(XXVIII)
Anto le había pedido a su padre, el rey Amulio, que matara a Rea Silvia cuanto antes para evitarle sufrimiento. Un enjambre de abejas había atacado a Prátex y Cora, para impedir que sorprendieran a Rea Silvia recibiendo la ayuda de sus amigas.
Rea Silvia y Tuccia comieron hasta quedar ahítas pues, por primera vez en varios meses, tenían provisiones en abundancia. La vestal no recordaba haber probado jamás un manjar tan tierno y apeti
- ¡Qué mantos más cálidos! – exclamó alegre Tuccia, al abrir un envoltorio y sacar dos prendas de piel de oveja – Estoy deseando probar uno.
- Hazlo antes de que empiece a llover – la animó Rea –. No tardará mucho. Y, ya que sales, podrías dejar una ofrenda a Silana para agradecerle el regreso de las abejas. Cuando he visto salir a todo el enjambre, creí que no volverían más…
Se proveyó pues Tuccia de una torta y un recipiente de agua, y envolviéndose en uno de los mantos, salió de la cabaña y se dirigió hacia la encina que albergaba la colmena. Estaba arrodillada vertiendo el agua alrededor de la torta troceada en pedazos, cuando sintió en su nuca el calor de un aliento. Se volvió y apenas pudo ver una sombra fugaz apartarse velozm
Cuando regresó al interior de la cabaña, Rea Silvia sonreía sentada frente al fuego. La vestal, a fuerza de ejercitar su voluntad, había aprendido a apartar de su mente los pensamientos funestos y a recrearse en los propicios y así, miraba la alegre cuna de esparto y sentía que ella y sus hijos eran las personas más afortunadas del mundo. El amor del dios Marte se revelaba mucho más cercano y potente que los odios humanos. Un agudo pinchazo en el costado la hizo contraerse. Respiró hondo y se le pasó. No sería nada.

- Viene alguien – se asombró Tuccia cuando volvió a mirar por la ventana. Apenas veía una silueta avanzar contra el empuje del viento.
A Rea Silvia este anuncio inesperado le oprimió el corazón. La asistencia que podía esperar del exterior ya la había recibido esa mañana. Entonces, ¿quién vendría? ¿Y por qué? El bienestar de las últimas horas se desvanecía como una nube de polvo y retornaban con toda su crudeza las amenazas más terribles. Sintió un pinchazo en el pubis y un fuerte dolor en los riñones le cortó la respiración.

Cora cruzaba los brazos por delante del pecho para sujetarse la ropa y protegerse del frío. Dos rostros atónitos la recibieron al traspasar el umbral y ella, al advertirlo, sonrió y agradeció la rapidez con que le habían abierto.
- Me envía tu prima, la noble Anto – dijo a modo de explicación mirando a Rea Silvia. Ésta dejó escapar un suspiro de alivio pero, aún así, la situación era extraña. ¿Conocía su prima este escondite? ¿Y de qué manera había conseguido esa mujer llegar allí? En el aire flotaban desconfianza y sorpresa.
- Mirad cómo traigo la ropa – dijo la astuta Cora quitándose el manto y mostrando la túnica con algunos desgarros y enganchones –. Llevo todo el día escondida en el bosque, esperando una distracción del hombre que vigila el camino. ¡Incluso he tenido que meterme entre las zarzas para esquivarlo!
La vista de algunas gotas de sangre y arañazos en los brazos y en el cuello de Cora hicieron reaccionar a la vestal.
- Prepara un poco de agua de tomillo para limpiarle los rasguños, Tuccia – dijo.

- Siéntate, por favor – se apresuró a decirle Rea y enseguida se puso a buscar un trozo de lana adecuado para la cura – ¿Cómo está mi prima?
- Bien de salud, pero preocupada por la tuya. Sin embargo, te veo con buen aspecto.
Tuccia había apartado ya unas brasas llevándolas hasta el borde del hogar y colocado sobre ellas un cuenco con agua limpia y ramas de tomillo. Se acordaba bien de Cora: le había abierto la puerta de la casa de Anto cuando ella misma había acudido a pedirle ayuda para Rea Silvia. Ya entonces le había desagradado su actitud arrogante. No se fiaba de esa mujer y, por otra parte, jamás había oído decir que fuera partera. La observó de reojo. Aunque con disimulo, Cora paseaba su mirada escrutadora por toda la cabaña.
- Habría estado mucho más tranquila tu prima – dijo – de haber sabido que vivías en tan buenas condiciones aquí.
Esta observación hizo que Rea Silvia y Tuccia se mirasen un instante, pero no respondieron. Fingiendo buscar algo, la doncella dejó caer una tela sobre la cuna para ocultarla, y la empujó con el pie hacia el lugar donde Rea y ella extendían para dormir las pieles de cordero. Ayudaron a Cora a lavarse las heridas, bebieron una taza de caldo y poco después, aduciendo agotamiento, se acostaron.

Antes de llegar a la cabaña, había observado la hondonada desde el bosque para hacerse una idea del lugar. No era gran cosa aunque estaba bien escondido, era justo reconocerlo, y la presencia de las abubillas contribuía decididamente a aislarlo. En cuanto a las abejas… ¡Ojala se murier
Bueno, no malgastado del todo, porque había aprovechado para pensar dónde ataría con un nudo la cinta que habría de impedir el parto de la vestal. Había descartado atársela a su propio cuerpo, en un brazo o una pierna, pues le parecía muy fácil de descubrir si se le movía la túnica. Debía buscar un sitio lo suficientemente cerca para que surtiera efecto y lo suficientemente escondido como para que ellas no lo viesen. Pero esa noche estaba rendida. Al día siguiente revisaría a fondo la cabaña hasta dar con el lugar adecuado. Pronto se le cerraron los ojos y se hundió en el sueño.

Rea Silvia se incorporó con una sensación de angustia y un fuerte dolor en el vientre. Tuccia la notó moverse y se irguió también. Le puso una mano sobre la espalda: estaba empapada en sudor.
- Creo que ha llegado el momento.
- ¿Estás segura? Aún faltan unos días…
- Mis gemelos no van a esperar.

- ¿Qué pasa? – dijo abriendo con dificultad los ojos.
- Ha empezado el parto – respondió Tuccia sin mirarla –.Deshaz el nudo de tu hatillo, por favor.
Cora se levantó deprisa y obedeció. Estaba contrariada. ¡Aún no había tenido tiempo ni de pensar dónde anudar la cinta, cuando ya la sacrílega iba a parir! Debía actuar con rapidez. Tuccia le dirigía miradas de soslayo, desconfiaba de ella. Tenía que pensar. Pensar. Deprisa.
La tempestad provocaba pavor. Rea Silvia, despojada de su túnica, se había tumbado de lado y gemía en voz baja. Tuccia añadía troncos al hogar para prender el fuego y poner una caldera a hervir.
Estas palabras iluminaron a la falsa partera con tanta rapidez como los rayos alumbraban el cielo. Esa era su oportunidad.
- Es muy importante que la parturienta no se enfríe – dijo –, así que saldré yo. Tú estás acostumbrada a manejar esta puerta y puedes abrirla y cerrarla más fácilmente e impedir que se escape el calor ¿Dónde está el agua?
- En una tinaja con tapa de madera que hay en el exterior, entre la puerta y la ventana – respondió Tuccia, aliviada al ver a Cora dispuesta a colaborar –. Llévate el cubo y esta antorcha.
Al tiempo de coger su manto, la mujer tomó también una de las cintas de lana que tenía preparadas, la ocultó entre sus ropas y salió. Tuccia cerró la puerta tras ella. El viento estuvo a punto de derribarla, pero la antorcha y el cubo la ayudaron a recuperar el equilibrio. Fijó la tea en un soporte que había en la pared con esa finalidad y dejó el cubo en el suelo.
Llenó el cubo con agua de la tinaja, dejó la antorcha en el soporte, como había acordado hacer para avisar a los compinches de Prátex y volvió a entrar. Le dijo a Tuccia que el viento le había arrebatado la antorcha y con los dientes castañeteando se acercó a calentarse al fuego.
Ya podía Rea Silvia retorcerse de dolor, invocar a todas las diosas y agotarse en esfuerzos inútiles. Tardaría en morir porque estaba fuerte. Pero Cora no tenía ninguna prisa: ella ya se sentía victoriosa.
*Las fotos de las pinturas y la tormenta están tomadas de internet. El resto son mías.
NOTA: Estimados amigos: sigo promocionando mi novela "Dido reina de Cartago".

Intersindical Valenciana
c/ Juan de Mena, nº 18,
Valencia
Junto con la autora, intervendrán: Dª Carmen Aranegui, professora d’Arqueologia de la Universitat de València y Dª Isabel Morant, professora d’Història de la Universitat de València.
¡OS ESPERAMOS!