lunes, abril 23, 2012

UN DON DEL TÍBER


(XXXVI)
Mientras en Alba Longa todos esperaban la resolución del rey Amulio sobre la ejecución de Rea Silvia, los hijos gemelos de ésta que, arrojados al río habían sido llevados por las ondas a una zona seca, habían sido amamantados por una loba, que también les daba calor.
Acca Larentia contemplaba el amanecer mirando hacia los montes Albanos. Acababa de ofrecer una libación de leche en la tumba de su hijo cuando notó como si unos dedos le rozaran la nuca y le hicieran girar la cabeza en dirección a Alba Longa. El cielo blanquecino presagiaba más lluvias, el fuerte rumor de agua que ascendía desde el cauce del Tíber hasta la cumbre del Palatino revelaba que habrían de pasar muchos días hasta que remitiesen la crecida y sus efectos. Seguirían aislados durante varias jornadas y el mercado no podría celebrarse.

No era esto, sin embargo, lo que la oprimía. Estaba acostumbrada a la soledad y a sentir el vacío a su alrededor. Las pocas mujeres que habitaban en las chozas diseminadas por aquellas colinas evitaban encontrarse con ella. Murmuraban que en el pasado recorría los campos y se entregaba a los pastores a cambio de un pellejo de oveja o unas medidas de leche. ¡Qué sabrían esas mujeres de la dicha de gozar del cuerpo de un hombre deseable por su belleza o juventud, allí donde se encontrase! Y de ofrecerle a él, en ese instante, sus delicias, como exige la Naturaleza a la que se someten de buen grado muchas divinidades. Recibir después un poco de comida u otros dones sólo era una muestra de amistad. Acca Larentia no se avergonzaba de haber obedecido a sus instintos. Y en ese momento de pérdida y de duelo, su corazón le pedía respirar al aire libre, correr para sentir el revivir de la carne, desafiar al abismo saltando de roca en roca, abrazarse a algún árbol y llorar sobre su corteza, compartir su desolación expandiéndola por colinas y valles.

- ¿Qué pasa, Bona? – se sobresaltó cuando la perra se le echó encima de improviso, respirando con gran agitación. Acababa de subir, seguida de su cachorro Seius, por la escalera de Caco. Ladraba, gemía, iniciaba una carrerilla en dirección a la escalera y volvía atrás. Seius imitaba a su madre agitando la cola con frenesí, clavaba sus dientecillos en la ropa de Acca y tiraba de ella.

- ¡Calma, calma! No puedo seguiros hoy. Si es que no habéis podido beber agua, venid, os pondré una poca.

Extrajo agua limpia de la tinaja del exterior y la vertió sobre una piedra cóncava. Sin embargo, los animales ni bebían ni se calmaban. Todo era un ir y venir de la escalera a la cabaña, cada vez más excitados. Y comprendió Acca, de pronto, que algo anómalo ocurría. Volvió a notar una caricia en la nuca y esta vez tuvo la sensación de que no era casual.

- Madre Fauna – exclamó –. ¿Me adviertes tú también de algo? ¿Es ésta la señal que te pedí?

Bona y Seius corrían ya hacia la parte más alta de la colina, se perdieron de vista un instante y volvieron a descender con ladridos y brincos. Al poco, por ese mismo lugar apareció Fáustulo, caminando a buen paso.

- Va a llover – le dijo a Acca Larentia –. He ido a echar comida a los cerdos, no los sacaré hoy. ¿Qué les pasa a los perros?

- Algo raro han olido allá abajo. Han ido a beber y han vuelto muy nerviosos, tiran de mí para que los siga. Pero no es prudente que baje estando recién parida: con todas inmundicias que arrastra el río podría enfermar.

- Bajaré yo. Métete en la cabaña y aviva el fuego, hace frío.





Cuanto más descendía la escalera de Caco, más intenso era el ruido y el hedor de las aguas. El lodo volvía resbaladizos los escalones; cañas, hojas y ramas se acumulaban en algunos puntos; animalillos muertos, estampados contra las rocas, eran irreconocibles por la descomposición y el fango. Su fetidez parecía penetrar en la piel y las ropas. Bona y Seius, indiferentes a los efluvios insalubres, saltaban todos los obstáculos, se paraban un instante y volvían las cabezas para asegurarse de ser seguidos por Fáustulo. Sólo cuando llegaron a los últimos escalones se quedaron quietos, Seius pegado al lomo de su madre.

Cuando Fáustulo estuvo a su lado, Bona empezó a gemir, señalando con el morro hacia el lado izquierdo de la escalera. El nivel del agua había descendido y dejaba a la vista un amplio espacio fangoso. Con precaución, el pastor anduvo unos pasos en dirección a la cueva de Fauno y fue entonces cuando los vio: una loba estaba tendida al pie de la higuera silvestre próxima a la cueva y amamantaba a unos cachorros. Sorprendentemente no eran lobatos, aunque no distinguía qué otra clase de animales podrían ser. La fiera levantó la cabeza al oler u oír a Fáustulo, pero no se movió. También él se había quedado quieto, contemplando aquella escena insólita. Los perros, tras él, callaban. Así permanecieron hasta que las criaturas apartaron sus bocas de las ubres. Entonces la loba se levantó despacio, sin revelar la menor hostilidad, y se retiró perdiéndose entre los matorrales.

Se acercó Fáustulo a la higuera y, para su asombro, vio que eran dos niños. Cerca había un cesto volcado, seguramente los habían tirado al río con él. Lo enderezó. Estaba recubierto de una piel de cordero sucia pero bastante seca. La apartó a un lado, metió dentro a los pequeños y los tapó con la piel. Luego, cogió el cesto con ambas manos y emprendió el regreso a su casa. Bona y Seius saltaban alborozados a su alrededor, presas de un gran nerviosismo, y así subieron y bajaron la escalera de Caco muchas veces por delante de él, hasta llegar a la cabaña.

- ¡Acca, Acca! – gritó Fáustulo llegando a la puerta.

Acudió ella al umbral, se apartó para dejarlo pasar al ver con cuánta prisa venía y lo siguió dentro. Fáustulo depositó el cesto al lado del hogar, y retiró la piel con que había cubierto a los gemelos. Se llevó la mano a la boca Acca para sofocar una exclamación cuando los vio. Solo fue un instante, porque enseguida rebuscó telas limpias en un rincón de la cabaña, le pidió a su marido que trajese más agua y, sentándose al lado de la cesta, sacó de entre aquel revoltijo de telas, barro y pelos de animal, a uno de los gemelos. Le quitó la banda de tela con que lo había fajado su madre y se admiró de aquellas piernas robustas, de la vivacidad de los movimientos del pequeño, que se llevaba los puños a la cara, de su pecho sonrosado.

Mojando un paño en el agua caliente del caldero que estaba al fuego, lo limpió con rapidez y destreza, lo frotó suavemente para hacerlo entrar en calor, volvió a fajarlo y lo depositó sobre una piel en el suelo para realizar la misma tarea con el otro.

- ¿Quién ha podido trataros así? – exclamaba entre tanto –. No tendrán más de dos días, pobrecillos. Gente malvada, sin entrañas.

- ¿Los habrá abandonado su propia madre? – preguntó Fáustulo mientras contemplaba admirado a las criaturas.

- No, su madre no. Estaban bien fajados y las bandas son de buena calidad. Además, llevan al cuello un cordón con un colgante. Suena como si llevara algo dentro. Si son amuletos, como creo, han cumplido con creces su misión.

- Cuando los he encontrado, estaban mamando de una loba. Es un hecho prodigioso. Y más todavía el que sean gemelos. Están protegidos por los dioses.

Asintió Acca pensando en Fauna y en el padre Tíber mientras se quitaba la faja de los pechos y, a uno detrás de otro, les ofreció sus senos hinchados de leche. Se agarraron ellos enseguida, pese a haber mamado de la loba hacía poco, y no dejaron de succionar hasta quedar ahítos. A la espera de confeccionar una cuna donde cupieran con comodidad los dos, Acca los colocó en la que había preparado para su hijo muerto, que era bastante amplia. El instinto le aconsejaba quitar de en medio el cesto que los había traído, esconderlo para que nadie lo viera.

Por su parte, Fáustulo pensaba intensamente sobre lo que había presenciado y lo que podría significar. Tres días antes había oído rumores acerca de la vestal Rea Silvia. Los criados de la cabaña real decían que el rey Amulio la mantenía oculta en un lugar secreto, que estaba preñada y él la había amenazado con matarlos a ella y a sus hijos. Los gemelos podían ser suyos. Eso explicaría muchas cosas: la calidad de las ropas, la singularidad de los amuletos y del cesto, pues nunca se había visto otro así, pintado de colores. Y, sobre todo, el hecho de que los recién nacidos hubieran sido arrojados al río para que se ahogaran. Ese era un crimen horrible que no hubiera cometido cualquiera. Fáustulo conocía bien al rey Amulio y lo tenía por muy capaz de hacerlo.

- No debemos revelar a nadie que los hemos encontrado – dijo Fáustulo.

- ¡Claro que no! – respondió Acca rauda –. Son mis hijos, nuestros hijos. Un don del padre Tíber.

- Corren mucho peligro, y nosotros también, si se sabe que han sobrevivido. La persona que ha decretado su muerte es muy poderosa.

- ¿Crees que yo los traicionaría o me traicionaría? ¡Antes me cortaría la lengua! No lo diremos ni siquiera a nuestros hijos... Ya los quiero como si hubieran nacido de mi vientre. Fauna y Tíber me los han mandado en lugar de mi hijito muerto, lo sé.

- Escondamos pues todo lo suyo.

- Los amuletos no. Los llevarán siempre porque así debió quererlo su madre. No se los quitaría yo por nada del mundo.

- Alguien podría ver esos colgantes y reconocerlos.

- ¿Quién los va a ver aquí? – se preguntó Acca –. Haremos una cosa: sustituiremos el cordón tan fino por uno más basto y les pondremos a nuestros otros hijos pequeños unos colgantes parecidos. Así a nadie les llamará la atención.

La cabaña se había iluminado de alegría. Los perros, que hasta entonces seguían a Acca Larentia a todas partes, no se separaban de los recién nacidos, como si alguien les hubiera ordenado vigilarlos. Miraron con indiferencia a Fáustulo y siguieron sentados cuando éste salió a buscar leña y los invitó a seguirlo. Acca empezó a organizar la casa: buscó el mejor sitio para colgar la cuna, contando con que enseguida habrían de sustituirla por otra más grande; puso al fuego un nuevo caldero con agua y unas cuantas coles para la comida; limpió la piel de oveja y el cesto de colores que traían los gemelos y los ocultó debajo de un montón de pellejos muy usados. A cada momento se paraba a contemplar a sus hijos, arrobada por su belleza y su salud.

Cuando regresó Fáustulo, aprovechó para salir ella misma al exterior. Detrás de la cabaña, junto al banco en el que solía sentarse, realizó ofrendas de leche y miel a la diosa Rumina y a la madre Fauna. Luego, se dirigió al borde del precipicio y vertió vino sobre el Tíber desbordado.

- No olvidaremos, ni yo ni mis nuevos hijos, el favor que nos has hecho, padre Tíber – dijo –. Ellos vengarán la afrenta que sufrí y la muerte de mi pequeño. Y puesto que tú me has devuelto por duplicado el hijo que he perdido, yo duplico el voto que te hice y todos los días de mi vida te ofrendaré dos copas de vino puro.

De este modo la rueda de Fortuna había dado un inesperado giro. Cuando nace una vida - y los gemelos habían vuelto a nacer - ¿quién sabe qué destino le aguarda? El rey Amulio había decretado para ellos la muerte y, pese a sus funestos designios, los recién nacidos la habían burlado. Mas la rueda vital es infinita y su movimiento interminable avanza. Y así como al otoño le sigue el invierno y al invierno la primavera y ese orden no se puede alterar, así en el fluir incesante de la existencia humana mientras unas vidas gozosamente empiezan, otras, inevitablemente, acaban.

* Las fotos son todas mías.

NOTA: Os dejo una invitación para el jueves 29 de abril, en Cheste.




23 comentarios:

  1. Amigos, os pido disculpas por no responderos individualmente y no visitaros con la frecuencia que me gustaría. Estoy trabajando a toda máquina para acabar este trabajo con la historia de Rea Silvia. Gracias por vuestra comprensión. Besos a tod@s.

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  2. Precioso este nuevo capítulo.
    Bicos

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  3. ¿Cómo no comprenderte con lo liada que estás? Entre presentaciones y escritura, no sé si tienes tiempo para otras cosas.
    Lo mejor es que los gemelos parecen a buen recaudo. Y si nos llevamos de la Historia algo así debe ser. Pero aún falta, aún falta...
    Sigamos esperando, pues.
    Un abrazo, querida Isabel

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  4. Estoy deseando verlo publicado, comprarlo y colocarlo al lado de Dido.
    Y, cuando un día vengas a Ourense, llevártelos a firmar.

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  5. Otro capítulo lleno de hermosura, Isabel.
    Me enternece el personaje de Acca, tan vital y amorosa, tan madre, tan entregada... Es un consuelo para mí, que moro en el sufrimiento por haber sido privada de mis hijos, que estén al cuidado de una mujer tan generosa. Tanto ella como Faustulus y los perros sé que velarán por mis niños. Que los dioses los protejan siempre a todos y el padre Tíber les dispense favores y fortuna.
    Un abrazo y ánimo en la tarea, que ya te queda muy poco para concluir esta primera parte.

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  6. ¡Qué capítulo más hermoso, Isabel escritora! Y en justa compensación. La violencia de Prátex sobre Acca Larentia ha sido conjurada por su propia torpeza al abandonar a los gemelos y ella ha visto compensada la pérdida de su hijo por la llegada de los de Rea Silvia, y está tan bien narrado...

    Un abrazo muy, muy fuerte y mucho éxito en la presentación de tu Dido.

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  7. Me es inevitable pensar que cuando algo debe ser,nada podrá impedirlo!!!!!

    P.D.:El destino de los pequeños ha de estar signado por la supervivencia ante cualquier infortunio que se les presente en sus caminos de vida!!

    TE DEJO UN MANOJO DE MI CARIÑO AMIGA =)

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  8. Has dado tregua al sufrimiento, aunque no a la preocupación. D.

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  9. A veces ocurre que la Fortuna se pone de nuestra parte y nos salen las cosas bien a pesar de todos los obstáculos.
    Te deseo también a ti buena "fortuna" en la presentación de esa novela estupenda que tuve la suerte de leer y comentar.
    Un saludo.

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  10. El mal no siempre triunfa, afortunadamente. Los gemelos han escapado al destino que les tenían deparado, por lo que llega la esperanza.

    Feliz día, madame.

    Bisous

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  11. Decidido: éste va a ser mi capítulo preferido si alguno que venga detrás no lo remedia. Menos mal que por una vez todo sale bien, de momento...
    Besazos

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  12. Afortunadamente los gemelos han sido hallados por los perros y estarán a buen recaudo. Hay leche para alimentar a los gemelos, vino para el Tíber y miel para las ofrendas. Cuando la Fortuna sonríe todo anda sobre ruedas...
    Besos Isabel

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  13. Quien pudiera estar en Cheste...como no puede ser, esperaré cerca de la cabaña de Acca, velando por el futuro de Roma...

    Un abrazo y mucha suerte en tu presentación

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  14. Isabel:
    Sigue trabajando y no te preocupes por las vistas.
    Vale.

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  15. Precioso capítulo Isabel. Lleno de ternura y de vida. ¡Cómo se nota que eres una madre!. Sólo así se puede describir y, hacernos presenciar, los cuidados de Acca a los gemelos.

    Como muy bien dices, la rueda de la vida va girando inexorablemente; una veces más rápida y otras más lentas, pero es un movimiento imparable. Unas generaciones dejan paso a las que vienen; aunque sea un paso forzado al y como preveo ocurrirá en el próximo capítulo.

    Un fuerte abrazo y ánimo con esta tarea.

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  16. ¡Maldición! Han sobrevivido. Esto tiene mala pinta, estoy por emigrar si no consigo encontrarlos. Y, desgraciadamente, esta narradora juega a favor de esos malditos críos.
    Rey Amulio

    ¡Qué maravilla de capítulo! Me ha gustado y emocionado, pero no se lo digas a mi personaje, que es capaz de cualquier cosa.
    Un beso

    Salud y República

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  17. Tanta pasión, me admira!!! me gustas tan viva siempre por lo que amas.

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  18. Qué capítulo más bonito!
    Y lo cuentas tannn bien!
    Me ha fascinado la loba de nuevo, y esa ternura que se desprende de la mujer, ansiosa por cuidar de la vida
    de los recién nacidos.
    Genial!


    Un beso y feliz jornada con Dido.

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  19. Isabel, qué alivio y que bien ha terminado este capítulo.

    No te procupes, lo entendemos muy bien.

    Besos.

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  20. Pienso que no podían estar en mejores manos, me gustan Acca y Fáustulo y seguro que cuidaran bien de los gemelos.

    Besitos

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  21. Isabel.
    Cuanta emoción en este capitulo. Acca y Fáustulo estaban predestinados,un rescate maravilloso ya los gemelos están en buenas manos.Un capítulo liberador,la esperanza siempre es lo ultimo que debemos perder.
    Éxitos en tus presentaciones.
    Un abrazo venerable dama.

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  22. Un regalo del cielo descripto con la maestría acostumbrada. Abrazos.

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  23. Hermoso el capitulo, realmente interesante.

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