Hortensio entró en la cabaña
de Acca Larentia llevando en un cuenco formado por sus propias manos un buen
montón de sal. La había encontrado depositada en la piedra de moler que estaba
junto a la puerta y le había parecido necesario recogerla. De otro modo, los
cerdos y otros animales la lamerían y la derramarían por todas partes echándola
a perder. Fausta le acercó enseguida un recipiente hondo para guardarla.
- ¿Mi
hermano Remo ha traído esta sal? – se extrañó Fausta ante la afirmación hecha
por su prometido –. No lo creo. Es más propio de Rómulo hacer regalos.
- Pues te
digo que ha sido Remo. Se ha enfrentado con sus amigos los Fabios a los
guardias de los depósitos de sal. ¡El propio Bruto Fabio me lo ha contado,
enseñándome muy orgulloso las huellas violáceas que los golpes de los bastones
de los guardias le han dejado por todo el cuerpo! ¡Son muy valientes!
- ¿Qué
clase de valentía es esa? – intervino Acca Larentia, levantándose de delante
del telar sin poder disimular su agitación –. ¡Ay, ay, qué imprudentes son mis
hijos! Ninguno de mis gemelos debe traspasar los límites trazados por su padre
en el centro del valle de Murcia. ¿No van a aprenderlo nunca? Nos traerá
desgracia.
- ¡No digas
esa palabra, madre, no vayas a atraerla tú misma al pronunciarla! Además, en
cuanto terminen su iniciación se unirán a los demás pastores y estarán muy
ocupados lejos del valle – dijo Fausta.
- No
sabéis nada, no sabéis nada – murmuró la mujer mientras con evidente
nerviosismo buscaba algo en el rincón donde guardaba las hierbas y los
condimentos.
Hortensio,
asombrado de su reacción, la contemplaba moverse en la penumbra de espaldas a
ellos. ¿Por qué se habría alterado tanto? La tenía por una persona de natural
sereno, acostumbrada a toda clase de peligros desde su juventud, si era cierta
su fama de haberse aventurado siempre, sola, entre los riscos y las soledades,
yendo de cabaña en cabaña para ofrecerse a los pastores.
- Estate
tranquila, madre Acca – dijo el joven – pues cuando nos casemos y nos vayamos a
vivir a Alba Longa, Fausta y yo los haremos venir con nosotros muchas veces.
Pueden aprender algún oficio y dejar el pastoreo. Así no tendrán la tentación
de pisar el Aventino.
- ¡No
pisarán Alba Longa mientras yo viva y pueda impedirlo! – respondió Acca
revolviéndose con furia. Y en su alteración, la vasija que llevaba en las manos
se le escurrió y su contenido se esparció por el suelo mezclado con los pedazos
rotos – ¡Mala señal! ¡Muy mala! ¡Deidades poderosas, venid en mi ayuda! Y tú
también, hija mía. He de hacerle enseguida una ofrenda a Fauna, ella sabe por
qué.
Se
arrodilló para recoger la cerámica destrozada y las semillas. Fausta se
apresuró a obedecerla y, mientras ambas permanecían agachadas, cogió entre las
suyas las manos temblorosas de su madre y la miró a los ojos. En ellos vio
reflejado un miedo desconocido.
Hortensio,
sin recuperarse de su asombro, se ensimismó mirando el fuego.
Por dos veces había recorrido
Remo el valle de Murcia ora corriendo y formando ondas por toda su anchura, de
las faldas del Palatino a las del Aventino, ora en línea recta por el centro,
dando grandes zancadas con Seius saltando tras él. Finalmente, acercándose a la
ladera del Palatino, había subido un breve tramo de la pendiente y se había
sentado en el límite de la arboleda, de espaldas a su refugio. A sus pies se
extendía el estanque y las abundantes charcas dejadas tras de sí por el Tíber
al retornar a su cauce tras un desbordamiento. En ellas se reflejaba el gris
blanquecino del cielo, más oscuro cuanto más avanzaba el ocaso, y los hocicos
de ratas, lirones y otros animalillos que abrevaban con los cuerpos ocultos
entre la maleza. Remo se desahogaba tirando piedras al estanque.
- No es
buena idea ofender a la divinidad de esas aguas - dijo Rómulo sentándose a su
lado.
- ¿Crees
que me hará tropezar y caer dentro la próxima vez que pase por la orilla?-
respondió de mal humor Remo.
Permanecieron
un rato callados. Los perros se habían tumbado juntos, dándose calor, y poco a
poco se apagaban los rumores del valle. Desde un punto más elevado de la
pendiente les llegaba el sonido de las voces de sus amigos y algunas
carcajadas.
- Mañana
robaré unas cuantas ovejas a los del Aventino.
- Vendrá
mucha gente al mercado ¿Cómo piensas hacerlo? - respondió Rómulo.
Remo se
encogió de hombros. Le sobraban fuerza y audacia. A lo largo de la jornada se le
presentaría alguna ocasión.
- ¿Y si
atrajésemos las reses hacia aquí? - volvió a decir Rómulo ante el silencio de
su hermano -. Quizá lo conseguiríamos poniéndoles delante un reguero de sal: lo
seguirían para chuparla. Haciéndolas entrar en el bosque de mirto podríamos llevarnos
tres o cuatro sin ser descubiertos. - ¡Tienen razón los Fabios! -
exclamó Remo volviéndose hacia él con gesto de rabia - Eres capaz de cualquier
cosa con tal de no acercarte al Aventino.
- Eso es
mentira. Esta mañana he ido allí y he robado tanta o más sal que tú, si es que
has conseguido cogerla porque nadie la ha visto. Y, además, lo he hecho sin
recibir ni un golpe.
- Di mejor
sin atacar de frente como hacen los hombres. Olvídate de las ovejas. No me
interesa la ayuda de un cobarde.
- Hacerse
apalear no es de valientes, Remo, sino de tontos.
Rómulo se
levantó sin añadir nada y llamó a Bona. Remo, pese a la poca luz, volvió a
lanzar piedras con más fuerza. Ambos hermanos contenían la cólera a duras
penas, herido cada uno por las palabras del otro.
Anochecía también sobre el
Aventino, al otro lado del valle de Murcia. El mayoral de los rebaños de
Númitor regresaba de buen humor a su cabaña, apoyándose en su cayado, cuando a
pocos pasos de la puerta lo detuvo algo insólito. Un buen montón de sal, bien
apilada, se hallaba al lado de la jamba derecha. Comprendió de inmediato su
intención: hacerle saber que el hijo de Fáustulo había estado allí, ante su
propia casa, desafiando las prohibiciones y los avisos. Estaba seguro de su
identidad, pues los guardias de los depósitos de sal habían contado a unos
pastores el ataque de los muchachos. Uno de ellos, el rubio corpulento, se les
había escurrido de entre las manos subiendo a la cima del Aventino. Caius
apretó con rabia el cayado y los dientes.
- ¡Por
Fauno, por su hermano Pico y por el dios Latino, padre de ambos, juro que le
daré a ese muchacho un escarmiento!
Y llevado
por una cólera funesta, ofendió a los dioses derribando con el pie el montón de
sal, pisoteándola y esparciéndola por los alrededores antes de entrar en su
casa.
- A ese
joven del Palatino ¿has vuelto a verlo? – espetó con rudeza a su hija Flora,
apenas traspasó el umbral. El rubor delató a la muchacha, a quien también su
madre se quedó mirando, asombrada.
- Mañana
no bajarás al mercado. Y tú – añadió con igual severidad dirigiéndose a su
esposa – no la pierdas de vista ni la dejes sola.
Salió
furioso, descendió deprisa hasta la parte más baja del Aventino y alcanzó el
refugio de pastores donde solían guarecerse en invierno quienes venían a
intercambiar ganado desde los pastos más distantes. El día era demasiado breve
para darles tiempo a desplazarse en una jornada y, así, en invierno venían la víspera,
asistían al mercado y se marchaban al tercer día.
Los
hombres se sorprendieron al verlo llegar, pues se habían despedido de él hacía
muy poco. Adivinaron, por su ceño fruncido, que había pasado algo grave. Lo
hicieron entrar, le dejaron un buen sitio junto al fuego y esperaron. El
refugio era inhóspito: el frío se colaba por algunas rendijas, no había ninguna
clase de muebles ni enseres, a excepción del caldero, pues cada pastor llevaba
su propia escudilla y se tapaba para dormir con su manto de piel de oveja. En
el silencio se oía a los ratones moverse entre la paja de la techumbre.
- Mañana
no os retiréis del mercado hasta que yo lo ordene – dijo Caius –. He de
arreglar un asunto y os necesito.
Los
hombres asintieron. Eran servidores de Númitor desde hacía muchos años. Algunos
de ellos habían pastoreado a las órdenes del padre de Caius; otros habían
empezado cuando ya éste era el mayoral.
- ¿Es
peligroso? – preguntó un joven mirando con disimulo a los más viejos.
- ¡No para
quienes estamos acostumbrados a vérnoslas con lobos y otras fieras! – respondió
Caius, desarrugando el ceño por primera vez –. Os lo explicaré mañana.
Ajustaremos las cuentas a unos mozuelos del Palatino.
Esta respuesta fue
recibida con gozo. La vida en los pastos era muy solitaria y si el mercado
constituía una fiesta para ellos, el pensar en una pelea les excitaba mucho
más. Y ¿habría mayor disfrute que enfrentarse a sus rivales de siempre?
Empezaron a hablar todos a la vez: quien recordaba antiguos encontronazos,
quien se levantaba la túnica para mostrar las cicatrices de las heridas; quien
evocaba su última trifulca. Todos sonreían al imaginarse abriendo brechas en
las cabezas y rompiendo piernas a golpes de bastón. ¡Ya podían prepararse esos
muchachos!
NOTA: Este ha sido el capítulo 8º de la historia de Remo y Rómulo.
*La foto del estanque (oscurecida por mí) es detalle de una foto de Alyx Faderland; las fotos de las esculturas son mías; el resto, han sido tomadas de internet.
Vamos a esperar, en que consiste este escarmiento.Nunca mejor dicho: no la hagas y no la temas...?
ResponderEliminarUn abrazo Isabel feliz martes.
Siempre me dejas en lo más interesante.
ResponderEliminarNo es de extrañar el temor de la madre adoptiva: el secreto se puede ir al garete.
ResponderEliminarMuy alocados los mozalbetes. Con el tiempo ya van teniendo sus enfrentamientos los propios hermanos. Nada bueno para sus relaciones.
Muy enojado veo a mi personaje, pero ha cometido una torpeza tirando la sal.
En mi casa suelo tener cuidado con el salero para que no se me vierta, por si las moscas.
Un saludo.
Hola bertha, hablando entre pastores ese escarmiento mucho me temo que tenga que ver con sus garrotillos... Besazos.
ResponderEliminarJa, ja, mariajesusparadela, si no te dejara en un punto interesante no sería yo... Besazos.
ResponderEliminarYa ves cayetano que hasta las personas más equilibradas pueden perder el norte cuando le tocan un punto débil. El de Caius es Flora y también su amor propio. En cuanto a los muchachos, sí, se nos están desmelenando. Es inevitable que Acca se estremezca. Besos.
ResponderEliminarAyyy, este Remo, qué osado...Cuántos palos le van a dar, jajaja! No hay cosa peor que un papá protector con niña casadera.
ResponderEliminarY pobre Acca. Ella sabe lo que significa Alba Longa para sus hijos.
En fin, esperemos que ese plan de robar ovejas no traiga muchos disgustos! Y a ver si Rómulo puede calmar un poco a su hermano!
Un beso
Hola áfrica, seguro que los muchachos se calman... si consiguen narcotizarlos. Ja, ja. ¿Quién sujeta a un adolescente? Pues a dos, menos aún. Besazos.
ResponderEliminar¡Ay, estos chicos... Cada día más enfrentados! Y Acca Larentia de angustia en angustia...
ResponderEliminarCaius está muy pero que muy enfadado. Ya veremos cómo se las gasta el día de mercado y sin sospechar que los muchachos son quienes son...
La trama empieza a urdirse con mente y manos ágiles y sabias, querida Romana. Es un disfrute.
Un abrazo muy grande, Isabel
Isabel:
ResponderEliminarLo que no se le ocurre a uno se le ocurre al otro, ay, estos gemelos...
Vale.
Me tienen con el corazón en un puño estos gemelos. No me gusta que discutan entre ellos y que sean tan bravucones, pero es la edad: les bulle la sangre dentro y no paran de idear tretas para demostrar sus dotes. Veremos a ver qué ocurre con las reses, lo mismo que veremos dónde deriva el disgusto de Caius.
ResponderEliminarMi corazón siente el mismo miedo que el de Acca. Alba Longa es un peligro para los gemelos.
Besos, querida Isabel.
Isabel, deixei lá na CASA resposta ao teu comentário. Aproveito para te deixar minha visita, anjo...
ResponderEliminar¡Ay! Parece que Remo va a tener problemas serios...
ResponderEliminarAbrazos, Isabel
Leído y disfrutado. Mal asunto el de la pobre Flora con su padre tan airado.
ResponderEliminarHay supersticiones, como la de derramar la sal, que persisten todavía. Estupenda recreación.
ResponderEliminarLa madre adoptiva no gana para sustos; los dos gemelos van acrecentando sus diferencias y es lógico que ella sufra. Veremos como sigue porque lo has dejado bastante emocionante, y que nos depara todo. Saludos, Isabel.
ResponderEliminarAhora que puedo comentar, van los tres capitulos en uno: los muchachos estan en pleno hormonazo y uno para mas enamorado, y cada cosa que quiere hacer bien, mete la pata hasta el pescuezo.
ResponderEliminarAdemas tenemos la logica competencia entre hermanos, donde se juegan quien es el mas valiente, si el que recibe los palos o la tactica y estrategia.
Vecinos poco colaboradores, y temores a los malos augurios, son el condimento de una rivalidad que va a ir creciendo.
Ahora si te cuento que no reconoci mi foto de "Villa Dido" vas a reirte un poco. Tengo un monton de estas, y hasta en B/N.
Te mandan saludos desde Dos Quebradas, Colombia. Alyx.
Ah, ya devele la incognita que me planteabas, sera cosa de sacarnos una buena foto, para cuando nos toque estar con cara de estatuas. Espero que nos pongan juntas, no una a cada lado del Oceano como hasta ahora...
ResponderEliminarHola freia, son cosas de hermanos, rencillas de poca monta. Peleones los dos, cada cual a su manera, desde luego. La pobre Acca tiene motivos para estar orgullosa y preocupada, desde luego. Veremos si Caius es sensato. Besazos.
ResponderEliminarHola dhyego, desde luego juntos formarían un buen equipo. Besazos.
Hola isabel martínez barquero, desde luego que tienen que gallear, se están haciendo hombres, en breve entrarán a formar parte de la comunidad de los adultos y eso pesa. Tienen que atreverse a mucho. Veremos hasta donde... Besazos, guapa.
ResponderEliminarGracias, hesserre, ya he visto tu explicación, me aclara bien las dudas. Besazos y gracias por tu visita.
Hola xibeliuss jar, temo que haya problemas para todos, querido amigo. Ya veremos... Besazos.
ResponderEliminarHola dolors jimeno, a las mujeres siempre les toca sufrir reducidas a la inactividad. Eso de que los padres decidan por nosotras es motivo de dolor. Besos.
Hola maría luisa arnaiz, yo creo que esa superstición debe venir del hecho de malgastar algo tan preciado. Ya sabes que en aquellas épocas arcaicas todo eso eran dones de los dioses y despreciarlos o no utilizarlos bien o simplemente cogerlos sin el debido permiso podía irritar mucho a las divinidades. Por algo aún nos dura... Besos.
ResponderEliminarHola paco hidalgo, sí, ya veremos qué nos depara el futuro inmediato. Las madres suelen tener un corazón muy intuitivo. Besos.
Hola alyx, has retratado muy bien la situación de los gemelos y ese reventar de las hormonas. Ay, qué no sabemos bien qué pasará.
ResponderEliminarMe apunto, desde luego, a que alguna vez nos pongan bien juntas, una al lado de la otra, y con nuestra diosa Diviana/lizzie entre las dos. Besazos.
Rómulo casi parece el padre de Remo, o el hermano mayor en lugar de su gemelo. Menuda repasata. Ese toque infantil de Remo me sigue pareciendo encantador.
ResponderEliminarFeliz día, madame
Bisous
Querida Isabel, se entiende la gran preocupación de Acca Larentia por sus muchachos; es difícil refrenar ese ímpetu juvenil que les excita.
ResponderEliminarHabrá que esperar a ver qué les tiene preparado "mi padre" a los gemelos; me temo lo peor y a mí ¡me toca estar encerrada en casa el día de mercado! Ruego a los dioses su protección.
Mil biquiños, cara.
Esos chicos llevan una sangre especial y el destino lo sabe. Ellos lo fuerzan y ya se verá qué les depara la vida. Y en esas estamos contigo, embelesándonos en los valles y las colinas de la antigua Roma, que ya hubieran querido hasta los mismos dioses haberla conocido como tú.
ResponderEliminarUn gozo siempre y un aprendizaje continuo.
¡Ay, ay, que me parece que esto se va a líar y mucho!
ResponderEliminarBesitos