No se apartaba del
pensamiento de Urbano Lacio el encuentro con Rómulo, el hermano de su amigo
Urco. Evocaba en su memoria la imagen de Acca Larentia cuando la conoció,
dieciséis años atrás, con el vientre henchido por el embarazo. Había sido madre
muchas veces y de toda su persona emanaba un halo maternal, potente y dulce a
la vez. Él nunca había prestado atención a detalles como ese, pero entonces se
hallaba perturbado por una circunstancia especial: en aquella visita a las
riberas del Tíber quien ahora era su esposa, Palantea, lo había hecho partícipe
de un drama atroz que se estaba desarrollando en Alba Longa. La comparación
entre dos mujeres preñadas con expectativas de futuro bien diferentes lo había
conmovido.
Así pues, aquel era el muchacho nacido
entonces. Recordaba haberle preguntado alguna vez a Urco por sus numerosos
hermanos y, salvo cuando murió uno de los pequeños, éste le respondía que se
criaban bien. Los imaginaba impregnados del barro de las charcas y jugando con
los cerdos, con modales rudos y piel áspera y curtida por el sol.
Sin embargo, ese muchacho… ¡Qué diferente era
de su amigo, de Acca Larentia, de Fáustulo! La piel y los ojos de Rómulo no
guardaban ningún parecido con los de Urco. Tampoco su porte ni su andar elástico.
Nunca antes lo había visto y, sin embargo, algo en él le resultaba familiar.
Eso, unido a la bulla de bronce que le colgaba del cuello, le producía gran
inquietud, una mezcla de incredulidad, de alegría, de esperanza que él mismo
trataba de sofocar tachando de disparatadas sus impresiones.
Estaba demasiado turbado
para expresar su desazón a su amigo y menos todavía en ese momento, porque ya
llegaban a la explanada donde se agrupaban los animales y el viejo Fáustulo se
les acercaba sonriente. Zanjó la cuestión con rapidez: como se detendría de
nuevo en casa de Urco a su regreso de Cures, dejaría para entonces el hablar
sinceramente con él. Así ganaba tiempo para pensar y poner en orden sus ideas.
Jactándose delante de sus
amigos, Remo se echó sobre los hombros la piel de la oveja robada a Caius y se
anudó las patas traseras al cuello. Sus espaldas quedaban cubiertas por aquel
pellejo sin curtir. A la altura de las corvas colgaba la cabeza del animal con
la extraña mancha negra en la zona de los ojos. Saltó y danzó junto a la puerta
de su refugio lanzando gritos salvajes y suscitando el regocijo de los Fabios y
la atención de los Quintili, quienes acudieron al oír el alboroto. Todos
convinieron en afirmar que los asistentes al mercado sabrían de quién había
sido aquella oveja y a quien se debía su desaparición. Esa idea regocijaba al
joven. Sentirse observado, admirado por su audacia y descaro frente a los del
Aventino lo reconfortaba y lo resarcía de la humillación, hasta el momento
mantenida en secreto, que había supuesto el rechazo de Caius a sus amores con
Flora.
Así vestido y armado con
un bastón, descendió a la explanada del mercado y comenzó a pasearse por entre
el público procedente del Septimontium, dando palmadas en la espalda a unos y
otros y, haciéndose notar. Quienes no reconocieron la piel como perteneciente a
una de las ovejas al cuidado de Caius, fueron informados por el propio Remo y
con gestos alegres le dieron su apoyo. Tanto él como su hermano gemelo gozaban
de buena reputación entre los pastores, su compañía era bien acogida e incluso
alguna vez habían impartido justicia dirimiendo sus litigios. Además, a
aquellas gentes rudas también les alborozaba la idea de molestar a los del
Aventino.
Finalmente se situó con
sus amigos Fabios junto al Ara Máxima de Hércules. Una nueva provocación, pues
precisamente Hércules era el protector de las salinas situadas allí cerca, las
que habían asaltado el día anterior, sin haber realizado luego ningún acto de
desagravio a un dios tan poderoso. Al Ara Máxima acudían todos cuantos habían
intercambiado sus reses para ofrecer un sacrificio a Hércules en agradecimiento
por haber concluido un acuerdo. Hubieran querido o no, todos vieron a Remo
exhibiendo su trofeo y su juventud, su belleza, su pujanza y su complexión
robusta y muchos repararon en la semejanza de su atavío con el del dios.
Conforme pasaba el tiempo
y aumentaban las miradas coléricas de
los pastores de Caius sobre su persona, más ufano se sentía Remo y más se
pavoneaba haciéndose notar por sus vecinos
lanzando bravatas y fuertes risas.
Urbano Lacio había saludado afectuosamente a Fáustulo
y junto con él y Urco se dirigió enseguida al encuentro del mercader con el
cual debía viajar hasta la ciudad sabina de Cures. Aunque era muy temprano y
empezaba a afluir gente al mercado, el hombre tenía ya listos los carros y los
mulos para el viaje y, dada la brevedad del día, le propuso partir sin demora
para llegar a aquella ciudad antes del anochecer. El Velabro seguía inundado y
lleno de desperdicios de la última crecida y era por tanto más seguro
adentrarse en el valle de Murcia y rodear el Palatino para buscar luego la vía
Salaria. Urco y el anciano Fáustulo los acompañaron caminando con ellos hasta
el fondo del valle. Allí se despidieron y Urbano Lacio prometió regresar al
cabo de nueve jornadas y permanecer con ellos unos días.
Quedaron a solas padre e hijo cerca del altar
subterráneo de Consus. Fáustulo invitó a Urco a sentarse en la ladera del
Palatino, al amparo de unas encinas, y éste aceptó, creyéndolo cansado. Mas no
era cansancio, sino deseos de hablar sin ser oídos. Apenas extendieron sus
mantos en el suelo para protegerse de la humedad de la tierra y se sentaron, el
anciano tendió su vista hacia el Aventino, cuyo extremo más bajo se elevaba
ante ellos.
- Estoy deseando que
termine la iniciación de tus hermanos, Urco.
- Sólo faltan tres días,
padre. ¡Podremos pasar sin ellos ese tiempo! - respondió Urco en tono festivo.
Tanto su padre como su madre habían dispensado siempre un especial cuidado y
atención a los gemelos. Quizá por ser los más pequeños, o porque ellos mismos
se habían hecho viejos y asustadizos como otros ancianos.
- No lo tomes a broma. Me
preocupan. Según me han dicho, hay tensión entre ellos y los hombres del
Aventino. Antes de reunirme contigo, he visto un momento a Remo exhibiendo la
piel de un cordero de Caius.
- Es la rivalidad de
siempre. ¿Vas a preocuparte ahora, cuando Remo y Rómulo son casi unos hombres y
pueden arreglárselas solos? Y además, padre, ¿qué podría pasar?
Fáustulo se mantuvo
callado durante un rato. Arrancaba con la mano los tallos finos de algunas
hierbas y se los metía en la boca, pensativo. Dudaba. No sabía si hablarle con
claridad a Urco. No por desconfianza hacia él, pues en ningún otro hombre
hubiera confiado tanto como en su hijo, sino por prudencia y porque Acca y él
mismo se habían impuesto silencio. ¿Cuántas cosas ocultas se desvelan porque
alguien las cuenta a una persona en cuya discreción confía, quien a su vez lo
cuenta a otro, y este último a otro más? El único modo de mantener a salvo un
secreto es no revelarlo nunca. Con esa certeza, dieciséis años antes Acca y él
habían decidido sellar sus labios y no los habían vuelto a abrir. ¿Por qué,
entonces, estos miedos, tanto temor? ¿A qué se debían los presagios funestos
revelados por los dioses a Acca Larentia? Por prudencia decidió seguir
manteniendo a su hijo en la ignorancia.
- ¡Vamos, padre! mantente
tranquilo, en tres días no va a torcerse nada - dijo Urco interrumpiendo los
pensamientos de Fáustulo, cuyo rostro reflejaba sufrimiento -. Los muchachos
terminarán su iniciación en la fiesta Lupercalia y se unirán a los demás
pastores. Irán a otros lugares y se olvidarán del Aventino.
- Tienes razón, Urco. Sin
embargo, porque soy viejo y he frecuentado Alba Longa y otros lugares, he visto
cómo una situación daba la vuelta de la mañana a la noche. Quien no era nadie,
de pronto se convertía en una persona importante .Quien se creía seguro, ha caído. Acuérdate de Númitor: por la mañana era rey y
al mediodía solo era un padre desdichado y expulsado de su propia ciudad.
- Es cierto. Sin embargo,
si tus hermanos crean problemas con los criados de Númitor, el rey Amulio podría
disgustarse. ¿Y si por esa causa nuestra familia cayese en desgracia y se
entorpeciera tu nombramiento como mayoral? Tenemos la palabra de Amulio, pero
el compromiso de un rey sólo dura mientras le conviene. Y esa promesa aún está
por cumplirse.
A Urco esos temores le
parecieron infundados y hasta peregrinos, pues Amulio no apreciaba en nada a su
hermano Númitor y difícilmente se enfadaría porque algún criado suyo lo
molestase o le causara un mal. Tranquilizó a su padre todo cuanto pudo. Le pidió
luego que lo acompañase a su cabaña para mostrarle unos arreglos en su huerto.
Ascendieron al Palatino por la ladera recayente al foro, donde él tenía su
casa, evitándole intencionadamente a su padre el pasar por el mercado donde
estarían los hombres del Aventino.
Allí arriba se encontraron
con Hortensio, el prometido de Fausta. Urco le contó sin ser oído los temores
de su padre y ambos se concentraron en distraer al anciano de tales
preocupaciones.
Quienquiera que conociese
a Flora y la hubiera visto aquel día fatídico, se habría quedado atónito. ¿Dónde
estaba la muchacha de dulces maneras, serena siempre y con la sonrisa tanto en
los ojos como en los labios? ¡Ay, amor, crueles son los padecimientos con los
cuales torturas a tus víctimas! Les robas el sueño de la noche y durante el día
las sumes en una permanente ensoñación; cualquier rumor las asusta y las hace
saltar de su asiento, mientras la ausencia de noticias las colma de angustia;
el llanto nace más rápidamente que la risa y no empieza una risa sin concluir
en llanto; nada salvo los suspiros transita por sus gargantas: ni la leche de
oveja, ni el agua fresca, ni las infusiones aromáticas, ni la más sabrosa sopa;
todo es retorcerse las manos, mirar de reojo la puerta, acechar los pasos de
otros, vigilar el avance del día, sumirse en hondas cavilaciones acerca del
amor y su inconstancia.
Así transcurría la jornada
para esta joven recluida en su cabaña por orden de su padre. Ya se
arremolinaban en el cielo nubes oscuras, la tarde se volvía gélida, el día llegaría
pronto a su fin. ¿Por qué no habría venido Remo a verla? ¿La habría buscado en
el mercado? Si al menos oyera el canto de la lechuza sabría que estaba ahí
afuera, esperándola aun cuando ella no pudiera salir. Quizá al advertirle del
enfado de su padre el muchacho se había ofendido gravemente. Tal vez desistiría
de pedirla en matrimonio. Se le enredaba el hilo que estaba retorciendo, las lágrimas
acudían a sus ojos como los pajarillos a los granos de espelta.
- ¡Oh, madre Fauna! Consérvame
el amor de Remo. Haz que me ame cada día mucho más y aparta de la mente de mi
padre los recelos. Protege a mi amado e intercede ante tu esposo Fauno para que
también le otorgue su protección.
Y a hurtadillas de su
madre vertió en el suelo, para la diosa, una ofrenda de leche y miel.
NOTA: Este es el capítulo 10º de la historia de Remo y Rómulo. Recordaros que la bulla era un amuleto que se colgaba al cuello a los recién nacidos y no se quitaba hasta que entraban en la edad adulta. Protegía contra el mal de ojo, el veneno de escorpiones y de las enfermedades y desgracias en general.
¡Ah, estos chicos! Portan consigo la energía de los dioses y la belleza de su madre. Serán envidiados por su carisma y ya veo como destaca Remo a los ojos de Flora.
ResponderEliminarLa bulla los protege.
Gracias por aclarar el significado, cuando lo leí el otro día, fuí a buscar lo que era y ahora ya tengo una idea más acertada.
Abrazos y suerte para esos chicos.
Un beso para ti.
Pobrecita Flora: sufriendo de mal de amores.Vamos a ver si los dioses le conceden lo que pide?
ResponderEliminarUn abrazo Isabel feliz día.
Estoy deseando ver como se cumple la profecía.
ResponderEliminarAyyy, este Remo me da miedito!
ResponderEliminarPero qué osado! A ver si va a provocar algo gordoooo...mmm...nerviosita me tiene!
Y pobrecita Flora sin tener noticias de su amor.
En fin, a ver si pasan esos tres días en paz!
:D
Un beso
También a mí me da miedo Remo. Le gusta demasiado el riesgo y es muy temerario. Sé que la juventud es osada, pero este Remo me preocupa: no conoce límites en sus provocaciones. Algo de temor le vendría bien y lo preservaría.
ResponderEliminarUrbano ya sospecha, mira los rasgos de Rómulo (los mismos de Remo) y no le cuadran con sus padres y hermanos... Fáustulo duda sobre si romper el secreto de la filiación de los gemelos... Menos mal que las bullas los protege e, incluso, me atrevo a pensar que su padre, el todopoderosos Marte.
Interesantísimo, querida Isabel. Se van asentando los caracteres y la historia tiene mucha vida. Yo asisto feliz a las bravatas de estos hijos desde mi escondite y me preocupan y alegran al tiempo.
Un beso.
Un capítulo más y bien interesante. ¡Pobre Flora! Veremos como siguen estos amores.
ResponderEliminar¡Por fin me he puesto al día!
Besitos
¡Urbano tiene el instinto cazador de los grandes cronistas!
ResponderEliminarY Fáustulo... sabe de lo que habla, y lo que teme. Me parece que se le van a hacer muy largos esos tres días.
Abrazos, Isabel
A ver si terminan ya su iniciación los mozalbetes y dejar de robar pieles ajenas. Porque Caius no está dispuesto a que le quiten sus pertenencias como si su patrimonio fuera el de Zara o Primark.
ResponderEliminarUn saludo.
Mejor permanezca callado mi amado esposo Faustulo, bastante sufro yo por los gemelos y sus cuitas, la juventud no tiene freno, y los dioses conocen sus Destino a ellos imploro angustiada.
ResponderEliminarRemo es impulsivo y encantador, pero su carácter me preocupa mucho. Rómulo es más reflexivo, no existen dos seres humanos iguales aunque sean gemelos.
La perspicacia de Urbano anuncia que después sabrá traducirla en crónicas muy sensatas y a la vez sensibles, casi a tu altura, digo casi.
Que Fauna y Fauno escuchen las súplicas de un corazón enamorado.
La intriga me consume, besitos muchos amiga.
Temores, siempre temores y ¡cuanta razón tienen, esos que temen!. Muy buen capítulo y como siempre corto. Recorro con alegría los lugares que describes y los reconozco siempre. Rafa
ResponderEliminarPero bueno, este Remo es tremendo, se atreve con todo. Ahora desafía a Hércules!
ResponderEliminarVeremos si da resultado lo de la leche y la miel, porque a lo mejor habría que patentar la receta.
Feliz día,m adame
Bisous
Lo haces tan interesante, Isabel.
ResponderEliminarVale.
Una narración muy interesante. Has picado mi curiosidad por conocer más de la historia. Un saludo, nos leemos.
ResponderEliminarRemo es osado, atrevido, no se le pone nada por delante, es de una pasta desconocida, pero a veces la osadía puede resultar peligrosa. Incitar así a al admiración y tentar al peligro atrae también a la envidia.
ResponderEliminar¡Pobre Flora! El amor ataca a todos en cualquier momento...
Un besito
Hola virgi, me alegro de haber explicado lo de la bulla, a veces ocurre que se me pasa por alto aclarar algunas cosillas y luego me doy cuenta del error. En este caso, me he prevenido. Estos muchachitos están que se salen de hormonas... Ja, ja, veremos a dónde nos conducen. Besazos.
ResponderEliminarHola bertha, veremos si los dioses le conceden o no lo que pide Flora. ¡Cuántas veces creemos ser oídos y no nos oyen! Besazos.
Hola áfrica, desde luego provocador sí que es Remo. Le encanta gallear por todas partes... Veremos lo que da de sí tanto cacareo. Besazos, guapa.
ResponderEliminarHola isabel martínez barquero, se nota esa ascendencia divinia en la belleza de los muchachos y también en su fuerza y vitalidad. Pero bueno, los dioses también se pasaban ¿no? Ja, ja, este Remo... Besazos.
Hola elysa, me alegro de que te hayas puesto al corriente de las aventurillas de estos muchachos. Para hacer boca... Ya ves que van bien protegidos con los amuletos que tú misma les hiciste. Besazos.
ResponderEliminarHola xibeliuss jar, a veces esperamos y/o desesperamos sin saber qué, sólo con esa sensación de que algo puede ir mal y no vemos el modo de impedirlo. Creo que es lo que le ocurre a Fáustulo. Ojalá se equivoque. Besazos.
Hola cayetano, los niños ya están tocando las narices a tu Caius, pero qué vamos a hacer, es cosa de la edad, la vanidad y la torpeza con que se aborda también el amor. Paciencia. Besazos.
ResponderEliminarHola natalia tarraco, comparto tu opinión: es mejor que tu esposo Fáustulo calle, y lo ideal sería que los gemelos se tranquilizaran un poco, pero qué difícil les puede resultar eso. Es como poner puertas al campo. Besazos, madre sufriente.
Ja, ja, la dame masquée, mucho me temo que los viejos dioses ya no estén acostumbrados a esas ofrendas. Aunque nunca se sabe: quizá haríamos bien en confiarnos de vez en cuando a ellos. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarHola dyhego, me alegro de que lo encuentres interesante. Ese es para mí un punto primordial... Besazos.
Disculpa, anónimo Rafa, me he saltado sin darme cuenta tu comentario. Conocer los lugares es, sin duda, una fuente más de disfrute para una historia de por sí emocionante. Besos.
ResponderEliminarHola juan andrés estellés, me alegro de haber despertado tu curiosidad. Aquí, en general, nos pasa a todos lo mismo: estamos deseando saber qué pasa con estos muchachos. Saludos cordiales.
Hola carmenBéjar, qué lastima que no estuvieras al lado de los gemelos para hacerles esas reflexiones. Pero tú andas por Alba Longa y para ellos esa ciudad es poco menos que un nombre. Besos.
ResponderEliminar¡Ay, mi querida Isabel, qué mal lo estoy pasando con esta reclusión forzosa! El amor se apoderado de mí, me atenaza y me consume, dulce y fiero al tiempo; la preocupación por Remo, el temor a que desista de sus intenciones matrimoniales por causa de mi padre, esta desesperada espera... ¡me tienen en un sin vivir!
ResponderEliminarVoy a hacerme una infusión de hipérico para calmar estos nervios.
Mil bicos, carissima.
Has descrito maravillosamente la duda y el enamoramiento. Además te mueves por caminos y sendas como si tuvieras un gps incorporado. Sigo muy bien la narración pero no tengo la misma facilidad para moverme entre valles y colinas. Como ves, aún voy retrasada, pero ya me pongo al día pronto.
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