- Todo el mundo sabe el malhumor que se le pone al dios Neptuno de vez en cuando y la poca disciplina de Eolo, quien saca sus vientos a pasear cuando se le antoja. ¡Y no por ello vamos a pasar toda la historia de la reina Dido hablando de tormentas! – respondo irritada. Kostas calla y retoma el trenzado de una cuerda fina en la que está trabajando. Le resulta difícil tener las manos quietas.
- Así es, pero tengo intención de regresar muy pronto.
- No debes apresurarte en absoluto – salto yo de inmediato, aunque acompaño esta afirmación con mi mejor sonrisa – ¡Teniendo en cuenta que Eneas se pasó siete años vagando por el mar, carece de importancia que tú mismo te retrases unos meses! Mientras, estudiaré en qué partes de mi historia puedo insertar tus relatos.
Cuando comienza a oscurecer regresamos al interior de la ciudad. El poeta troyano se ha adelantado, así que me encamino a casa con Karo y Kostas, cada uno a un lado. He sido brusca y grosera con el cordelero, un hombre cuya memoria me está ayudando mucho. Trato de repararlo.
- ¿Cómo hubiera podido olvidar la tormenta de la que hablabas antes, Kostas? – digo en tono conciliador. – Barce decía que en esa ocasión Acus, en calidad de Jefe de la Expedición, le echó la mayor bronca que ella hubiera oído en su vida a Gabriel, el vigía de la nave de Dido. Barce lo tenía calado y más de una vez le había reprochado que mirase más a la reina que al mar y al horizonte, como debía. Era un chiquillo. Y al parecer, solía distraerse cuando en cubierta paseaba la reina. En aquella ocasión, advirtió la formación de densos nubarrones sobre las montañas de la costa, pero no vio algunas rocas que asomaban sus puntas afiladas fuera del agua… Fue necesaria toda la pericia del timonel Almícar, y era mucha, para salvar aquellos escollos…
Kostas afirma con la cabeza. También él recuerda a Gabriel. ¡Menuda pieza! Aunque luego se convirtió en un marinero muy capaz… El poeta troyano me ha hecho pensar en la enorme cantidad de cosas que ignoramos unos de otros, salvo que nos conozcamos desde niños. Barce, refiriéndose a los desconocidos que, de pronto, irrumpían en nuestras vidas, solía decir que era necesario saber en qué platos habían comido y en qué fuentes habían bebido para entender lo que comían y bebían ahora. Y tenía toda la razón. ¡Cuánto mejor entiendo a nuestro Náufrago sabiendo que en el pasado había estado enamorado de una ninfa!
- ¿Te has percatado, señora Imilce, de cómo te copia el poeta? – dice Karo, sin venir a cuento, mientras subimos la cuesta que él sabe muy bien que me corta la respiración. Me paro y resoplo. Le voy a echar una mirada asesina pero me encuentro con sus ojos relucientes de inocencia – Tú tienes tu propia forma de contar las cosas, señora Imilce, y a mí me gusta. Y a Trailo también. La escena entre Ascanio y la princesa Nausícaa la ha compuesto a imitación de las tuyas. Te habrás dado cuenta, ¿no?
- Desde luego que lo he notado – le miento. O sea, que encima el troyano se está metiendo en mi propio terreno…
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El cielo aún tiene tintes rosados cuando en la cubierta de la nave de Dido empiezan a asearse las mujeres. Suben el agua marina con cubos y cuerdas. Sujetándolo cada una de un extremo, Barce y Ula extienden un trozo de lienzo a modo de biombo para ocultar a las miradas de los hombres la desnudez de la reina mientras Diana le arroja por encima cubos de agua. Dido es siempre la primera en lavarse y luego ayuda a las demás, que lo hacen por turnos. Es un momento alegre, con frecuencia acompañado de gritos y juegos cuando les toca a las más jóvenes. A veces, Anna se empeña en lavarse con su gato en brazos. Sirio se resiste, lanza maullidos quejumbrosos y sale disparado como una flecha aún antes de tocar el suelo.
Luego se sientan y comen galletas y tortas secas acompañadas de sorbitos de agua. Llevan ya muchos meses recorriendo las costas, alejándose cada vez más de Tiro. Han procurado abastecerse en playas solitarias, lejos de los puertos fenicios en los que Pigmalíón hubiera podido hacerlos detener. Se hallan ahora más al norte, en un área de influencia griega. Ese es uno de los problemas. Aunque los reciben bien en las ciudades a las que han arribado, sus dirigentes les hacen comprender que no hay sitio para su nueva ciudad. Entonces, ¿dónde, en qué tierra podrían instalarse? Durante su última parada, les han dado una idea: recurrir al cartógrafo Igres. Él conoce las costas como nadie y es quien les puede aconsejar mejor. Van en su busca a la isla de Rodas en cuyo litoral, según les dijeron, estaba trabajando hace unos meses. Probablemente llegarán al puerto de Rodas antes de media mañana.
- Morgana – dice Ula a la maga, sentada a su lado – deberías echar tus tabas y averiguar si falta mucho para que aparezca el cartógrafo. Ya me estoy cansando…
- Y para saber si es guapo y joven – añade Anna con una risita.
- No os rías de mi arte, niñas – responde Morgana de buen humor –. Algún día os hará falta. En su momento, predije que el matrimonio de la reina Dido no sería largo – añade bajando la voz. Sin embargo, la reina la ha oído.
- ¿No te dijeron tus tabas cuánto amaría a mi marido? – pregunta entonces Dido – Deseé que fuera mi esposo desde el mismo momento en que lo vi. Vosotras, las más jóvenes, no sabéis esto: ocurre, a veces, que el pecho se inflama de un ardor tan intenso como el fuego y quema. De nada sirve tratar de apagarlo. Únicamente lo puede calmar aquel que lo provoca, y es como verter aceite a una llama ardiendo: aún la enciende más. Eso me ocurrió con Siqueo.
Las palabras de Dido han hecho enmudecer a las mujeres. Tras la huida de Tiro y una vez pasado el peligro inmediato, a la reina se la vio entristecida. Diana era su confidente y pasaba muchas horas a su lado, charlando con ella. De noche, Barce se acostaba a su lado y la oía gemir. A veces le deslizaba el brazo por el hombro o por la cintura, para que la reina supiera que ella estaba allí. Pero no hay nada en el mundo capaz de suplir a un esposo cuando se le ama. Y ambas, reina y nodriza, no olvidaban con cuánto amor y sacrificio la había correspondido Siqueo.
- ¡Llegamos a pueeeeeeerto…! – grita excitado el vigía Gabriel. Y todo el mundo se ríe. No hace falta armar tanto alboroto por algo tan evidente.
- Mi reina – dice Acus acercándose a ella – ¿Enviamos una pequeña embajada en una barca y esperamos a tener respuesta para entrar en la rada?
- Creo que no, querido amigo. Es un gran puerto, bien provisto y despejado. Y hay amarrados muchos mercantes. No hay signos de peligro. Acerquémonos. ¡No sabes cuánto deseo pisar tierra!
Las mujeres se congregan en la proa para observar la ciudad encaramada sobre un pequeño promontorio, coronado por frescos pinos contra el azul del cielo. Hasta su nave llegan los olores de la comida caliente de las tabernas del puerto, el aroma de la leña al quemarse y del pescado fresco. Se percibe mucha actividad.
Y, de pronto, desde la esquina de una de las calles que desemboca en la explanada del puerto, llega corriendo un hombre desnudo y, a continuación, dos más que corren con idéntica urgencia. Tras ellos viene una muchedumbre gritando y tirando piedras. La nave de Dido acaba de arrimar su costado al entablado del muelle. Y el hombre desnudo, dando un gran salto, se encarama a ella entre el rugir del público. Los otros dos se arrojan al agua mientras llueven piedras sobre la nave. Las mujeres se echan atrás, la multitud agita los brazos y alza puños amenazantes. Algunos parecen dispuestos al abordaje.
*Detalle de escultura de bronce. Museo Massimo alle Terme.
** Otranto. Foto de Emilio Gañán
***Relieve. Museo Massimo alle Terme
****Amanecer en Roma desde el Ponte Garibaldi
*****Detalle del Trono Ludovisi. Nacimiento de Venus. Museo Altemps
******Detalle de busto de un adolescente. Museo Massimo alle Terme
*******El Tíber desde Ponte Sant'Angelo.
NOTA: Algunos amigos participan de esta historia con diversos personajes. Para facilitar la comprensión de cada post, se incluye la lista por orden alfabético de personajes. A continuación, entre paréntesis, están los nombres de los amigos bloggeros.
KARO, escribiente de la señora Imilce. (Antonio Portela)
UN CANGREJO en cualquier playa. (Cangrejo sedentario)
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