Parepidemos Samosatense ha concluido la lectura y el silencio cae sobre la plazuela del granado. He cerrado los ojos mientras escuchaba algunos pasajes y he creído oír al propio Eneas, las inflexiones de su voz, el tono apesadumbrado que solía emplear cuando hablaba de Troya. El público está sobrecogido y, quizá, confuso. Aceptar y compartir el drama de otros no es fácil cuando media una ofensa. Y los cartagineses no han olvidado el dolor ocasionado por los troyanos.
He reelaborado este pasaje de la crónica de Xilón, aún a riesgo de disgustarlos o suscitar rechazo. Quiero que comprendan a la reina y para ello es preciso que veamos a Eneas como Dido lo vio: un hombre que destacaba entre mil, forjado en la austeridad y el sufrimiento, luchador heroico, legendario y, al mismo tiempo, necesitado de un amor que lo volviese humano. Dido se hizo humana también. Se quitó la coraza de reina, se despojó de los deberes en los que se escudaba y expuso su corazón al amor y a las heridas. Esa es la verdad que yo conozco, la que quiero transmitir.
Suenan unos aplausos débiles y, de repente, la plaza entera me aclama. Todo son felicitaciones y palabras de ánimo para que continúe mi trabajo. Karo se arrima más a mí y estira el cuello para que lo vean. Está radiante, mucho más que el niño Ascanio la famosa noche del banquete de Dido.
He reelaborado este pasaje de la crónica de Xilón, aún a riesgo de disgustarlos o suscitar rechazo. Quiero que comprendan a la reina y para ello es preciso que veamos a Eneas como Dido lo vio: un hombre que destacaba entre mil, forjado en la austeridad y el sufrimiento, luchador heroico, legendario y, al mismo tiempo, necesitado de un amor que lo volviese humano. Dido se hizo humana también. Se quitó la coraza de reina, se despojó de los deberes en los que se escudaba y expuso su corazón al amor y a las heridas. Esa es la verdad que yo conozco, la que quiero transmitir.
Suenan unos aplausos débiles y, de repente, la plaza entera me aclama. Todo son felicitaciones y palabras de ánimo para que continúe mi trabajo. Karo se arrima más a mí y estira el cuello para que lo vean. Está radiante, mucho más que el niño Ascanio la famosa noche del banquete de Dido.
- La última frase te la has inventado – me dice casi gritándome, para que lo oiga entre el ruido del gentío.
- Y eso a ti ¿qué te importa? – le contesto – Quién sabe si Xilón pudo advertir el peligro como hizo la troyana Casandra. Hay cierto paralelismo, si te fijas. También nosotros teníamos dentro un caballo de Troya. ¡Y nunca mejor dicho!
Poco a poco se despeja la plaza y se abre paso hacia mí el poeta Trailo.
- Has puesto en boca de Eneas la versión más conmovedora que he escuchado nunca, señora Imilce. Así debió ser el fin de Troya – dice cogiéndome la mano y mirándome de un modo que parece sincero - ¿Me permitirías copiarla para integrarla en mi propio poema?
- Parepidemos ha hecho una lectura maravillosa. El mérito es todo suyo – respondo para no decirle ni sí ni no. La capacidad de este hombre para apropiarse de mi historia no deja de sorprenderme. Trato de soltar mi mano, pero él la sostiene con firmeza y la besa. Es la primera vez que lo hace y no me disgusta este signo de reconocimiento y humildad.
- Mi poema se difundirá ampliamente en el Lacio y eso te beneficiará más que la propia historia que estás escribiendo – insiste – Medítalo cuidadosamente antes de contestarme, te lo ruego.
- ¡Como si no tuviera otra cosa en que pensar…! – digo olvidando mis buenos modales y retirando la mano de un tirón. ¿Qué se habrá creído este troyano?
- Estoy agotada, Barce querida – dice la reina Dido sentándose sobre su lecho y quitándose la cinta dorada y las agujas de marfil que le sujetan el cabello. Hunde sus dedos entre el pelo, sacude la cabeza para que se deshaga el peinado y una cascada de rizos cae sobre sus hombros. En sus ojos brillantes se reflejan las llamas de las lucernas.
- ¿Pudiste ver al niño Ascanio, Barce? Es un tesoro. Y tan tierno… Varias veces vino a mi triclinio a reclinarse conmigo – añade mientras Barce, a sus pies, le desata las cintas que anudan las sandalias – Me ha conmovido mucho. Me recordaba a Imilce cuando huimos de Tiro y ponía carita de desamparo. Y eso que te tenía a ti.
- ¿Pudiste ver al niño Ascanio, Barce? Es un tesoro. Y tan tierno… Varias veces vino a mi triclinio a reclinarse conmigo – añade mientras Barce, a sus pies, le desata las cintas que anudan las sandalias – Me ha conmovido mucho. Me recordaba a Imilce cuando huimos de Tiro y ponía carita de desamparo. Y eso que te tenía a ti.
- No lo he visto, mi reina. Pero me han dicho que es tan guapo como su padre.
- Sí, sí lo es. Y espero que llegue a ser tan elocuente. ¡Cómo lamento que no oyeras al príncipe Eneas contar la destrucción de Troya! Mírame la piel: se me eriza sólo de recordarlo. Hubiera pasado la noche entera oyéndole contar esa historia horrible. Es un hombre tan especial…
- Inclina la cabeza, niña, para que pueda desatarte el hilo de perlas.
- ¡No me lo quites! Era de una prima de Eneas.
-¡Aunque fuera de la mismísima Venus, si te acuestas con él lo más fácil es que se rompa! – dice Barce apartando el cabello de la reina para encontrar el nudo – Está muy apretado el lazo.
- Eneas ha sufrido mucho.
- También nosotras – responde la nodriza – Acuéstate ya, mi reina. Y mañana me lo cuentas todo.
Dido se tumba en el lecho y deja que la nodriza apague las lucernas excepto la que está junto a la puerta. La oscuridad la reconforta. Desde hace horas tiene un hormiguero instalado en su vientre y, de vez en cuando, cientos de hormigas recorren su cuerpo y le producen una agitación hace tiempo olvidada. Sin poder evitarlo, ve entre las sombras al príncipe Eneas. Sus manos anchas, acostumbradas a esgrimir la espada y manejar el remo, deben ser tiernas también. Ha visto con cuánta delicadeza sujetaban la copa de oro que ella le ha pasado en el brindis y con cuánta intensidad la ha mirado antes de beber en el mismo borde donde ella había posado sus labios. Dido se ha fijado en su boca. La frunce un poco cuando se concentra o se detiene a escoger una palabra. Los labios carnosos están poco habituados a reír, pero se estiran encantadores cuando alguien logra arrancarle una sonrisa. Es todo seducción ¿Qué se sentirá al ser amada por un hombre como él? De un salto, Dido se sienta en la cama.
- ¿Te pasa algo, mi reina? – pregunta Barce, incorporándose de la yacija en la que duerme al pie del lecho de la reina – ¿Te apetece beber un poco de agua?
- No es nada, Barce. Duérmete.
Vuelve a tumbarse y da vueltas y más vueltas. Le invade la desazón. Trata de recordar la cara de su difunto esposo Siqueo y fracasa. Aunque piensa en él, su imagen desapareció de su memoria hace mucho tiempo. Se esfuerza por evocar sus abrazos, y descubre que es Eneas quien la abraza, quien busca su boca con labios de fuego. Dido tiembla, siente ardor en el pecho. No quiere seguir viendo a Eneas en la oscuridad. Sin embargo, se imagina que él la mira y le hace un gesto para que se acerque y no puede dejar de responder a su llamada. Implora al dios del sueño que venga a librarla de esta pesadilla, pero el dios no la escucha.
Se incorpora de nuevo y se acerca a la ventana. Barce trata de levantarse también, pero la reina le ordena quedarse quieta. Se apoya en el alféizar y recibe la brisa en pleno rostro. A lo lejos, sobre el mar, los cuernos de la luna aparecen velados por un jirón de nubes. El viento las arrastra de golpe y, en medio de la negrura, la luna queda desnuda con sus puntas afiladas.
Se incorpora de nuevo y se acerca a la ventana. Barce trata de levantarse también, pero la reina le ordena quedarse quieta. Se apoya en el alféizar y recibe la brisa en pleno rostro. A lo lejos, sobre el mar, los cuernos de la luna aparecen velados por un jirón de nubes. El viento las arrastra de golpe y, en medio de la negrura, la luna queda desnuda con sus puntas afiladas.
Hasta lo más hermoso, reina Dido, tiene capacidad de herir.
*Detalle de escultura femenina sedente. Museo Termas de Diocleciano. Roma.
**Detalle de escultura masculina. Museo Termas de Diocleciano. Roma.
***Detalle de cabeza femenina. Museo Termas de Diocleciano. Roma.
****Detalle de relieve. Museo Altemps. Roma.
*****Escultura femenina. Museo Termas de Diocleciano. Roma.
******Luna sobre el Panteón de Roma.
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**Detalle de escultura masculina. Museo Termas de Diocleciano. Roma.
***Detalle de cabeza femenina. Museo Termas de Diocleciano. Roma.
****Detalle de relieve. Museo Altemps. Roma.
*****Escultura femenina. Museo Termas de Diocleciano. Roma.
******Luna sobre el Panteón de Roma.
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Hola Isabel, ¿qué tal?, me encanta tu historia. Como siempre da gusto leerte, bellísimas fotos.
ResponderEliminar¡Ah, por cierto!, ya tenemos web de las jornadas, la he puesto en mi blog. Si te interesa, nos vemos allí.
Un beso sórico. Y gracias por este maravilloso blog.
Lady Read
Aunque Dido y Eneas son los personajes de los que se sirve Virgilio para justificar la eterna enemistad existente entre las dos grandes potencias mediterráneas de la antigüedad, Cartago y Roma, estoy segura de que tus personajes, tu historia, servirán a muchos para reconciliarlos con la buena lectura.
ResponderEliminarUn saludo cordial.
Hola isabel romana, este capítulo es pasión pura jejeje Me encantan los estragos que la flecha de cupido hace en la reina Dido. El deseo y el amor así son. Ahora falta que sea correspondida y que su historia además sea posible.
ResponderEliminarBesitos
Uyyy!! Qué imagen final la de la bella y afilada luna... Me erizó los cabellos.
ResponderEliminarMaravillosa descripción de las noches aquellas, en las que descubrimos sorprendidas los efectos de Cupido...
Un abrazo, amiga
Ximena
Eres increible, en este post existe una pasión hecha en tus letras un texto verdaderamente hermoso, más estas imagenes me gustaron mucho... gracias por compartirlas, besitos!
ResponderEliminarCuanta inquietud debe haber en ese corazón hambriento de nuevas historias... que pletórico es el sueño de sentirse amado cuando se evoca de la manera en que la reina lo hace...
ResponderEliminarufff Isabel...
La flecha de cupido me ha prendado de la historia!!!!
sigo pendiente!!
mil besos!!
Hola, Isa, aquí estoy, leyéndote y disfrutando de la lectura de estos capítulos, siempre hermosos, elegantes y vbrantes.
ResponderEliminarBesos.
Me encanta cuando surge el amor de esa forma, genial y espectacular!
ResponderEliminarMuy hermoso este final...besos
ResponderEliminarel amor, el espejo de la guerra. Lo hermoso que puede llegar a ser mortal. la imcapacidad que tenemos de revelarnos ante el destino y la marca de la conciencia que se lleva gravada en la piel. gracias amiga. gracias
ResponderEliminarEn los cuernos de la luna...
ResponderEliminarWaw, que figura, Minotauro se lleva a su laberinto a la reina
Buena semana Isabel
ummmm ...el bueno de cupido, que puntería tiene!! Aunque en mi caso quizá ha sido un poco lento, ya que he tardado cuarenta años en encontrar mi media naranja!!. Pero la espera ha valido la pena.
ResponderEliminarBesos querida amiga.
"Hasta lo más hermoso... tiene capacidad de herir..." Hubiésemos preferido que su amor no hubiera sido de esa clase o impedirlo de alguna manera y así no llorar como lloramos.
ResponderEliminarBesos y gracias po tus amables y cariñosas palabras, querida amiga.
Querida amiga, vengo a dejarte una estela de besos y caracolas, recien traidas del mar.
ResponderEliminarMuchos besos, Isabel, que tengas una hermosa semana.
Cuantas interrogantes tiene Dido sobre el amor, siente el hormigueo característico o revoleteo de mariposas cuando se esta enamorado y no le importa escucharlo mil veces la misma historia, como siempre fabulosas las imágenes con el relato
ResponderEliminarUn abrazo amiga
Una brillante introducción a la tragedia que se cierne, creo, sobre esta hermosa mujer y su pueblo. Espero no estar en lo cierto. Abrazos.
ResponderEliminarIsabel,
ResponderEliminarme confieso inconstante y promiscuo hasta la médula... lo reconozco.
Pensaba que estarías dando paseos por el Olimpo, con otros dioses, pero veo que me he equivocado completamente...
... sigues ascendiendo y deslumbrandonos.
Y lo peor es que nos engañas...
... esa lucecita de la foto sobre el panteón de Roma no es la luna, no, no lo es... eres tú, con tu prosa.
Muchísimas gracias y un beso, diosa.
Ay Dios, ya empieza a enamorarse, y de noche el amor es más fuerte, y mirando la Luna, todavía más. Ese es el momento.
ResponderEliminarSaludotes, abrazotes y besotes.
Sweet Dreams, de todo Corazón:
Arthur
Parece que la reina Dido ya no le falta mucho para ser la novia de Eneas, pero y sus reinos, también se unirán?
ResponderEliminarSaludos,abrazos y besos
Nice Day, con toda mi Alma:
Gusthav
Que bueno me gustó mucho la historia la trama el conflicto entre ambos personajes clásicos, de verdad que fue grato caer por tu blog, de veras, me gustó bastante, ahora yo te invito a mi blog, de relatos breves, te espero por ahí. Un Abrazo.
ResponderEliminarHola Isabel, te queremos dejar invitada a visitar nuestro blog-grupal "Corazón Lenteja", puedes comentar, criticar y sugerir temas, también puedes odiarnos.
ResponderEliminarTe esperamos!
Amiga...pasaba a dejar mis abrazos y a disfrutar de tu blog.
ResponderEliminarcariños
Isabel, Isabel!!! Me encantó :D cargado de emoción me ha resultado y me pregunto sobre el destino de nuestra inquebrantable reina Dido... esa sensación en su vientre y la figura de Eneas y ahhhhhhh el suspenso en que nos dejasssss... bendito cupido que hace que el próximo capítulo sea aún más interesante.
ResponderEliminarUn besazo mi niña :D
Sigo interesado en los desenlaces. Hasta estoy imaginando una que otra ilustración fuera de lo tradicional. Gracias por el placer de leerte
ResponderEliminarIntensidad, delicadeza, ternura, pasión ... emociones que pueden traer riesgos, pero a pesar de exponerse a heridas vale la pena experimentarlas :)
ResponderEliminarQuerida Isabel: De vuelta en casa y de vuelta a ponerme al día de las noticias sobre Dido y Eneas. Tengo una buena porción de lectura o perderé el hilo. Voy a por ella.
ResponderEliminarPero antes quiero dejarte un abrazo fuerte.
:)
Cara Isabel ti auguro una colorata, fresca e allegra estate!
ResponderEliminarun bacio, ciao!
Hola Isabel! ya he vuelto, he leído tus dos últimas entradas y vaya contraste!! El horror de la guerra con la pasión amorosa. Una mezcla peligrosa..
ResponderEliminarBesitos
Queridos amigos: contra mi costumbre y gusto, no puedo responder a vuestros comentarios que, como siempre, me animan a continuar. El interés por concluir la historia antes de agosto me obliga a reducir el tiempo para las respuestas y las visitas. Espero vuestra comprensión. Besotes a todos.
ResponderEliminarSublime la forma en la que concluyes esta entrada. Me fascina. He de decir que me llevé el escrito el fin de semana a la playa y lo disfruté mucho leyendo frente al Mare Nostrum.
ResponderEliminarHola, Isabel: Yo he empezado por esta tercera parte a leerte y me has fascinado con la historia. Aunque ahora me enganché, y leerme todo me costará un tiempo. Comentas que son historias sueltas... sí, lo comentas en ELPAIS.com del pasado, me alegré por ti, ponen tu blog 'Mujeres de Roma' en la sección Cada Día Un Blog. ¡Felicitaciones! Y muy merecidas. Es una gran pasión la tuya, por escribir y sobre todo, por Roma. Me gusta el titular: Rescatar del olvido a las más olvidadas.
ResponderEliminarGracias por entrar a mi blog al llamado de nuestra querida Rosa Silverio.
Abrazos, Isabel, es un placer leer unos textos tan jugosos, frescos y enternecedores como los tuyos. Logras meternos de lleno en el ambiente...
¡Feliz verano!
Alicia Rosell (Puri Ávila)
Ay, ya metí la pata: del pasado día 15, domingo, de este mes, cuando salió el artículo, amiga.
ResponderEliminarPara que lo sepan todos tus lectores, Isabel.
Abrazos.
pero que romántico texto!! ayyy
ResponderEliminarsigo y sigo...
brillante¡¡ sin comentarios
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