No ha dormido en toda la noche. Ha contado, una por una, las carretas que han pasado traqueteando por su calle, ha oído los gritos de los carreteros y sus maldiciones. Desde que Julio César prohibió que los carros circularan de día para evitar accidentes en las vías atestadas de público, las noches romanas son estrepitosas. Marcia está acostumbrada y no son precisamente los ruidos lo que le ha impedido dormir.
Ayer salió por primera vez de casa después del parto. Fue al Foro Boario con su esclava gala y compró dos palomas blancas. Luego se dirigieron al templo de la Bona Dea a sacrificarle una de ellas y la otra la ofrecieron en el altar de Diana. Marcia necesita tener de su parte a todas las diosas. Hoy se cumplen ocho días desde que dio a luz a su hija. Una jornada crucial. No es un secreto para nadie que a su marido le ha decepcionado que alumbrara una hembra. Torció el gesto cuando se lo anunciaron y sólo ha pasado un par de veces por su cuarto para interesarse por su salud. No ha preguntado por la recién nacida.
Se ha levantado antes del alba y ha amamantado a la niña. Ha ordenado a las esclavas que la vistan con la ropa que le tenía preparada. Marcia no ha podido ingerir ni siquiera una taza de caldo caliente. El miedo le ha revuelto el estómago. No quiere pensar. Sin embargo, su cuerpo piensa por ella, siente por ella. Si su marido no reconoce y acepta a la niña como hija, al anochecer los esclavos la abandonarán en un muladar junto a la isla Tiberina. Su marido no es un mal hombre, pero es adusto y poco hablador. Nunca puede saberse qué piensa.
Va a ser una ceremonia simple. Vendrán su madre y su hermana pequeña, aún soltera. No se siente con fuerzas para enfrentarse ella sola a la decisión de su marido. Cuando le anuncian la llegada de sus parientes, sale al atrio a recibirlas. Su madre le aprieta los brazos, la mira con intensidad y trata de infundirle confianza. Marcia sonríe, pero los nervios la delatan: tiene la boca tensa, los ojos asustados, le tiemblan las piernas. Se presenta su marido y las saluda con una leve inclinación de cabeza. Va a celebrar en el altar del atrio el sacrificio diario a los dioses Penates, los protectores de su familia, en presencia de todos los habitantes de la casa, libres y esclavos. Cuando termina el breve rito, el aire se carga de tensión. Ha llegado el momento.
Las esclavas traen a la niña y la entregan a su madre. Ella la aprieta contra su pecho un instante, le da un beso en la frente y la deja en el suelo, a los pies de su marido. Él se sorprende y pregunta: “¿Han pasado ya ocho días?” Marcia contesta que sí y espera. Su marido se queda mirando ese bulto que apenas ocupa una losa del pavimento. La niña rompe a llorar. Su llanto hiere los oídos y encoge los corazones, pero nadie se mueve. Tras unos instantes que resultan eternos, su padre se agacha y la levanta del suelo. Como si quemase, sin arrimársela al cuerpo, se la entrega a su mujer. Da media vuelta y se va.
A nadie le importa que él se marche. Su gesto ha sido suficiente: levantarla del suelo es el rito del reconocimiento. Marcia llora, su madre y su hermana la abrazan. Las esclavas se ríen, la felicitan y se alegran de tener en casa a una niña que criar. Una romana más.
Ayer salió por primera vez de casa después del parto. Fue al Foro Boario con su esclava gala y compró dos palomas blancas. Luego se dirigieron al templo de la Bona Dea a sacrificarle una de ellas y la otra la ofrecieron en el altar de Diana. Marcia necesita tener de su parte a todas las diosas. Hoy se cumplen ocho días desde que dio a luz a su hija. Una jornada crucial. No es un secreto para nadie que a su marido le ha decepcionado que alumbrara una hembra. Torció el gesto cuando se lo anunciaron y sólo ha pasado un par de veces por su cuarto para interesarse por su salud. No ha preguntado por la recién nacida.
Se ha levantado antes del alba y ha amamantado a la niña. Ha ordenado a las esclavas que la vistan con la ropa que le tenía preparada. Marcia no ha podido ingerir ni siquiera una taza de caldo caliente. El miedo le ha revuelto el estómago. No quiere pensar. Sin embargo, su cuerpo piensa por ella, siente por ella. Si su marido no reconoce y acepta a la niña como hija, al anochecer los esclavos la abandonarán en un muladar junto a la isla Tiberina. Su marido no es un mal hombre, pero es adusto y poco hablador. Nunca puede saberse qué piensa.
Va a ser una ceremonia simple. Vendrán su madre y su hermana pequeña, aún soltera. No se siente con fuerzas para enfrentarse ella sola a la decisión de su marido. Cuando le anuncian la llegada de sus parientes, sale al atrio a recibirlas. Su madre le aprieta los brazos, la mira con intensidad y trata de infundirle confianza. Marcia sonríe, pero los nervios la delatan: tiene la boca tensa, los ojos asustados, le tiemblan las piernas. Se presenta su marido y las saluda con una leve inclinación de cabeza. Va a celebrar en el altar del atrio el sacrificio diario a los dioses Penates, los protectores de su familia, en presencia de todos los habitantes de la casa, libres y esclavos. Cuando termina el breve rito, el aire se carga de tensión. Ha llegado el momento.
Las esclavas traen a la niña y la entregan a su madre. Ella la aprieta contra su pecho un instante, le da un beso en la frente y la deja en el suelo, a los pies de su marido. Él se sorprende y pregunta: “¿Han pasado ya ocho días?” Marcia contesta que sí y espera. Su marido se queda mirando ese bulto que apenas ocupa una losa del pavimento. La niña rompe a llorar. Su llanto hiere los oídos y encoge los corazones, pero nadie se mueve. Tras unos instantes que resultan eternos, su padre se agacha y la levanta del suelo. Como si quemase, sin arrimársela al cuerpo, se la entrega a su mujer. Da media vuelta y se va.
A nadie le importa que él se marche. Su gesto ha sido suficiente: levantarla del suelo es el rito del reconocimiento. Marcia llora, su madre y su hermana la abrazan. Las esclavas se ríen, la felicitan y se alegran de tener en casa a una niña que criar. Una romana más.
* y ** figuras femeninas del antiquarium del Palatino
*** Detalle de la escultura de Augusto. Vaticano
Qué estupenda idea la del espíritu que anima a tu blog, Isabel.
ResponderEliminarVoy a leer tus post anteriores. Porque éste me ha "prendido" totalmente.
Estupenda también -por amena- la forma "novelada" que das a las historias que expones.
Saludos!
Te felicito, tienes un blog muy bueno. Acabo de leerme los últimos artículos y son estupendos, así que tendré que volver para leerlos todos.
ResponderEliminarGracias por tu visita.
Saludos
Gracias, almena y leodegundia. Vosotros trabajáis muchísimo los vuestros, así que trataré de estar a la altura.Esto me anima mucho. Saludos.
ResponderEliminarla vida de las mujeres romanas,es un tema qque me apasiona y la descripció o narración que has realizado me encanta.Yo estoy haciendo mis pinitos,pero me falta mucho por aprender Saludos
ResponderEliminarBravo, bravo y bravo. Enhorabuena por el blog, por su concepción y su desarrollo. Aunque por ahora sólo he leído este post, es un placer encontrar textos como los tuyos.
ResponderEliminarVolveré... :)
Gracias Merche y Nina. Os espero con ilusión. Soy una novata en la globosfera y vuestro recibimiento me produce más ganas todavía de seguir adelante con el tema.
ResponderEliminarHola guapa. La vida de las mujeres romanas da para mucho, en cierto modo, para más que la de los hombres. Aquí seguiremos, esperando...
ResponderEliminarEnternecedor, pero la historia revela también la situación desdeñada o marginada de la mujer en antiguas culturas.
ResponderEliminarSaludos y gracias por visitarme.
Hola, caboblanco. Lo que ocurre, quizá, es que como en todos estos siglos se viene hablando de los hombres casi en exclusiva, las mujeres estamos menos vistas... lo que no quita que tengan interés las cosas de unos y otras. Por lo menos, a mí me interesa saber de todos/as.
ResponderEliminarAsí es, viollacea. Mi interés es hablar de las distintas vivencias que podían tener las mujeres romanas (que son las mismas, más o menos, que tenemos las mujeres actuales)Las cosas no han cambiado tanto para nosotras. Gracias por tu comentario
ResponderEliminarMuy interesante la historia, la has hecho cercana al narrarla desde el sentimiento de la protagonista. Desconocía el ritual del reconocimiento.
ResponderEliminarGracias por tu visita, volveré encantada, me gusta :)
Un besín
Gracias por la visita, me has dado la oportunidad de leer el tuyo. Sólo he leído el de Marcia, me ha encantado. Además veo a una amiga en comentarios, Leodegundia, hace unos post muy trabajados y muy bien documentados.
ResponderEliminarSuerte en la blogosfera, hay gente maravillosa :-). Bienvenida.
No he podido leer más que este pero me ha encantado asi que no me va a quedar otra opción que leer los demás.
ResponderEliminarENHORABUENA!!!!
hola soy susi.Me ha encantado la historia de marcia,sigue escribiendo para que yo pueda leerlo.Gracias
ResponderEliminarHola Marian, gracias por tu visita y tu comentario. Creo que tenemos un punto de vista e intereses muy similares. Yo también te visitaré. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, incondicional. Sólo tu nombre ya suena muy bien, muy esperanzador. Estoy segura de que tu eres una de esas personas maravillosas de las que hablas. Seguimos en contacto.
ResponderEliminarCristina,me alegro mucho de tu visita. He intentado entrar en tu blog, y veo que sólo está el perfil. ¿Eres novata como yo? Me encantan que me den ánimos, y tu promesa de volver es un estímulo. No dejes de avisarme cuando abras el blog completo. Saludos
ResponderEliminarHola, Susi: Sé que tengo en tí una buena lectora.Ya ves que continúo... hay mujeres para rato y espero no perder gas. Un abrazo.
ResponderEliminarMe encanta tu blog y el estilo que tienes en tus narraciones, pero soy un negado para la Historia y no me decidía a decirte nada, me faltan por leer dos partes de Galatea. Por supuesto que terminaré de leer todos los artículos.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias, unjubilado: Puesto que hacemos esto porque nos gusta y nos divierte, no es preciso que digas nada. En cuanto a saber o no de historia, creo que para este blog no tiene importancia. A mí me motiva transmitir a otros los probables sentimientos de diferentes mujeres en diferentes situaciones, entre otras cosas porque creo que todo sigue siendo igual. Ya sabes, los mismos perros con distintos collares...
ResponderEliminarMe ha encantado este relato breve, marca con precisión un momento de la vida Romana en el que no pensamos. Tendría que alegrarse de no vivir en Esparta sin embargo! Sigo disfrutando de tu blog, aunque lo he encontrado un poco tarde y aun estoy desgranando estos capítulos pasados.
ResponderEliminarMe ha encantado
ResponderEliminarLo que ignoraba era esa ceremonia de reconocimiento por parte del padre romano.
Será breve la narración pero que intensa y quedo maravillado por como transmites la desazón a los lectores.
ResponderEliminarSaludos.
y continuo leyendo. Es una droga
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