los rebaños de su amo Númitor de las agresiones de aquellos
muchachuelos, se encontraba con un daño mucho mayor.
Repasaba una y
otra vez los hechos para narrárselos a su amo y cada vez encontraba mayores
motivos para la indignación. Los hijos de Fáustulo no respetaban el límite
entre el Aventino y el Palatino; le habían robado y matado una oveja; se habían
atrevido a ir hasta su propia cabaña después de asaltar los depósitos de sal y
ese mismo día se disponían a robarle más ganado. Él se había limitado a mandar
a unos pastores a dañarles los refugios para escarmentarlos, nada más. Y ellos
habían reaccionado como bestias salvajes, atacando con una furia nunca vista y
matando hombres. Eran lobos o peor que los lobos pues ni siquiera habían
alcanzado aún la edad adulta. Cuanto más pensaba en ello, tanto más profunda
era su humillación y más crecía su deseo de castigarlos.
A su lado, sin
pronunciar una palabra, se hallaba el anciano Quinto. Había presenciado la
pelea desde la cima del Aventino y, viendo su gravedad, había descendido hasta
la casa del mayoral para acompañarlo en esos momentos de tribulación. Sentado
junto a Caius miraba el suelo, mas no le pasaba desapercibido su estado de
ánimo. Finalmente le puso una mano en el hombro.
- Habla con
Fáustulo y arreglad este asunto amigablemente.
- Con cuatro
hombres muertos ¿qué clase de arreglo cabe? – respondió Caius, muy enfadado.
- Si los reyes
acuerdan la paz entre sus pueblos tras haber librado guerras que matan a
cientos de hombres ¿no han de hacer las paces dos pastores?
No respondió
Caius, pero tenía los labios apretados y en sus ojos crecía la cólera. Con el
avance de la noche se aplacaban las quejas y lamentos de los heridos, rendidos
por el cansancio o aliviado su dolor por los cuidados de las mujeres. Pero ese
silencio era tanto o más difícil de soportar que los gritos y las imprecaciones
anteriores.
- Los matrimonios
suelen arreglar muchos desencuentros – dijo Quinto cuando ya clareaba el
horizonte.
- A las bestias
se las caza, no se las casa.
- He visto
perderse a hombres cegados por la cólera, Caius.
- No estoy ciego,
Quinto. Mira, ¿ves? – dijo mostrándole una mano a la luz del alba que entraba
por el ventanuco – Tengo aquí cinco dedos. Y por cada uno de ellos te digo
esto: esos muchachos se acordarán de mí el resto de sus vidas. Y auguro que
serán breves.
NOTA: Éste es el capítulo 12 de la historia de Remo y Rómulo. Espero que os siga interesando...
*Las fotos son mías excepto la del paisaje y la de Remo soñando con Flora, que están sacadas de internet.
Quien siembra viento recoge tempestades.
ResponderEliminarNo creo que sea muy inteligente enemistarse de esa manera con quien puede ser su futuro suegro.
Un saludo.
Ja, ja, cayetano, creo que ese yerno, tal como va de carácter, no te conviene. Tampoco tú has andado muy fino... En fin, vermos cómo evolucionan los acontecimientos. Besazos.
ResponderEliminar¡Uy, uy1 esa última frase no anuncia nada bueno, no... Veremos como sigue esto.
ResponderEliminarBesitos
Ja, ja, elysa, es que Remo se las trae... ¡Querer convencer al suegro a garrotazos...! Besos.
ResponderEliminarMal viraje esta tomando esta historia: cuatro muertos por un escarmiento...Vamos a esperar pacientemente a ver sí Caius entra en calma...y... sino: que se vayan preparando estos muchachitos...?.Uff mal inicio para convencer a un suegro...jejeje.
ResponderEliminarIntrigadísima me quedo...esta historia promete;)
Un beso Isabel.
Es curioso como te metes en la piel de tus personajes y miras con sus ángulos, tan dispares.
ResponderEliminarPero, ciertamente, nadie gana en las guerras, ni siquiera los que vencen.
ME DEJASTE EMBOBECIDA CON EL PÁRRAFO: "Así como en una balanza..."
ResponderEliminarES UN GUSTAZO LEERTE.
BESOS BESOS
APLAUSOS APLAUSOS
Hola bertha, verdaderamente aquí han perdido todos un poco el norte; en los más jóvenes es natural, en quien es más maduro... En fin, errores de padre ¿no? Besazos.
ResponderEliminarCierto, mariajesusparadela, las guerras sólo favorecen a quienes se hacen ricos con el tráfico de armas o con los suministros... Por eso han tenido siempre tanta fortuna a lo largo de la historia: siempre hay quien saca un beneficio. Besos.
Ay, virgi, y qué lectora más agradecida eres... Un besazo, guapa.
ResponderEliminarLa violencia siempre es nefasta. Lo siento por todos, pero la que más me conmueve es Flora.Su sufrimiento me llega totalmente, y es el que más me entristece, sin quitarles valor a los de los demás desde luego, pero el de Flora es el que más me ha dolido , no sé si será porque me identifico más con ella, aunque por edad no será porque yo soy mucho más mayor,ja,ja. Pero en fin, esperaremos al capítulo siguiente, para ver como sigue trancurriendo esta maravillosa historia. El personaje del anciano Quinto, también me ha gustado mucho, por su buen juicio. Aunque hay que intentar comprender a todos, sus razones, sus sentimientos...
ResponderEliminarA la espera de un nuevo capítulo.Muchos besos Isabel.
¡Claro que me sigue interesando, Isabel!
ResponderEliminarVale.
Cómo se ha complicado la cosa. Definitivamente los gemelos han dejado de ser unos críos pero menudo rito de paso: sangre y muerte.
ResponderEliminarLos hados no presagian nada bueno. En ascuas nos tienes, Romana.
Un beso muy fuerte.
Este Remo... tiene unas orejeras de testoesterona pura que no le dejan ver más que de frente.
ResponderEliminar¡Pobre Flora!
Abrazos, Isabel
Ojalá con un buen baño se pudieran sacar de encima las impurezas de las malas acciones!
ResponderEliminarUn abrazo
No dejará de interesarnos, está claro con el ritmo narrativo que le imprimes. Me encanta el modo en el que desarrollas la evolución de la relación entre los hermanos: me conmueven ese alejamiento salpimentado con algún espejismo de reencuentro...
ResponderEliminarY todo enmedio de una especie de "vendetta"
Salud
Me ha encantado el capítulo, madame. Qué poca intuición la de Remo! Él sigue en sus trece y no sabe ver sus errores, al contrario que su hermano.
ResponderEliminarY qué curioso que algo tan grande como el destino de los gemelos comenzara a cumplirse con estas pequeñas escaramuzas.
Feliz día
Bisous
Muy propio de los clásicos justificarse ante los dioses, en este caso, el padre Tiber, de que no es culpable por defender de un ataque enemigo, aunque dejen sangre y muertos por el camino. La historia se complica, las diferencias también y la violencia empieza a hacer acto de presencia. Saludos, Isabel.
ResponderEliminarAyyy...si supiera Caius el grado de parentesco entre el amo del ganado y los chavales...jijiji
ResponderEliminarPero pobre Flora!
:(
Lo que me ha gustado mucho es ver a los gemelos dormir juntos, apoyarse. Es tierno.
Un beso
Me parece que se le debería hacer caso a Quinto. Muy buen capítulo.
ResponderEliminarRafa
¡Ay, Remo, Remo! Muerte y sangre traes allá donde pisas y arrastras a tu hermano Rómulo en ello, a pesar de sus dudas. Mal camino éste para atraerse a un suegro, aunque ya tengas en el bote a Flora. Me parece que en este sentido, sólo cabría el rapto... pero no quiero dar ideas a Remo que es muy capaz de llevarlo a cabo.
ResponderEliminarUn beso
Dos cosas: esto se pone feo con la rabia de Caius. El pàrrafo de la balanza con Victoria y Desolación y Muerte es de lo mejor y más bello que he leido nunca. No sé con este listón cómo nos vas a poder continuar sorprendiendo...
ResponderEliminarQuerida Isabel, menos mal que ya mehe puesto al día :) Cómo no nos va a interesar, siesto se pone oscuro, casi negro... Por un lado, la tozudez y el orgullo de Caius, por otro, Remo que es un bravucón y que influye tanto a Rómulo, en vez de tomar ejemplo de su prudencia. Malos tiempoa para la relación entre Flora y Remo, malos tiempos para los gemelos. Brutal, leer cinco caoítulos del tirón. Como siempre, tus notas explicativas y poéticas son perfectas. Un abrao y un montón de besos. Un trabajo excelente.
ResponderEliminar¡Ay, ay, ay, querida Isabel! Vivo en un sin vivir y es que este Remo va a acabar con mis nervios! Tiene mi padre torva la mirada y negras las entrañas; me temo lo peor. ¡Voy rauda a hacerme una infusión de valeriana!
ResponderEliminarMil biquiños, carissima.
Nada sale de baldes, la violencia engendra violencia, lástima que el amor engendre melancolía, desavenencias. Estoy angustiada por tan dispares caracteres, pero no existen dos iguales, espero nuevas muy inquieta, ya no sé a qué diosa rogar ni que dios implorar.
ResponderEliminarBesitos.
Hola, Isabel, he podido comprobar que sigo sintiendo el mismo placer al leerte. La parte que más me ha gustado es la purificación en el Tibet. El agua, como el fuego, siempre se lleva nuestra culpa, nuestro pecado. Un beso.
ResponderEliminarLos hermanos se reencuentran y Caius se convierte en su enemigo total. Esperamos nuevos capítulos, veremos como sigue esta historia.
ResponderEliminarBesos, querida amiga. Una narración brillante.
Salud y República
Hola yolanda carrasco, comprendo muy bien que te identifiques con Flora. A los arranques violentos de los hombres las mujeres poco han podido responder a lo largo de lo siglos, más que con lágrimas. Probablemente ella tiene una idea de la realidad más justada que Remo. Y, sin embargo, ama... Besazos.
ResponderEliminarHola dyhego, está bien que siga interesando esta historia, porque nos quedan muchas cosas interesantes por relatar. ¡Y las más importantes! Besazos.
Hola, freia, ¿acaso para las mujeres no es también casi un rito de paso la maternidad, sangre y muerte? Matar a un animal, a un enemigo, era la manera que tenían muchos pueblos - y siguen teniéndola ahora, si no me equivoco - para demostrar que se ha conseguido el valor suficiente para ser considerado un hombre. Hemos de pensar, también, que la supervivencia en esas sociedades debía ser muy dura. ¿Qué habría sido de la humanidad en la prehistoria si no hubiera sido capaz de cazar para sobrevivir? Por duro que parezca, nuestros gemelos se hacen mayores... Besazos, querida amiga.
ResponderEliminarJa, ja, xibeliuss jar, has hecho un perfecto retrato de Remo. Pero ay, el chico además de ciego está enamorado... Besazos.
Hola neogéminis, tienes toda la razón, pero es que nosotros, criados en la religión cristiana, no nos purificamos a través del agua, sino de la confesión. ¿No es igualmente fantástico que por decir cuál ha sido tu "pecado" y mostrarte arrepentida, éste se borre? Para estos antiguos no existía ese concepto de "pecado" judeo cristiano. Habían hecho lo que debían hacer, pero necesitaban purificarse. En Roma existía, justo en la cima del Aventino, una especie de piscina a donde iban los ejércitos a purificar sus armas al término de la guerra. Besazos.
ResponderEliminarHola charles de batz, qué alegría escuchar tus palabras. Me alegro de que estés disfrutando, pues llegará el tiempo en que Iaakov habrá de aprender de todo esto... Es una lástima ese alejamiento que parece necesario para reafirmarse cada uno de los hermanos y no sabemos a dónde llegará. Besos, querido amigo.
Hola la dame masquée, desde luego que su destino está tomando el camino que era necesario para llegar a cumplirse. ¡Y ha empezado con una nadería, un robo caprichoso de un cordero! Pero ay, el hado es implacable, ya lo sabemos, y se cumplirá. Beso su mano, querida amiga.
ResponderEliminarCiertamente, paco hidalgo, la violencia empieza a hacer acto de presencia en esta novela, pero ya se habían producido actos muy violentos con anterioridad. Otra cosa es que los protagonistas de esta historia no lo supieran. La vida en aquellos tiempos y en aquellos lugares rústicos debía ser bastante alta. Besos, querido amigo.
Ja, ja, áfrica, la ignorancia nos ciega, sin duda. Hubiera sido para Caius un yerno de postín... De momento, ¡él se lo pierde! Besazos.
ResponderEliminarHola rafa, desde luego Caius debería hacerle caso a Quinto. Veremos si lo hace o no... Besazos.
Ja, ja, carmenBéjar, esas ideas del rapto seguro que les rondará por la cabeza, no lo dudes. ¡Lo que no consigan estos muchachos...! A ver si con el acceso a la edad adulta se nos hace más sensato Remo. Besotes.
ResponderEliminarHola, dolors jimeno, espero seguir sorprendiendoos, no tanto por párrafos felices (que espero conseguir alguno más), sino por el propio desarrollo de la historia. Estos muchachos nos tendrán en vilo, me temo. Un abrazote.
Hola maría antonia moreno, leer varios capítulos seguidos tiene otro efecto distinto (creo yo) del ir leyendo por entregas, aunque espero que igualmente interesante. Desde luego el panorama está oscuro: esa tozudez, esa ceguera que afecta a todos, es parte de la brutalidad de las vidas incultas, creo yo. Veremos, veremos a qué tendrán que enfrentarse nuestro queridos gemelos, ambos, con sus virtudes y sus defectos, dignos de amor. Besos.
ResponderEliminarSaludos, profedegriego/Flora, desde luego tu padre está haciendo mala sangre. A ver si entra en razón él, que es un hombre hecho y derecho, porque lo que es tu noviete Remo, no parece que vaya a dar su brazo a torcer. ¡Lo tienes loquito! Besos.
Hola natalia tarraco, qué gran verdad dices, al señalar esa capacidad de la violencia de propiciar respuestas igualmente violentas. Cuántas veces hemos visto que la brutalidad suele acompañar a las vidas aisladas, incultas, bárbaras. Por eso tenemos tanta necesidad de una buenísima educación. Calma tu corazón de madre y ten confianza. Besazos.
ResponderEliminarHola mar, gracias por tu visita. Me alegra saber que disfrutas con esta lectura, alejada de los microrrelatos de los que te has convertido en maestra. Un abrazo muy fuerte.
Hola rgalmazán, no te conviene dormirte en los laureles... Bueno, creo que ya estás dormido, como todos los reyes que creen que han conseguido todo cuanto querían y se echan a dormir. ¡Tenemos tantos ejemplos...! Besazos, majestad.
ResponderEliminarImpresionante, Isabel, toda esta pelea tan bien descrita ha hecho que la disfrute como si viera una escena de película, aunque disfrutar con la violencia no es lo mío, pienso que está justificada por el rito de la iniciación y el entorno de la época.
ResponderEliminarEsto de atrasarme en leer tus capítulos tiene la compensación de de la continuidad, así vengo apreciándolo todo mejor desde el octavo.
Un fuerte abrazo, tocaya.