Varios jóvenes iniciandos se
acercaron ese día a los alrededores del Palatino. Querían escuchar de primera
mano y por boca de sus protagonistas los detalles y el desarrollo del combate
en el valle de Murcia. Hubieron de relatarlo muchas veces, señalar los lugares,
blandir sus garrotes para mostrar a los oyentes cómo los habían manejado para
hacer tanto daño a los pastores rivales, enseñarles las huellas de los daños
ocasionados a sus refugios. La admiración hacia los muchachos del Palatino
crecía y todos los iniciandos declararon abiertamente su disposición a luchar
con ellos cuando hiciera falta. Nada excita tanto a los jóvenes como las
competiciones y los altercados, mejores cuanto más rudos sean y más energías
deban emplear. Así, hasta el anochecer hablaron, corrieron, hicieron planes y
se conjuraron a mantenerse unidos en el futuro y avisarse mutuamente en caso de
nuevos ataques.
Entretanto,
en la cabaña de Fáustulo el propio anciano, su hijo Urco y Hortensio seguían
esperando la llegada de un mensajero del Aventino. Correspondía a Caius dar ese
paso puesto que habían muerto algunos de sus hombres y previsiblemente pediría
alguna compensación. Esa sería la cuestión a debatir, pues habían sido sus
pastores los iniciadores de la riña. Con todo, la disposición de Fáustulo a
llegar a un acuerdo rápido era total, pues le importaba más zanjar la cuestión
que obtener justicia. Pese a ser de natural equilibrado y sereno, una gran
desazón lo atormentaba.
- ¿Por qué
no habrá enviado a nadie? - se preguntó en voz alta cuando ya caía la noche sin
que advirtieran movimientos en el Aventino. Varias veces a lo largo de la
jornada habían salido los tres a la puerta de la cabaña a otear los senderos.
- Estará
hablando con las familias de los muertos - respondió Hortensio, quien trataba
todo el tiempo de restar importancia a lo acaecido. Según él, la culpa no era
de los muchachos, sino de Caius y no veía razón para compensarle con nada -. Ojala
le pidan explicaciones a él.
- Caius
habrá sido imprudente - dijo Urco - pero es listo. Quédate tranquilo, padre,
seguramente mañana tendremos noticias suyas.
Amaneció con buen tiempo el
día siguiente, víspera de la fiesta Lupercalia, y toda la mañana transcurrió
sin noticias del Aventino. La preocupación de Fáustulo y de Acca Larentia
aumentaba, pues ese silencio no les parecía natural. Ni siquiera se veían los
rebaños ordinarios pastar por el valle de Murcia; seguramente Caius había
ordenado conducirlos a los pastos situados a poniente.
- No te
angusties tanto, padre - le dijo Urco cuando comprendieron que tampoco ese día
llegaría un mensajero -. ¿Y si Caius no quiere pedir compensación o no se ha
puesto de acuerdo aún con las familias?
El anciano
negó con la cabeza y otro tanto hizo Acca Larentia, quien inclinada sobre el
caldero removía su contenido.
- Mañana,
cuando concluya la fiesta en honor de Fauno Luperco, debes llevarte contigo a
tus hermanos a la cabaña de la vía Salaria - dijo Fáustulo -. Hasta que se
aclare todo esto, quiero a los gemelos lejos de aquí.
- ¿No
parecerá una huida? Mis hermanos se han defendido, nada más.
- ¡Haz
caso a tu padre, Urco! - exclamó Acca, cuyas manos temblaban.
- De
acuerdo, lo haré. Pero no entiendo una preocupación tan grande. Remo y Rómulo
saben defenderse bien. Pero ¿qué pensarán sus compañeros? Iniciar su vida
adulta ocultándose…
- No van a
ocultarse, sino a ayudarte en el recuento de las reses como nos ha ordenado el
rey Amulio - respondió tajante Fáustulo -. Si vas a ser su próximo mayoral,
debes ser diligente y cuidadoso al cumplir sus órdenes. Sus rebaños y tus
obligaciones aumentan en la misma medida. Remo y Rómulo han de colaborar
contigo, como antes tú lo has hecho conmigo. Nadie podría interpretarlo de otra
manera.
- Está bien, padre. Y
tú, madre, tranquilízate. Prepara para los gemelos lo que creas necesario pues
partiremos mañana apenas concluyan el banquete y los ritos.
Los muchachos, entretanto,
habían continuado disfrutando de su victoria, alegres. Era su último día de ese
largo periodo de separación de sus familias y de la comunidad que, comenzado el
año anterior con el gozo de disfrutar de una experiencia nueva, llegaba a su
fin con una certeza: la de haber adquirido todas las habilidades necesarias
para ser considerados hombres adultos.
¿Quién no
ha visto a los animales, cuando han pasado mucho tiempo encerrados en un
establo, cocear, moverse inquietos y lanzar bufidos apenas sienten llegado el
momento de traspasar la cerca y correr libres por los campos? Con la misma
impaciencia y falta de contención esperaban los jóvenes el momento de concluir
sus ritos. Estando todos excitados y ansiosos, los juegos y las competiciones
con los cuales entretuvieron el día fueron especialmente reñidos. Se produjeron
burlas y disputas, salieron a relucir ofensas pasadas, y tan pronto se
querellaban como se reían. Su fogosidad y nerviosismo eran comprensibles. La
impaciencia por hacerse mayor es propia de la juventud, como es propio de la
vejez el añorar la mocedad: lo que está fuera de nuestro alcance se nos antoja
siempre hermoso y apetecible y el deseo de alcanzarlo encubre engañosa o
piadosamente los pesares, las aristas, el esfuerzo, los fracasos de los cuales
nadie, a ninguna edad, está libre.
Leemos a nuestro gran
Virgilio y nos cautivan sus pastores, la beatitud de la vida campestre y
retirada, la bondad que rodea todo cuanto es natural. Seducidos por sus
palabras, desearíamos ardientemente disfrutar de esa existencia tan idílica
como ilusoria. Mas ya hemos advertido con los moradores de las orillas del
Tíber, que la vida pastoril era áspera y dificultosa, ruda, pobre, cuajada de
contratiempos y penalidades. No olvidéis, romanos, que no fue fácil a nuestros
remotos antepasados pasar de aquella vida tosca a la civilidad. Aceptemos sin
reproches sus errores y hasta sus crímenes pues, pese al tiempo transcurrido,
no somos mucho mejores que ellos y, en cambio, todo se lo debemos.
Llegó por fin el día de la
fiesta Lupercalia. Antes del amanecer, Rómulo, sin ser visto, fue a la cueva de
Fauno y sacó de allí al lobato, pues durante los ritos no podía permanecer
allí. Cogiéndolo en brazos para evitar que se escapase, lo llevó hasta su
refugio. Se hallaba en mal estado por el ataque de los hombres de Caius, pero
estaba vacío y lo protegería de los pastores que, en masa, acudirían a la
fiesta. Su hermana Fausta le llevaría allí la leche para alimentarlo. Cuando lo
depositó en el suelo, el animal lo miró con ojos benévolos, como si hubiera en
ellos alguna clase de agradecimiento y comprensión.
En
aquellos remotísimos tiempos el año, dividido en diez meses, estaba acercándose
a su fin y, como en todos los momentos de tránsito, los peligros eran máximos.
Resultaba necesario a los seres humanos purificarse para afrontar mejor un
futuro incierto. La lustración purificadora tendría lugar precisamente ese día:
en él se desvanecían los límites entre el mundo selvático, sin leyes, y el
mundo ordenado y regulado de los hombres. En ese universo resultante, donde lo
humano y lo salvaje se entremezclaban y se hacían indistinguibles, reinaba
Fauno, Fauno Luperco. Quizá por ello era también el momento elegido para el
tránsito de los muchachos. Así, quienes habían vivido durante un año una vida
montaraz y sin normas fuera de la comunidad retornarían a la sociedad como
sujetos adultos y sometidos a leyes.
Pronto de
todos los rincones habitados del Septimontium empezó a afluir gente a celebrar
la fiesta. Acudían por caminos diversos: la mayoría por el valle entre el
Palatino y el Celio; otros tenían más cerca la senda del Velabro y la preferían
pese al hedor de las aguas estancadas en lo hondo; por último, otros grupos
atravesaron la cumbre del Palatino para descender por la escalera de Caco. Las
muchachas jóvenes, las ancianas y las madres de familia caminaban juntas,
llevando cestos con las viandas para comer. Lucían los hombres sus mejores
cayados y los zurrones nuevos, canes y niños gritaban y saltaban como
corderillos. Según iban llegando se reunían por familias en las faldas
herbosas, entre las encinas o en un tramo sin árboles ubicado a los pies de la
cueva de Fauno para mejor disfrutar de los rayos del sol y de la alegría de la
jornada.
Los
jóvenes iniciandos, como oficiantes de esta ceremonia, eran llamados con el
nombre de lupercos. Se presentaron enseguida delante de la cueva Luperca,
inquietos y fuertes como potrillos a punto de convertirse en caballos. Los
muchachos de otras áreas del Septimontium se agregaron a los dos grupos del
Palatino esperando la orden de penetrar en la cueva. Llegaron luego el
sacerdote y sus ayudantes, llevando consigo dos cabras. Les habían adornado el
cuello con guirnaldas de hojas y caminaban con docilidad, dejándose llevar por
una cuerda. El público se agrupó junto a la boca de la gruta, atento al
desarrollo de la ceremonia. Tras unas palabras rituales, penetró el sacerdote y
tras él los jóvenes lupercos, quienes se habían hecho cargo de las cabras. Una
vez sacrificadas y ofrecidas a Fauno, fueron rápidamente desolladas. Cortó el
sacerdote sus pieles en muchas tiras y, mojándolas en el agua de la fuente que
brotaba al fondo de la cueva, las entregó a los muchachos. Éstos salieron a la
puerta y, sacudiendo las tiras mojadas, arrojaban el agua lustral sobre el
público.
Terminado
este rito, el sacerdote y sus ayudantes abrieron en canal las cabras, separaron
las vísceras que habrían de ser quemadas por completo por ser la parte
destinada al dios Fauno, y despiezaron el resto de la carne, preparándola para
el banquete ritual del cual participarían los jóvenes lupercos, pertenecientes
a las distintas curias o barrios que componían el Septimontium. Entretanto,
otros asistentes habían encendido los fuegos en una zona despejada de árboles.
Mientras esperaban la formación de las brasas, afilaron largos pinchos de
madera de sauce en los cuales ensartaron la carne antes de ponerla a asar. En
hoguera separada, se cocerían y quemarían las entrañas destinadas a Fauno.
¿Podría
algún joven esperar tanto tiempo sin hacer nada? Ciertamente no. Así, los
lupercos que concluían gozosamente su iniciación, se apartaron de allí y en las
mismas faldas del Palatino se entretenían haciendo carreras, juegos de lucha y
lanzamiento de piedras y jabalinas. Toda esta actividad, unida a la cálida luz
solar, les indujo a quitarse las ropas y competir desnudos, sin estorbos para
su agilidad ni su fortaleza. Así estaban, sudorosos y agitados, cuando desde lo
alto del Palatino llegó un agudo silbido y una petición de ayuda.
- ¡Remo!
¡Rómulo! Unos bandidos se llevan los rebaños.
Sin dudar
un instante ni detenerse a coger sus ropas o sus armas, los dos aludidos,
seguidos de sus amigos y de los otros lupercos, echaron a correr en direcciones
contrarias: Remo y sus seguidores, por el camino paralelo al valle de Murcia;
Rómulo y los suyos, por la senda del Velabro. Pronto todos ellos desaparecieron
de la vista.
NOTA 1: Éste es el capítulo 14 de la primera parte de
la historia de Remo y Rómulo.
NOTA 2: El calendario arcaico constaba de 10 meses,
el último de los cuales era diciembre. En ese calendario, el día 15 de
diciembre se celebraba la fiesta Lupercalia en honor del dios Fauno Luperco, en
la cual el protagonismo era de los jóvenes lupercos. Era una fiesta lustral (de
purificación) y también relacionada con la fertilidad. Se celebraba una serie
de ritos en el interior de la cueva algunos de los cuales se conocen aunque su
significado no esté claro. Puesto que algunos autores antiguos relacionaban algunos
de esos ritos con los gemelos y no se sabe con certeza cuáles se celebraban
entonces y cuales no, he optado por la discreción, y si acaso, ya daré otras
explicaciones más adelante, sobre todo para no dar ahora información que
pudiera desvelar parte de la historia a quienes no la conocen. Se cree que en época
arcaica la fiesta Lupercalia constituía el punto culminante de la iniciación de
los jóvenes, tal como yo lo he reflejado. Otras fiestas importantes – que tienen
que ver con nuestra historia – del mes de diciembre eran, tras el 15
(Lupercalia), el día 21 (Feralia, Tácita Muta y/o Angerona) y el 23 (Terminalia,
dedicada al dios Términus).
Cuando se reformó el calendario arcaico (también
llamado romúleo) en épocas posteriores, se añadieron dos meses al final del año: enero y febrero; entonces se redistribuyeron las fiestas, de ahí que la Lupercalia se
celebrara, a partir de entonces, el 15 de febrero.El comienzo del año siguió siendo marzo.
NOTA 3: El Septimontium, como ya os comenté, era una
especie de organización proto-urbana en el lugar donde luego surgiría Roma. Era
un habitado discontinúo, que comprendía distintos montes y colinas, y estaba
dividido en 30 curias o barrios, unidos para defender intereses comunes. Su
dios protector era Quirino, y también celebraban juntos la fiesta Lupercalia.
Isabel:
ResponderEliminarSigo leyendo con gran interés.
Vale.
En cada edad hay momentos en los que el tiempo es distinto, en los que la conciencia se despierta sobre nuestro tiempo, lo que somos, lo que nos espera y lo que se espera de nosotros. Un padre, los compañeros, lo divino, los trabajos... todo está presente en tus palabras y sigo disfrutando. Gracias también por las notas sobre el calendario que nos sitúan en los ritmos de un tiempo que sigue siendo el nuestro.
ResponderEliminarLa intromisión de la autora ("Leemos a nuestro gran Virgilio..."), bien traída, suscita la simpatía por los espacios donde se desarrolla la acción.
ResponderEliminarUn beso.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarFiesta muy romana hasta el mismo imperio, salían los lupercos y con las tiras de cuero mojado golpeaban a las chicas solteras, en ese gesto les otorgaban fecundidad.
ResponderEliminarSiempre me ha resultado chocante ese rito de iniciación, pasan los adolescentes a hombres en un día, pero sus cabezas, como se ve, aún tienen que madurar, así era entonces y en muchas culturas, hoy.
Espero que no acabe en drama un día tan gozoso !salve Luperco! !salve divino Virgilio! !salve Isabel hacedora de bellas palabras!
Besito, te leeré de vuelta de Inglaterra que lo pases bien estos días.
Muy interesante lo de las fiestas lupercales, unidas al mito de la fecundidad, seria interesantisimo estar dentro de la cueva, y luego esa carrera azotando a todo dios.
ResponderEliminar¡ ESTÁN LOCOS ESTOS ROMANOS¡.
Continuo con la lectura.
Saludos.
Un día tan importante para algunos puede acabar como el rosario de la aurora.
ResponderEliminarVeremos cómo termina, aunque yo no podré saberlo hasta que regrese pasada la semana de vacaciones que ahora me tomo.
Un saludo.
Ya sabemos más del calendario.Es verdad que tuvo que ser duro pasar de ser tan rudos a la civilización.
ResponderEliminarEstos muchachos otra vez dando el cante: espero que no se machaquen mucho.
Feliz finde Isabel.
Interesantísima la descripción de la ceremonia de iniciación de los jóvenes lupercos. Como bien dices, se trataba de un mundo en el que lo humano y lo selvático se entremezclaban de manera natural. ¿Qué queda de poso de todo aquello en los ritos religiosos actuales? Entiendo que por lo menos algo, que como ocurre con las lenguas, evoluciona hasta parecerse sólo un poco a sus raíces.
ResponderEliminarSalud!
Un capítulo muy ilustrativo de las costumbres en estas fiestas de diciembre. También me ha llamado la atención la división del año en diez meses. Eres un pozo de sabiduría clásica, querida Isabel, y venir a leerte es aprender sin fin. Gracias.
ResponderEliminarUn beso enorme.
Muy instructivo todo lo que nos cuentas. La historia, muy interesante, veremos esos rebaños...
ResponderEliminarVale, sí, ciertamente eres un pozo de sabiduría y aprendo cada día de rituales, costumbres y evolución mental.
ResponderEliminarPero, además, me tienes siempre sobre ascuas, con miedo a lo que pueda pasar.
Sufro más que sus padres adoptivos...
Esta energía desbocada no solo es por la edad, debe ser también la sangre de los dioses que corre por sus venas.
ResponderEliminarY que ellos los protejan, porque parece que no salen de una para, acto seguido, meterse en otra.
Un pozo de sabiduría eres, profundo pero luminoso.
Un fuerte abrazo. Y muy tierno.
¡Qué razón tenían en sus temores Fáustulo y Acca Larentia..!
ResponderEliminarLa que se va a montar es chica. Y lo peor es el enfrentamiento con el mayoral del abuelo. ¡Qué caminos más sinuosos elige el destino para ser!
Yo también estoy de acuerdo con lo fantástica que ha sido la descripción de la fiesta que da fin al rito de paso de muchachos a hombres.
Un abrazo, querida Romana.
Bienvenido a:
ResponderEliminarhttp://alma-de-deus.blogspot.pt/
Un Blog con alma!
: ) Saludos [Portugal].
Hola dhyego, gracias por ese interés y por tu constancia. Besos.
ResponderEliminarHola hyperion, tienes mucha razón al señalar esos momentos en que nos hacemos conscientes del tiempo presente y todo lo que conlleva. En cuanto al calendario, es fascinante darnos cuenta de cómo se ha conservado en el transcurso de los siglos. Noviembre y diciembre, por ejemplo, ya en su propio nombre nos recuerdan que eran inicialmente los meses noveno y décimo del año... ¿Como no vamos a sentirnos próximos a aquellos tiempos? Besos.
Hola maria luisa arnaiz, verdaderamente los romanos añoraban muchísimo la vida campesina y los de ciudad tenían de ella una imagen muy idealizada. Por eso les gustaba tener jardines en sus casas - los potentados, claro - y macetas en las ventanas los demás. Besos, querida amiga.
ResponderEliminarHola natalia, sí, la Lupercalia era una fiesta con fuertes connotaciones culturales y políticas y muy vinculada en ciertos aspectos a la fundación de Roma. De ahí que no haya entrado en detalles que son, a mi parecer, interesantísimos. Pero ya encontraré el modo de narrarlos más adelante. Que disfrutes muchísimo tus vacaciones y tu viaje. Un besazo enorme.
Ja, ja, dapazzi, estarían locos pero sus ritos tenían un fortísimo valor simbólico. Sí, sí, hubiera sido fantástico estar dentro de la cueva. Algún día lo tendríamos que hacer. Besos.
ResponderEliminarHola cayetano, como aquí tenemos las vacaciones una semana después que en otras partes de España, vamos un tanto desacompasados. Pero no me quejo: así, os dejo lectura para cuando volváis de vacaciones y yo empiece las mías... Besazos y a disfrutar.
Hola bertha, ese tránsito duró siglos y aún estamos en él... En muchos lugares del planeta aún la vida es tan ruda como la de estos muchachos era hace casi tres mil años. Y en otros lugares, que consideramos civilizados, hay con frecuencia comportamientos salvajes e impropios de seres humanos. Creo que habrá una lucha eterna entre el animal que llevamos dentro y el espíritu que lo debe gobernar. Besazos, guapa.
ResponderEliminarHola, charles de batz, buena pregunta la que te haces. Desde luego, en tiempos históricos ya no se practicaba ese proceso de iniciación de los jóvenes fuera de sus hogares, o al menos no de la misma forma. Pero sí, algunos ritos sí han perdurado a través del cristianismo: las procesiones llevando las imágenes, por ejemplo. Y la comunión ¿no vendría a ser una especie de banquete ritual? En cualquier caso, la primera comunién constituye también un rito de paso, del niño/a sin conciencia de pecado a su integración en la comunidad de creyentes tras un proceso de formación que les instruye en cuestiones religiosas. Creo que hay procesos humanos que seguimos señalando... Besazos, querido amigo.
Hola isabel martínez barquero, creo que todas esas cosas deberíamos aprenderlas desde pequeños, saber de nosotros, nuestras raíces, nuestros ancestros, la permanencia de esas creencias antiguas y tan profundas. Eso nos ayudaría, creo yo, a conocernos mejor, a saber quienes somos y de donde venimos, quizá para poder decidir mejor a dónde queremos ir. Pero ya ves, hasta la cultura clásica que se enseña hoy la quieren eliminar... Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarHola dolors jimeno, sí, ya veremos qué pasa con esos rebaños... Siempre hay peligros en las riberas del padre Tíber. Besazos.
Ja, ja, mariajesusparadela, pues estos muchachos nos van a tener tan en vilo como su madre en su momento... Al menos, eso espero. Ya sabes que me encanta mantener el suspense. Te diré, para tu tranquilidad, que esta parte de la historia de los gemelos se desarrolla en catorce o quince días nada más... Besazos, guapa.
ResponderEliminarHola virgi, sí, creo que tienes razón, es la juventud de la sangre y la potencia divina lo que corre por las venas de estos muchachos y parece fuego. Gracias por tus palabras siempre halagadoras. Besazos.
Tienes mucha razón, freia, los caminos a veces se cruzan y entrecruzan de una manera inquietante y dramática. En esta historia de los gemelos es así, contiene una paradoja del destino, pues los muchachos sirven a quien los quería muerto y matan a quienes los querían vivos... La vida. Un abrazo muy fuerte, querida amiga.
ResponderEliminarSaludos, irmaos de luz, pasaré a visitarte.
Al principio me he preocupado con Fáustulo y Acca por esa falta de respuesta de Caius.
ResponderEliminarDespués he disfrutado de la fiesta, he entrado en la cueva y he sido testigo de los juegos de los chicos.
Y cuando ya estaba tan relajada con el tema, de nuevo llegan los problemas, aarrgghh! No quiero ni pensar en la que se va a armar!
Como decís por ahí, es una pena que hoy en día, la cultura, la historia, el arte, la filosofía, las lenguas antiguas, queden en segundo plano en las escuelas. Ya ves, yo creo que es un error muy grande. Al final no sabremos quienes somos ni por qué somos y hemos llegado aquí.
Lo de los meses del año lo escuché hace ya tiempo, es muy curioso todo lo que nos comentas.
Ale, a esperar a ver qué pasa con el rebaño y sobre todo con los gemelos! Ayyy...
Un beso
¿Por qué será que la religión siempre está unida al sacrificio y a la sangre? El látigo azotando sobre la carne humana... Una imagen que aparece en las lupercales y en nuestra religión cristiana, pero qué significados tan distintos... Y la cueva, sinónimo de viaje, de encontrarse a uno mismo después del retiro y la meditación también aparece en otras culturas.
ResponderEliminarUn beso
Querida Isabel, siempre me ha fascinado la celebración de los Lupercales; llama la atención lo que cuenta Plutarco: que en medio de la ceremonia los ungidos en la frente con sangre de las víctimas con el cuchillo del sacerdote se echaban a reír, siendo así ocasión de diversión para la gente joven, antes de ser enjugados luego con un copo de lana empapada en leche. Se trataba, sin duda, del símbolo de del sacrificio humano que hubo en sus orígenes. La risa en medio de la ceremonia, la carcajada ritual puede explicarse como rito de iniciación, ritual de nacimiento y limpieza del recién nacido; metamorfosis de los jóvenes en boques; exorcismos de hombres-lobo. Simbolismo de la lucha contra los lobos, la risa indica que las heridas no ofrecen ningún peligro.
ResponderEliminarSigo totalmente enganchada a la lectura, cara Isabel.
Mil bicos.
Querida, la ignorancia nuna es digna de elogio, si bien puede ser excusada en parte por la curiosidad y las ganas de saber. En mi caso, ambos son espoleados por esta Fundación tuya y de Roma... Me ha fascinado este rito que cuentas hoy y me desasosiego,pensando en que( como la buena novelista que eres) interrumpirás la historia en el momento álgido. Cuánto aprendo y cuánto disfruto. Un besazo.
ResponderEliminarIsabel, me pongo a una questión: el que acabará más cedo, la vostra inspiración o la riserva de petróleo al mondo?...Besos y desculpas por mi portunhol.
ResponderEliminarMe parece que despues de tanto preparativo que han hecho todos, las familias, la ceremonia, el llamado es una trampa....
ResponderEliminarHola áfrica, me pasa lo mismo que a tí: que lo mismo me sobresalto que me relajo y así voy, como una montaña rusa sin saber muy bién qué va a pasar... Ja, ja. Creo, como tú, que si olvidamos de dónde venimos y cuál es nuestra cultura,acabarán con nosotros enseguida. Besazos y felices vacaciones.
ResponderEliminarHola carmen gascón, tenemos una raíz común indoeuropea que seguramente explica que en tantas culturas, aparentemente alejadas, como la india o la irlandesa, tengamos similitudes. Precisamente hoy, veinticuatro de marzo, se celebraba en Roma el día de la Sangre, dentro de los ritos de la Fiesta de Attis,k vinculada al culto de Cibeles. Los sacerdotes de esta diosa se infligían sangrientas heridas e incluso los iniciados se automutilaban. Hacían caer la sangre sobre el tronco de un pino (¿acaso no nos suena de nada la madera?) que simbolizaba a Attis y eran ritos relacionados con la muerte y la resurrección de este personaje. ¿Te parecen pocos paralelismos? Cierto que tendrán sentidos diferentes, igual que la lengua que hoy hablamos ya no podría llamarse latín, pero el origen, cirtos rituales, etc. creo que se pierden en la noche de los tiempos. De ahí la importancia de que los conozcamos y los estudiemos. Besazos, guapa.
ResponderEliminarHola profedegriego, muchas gracias por esa explicación sobre el rito de las lupercales y su significación. En el próximo capítulo daré una pequeña explicación también, aunque lógicamente desde el punto de vista de nuestra Claudia Hortensia y los gemelos. Me alegra saber que sigues la historia con interés, ¡yo también estoy enganchada a ella! Besazos y felices vacaciones.
ResponderEliminarHola maria antonia moreno, creo que una de las funciones que se le reconocía a la novela era "enseñar deleitando". Yo trato de deleitar, sobre todo, y de paso, si es posible, enseñar algo. Pero sobre todo porque pienso que somos parte de la civilización romana y es deseable que podamos saber algo más acerca de ella, acerca de aquello, antiquísimo, y a veces imcomprensible, que nos constituye. Si no tuviéramos curiosidad, ¿qué habría sido del ser humano? Si no agradecemos a quienes dedican un esfuerzo ímprobo por indagar en nuestras raíces y explicarlas/nos, seremos unos desagradecidos. Por mi parte, sólo puedo tratar de trasladar los conocimientos que nos proporcionan otros a un lenguaje novelesco que nos permita disfrutarlos más por las emociones que por el intelecto. Besazos, querida amiga.
ResponderEliminarJa, ja, hesserre, a la velocidad que se gasta el petróleo no sé... Por mi parte, seguiré produciendo todo lo que pueda, aunque no me paguen ni un céntimo de euro ni de dólar por el barril. Besazos.
ResponderEliminarAlyx faderland, tienes mucha intuición para esos temas, no en vano te has batido el cobre en épocas anteriores... Ya veremos si es una trampa o una prueba. Besazos.
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