(XXXV)
Obedeciendo órdenes del rey Amulio Prátex y Catión habían arrojado la cesta con los gemelos al Tíber. Catión se había ahogado. Los gemelos habían sido empujados por el agua a una orilla, y, ya de noche, una de las fieras que bajaban a abrevar al río los había descubierto.
Al caer la noche, Rea Silvia se había despertado del letargo inducido por la infusión de hierbas que le había administrado Énule. De sus labios brotaban amargos lamentos y de sus ojos, lágrimas. Colocaba las manos sobre su vientre y lo hallaba vacío; palpaba a su lado en busca de la cuna y no estaba. Esa constatación de la ausencia de sus hijos, de lo irremediable de su pérdida, se transformaba en una herida insondable, cada vez más profunda. Evocaba los breves instantes en que los había abrazado. ¡Qué hermosos eran! ¡Con qué fuerza habían irrumpido en el mundo, llenos de vitalidad, ruidosos, perfectos! De pronto trataba de levantarse para ir en su busca y Tuccia y Énule debían sujetarla de los hombros para impedírselo.- ¿No le conmoverá a Marte que sus hijos hayan sido privados de su madre? ¿Acaso represento yo algo para él? – exclamaba –. Pero ¡qué digo! Madre Vesta, no me permitas decir palabras que ofendan al dios de las tormentas y los surcos. Él quiso engendrar un fruto en mi vientre, llevan su sangre. ¿No me envió a sus lobos sagrados cuando le pedí una señal? Por qué, entonces, ha permitido que me los quite Amulio? ¿Los he sentido crecer día a día dentro de mí, para que el padre Tíber los sepulte en sus aguas?
Tuccia la abrazaba y derramaba lágrimas con ella mientras trataba de calmar su agitación.
- Recuerda la profecía de Celia: tus hijos han de vengar a tu padre. Piensa sólo en eso, Rea. Los gemelos se salvarán.- Sí, sí, tienes razón – respondía Rea –. Van a salvarse. Marte lo puede hacer. ¡Ay, amigas, qué dolor tan insoportable!
Énule le frotaba de vez en cuando las sienes con un ungüento que aquietaba el espíritu y una taza de caldo para reconfortarla. Callaba durante un rato la vestal y, al cabo, presa de la agitación, volvía a clamar por sus hijos. En su frenesí, tan pronto recriminaba a Marte su abandono, como se mostraba segura de la supervivencia de sus recién nacidos.
Ninguna de las tres pronunciaba la palabra fatídica que golpeaba sus pensamientos con la fuerza y persistencia de un martillo y cuya inminencia intuían: ejecución. Porque Amulio había decretado que, cuando diera a luz, Rea Silvia sería azotada con varas hasta la muerte. Quizá a la vestal sólo le quedaban unas horas de vida.
Y así, entre la esperanza, el desconsuelo y la impotencia, transcurría para ellas la noche.
Ya estaba cerrada la puerta de la muralla de Alba Longa cuando Prátex pidió a sus vigilantes que le abrieran pues debía presentarse enseguida en la cabaña real. Agotado por el frío y la fatiga, el odioso sicario compareció ante el rey para informarle que había cumplido su orden y que Catión, por un accidente desdichado, se había ahogado en el Tíber. Los cadáveres del hijo de Rea Silvia y su falso gemelo debían estar ya sepultados en el lodo o habrían sido devorados por los peces después de que la corriente los hubiera arrastrado hasta el mar.El rey Amulio, satisfecho, le había dado autorización para retirarse. Al final, todo había resultado más sencillo de lo que había previsto, podía considerar provechosa la jornada. A partir de ese momento, el camino estaba despejado tanto para él como para sus futuros descendientes. ¡Ojalá Anto y Nipace le dieran pronto un heredero! Eso calmaría a Criseida. Distraerse con la crianza de un nieto le sentaría bien.
En cuanto a su sobrina Rea Silvia, no sabía aún qué decidir. ¿Estaría en lo cierto Anto, al asegurar que para ella la muerte sería mucho menos cruel que la vida? En tal caso, dejarla vivir prolongaría durante años su sufrimiento. La idea le tentaba. Sin embargo, se resistía a acceder a los ruegos de su hermano, que tanto había insistido para que la perdonase. Además de odio, sentía por Númitor un gran desprecio: se había convertido en un despojo humano, un individuo desprovisto de influencia y honor. Sus manos parecían las de un campesino, arrugas como cicatrices surcaban su rostro delgado y pálido; un porquero caminaría más erguido. Y aún lo enfurecía más el darse cuenta que, pese a todo eso, Númitor no había perdido dignidad en su actitud ni le faltaba elocuencia. Su porte era regio aunque se mostrara sumiso; tenía un gran dominio sobre sus propias acciones. Emanaba autoridad.
- ¡Maldito seas, una y mil veces, hijo de perra! – exclamó el rey, golpeando los brazos de su sitial con el puño. Si ese era el resultado de todo el daño que le había infligido hasta entonces, ¿qué más debería hacer para destruir el espíritu de su hermano y reducirlo a polvo? ¿Sufriría más y durante muchos más años si mataba de inmediato a Rea Silvia o, por el contrario, si la dejaba viva pero aislada y con la amenaza de ejecutarla en cualquier momento?
No se equivocaba el rey Amulio al pensar que la espera y la incertidumbre producen un padecimiento inmenso. Númitor se había marchado de la casa de las vestales dejando allí a su sobrina Anto y a la vestal Adriana quienes se habían dirigido a la celda de Vesta y, en torno a su fuego sagrado, imploraban para Rea el auxilio de la diosa. Él había regresado a pasar la noche a la cabaña de Amnesis, donde Kritubis, Valeria y Aiara le hacían compañía y compartían con él esa noche de congoja y aflicción. No hablaban de los gemelos, pues ya no temían que las estriges los atacan para beber su sangre, ni que Silvano los arrastrara con él a lugares salvajes. Esos eran temores pasados: seguramente habrían muerto ya. O tal vez su padre Marte los hubiera protegido en secreto. En cualquier caso, los habían perdido. Su preocupación, lo que les producía una agonía espantosa era pensar en el tormento que le aguardaba a Rea Silvia.
El rey Amulio no había fijado el día de su ejecución, pero tampoco había revocado su sentencia de muerte. Mas, si había sido implacable al ordenar el asesinato de unos recién nacidos, ¿podían abrigar la esperanza de que fuera más benevolente con su madre? En realidad, lo ocurrido en las últimas horas no era inesperado. Pero el filo del hacha no es el mismo cuando aún está en el aire, amenazante, que cuando ya ha decapitado a una víctima y se dispone a cercenar la cabeza de la siguiente. Por mucho que imaginemos el sufrimiento, sólo al experimentarlo en carne propia alcanzamos a conocer su dimensión.Si el dolor fuese fuego, el bosque sagrado de Silana estaría ardiendo por los cuatro costados, Alba Longa y el santuario de Júpiter Latiaris, las cumbres, valles y bosques de los montes Albanos serían una tea ardiente encendida en la noche. Pero el dolor es a veces tan frío como un puñal de hielo que al penetrar en la carne paraliza y aturde. Así, con los corazones helados por el miedo, sin saber qué hacer ni qué decir para consolarse, la pastorcilla Palantea y Urbano Lacio se habían quedado en la casa de Kritubis para no dejar solo a Alec, cuyo rostro reflejaba una profunda inquietud. Cogió Palantea la mano del anciano y la frotó con dulzura entre las suyas.
- ¿Recuerdas aquella noche que le salvaste la vida a Rea? – le preguntó buscando sus ojos –. ¡Estábamos muy asustadas las dos! Nos condujiste a la cabaña de Espórtula y ella nos dio refugio en su cueva.Pareció que los labios de Alec se alargaban en una sonrisa y su mirada se encendía con un destello de lucidez.
- ¿Una cueva? ¿Aquí, en Alba Longa? – preguntó, incrédulo, Urbano Lacio.
- Nadie la conoce. La cueva del amado, la llamábamos Rea y yo. Espórtula dibujaba en las paredes, cada noche, el rostro de un muchacho a quien quería con todo su corazón y no había visto en muchos años – y tras un silencio lleno de melancolía, añadió –: debe ser muy hermoso querer a alguien así.
Urbano la miró con intensidad. Palantea tenía quince años y él dos menos, pero debía arriesgarse. Alargó sus manos y las colocó sobre las de ella que, a su vez, sujetaban la mano amiga de Alec.
- Yo también dibujaría tu rostro todos los días – dijo. Y, sin más palabras, la besó.
El fragor del Tíber retumbaba por los valles y sonaba funesto en la quietud de la noche. A los pies del Palatino, la loba irguió la cabeza husmeando el aire. No había nadie más. Agachó el hocico y volvió a mirar a esos cachorros que gemían en el suelo, visibles porque Luna había abierto un hueco entre las nubes para alumbrarlos y arrojaba sobre ellos un haz de luz. La sombra de la fiera se proyectaba contra los matorrales y las rocas dándole un tamaño y un aspecto terroríficos: hirsuto el pelo del lomo, las orejas tiesas, patas firmes y flexibles y unos ojos de color ámbar que brillaban salvajes en la oscuridad. Dio la espalda a la cueva de Fauno cuya entrada estaba próxima a la higuera, avanzó unos pasos para arrimarse al agua negra y bebió.Saciada la sed, la loba retrocedió con cuidado atraída de nuevo por los gritos extraños que procedían de los cachorros tendidos a los pies del árbol. Hundió el morro en aquel montón de carne, lo olfateó y con el hocico empujó a uno de los pequeños que, al haber caído de lado, tenía aprisionado uno de sus bracitos. Dio luego dos pasos y se recostó, poniendo sus ubres rebosantes de leche al alcance de las criaturas. Los gemelos, al sentir el calor de aquel cuerpo, buscaron ansiosamente con la boca y encontraron los pezones. Succionaron con avidez el líquido nutricio, sus manitas torpes se apoyaban en las ubres y la loba, con la lengua, empezó a limpiarles la piel del fango inmundo que los cubría.Cantó la lechuza, sacra a Vesta, entre el follaje del cabrahígo. Golpeó el tronco el picoverde evitando hacer daño a ese árbol sagrado, cuya frondosidad amparaba a los hijos de Marte: la higuera ruminal se llamaría desde entonces. Algunos eruditos aseguran que el nombre le deriva de “ruma”, teta, porque a sus pies fueron amamantados los gemelos; otros que se debe a la diosa Rumina, quien protege la nutrición de los seres humanos y los animales y cuya leche se asemeja a la que corre por las hojas de ese árbol.
“Ensalzado seas, sagrado cabrahígo/ que acertaste a detener a tus pies a los gemelos./ Una gota de tu leche fue su primer alimento/ antes que las ubres de la loba Luperca/ generosas llenasen sus vientres./¿Dónde, antes de entonces, se había visto/ que una higuera silvestre y una loba/ fueran más amorosas que un pariente?”
Pero ni una loba ni un árbol son auxilio bastante para salvar la vida a unos recién nacidos.
*Las imágenes 4ª y 7ª están tomadas de internet y son de dominio público. El resto son todas mías.
¿no son suficientes?
ResponderEliminarMuy bien escrito, Isabel, me ha gustado mucho. Estarás cansada, pero no se nota nada. Eres una pluma infatigable. Nos vuelves a dejar en suspense. Gracias
ResponderEliminarMe dejas en ascuas.
ResponderEliminarCuando tengas ganas de desconectar de Roma, dedícate a la novela de suspense, porfi. No queda una entrega que no me dejes con las ganas de saber algo más.
Abrazo grande, Isabel.
Bueno, mariajesúsparadela, es que ni los árboles ni las lobas saben cambiar pañales... No se les puede pedir más allá de darles calor y leche. Besazos, guapa.
ResponderEliminarHola dolors jimeno, me alegra que no se note el cansancio. En realidad no es cansancio mío, es que ya llevamos más de 450 folios y vosotras aún resistís... ¡Necesitáis urgentemente un descanso! Besos.
ResponderEliminarHola virgi, a mí me encanta el suspense de la vida, me parece que tiene muchísimo. Eso es algo que aprendí de mi adorada Jane Austen, una novelista por la que tengo una inagotable admiración. Ella hizo que descubriéramos todo lo que de interesante tienen las vidas más comunes, supo dibujarlas con un interés insuperable. Besos, querida amiga.
ResponderEliminarLa escena de la loba me ha dejado muda. Cuánta ternura, por favor!
ResponderEliminarCreo que esa escena me ha hecho olvidar el dolor de todas las demás.
:D
Un beso
¡Ay,ay,ay!, perdonen Vds. que no le dé a la salvación de los gemelos la prioridad que requieren pero es que ando ruborizada, ardorosa y confundida... Urbano Lacio ¡me ha besado! ¡Ayssss! que un estremecimiento desconocido hasta ahora lo domina todo...
ResponderEliminar¡Qué hermosura, Isabel escritora. Precisamente hoy, que he tenido un día difícil, tú me has regalado un beso y un amor, el primero. Quiera tu pluma que a "mi" Palantea no se le ocurra rechazar a Urbano Lacio. Un beso y un abrazo muy fuertes para ti y gracias otra vez por el regalo de la vida y la belleza.
Claro que no decae la emoción, es más cada capítulo está máis emocionante.
ResponderEliminarBicos
Isabel:
ResponderEliminar¡Por fin llega el momento de la loba capitolina! Resulta tan ameno.
Vale.
(Me gusta mucho tu nueva foto).
Isabel. Eres, simplemente, genial. Dejas con la miel en los labios y no defrauda cuando vuelves a catarla.
ResponderEliminarAún con, casi, la salvación de los gemelos me has dejado hecho puré. Ese dolor que has descrito, de una madre y de un padre, me ha llevado a revivir tiempos pasados y aún no finalizados. Has conseguido estremecer lo más hondo de mi ser.
Un fuerte abrazo y un beso.
Nunca pensé que estaria orgullosa de ser una loba. Gracias Isabel por permitirme participar y con un papel tan trascendental en la vida de los gemelos y en la fundación de Roma- Y muchas felicidades por tu relato que seguimos con emocion, entusiasmo e interés.
ResponderEliminarUn abrazo
Junto con el anterior forman un duo memorable, la justicia del Tiber contra Cation, el viaje por agua de los niños, y la loba que aparece a dar calor. Por cierto que un niño puede resistir al frio porque se ponen como en hibernacion, aqui tuvimos un caso de una niña dada por muerta que sobrevivio 12 hs. aun en el frio de la morgue, gracias al frio precisamente.
ResponderEliminarMas alla de ello, estos dos capitulos estan espectaculares.
Otro capítulo increible. Y otra vez me vuelvo a quedar con la ansiedad de ver que pasa con los gemelos y su madre.
ResponderEliminarBesitos
Cuánta crueldad...y maledicencia de estos hombres, de estos seres que se derraman de coraje y avaricia. Que los Dioses protejan a los hijos de Rea.
ResponderEliminarEstupendo Isabel!
Besos.
Cuando los hombres sin alma se comportan como bestias y las bestias con alma proporcionan calor de madre.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias por regalarnos estas cosquillas en el estómago...sigo en el Tíber...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Isabel
!Oh poderosa Isabel, hacedora de estas aladas letras! te recuerdo que yo, Acca, tengo mis pechos llenos de leche, soy mujer verdadera sin mitos ¿han de confundirme los Hados con una loba! Perdí a mi hijo y ahora se me ofrecen dos niños como consuelo, Èvoe, bienvenidos a mis ubres, y me digo, será el instinto materno.
ResponderEliminarLo acato !salve! para el bien de las contumaces leyendas, las cuales,torpe, sospecho que servirán de algo, tal vez como cuentos para niños y adultos soñadores.
Mitos que adormece,y de este modo, los soñamos invocando a tantísimos dioses y diosas aplacando las dudas tan viejas. Las solventamos, crédulas criaturas, a base de respuestas para niños.
Pero te juro que he parido real en mi carne a base de dolor y esperanza, y a esto me avengo,juro que estoy dispuesta a romper un mito en pos de una verdad humana, y lo siento en mis entrañas más allá de los dioses.
Que me perdonen, esos, los dioses, a los cuales...temo por instinto y por tradición añeja, pero de los cuales, no puedo remediarlo,siempre dudo.
Isabel, me tienes cien...besitos.
Los animales son imprescindibles en la vida delos humanos, que se lo pregunten a Francisco de Asís.
ResponderEliminarAúllan las encinas del bosque de Silana de dolor, el agua de su fuente arde, pero pocos los notaron, solo algunos de extrema sensibilidad, tales como Urbano Lacio que sentía enardecido su pecho de fuego, aunque muchos detalles de aquella noche no aparecen en sus crónicas.
ResponderEliminarLa pintura de la loba con su pelo hirsuto, sombra recortada sobre un cesto es una obra de arte de por sí, más allá de estar enmarcada en este capítulo, puro fuego, y en esta obra, maestría.
El odio de Amulio crepita también como las llamas, mientras la higuera silvestre y una loba, símbolos vivos de la protección triunfan.
A ver si algún me lo explicas, Isabel, ¿cómo se puede crear tanta belleza?
Un gran abrazo, escritora.
¡Qué hermoso capítulo has construido!
ResponderEliminarFrases como "si el dolor fuese fuego" y esa visión de la loba, la ruma, la higuera...
Precioso y esperanzador.
Un fuerte abrazo.
Qué noche más agitada. Algunos párrafos parecen de un cuento mágico, cuando vuelve Prátex.
ResponderEliminarCuán difícil es destruir espíritus como el de Númitor, eso me encanta :)
Amamantar a Roma a los pies de una higuera, precioso.
De pronto he pensado que no escribes para lectores, sino para audioyentes.
Besos
Esto empieza a no gustarme, se tuerce. Ahora resulta que una loba da de mamar a los pequeños. O sea que lo mismo se salvan. No sí esto de ser flojos es lo que tiene. Tenía que haber pedido que me trajeran sus cabezas.
ResponderEliminarRey Amulio
Querida, me ha gustado mucho la descripción de cómo la loba busca a los pequeños y les da de mamar.
Un beso
Salud y República
El relieve en que la mujer, con sutiles ropas, vierte línquido en el cuenco del varón, es una obra magistral que siempre me ha emocionado, pero no hay manera de que ahora la sitúe. Supongo que será griega, pero no puedo asegurarlo. Si te acuerdas de donde la has sacado o el tema que representa, autor, etc. te lo agradezco. Pero no te mates buscando esto si lo has puesto ahí por simple ilustración. Un abrazo.
ResponderEliminarEl relato que hace incapié en el encuentro de los pequeños con la loba,es de una ternura inmensa amiga!!!
ResponderEliminarP.D.:A pesar de todas las desgracias el amor parece abrirse camino igualmente entre URBANO y PALANTEA,y eso ha de ser un buen augurio,verdad?? :)
MI CARIÑO ISA QUERIDA
Querida Isabel,me siento en una espiral de emociones,intenso capitulo, en esta historia hay espacio para otras también, se van tejiendo entre intrigas y odios.
ResponderEliminar(Yo puedo resultar pesada.Clamo venganza.)
Abrazo Isabel.
Contra la pérfida humanidad parece que no son suficientes ni todos los dioses del Olimpo ni la Naturaleza en pleno... No lo creo. Los Hados son más fuertes.
ResponderEliminarBesitos y Feliz Día del Libro
Un capítulo precioso, lleno de rabia (la de Amulio), amor y ternura (me gusta que Urbano Lacio haya besado a Palantea), y la magnífica descripción que nos haces de la loca capitolina. El encuentro de la loba Luperca con mis gemelos es precioso, delicado, entrañable. Todas las fibras de mi ser dan las gracias a ese animal, así como a la higuera silvestre. Respiro: los gemelos están vivos y han sido amamantados.
ResponderEliminarBesos, querida Isabel.
Un poco tarde, vengo a leer con fruición y dejarme llevar por las aguas de la aventura. Un relato espectacular, amiga. Me voy para el próximo. Abrazos.
ResponderEliminarVaya relato!! sencillamente espectacular.
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