Margherita Luti, la hija del panadero, contempla el fresco ya terminado. Rafael le ha contado la historia de Galatea y ella se ha manifestado de acuerdo con la elección que ha hecho él. El mar está repleto de extrañas criaturas. Centauros y caballos marinos anuncian la presencia de la ninfa haciendo sonar las caracolas y dos tritones uncidos a una concha se dejan conducir por ella. Hay ruido y agitación en el agua. Sin embargo, Galatea, con los cabellos agitados por el viento, se mantiene ajena al mundo y a cuanto sucede a su alrededor. Galatea es agua, viento, cielo azul. No es de nadie. Y porque no es de nadie, puede ser de quien la mire. Pero resulta, al mismo tiempo, inasible, intocable. Su esencia divina veda la entrada a los mortales, que sólo la pueden admirar. Es mucho mejor recordarla así, en toda su plenitud y belleza, que evocarla en el trágico instante en que pierde a su amante.
Para la fornarina, la última pincelada que ha dado sobre el fresco el maestro Rafael significa el fin de una etapa dorada. El éxito que le reportará a su amante esta obra, no la consuela. Adiós a las tardes de alegres retozos junto al Tíber, a las cenas con bujías al amparo de la rosaleda, a los amaneceres entre divinidades. Se acabó la estancia en la villa y, con ella, la ficción de vivir en el Olimpo o en el Paraíso, donde no existen las preocupaciones. En cierto modo, le apena también dejar de ver a la ninfa. Se ha acostumbrado a ella y los celos que en algún momento ha sentido por su belleza se han desvanecido. Ninguna mujer mortal puede competir con una diosa.
Eso mismo opina Rafael. Por ese motivo, el retrato de Margherita es tan diferente de Galatea. Lleva el cabello recogido y oculto bajo un turbante. Sus ojos oscuros sonríen directamente, hablan. Su piel es suave y cálida como el terciopelo e invita a ser acariciada. La manera en que mira al pintor crea la ilusión de que es a tí a quien ama, que te espera con tranquila paciencia. Alrededor del brazo izquierdo lleva una cinta con el nombre de él: “Raphael Urbinus”, pero no es sólo de él. Es mortal y está al alcance de los mortales: ríe, llora, siente, ama. Margherita está viva y en el mundo. Es el mundo.
A ella se entrega el maestro Rafael como no hubiera podido entregarse a una ninfa. Para ella son sus besos, su pasión, su arte, su espíritu, todo él. Y al igual que le ocurrió a Atis, la muerte vendrá a buscarlo sin aviso, cuando más descuidado esté, entregado a los goces del amor en brazos de Margherita. Faltan para ello poco más de dos años. Poco tiempo. Y si es cierto que los mitos representan lo que ocurre en el mundo, quizá el maestro Rafael intuyó lo que iba a pasarle o quiso conjurar el peligro suspendiendo el avance del tiempo en torno a Galatea, deteniéndolo antes de que la muerte viniera a arrebatarle la felicidad. Lo mismo podría decirse del retrato de su amada.
Hoy podemos contemplar a la ninfa y a Margherita en todo su esplendor, sin rastro del sufrimiento que padecerán en el trágico instante en el que cada una de ellas perderá a su amante. Así es como él quiso retratarlas, como él las vio.
Para la fornarina, la última pincelada que ha dado sobre el fresco el maestro Rafael significa el fin de una etapa dorada. El éxito que le reportará a su amante esta obra, no la consuela. Adiós a las tardes de alegres retozos junto al Tíber, a las cenas con bujías al amparo de la rosaleda, a los amaneceres entre divinidades. Se acabó la estancia en la villa y, con ella, la ficción de vivir en el Olimpo o en el Paraíso, donde no existen las preocupaciones. En cierto modo, le apena también dejar de ver a la ninfa. Se ha acostumbrado a ella y los celos que en algún momento ha sentido por su belleza se han desvanecido. Ninguna mujer mortal puede competir con una diosa.
Eso mismo opina Rafael. Por ese motivo, el retrato de Margherita es tan diferente de Galatea. Lleva el cabello recogido y oculto bajo un turbante. Sus ojos oscuros sonríen directamente, hablan. Su piel es suave y cálida como el terciopelo e invita a ser acariciada. La manera en que mira al pintor crea la ilusión de que es a tí a quien ama, que te espera con tranquila paciencia. Alrededor del brazo izquierdo lleva una cinta con el nombre de él: “Raphael Urbinus”, pero no es sólo de él. Es mortal y está al alcance de los mortales: ríe, llora, siente, ama. Margherita está viva y en el mundo. Es el mundo.
A ella se entrega el maestro Rafael como no hubiera podido entregarse a una ninfa. Para ella son sus besos, su pasión, su arte, su espíritu, todo él. Y al igual que le ocurrió a Atis, la muerte vendrá a buscarlo sin aviso, cuando más descuidado esté, entregado a los goces del amor en brazos de Margherita. Faltan para ello poco más de dos años. Poco tiempo. Y si es cierto que los mitos representan lo que ocurre en el mundo, quizá el maestro Rafael intuyó lo que iba a pasarle o quiso conjurar el peligro suspendiendo el avance del tiempo en torno a Galatea, deteniéndolo antes de que la muerte viniera a arrebatarle la felicidad. Lo mismo podría decirse del retrato de su amada.
Hoy podemos contemplar a la ninfa y a Margherita en todo su esplendor, sin rastro del sufrimiento que padecerán en el trágico instante en el que cada una de ellas perderá a su amante. Así es como él quiso retratarlas, como él las vio.
* Fesco "El triunfo de Galatea" de Rafael. Villa Farnesina
* Retrato de Margherita Luti de Rafael. Palacio Barberini
Querida Isabel Romana, me da un poco de vértigo cuando leo los relatos del pasado, historias que han tenido su desenlace y este se ha urdido en su propio presente. No puedo imaginarme que sentirían sus protagonistas al vivirlo.
ResponderEliminarPienso en mi vida y en cuando vuelvo al pasado y este se manifiesta en el presente. Cuando lo vivo no me doy cuenta, pero cuando lo pienso me da miedo.
¿Tu crees que si prestaramos más antención a lo que vivimos podríamos escribir nuestra historia, o esta ya está escrita y nosotros somos meros actores/protagonistas?
Sinceramente, Carme, no creo que nuestra vida esté escrita. Lo que sí me parece es que la vamos construyendo y no siempre sabemos en qué dirección...Por otra parte, no somos nada originales, ni hay nada nuevo bajo el sol. A mí me gusta desvelar esas pequeñas cosas, sobre todo porque casi siempre aparecen veladas. No nos resulta fácil ver en qué imitamos las conductas de otros, en qué deberíamos fijarnos para no cometer los mismos errores que otros. Pero ¿quién es capaz de hacerlo?. Me gustaría visitar tu blog, Carme. ¿es posible?
ResponderEliminarEnorme Blog, Isabel. ¡Enhorabuena! y muy buena temática.. :-)
ResponderEliminarGracias, Caboblanco, lo mismo digo. Espero que nos frecuentemos.
ResponderEliminarMagnifica historia. Poco tengo que decir; tan solo que hoy, ya no puedo leer mas :-(
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