- ¡Quieto, Seius! - dijo Remo
en voz baja acompañando las palabras con un gesto.
El animal volvió a agacharse y
apoyó el morro en las patas delanteras. Estaban agazapados detrás de un
matorral, esperando. Casi al amanecer habían recorrido en toda su longitud el
valle de Murcia, atravesado el ancho valle entre el Palatino y la colina del
Celio y, cruzando al lado opuesto, habían alcanzado las primeras alturas del
monte Murcus. Éste era una elevación contigua al Aventino, del cual
prácticamente formaba parte. Territorio prohibido y, quizá por esa causa, más
apetecible para Remo. Pero no era esa la razón de su visita ni de la paciencia
con la cual acechaba. Al cabo de un rato, el perro enderezó las orejas. Se acercaba
alguien.
- ¿Estás ahí? - preguntó una
voz.
Remo se asomó. A una veintena
de pasos, en pie, con un recipiente de agua en equilibrio sobre la cabeza,
estaba Flora.
- Te espero desde hace un
rato - respondió, saliendo de detrás del matorral y acercándose a ella.
Flora no tendría más de trece
años. Sus senos abultaban apenas bajo la túnica, su gesto y su mirada eran una
mezcla de firmeza y timidez. Lo observó aproximarse con los labios
entreabiertos, sin ser consciente de lo hermosa que estaba. Seius se arrimó a
ella agitando el rabo y la olisqueó antes de tumbarse a sus pies.
Con un gracioso movimiento,
la muchacha se quitó la carga de la cabeza y depositó el recipiente en el
suelo. Cuando llegó al lado suyo, Remo se agachó para cogerlo y le rozó el
brazo con los labios. Sin embargo, en lugar de ponerlo debajo del chorro del
agua, lo retuvo entre las manos mientras cruzaba con ella pequeñas bromas y
sonrisas bajo las cuales apenas se disimulaba el ardor de las miradas.
Se conocían desde hacía algún
tiempo. Flora solía acudir a la fuente de Fauno y Pico a por agua y Remo se la
había encontrado en una de sus correrías. Siendo la fuente más importante del
Aventino, era poco frecuentada durante el invierno. La abundancia de agua en la
zona y el gélido frío disuadían a sus habitantes de desplazarse hasta allí. Era
un lugar boscoso, apacible y bastante oculto, pues pese a hallarse en lo alto
de un terraplén, la cima del monte lo protegía de la vista desde el Aventino.
Tampoco era visible desde otras colinas. Las ramas desnudas de los robles, que
en los días veraniegos daban una agradable sombra a la pequeña explanada,
permitían esa mañana el paso del sol, cuyos rayos reverberaban en el agua de la
alberca a los pies de la fuente.
- Te he traído un regalo -
dijo Remo señalándose el pecho con la mano. En una tosca imitación de Hércules,
se había anudado al cuello las patas de un animal, con los extremos cayéndole
por encima de la túnica. Se dio la vuelta y le mostró la espalda, sobre la cual
colgaba el resto de la piel de un cordero. Estaba sin curtir, casi recién
quitada al animal e incluía la parte de la cabeza, con una curiosa y rara
mancha negra cubriendo por completo la zona de los ojos.
- Pero… Esa oveja era del
rebaño de mi padre - dijo Flora sin ocultar su asombro.
- Lo sé. La he cazado yo. La
curtiré para ti y te la llevaré cuando mi padre acuerde con el tuyo nuestro
matrimonio. Hablaré con él apenas termine mi iniciación.
- Más te vale esconderla -
respondió bastante enojada Flora -. ¿Quién quiere un yerno que le mate las
ovejas?
Remo calló desconcertado. Sin
embargo pronto recuperó su soltura habitual.
- Tu padre querrá para su
hija un hombre decidido, a quien no le de miedo enfrentarse con nadie, menos
aún con animales tan simples como éstos. Además, todos sus pastores juntos no
me superarían en fuerza ni en arrojo.
El crujido de unas ramas interrumpió la
conversación. Flora le hizo gestos para que se ocultase tras un roble y ella
misma colocó su recipiente sobre la piedra colocada con ese fin en el estanque,
bajo el chorro de la fuente. Cuando lo tuvo lleno, se lo colocó sobre la cabeza
y, con indescriptible elegancia infantil, se marchó camino abajo.
- ¡Ya falta menos para la
fiesta de Júpiter Latiaris! - dijo Fausta con un suspiro. Acababa de entrar en
la gruta casi a tientas y se sentó en el suelo al lado de su hermano.
Se sacó de entre las ropas un
pellejo lleno de leche y se lo tendió a Rómulo. El muchacho lo cogió y, con
delicadeza, metió la punta entre las fauces del lobato. Lo tenía tumbado a su
lado, envuelto en pieles. Por alguna razón desconocida, su madre lo había
abandonado, o había muerto, quién sabía. El pobre animalillo se había quedado
gimiendo allí, muerto de miedo y de frío, dentro de la gruta de Fauno. Lo había
encontrado él no por casualidad, sino porque solía refugiarse en la cueva. Le
gustaba su oscuridad acogedora. El sonido de la fuente que brotaba al fondo, apenas
un hilillo de agua, contribuía a crear un ambiente plácido. Allí se sentía
cómodo y protegido, abrigado de los rigores del mundo. Al encontrar al lobato
le había pedido ayuda a su hermana, tres años mayor.
- No sobrevivirá sin su madre
- le había respondido ella. Sin embargo, había aceptado llevarle cuatro veces
al día un poco de leche de oveja recién ordeñada, caliente aún. Entre ambos
habían ideado el modo de hacérsela beber, mediante esa piel que se asemejaba
burdamente a una ubre. De momento, el lobato seguía vivo.
Permanecieron un rato en
silencio, mientras lo observaban tragar con las patitas al aire y los ojos
entreabiertos.
- ¿Cómo vas a enseñarlo a
cazar? - preguntó por fin Fausta. Rómulo se encogió de hombros.
- Lo llevaré conmigo. Y de
Bona también puede aprender a huir de los peligros o a mostrar los dientes.
La perra levantó la cabeza al
oír su nombre, pero viendo a su amo sentado, la reclinó otra vez.
- Quizá se convierta en un
acompañante tan dócil como un perro - añadió Rómulo.
- Si se salva, se irá a vivir
a las cumbres, con los otros lobos - dijo la muchacha -. ¡Menuda clase de
pastor serías tú, si llevases todo el tiempo a un lobo pegado a tu espalda!
Aunque quizá… ¿Te imaginas recorrer las ciudades presumiendo de ser el rey y
señor de los lobos?
- ¡No te burles! - respondió
Rómulo, quien conocía muy bien el ánimo festivo de Fausta -. Solo quiero ser un
buen pastor de ovejas y para ello no necesito marcharme de aquí. Te lo he
repetido muchas veces.
- Eso lo dices ahora. Crecerás,
como el lobato, y querrás ver otros sitios. Y, además, tendrás la obligación de
ir a donde te manden Urco o nuestro padre. ¡Quizá quiera conocerte nuestro amo,
el rey Amulio! - dijo ella manteniendo el tono de broma -. Yo me muero por irme
a vivir a Alba Longa, con mi maridito Hortensio. Y exigiré tu presencia en mi
casa cada dos o tres meses. ¡Quiero ejercer contigo de matrona recién casada!
- A Hortensio no le gustará
vivir todo el tiempo en una ciudad. Volveréis pronto.
- Te equivocas, hermano.
Hortensio lo desea más que yo. No me refiero a casarse, pues en eso le llevo
delantera, sino a trasladarse definitivamente a Alba Longa. Sólo podemos
esperar cosas buenas de una ciudad tan hermosa.
Rómulo envolvió de nuevo al
lobato en las pieles y lo puso dentro de un cesto de mimbre. Dormía con placidez.
A los animales no les importa lo que piensen de ellos sus amigos; el futuro no
les perturba ni les causa miedo.
El sol ya había rebasado su cenit cuando Acca
Larentia bajó por el terraplén que, desde el Palatino, descendía hasta el valle
del foro. Los bueyes pastaban libres cerca de los pies de la colina del
Capitolio, junto a la vía Salaria, pero fuera de sus mugidos no se oía nada más
pues el invierno acallaba todos los rumores. Con paso rápido se dirigió hacia
el sur, donde el valle se estrechaba entre un extremo del Palatino y la colina
llamada Velia antes de desembocar en un valle más amplio. Miró a todos lados
para asegurarse de no ser vista y luego lo cruzó para alcanzar la ladera más
próxima del Celio.
Su precaución estaba
justificada. Durante toda su vida había padecido mala fama por la desenvoltura
con la cual, en su juventud, había recorrido aquellos parajes y concedido su
cuerpo a los pastores. Amaba la soledad, esas tierras salvajes sin más ley que
la impuesta por la naturaleza y los dioses rústicos a quienes honraba: Fauno y
su padre Pico, descendientes de Marte; Pales, protectora de los rebaños; Fauna
cuya palabra es fatum, se cumple siempre, y sólo habla a las mujeres.
Algunas personas envidiosas de su libertad la llamaban loba para insultarla.
Quizá no se equivocaban al llamarla así, pues como una loba estaba dispuesta a
proteger a su prole.
Subió un terraplén y se
acercó a la entrada de la cueva de Orison, uno de los bandidos más temidos por
su audacia en el robo de ganado y la habilidad con la cual saqueaba las
caravanas de sal. Esperó a que sus ojos se adaptaran a la penumbra. El fuego
del hogar encendido en el centro de la gruta orientó sus pasos.
- Anciana Elia - dijo a modo
de saludo a una vieja sentada junto a la lumbre -, necesito de tus consejos y
tu sabiduría. Mis gemelos están en peligro.
NOTA: Queridos amigos, espero que os aclaréis lo suficiente con los planos que os he puesto, no es fácil describir con palabras la geografía del área y que se pueda entender. Lugares como la fuente de Fauno y Pico en el monte Murcus tienen su importancia. Como siempre, pinchando en las fotos se pueden ampliar para ver mejor.
* Las fotos son todas mías.