El amanecer sorprendió a
Rómulo, Gordio y Publico Quintili en el extremo más septentrional del Palatino,
en el punto donde la colina termina bruscamente y, dando un giro, se aleja del
valle de Murcia y se enfrenta cara a cara con el Celio. Habían salido de su
refugio cuando aun brillaba en el cielo Luna y, amparándose en su luz, se
habían deslizado por el valle hasta alcanzar el ara de Consus. El altar
permanecía oculto bajo el suelo y el lugar exacto de su enterramiento estaba
señalado por una piedra. Ante ella permanecieron de pie.
- Así actuaremos - dijo
Rómulo en voz baja a sus amigos -. Ocultándonos en los matorrales, nos
acercaremos sigilosamente a donde están los vigilantes de la sal. Nos
colocaremos cada uno en una parte: tú, Gordio, a la izquierda del camino;
Publio, tú te situarás a la derecha y yo permaneceré en el centro. Levantaré la
mano y, cuando la baje, cada uno de vosotros debe lanzar una piedra sin dejaros
ver ni hacer ningún otro ruido. Se trata de que los guardias, al oír caer las
piedras, se alejen del camino y vayan a los extremos de las salinas para ver
qué ocurre. Yo subiré corriendo, llenaré mi zurrón de sal y bajaré de la misma
manera.
- ¿No es muy arriesgado? No
podrás defenderte si te sorprenden.
- Confío en vosotros. Si los
guardias volviesen hacia el camino, tirad otra piedra. Sólo para hacer ruido y
atraer su atención. Les robaremos y no se darán cuenta.
Acordaron dejar a Bona
vigilando su cabaña, pues si la llevaban corrían el riesgo de que sus ladridos
alertasen a los vigilantes. Una vez puestos de acuerdo y resueltas todas las
dudas, los tres muchachos se agacharon y excavaron un hoyo pequeño. Rómulo sacó
de su zurrón un puñado de grano, lo arrojó dentro y lo recubrió otra vez
mientras pronunciaba palabras rituales para recabar el auxilio de Consus. Una
ofrenda acertada, pues ese dios ama proteger lo oculto y quienes urden
proyectos secretos lo tienen como patrón.
Remo y los Fabios se habían
levantado de buen humor. Estiraban los brazos y las piernas en la puerta de su
refugio y esperaban la salida del sol para emprender su hazaña. Seius,
intuyendo algún acontecimiento especial, saltaba nervioso y cazaba al vuelo los
trozos de torta de harina que le arrojaba su amo. En ese entretenimiento estaban
cuando vieron a Rómulo y sus compañeros subir por la ladera a toda velocidad.
Se quedaron contemplándolos y luego la curiosidad les hizo salirles al
encuentro. Los muchachos resoplaban, pero tenían las caras alegres.
- ¿Sólo traéis esto? ¿Tres
muchachos para conseguir este botín? ¡Bah! - dijo Bruto Fabio -. Nosotros
traeremos mucho más. Os conviene quedaros aquí y no perder detalle de nuestro
ataque. ¡Quizá consigáis aprender…!
Y enseguida se dieron la
vuelta y regresaron a su cabaña gastando bromas y riéndose de sus compañeros.
Rómulo y los Quintili, aunque molestos, fueron a la suya y dejaron a buen
recaudo la sal robada. Al salir, aún tuvieron tiempo de ver a los Fabios y a
Remo bajar al valle equipados con sus bastones y sus lanzas, con Seius ladrando
y saltando delante y detrás.
Los observaron. El grupo
rodeó el estanque al pie de la escalera de Caco, cruzó el valle sin prisas y,
cuando alcanzó el Ara Máxima de Hércules, muy cerca ya del camino a cuyos lados
estaban los depósitos de sal, Remo se puso en cabeza, lanzó un grito y,
agitando ambos brazos armados con el bastón y la lanza, empezó a correr seguido
de cerca por los demás.
El escándalo alertó a los guardias
de las salinas. Al menos cuatro o cinco salieron al camino para enfrentarlos.
Llevaban también bastones y eran hábiles lanzando piedras, así que pronto una
lluvia de proyectiles obligó a los asaltantes a separarse y correr agachados.
Ellos no podían responder del mismo modo, pues llevaban los zurrones vacíos
para cargar la sal y arrojar sus lanzas era arriesgado: si no acertaban, les
daban más armas arrojadizas a los guardias. Además, era duro y costoso correr
cuesta arriba. Finalmente, cada uno como pudo, alcanzó la altura de los
guardias y se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo. Los vigilantes eran
hombres fornidos y expertos en defenderse y atacar. Los muchachos, aunque
hábiles también, llevaban la peor parte. Finalmente Seius, que libraba su lucha
lanzándose contra las piernas de sus enemigos, logro abrir una brecha en el
centro.
Viendo ese pasaje libre, Remo
dio un golpe para apartar a su rival y se coló por el centro. Corrió colina
arriba mientras los otros se quedaban luchando más abajo. Se salió del camino
metiéndose a la derecha, cargó su zurrón con unos cuantos puñados de sal, y
reemprendió la carrera hasta llegar a la cumbre del Aventino. Allí se escondió
en el bosque de laurel e hizo callar a Seius, que corría pegado a sus talones.
Mas esto último no pudo ser
visto por Rómulo y los Quintili desde el Palatino, pues los montículos de sal
lo ocultaban de la vista. Sí divisaron en cambio cómo los Fabios retrocedían y
aprovechaban el cansancio de los guardias para darse la vuelta y bajar corriendo
hacia el valle. No fueron perseguidos.
Había ocurrido todo tan
deprisa, que Rómulo y sus compañeros no habían tenido tiempo de reaccionar para
ir en su ayuda. Y viendo cómo los Fabios pasaban cojeando ante el Ara Máxima de
Hércules sin sus bastones, con evidentes signos de haber recibido muchos golpes
y cansados como los bueyes después de una jornada tirando de la reja del arado,
les pareció mejor no encontrarse con ellos. Bruto y Sexto Fabios eran demasiado
orgullosos para reconocer una derrota. Así, Rómulo y los suyos decidieron coger
su zurrón con la sal y marcharse a repartirla en secreto por las cabañas de sus
familias.
Agazapado en el bosque de
laurel de la cima del Aventino, Remo esperó a que la calma regresara a los
depósitos de sal. Durante un rato oyó las voces airadas de los vigilantes
quienes, una vez habían ahuyentado ladera abajo a dos muchachos, ascendían por
el camino en busca del tercero. Examinaron los montículos de sal por si se
hubiera escondido allí y, finalmente, desistieron de buscarlo. Cuando sus voces
se perdieron en la distancia, Remo rebajó su estado de alerta y se sentó sobre
una piedra. Tenía el cuerpo lleno de magulladuras, pero el resultado le parecía
muy excitante y satisfactorio pues había conseguido una buena cantidad de sal y
los guardias se acordarían durante mucho tiempo de su ataque. Tanto él como los
Fabios habían demostrado ser excelentes guerreros, jóvenes cuyo coraje habría
de ser tenido en cuenta en un futuro inmediato, apenas terminasen su
iniciación. A su lado, Seius se lamía una pata.
Levantó la vista al cielo. Ni
una sola nube enturbiaba su color azul pálido, apenas amarilleado por el sol
otoñal. Pronto llegaría el solsticio de invierno y con él el final de esa etapa
tan lúgubre: los días serían más largos, disfrutaría más de los campos y del
aire libre. Pensó en Flora. Ya que estaba en la cima del Aventino, vulnerando
todas las prohibiciones, ¿Por qué no ir a buscarla? Los rebaños de los cuales
era mayoral su padre pastaban en zonas más bajas y alejadas de allí. Sí, eso
haría. Asomó la cabeza por entre los arbustos y oteó los alrededores. Luego, de
una carrera alcanzó el camino paralelo al valle de Murcia y se metió en el
bosque que lo jalonaba. Bajo la protección de los altos arbustos llegó, sin
tropiezos, hasta un robledal próximo a su cabaña y se ocultó.
- ¿Has oído el canto de una
lechuza? - dijo la madre de Flora, interrumpiendo su labor de tejido -. ¡Qué
extraño! Podría ser un presagio. Haré enseguida una ofrenda a Vesta.
- Yo iré a buscar laurel, madre.
Te hará falta si haces alguna purificación - se apresuró a decir Flora mientras
se echaba sobre los hombros un manto de piel de cordero.
Salió de la cabaña y esperó.
El canto de la lechuza volvió a oírse procedente del grupo de robles y ella
escrutó la arboleda. Lo vio allí y con un gesto de la cabeza le indicó que la
siguiese. Enseguida alcanzó el bosquecillo de laurel y se internó en él. Al
momento la alcanzó Remo.
- ¿Cómo se te ocurre venir
aquí? Cualquiera puede verte - dijo entre alarmada y ofendida Flora. Sin
embargo, su rostro cambió de expresión al ver un corte en la frente y varias
contusiones en el rostro de Remo. Alargó la mano para tocarlas y su mirada se
tornó dulce como la miel.
- Estás herido. ¿Qué te ha
pasado? Es preciso limpiar ese corte - dijo, y sin esperar respuesta volvió
corriendo a la cabaña, destapó la tinaja del exterior donde almacenaban agua y
mojó un trozo de lana. Regresó al lado del muchacho, lo hizo sentarse y con
sumo cuidado le lavó la herida. Él la abrazó por la cintura.
- Lo he hecho por ti. Me he
enfrentado a los guardias de los depósitos para traerte sal. Es de buen
augurio. Seré tu marido esta primavera… – y levantando hacia Flora unos ojos
cándidos, añadió –: ¿Por qué no viniste a la fuente ayer? Te esperé casi toda
la mañana.
Tras unos instantes de
estupor, Remo reaccionó con agitación desmedida. Se puso en pie de un salto
- Pero ¿sabe quién soy? No
puede despreciar al hijo de Fáustulo, mi padre es un hombre importante, mucho
más importante que él.
- Sí, sí, lo sé - respondió
Flora con las lágrimas a punto de saltarle de los ojos -. Le ofendió mucho que
le mataras un cordero. No sé cómo se enteró.
- ¿La muerte de un cordero es
motivo para rechazar un matrimonio? ¡Debería estar contento! Soy el hombre más
fuerte de las riberas del Tíber. Y he demostrado muchas veces mi valor.
- Dejemos pasar unos días -
dijo Flora con ánimo de apaciguarlo -. Se le olvidará ese incidente. Y si tu
padre le habla más adelante…
- No me gustan las
prohibiciones y no las voy a aceptar.
- Quiero casarme contigo,
Remo – dijo la muchacha cogiéndolo de los brazos –. No empeores la situación.
Mi padre cambiará de idea, ya verás.
- Nos casaremos quiera tu
padre o no. ¡Puedes jurarlo! Ahora vuelve a casa, Flora, tengo cosas que hacer.
Con tristeza en el corazón y
las manos vacías se marchó la joven. ¿Qué se propondría hacer Remo? El provocar
a su padre no les sería de ayuda.
Cuando el muchacho vio que
Flora había entrado ya en su cabaña, se deslizó con sigilo hasta la puerta. En
la parte derecha de la entrada, donde Caius habría de verlo por fuerza al
regresar a su casa, vació de sal su zurrón e hizo con ella un pequeño
montículo. Así sabría el padre de Flora cuál era su opinión.
NOTA: Éste es el 7º capítulo de la historia de los gemelos. ¡Esperemos que en el próximo capítulo se tranquilicen...!
Fotos: Isabel Barceló y Rafa Lillo.
Al menos, va con regalos.
ResponderEliminarIsabel:
ResponderEliminarEs que los padres nunca terminan de aceptar a yernos y nueras...
Salu2.
Pobre Flora, enemorada de un terrorista, no me extraña que su padre no le gustara.
ResponderEliminarEl amor es ciego y, la pobre no sopesa bien las consecuencias que le puede acarrear haber mandado robar sal a su querido amado: porqué eso estaba castigado severamente.A esto le llamo yo rizar el rizo: primero el cordero y ahora la sal vamos a ver la reacción del padre de Flora...
ResponderEliminarImpaciente por seguir leyendo.
Un abrazo Isabel.
Las contrariedades enardecen a los enamorados. Veremos.
ResponderEliminar¿Tienes el mapa grabado en el cerebro? Me encanta cómo los haces ir arriba y abajo, por aquí, por allí porque conoces cada palmo de aquella tierra. En cuanto a la acción me gusta cómo has presentado las desavenencias, espero que el joven no lo fastidie.
ResponderEliminarLo distintos que son estos muchachos siendo gemelos, nunca han existido dos seres humanos exactos, temo por ellos, me inquieto.
ResponderEliminarBesitos a la espera.
Muy salados los gemelos. Y el tal Remo, además, un poco chulito. Ya veremos donde le lleva esa soberbia.
ResponderEliminarUn beso
Salud y Repúblia
¿Cómo se van a tranquilizar si son sangre creciendo? Lo que no ideé uno, lo hará el otro, jajaja.
ResponderEliminarYa hemos disfrutado estas bravatas de robar la sal. Necesitan probarse a sí mismos y, por su edad juvenil, el riesgo les seduce. Eso sí, cada uno con sus amigos, con su grupito. Ay, ¿porqué no se unirán todos? Así son y así hemos de aceptarlos.
Remo sigue empeñado en casarse muy pronto con Flora, pero ese amor va a ser contrariado, está escrito.
Un beso, querida Isabel, que la historia avanza y los gemelos adquieren singularidad.
Este mozalbete se la está buscando. No ha tenido bastante jugándose el pellejo por un puñado de sal que ahora no duda en provocar a quien no debe. Aunque, bien mirado, quién sabe si Caius -o sea, un servidor- reconocerá que el joven le echa narices al asunto. Veremos.
ResponderEliminarUn saludo.
Sabroso. Hay de todo y bien condimentado, en su punto, con carácter ¡Qué arte! Sigo gustando y degustando con gran placer. ¡Que gran convite! Gracias
ResponderEliminar¡Salero, salero! Estos chicos de mi amiga es que no paran. Se nota, más en un caso que en otro, quién es su padre.
ResponderEliminarA ver si es cierto que en el próximo capítulo se serenan un poco.
Un abrazo, querida Romana.
Hola mariajesusparadela, van con regalos, sí. Algo es algo. Besitos.
ResponderEliminarJa, ja, dhyego, es que me temo que nuestro colega Caius/Cayetano tenga malas pulgas... Besos.
Caramba dapazzi, tanto como un terrorista... Digamos un muchacho en situación de hacer lo que hacían todos los de su edad en aquella época: tratar de sobrevivir y, si acaso, pasarse un poco. Besos.
ResponderEliminarHola bertha, desde luego ya veremos cómo reacciona el padre. La verdad es que tanto el robo del cordero como el de la sal han sido cosas del propio Remo, no ha sido Flora quien lo ha inducido, al contrario. Pero en fin, queramos o no, las cosas tienen consecuencias. Besos.
Hola maria luisa arnaiz, tienes toda la razón, los amores prohibidos son los que gozan de mayor salud. Veremos para dónde van las cosas. Besitos.
ResponderEliminarHola dolors jimeno, sí tengo el mapa en la cabeza... Sabemos que las correrías de los muchachos se produjeron en esa zona y es razonable que en ella corrieran toda clase de aventuras. Besazos.
Hola natalia tarraco, desde luego se les ve algo despendolados, pero sus compañeros no les van a la zaga. Son cosas de la edad. Besos, querida amiga.
ResponderEliminarHola rgalmazán, sí se le ve un poco vanidoso y chulesco a Remo, pero vaya, sabes que tiene a quién parecerse... Besotes.
Hola isabel martínez barquero, tienes razón, mientras no terminen de crecer no se les calmará la ebullición de la sangre. El que cada uno de ellos vaya con su grupito es casi una necesidad- ¿Cómo, si no, podrían diferenciarse y crecer? Besos, guapa.
ResponderEliminarHola cayetano, yo no me arriesgaría a hacer enfadar a un pastor con su cayado. Pero claro, la juventud se cree muy fuerte, casi invencible. Besos.
Hola hyperion, ya puedes decir que tú eres quien mejor estás aprovechando el banquete, porque te hayas "in situ", en el mismo lugar donde tales hechos sucedieron... Aún recuerdo esa subida por el clivus publici, recordando los montones de sal a cada lado. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarJa, ja , freia, ¿quién quiere muchachos jóvenes serenos? ¡Ay, qué difícil me lo pones! Lo malo es que no está cerca Énule y sus hierbas para tranquilizar. Besazos, guapa.
...tienes razón:que fué Fausta, no flora, la que pidió que robara la sal.
ResponderEliminarDe todas las maneras esto se esta poniendo interesante.
Un abrazo sorry
Ja, ja, Bertha, estás en todo. No tiene importancia. Besazos.
ResponderEliminarYa sigo el hilo de nuevo de tu bien tejida costura, por supuesto llena de nuevo de suspense; siento que estos niños, ya muchachos, tienen aquí muchas madres.
ResponderEliminarAbrazos.
Este Remo es para comérselo. Está tan seguro de sí mismo que no comprende que a su suegro en perspectivas le parezca mal que haya matado al cordero, si a cambio gana tal yerno. El muchacho es simpático, no puede negársele.
ResponderEliminarFeliz fin de semana
Bisous
Un chico valiente y enamorado al que no será tan fácil de apartar del lado de su amada. Y ahí está, en el montículo de sal dejado a la puerta, la prueba de que su amor y su valentía están por encima de todo.
ResponderEliminarUn beso
Ah, pues yo esta vez me quedo con Rómulo: su plan ha sido mucho más inteligente que la fuerza bruta y el valor atolondrado de su hermano.
ResponderEliminarQue episodio más interesante para consolidar las personalidades de los dos.
Un abrazo, Isabel
Querida Isabel, le arde la sangre en las venas a esta gente joven; estas valentonadas son propias de la edad y probarse a sí mismos y ante los y las demás forma parte de ese tránsito a la edad adulta. Pronto, como bien dices, quedarán lejos las "bullae" y habrán de enfrentarse con su destino a pecho descubierto; hacen bien sus padres en solicitar ayuda de los dioses.
ResponderEliminarEsto sigue interesantísimo, cara.
Mil biquiños.
Hola isabel, cierto, aquí estos gemelos tienen muchas madres y padres. ¡Y lo que nos harán sentir! Besazos.
ResponderEliminarSaludos, la dame masquée, celebro que resulte simpático Remo, ¿qué no hará un muchacho de 15 años que se siente fuerte? Veremos... Beso su mano.
Hola xibeliuss jar, también yo creo que este episodio da una idea de las cualidades de cada uno de ellos. Besazos.
ResponderEliminarSaludos, profedegriego. Qué poco les queda a los gemelos para concluir esa etapa iniciática y afrontar, como bien dices, a pecho descubierto lo que el destino les depare. Temo que nos hagan sufrir. Besazos.
Este Remo está que arde, entre el desencuentro con su hermano y el fuego hacia Flora, echa chispas. Parece que no es tan precavido como Rómulo y aun menos los que le siguen, tan hermosa como había sido la ofrenda de Rómulo a Consus. El fingido canto de la lechuza, lenguaje que pronto comprenden los enamorados, no deja tampoco lugar a la prudencia, Remo parece encaminarse hacia el desastre a marchas forzadas. Ello dirá.
ResponderEliminarEn ascuas estamos también nosotros, querida Isabel. Un fuerte abrazo.
La astucia y estrategia de Rómulo ha sido más efectiva que el ímpetu de Remo. Al menos para no recibir palos.
ResponderEliminarPero hay que reconocer que Remo tiene su aquel, mira que listo, ponerle la sal en la puerta al papi de la enmorada. Mensaje claro!
:D
Un beso
¡Ah, la importancia de la sal!
ResponderEliminarMe ha encantado este trozo, didáctico y lleno de fuerza.
Besitos
No sé si se tranquilizaran mucho estos muchachos y más con el amor por medio.
ResponderEliminarBesitos