lunes, marzo 19, 2012

POEMA EN HONOR DE LA DIOSA MINERVA



¡Ea, muchachas! Festejemos a la diosa Minerva. Quiero adornar la rueca y el telar, pues ella nos ha enseñado el arte de tejer y de preparar la lana para ser tejida. Y tú, Corina, trae ahora mismo tus tablillas de cera porque, además de ser patrona de todas las artes, la diosa ama la poesía. Escribe, pues, bellos versos en honor suyo. Por ejemplo:

Oh, divina doncella, protectora mía.
No permitas que el hijo de Venus, el temible Cupido,
lance contra mi joven corazón sus flechas.
¡Antes de conocer el amor, necesito florecer en tu sabiduría!

NOTA: EL 19 de marzo se iniciaban las fiestas en honor a la diosa MINERVA que duraban hasta el 23. Era la patrona de los guerreros, los artesanos, los médicos, los maestros, el comercio, inventora de la Música y protectora de todas las artes. A ella se acogen Claudia Hortensia y su liberta Lálage para continuar narrando la historia de Rea Silvia.

*Diosa Minerva, en "El triunfo de la Virtud" de Andrea Mantegna. Foto tomada de internet.

sábado, marzo 17, 2012

A LA JUVENTUD ROMANA



“Y que no vengan aquí los hombres de doctrina que apestan a sacristía (…) a decir que no conviene a los operarios (como se preconiza hoy en Roma) tratar de política.

“Si yo, pobre “mozo”, no me engaño, política es una cuestión de muchos – y entiendo que los “muchos” deben ser aquellos que mueven los brazos en la sociedad cuando está bien constituida – y los muchos naturalmente interesados en saber si la barca va a hundirse o a salvarse.

“La juventud romana – operarios y otros – debe, por tanto, ocuparse de política y convencerse que su comportamiento calmo, digno pero enérgico al mismo tiempo al rechazar los ultrajes o al exigir derechos, su comportamiento, digo, debe servir de estrella polar a las ciudades hermanas, para obtener una Italia próspera y respetada en el mundo.”

GIUSEPPE GARIBALDI.- “I Mille”.

Traducción de Isabel Barceló.

NOTA: El 17 de marzo de 1861 se produjo la
unificación de Italia, a la cual había contribuido Garibaldi y los Mil.

jueves, marzo 15, 2012

NO ES LITERATURA - dijo Dickens


Dedicado a Mª Engracia Muñoz, que sabe mucho de coliseos, animales y gladiadores.



 "No es literatura, sino la verdad más clara, sobria y honesta, decir que a dia de hoy [el Coliseo] sigue siendo tan sugerente y distinto a todo que, por un momento, cuando se traspasa su umbral, quienes penetran en su interior pueden sentir aquella gran masa ante ellos tal y como fue, con miles de caras ansiosas contemplando la arena, donde acontecía un torbellino de lucha, sangre y polvo que ningún lenguaje puede describir. Su soledad, su espeluznante belleza y su profunda desolación golpean al visitante en cuanto entra, como una suave melancolía, y quizá nunca en su vida vuelva a conmoverse y emocionarse tanto por nada de cuanto experimente que no esté directamente relacionado con sus propios afectos y pesares. “

CHARLES DICKENS.- "Imágenes de Italia."

Tomado del libro “Guía literaria de Roma”. Edición de Iria Rebolo.



*Foto de Rafa Lillo.


NOTA: Entrada programada antes de mi viaje.

domingo, marzo 11, 2012

INVENTO PERJUDICIAL

Dice así Creonte:



“Ningún invento ha surgido más perjudicial para los hombres que el dinero. Éste arruina las ciudades, éste expulsa a los hombres de su hogar, éste trastorna a las mentes decentes de los mortales y les muestra cómo cometer acciones deshonrosas; ha enseñado a los humanos a emplear el engaño y a conocer todo tipo de impiedad.”

SÓFOCLES.(siglo V a.C.)- “Antígona”

Tomado del Calendario clásico grecorromano de José Contreras Valverde.

*Busto de Sófocles. Fotografía tomada de internet, obra de Shakko, con licencia Creative Commons, recortada un poco por mí.

NOTA: Queridos amigos, por razones de trabajo he de ausentarme unos días. ¡Os echaré de menos! Procuraré regresar cuanto antes con una nueva entrega de la fundación de Roma. Trataré también de dejar alguna entrada programada. A veces la vida cotidiana se me pone tan cuesta arriba como a nuestra Rea Silvia.

miércoles, marzo 07, 2012

AQUELLOS POLVOS…

Día internacional de la mujer trabajadora.



“La evolución de la guerra y el desarrollo de culturas guerreras en ciertas sociedades explica la subordinación de las mujeres en Europa, en la época del descubrimiento de la escritura. (…)Una vez se desarrolló la cultura guerrera, se convirtió en un sistema casi inexpugnable. Aseguraba la supervivencia del grupo en lo que se había convertido en un mundo hostil. Sus valores se transmitían a las futuras generaciones y se consideraban naturales e inevitables. Las creencias, historias y religiones de un grupo justificaban y glorificaban la guerra y a los guerreros masculinos. Así ocurre en los primeros escritos de la cultura europea. La épica griega de homero (escrita en el siglo VIII a.C.), las “Doce tablas” de la antigua Roma ( hacia 450 a.C.) y el Pentateuco de los hebreos (escritos entre . 1150 y c 250 a.C…) todos describen culturas guerreras en las que la subordinación de las mujeres está ya establecida (…)

“La premisa básica de una cultura guerrera es que el hombre es intrínsecamente más valioso e importante que la mujer. Así pues, se supone que la mujer debe estar sometida al hombre y esta subordinación se racionaliza y justifica de diversos modos. Se supone que las mujeres deben tener menos poder que los hombres y, por tanto, aunque estos escritos suelen representar a mujeres poderosas (y en los textos griegos a deidades femeninas), incluso la diosa de más poder está, y se supone que debe estar, sometida al dios más poderoso. (…) Aunque se honra a la mujer si se limita a las relativamente escasas funciones que le son permitidas – esposa, madre viuda y, en Grecia y Roma, sacerdotisas – es eclipsada por el hombre y sus ocupaciones (…)

"El verdadero rango de las mujeres en los primeros tiempos de Grecia, Roma e Israel no ha perdurado, pero sí las imágenes y valores representados por Homero, la ley romana y la Biblia hebrea. Aunque estos escritos transmitieron las imágenes de ciertas mujeres poderosas, su mensaje general fue que si las mujeres no estuvieran subordinadas a los hombres, el resultado sería el peligro e incluso el caos."

"Historia de las mujeres. Una historia propia". Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser.

… TRAJERON ESTOS LODOS.


*Fotos de relieves en los Museos Capitolinos, Roma. Son mías.

Querid@s amig@s, os dejo este post porque mañana, Día internacional de la mujer, participaré en diversos actos y no podré estar con vosotr@s. Ojalá entre tod@s consigamos hacer el mundo menos hostil y más habitable para las mujeres.

Estaré con alumnos de 1º y 2º de bachillerato del IES Jordi de San Jordi de Valencia, para hablar de las mujeres el pasado y el presente, y luego en Lliria, en el contexto de la Semana de la Mujer, en un coloquio sobre el papel de la mujer en la antigua sociedad romana y la presentación de la novela "Eitana la esclava judía" de Javier Arias Artacho.

lunes, marzo 05, 2012

UN HITO DE POCA IMPORTANCIA


De la liberta Lálage a su amiga Elia. Salud.

Me hubiera gustado pasar esta mañana a verte, querida Elia, pero me ha sido imposible. He acompañado a mi señora Claudia Hortensia a la biblioteca con la intención de dejarla allí unas horas, pues quería ella consultar detenidamente una obra de Agatocles de Tarento, útil para el libro sobre la fundación de Roma en el que estamos trabajando. Pero he aquí que nos ha atendido Apuliano en persona y mi plan se ha desbaratado. Al saber, por boca del propio bibliotecario que, según sus anotaciones, desde que está al frente de la biblioteca se han producido más de 400.000 consultas a obras que hablan sobre las mujeres, Claudia Hortensia ha estado a punto de abandonar su habitual compostura y ponerse a bailar. Me ha dicho: “Si las mujeres de Roma han despertado tanto interés, ¿quién te dice que nuestra obra sobre la primera de todas las romanas, Rea Silvia, no vaya a ser un éxito?” Y estaba tan alegre e inquieta, que no ha sido capaz de sentarse a examinar la obra que ya le traía Apuliano. 


“Hoy nos merecemos un descanso y un buen paseo por la ciudad”, así que nos hemos paseado por el foro a placer y luego hemos ido al mercado margaritaria y ha comprado dos hilos de perlas, uno de ellos para mí.

No sé qué ocurrirá con la historia de Rea Silvia, pues, como dice mi señora, siempre es un misterio saber si gustará o no. Pero te aseguro que, cualquiera que sea su aceptación, yo doy por bien pagados mis esfuerzos con mi collar de perlas… Cuídate amiga mía y prepárate para no desmayarte al verlo.

* Escultura llamada "La muchacha de Anzio", en el Museo Arqueológico de Anzio. La foto es mía.

NOTA: Queridos amigos, según mi contador Motigo webstats, que me parece bastante fiable, “Mujeres de Roma” ha superado la cifra de 400.000 páginas vistas desde su creación. Gracias a todos, amigos, lectores, visitantes ocasionales, los que hacéis comentarios y los que pasáis silenciosamente, gracias por compartir conmigo la pasión por las mujeres y por Roma.

jueves, marzo 01, 2012

LARGA VIDA AL POETA MARCIAL


¡Tapaos los oídos quienes no soportéis los versos alegres, desvergonzados y mordaces de Marco Valerio Marcial!

Muchos se acordarán esta mañana de su madre, pues un día como hoy lo trajo al mundo en Bílbilis. ¡Y por Juno Lucina, que lo parió bien!

Desde que cumplió los 23, es reo de haber dividido a Roma en dos mitades: una mitad se enfada a diario con él; la otra, se ríe de la mitad enfadada que ha retratado con agudeza y gracejo en sus epigramas.

¡Salve, amigo Marcial, y larga vida! Que las parcas protejan tu lengua cualquiera que sea la utilidad que le quieras dar.

* "Friso del pavo real, del Museo de Calatayud" Fresco procedente de Bílbilis y datado de hacia el año 50. La foto está retocarda por Escarlati. Ha sido tomada de internet.

NOTA: Marco Valerio Marcial nació el 1 de marzo del año 38 ó 41 de nuestra era, en la ciudad de Bílbilis Augusta, a siete kilómetros de la actual Calatayud. Los epigramas son poemas muy breves de contenido satírico, crítico o divertido. Los “Epigramas” de Marcial fueron obra cumbre del género y se han conservado casi por completo. La Roma que retrata está tan viva que nos parece verla.






lunes, febrero 27, 2012

BIENVENIDA A LOS GEMELOS


(XXX)
El padre de Rea Silvia y la sanadora Énule habían llegado por la noche a Alba Longa, pero hasta el día siguiente no podrían ni hablar con el rey Amulio ni ayudar a Rea Silvia. Entre tanto la falsa partera Cora, enviada por la reina Criseida, había fracasado, pues un pájaro carpintero había conseguido llevarse la cinta de lana con el nudo con el cual pretendía impedir el parto de Rea Silvia. Los gemelos estaban a punto de nacer.


“Exhibió el dios Marte sus poderes/ iluminando con relámpagos el cielo./ De las anfractuosidades de su bosque sacro/ alzó firme su voz:/ “Evoquen los truenos el fragor del combate/ cuando las lanzas hienden la carne enemiga/ y los escudos retumban en el cuerpo a cuerpo./ Pues ha de forjarse en los peligros mi prole/ la luz deslumbrante del rayo reciban mis hijos/ y, del trueno, la fuerza imparable.””



Así describió en su crónica oral Urbano Lacio la apoteosis con que la bóveda celeste y los montes Albanos recibieron a los hijos de Rea Silvia. Nacieron al rayar el alba del tercer día después de empezar el invierno cuando, tras una pausa, la tormenta que desde la noche anterior azotaba el territorio sagrado de Alba Longa se reanudó con un violento estallido de truenos y relámpagos.

En la cabaña de la hondonada el acontecimiento se vivió de manera distinta: apenas notó que el parto se aceleraba y llegaba a su momento crítico, Tuccia le rogó a Rea Silvia que sofocara los gritos mordiendo un trozo de lana para no despertar a Cora. Las lágrimas rodaban por el rostro de la vestal mientras, en cuclillas, sostenida por los brazos y el aliento de su compañera, apretaba los dientes y empleaba todas sus fuerzas en empujar a sus criaturas al mundo. Al otro lado del lar, dándoles la espalda, la enemiga Cora aún dormía pese al estruendo casi ensordecedor de los truenos retumbando entre las peñas.

Salió el primer hijo, y la mirada turbia de Rea Silvia sólo pudo distinguir una bola rosada que inflamó de amor su corazón. Tuccia lo envolvió con presteza en el paño sobre el que había caído y, sin levantarlo apenas del suelo ni tocar el cordón umbilical, lo apartó un poco para dejar sitio al hermano. Y antes de que éste asomara siquiera la cabeza, el primero rompió en un llanto agudo que sorprendió por su potencia a las mujeres. Dio un salto Cora, giró el cuerpo y quedó unos instantes boquiabierta mirando a Rea Silvia. Reaccionó Tuccia con gran rapidez, acercándose a ella:

- ¡Vamos, vamos, no te quedes ahí! Necesitamos más agua – y la empujaba hacia la puerta, tendiéndole al mismo tiempo el recipiente. Incapaz de creer lo que estaba viendo, Cora no acertaba a resistirse y se dejaba llevar. Cuando alargó el brazo y cogió su manto, ya Tuccia había desatrancado la puerta y, sin abrirla del todo, la hacía salir. La cerró inmediatamente y pasó la tranca.

Sin dar señales de haber sentido el frío y la lluvia entrar por la puerta, corrió de nuevo al lado de Rea Silvia a tiempo de ver cómo se depositaba en el suelo el segundo varón. La vestal se reclinó hacia atrás, exhausta, empapada en sudor y lágrimas, mientras Tuccia lo envolvía como un bien precioso. ¿Quién le hubiera dicho que, puesta en esta situación, habría sabido desempeñar con tanto acierto el oficio de una partera? Cortó el cordón umbilical del primer nacido, cuyo llanto no había cesado y, entonces sí, lo cogió en brazos delicadamente y lo entregó a su madre. Lloró en ese momento el otro, con la misma fuerza, y rieron de alegría las dos mujeres.

- ¡Dos varones! ¡Y qué vivos están! – exclamó Tuccia.

Con un hijo en cada brazo, bien apretados contra su pecho, a Rea Silvia esos gritos le sonaban a música; agitaban los piececillos, sacaban los brazos de la envoltura y ella se maravillaba de la perfección de aquellas manos tan diminutas, de sus dedos regordetes y robustos, de la vitalidad con que se movían, lloraban y apretaban los puños.

- Son preciosos, ¿no te parece? – decía con voz riente, incrédula aún. Era una maravilla de ver y tocar a esos hijos por los que había luchado tanto y, hasta entonces, se le habían antojado lejanos y próximos al mismo tiempo. Era tal su éxtasis, que ni se percató, hasta ser advertida por Tuccia, de la expulsión de la placenta.

- Encomendémoslos a los cuidados de Carna enseguida, pues los demás dioses han desempeñado su función sin que nos hayamos dado cuenta – dijo Tuccia haciendo un gesto ritual. Debían comenzar el aseo de los recién nacidos.




¿Cómo habría conseguido arrancar el nudo esa zorra de Tuccia?, se preguntaba rabiosa Cora cuando, al hurgar con la mano en el agujero que ella misma había hecho en la pared externa de la cabaña, echó de menos la cinta de lana. La luz aún era escasa, pero suficiente para constatar que había sido cortado el palo, del grosor de su dedo meñique, al que había atado la cinta con un nudo bien fuerte. La reina Criseida se encendería de cólera cuando supiera que la sacrílega había parido. Se estremeció sólo de pensarlo. Pero no servía de nada lamentarse: entraría de nuevo en la cabaña, como si nada hubiera ocurrido, e improvisaría el modo de terminar rápidamente con la madre y su retoño.

Disponía de tiempo, porque la antorcha encendida que había dejado en el exterior para avisar a los hombres de Amulio estaba apagada y a medio consumir. Con tanta lluvia, no habría durado mucho. Quizá ni siquiera había visto su resplandor el hombre de guardia. Mejor así. Le convenía actuar rápido pero sin precipitación. Cogió agua de la tinaja como le había pedido la odiosa Tuccia y se dirigió a la puerta. Llamó una vez. Otra. Otra más. Golpeaba con la palma extendida y llamaba a voces. Nada.

Estaba aterida de frío y la humedad le calaba los huesos. Era preciso entrar.




- ¿Es que no me oís? ¡Abridme! – dijo de pronto la voz furiosa de Cora a través del ventanuco. Rea Silvia se sobresaltó, pues no había vuelto a acordarse de ella, tan entregada estaba a la contemplación de sus retoños.

Tuccia arrugó la frente. Su primer impulso había sido alejar a esa mujer de Rea Silvia y de los gemelos, evitar que pudiera echarles mal de ojo o perjudicarlos con hechicerías, pues sólo la voluntad de hacerles mal explicaba su presencia en la cabaña. ¿Qué convendría hacer ahora? Esa mujer malvada era tan peligrosa dentro como fuera.

- Espera un poco y enseguida te abro, Cora – mintió, para ganar tiempo –. Rea Silvia está a punto de parir a su segundo hijo y no puedo dejarla.

- ¡Eres una mentirosa! Sólo tiene uno y ya ha nacido. Ábreme, me estoy
helando.

- ¡Tápate bien y ten paciencia!

El temporal amainaba de nuevo. La lluvia golpeaba con menos fuerza sobre el tejado, se alejaban los relámpagos y los truenos. Ni un puñado de hojas hubiera podido levantar el viento, agotado después de tantas horas de soplar. Desde la cima del monte Cavo el resplandor de las nubes delataba que el carro del sol iniciaba su recorrido cotidiano por el éter

- He aquí el doble fruto: no me engañó vuestro padre – decía Rea Silvia en voz baja, mientras con suma delicadeza y agua tibia limpiaba poco a poco los cuerpecillos de sus hijos. Dormían y respiraban con regularidad, dando hondos suspiros de vez en cuando. Como dos gotas de leche, así se parecían ellos: los labios perfilados e idénticos, la misma forma de los ojos, las naricillas exactas, el cabello alborotado en los dos, oscuro y abundante. Uno de ellos tenía un lunar en el hombro derecho, pequeño y alargado como una hormiga. No se cansaba Rea de mirarlos.

Cuando los tuvo limpios, los fajó con las bandas protectoras de Kritubis y
los depositó en la cesta de colores realizada por Amnesis. Mientras colgaba del cuello de cada uno su amuleto, dijo con emoción:

- Tuyos son, Marte, y más míos aún pues los he gestado en mis entrañas. Cuídalos. Ya que han sido engendrados por tu voluntad divina, protégelos de todo peligro y, aunque haya de pagar yo con la vida el haber perdido involuntariamente mi virginidad, no permitas que sobre ellos triunfe el rencor del rey Amulio. Han de vengar a mi padre si es cierta la profecía de Celia. Que sea así con tu ayuda.

Como si le diese réplica, aulló de nuevo el lobo.




Lo escuchó Cora, y se echó a temblar. Parecía estar muy próximo, quizá a pocos pasos de allí, al otro lado de la cabaña. Se agachó, apoyando la espalda entre la pared y la tinaja para ocultarse, aunque bien sabía que era el olfato el que atraería al lobo si estaba hambriento. No se atrevía a hacer ruido ni a regresar delante de la puerta. Estaría pendiente de todos los sonidos y correría hasta allí cuando oyera a Tuccia quitar la tranca para abrirla. Así estaba, amedrentada y encogida, cuando otro rumor atrajo su atención. Era débil, pero su oído aterrorizado lo captó.

Dos sombras se acercaban por la hondonada sigilosamente, caminando con cautela. Iluminadas apenas por la claridad, destacaban sobre el fondo oscuro del bosque. Le bastó observarlas un poco para reconocer a Prátex y el andar vacilante de Catión, ese borrachín inseparable suyo. Pensó con rapidez. Ahora ya era imposible seguir su plan de deshacerse por sí misma de Rea Silvia y su hijo, y también era tarde para evitar la furia de Criseida. Mejor sería, en tales circunstancias, servir al rey Amulio ayudando a sus hombres.

Se puso en pie y agitó los brazos para llamar su atención mientras les salía al encuentro. Una vez los hombres dieron señales de haber advertido su presencia, cambió de dirección para dirigirse hacia la zona arbolada situada a su izquierda. Allí podrían hablar sin ser vistos desde la cabaña.

- ¡Por fin llegáis! – dijo fingiendo alivio –. Hace rato que os espero. Temía que, con el temporal, no hubierais visto mi antorcha.

- ¿Creías, acaso, que te íbamos a perder de vista? – se burló Prátex –. Aún no ha nacido humano que se nos oculte, ni a mí, ni al rey Amulio. ¿La cerda ya ha parido?

Asintió con la cabeza Cora.

- Pues vamos allá.

- ¡Espera! – lo contuvo –. La puerta está atrancada. La doncella no tardará mucho en abrirla para que entre yo. Ese será el momento.




Lavó Tuccia a la vestal, le hizo beber una infusión de hierbas calmantes y la arropó rogándole que descansara un poco. Agotada, cerró los ojos Rea Silvia con la cabeza al lado de la cuna. Somnus acudió al momento y le puso miel en los párpados para producirle un sueño dulce y reparador. Recogió la doncella Tuccia todas las telas que se habían manchado y las fue arrojando al fuego para evitar que Cora se apropiara de ellas y las aprovechase para hacer algún conjuro. La perfidia de esa mujer era de temer.

¿Quién la habría mandado allí? Le parecía imposible que hubiera sido Anto, porque quería sinceramente a su prima Rea y jamás habría ordenado causarle ningún mal. Menos todavía atar un nudo de manera tan insidiosa como había hecho Cora para impedir el parto. Pero ¿había sido ella realmente la autora del nudo? Había estado fuera poco tiempo y porque ella misma la había mandado a por agua. Ahora la asaltaban las dudas… Debía, sin embargo, tomar una decisión. Hacerla entrar en la cabaña era un riesgo indudable; dejarla a la intemperie no era mejor, pues si la descubrían los vigilantes de Amulio se enterarían de que ya se había producido el nacimiento, una información que era preciso ocultar a toda costa.

Desde que Palantea las había encontrado, una luz de esperanza brillaba en el corazón de Rea Silvia: la posibilidad cierta de entregar los gemelos al cuidado y protección de sus amigas para que los criaran reservadamente en algún lugar secreto, fuera del alcance de Amulio. Puesto que el parto se había anticipado en ocho días a lo previsto, la perspectiva era aún mejor. Cuando, contados los 274 días de embarazo, los esbirros del rey se presentaran en la cabaña para quitárselos, los recién nacidos ya estarían a salvo lejos de allí, libres de sus insidias.

En una situación tan delicada, lo más aconsejable sería hacerla entrar. Ya resolvería las dificultades futuras según se presentasen. Sorteando la cuna y el cuerpo de Rea Silvia, se acercó al ventanuco a llamarla. Cora no respondió. Tuccia pensó que quizá se había quedado dormida o esperaba a la puerta de la cabaña. Se echó el manto sobre los hombros y, procurando no hacer ruido para no despertar a la madre ni a los hijos, desatrancó la puerta y salió.



* La fotografía de Rea Silvia con los gemelos en los brazos está sacada de internet. Las restantes son todas mías.

domingo, febrero 26, 2012

FRATRICIDIOS


De Elia, en Roma, a su amiga Cecilia en Sagunto. Salud.

Cecilia querida, te escribo ya cerca de la medianoche porque estoy muy conmovida y no puedo dormir. No sé si cuando recibas esta carta te habrá llegado ya la horrible noticia: el emperador Caracalla ha asesinado a su hermano Geta en los propios brazos de su madre, donde el infeliz se había refugiado en busca de protección y auxilio. ¿Cabe imaginarse un drama mayor? Compadezco a Julia Domna, esa mujer extraordinaria que, pese a todos sus esfuerzos, no ha conseguido apagar la rivalidad entre sus hijos, más acrecentada aún desde que, tras morir su padre, compartían el trono imperial.


Una amiga mía que vive cerca del foro boario me ha contado que esta misma tarde un grupo de esclavos imperiales ha ido a la puerta de los argentarii con martillos y escoplos. Recuerdas la puerta, ¿verdad? Es la que levantaron los banqueros en honor del emperador Septimio Severo, por eso en uno de los lados internos estaban las figuras de sus dos hijos, mientras en el otro está el propio emperador y su esposa Julia Domna. Pues bien, los esclavos han picado la figura de Geta hasta borrarla. Parece que Caracalla ha decretado condenar al olvido la memoria de su hermano.

En opinión de mi amiga, por mucho que Caracalla se esfuerce en cancelar inscripciones y derribar estatuas, su pretensión es inútil. “El emperador no debe conocer bien la historia de Roma” – me decía – “pues de otro modo no habría tomado semejante decisión. ¿Cree que podría olvidarse un crimen fratricida precisamente aquí, en la ciudad de Rómulo y Remo?”.

Sé que los tiempos son difíciles, pero me gustaría mucho que pensaras en venir a visitarme a Roma. ¿Siempre ha de haber dificultades que nos impidan cumplir con nuestros deseos? No deberíamos ceder tanto a esas presiones y, sí, en cambio, luchar decididamente por lo que queremos. Cuídate mucho.

* Cabeza del emperador Caracalla. Museo Montemartini. Roma.
* Imagen de Caracalla, y hueco que dejó la cancelación del retrato de su hermano Geta. Arco degli Argentarii. Roma. Ambas fotos son mías.

NOTA: La referencia de la efemérides la he tomado del “Calendario clásico greco-latino” de José Contreras Valverde, que fija el 26 de febrero para este asesinato. Otros autores discrepan de la fecha de la muerte de Geta pero no la sitúan en una fecha concreta, algunos piensan que pudo producirse a final del mismo año 211 o principios del 212. Mañana lunes 27 colgaré el siguiente capítulo de la fundación de Roma. ¡Nacerán los gemelos!

viernes, febrero 24, 2012

FIN DE UNA ERA




Oh, diosa Vesta, casta virgen: he aquí tus altares arruinados, eliminado tu nombre y el fuego sagrado que ardía perenne a tus pies, extinguido. Por decreto imperial, han sido expulsadas las vírgenes vestales que te servían y yo, la primera de ellas en autoridad y la última en salir, con lágrimas en los ojos clausuro tu templo para que no sea profanado y abandono para siempre nuestra casa. Ya nadie podrá reclamar tu protección para Roma. ¿A quién implorarán los romanos cuando los muros de su ciudad estén amenazados por sus enemigos o sean violentados? ¿Quién garantizará la supervivencia de la ciudad y sus hogares?

Hoy es el día más funesto de toda nuestra historia. Desde que el hijo de Rea Silvia, tras haber fundado Roma, te dedicara el primer templo en este mismo lugar, han pasado mil años. Un soplo para ti, pues no otra cosa son los milenios para las inmortales. Tampoco necesitas a los humanos pues la divinidad es perfecta y acabada en sí misma. Pero ¡ay! ¿qué será de Roma y de los romanos?

*Dos de las estatuas de vestales que adornaban – y adornan aún – el patio porticado de la casa de las vestales. Esta casa formaba conjunto con el templo de Vesta y era denominada atrium Vestae. El edificio que se ve al fondo es el Templo de Rómulo, hoy iglesia de Santos Cosme e Damiano. La foto es mía.

NOTA: El 24 de febrero del año 391, el emperador Teodosio decretó el fin definitivo de los cultos tradicionales romanos, calificados de “paganos”. En este enlace podéis encontrar información sobre el
tema

miércoles, febrero 22, 2012


"Me gusta bajar a la playa al atardecer, cuando los pájaros regresan al nido y sus alas se recortan oscuras contra el cielo rosáceo. Hundo los pies descalzos en el agua y dejo a las ondas acariciarme los tobillos. Me hace bien sentir su mansedumbre, oír el griterío de las aves y ver difuminarse en el horizonte la línea que separa mar y cielo. Pocas cosas desasosiegan tanto a una anciana como contemplar el mundo suspendido entre dos luces. A mí, sin embargo, no me atemoriza. Quizá porque es el momento del día más propicio a los recuerdos y, apenas se los convoca, acuden con rapidez.

- Vinieron por allí – le digo a Karo extendiendo el brazo hacia la derecha, en un gesto carente de precisión.

- Me lo has dicho mil veces, señora Imilce – me responde con cierto descaro –. Sal ya del agua, se te van a arrugar los pies.

- ¿Más aún? Anda, tráeme el lienzo para secarme. Y recuerda lo que te he dicho. ¿Lo has anotado en la tablilla?

No es mal chico y, según afirma su mentor, tiene buena letra. No pido mucho más: eso, y que sea diligente a la hora de pasar los apuntes a un rollo de papiro para después corregirlos. Algunas personas opinan que pierdo el tiempo. Por ejemplo, mi nuera. Yo le respondo: ¿para qué querría ahorrar tiempo una vieja como yo? ¿Se detendría acaso si me sentase ociosa junto al fuego o pasara las horas quejándome de los mil dolores que me afligen? Ella no me contesta, claro, aunque me dirige comentarios sarcásticos cuando regreso a casa después de mi paseo vespertino. No lo entiende.

Si los dioses me hubieran concedido una hija o una nieta, no me tomaría tanto trabajo: desde niñas les habría repetido una y otra vez la historia de nuestra reina Dido y su fatal encuentro con el príncipe troyano Eneas, como hizo conmigo mi abuela. Con mis hijos ha sido imposible. Son capaces de reproducir, uno por uno, todos los movimientos que han visto en un combate de lucha griega; no se les olvida la lista de los enemigos de Cartago, pero ¡ay! no les interesa conocer a fondo el origen de esas enemistades. Un error que pagaremos en el futuro, porque cuando la bruma del tiempo borre el recuerdo de aquella primera ofensa, no se podrá medir su importancia ni ponderarse si es razonable o no mantener la discordia. El olvido, en estos asuntos, sólo consigue hacer interminable el reguero de agravios."

De la novela "Dido reina de Cartago".



NOTA: Estimados amigos: sigo promocionando mi novela "Dido reina de Cartago".

Hoy miércoles 22 de febrero de 2012, a las 19,15 horas, se presentará en:

Intersindical Valenciana
c/ Juan de Mena, nº 18,
Valencia

Junto con la autora, intervendrán: Dª Carmen Aranegui, professora d’Arqueologia de la Universitat de València y Dª Isabel Morant, professora d’Història de la Universitat de València.

¡OS ESPERAMOS!

lunes, febrero 20, 2012

MARTE SE HACE PRESENTE


(XXIX)Cora se había presentado en la cabaña de la hondonada diciendo que venía enviada por Anto para ayudar en el parto. Rea Silvia se había puesto de parto antes de lo previsto y Cora se había apresurado a hacer un pequeño agujero por la parte exterior de la cabaña y atar una cinta de lana en una de las maderas de sustentación. Con ello impediría a Rea Silvia parir.
Muchos viajes había hecho esta tarde Urbano Lacio desde la casa de Amnesis a la de las vestales y de allí a la de Kritubis, llevando y trayendo recados cuando ya el cielo amenazaba tormenta. El encuentro por la mañana con Rea Silvia y los conjuros que había debido hacer la sacerdotisa de Diviana para librar a todos de un peligro mortal, los había perturbado mucho. Al cronista oral la preocupación y l
a impaciencia le impedían estar quieto. Algo estaba a punto de ocurrir, se percibía en el aire.

Tres veces salió de Alba Longa a esperar el carro que debía traer a Númitor y Énule y, pese a sus muchos esfuerzos, las tres veces fracasó en su intento de encontrar signos que anticiparan la voluntad divina. Sólo cuando la oscuridad estaba a punto de volver impracticables los caminos y empezaban a caer las primeras gotas, oyó junto a la linde del bosque la voz de una lechuza. Se detuvo a escuchar a esta ave consagrada a Vesta, pero justo entonces llegó el
carro con los viajeros y el ruido de las ruedas le entorpeció la audición.

Como si trajera en sus manos la salvación de Rea Silvia, así fue recibida la noticia de la llegada de Énule en las distintas cabañas donde moraban las amigas de la vestal. La serenidad de esa mujer calmaba los ánimos tanto como las hierbas sedativas más potentes y su sabiduría infundía confianza. Ahora que
había regresado a Alba Longa y estaban seguras de conseguir llevarla en secreto a la cabaña de Rea, podrían descansar. En cambio temían un estallido de cólera del rey Amulio cuando supiera que su hermano Númitor se hallaba en la ciudad sin su permiso. Mas ¿quién no comprendería a ese padre? Nadie hallaría reprochable que quisiera estar cerca de su hija y velar por ella.

Después de tantas emociones y agitación, la noche y la tormenta sorprendieron a cada cual en su morada. Númitor pensaba presentarse ante su hermano a la mañana siguiente y Énule sería conducida hasta Rea Silvia. A esos planes se abrazaron para aplazar sus inquietudes y conciliar el sueño. Olvidaron que el destino tiene su propio tiempo y sus designios se cumplen al margen de los deseos y temores humanos.


No había sueño ni descanso en la cabaña de la hondonada. Aullaba la tormenta, la lluvia batía con furia contra las paredes de adobe y parecía que el mundo entero se fuera a hundir. La luz rojiza del hogar iluminaba rostros agotados y en tensión tras largas horas de sufrimiento y espera.

- ¿No crees que lleva así ya demasiado tiempo? – preguntó angustiada Tuccia, viendo a Rea Silvia sacudida por terribles dolores sin que el parto avanzase.

- No, siendo una primeriza – respondió Cora con tranquilidad. De vez en cuando se acercaba a la parturienta y le palpaba el vientre fingiendo hacerlo con mano experta –. Hay que esperar.

La vestal se quejaba con voz débil. Sudaba y se contraía, respiraba aceleradamente. De vez en cuando cerraba los ojos con momentáneo alivio y enseguida una invisible mano le retorcía las entrañas hasta dejarla sin fuerzas. Repetía en su mente la invocación que le había enseñado Kritubis: “Desata, Luna; suelta, Diviana. Señoras de la vida, Señoras de la muerte, deshaced lo anudado y que el fruto de Marte salga de mi vientre; Luna y Diviana, Silana y Vesta, madres propicias: oíd mi súplica”.

Tuccia no se separaba de su lado. Le mojaba los labios resecos, le cogía la mano para darle ánimos y su desconfianza hacia Cora iba
creciendo. No la veía preocupada ni atenta, sino distante. Su actitud no era la de una mujer sabia usando sus conocimientos para ayudar a la parturienta. Traer una criatura al mundo es un proceso difícil, un tránsito peligroso en que madre e hijo se juegan la vida. Muchas fuerzas poderosas combaten entre sí y no basta la buena salud, ni los cuidados amorosos, sino que es necesario mantener alejadas las fuerzas maléficas, contentar a los espíritus del mundo subterráneo y contar con el favor de las divinidades que han de insuflar y mantener la vida. Ni una sola vez había visto a Cora actuar para aliviar el sufrimiento de Rea Silvia o acelerar el parto. Mucho menos murmurar palabras mágicas o realizar rituales que facilitasen el paso de los hijos de Marte de la oscuridad a la luz.

Arreciaba la tormenta y transcurría lenta la noche de camino al día. Tuccia empezaba a sospechar que Cora, lejos de prestar ayuda, había hecho algún conjuro para estorbar el nacimiento. No acertaba a imaginar por qué. Sin embargo esa idea cobraba fuerza en su mente y, al fin, decidió someterla a una pequeña prueba.
- Veo a Rea Silvia cada vez peor. ¿No deberías aplicar algún remedio? Temo que resista poco… – dijo acercando sus labios al oído de Cora, de espaldas a Rea para que ésta no la oyese y fingiendo añadir leña al fuego.

- ¿De qué te extrañas? – respondió la falsa partera, encogiéndose de hombros –. Vesta no puede ser benévola con quien ha infringido sus leyes. Habrá provocado en favor suyo la furia de otras diosas. Si las divinidades le dan la espalda a Rea, ¿qué podemos hacer ni tú ni yo?

- Tienes razón – dijo Tuccia –. No merece la pena preocuparse. Si quieres, nos turnaremos. Duerme tú ahora y dentro de un rato te despertaré.

Aceptó de buen grado Cora, harta ya de fingir lo que no era. Le vendría bien descansar y estar despejada para cuando llegara el momento de ver culminada su misión. Se complacía en imaginar la alegría de la reina Criseida y los regalos que recibiría como premio.

Apenas Tuccia comprobó que se había dormido, inició una minuciosa búsqueda por la cabaña. Registró primero el manto y el hatillo que había traído Cora y luego revisó, una a una, las pocas pertenencias que la vestal y ella habían acumulado, incluidas las entregadas por sus amigas la mañana anterior. Ignoraba qué debía buscar, un o
bjeto fuera de lo común, un nudo, o un amuleto sospechoso. No encontró nada. Sin embargo, su instinto le decía que la seguridad de Cora no era casual. Se sentó de nuevo al lado de Rea, cuya piel a ratos enrojecía y a ratos se tornaba pálida.

- Todo irá bien – le dijo apartándole un mechón de pelo de la frente sudorosa –. Tus gemelos nos traerán la luz, ya verás. Nacerán al alba.

Por una extraña inspiración, pensó en Kritubis y en las bandas de lana que había confeccionado para Rea Silvia exponiéndolas a la luz de Luna durante tres noches seguidas. Precisamente las acababan de transformar en tiras más estrechas para envolver a los recién nacidos. Se levantó a cogerlas y con ellas en las manos volvió junto a la vestal. Hundió su propio rostro en las bandas y pensó con intensidad en la sacerdotisa de Diviana. La llamaba en su auxilio pronunciando su nombre en silencio.

Kritubis se incorporó de un salto. Cerca de ella dormían Palantea y el anciano Alec, y el fuego se había reducido a unas cuantas brasas. La tormenta rugía como un animal acosado. Debía invocar enseguida a Diviana, el corazón le decía que algo malo estaba sucediendo. Se retiró a un rincón, hizo en el suelo una ofrenda de leche y harina, recitó sus fórmulas para llamar a la diosa y no cesó de hacerlo hasta saber que respondería a su súplica. Al volverse, vio a Alec de pié, con la cabeza inclinada, ante ella. Y comprendió que también él, que tanto afecto tenía por Rea Silvia, había presentido el peligro.


Jadeando tras haber recorrido el bosque en la oscuridad relampagueante de la tormenta, sorteando los obstáculos y las desigualdades del terreno enfangado por la lluvia y con el agua chorreándole por los costados, llegó a la vista de la cabaña y se detuvo en la fronda. Observó. Un relámpago hizo visible la columna de humo que ascendía hacia el cielo y luego, al retornar la oscuridad, vio brillar la luz a través del ventanuco. Recorrió
con la vista la hondonada. Por el suelo de roca, levemente inclinado, un torrente de agua se dirigía rápido hacia las encinas y allí se detenía empapando la tierra.

Esperó el siguiente relámpago y, con paso ligero, cruzó el espacio que lo separaba de la cabaña. Se ciñó al muro y lo recorrió silencioso, apartándose para sortear la tinaja del agua. Antes de llegar al ventanuco se detuvo. Levantó el hocico y olfateó. El olor procedía de un hueco en la pared, tan pequeño que no alcanzaba a meter el morro. Con la lengua trató de extraer la cinta de lana, pero estaba anudada a un palo de la armadura y sus extremos empapados y adheridos al adobe. Rascó con la pata para hacer más grande el hueco, pero resultó inútil. Al fin, tras muchos intentos, se retiró de nuevo al bosque.


- ¿Has oído? – dijo Rea Silvia a Tuccia haciendo un gran esfuerzo para hablar –. El aullido de un lobo. Tal vez Marte se esté apiadando de mí.

- Te ha elegido como madre de sus hijos, Rea. No dudes de su ayuda – le respondió su amiga, con las lágrimas a punto de saltar de sus ojos. Careciendo de experiencia, ignoraba que el largo y penosísimo proceso por el que estaba pasando Rea Silvia lo habían recorrido otras mujeres. Dar la vida exige ese dolor. Por ese sufrimiento y peligro compartidos en un momento crucial, el vínculo que nos une a nuestras madres es tan fuerte.
- Toc, toc, toc – oyeron de pronto. No era un sonido lejano como el del lobo, sino muy próximo. Como si allí mismo estuviera picoteando un picoverde, el ave consagrada a Marte. ¿Un pájaro carpintero trabajando en la noche? ¿Y qué madera estaría horadando? ¿Por qué?

- Es una señal – dijo Tuccia. Estaba convencida de la intervención protectora del dios Marte y de la maldad de Cora. Miró hacia donde esa infame mujer estaba tumbada y comprobó que seguía durmiendo. Ojalá permaneciera así durante el mayor tiempo posible, al menos se evitaría oír sus palabras de desprecio y su indiferencia.

Cesó durante unos momentos el ruido del picoverde y volvió a reanudarse enseguida. Luchando entre la curiosidad y un temor reverencial, Tuccia se debatía sobre si asomarse o no al ventanuco para ver qué estaba pasando. ¿Habría sido un lobo la sombra fugaz que había visto cuando le hacía la ofrenda a Silana? Y ¿qué estaría picoteando el picoverde en una pared de adobe, cuando él sólo agujerea la madera?
Se asomó por fin. Había cesado la lluvia. Silana ordenó a las encinas agitar sus hojas creando una corriente de aire que rompió en jirones las nubes sobre la hondonada y la inundó de luz de Luna. Lo hizo a tiempo para que Tuccia pudiera ver a un picoverde con las patas apoyadas en la pared exterior, junto a la ventana. El ave sacudió dos o tres veces hacia atrás la cabeza y con la última quedó colgando de su pico una cinta de la cual pendía un trocito de madera. Batió sus alas y levantó el vuelo alejándose vertiginosamente antes de que las nubes se volvieran a cerrar.

Ahora ya sabía Tuccia que parte del peligro había sido conjurado. Cora había atado la cinta en el exterior, estaba segura. Tendría que hacer algo para deshacerse de ella y evitar que pudiera hacer más daño a Rea Silvia. Sin embargo, convenía mantener la calma, actuar de la manera adecuada y en el momento preciso para que saliera bien. Un error podría ser fatal.

Entonces Rea Silvia se incorporó apoyándose sobre los codos.

- Ayúdame a levantarme, Tuccia – le dijo –. Mis hijos ya están aquí.


* Las fotografías de esculturas son mías, excepto la de la mujer que hace una ofrenda. Las demás, incluida ésa, proceden de internet.



NOTA: Estimados amigos: sigo promocionando mi novela "Dido reina de Cartago".
Él próximo miércoles 22 de febrero de 2012, a las 19,15 horas, se presentará en:

Intersindical Valenciana
c/ Juan de Mena, nº 18,
Valencia

Junto con la autora, intervendrán: Dª Carmen Aranegui, professora d’Arqueologia de la Universitat de València y Dª Isabel Morant, professora d’Història de la Universitat de València.

¡OS ESPERAMOS!