Mientras Rómulo y sus amigos se dirigen a Cenina la
mañana del 21 de diciembre y en esta ciudad la hija y las sobrinas del rey Acrón
se preparan para dar un paseo por la orilla del río Anio, en el Aventino el
mayoral de los rebaños de Númitor y padre de Flora, Caius, se había
entrevistado en secreto con Hortensio y preparaba una trampa para cazar a Remo.
Tras haberse puesto de
acuerdo con Caius y abandonar el refugio de los pastores del Aventino,
Hortensio penetró en un bosque de robles que jalonaba la ladera de esa misma
colina. Previendo la conformidad del mayoral de Númitor para tender una trampa
a Remo, había tomado la precaución de citarse a escondidas con muchachito
llamado Calvo. Lo conocía desde tiempo atrás, era ambicioso y avispado y justo
acababa de empezar su iniciación, de modo que se relacionaba con cierta
asiduidad con el grupo de Remo. Era una buena elección.
Casi enseguida llegó Calvo,
sin hacer ruido. Permanecieron agachados y ocultos entre los árboles, sin dejar
de vigilar el valle de Murcia.
- Lo haremos hoy. ¿Recuerdas
mis instrucciones? - preguntó Hortensio.
- ¿Me crees tonto? ¡No son
tan difíciles de recordar! - respondió Calvo en tono de suficiencia, con cierto
desdén.
- Esto no es un juego,
¿sabes? - le espetó con severidad el otro -. Saldrás muy beneficiado si cumples
bien, pero pobre de ti si nuestro plan se estropea por tu culpa. Lo lamentarás
toda la vida.
- No te arrepentirás de haber
confiado en mí.
- Si Remo llegara a sospechar
algo…
- Lo conozco y sé cómo
manejarlo. Además, tengo influencia sobre mis compañeros y mucha costumbre de
imponerme a los demás. Caerá en la trampa como un corderito. Y nadie más se
dará cuenta… Ni en el momento en que ocurra, ni después.
- Eso espero. Es preciso
darle apariencia de casualidad - dijo Hortensio - Por eso es importante que
apoyes y refuerces a Córito con disimulo. Será el señuelo.
- Tantas precauciones
conmigo, ¿y confías en ese tonto? - preguntó Calvo -. Me parece muy arriesgado.
- No confío en él, sino en su
simpleza. Y para eso estás tú, para conseguir que todo discurra según lo
planeado. Nadie le atribuye malicia al tonto, por eso su propuesta no levantará
recelos. Debes permanecer atento, actuar sólo para enderezar la situación si se
tuerce. ¿Está claro?
Calvo asintió con la cabeza,
permaneció unos momentos más en ese escondrijo y luego se deslizó, tan
silenciosamente como había llegado, en dirección al monte Murco. Prefería dar
un rodeo antes de encontrarse de nuevo con sus colegas de iniciación. Solían
reunirse con el grupo de Remo en el valle que separaba el Palatino y el Celio,
y allí charlaban y practicaban toda clase de ejercicios. No tardarían en llegar
unos y otros, pues era ya media mañana.
Fausta cogió un recipiente
para el agua, salió de su casa y descendió por la escalera de Caco. Al llegar a
la altura de la cueva de Fauno se desvió hacia la izquierda y con muchas
precauciones entró en la cueva. Cada mañana iba allí con la esperanza de volver
a encontrar al lobato. Una esperanza vana, pues ya debía estar muerto. Sentía
pena por él y por su hermano Rómulo, quien se había aficionado al animal y se
culpaba de no haberlo protegido debidamente. Sin embargo, la vida era así de
dura, así de difícil para los pequeños, para los indefensos y los débiles. Se sentó
en la oscuridad, escuchando el levísimo rumor de la fuente. Cerró los ojos y
sintió un gran bienestar, una presencia sacra. Cayó en un sueño profundo.
Se despertó boqueando porque
le faltaba el aire. Estaba helada y cubierta de un sudor frío. Se deslizó
temblando hasta la entrada de la cueva. Tendió la mirada a lo lejos y le
pareció ver a una persona conocida cruzar deprisa el valle de Murcia, desde el
Aventino hacia el altar de Consus. Sacudió la cabeza. No podía ser Hortensio.
Todos los varones, menos los iniciandos, se habían marchado a Cenina. Sería
alguno de los pastores de Caius. O su propio aturdimiento le había hecho ver
mal.
Se acercó al refugio de Remo,
ubicado a un tiro de piedra de la gruta, por si le encontraba allí. Él y sus
amigos Fabios habían reconstruido la choza destrozada por los hombres del
Aventino y parecía casi nueva. Dentro no se oía ningún ruido. Permaneció un
buen rato al acecho, por si su hermano volvía o se dejaba ver. Finalmente,
cansada de esperar, descendió hasta el estanque, llenó el recipiente de agua y
con él apoyado en una cadera subió de nuevo la escalera de Caco y entró en su
casa. Su madre se distraía hilando lana y no dejaba de murmurar palabras
incomprensibles. Clavaba la mirada en la pared y le temblaban las manos.
- Estás muy alterada, madre
¿Quieres que le pida algún remedio a Elia?
- No hay remedio para mi
padecimiento, hija. Pero si, ve a buscar a la vieja Elia y cuéntale… Quizá
pueda darte alguna hierba para tranquilizarme.
Fausta se echó un manto sobre
los hombros y salió de nuevo. Esta vez tomó la dirección contraria: se dirigió
a la cima del Palatino para, desde allí, descender hacia el valle del foro.
Caminaba con paso rápido pues le preocupaba la salud de su madre y quería
llegar cuanto antes a la cueva de Elia. Estaba ya cerca del terraplén por el
cual se bajaba al valle, cuando volvió a ver a la figura de antes saliendo de
la cabaña de Córito. Qué visión más extraña, pensó. No dio crédito a sus ojos
ni sus impresiones y, sacudiendo la cabeza, continuó su camino.
Llegó enseguida a la cueva de
Orison, penetró en ella y encontró a la anciana junto al fuego.
- Mi madre no está bien,
sabia Elia - dijo a modo de saludo.
- En su lugar, ¿quién lo
estaría? - respondió la vieja.
- Entonces ¿sabes cuáles son
sus preocupaciones? ¿Por qué pasa tanta angustia por mis hermanos?- preguntó
sentándose a su lado -. A mí no quiere decirme nada.
- Sus razones tendrá - dijo
la anciana -. ¿Sabes algo de ellos?
- Rómulo estará de camino a
Cenina. Remo sigue en el valle de Murcia.
- No me refería a dónde
están… Ya veo que no estás al corriente. Mejor.
- ¿Acaso corren algún
peligro? - preguntó con visible preocupación la muchacha - ¡Deberías decírmelo,
quizá yo pueda serles de ayuda!
Elia se levantó sin
responderle y se dirigió al fondo de la cueva, donde guardaba sus remedios.
Permaneció un rato allí y finalmente regresó con un saquito de tela en la mano.
- Hazle a tu madre una
infusión con estas hojas y que la tome tres veces al día. Cuatro o cinco hojas
por taza, no más.
Le tendió las hierbas y la
miró fijamente.
- En cuanto a ti, acepta un
consejo: no hables de tus hermanos con nadie. ¡Con nadie!
- ¡Eh, Remo! - gritó Corito
mientras descendía con torpeza hacia la Velia y agitaba al mismo tiempo las
manos para llamar la atención del muchacho.
Llevaba un buen rato
vigilando el camino desde la puerta de su cabaña, ubicada en la ladera del
Palatino que miraba al valle del foro. Rondaba ya los treinta años, pero se
comportaba como un niño de diez. Su carácter simple pero risueño e inclinado a
ayudar a los demás hacían de él una persona querida en el Palatino, aunque no
faltara quien se riera de él o le gastase bromas crueles.
Se detuvo Remo y con él los
Fabios y los demás jóvenes iniciandos. Aprovecharon la pausa para sentarse al
borde del camino y descansar de la carrera. Hacía frío, las nubes eran cada vez
más negras y posiblemente llovería. Un día muy desagradable.
- Quiero hacer una carrera
contigo - dijo Córito a Remo, apenas llegó junto a él -. Voy a ganarte.
Hubo una carcajada general.
Nadie del Septimontium podría vencer a Remo en una carrera, menos todavía una
persona tan torpe.
- ¿Acaso te has bebido el
vino de todo el invierno? - exclamó Bruto Fabio.
- ¡Le ha picado un bicho y lo
ha trastornado! - dijo a gritos su hermano Sexto. Y puesto en pie, le tocaba
con la mano en distintas partes del cuerpo, mientras Córito se encogía riéndose
a carcajadas - . ¡Te ha picado aquí! ¡O aquí! ¡No, no, detrás de la oreja!
Los demás muchachos seguían
la broma y se reían tanto como él. Córito se dejó caer en el suelo y se cubrió
tanto como pudo hasta que lo dejaron en paz.
- ¿Y por qué me desafías a
una carrera? - preguntó Remo, una vez agotado el juego, poniéndole una mano
sobre la espalda. El aludido se encogió de hombros y soltó una risita.
- ¡Remo no quiere correr
conmigo! ¡No quiere correr conmigo porque va a perder..! - empezó a decir y él
solo se retorcía de risa.
A Remo le hacía gracia la
broma y, además, sentía estima por el hombre. Lo conocía desde la infancia. Su
cabaña estaba cerca de la de su hermano Urco, y éste le encargaba muchas veces
el cuidado de pequeñas piaras de cerdos y le proporcionaba comida.
- ¿Qué gano por correr
contigo? - le preguntó.
- Nada - respondió Córito -.
Te voy a ganar yo. ¡Y tendré como premio un manto nuevo!
- ¿Quién te ha hecho esa
promesa? - se interesó Remo. Córito se llevó la mano a la boca de repente y se
la tapó.
- ¡No te lo puedo decir! Es
un secreto.
- ¡Lástima! No me gustan los
secretos… - respondió Remo.
- ¡Que lo diga, que lo diga!
- comenzaron a gritar los muchachos, alborotando mucho. Córito no quería oírlos
y se cubría las orejas con las dos manos, pero al final, volvió a hablar.
- Te he dicho una mentira. El
manto será para quien gane. Pero voy a ganar yo. Corres mucho porque mueves muy
bien los brazos y yo no los sé mover igual. Por eso ganas siempre. Pero si no
los pudieras mover, yo correría mucho más que tú. Entonces ganaría un manto
nuevo.
Mientras se explicaba así,
Córito se frotaba los brazos y las piernas, porque hacía frío. Remo lo
contempló unos instantes y sintió compasión por él.
- ¿Me vas a decir quién
ofrece el manto? y ¿cómo sabrá esa persona quién ha ganado?- insistió Remo.
- A ver si tiene razón Córito
y todas tus preguntas son excusas para no medirte con él - dijo de pronto, en
tono de burla, uno de los iniciandos de ese año.
Quien había hablado era un
muchacho de la colina Velia, ese tal Calvo que galleaba mucho entre los suyos y
arrastraba a cuatro o cinco jóvenes tras él. A Remo no le gustaban sus
pretensiones, pero era primo de los Fabios y no quería problemas con sus
amigos. De pronto, se sintió cansado. El año anterior había resultado divertido
empezar la aventura de la iniciación fuera de su casa, pasar los días libres y
sin obligaciones, buscar o robar comida, explorar otras zonas, no atenerse a
norma alguna, ser el primero entre todos los muchachos de su edad. Pero después
de un año se aburría de todo eso. Y se sentía profundamente humillado por no
haber superado la iniciación. El sacerdote de Fauno se había cebado en él
delante de todo el mundo. ¡Sólo le faltaba que lo humillara también un mocoso
como el primo de los Fabios!
- Bien, estoy dispuesto a
hacer la carrera - dijo -. Mis amigos y yo vamos a dar un bocado y esta tarde
correremos. ¿Te parece bien, Córito?
- ¡ Sí, sí! - palmoteaba éste
-. Pero no vale si vas a mover los brazos.
- No los moveré.
- Iremos hasta la fuente de
Fauno y Pico. Así podremos beber agua después. ¡Estaremos muy cansados! -
afirmó con toda seriedad Córito -. ¡Pronto tendré un manto nuevo!
Acordaron encontrarse en el altar de
Consu dos horas después del mediodía. Córito ascendió dando saltos hacia su
cabaña y los muchachos se dispersaron. Remo y los Fabios continuaron por el
valle del foro para terminar de dar la vuelta al Palatino y llegar a su
refugio. Todo el camino fueron bromeando sobre el desafío y sobre la extraña
idea que tenía Córito acerca de sus propias facultades para correr.
NOTA: Éste ha sido el capítulo 4º de esta segunda parte de la historia de los gemelos Remo y Rómulo. ¡Espero que os haya gustado!