(IV)
- ¡Señora Anto! ¡Señora Anto!
La voz llegaba atenuada al interior de la cabaña a través de uno de los ventanucos por el que se colaban las primeras luces y rumores del día. Anto se incorporó sobre su catre. Cerca de ella dormía profundamente Nipace, y sus labios se perfilaban sonrientes como los de un niño. Suspiró de felicidad y se quedó contemplándolo en la penumbra. Por mucho que le hubieran contado las matronas, nunca hubiera podido imaginarse que los goces del matrimonio fueran tan placenteros, ni el amor tan dulce, ni que el cuerpo entero fuera capaz de arder. Y si todas las recién casadas se quejaban de la brusquedad, cuando no de la brutalidad, de sus maridos, ese no había sido su caso pues, por encima del miedo, ella se había sentido tan deseosa de caricias y tan ardiente como él.
- ¡Señora Anto! – volvió a escucharse.
Se levantó, se vistió rápidamente con una túnica y llamó la atención de su criada que, a la sola luz de una lucerna, estaba retirando las cenizas del hogar para volver a encender el fuego en el centro de la cabaña.
- ¿Cómo es que no has abierto ya? Hay alguien llamando desde la calle.
La mujer rezongó que aún era muy temprano, pero se dirigió hacia la puerta y la abrió. Al momento se recortó contra la claridad exterior una figura que, antes de que Anto pudiera darse cuenta, se había convertido en una masa temblorosa a sus pies. Se asustó cuando, al agacharse para hacerla levantar, reconoció a la doncella Tuccia.
- ¿Le ha pasado algo a mi prima? – preguntó alarmada.
- Tengo que hablarte en secreto – respondió Tuccia con los ojos bañados en lágrimas.
- Ve inmediatamente a traer agua, Cora – ordenó Anto a la doncella. Ésta puso muy mala cara y alegó que no era de buen augurio salir de la casa antes de haber realizado la ofrenda matutina a los dioses. Anto respondió rechazando con la mano el argumento e insistió en que se fuera enseguida. Hizo sentar a Tuccia en un banco al fondo de la cabaña, le ofreció agua en un cuenco y le conminó a hablar sin levantar la voz.
- Tienes una fíbula como ésta ¿no es así? – dijo Tuccia señalándose en el hombro la fíbula de la serpiente con los ojos entrecerrados.
- ¡Claro que sí! Pero habla, por favor, me tienes en ascuas.
- Estás obligada a ayudar a Rea Silvia. Lo prometiste cuando ella te la entregó…
- ¡Dime de una vez qué ocurre, Tuccia! – exclamó Anto –. Me estás asustando.
Haciendo un esfuerzo para contener las lágrimas, la doncella de Rea Silvia le explicó, a trompicones y de manera desordenada, lo que había ocurrido en los últimos meses: la violación de Rea Silvia, su embarazo del dios Marte y los esfuerzos que había hecho para ocultarlo a todos. Anto quedó conmocionada por esa revelación y se dolió de la falta de confianza de su prima al mantenerla ignorante de su sufrimiento y desventura. ¿Acaso temía que la traicionase? Tuccia arguyó que la vestal no había querido comprometerla haciéndola partícipe de un secreto tan delicado, con lo cual demostraba cuánto la quería y cómo deseaba protegerla de los peligros que entrañaba el prestarle auxilio. Entonces Tuccia rompió a llorar de nuevo.
- Se ha descubierto todo – dijo cuando consiguió hablar –. El rey, tu padre, ha considerado que se trata de un sacrilegio y ha decidido matarla a ella y a sus hijos en cuanto nazcan.
- ¡No puede ser!
- Sí, sí. Me lo acaba de decir una criada enviada por las vestales – respondió Tuccia, y a modo de explicación añadió –: Como a tu prima la condujeron a la cabaña real, sus amigas hemos permanecido toda la noche en los alrededores para estar cerca de ella. Todo va a quedar en secreto, por eso he venido hasta ti. ¡Tienes que hacer algo!
El ánimo gozoso con que se había despertado Anto había quedado reducido a cenizas y su lugar lo ocupaba un pesar inmenso, una sensación de incredulidad y de horror, como si estuviera viviendo una pesadilla. Los encuentros recientes con su prima desfilaron por su memoria y cobraron un sentido distinto. Ahora entendía su resistencia a salir a la calle, su rechazo a participar en los ritos de su matrimonio, su petición de lealtad al entregarle la fíbula de la serpiente. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Quizá si no le hubiera insistido tanto en que asistiera a su boda...
Nipace la llamó desde el rincón donde estaban los lechos. Anto respondió con dulzura que iba enseguida y, poniéndose un dedo sobre los labios, despidió a Tuccia ordenándole volver a la casa de las vestales.
La Vestal Máxima Camilia tenía la mirada fija en las llamas del fuego sagrado que ardía sobre el altar de Vesta. Allí se había refugiado al salir de la cabaña real tras la cruel decisión tomada por Amulio. Desde entonces sólo había abandonado la celda de la diosa unos momentos, justo el tiempo de ir a despedirse de su amiga Aurelia y de Númitor. Se preguntaba si era lícito que un rey tomara decisiones tan graves de espaldas a los dioses o, incluso, contrariando la voluntad divina.
Si Vesta no había enviado sobre la ciudad catástrofe alguna para mostrar su cólera; si, cuando ella misma había interrogado a la vestal Rea Silvia ante la imagen de la diosa, su fuego sagrado había seguido ardiendo con la misma fuerza e intensidad, ¿no eran esas señales inequívocas de que la diosa aceptaba, sin sentirse agraviada, la paternidad de Marte en el vientre de una sierva suya? Pero Amulio había hecho caso omiso de esas evidencias.
Nunca hasta entonces había lamentado Camilia que el poder de los reyes estuviera por encima de las sacerdotisas de Vesta. En cambio, ahora, le parecía una superioridad monstruosa, aunque se guardaría mucho de decirlo. Porque había sido el aborrecimiento de Amulio por su sobrina, y no una razón sagrada, la que había dictado la orden de muerte de Rea y sus hijos. Esto lo habían adivinado los consejeros del rey con tanta nitidez como lo habían percibido ella misma y el propio Númitor. El odio gobernaba la voluntad del soberano. Un rencor profundo y ciego. Y contra él no había defensa posible, pues Amulio tenía poder para imponer sus designios.
A pesar del calor sofocante que incendiaba el aire de la celda, Camilia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Qué males caerían sobre Alba Longa si su rey asesinaba a los hijos de un dios?
Amnesis y la vestal Adriana hablaban en voz baja, con los hombros apoyados en la pared junto al umbral de la casa de las vestales, mientras las siervas que realizaban las tareas diarias se movían de un lado a otro pasando por delante de ellas. Querían mantener el secreto impuesto por Amulio, así podrían actuar con más libertad, sin ser observadas por los curiosos. Además, quién sabe cómo reaccionarían los albanos si se enteraban de lo ocurrido a Rea Silvia. Amulio era capaz de azuzar a algunos de sus secuaces para que exigieran su muerte inmediata.
- El rey dijo anoche que Rea Silvia quedaría bajo su custodia en un lugar secreto. No sabemos nada más, Amnesis – respondió con desánimo la vestal Adriana a las preguntas de ésta –. Ya ves que no se lo han dicho ni a sus propios padres…
- En tal caso, hemos de organizar turnos de vigilancia – replicó Amnesis en tono de apremio –. Si no la retienen en la cabaña real, en algún momento habrán de sacarla de allí. Esa será nuestra única oportunidad para averiguar dónde la llevan. Palantea está ahora cerca del prado, pero si sigue allí mucho rato llamará la atención.
- Tendrás que sustituirla tú.
- ¡Si al menos hubiera vuelto el pordiosero Alec! – se lamentó Amnesis –. ¿Dónde se habrá metido este hombre? Él puede merodear por todas partes sin levantar sospechas. ¿No te parece que Tuccia está tardando mucho? ¿Y si Anto no nos quiere ayudar?
Iba a responderle la vestal, cuando entró en la casa un criado del rey preguntando por la Vestal Máxima Camilia.
- En este momento presta servicio a la diosa. Dame el recado a mí – dijo Adriana dando un paso adelante y anticipándose a la respuesta que iba a darle una de las criadas. El enviado del rey la miró y su ceño era más tenebroso que la más oscura de las tormentas.
- ¡Señora Anto! ¡Señora Anto!
La voz llegaba atenuada al interior de la cabaña a través de uno de los ventanucos por el que se colaban las primeras luces y rumores del día. Anto se incorporó sobre su catre. Cerca de ella dormía profundamente Nipace, y sus labios se perfilaban sonrientes como los de un niño. Suspiró de felicidad y se quedó contemplándolo en la penumbra. Por mucho que le hubieran contado las matronas, nunca hubiera podido imaginarse que los goces del matrimonio fueran tan placenteros, ni el amor tan dulce, ni que el cuerpo entero fuera capaz de arder. Y si todas las recién casadas se quejaban de la brusquedad, cuando no de la brutalidad, de sus maridos, ese no había sido su caso pues, por encima del miedo, ella se había sentido tan deseosa de caricias y tan ardiente como él.
- ¡Señora Anto! – volvió a escucharse.
Se levantó, se vistió rápidamente con una túnica y llamó la atención de su criada que, a la sola luz de una lucerna, estaba retirando las cenizas del hogar para volver a encender el fuego en el centro de la cabaña.
- ¿Cómo es que no has abierto ya? Hay alguien llamando desde la calle.
La mujer rezongó que aún era muy temprano, pero se dirigió hacia la puerta y la abrió. Al momento se recortó contra la claridad exterior una figura que, antes de que Anto pudiera darse cuenta, se había convertido en una masa temblorosa a sus pies. Se asustó cuando, al agacharse para hacerla levantar, reconoció a la doncella Tuccia.
- ¿Le ha pasado algo a mi prima? – preguntó alarmada.
- Tengo que hablarte en secreto – respondió Tuccia con los ojos bañados en lágrimas.
- Ve inmediatamente a traer agua, Cora – ordenó Anto a la doncella. Ésta puso muy mala cara y alegó que no era de buen augurio salir de la casa antes de haber realizado la ofrenda matutina a los dioses. Anto respondió rechazando con la mano el argumento e insistió en que se fuera enseguida. Hizo sentar a Tuccia en un banco al fondo de la cabaña, le ofreció agua en un cuenco y le conminó a hablar sin levantar la voz.
- Tienes una fíbula como ésta ¿no es así? – dijo Tuccia señalándose en el hombro la fíbula de la serpiente con los ojos entrecerrados.
- ¡Claro que sí! Pero habla, por favor, me tienes en ascuas.
- Estás obligada a ayudar a Rea Silvia. Lo prometiste cuando ella te la entregó…
- ¡Dime de una vez qué ocurre, Tuccia! – exclamó Anto –. Me estás asustando.
Haciendo un esfuerzo para contener las lágrimas, la doncella de Rea Silvia le explicó, a trompicones y de manera desordenada, lo que había ocurrido en los últimos meses: la violación de Rea Silvia, su embarazo del dios Marte y los esfuerzos que había hecho para ocultarlo a todos. Anto quedó conmocionada por esa revelación y se dolió de la falta de confianza de su prima al mantenerla ignorante de su sufrimiento y desventura. ¿Acaso temía que la traicionase? Tuccia arguyó que la vestal no había querido comprometerla haciéndola partícipe de un secreto tan delicado, con lo cual demostraba cuánto la quería y cómo deseaba protegerla de los peligros que entrañaba el prestarle auxilio. Entonces Tuccia rompió a llorar de nuevo.
- Se ha descubierto todo – dijo cuando consiguió hablar –. El rey, tu padre, ha considerado que se trata de un sacrilegio y ha decidido matarla a ella y a sus hijos en cuanto nazcan.
- ¡No puede ser!
- Sí, sí. Me lo acaba de decir una criada enviada por las vestales – respondió Tuccia, y a modo de explicación añadió –: Como a tu prima la condujeron a la cabaña real, sus amigas hemos permanecido toda la noche en los alrededores para estar cerca de ella. Todo va a quedar en secreto, por eso he venido hasta ti. ¡Tienes que hacer algo!
El ánimo gozoso con que se había despertado Anto había quedado reducido a cenizas y su lugar lo ocupaba un pesar inmenso, una sensación de incredulidad y de horror, como si estuviera viviendo una pesadilla. Los encuentros recientes con su prima desfilaron por su memoria y cobraron un sentido distinto. Ahora entendía su resistencia a salir a la calle, su rechazo a participar en los ritos de su matrimonio, su petición de lealtad al entregarle la fíbula de la serpiente. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Quizá si no le hubiera insistido tanto en que asistiera a su boda...
Nipace la llamó desde el rincón donde estaban los lechos. Anto respondió con dulzura que iba enseguida y, poniéndose un dedo sobre los labios, despidió a Tuccia ordenándole volver a la casa de las vestales.
La Vestal Máxima Camilia tenía la mirada fija en las llamas del fuego sagrado que ardía sobre el altar de Vesta. Allí se había refugiado al salir de la cabaña real tras la cruel decisión tomada por Amulio. Desde entonces sólo había abandonado la celda de la diosa unos momentos, justo el tiempo de ir a despedirse de su amiga Aurelia y de Númitor. Se preguntaba si era lícito que un rey tomara decisiones tan graves de espaldas a los dioses o, incluso, contrariando la voluntad divina.
Si Vesta no había enviado sobre la ciudad catástrofe alguna para mostrar su cólera; si, cuando ella misma había interrogado a la vestal Rea Silvia ante la imagen de la diosa, su fuego sagrado había seguido ardiendo con la misma fuerza e intensidad, ¿no eran esas señales inequívocas de que la diosa aceptaba, sin sentirse agraviada, la paternidad de Marte en el vientre de una sierva suya? Pero Amulio había hecho caso omiso de esas evidencias.
Nunca hasta entonces había lamentado Camilia que el poder de los reyes estuviera por encima de las sacerdotisas de Vesta. En cambio, ahora, le parecía una superioridad monstruosa, aunque se guardaría mucho de decirlo. Porque había sido el aborrecimiento de Amulio por su sobrina, y no una razón sagrada, la que había dictado la orden de muerte de Rea y sus hijos. Esto lo habían adivinado los consejeros del rey con tanta nitidez como lo habían percibido ella misma y el propio Númitor. El odio gobernaba la voluntad del soberano. Un rencor profundo y ciego. Y contra él no había defensa posible, pues Amulio tenía poder para imponer sus designios.
A pesar del calor sofocante que incendiaba el aire de la celda, Camilia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Qué males caerían sobre Alba Longa si su rey asesinaba a los hijos de un dios?
Amnesis y la vestal Adriana hablaban en voz baja, con los hombros apoyados en la pared junto al umbral de la casa de las vestales, mientras las siervas que realizaban las tareas diarias se movían de un lado a otro pasando por delante de ellas. Querían mantener el secreto impuesto por Amulio, así podrían actuar con más libertad, sin ser observadas por los curiosos. Además, quién sabe cómo reaccionarían los albanos si se enteraban de lo ocurrido a Rea Silvia. Amulio era capaz de azuzar a algunos de sus secuaces para que exigieran su muerte inmediata.
- El rey dijo anoche que Rea Silvia quedaría bajo su custodia en un lugar secreto. No sabemos nada más, Amnesis – respondió con desánimo la vestal Adriana a las preguntas de ésta –. Ya ves que no se lo han dicho ni a sus propios padres…
- En tal caso, hemos de organizar turnos de vigilancia – replicó Amnesis en tono de apremio –. Si no la retienen en la cabaña real, en algún momento habrán de sacarla de allí. Esa será nuestra única oportunidad para averiguar dónde la llevan. Palantea está ahora cerca del prado, pero si sigue allí mucho rato llamará la atención.
- Tendrás que sustituirla tú.
- ¡Si al menos hubiera vuelto el pordiosero Alec! – se lamentó Amnesis –. ¿Dónde se habrá metido este hombre? Él puede merodear por todas partes sin levantar sospechas. ¿No te parece que Tuccia está tardando mucho? ¿Y si Anto no nos quiere ayudar?
Iba a responderle la vestal, cuando entró en la casa un criado del rey preguntando por la Vestal Máxima Camilia.
- En este momento presta servicio a la diosa. Dame el recado a mí – dijo Adriana dando un paso adelante y anticipándose a la respuesta que iba a darle una de las criadas. El enviado del rey la miró y su ceño era más tenebroso que la más oscura de las tormentas.
Por un instante la inmensa felicidad de ANTO me hace pensar que es posible torcer las fauces del destino...
ResponderEliminarP.D.:También me pregunto,¿cuáles serán las ocupaciones de los dioses que no acuden a que REA SILVIA tenga un momento de paz?
¡¡Me tenés enganchadísima amiga!!!
jajajajajajaj
BESITOS INTENSOS
Y GRACIAS por los mails =)
Tan emocionante.... me estoy comiendo las uñas. Beso.
ResponderEliminarEs verdad, gabu, la felicidad de unos contrasta demasiado con la desdicha de otros. Pero también alivia... Un abrazo muy fuerte, querida amiga.
ResponderEliminarBueno emejota, no te las comas todas, que aún nos queda... Besitos.
ResponderEliminarTinieblas en el horizonte.
ResponderEliminarLa tormenta se avecina.
¿Se atreverá el usurpador a asesinar a los hijos de Marte? Afortunadamente para los gemelos sabemos que eso, aunque estuvo a punto de ocurrir, no sucedió.
Un saludo.
Me gusta mucho la manera que tienes de ir cambiando el foco de la narración. Nos lo haces cada vez más panorámico. Besos. D.
ResponderEliminarYa sufro por Rea Silvia y sus hijos, como si fuesen algo mío. Qué rey más cruel, cuesta pensar que a nadie le sea tan fácil asesinar a una madre y a su pequeños. Esperemos que su prima pueda hacer algo por ella.
ResponderEliminarSigo la narración con entusiasmo, gracias a tu manera de contarla.
Un abrazo.
Anto enamorada, recibe una noticia escalofriante, la Vestal, las amigas...el clan femenino no abandona a Rea ¿Qué es de ella?
ResponderEliminarAyyy Isabel que no sabemos de la niña y de lo que estará pasando.
Tengo confianza en que todas juntas la ayuden, Fáustulus, yo misma, las diosas clementes, en ellas deposito mis rezos a Fortuna, no han de fallar.
Sigo Isabel tus pasos, palabras, emociones, que nos narras con genial intriga y una prosa que embelesa. Besitoooo ¿nos vemos?
Otro intenso capítulo, Isabel.
ResponderEliminarLa creencia tan real en el poder de los dioses guía los designios de unos y otros. Se encuentran tan enlazados personajes poderosos y pobres que es un alarde narrativo llevarles a todos a la vez.
Espero con inquietud...
Un fuerte abrazo, Isabel.
Menos mal que algo ayuda la historia. De otra manera me habría comido las uñas y la primera falange.
ResponderEliminarY, algo tengo claro: el poder femenino en acción conjunta nunca será derrotado.
Uy, ese ceño no presagia nada nuevo. Nos deja usted en ascuas, siempre interrumpiendo el relato en el momento en que queremos saber más.
ResponderEliminarAhora me he dado el gusto de leer tres capítulos seguidos, y ya había tomado carrerilla cuando de pronto me hace detenerme al borde del precipicio.
Bueno, madame, han sido tres meses espantosos para mí, pero parece que finalmente despunta el sol. No me atrevo ni a decirlo, por si acaso. Espero volver a estar más presente en adelante.
Feliz día
Bisous
Esperemos que mi hija Anto no tuerza mis órdenes, no vaya a ser que tenga que castigarla a ella. Aquí se hace lo que yo ordeno (naturalmente lo que ordena y desea Criseida). Así es que nadie se haga ilusiones.
ResponderEliminarRey Amulio
Un beso, querida.
Salud y República
Esos contrastes explican mucho de la vida.
ResponderEliminar¡Vaya amanecer! Una noche clara destruida por las sombras, en voces, en rostros, del nuevo día. Épica Isabel. La lucha se cuela hasta el silencio de la alcoba y asciende hasta tocar el borde del tiempo, de mi tiempo.
ResponderEliminarTremenda la tensión que consigues imprimir en todo este capítulo, Isabel, es que me dejas con deseos de más y más...
ResponderEliminarBesitos
Huy, me acuerdo que en su momento me llamó la atención eso de las fíbulas (fístulas, en lenguaje laliano, jejeje) y mira por donde!
ResponderEliminarMe encanta descubrirlo, que no me había enterao yo muy bien para qué servirían.
Pobre Anto. Seguro que ella no es malvada como los padres. Podrá hacer algo?
El pordiosero Alec traerá respuestas deseadas, verdad? :D
Un beso
Hola cayetano, creo que sí se atreverá, otra cosa es que lo consiga... Es duro de pelar este Amulio, como todos los malvados que pululan en todos los tiempos y lugares. Besotes.
ResponderEliminarHola dolors jimeno, gracias por esa apreciación y por tus buenos consejos. Un abrazo.
Hola mercedespinto, también a mí me cuesta creer en esa crueldad sin límites, pero la realidad no ya de la historia, sino de lo que vemos en el planeta en nuestros días nos dice que no sólo es posible, sino frecuente. En cuanto a Rea Silvia, me alegra saber que la sientes ya como a una amiga. Abrazos.
ResponderEliminarSaludos natàlia tarràco, haces bien en confiar en el clan femenino, al menos ellas harán cuanto esté en sus manos en favor de Rea Silvia, darán lo mejor de sí mismas, eso seguro. En cuanto a la niña Rea... Casi no me atrevo a hablar de su sufrimiento, tan inmenso debe ser.
Invoca a todas las divinidades que conozcas: a Silana, a Diviana y a Luna, al padre Tíber, a la madre Fauna, loba ancestral, patrona tuya. Deben confabularse para hacer posible Roma.
Nos veremos, sí, al menos eso espero. Un abrazo muy fuerte.
Saludos, antonio campillo. En esa época tan remota parece que no habían diferencias sociales (ricos y pobres) como hoy las conocemos, sino más bien de estatus dentro de la comunidad y la familia (al menos eso parece deducirse del estudio de los enterramientos). De ahí que puedan hablarse tan directamente unos y otros, y de ahí también que unos se impongan sobre los demás. Un abrazo.
ResponderEliminarHola mariajesusparadela, también yo confío en esa solidaridad femenina que fue, en muchos momentos, sostén de Roma y de tantas mujeres de la antigüedad. Quizá ahora lo hayamos olvidado demasiado, quizá no confiamos tanto en nuestra capacidad. Besos.
Saludos, la dame masquée, es una alegría recibirla de nuevo en estos lares, se la echaba de menos. Estoy segura de que ha
ResponderEliminarentrado ya en una época más sosegada y nos hará disfrutar de las historias de tantos personajes fascinantes. En cuanto a ésta, no hay que pasar cuidado: Roma se fundará. ¡Vaya que sí! Beso su mano.
Saludos, rgalmazán. Tiene usted mucha labia y mucha autoridad, pero ya dice un refrán moderno (para lo que es su época, claro) que quien ríe el último ríe mejor. Y hay gente que está deseando reirse de usted... Así tampoco le conviene hacerse ilusiones.
Besazos.
Hola pedro ojeda escudero, estoy de acuerdo contigo: la vida está llena de contrastes y creo que eso también nos alivia. Un abrazo.
ResponderEliminarSaludos, hyperion, no sabemos cuántas madrugadas dolorosas nos aguardan, ni cuántas gozosas. El sol sale cada mañana, amarillo y milenario... Un abrazo muy fuerte.
Hola elysa, es una maravilla saber que estamos tod@s con Rea Silvia, que nos importa aún hoy, después de tantos siglos, lo que le ocurrió, lo que en este momento le está ocurriendo. Un abrazo, querida amiga.
ResponderEliminarJa, ja, áfrica, las fíbulas son un símbolo de complicidad y una prenda de lealtad entre estas mujeres. Mira bien por casa, no vaya a ocurrir que tengas también alguna... Besazos, guapa.
Hola Isabel, vaya despertar que tuvo Anto, como decimos por aca la bajaron de un hondazo. En cuando a Camilia, me parece que no le va salir gratis la historia esta, pero sabra defenderse. Y en cuanto al lugar ya pronto van a enterarse.
ResponderEliminarEs que la Fundación no deja un momento de serenidad a los personajes que la protagonizan, cuando una persona tan encantadora y dulce como Anto está en su momento más esplendoroso, ¡toma notición!
ResponderEliminarVa a ser tare difícil luchar contra el odio visceral, el profundo rencor de Amulio contra la criatura Rea Silvia.
Una vez más... ¿dónde está Marte?
Los humanos y los divinos clamamos por su presencia, con el debido respeto.
Precioso. Voy al siguiente. Un beso.
Es hora también de la amistad consecuente y de los pactos que honran la palabra dada.
ResponderEliminarSIGO LEYENDO..Venerable dama.
Confío en mi prima Anto, querida Isabel. Seguro que me ayuda.
ResponderEliminar¿De donde has sacado el relieve de lamujer adormecida?
ResponderEliminar