(XX)
Se acercaba el momento del parto de Rea Silvia y nadie sabía dónde la había ocultado el rey Amulio. Además, el rey, enojado con su hija Anto por su insistencia en implorar a favor de Rea Silvia, la había expulsado de su presencia prohibiéndole volver.
La noble Anto abandonó la cabaña real con un nudo en la garganta y una gran turbación. Había creído que el transcurso del tiempo y su persistencia en solicitar el perdón para su prima obrarían a favor suyo; que se suavizarían el disgusto y rechazo de su padre por Rea Silvia. A todos ha ocurrido alguna vez el enojarse mucho y luego, conforme pasan los días, perder valor la ofensa y diluirse el enfado. Contaba, también, con ablandar a su padre al demostrarle cada día cuánto quería a Rea; conseguir que la perdonara aunque sólo fuera por ahorrarle a ella misma un sufrimiento. Había sido una hija devota y obediente, dócil a los deseos de sus progenitores; creía merecer su benevolencia y no el brutal rechazo que acababa de exteriorizar su padre.
Caminaba mirando al suelo para ocultar su humillación y sus lágrimas, pues ya los labradores más mañaneros se dirigían al mercado. No iría a casa todavía, prefería serenarse antes de hablar con su marido, ordenar las ideas si quería explicarle bien lo que había pasado y estudiar juntos qué convenía hacer. Pensó en confiarse a sus amigas más próximas para aliviar su tristeza y confusión. Se dirigió, pues, a la casa de las vestales y pidió hablar con la Vestal Máxima Camilia y la vestal Adriana.
- ¿Qué ha ocurrido, noble Anto? – preguntó Camilia apenas la joven entró en su cuarto con el rostro sumido en la aflicción. Anto se arrojó a sus brazos y lloró desconsoladamente. Luego, cuando Adriana se unió a ellas, relató a ambas cómo su padre la había expulsado de la cabaña real y le había prohibido volver.
- No tengo ya esperanzas de conmoverlo – gimió desconsolada al terminar –. No creo que perdone la vida a Rea Silvia ni a sus hijos.
- Era un empeño imposible, Anto – dijo la Vestal Máxima con tono de pesadumbre –. Estaba condenado al fracaso.
- ¿Cómo puedes decir tal cosa? ¿Por qué no habría de escucharme mi padre? No he sabido defender a mi prima, es culpa mía.
- No, no es así, querida Anto. No te culpes – se apresuró a aclarar Camilia –. Desde el instante en que se descubrió su preñez, el rey Amulio tenía determinado condenar a Rea Silvia. Yo estuve presente en el juicio: no aceptó ningún argumento, ni siquiera aquellos de carácter religioso. Los consejeros estaban a favor de esperar, de no condenarla hasta comprobar si, como aseguraba Rea Silvia que le había anunciado Marte, estaba gestando hijos gemelos, señal inequívoca de favor divino. Pero el rey no cedió y todos los presentes comprendieron que quería la muerte de Rea.
- No alcanzo a entenderlo, Camilia – logró decir Anto entre un torrente de lágrimas –. Y lo que cuentas me parece imposible…
- No era una actitud nueva – replicó la Vestal Máxima –: cuando hizo asesinar a tu primo y destronó a tu tío Númitor, ya trató de condenar a Rea Silvia. Que no lo consiguiera entonces fue, sin duda, voluntad de los dioses.
- Yo no sabía nada de esto…
- Cuando ocurrieron todas esas desdichas tú estabas en Lavinio y allí no te llegaban las noticias nefandas. Eras, además, muy joven. Sé que a tu regreso Rea Silvia y tú hablasteis. Tu prima no quiso darte muchos detalles para no hacerte daño, y zanjasteis la cuestión prometiéndoos que no influiría en vuestro mutuo afecto nada de lo que hubiera sucedido en el pasado o pudiera ocurrir en el futuro entre vuestros progenitores – añadió Camilia –. En eso demostrasteis amaros de verdad y ser generosas. Pero Anto, ya no eres una niña…
- ¿Qué insinúas?
- Que no puedes ignorar por más tiempo la verdad – respondió. Siguió una larga pausa en la que sólo se oían los sollozos de la muchacha. Luego Camilia le cogió una mano entre las suyas y esperó a que la joven se calmase un poco.
- Hay una cuestión que es preciso responder – dijo la Vestal Máxima, como hablando para sí misma –: ¿Por qué Amulio no mató a su hermano Númitor?
La vestal Adriana y la propia Anto la miraron sorprendidas.
– Habría sido fácil hacerlo – continuó Camilia –. Le habría bastado simular un ataque de malhechores en un camino apartado, o fingir un accidente de caza, o asfixiarlo durante el descanso nocturno. No le faltaban secuaces capaces de cometer un magnicidio. Los albanos lo habrían reconocido como su soberano, porque siendo hijo del difunto rey Procas y hermano de Númitor tenía toda la legitimidad para ocupar el trono. ¿Qué le habría impedido a Amulio asesinar secretamente a su hermano, si su única ambición hubiera sido convertirse en rey?
El aire del cuarto se cargó de tensión. El rostro de Anto reflejaba un intenso sufrimiento, una duda mortal; la vestal Adriana contenía el aliento. También ella estaba desconcertada por las palabras de Camilia, pues nunca había pensado en esas cosas. Camilia retomó la palabra:
- Esa pregunta me ha atormentado durante mucho tiempo – confesó –. En los últimos meses, aún a mi pesar, una respuesta ha tomado forma en mi mente. A Amulio no le bastaba ser rey usurpando el trono a su hermano: eso no satisfacía su odio. Era tanta la envidia y el aborrecimiento que sentía por Númitor desde la infancia, que no cejaría hasta destrozarlo, hasta hacerlo perecer de pena y desesperación. Va camino de conseguirlo. Ya le ha quitado a su único hijo, lo ha derrocado, lo ha expulsado de Alba Longa condenándolo al olvido y a la soledad. Y ahora es el turno de arrebatarle a Rea Silvia con sufrimiento y con deshonor.
- ¡Cállate, te lo suplico!
- La detesta tanto o más que a su padre, sólo por el hecho de ser hija suya – continuó implacable Camilia –. Y este embarazo querido por los dioses ha sido una excusa perfecta para hacer daño a ambos: a Rea, asesinándole a los hijos y matándola a ella misma. A Númitor porque ¿existirá en el mundo un dolor más grande que ver ejecutar a latigazos a tu propia hija?
Anto se había cubierto la cara con las manos y sus sollozos sacudían todo su cuerpo. Adriana le pasó un brazo por los hombros, tratando de calmarla, aun cuando a ella misma era un puro temblor. Lo que acababa de mostrarles Camilia era monstruoso. Y lo que era más terrible aún: siendo objeto de un odio semejante, no habría salvación para Rea Silvia.
- Saludo a los dioses protectores de este hogar. ¿Hay novedades? – preguntó la artesana Valeria metiendo la cabeza en el interior de la cabaña de Amnesis. Ésta, que revolvía el contenido de un caldero hirviente con el caldo para el desayuno, le pidió que entrara. Valeria y su ayudante Aiara cruzaron el umbral llevando consigo un hato de tela burda, donde llevaban sus adornos y amuletos para venderlos en el mercado. Lo dejaron al lado de la puerta, se sentaron junto al hogar y acercaron las manos heladas al calor de la lumbre.
- Anoche hablé con Palantea y no había nuevas noticias – respondió Amnesis –. Ya no sabemos dónde buscar. Y vosotras, ¿habéis oído algo?
Valeria negó con la cabeza mientras cogía con ambas manos el cuenco de caldo que le ofrecía su anfitriona. Los albanos no habían echado de menos a Rea Silvia hasta bastante tiempo después de su desaparición. En la boda de su prima Anto la habían visto muy desmejorada y mucha gente supuso que sus padres se la habrían llevado consigo al Aventino. A veces salía a colación su nombre y los contertulios se preguntaban si la joven vestal se habría recuperado o continuaría enferma. Más allá de esas menciones ocasionales, todo era silencio.
- ¿Creéis que volveremos a ver a Rea Silvia y a Tuccia? – dijo inesperadamente Aiara.
- No lo sé – respondió Amnesis. Y durante un rato sólo se oyó el crepitar del fuego.
- He terminado ya el canasto para los gemelos. ¿Queréis ver cómo ha quedado?
Sin esperar contestación, la joven se levantó, fue hasta el fondo de la cabaña y regresó sujetando un cesto con las dos manos. La oscuridad del interior hacía difícil apreciarlo, así que las tres se acercaron a la puerta para verla a la luz del día, no muy intensa aún, pero más clara que la del fuego.
- Es realmente hermoso – dijo Valeria – y muy singular. No había visto ninguno como éste.
- No se hacen por aquí – confirmó Amnesis, orgullosa –. Mira, el borde es de caña, por eso resulta tan grueso y sólido. El esparto lo he trenzado usando como guías juncos finos. Tocad, tocad. ¿Veis cómo el fondo y los laterales son blandos y flexibles? ¡Ninguna criatura estaría incómoda aquí! Sólo me falta forrar todo el interior con una piel de cordero bien curtida. El cuero hacia adentro, así sus cuerpecitos quedarán aislados de la humedad.
- ¿Y el color del esparto? ¿Cómo lo has obtenido? – preguntó Valeria, a cuya mirada experta no escapaba ningún detalle. Amnesis había teñido la fibra vegetal consiguiendo varios colores: rojizo, azul, blanco, negro y los había combinado formando un dibujo de rayas horizontales.
- Soy buena conocedora de los pigmentos. Aprendí a hacerlos y a aplicarlos en las paredes cuando vivíamos en Tarquinia, allí hay costumbre de decorar con pinturas el interior de los sepulcros.
Sin poder evitarlo, las tres muchachas evocaron el día en que Amnesis había coloreado de un tono amarillento la piel de Rea Silvia para simular una enfermedad. Esta silenciosa alusión a su amiga, para cuyos hijos estaba destinado el cesto, arrojó una sombra de tristeza y de inquietud sobre ellas. Valeria y Aiara se apresuraron a despedirse prometiendo que regresarían al terminar su jornada en el mercado. Y, aún sin hablar entre ellas, ambas pensaron lo mismo: ¿no sería de mal augurio usar para el cesto de los recién nacidos unos colores que acompañaban a los muertos?
Caminaba mirando al suelo para ocultar su humillación y sus lágrimas, pues ya los labradores más mañaneros se dirigían al mercado. No iría a casa todavía, prefería serenarse antes de hablar con su marido, ordenar las ideas si quería explicarle bien lo que había pasado y estudiar juntos qué convenía hacer. Pensó en confiarse a sus amigas más próximas para aliviar su tristeza y confusión. Se dirigió, pues, a la casa de las vestales y pidió hablar con la Vestal Máxima Camilia y la vestal Adriana.
- ¿Qué ha ocurrido, noble Anto? – preguntó Camilia apenas la joven entró en su cuarto con el rostro sumido en la aflicción. Anto se arrojó a sus brazos y lloró desconsoladamente. Luego, cuando Adriana se unió a ellas, relató a ambas cómo su padre la había expulsado de la cabaña real y le había prohibido volver.
- No tengo ya esperanzas de conmoverlo – gimió desconsolada al terminar –. No creo que perdone la vida a Rea Silvia ni a sus hijos.
- Era un empeño imposible, Anto – dijo la Vestal Máxima con tono de pesadumbre –. Estaba condenado al fracaso.
- ¿Cómo puedes decir tal cosa? ¿Por qué no habría de escucharme mi padre? No he sabido defender a mi prima, es culpa mía.
- No, no es así, querida Anto. No te culpes – se apresuró a aclarar Camilia –. Desde el instante en que se descubrió su preñez, el rey Amulio tenía determinado condenar a Rea Silvia. Yo estuve presente en el juicio: no aceptó ningún argumento, ni siquiera aquellos de carácter religioso. Los consejeros estaban a favor de esperar, de no condenarla hasta comprobar si, como aseguraba Rea Silvia que le había anunciado Marte, estaba gestando hijos gemelos, señal inequívoca de favor divino. Pero el rey no cedió y todos los presentes comprendieron que quería la muerte de Rea.
- No alcanzo a entenderlo, Camilia – logró decir Anto entre un torrente de lágrimas –. Y lo que cuentas me parece imposible…
- No era una actitud nueva – replicó la Vestal Máxima –: cuando hizo asesinar a tu primo y destronó a tu tío Númitor, ya trató de condenar a Rea Silvia. Que no lo consiguiera entonces fue, sin duda, voluntad de los dioses.
- Yo no sabía nada de esto…
- Cuando ocurrieron todas esas desdichas tú estabas en Lavinio y allí no te llegaban las noticias nefandas. Eras, además, muy joven. Sé que a tu regreso Rea Silvia y tú hablasteis. Tu prima no quiso darte muchos detalles para no hacerte daño, y zanjasteis la cuestión prometiéndoos que no influiría en vuestro mutuo afecto nada de lo que hubiera sucedido en el pasado o pudiera ocurrir en el futuro entre vuestros progenitores – añadió Camilia –. En eso demostrasteis amaros de verdad y ser generosas. Pero Anto, ya no eres una niña…
- ¿Qué insinúas?
- Que no puedes ignorar por más tiempo la verdad – respondió. Siguió una larga pausa en la que sólo se oían los sollozos de la muchacha. Luego Camilia le cogió una mano entre las suyas y esperó a que la joven se calmase un poco.
- Hay una cuestión que es preciso responder – dijo la Vestal Máxima, como hablando para sí misma –: ¿Por qué Amulio no mató a su hermano Númitor?
La vestal Adriana y la propia Anto la miraron sorprendidas.
– Habría sido fácil hacerlo – continuó Camilia –. Le habría bastado simular un ataque de malhechores en un camino apartado, o fingir un accidente de caza, o asfixiarlo durante el descanso nocturno. No le faltaban secuaces capaces de cometer un magnicidio. Los albanos lo habrían reconocido como su soberano, porque siendo hijo del difunto rey Procas y hermano de Númitor tenía toda la legitimidad para ocupar el trono. ¿Qué le habría impedido a Amulio asesinar secretamente a su hermano, si su única ambición hubiera sido convertirse en rey?
El aire del cuarto se cargó de tensión. El rostro de Anto reflejaba un intenso sufrimiento, una duda mortal; la vestal Adriana contenía el aliento. También ella estaba desconcertada por las palabras de Camilia, pues nunca había pensado en esas cosas. Camilia retomó la palabra:
- Esa pregunta me ha atormentado durante mucho tiempo – confesó –. En los últimos meses, aún a mi pesar, una respuesta ha tomado forma en mi mente. A Amulio no le bastaba ser rey usurpando el trono a su hermano: eso no satisfacía su odio. Era tanta la envidia y el aborrecimiento que sentía por Númitor desde la infancia, que no cejaría hasta destrozarlo, hasta hacerlo perecer de pena y desesperación. Va camino de conseguirlo. Ya le ha quitado a su único hijo, lo ha derrocado, lo ha expulsado de Alba Longa condenándolo al olvido y a la soledad. Y ahora es el turno de arrebatarle a Rea Silvia con sufrimiento y con deshonor.
- ¡Cállate, te lo suplico!
- La detesta tanto o más que a su padre, sólo por el hecho de ser hija suya – continuó implacable Camilia –. Y este embarazo querido por los dioses ha sido una excusa perfecta para hacer daño a ambos: a Rea, asesinándole a los hijos y matándola a ella misma. A Númitor porque ¿existirá en el mundo un dolor más grande que ver ejecutar a latigazos a tu propia hija?
Anto se había cubierto la cara con las manos y sus sollozos sacudían todo su cuerpo. Adriana le pasó un brazo por los hombros, tratando de calmarla, aun cuando a ella misma era un puro temblor. Lo que acababa de mostrarles Camilia era monstruoso. Y lo que era más terrible aún: siendo objeto de un odio semejante, no habría salvación para Rea Silvia.
- Saludo a los dioses protectores de este hogar. ¿Hay novedades? – preguntó la artesana Valeria metiendo la cabeza en el interior de la cabaña de Amnesis. Ésta, que revolvía el contenido de un caldero hirviente con el caldo para el desayuno, le pidió que entrara. Valeria y su ayudante Aiara cruzaron el umbral llevando consigo un hato de tela burda, donde llevaban sus adornos y amuletos para venderlos en el mercado. Lo dejaron al lado de la puerta, se sentaron junto al hogar y acercaron las manos heladas al calor de la lumbre.
- Anoche hablé con Palantea y no había nuevas noticias – respondió Amnesis –. Ya no sabemos dónde buscar. Y vosotras, ¿habéis oído algo?
Valeria negó con la cabeza mientras cogía con ambas manos el cuenco de caldo que le ofrecía su anfitriona. Los albanos no habían echado de menos a Rea Silvia hasta bastante tiempo después de su desaparición. En la boda de su prima Anto la habían visto muy desmejorada y mucha gente supuso que sus padres se la habrían llevado consigo al Aventino. A veces salía a colación su nombre y los contertulios se preguntaban si la joven vestal se habría recuperado o continuaría enferma. Más allá de esas menciones ocasionales, todo era silencio.
- ¿Creéis que volveremos a ver a Rea Silvia y a Tuccia? – dijo inesperadamente Aiara.
- No lo sé – respondió Amnesis. Y durante un rato sólo se oyó el crepitar del fuego.
- He terminado ya el canasto para los gemelos. ¿Queréis ver cómo ha quedado?
Sin esperar contestación, la joven se levantó, fue hasta el fondo de la cabaña y regresó sujetando un cesto con las dos manos. La oscuridad del interior hacía difícil apreciarlo, así que las tres se acercaron a la puerta para verla a la luz del día, no muy intensa aún, pero más clara que la del fuego.
- Es realmente hermoso – dijo Valeria – y muy singular. No había visto ninguno como éste.
- No se hacen por aquí – confirmó Amnesis, orgullosa –. Mira, el borde es de caña, por eso resulta tan grueso y sólido. El esparto lo he trenzado usando como guías juncos finos. Tocad, tocad. ¿Veis cómo el fondo y los laterales son blandos y flexibles? ¡Ninguna criatura estaría incómoda aquí! Sólo me falta forrar todo el interior con una piel de cordero bien curtida. El cuero hacia adentro, así sus cuerpecitos quedarán aislados de la humedad.
- ¿Y el color del esparto? ¿Cómo lo has obtenido? – preguntó Valeria, a cuya mirada experta no escapaba ningún detalle. Amnesis había teñido la fibra vegetal consiguiendo varios colores: rojizo, azul, blanco, negro y los había combinado formando un dibujo de rayas horizontales.
- Soy buena conocedora de los pigmentos. Aprendí a hacerlos y a aplicarlos en las paredes cuando vivíamos en Tarquinia, allí hay costumbre de decorar con pinturas el interior de los sepulcros.
Sin poder evitarlo, las tres muchachas evocaron el día en que Amnesis había coloreado de un tono amarillento la piel de Rea Silvia para simular una enfermedad. Esta silenciosa alusión a su amiga, para cuyos hijos estaba destinado el cesto, arrojó una sombra de tristeza y de inquietud sobre ellas. Valeria y Aiara se apresuraron a despedirse prometiendo que regresarían al terminar su jornada en el mercado. Y, aún sin hablar entre ellas, ambas pensaron lo mismo: ¿no sería de mal augurio usar para el cesto de los recién nacidos unos colores que acompañaban a los muertos?
Pobre Anto, no debe ser nada fácil admitir que es hija de dos víboras.
ResponderEliminarGracias por este nuevo capítulo Isabel.
Bicos
Llegar a descubrir la peor infamia de una persona que amas, ante su propia hija, ha sido para Camilia una de las cosas mas dolorosas, pero la verdad, la vida y el amor es que debe imponerse ahora y Anto, ha de ser fuerte, tan fuerte como Rea, tan fuerte como cada mujer en Roma.
ResponderEliminarUn abrazo enorme Isabel!
Más que pensar en lo que acabo de leer, Isabel, lo que me ha venido a la cabeza es de qué forma vas tramando la historia, dándole entrada a los personajes, configurando una historia, que aunque sepamos el final, logras mantenernos en ascuas. Parece como si pudieras tener el don de prorrogar la vida de Rea para que disfrute de sus hijos.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, apreciada romana.
¡Pobre Anto! ¡Qué dolor!
ResponderEliminarPor aquí estoy, Isabel.
ResponderEliminarBesitos
Es muy duro para una hija aceptar que su progenitor es un monstruo. Algo en el interior de la persona impulsa al rechazo de la verdad aunque haya pruebas palpables.
ResponderEliminarUn saludo.
Vaya sorpresa sabatina! Gracias de nuevo por esta historia tan interesante.
ResponderEliminarD.
Qué capítulo más triste.
ResponderEliminarY pobre Anto, que no sé cómo va a salir de este golpe sentimental, pues debe ser durísimo repartir odio y amor al mismo tiempo, odio a sus malvados padres y amor por ser sus padres.
Huy, qué cosa más horrible.
:(
Un beso
Qué buena idea la del cesto. De ahí puede salir una buena estratagema.
ResponderEliminarY la pobre Anto que a todos nos duele, entre la espada y la pared, porque por crueles que sean, son sus padres. Tiene que ser espantoso.
Feliz fin de semana
Bisous
Bueno, bueno no lloremos mucho, el destino pone a cada uno es su sitio. Y Rea Silvia, la pobre, desaparecerá. Mucha vestal y mucha leche pero no dan con mi escondrijo. Y es que soy tan inteligente como mala gente. Qué le vamos a hacer. Queda poco para hacer desaparecer a Rea.
ResponderEliminarRey de reyes Amulio.
Adelante, Isabel, que esto se pone bueno. Besos
Salud y República
Saludos, dialida. Desde luego, debe ser un trago muy duro de pasar. Besazos, guapa.
ResponderEliminarHola mayte, estoy segura de que Anto, como muy bien señalas, tiene el temple que en el futuro tendrán las mujeres romanas y sabrá encajar su dolor. Besos.
Hola virgi, me da satisfacción que aprecies todo este entramado en el que podemos ver, aunque sea con simples ojeadas, la cantidad de vidas implicadas en cualquier suceso, por pequeño que sea. Más todavía en éste que dio lugar a lal fundación de Roma. Besos, querida amiga.
ResponderEliminarHola freia, sí. Qué dolor. Con todo, reconzcamos que Anto había recibido ya algunos avisos, algún atisbo tenía de la falsedad con que se comportaban sus padres. Besos, querida.
Hola elysa, me alegra que estés ahí, aunque sea para teclear un saludo con cuatro dedos. ¡Reponte pronto! Besazos.
ResponderEliminarTienes mucha razón, cayetano, los sentimientos suelen ser más fuertes que las pruebas evidentes, esto lo hemos visto a nuestro alrededor con frecuencia. Con todo, al final la verdad se impone. Besos, querido amigo.
Hola dolors jimeno, es que el jueves por la tarde estuve abueleando y me fue imposible colgar el capítulo... Besotes.
ResponderEliminarHola áfrica, verse en su lugar debe ser espantoso. ¿Cuántas personas han sufrido en sus propias carnes ese desgarro, ese conflicto entre el amor a los padres (o a los hijos) y la aceptación de sus malas acciones? Esperemos que Anto lo digiera bien. Besos, guapa.
Saludos, la dame masquée, también yo pienso que Amneris ha hecho muy bien en tejer este cesto: demuestra el amor por su amiga y su confianza en que finalmente lograrán encontrarla. ¡Que así sea! En cuanto a Anto, sí, su situación es durísima. Beso su mano.
ResponderEliminarHola rgalmazán, corazón de hierro, se te olvida que los dioses no van a ampararte en ese gran crimen que perpetras. Quizá ganes una batalla, pero estás lejos de ganar la guerra.
Besazos, querido amigo, malísimo hasta el final.
He quedado sorprendida por la manera en que vas tramando la historia amiga!!!!
ResponderEliminarEn cada nuevo capítulo las vidas de los protagonistas va tiñiéndose sin dar espacio a medias tintas...
P.D.:Pertenecer a una familia con actitudes tan inhumanas debe ser sencillamente desolador!!
MIS BESITOS CÁLIDOS ISA QUERIDA
Tarde o temprano Anto iba a desayunarse e quienes son sus padres, y le toco de la peor manera.
ResponderEliminarEn cuanto a que paso con los gemosl por lo quesabemos, se salvaron. Agluna canida agradecida de ser salvada tal vez tuvo algo que ver?
Imagino el sufrimiento de Anto. Debe ser terrible sentir la falta de sensibilidad de su padre.
ResponderEliminarMientras tanto, la artesana y las vestales se afligen al no dar con el paradero de Rea Silvia. Veremos el papel del canasto hecho por Valeria.
Un gran abrazo, querida Isabel.
Hola gabu, realmente la maldad de Amulio y Criseida la estamos viendo desde el inicio de la novela, acuérdate que fueron ellos quienes lanzaron el ataque a la cabaña real y mataron al hijo y a todos los criados de Númitor. Lo que ahora nos impresiona es la revelación a Anto, porque ella - como muchos de los albanos -, no conocía las motivaciones verdaderas de sus padres. Es muy duro para esta joven, como ocurre en la vida real. Besazos, querida amiga.
ResponderEliminartienes toda la razón: en estas leyendas antiguas no hay matices: los malos son malos y los buenos, tampoco parecen tener defectos.
Hola alejandra sotelo faderland, también Anto, como todo el mundo, tendrá que encajar este golpe tan doloroso que, por otra parte, no cae sobre la nada: ella ya ha tenido ocasión de sufrir antes engaños por parte de su madre.
ResponderEliminarEn cuanto a los gemelos, desde luego que nacerán y serán salvados. No hay criatura animal que no sea agradecida, así que tu intuición es muy cierta. Besos, querida amiga.
Hola isabel martínez barquero, desde luego el asunto del canasto para los gemelos ha quedado muy evidente...¡Todo el mundo piensa que tendrá algún papel ! Estoy perdiendo facultades... Ja, ja. En esta historia todo tiene importancia, todo juega su papel, como en la vida real. ¿O es que esto no fue real? Besazos, guapa.
ResponderEliminarA pesar de estar al tanto he sufrido con Anto y admirado lo bien que relatas el odio.
ResponderEliminarUn abrazo.
La maldad no tiene límites, querida Isabel. Nos dejas en la incentidumbre más pesarosa !invoco a Bona Dea, a Vesta, Silvana, Fauna, Fortuna!
ResponderEliminarDifícil de imaginar como se sentiría una hija al saber que sus padres son asesinos enfermos de poder. Seguimos atentos el trazado de tu prosa, amiga. Abrazos.
ResponderEliminarBuscando consuelo, la generosa Anto ha encontrado más motivo de sufrimiento. Bien está conocer las bajezas del alma humana aunque duelan, imposible negar la realidad.
ResponderEliminarCamilia, como Vestal Máxima ha hecho un análisis exacto de los horribles acontecimientos que rodearon a la familia de Númitor. Ese detalle no cuadraba, por qué Númitor había sobrevivido. El odio es una emoción tan profunda, tan destructora que no acaba en el deseo de la muerte, llega más allá.
Era necesario que Camilia nos abriera los ojos a todos.
Por otro lado, la alegría del canastillo que espera la llegada de los bebés no parece imponerse en este caso, bien al contrario, los presagios del nacimiento traen recuerdos del sepulcro. Los augurios no pueden ser más tristes.
A ver, si ya Marte...
Ay, qué pasiones humanas desatadas, como el esparto antes de ser trenzado.
Fascinantes las motivaciones de los personajes, terribles como la vida misma.
Un abrazo, querida Isabel.
Hola isabel, creo que hay sentimientos más difíciles de describir que el odio, pues éste tiene pocos matices y mucho que ver con lo más oscuro de nosotros. Besos.
ResponderEliminarHola natalia tarraco, haces bien en invocar a todas esas divinidades, porque las necesitamos con urgencia. Que se presenten ¡ya! Besos, querida amiga.
ResponderEliminarSaludos fgiucich, es muy duro. Muchas personas habrán pasado por esa experiencia y muchas la pasarán en el futuro. Ojalá Anto nos pueda servir de ejemplo. Besos, querido amigo.
Hola elena clásica, sin duda Anto no ha obtenido el consuelo que buscaba, sino una verdad harto dolorosa. Pero el destino traza a veces caminos impensados para llevarnos a cumplir lo que el hado nos ha dispuesto. El dolor de Anto tiene una razón de ser.
ResponderEliminarTambién yo estimo que Camilia ha dado con la explicación a la superviviencia de Númitor, y eso es un beneficio, por horrible que parezca: saber, tener un buen análisis, es la condición necesaria para encontrar una solución. Y en cuanto al canastillo... Quizá Valeria y Aiara vean en ello un mal presagio, pero ¡ay! cuántas cosas no son lo que parecen. Besitos, guapa.
Qué triste y doloroso es ver la verdad, máxime cuando te das cuenta que alguien a quien amas profundamente no es, ni por asomo, quien tú querías creer.
ResponderEliminarUn cordial saludo.