miércoles, enero 30, 2013

LOS AMIGOS CORRUPTOS DE MARIO



 

Se queja el noble Mario de los muchos mangantes que hay en el foro
y asegura que a ninguno conoce. Eso jura por todos los dioses.
Mas no temáis que se quede sin amigos por esa causa:
no ofende quien disimula si, al mismo tiempo, protege. 


*Dios Mercurio enseñando bien su bolsa... Foto: Isabel Barceló





lunes, enero 28, 2013

PLANES DE FUTURO




 
- ¡Quieto, Seius! - dijo Remo en voz baja acompañando las palabras con un gesto.
El animal volvió a agacharse y apoyó el morro en las patas delanteras. Estaban agazapados detrás de un matorral, esperando. Casi al amanecer habían recorrido en toda su longitud el valle de Murcia, atravesado el ancho valle entre el Palatino y la colina del Celio y, cruzando al lado opuesto, habían alcanzado las primeras alturas del monte Murcus. Éste era una elevación contigua al Aventino, del cual prácticamente formaba parte. Territorio prohibido y, quizá por esa causa, más apetecible para Remo. Pero no era esa la razón de su visita ni de la paciencia con la cual acechaba. Al cabo de un rato, el perro enderezó las orejas. Se acercaba alguien.
- ¿Estás ahí? - preguntó una voz.
Remo se asomó. A una veintena de pasos, en pie, con un recipiente de agua en equilibrio sobre la cabeza, estaba Flora.
- Te espero desde hace un rato - respondió, saliendo de detrás del matorral y acercándose a ella.
Flora no tendría más de trece años. Sus senos abultaban apenas bajo la túnica, su gesto y su mirada eran una mezcla de firmeza y timidez. Lo observó aproximarse con los labios entreabiertos, sin ser consciente de lo hermosa que estaba. Seius se arrimó a ella agitando el rabo y la olisqueó antes de tumbarse a sus pies.
Con un gracioso movimiento, la muchacha se quitó la carga de la cabeza y depositó el recipiente en el suelo. Cuando llegó al lado suyo, Remo se agachó para cogerlo y le rozó el brazo con los labios. Sin embargo, en lugar de ponerlo debajo del chorro del agua, lo retuvo entre las manos mientras cruzaba con ella pequeñas bromas y sonrisas bajo las cuales apenas se disimulaba el ardor de las miradas.
Se conocían desde hacía algún tiempo. Flora solía acudir a la fuente de Fauno y Pico a por agua y Remo se la había encontrado en una de sus correrías. Siendo la fuente más importante del Aventino, era poco frecuentada durante el invierno. La abundancia de agua en la zona y el gélido frío disuadían a sus habitantes de desplazarse hasta allí. Era un lugar boscoso, apacible y bastante oculto, pues pese a hallarse en lo alto de un terraplén, la cima del monte lo protegía de la vista desde el Aventino. Tampoco era visible desde otras colinas. Las ramas desnudas de los robles, que en los días veraniegos daban una agradable sombra a la pequeña explanada, permitían esa mañana el paso del sol, cuyos rayos reverberaban en el agua de la alberca a los pies de la fuente.
- Te he traído un regalo - dijo Remo señalándose el pecho con la mano. En una tosca imitación de Hércules, se había anudado al cuello las patas de un animal, con los extremos cayéndole por encima de la túnica. Se dio la vuelta y le mostró la espalda, sobre la cual colgaba el resto de la piel de un cordero. Estaba sin curtir, casi recién quitada al animal e incluía la parte de la cabeza, con una curiosa y rara mancha negra cubriendo por completo la zona de los ojos.
- Pero… Esa oveja era del rebaño de mi padre - dijo Flora sin ocultar su asombro.
- Lo sé. La he cazado yo. La curtiré para ti y te la llevaré cuando mi padre acuerde con el tuyo nuestro matrimonio. Hablaré con él apenas termine mi iniciación.
- Más te vale esconderla - respondió bastante enojada Flora -. ¿Quién quiere un yerno que le mate las ovejas?
Remo calló desconcertado. Sin embargo pronto recuperó su soltura habitual.
- Tu padre querrá para su hija un hombre decidido, a quien no le de miedo enfrentarse con nadie, menos aún con animales tan simples como éstos. Además, todos sus pastores juntos no me superarían en fuerza ni en arrojo.
El crujido de unas ramas interrumpió la conversación. Flora le hizo gestos para que se ocultase tras un roble y ella misma colocó su recipiente sobre la piedra colocada con ese fin en el estanque, bajo el chorro de la fuente. Cuando lo tuvo lleno, se lo colocó sobre la cabeza y, con indescriptible elegancia infantil, se marchó camino abajo.


- ¡Ya falta menos para la fiesta de Júpiter Latiaris! - dijo Fausta con un suspiro. Acababa de entrar en la gruta casi a tientas y se sentó en el suelo al lado de su hermano. 
 Se sacó de entre las ropas un pellejo lleno de leche y se lo tendió a Rómulo. El muchacho lo cogió y, con delicadeza, metió la punta entre las fauces del lobato. Lo tenía tumbado a su lado, envuelto en pieles. Por alguna razón desconocida, su madre lo había abandonado, o había muerto, quién sabía. El pobre animalillo se había quedado gimiendo allí, muerto de miedo y de frío, dentro de la gruta de Fauno. Lo había encontrado él no por casualidad, sino porque solía refugiarse en la cueva. Le gustaba su oscuridad acogedora. El sonido de la fuente que brotaba al fondo, apenas un hilillo de agua, contribuía a crear un ambiente plácido. Allí se sentía cómodo y protegido, abrigado de los rigores del mundo. Al encontrar al lobato le había pedido ayuda a su hermana, tres años mayor.
- No sobrevivirá sin su madre - le había respondido ella. Sin embargo, había aceptado llevarle cuatro veces al día un poco de leche de oveja recién ordeñada, caliente aún. Entre ambos habían ideado el modo de hacérsela beber, mediante esa piel que se asemejaba burdamente a una ubre. De momento, el lobato seguía vivo.
Permanecieron un rato en silencio, mientras lo observaban tragar con las patitas al aire y los ojos entreabiertos.
- ¿Cómo vas a enseñarlo a cazar? - preguntó por fin Fausta. Rómulo se encogió de hombros.
- Lo llevaré conmigo. Y de Bona también puede aprender a huir de los peligros o a mostrar los dientes.
La perra levantó la cabeza al oír su nombre, pero viendo a su amo sentado, la reclinó otra vez.
- Quizá se convierta en un acompañante tan dócil como un perro - añadió Rómulo.
- Si se salva, se irá a vivir a las cumbres, con los otros lobos - dijo la muchacha -. ¡Menuda clase de pastor serías tú, si llevases todo el tiempo a un lobo pegado a tu espalda! Aunque quizá… ¿Te imaginas recorrer las ciudades presumiendo de ser el rey y señor de los lobos?
- ¡No te burles! - respondió Rómulo, quien conocía muy bien el ánimo festivo de Fausta -. Solo quiero ser un buen pastor de ovejas y para ello no necesito marcharme de aquí. Te lo he repetido muchas veces.
- Eso lo dices ahora. Crecerás, como el lobato, y querrás ver otros sitios. Y, además, tendrás la obligación de ir a donde te manden Urco o nuestro padre. ¡Quizá quiera conocerte nuestro amo, el rey Amulio! - dijo ella manteniendo el tono de broma -. Yo me muero por irme a vivir a Alba Longa, con mi maridito Hortensio. Y exigiré tu presencia en mi casa cada dos o tres meses. ¡Quiero ejercer contigo de matrona recién casada!
- A Hortensio no le gustará vivir todo el tiempo en una ciudad. Volveréis pronto.
- Te equivocas, hermano. Hortensio lo desea más que yo. No me refiero a casarse, pues en eso le llevo delantera, sino a trasladarse definitivamente a Alba Longa. Sólo podemos esperar cosas buenas de una ciudad tan hermosa.
Rómulo envolvió de nuevo al lobato en las pieles y lo puso dentro de un cesto de mimbre. Dormía con placidez. A los animales no les importa lo que piensen de ellos sus amigos; el futuro no les perturba ni les causa miedo.

 El sol ya había rebasado su cenit cuando Acca Larentia bajó por el terraplén que, desde el Palatino, descendía hasta el valle del foro. Los bueyes pastaban libres cerca de los pies de la colina del Capitolio, junto a la vía Salaria, pero fuera de sus mugidos no se oía nada más pues el invierno acallaba todos los rumores. Con paso rápido se dirigió hacia el sur, donde el valle se estrechaba entre un extremo del Palatino y la colina llamada Velia antes de desembocar en un valle más amplio. Miró a todos lados para asegurarse de no ser vista y luego lo cruzó para alcanzar la ladera más próxima del Celio.
Su precaución estaba justificada. Durante toda su vida había padecido mala fama por la desenvoltura con la cual, en su juventud, había recorrido aquellos parajes y concedido su cuerpo a los pastores. Amaba la soledad, esas tierras salvajes sin más ley que la impuesta por la naturaleza y los dioses rústicos a quienes honraba: Fauno y su padre Pico, descendientes de Marte; Pales, protectora de los rebaños; Fauna cuya palabra es fatum, se cumple siempre, y sólo habla a las mujeres. Algunas personas envidiosas de su libertad la llamaban loba para insultarla. Quizá no se equivocaban al llamarla así, pues como una loba estaba dispuesta a proteger a su prole.
Subió un terraplén y se acercó a la entrada de la cueva de Orison, uno de los bandidos más temidos por su audacia en el robo de ganado y la habilidad con la cual saqueaba las caravanas de sal. Esperó a que sus ojos se adaptaran a la penumbra. El fuego del hogar encendido en el centro de la gruta orientó sus pasos.
- Anciana Elia - dijo a modo de saludo a una vieja sentada junto a la lumbre -, necesito de tus consejos y tu sabiduría. Mis gemelos están en peligro. 

NOTA:  Queridos amigos, espero que os aclaréis lo suficiente con los planos que os he puesto, no es fácil describir con palabras la geografía del área y que se pueda entender. Lugares como la fuente de Fauno y Pico en el monte Murcus tienen su importancia. Como siempre, pinchando en las fotos se pueden ampliar para ver mejor.
* Las fotos son todas mías.

domingo, enero 27, 2013

LAS COLUMNAS DEL TEMPLO





Hermosas se alzan las columnas del templo.

Blancas como esta mañana invernal.

¡Salve, ciudad de Roma!

La única en festejar a dos parejas de gemelos:

a Remo y Rómulo, hijos de Marte

y a Cástor y Pólux cuyo reconstruido templo

Tiberio consagra hoy.

Mas dice la sabia Cornelia Cinna

que la fortuna no es propicia por igual a todos:

cuando masca hojas de laurel

sus ojos ven a cuatro hermanos,

mas solo tres columnas en pie.



NOTA: el 27 de enero del año 6 d.C. el emperador Tiberio consagró el templo de Cástor y Pólux, reconstruido tras un incendio ocurrido en el 14 a.C. Los restos existentes hoy son los de el templo de Tiberio. El culto a estos gemelos griegos se introdujo en Roma a principios del s. V a.C., cuando durante la batalla del lago Regilio (499 a.C.), aparecieron dos misteriosos caballeros que dirigieron al ejército romano en el combate. Inmediatemante después, los dos caballeros fueron vistos abrevando sus caballos en la fuente Juturna, en Roma, y anunciaron la victoria a los ciudadanos. Fueron reconocidos como Cástor y Pólux y se les dedicó un templo junto a la citada fuente. El primer templo fue consagrado en el 484 a.C.
Por lo demás, la sabia Cornelia Cinna intuye que los cuatro gemelos no gozarían de la misma fama ni memoria. El laurel se masticaba para potenciar la capacidad profética. 

*Foro romano. Las tres columnas blancas iluminadas por el sol vespertino son las que quedan del templo de Castor y Polux. Foto: Rafa Lillo.

jueves, enero 24, 2013

I.- CARNE DEL AVENTINO


Poco después del alba, Acca Larentia abrió la puerta de su cabaña en la cumbre del Palatino y se inclinó para coger el bulto de plumas depositado sobre su piedra de moler. Rómulo solía dejarle pequeños regalos junto al umbral, madroños, bellotas, e incluso, algunas veces, pájaros o lirones cazados por él mismo. No se dejaba ver, sino que daba en la puerta unos golpecitos para advertirla y evitar que alguna alimaña le robase la pieza . Con los pichones colgando de una mano, contempló el cielo, claro y sereno. El valle de Murcia estaba aún en sombras y la masa de bosques de laurel de la colina del Aventino, al otro lado del valle, se alzaba oscura y amenazante. Acca sintió un escalofrío y apartó la vista.
Conforme se acercaba el solsticio de invierno, su inquietud crecía. Sin ningún motivo. O tal vez sí. Ese año el nivel del Tíber había subido menos que otros inviernos, la temperatura era benigna. Sin embargo, los días cada vez más cortos y las larguísimas noches le producían una opresión en el pecho. Su instinto de madre estaba en alerta, sin saber por qué. Quizá porque dentro de unos cuantos días, Remo y Rómulo, sus gemelos, entrarían a formar parte de la comunidad de los adultos y decrecería su autoridad sobre ellos. ¿Cómo los protegería entonces? No podría limitar sus movimientos prohibiéndoles alejarse del Palatino. Querrían ir a otros lugares, conocer Alba Longa, por ejemplo. Esta idea le produjo un temblor en la boca.
Unos gritos alborozados la sacaron de sus cavilaciones. Eran ellos. Miró hacia el valle pero no los pudo ver, debían correr con sus compañeros ceñidos a las raíces de la colina, imposible de ser vistas desde allí. Habían sido los últimos en llegar al mundo, las últimas criaturas a quienes había amamantado. Quince veces había parido y aún sus pechos se habían hinchado con abundante leche para ellos. Eran buenos hijos.
- Se va a quedar helada, madre – dijo su hija Fausta asomando la cabeza tras ella.
Como si la hubieran golpeado en las sienes, Acca quedó aturdida al escuchar esas palabras. Estaba pensando en sus gemelos y, de pronto, le anunciaban que se quedaría helada. Ese efecto sólo lo causan las malas noticias, los desastres, las desgracias inesperadas y funestas. Su hija, sin saberlo, había pronunciado un mal presagio. Se llevó la mano al hombro izquierdo y apretó con fuerza la fíbula que sujetaba su túnica. Tenía la forma de una serpiente en reposo. Las serpientes protegen a las mujeres y a su prole, le habían dicho. Pero Remo y Rómulo ya no eran unos niños.  Miró de nuevo hacia abajo y, ahora sí, los vio correr hacia el cruce de caminos que, al fondo del valle, tomaban direcciones distintas y se perdían en la distancia.
 

Al declinar la tarde un ligero viento del oeste penetró entre las encinas de la ladera del Palatino y las agitó, acentuando la sensación de frío. Los perros se movían y los muchachos pateaban el suelo para entrar en calor pues las vendas de lana enrolladas en los pies y las piernas no eran suficiente abrigo a esas horas. Remo dejó caer al suelo la gran piedra que acababa de levantar por encima de su cabeza y animó a su hermano con una sonrisa.
Rómulo se afanaba en levantar otra, de tamaño similar, hasta la misma altura. Los músculos de los brazos y las piernas en tensión revelaban su esfuerzo. Alrededor de ellos, sus compañeros los jaleaban: los hermanos Quintili daban ánimos a Rómulo, con quien compartían refugio y aventuras, mientras los Fabios, incondicionales de Remo, daban a éste por ganador en esa competición improvisada y, entre burlas, invitaban a Rómulo a soltar cuanto antes la piedra. Éste, sin hacerles caso, apretó los labios y persistió en su propósito hasta que, finalmente, consiguió alcanzar su objetivo antes de depositarla con brusquedad en la hierba. Mas ya Remo le volvía la espalda y dirigía su atención hacia otros juegos.
Tan parecidos como dos gotas de leche, no era fácil distinguir a simple vista a los gemelos. Bellos de cuerpo y de semblante, tenían los ojos grandes y almendrados, nariz recta y labios carnosos. Los cabellos ondulados terminaban en rizos sobre la frente y el cuello y, observando sus cabezas, se diría que cada mechón del uno se correspondía exactamente con un mechón idéntico en el otro. Un lunar con forma de hormiga en el hombro izquierdo de Remo era la única diferencia de nacimiento entre ambos si bien, cuando estaban juntos, se apreciaba una mayor corpulencia en Remo mientras su hermano, un poco más delgado, lo aventajaba en altura.
- ¡Eh! – gritó uno de los Fabios, llamando su atención –. Mirad allí. ¿Veis, como yo, unas ovejas dirigirse al estanque? No son de nuestros rebaños.
- Las veo, sí – respondió Remo –. Y me han entrado ganas de cenar carne. ¡A por ellas!
Cogieron a toda prisa los bastones abandonados en el suelo y los seis jóvenes, seguidos por los perros de los gemelos, se lanzaron ladera abajo saltando por entre los matojos. Tras unos cuantos pasos, Rómulo gritó a los suyos que lo siguieran y Bona y los dos hermanos Quintili se desviaron con él hacia la derecha. Su intención era interponerse entre las ovejas y el estanque mientras el grupo de Remo las sorprendía por el lado contrario.
Los animales, apenas cuatro o cinco, habían debido separarse del grueso del rebaño. El ruido producido por los muchachos los espantó y aceleraron el trote para refugiarse en el bosque de mirto, junto al agua. Mientras Rómulo y los suyos se separaban un poco entre sí formando un arco y, con los brazos extendidos, les cortaban el paso al bosque obligándoles a volver grupas y dirigirse hacia Remo y los Fabios, éstos, con la fuerza de los bueyes, los atacaron todos juntos y de frente. Los animales los esquivaron con facilidad huyendo hacia los lados y corrieron libremente en todas direcciones. En medio del desorden  los muchachos y los perros perseguían a una oveja y, cuando no lograban cogerla, iban a por otra y así, las reses consiguieron sortearlos y reagruparse al otro lado del valle, más allá de la linde que los criados de Amulio tenían prohibido traspasar.
Aunque agotado por tanta carrera, Remo se detuvo sólo un instante: dobló la espalda, apoyó las manos en las rodillas y apenas recuperó el aliento, dio orden a los Fabios de reanudar la persecución. Él mismo se puso al frente agitando los brazos y blandiendo el bastón. Los hermanos Quintili se disponían a seguirlos, pero la inmovilidad de Rómulo los contuvo.
- Yo no voy – declaró éste mirándose los pies –. Casi no queda luz y a oscuras es imposible cazar nada.
- Si nos damos prisa…
- Vosotros haced lo que queráis. Yo no pienso perder tiempo – dijo Rómulo, volviéndose hacia el Palatino con su perra Bona pegada a los talones.
Gordio y Publio Quintili se miraron indecisos. Les desconcertaba la actitud de su amigo. Rómulo era muy hábil y rápido en la caza, tenía el instinto del lobo para acechar a un animal y acorralarlo. Era valiente. Y, sin embargo, ya varias veces había rehuido traspasar la linde prohibida y entrar en el territorio del Aventino. No entendían la causa, cuando desobedecían a diario tantas normas. Tras unos instantes de duda, y no sin decepción, los Quintili decidieron volver con Rómulo a su refugio. 
Su cabaña, si podía llamarse así a aquel recinto precario en el que apenas cabían la perra y ellos tres tumbados en torno al hogar, la habían construido a pocos pasos de la cueva de Fauno. A esa altura terminaba la pendiente terrosa de la colina y surgía el gran murallón de roca que la volvía inaccesible salvo por la escalera de Caco, también próxima. Un caldero de cobre colgado sobre las brasas, tres o cuatro escudillas y unas pieles de oveja para cubrirse por la noche, constituían todo su ajuar. De las paredes colgaban sus armas: cada cual tenía un escudo, una lanza y un bastón, que usaban también como cayado, mientras los cuchillos de bronce, en cuyo lanzamiento se entrenaban con frecuencia, los guardaban en un cesto de mimbre.
Poco después, mientras esperaban a que se terminase de cocer un caldo de verduras, oyeron los gritos de sus compañeros. Gordio abrió la puerta y sacó al exterior la cabeza. Delante del refugio de Remo y los Fabios, situado a un tiro de piedra, brillaba la luz de una fogata.
- ¡Eh, Gordio! – gritó Remo –. ¿Otra vez vas a cenar coles? ¡Nosotros tenemos cordero!
- ¡El olor debe estar llegando hasta el Aventino…! – añadió con una risotada Bruto Fabio.
Gordio cerró otra vez la puerta sin contestar. Tomaron su caldo mezclado con pedazos de tortas de harina en silencio y se tumbaron en el suelo para dormir. Del exterior llegaban los gritos de júbilo de Remo y los suyos entremezclados con los ladridos de Seius y el chisporroteo de la hoguera donde asaban la res.

lunes, enero 21, 2013

PREÁMBULO. LA PIEDRA EN EL ESTANQUE




Nos advertía Heráclito de la imposibilidad de bañarnos dos veces en el mismo río: el agua discurre por su cauce y su fluir encierra una transformación constante, un cambio cierto aun cuando resulte imperceptible a nuestros ojos. Vemos volar los gorriones cada primavera, al escuchar el canto de las cañas bajo el soplo del céfiro reconocemos la música que deleitó nuestra infancia, nos conmueve la visión de los paisajes queridos reencontrados tras una larga ausencia. Sin embargo, no son los mismos ni nosotros tampoco. Nuestro espíritu fluye y muta, en silencio a veces, otras de manera tumultuosa mas casi siempre paulatina, según la edad nos proporciona experiencia y nuevos conocimientos. Sin embargo, así como en el curso de pocas horas una tormenta es capaz de convertir un humilde regato en un torrente cuya potencia arrolla rocas, rebaños y personas, algunos acontecimientos humanos provocan, de la noche a la mañana, dramáticos cambios en quienes los experimentan.

Eso vino a ocurrir en las riberas del Tíber, allí donde su cauce se divide en dos para abrazar una pequeña isla y luego, dando un giro brusco a la derecha, se dirige hacia el oeste. En la orilla izquierda, que el río asaltaba violentamente cuando las lluvias y tormentas del invierno acrecentaban su caudal, surgía un grupo de colinas altas y apretadas como las ubres de una loba y no menos montaraces. Fuera de un terraplén boscoso que rodeaba la base de algunas de esas colinas, el resto era roca viva, inexpugnable por su verticalidad. El agua desbordada se metía como dedos por entre sus vallecillos y les otorgaba durante un tiempo la apariencia de islas. Tres o cuatro agrupaciones de cabañas salpicaban las cumbres de esas colinas, hogar de antiquísimos dioses y de pastores, cuyas existencias estaban marcadas por los afanes cotidianos: la lucha por la supervivencia, el cuidado de los rebaños y la prole, los litigios por cuestiones de animales o de lindes.

Una vida diversa se desarrollaba a sus pies, en el valle de Murcia. Encajonado entre la vertiente meridional del Palatino y las faldas del Aventino, una colina más agreste y solitaria aún, se abría un ancho valle. De los dos extremos más cortos, uno de ellos moría en las orillas del río y el opuesto se difuminaba en la llanura que se extendía entre el Tíber y los montes Albanos. En este valle estaba el Ara Máxima de Hércules en torno a la cual se celebraba un mercado de ganado cada nueve días y atraía a mucha gente de los alrededores. Aprovechando la curva y el vado del río, tres embarcaderos acogían, alternativamente según la estación del año, las barcas que remontaban el río trasportando sal. Depositaban su carga al pie del Aventino y allí formaban convoyes de carros para adentrarse con más seguridad en la vía Salaria, infestada de bandidos. Fuera de ese trasiego comercial, concentrado en lo que hoy llamamos foro Boario y los depósitos de sal, ceñidos ambos a las orillas del Tíber, el resto era entonces vida salvaje y soledad.




En ese ambiente rústico habían crecido los hijos gemelos de Acca Larentia y Fáustulo, mayoral de los rebaños del rey Amulio, cuya cabaña se alzaba en la cumbre del Palatino, al lado de la escalera de Caco. A ellos iba a alcanzarles de lleno la tormenta e inevitablemente, como cuando lanzamos una piedra al centro de un estanque y los círculos, cada vez más grandes, agitan las aguas hasta la misma orilla, así aquellas riberas del Tíber y las colinas circundantes se habrían de estremecer. Mas no tratándose de materia acuosa, sino humana, cada persona ya no retornaría a su lugar siendo la misma, pues sus cambios y alteraciones son imposibles de deshacer.

Ocurrió de manera inesperada cuando los gemelos estaban al filo de sus dieciséis años. Cumplidos los quince y siguiendo las costumbres ancestrales, Remo y Rómulo habían comenzado su periodo de iniciación a la vida adulta. Durante un año los jóvenes debían vivir fuera de la protección de sus familias y de sus poblados, construir refugios donde guarecerse, cuidarse de las enfermedades y conseguir el sustento por sus propios medios: el robo y la rapiña eran lo habitual, y para ello debían adquirir destreza en el uso de armas,  el arte de la caza, la observación, el combate, la cautela. 

Así lo habían hecho los gemelos con sus amigos. Sus refugios y sus correrías se habían limitado a las faldas y los pies del Palatino en sus dos vertientes más próximas al Tíber, por donde triscaban con total libertad hurtando provisiones y reses a sus propias familias y vecinos. El lugar preferido para realizar sus juegos y adiestramiento era la falda que miraba al valle de Murcia, poblada de robles y encinas en su parte más baja, y el propio valle. Era éste un espacio amplio y soleado con innumerables matorrales donde tenían sus nidos muchas clases de aves y animales. Contaban, además, con agua en abundancia, pues allí mismo, al pie de la escalera de Caco que ascendía a la cumbre palatina, existía en aquel tiempo un estanque rodeado por un ameno bosquecillo de mirto. 
Una sola prohibición tenían, aunque era severa: les estaba absolutamente vedado el traspasar una linde que recorría el valle en toda su longitud dividiéndolo en dos mitades iguales. Una de ellas estaba reservada a los pastores del Palatino y, la otra, a los del Aventino, pues ambas colinas estaban unidas y separadas por el mismo valle. La prohibición obedecía a una causa precisa: poco antes del nacimiento de los gemelos, el rey Amulio, cuyos rebaños pastaban en el Palatino, había desposeído del trono de Alba Longa a su hermano Númitor, cuyas reses tenían las majadas en la colina del Aventino.

La enemistad de los hermanos albanos derivaba fácilmente en peleas entre sus criados y, para evitarlo, Fáustulo y Caius, mayorales de los rebaños de uno y otro, habían acordado marcar una linde para mantener separados a sus respectivos hombres y prevenir roces y conflictos entre ellos. Había sido una decisión afortunada pues, aunque persistía una profunda hostilidad, desde entonces las peleas entre ambos grupos no habían sido demasiado graves.


La juventud, sin embargo, a duras penas se somete a las leyes y normas que les están dirigidas y, alcanzada la mocedad, los muchachos consideran un mérito transgredirlas. Creen ganarse con ello el respeto y la admiración de sus compañeros y rara vez miden las consecuencias. Así, las acciones de los gemelos, acogidas con afecto y simpatía por los criados de Amulio,  se habían tornado más y más audaces con el trascurso de los meses. Desoyendo las recomendaciones de sus mayores, extendían su rapiña por doquier y se aventuraban a explorar lugares peligrosos, bien por la presencia de bandidos, bien por haberles sido prohibido de manera expresa.

Quienes han pasado por una etapa semejante alegarán que todo ello es necesario para completar el tránsito hacia la edad adulta y sus muchas obligaciones. Quizá sea así. Mas también, en este caso, podemos entrever la voluntad de los dioses. El destino de Remo y Rómulo, decretado por los hados mucho antes de su llegada al mundo, debía empezar a cumplirse.  Estaban en sazón, en un momento en el cual la fuerza y el espíritu se expanden y, tras su estallido, buscan confusamente una senda por la cual discurrir.

Había empezado ya el mes décimo, que en aquellos lejanos tiempos era el último del año. Faltaban pocas jornadas para la fiesta de los Lupercos, con la cual los pastores honraban al dios Fauno y los jóvenes concluían sus ritos de iniciación en su cueva del Palatino. Entonces, inopinadamente, se desencadenó una serie de acontecimientos que, como un río desbordado, arrastraría a los gemelos consigo. Habrían de enfrentarse a dolorosas pruebas. Se verían obligados a elegir casi por instinto, pues ante ellos se abría un camino nunca hasta entonces recorrido que, al bifurcarse, tomaba direcciones opuestas.


Estaba a punto de cerrarse un círculo. Una nueva era se hallaba en trance de comenzar.



NOTA: Con este preámbulo comienza la novela con el título provisional “Remo y Rómulo”, segunda de la serie sobre la fundación de Roma. Os incluyo alguna pequeña aclaración.

El calendario arcaico constaba de 10 meses, el último de los cuales era diciembre. Os señalo las fiestas destacadas, según la reconstrucción hecha por A. Carandini: el 13, Parentalia; el 15,  Lupercalia (fiesta de los Lupercos); el 21,  Feralia (Tacita Mutae, Angerona); el 23, Terminalia (al dios Terminus). En el calendario posterior se añadieron 2 meses (enero y febrero), con los cuales se distribuyeron esas fiestas. De ahí que en época de la república, p.e. la fiesta Lupercalia se celebrara el 15 de febrero.

viernes, enero 18, 2013

TERMINANDO EL PREÁMBULO



 
De Claudia Hortensia a su liberta Lálage. Salud.

Lálage querida, ven mañana sin falta, siquiera por unas horas, pues quiero someter a tu opinión el preámbulo que abrirá la continuación de la historia de la fundación de nuestra Roma. Me interesa escuchar tus reflexiones y consejos. Sé cuán ocupada estás estos días ayudando a tu hermana, pero no te llamaría de no considerar tu colaboración indispensable. Te espero.

NOTA: Queridos amigos, el próximo lunes por la tarde colgaré el primer capítulo/ preámbulo de la nueva novela. De momento no tengo título, así que la llamaré genéricamente “Remo y Rómulo”. Quizá os extrañe el orden en que cito los nombres de los gemelos, pero era así como los nombraban en la antigüedad. Era opinión general que el mayor de los dos era Remo. De hecho, a Rómulo se lo denominaba a veces “el otro pequeño” y se cree que su nombre es un diminutivo, quizá de origen etrusco. Así nosotros, metidos de lleno en la historia, los llamaremos igual que Claudia Hortensia. 

*Detalle de escultura femenina en los Museos Vaticanos. Foto: Isabel Barceló.

lunes, enero 14, 2013

CONVENCIMIENTO




 “Los sentimientos del hombre, sus pasiones y sus prejuicios, tienen cimientos primarios. No mutan con el cambio de los tiempos y de la historia. Y por esa causa, todos nosotros somos contemporáneos a través de la ilusión de los siglos.” 


GIANNI GRANZOTTO.- “Carlo Magno”
 * Relieve en los Museos Vaticanos. Foto: Isabel Barceló
 

NOTA: Esta frase, que refleja tan bien lo que yo misma pienso, encabezará la novela de Remo y Rómulo. Estoy ya enfrascada en el primer capítulo y espero no tardar mucho en tenerlo. Besazos y mil gracias por todos vuestros ánimos.