martes, octubre 31, 2006

CUPIDO Y PSIQUE (VI) –. Tiempo de lágrimas




- Sólo te pido que me permitas compartir con mis hermanas esta alegría – dice Psique a su esposo, en la intimidad del lecho en el que yacen sumidos en la más absoluta oscuridad. Él le acaricia con suavidad el vientre, le toma una mano y se la besa.

- Sabes que no puedo permitírtelo, querida mía – le responde –. Ni por nuestro bien, ni por el del hijo que ha empezado a crecer en tus entrañas. No me cansaré de recordarte lo arriesgado e inconveniente que es lo que me pides, lo cauta que debes ser. Eres un alma inocente, Psique, y estás en peligro. Nuestro hijo será un dios sólo a condición de que no me veas ni sepas quién soy. De lo contrario, será mortal y, por lo tanto, quedará condenado a morir. ¿Es eso lo que quieres?

- Desde luego que no – protesta Psique –. Quiero el mayor bien para mi hijo. Pero no alcanzo a comprender en qué podría perjudicarnos el ver a mis hermanas.

Con súplicas y razones de una y otra parte, transcurre la noche. Abrumado por las lágrimas de Psique, el marido da su consentimiento antes de marcharse al alba, rogándole que se abstenga de hablar de él y cierre los oídos a las palabras maliciosas de sus hermanas. Ella accede sin reflexionar, pensando ya en la satisfacción de verlas, notificarles su embarazo y recibir felicitaciones y consejos para afrontar su próxima maternidad.


En los lomos del viento llegan las hermanas, como la vez anterior, y pasan la jornada con Psique. Sólo que esta vez se marchan más enfadadas: su hermana menor les sigue mintiendo respecto a su marido. Ahora, a sus insistentes preguntas ha respondido que es un comerciante que ya peina canas. ¡Como si ellas fueran tontas! Es evidente que Psique no ha visto a su marido, señal inequívoca de que se trataba de un dios. En tal caso, también lo será su hijo. Y lo peor de todo: si Psique se convierte en madre de un dios, terminará siendo diosa ella misma. Esta es una ofensa contra sus personas que de ningún modo piensan tolerar.

Rebosantes de odio, las envidiosas vuelven a sus respectivas casas decididas a terminar de elaborar el plan para derribar a su hermana de una posición tan prominente. Y tan pronto han determinado qué hacer, se apresuran a visitar de nuevo a Psique. Con tanta prisa, que ni siquiera aguardan a que el viento les hinche las ropas, sino que se lanzan al abismo, donde Céfiro, aunque de mala gana, las recoge al vuelo y las deposita sanas y salvas en el prado.

Psique se siente muy complacida por la sorpresa. Cierto que su marido no cesaba de prevenirla contra ellas. Sin embargo ¿no pesaba más la presencia de sus hermanas que las palabras de un marido que era apenas una voz y una sombra sin rostro?

- Hoy no tenemos tiempo de baños ni banquetes, querida Psique – le dice la hermana mayor apenas se encuentran – Hemos venido a toda prisa para ponerte en guardia. Tu hijo y tú corréis un gran peligro.

- Debes estar confundida, hermana – responde – Nadie sabe que estoy aquí.

- ¿Llamas nadie a tu propio marido? – pregunta la otra – Dinos la verdad: no lo has visto nunca. ¿Es así?

Psique, con el semblante pálido, hace un gesto afirmativo.

- Pues mira de lo que nos hemos enterado: es una serpiente monstruosa, larga y horrible.Y no te ha devorado hasta ahora porque aguarda el momento más conveniente . Dejará que tu vientre se hinche y, cuando estés bien gordita, a punto para el alumbramiento, te engullirá.

- ¿Cómo puede ser eso? – grita Psique – es dulce y cariñoso conmigo. Jamás haría tal cosa y mucho menos devoraría a su propio hijo. No sabéis lo que decís. Estáis mintiendo.

- Muchos cazadores y pescadores lo han visto, de noche, atravesar el río. Y, además, ¿tienes tan poca memoria que no recuerdas el oráculo que te trajo hasta aquí? ¿No decía bien claro que serías la esposa del monstruo más horripilante de todo el universo, un ser tan espantoso que hace temblar al propio Júpiter? ¿No ordenó que instalaran en la roca un tálamo fúnebre? ¿No te despidieron nuestros padres como si tu boda fuese un funeral? Cuando te esté zampando y no puedas liberarte de sus asquerosas fauces, ¡no podrás argumentar que tus hermanas no te han avisado!

Psique, aterrorizada y bañada en llanto, apenas acierta a responder.

- ¿Qué puedo hacer? Decidme ¿conocéis algún modo de salvarme y salvar a mi hijo?

- Para eso hemos venido, querida niña. Es muy sencillo lo que has de hacer – responde la mayor – Coge una navaja de afeitar muy afilada y escóndela entre las ropas de tu cama, donde te sea fácil encontrarla. Prepara un candil bien cargado de aceite y escóndelo encendido bajo un celemín. Cuando el monstruo duerma, alúmbrate convenientemente y córtale el cuello sin dudar. De un solo tajo, si es posible.

Psique tiembla con tanta violencia, que le fallan las piernas y se deja caer sobre la hierba del prado.

- ¡Hazlo! – le repiten las dos hermanas a la vez, señalándola con los índices extendidos. – Y en cuanto haya muerto el monstruo, vendremos a buscarte y, junto con todos tus tesoros, volveremos a casa. Te buscaremos un marido humano, como has deseado siempre. Actúa rápido, Psique. No dispones de mucho tiempo.

Y con estas siniestras palabras se ponen en brazos de Céfiro, dejando a su hermana caída en el suelo.
* y **** Fragmentos de la escultura que representa a una hija de Níobe. Museo Massimo alle Terme.
**Fragmento de un relieve. Museo Massimo alle Terme.
***Fragmento de pintura mural. Pompeya.

viernes, octubre 27, 2006

CUPIDO Y PSIQUE (V) – Se anuncia tormenta.

Apenas comienza a clarear el día, Psique sale de su casa cantando. Ayer fue una jornada espantosa y hoy, en cambio, el mundo entero sonríe. El bosque le parece más verde que nunca y el prado y el arroyuelo brillan con las primeras luces. Incluso las voces que la atienden se han mostrado esta mañana más parlanchinas. La joven esposa abre los brazos en dirección al cielo y, con los ojos cerrados, gira el rostro en busca de un rayo de sol. Respira hondo para expandir el alma. Hacía tiempo que no se sentía tan feliz. Dentro de poco verá a sus hermanas, volverá a ser “su pequeña Psique” durante unas horas.

- Sea como tú quieres – le había concedido por fin su esposo, después de oír durante varias noches su llanto, sus ruegos y razones – Reúnete con tus hermanas si crees que te sentirás mejor. Pero he advertirte, una vez más, que no debes escuchar sus consejos ni mucho menos intentar saber quién soy ni qué apariencia tengo. Elude hablarles de mí. No vayas a estropear lo que tenemos, Psique, pues me eres más querida que mis propios ojos.

Psique lo colmó de besos y abrazos y le juró que por nada del mundo lo perdería.

Ahora tiene todos los sentidos alerta para captar la llegada de sus hermanas. Apenas las ve y las oye llorar y llamarla desde lo alto de la montaña, ordena al viento Céfiro, por encargo de su marido, que las transporte hasta el prado como hizo con ella. El reencuentro es maravilloso, pleno de sorpresa y emoción. Psique no se cansa de besarlas ni abrazarlas, de pedirles noticias de sus padres y de sus amigos. Luego, cogiendo a cada una de la mano, las conduce a su casa, donde las agasaja con baños, un selecto banquete y mil pequeñas atenciones. Sólo poder tocarlas y hablar con ellas le compensa de tantas semanas de soledad. Se esfuerza por demostrar que ya no es la adolescente llorosa que temblaba el día de la boda, sino una mujer casada y capaz de asumir su responsabilidad. Quiere que se sientan orgullosas de ella.

- ¿Has visto qué estúpida se ha vuelto? – dice la hermana mayor a la otra, en el único momento en que Psique las deja solas - ¡Estúpida y arrogante! ¿Qué se habrá creído?

- Desde luego – le responde la segunda – es la menor y parece que quiera ser más reina que nosotras. ¡A saber con quién estará casada…! – y dirigiéndose a Psique, que llega en ese momento, le dice – Querida hermana, seguro que tu marido, aunque no sea rey como los nuestros, estará bien situado en la sociedad. Háblanos de él, querida. Ardemos en deseos de conocerlo. ¿Crees que lo podremos ver?

- Es un muchacho muy bien parecido – responde Psique – al que le encanta cazar. Casi siempre pasa el día fuera. Pero mirad lo que tengo para vosotras.

Y entonces, las voces sirvientes les llevan collares, cinturones y fíbulas de oro enriquecidas con perlas y piedras preciosas para que escojan las que más les gusten. Como tienen dudas, Psique les ruega que se lleven todas las joyas. Ver a sus hermanas la ha complacido tanto, que nada es suficiente para expresar su agradecimiento. Antes de despedirse, les arranca la promesa de que volverán y, con lágrimas en los ojos, las contempla alejarse.

- ¡Creía que no podría soportarlo más! – dice una hermana a la otra después que el viento las devolviera a la cumbre de la montaña - ¡Qué pegajosa! Muchos besos y muchos abrazos y mucho decir que nos quiere y bla, bla, bla, pero ¿te has dado cuenta con qué fatuidad nos ha dado estas miserables joyas? Sus migajas, porque ella tiene muchas más. Nos ha ofrecido las peores.

- Y no ha dicho una sola verdad respecto a su marido. Un monstruo, de eso estoy convencida, pero muy rico. ¡No veo por qué hubo de ser ella la elegida…! No se lo merece, la muy boba.

Su ira crece a medida que bajan de la montaña en dirección a la casa de sus padres. Ver las riquezas y la felicidad de su hermana las ha enfurecido. Sus respectivos maridos son reyes, pero ancianos. Y sus riquezas consisten en tierras y ganado, nada que se parezca a esa mansión de oro en la que vive Psique.

- No dejaré pasar esto – dice por fin la mayor – Lo que tiene ella me corresponde a mí, que para eso nací la primera, o a ti en todo caso. No digamos a nuestros padres que la hemos encontrado y finjamos que la creemos muerta. Hemos de pensar deprisa en un plan para darle una lección. ¡Prepárate Psique…! – dice riendo con un rictus de rabia – ¡Ya lo creo que pensamos volver!


* Cabeza femenina. Museos Capitolinos

** Fragmento de relieve. Museos Capitolinos

***Joyas romanas. Museo Massimo alle Terme

****Rosaleda pública en la colina del Aventino.


martes, octubre 24, 2006

CUPIDO Y PSIQUE (IV) – Los juegos se acaban.

- No temas, esposa mía – le dice una voz al oído.

Psique se estremece al escucharla tan cerca. Aunque la negrura es completa, cierra los ojos. En esta oscuridad suya, conocida, se siente más protegida. Los labios de él buscan su boca y marcan el camino con un aliento cálido. Su piel exhala un olor fresco y, al mismo tiempo, desprende calor. Sus manos parecen forradas de seda, tan delicadas son, y recorren su cuerpo con sorpresa y reverencia. Psique se atreve a corresponderle y también se asombra: le gusta la carne que tiembla bajo sus dedos, la fortaleza de los músculos, la suavidad del cabello que se derrama sobre los hombros. La atmósfera del cuarto se carga de una extraña emoción, excitante y al mismo tiempo tranquilizadora . Por primera vez en su vida, Psique experimenta el deseo y se abandona a él.


Antes de que las primeras luces del alba sorprendan a la pareja en el dulce lecho, el marido de Psique se marcha. Cuando ella despierta y, satisfecha y perezosa, estira sus miembros bajo las sábanas, nota el hueco que ha quedado a su lado. Pasa con delicadeza la palma de la mano por encima y siente que aún conserva el calor de su esposo. Enseguida la rodean las voces: la aguardan la colación matutina, el vestido y las joyas, los paseos por el bosque y la frescura del prado. También debe conocer la casa con todas sus dependencias y tomar posesión de ellas.


Los días transcurren plácidos para Psique, entretenida en contemplar sus nuevos tesoros: no sólo están en la casa, sino en un gran almacén donde cientos de cofres rebosan de diademas y collares, monedas, anillos, ajorcas y toda clase de piedras preciosas engarzadas de las maneras más armoniosas. Ella juega a ponérselas y quitárselas una y otra vez y a mirarse al espejo. Pero rara vez vuelve a casa con ellas puestas: prefiere que su esposo, cuando se presenta a media noche, la encuentre despojada de todo y esperando anhelante.

Sin embargo, pronto dejan de interesarle las joyas y se agota ese juego. Por las mañanas se interna en el bosque, se entretiene observando cada uno de los árboles y hasta les da un nombre según la forma que evocan sus ramas. Los abraza y junta sus mejillas con las cortezas rugosas. Llama a los animalillos que se deslizan entre la hojarasca con menudos pasos, pero corren a esconderse. A veces ve una ardilla, o una ratita de campo, o trata de acariciar a un topo, y no tiene éxito. Se sienta a la orilla del río y espera a que algún ave se acerque a beber para verla luego remontar el vuelo. En otras ocasiones pasa el día entero observando crecer la hierba del prado. Sin saber cómo empieza, casi todas las tardes se descubre con las mejillas húmedas de llanto.

Su marido, aunque dulce y cariñoso, sigue con su costumbre: llega rodeado de la más absoluta oscuridad y se marcha antes del amanecer. Una noche, después de gustar las mieles de su mutua entrega, el esposo le habla.

- Debo advertirte, querida mía – comienza a decirle – de un peligro que nos amenaza.

- Díme cuál es – responde ella con presteza – porque en este rincón alejado y solitario, sin ver ni hablar con nadie, no logro imaginarme qué peligro puede ser. ¿La soledad, acaso?

- Psique querida, no me gusta que estés triste y menos todavía oírte hablar así – le asegura –. Mi advertencia es seria. Tus hermanas están convencidas de que has muerto. Han ido a visitar a tus padres y les han prometido que buscarán tus despojos. Pronto subirán al pie de la roca en la que te dejaron el día de nuestra boda. Cuando las veas allí arriba, llamándote por tu nombre y gimiendo, no les hagas caso ni les contestes. No deben saber que estás en este valle.

- ¿Cómo puedes pedirme tal cosa? – responde Psique – Eres mi esposo y te obedeceré. Pero no veo el motivo de tanto aislamiento ni tanto misterio.

- Prométeme que harás lo que te digo – insiste él – Nuestra dicha futura depende de esto.

Ella responde que sí con la cabeza, porque el llanto no le permite hablar. Sin embargo, su corazón está íntimamente sublevado.

* Imagen de Hipnos. Museo Massimo alle Terme

**Rosaleda pública en la colina del Aventino. Roma

*** Framento de pintura mural. Museo Massimo Alle Terme

domingo, octubre 22, 2006

CUPIDO Y PSIQUE (III) – Un nuevo hogar para Psique




Psique se ha quedado sola, aguardando la llegada del monstruo que ha de ser su marido. A sus espaldas hay una gran roca y, ante ella, un abismo. Sin embargo, la sima más profunda y oscura es la que siente en su propio corazón, desazonado y temeroso, horrorizado ante el futuro inmediato. Ha cerrado los ojos al oír un silbido: quienquiera que sea su marido, dragón o serpiente, pájaro rapaz o animal de cien cabezas, la hallará firme en su lugar. Jamás osaría oponerse al destino que le han deparado los dioses.

El silbido se intensifica. Para su asombro, no es desagradable ni violento, sino suave y melodioso como una canción. El velo de novia comienza a agitarse, su túnica se hincha y una cálida brisa la levanta en el aire. Con la ligereza de una pluma, Psique vuela sobre el valle profundo que se abre a sus pies. El viento la transporta hasta el suelo y la deposita con delicadeza sobre la hierba de un prado. A pocos pasos de allí discurre un arroyuelo y, en la otra orilla, alza majestuosas copas un bosque de hayas.

La curiosidad va creciendo y difumina el miedo en el espíritu de Psique. Atraída por la belleza del lugar, se adentra en el bosque. A pocos pasos, en el centro de un claro, hay una casa. ¿De quién será? Sus proporciones son armoniosas y cada lado cuenta con siete ventanas bajo cuyos alféizares crecen flores de exquisita belleza. Cuatro columnas enmarcan la entrada. Y un rayo del sol poniente que penetra a través de la espesura, les arranca un brillo cegador. Son de oro puro. Y el techo de plata labrada, según puede observar al entrar en la casa. Casi sin darse cuenta, pasa de un salón a otro y cada uno es más bello y lujoso que el anterior. Está extasiada contemplando las planchas de oro y marfil que cubren las paredes de una habitación, cuando se da cuenta de que no está sola.

- Bienvenida a tu casa, mi señora – dice una voz – No te sientas ajena a esta riqueza, porque desde ahora mismo te pertenece.

- ¿Quién eres? – responde la joven, mirando a su alrededor – ¿Dónde estás?

- No puedes verme, señora. Estoy aquí con varias compañeras y tenemos como única misión servirte. Ven, por favor, a tomar un baño. Descansa, relájate y más tarde te serviremos la cena.

Psique se deja conducir a los baños, donde otras voces le hablan y atienden sus peticiones. A través de los ojos entornados, ve reflejado el movimiento del agua en los mosaicos de las paredes y su suave cadencia la adormece. Atrás queda la tristeza con que se levantó esta mañana, el cortejo funesto que la ha acompañado a la cima del monte, el llanto de sus padres y sus propias lágrimas. Se han disipado el temor, la incertidumbre y la desdicha que ha padecido en los últimos meses. Su corazón se ha liberado de cualquier pesar.

Tras este descanso, se viste con una túnica blanca entretejida de hilos de oro y es conducida al comedor. Allí las bandejas llegan a su mesa volando: finas verduras condimentadas con nueces y miel, huevos cocidos, capones asados en un espetón, dulces e higos, leche de almendras. Para que resulte más ameno el banquete, varias voces se agrupan y cantan. Suenan la flauta, la cítara y otros instrumentos que no conocía, tan invisibles como los músicos que los tañen. Psique disfruta en soledad de su banquete de bodas.

El día ha estado repleto de emociones, así que la novia se dirige al cuarto que ella misma ha elegido como dormitorio, y se acuesta. Pronto el sueño la invade con su dulzura y cierra los ojos sin oponer resistencia. A media noche, la despierta un ruido. Psique se asusta. Es el esposo que acude a ella.
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NOTA: Esta entrada sustituye otra que, con el mismo número, había publicado bajo el título "Venus amenaza a su hijo". Ruego a los lectores que leyeron aquella disculpen la confusión.

* Figura femenina. Museo Massimo alle Terme

**Fragmento de mosaico. Museo Massimo alle Terme

***Suelo cosmatesco. Iglesia de San Crisógono.Roma

lunes, octubre 16, 2006

CUPIDO Y PSIQUE (II) – Las bodas de Psique


Hacía tiempo que no brillaba el sol para los padres de Psique. No apreciaban el aroma de las flores, ni les alegraban los balidos de los corderillos que jugueteaban trotando por el prado alrededor de su palacio. En nada les aliviaba el ser reyes ni disfrutar de otras dos hijas mayores: su pena era tan profunda que no hallaban consuelo.

- ¿Recuerdas lo hermosa que era? – dice la madre a su esposo sin dejar de hilar lana – De todas partes venían a admirarla. Una nueva Venus ha nacido en la tierra, solían decir quienes llegaban hasta aquí y depositaban a sus pies coronas de flores. ¡Con qué arrobo la contemplaban! Y es cierto que semejaba una diosa: iluminaba el mundo cuando abría los ojos.

- Y era tan dulce… – asiente el padre – ¡Pobre niña mía!

- Deberíais haberla casado con el primer carretero que se hubiera presentado en el camino – dice una de las hijas mayores, con voz agria – nos habríamos ahorrado gran cantidad de sufrimientos. ¡Mucha hermosura, mucha dulzura, pero nadie quería casarse con ella…!

- Tiene toda la razón mi hermana – bufa la otra. – Miradnos a nosotras, descuidando nuestras casas y a nuestros maridos para venir a consolaros. Hemos buscado su rastro por todo el monte y no hemos hallado nada. Está muerta y se acabó. ¡Dejad de quejaros!

- ¿Cómo puedes hablar de tal modo, hija mía? – responde el padre - ¿Crees que sufriríamos menos si hubieras sido tú la desdichada? Nadie puede escapar a los hados, bien lo sabéis las dos. Y no queremos olvidar a Psique. Marchaos a vuestras casas, nada os retiene aquí.


Los ojos de los esposos se llenan de lágrimas. Era cierto lo que decían sus hijas mayores: Psique era muy hermosa; muchas personas realizaban peligrosos trayectos por mar y tierra para verla y rendirle homenaje; mas el tiempo pasaba y ningún hombre, ni noble ni plebeyo, había solicitado su mano. Por ese motivo, preocupado, el viejo rey había decidido consultar el oráculo de Apolo. Tenía la esperanza de que le indicara el camino para conseguir que su hija más joven encontrara marido. Ojalá se hubiera muerto antes de hacerlo.

El oráculo que pronunció la sibila fue tajante: Psique no estaba destinada a ser la esposa de un hombre mortal, sino de un monstruo. Un ser horrible que volaba por el cielo sembrando el desconcierto y trastocándolo todo; peor que una víbora y más espantoso que una enfermedad; un sujeto cruel ante el que temblaba el universo, desde el más humilde pastor hasta el rey de los dioses, el poderoso Júpiter. Debían, pues, llevarla a la cumbre de una montaña y preparar para ella un tálamo fúnebre, porque allí acudiría aquel engendro a celebrar unas bodas terribles.


Llora la madre al recordar aquel día funesto. Un gran cortejo les había acompañado. Precedida por las antorchas, Psique iba delante ataviada con las galas de novia. La túnica blanca y ceñida a la cintura parecía flotar en el aire y bajo el velo anaranjado brillaban como rayos de oro sus cabellos. No sonaban las flautas ni los cantos, nadie llevaba flores ni adornos, ningún joven gritaba las fórmulas tradicionales para desear fecundidad al matrimonio. Habían ascendido en silencio por la falda del monte, siguiendo el sendero que conducía a la cumbre y se interrumpía al pie de una cresta rocosa. Allí, al lado del abismo que se abría al otro lado, en medio de aquel selvático silencio, estaba el lecho nupcial.

En aquel punto, Psique se volvió hacia sus padres y los miró de frente.

- No aumentéis con vuestras lágrimas mi pena – les dijo –. Id en paz. Me doy cuenta que debíamos haber llorado hace años, cuando todo el mundo celebraba mi belleza y me llamaba Venus nacida de la tierra. Este es el premio de mi hermosura y el precio que hemos de pagar. Dadme el último beso y marchaos. Me aguarda el esposo que me merezco.

Besó a sus padres, las antorchas nupciales se apagaron contra la tierra del suelo y el cortejo, más fúnebre aún, inició el descenso.


Cuando perdió de vista a la última figura y comprendió que estaba completamente sola, Psique se acercó al precipicio con los ojos inundados de lágrimas. Era opresivo el silencio y su corazón latía con furia. Jamás había imaginado un destino semejante. ¿Por dónde vendría el monstruo que iba a convertirse en su marido? A sus espaldas comenzó a escuchar un silbido. No quiso volverse: respiró hondo y cerró los puños y los ojos.

* Cabeza de amazona. Museos Capitolinos

**Fragmento de ara funeraria. Aula Octógona

***Fragmento de una procesión. Ara Pacis.

**** Fragmento de una de las fuentes de la plaza Nabona. Roma

jueves, octubre 12, 2006

CUPIDO Y PSIQUE (I).- La cólera de Venus


En el confín de la tierra se oyó un grito. Largo y desgarrador, escalofriante en medio de la noche. Los animales se revolvieron en sus establos, los niños rompieron a llorar y hombres y mujeres fueron presa de un gran desasosiego. Los augures que observaban aquella noche el cielo, vieron una sombra atravesar rauda el espacio de este a oeste y, enseguida, a miles de pájaros que abandonaron sus nidos y volaban sin rumbo, chillando, cambiando a cada momento de dirección y chocando entre ellos, como si hubieran enloquecido. A partir de ese instante, cayó sobre el mundo un velo de pesar y una tristeza indefinible se apoderó todo.


Ajena al sufrimiento de los hombres, la diosa Venus se complace en dejarse mecer por las aguas del océano con los ojos cerrados y los miembros laxos. El cabello flota sobre la superficie y forma una aureola alrededor de su rostro mientras las olas coronadas de espuma acarician sus senos y su vientre. Necesita descansar. A poca distancia, su corte de náyades y tritones continúa jugando y alborotando al son de las caracolas: breves danzas y carreras, zambullidas bajo el agua para sorprenderse unos a otros por la espalda, chapoteos, besos y risas. Venus sonríe.

Una gaviota atraviesa el cielo límpido del mediodía y viene a posarse sobre el agua.

- Veo que estás ocupada disfrutando de tu propio placer, ¡Oh madre Venus!, mientras el mundo
entero reprocha tu descuido – dice el ave. Al instante, la diosa abre los ojos y levanta la cabeza.


- ¿Quién eres tu y cómo te atreves a hablarme de este modo? ¿De qué reproches hablas?

- La humanidad está desolada – responde la gaviota –. Ha desaparecido el amor entre padres e hijos, los esposos no se hablan entre sí ni se tocan, nadie celebra nuevos matrimonios. No hay dicha sobre la tierra ni alegría de ninguna clase. Se ha desvanecido la belleza. En todos los pueblos y ciudades hablan mal de ti y de tu hijo.

Venus hace un gesto de ira y las ondas se revuelven y se tornan oscuras. Las náyades han interrumpido sus juegos y se acercan silenciosamente.

- Y ¿por qué habrían de hacerlo? – interroga la diosa – ¿Qué les hemos hecho?

- A ti te acusan de olvidarlos y abandonar tus deberes para entregarte al ocio, sin pensar que en tu ausencia el amor se marchita. En cuanto a tu hijo… desde hace días yace en un lecho de tu casa con una horrible quemadura. Sufre mucho, llora, le quedan tan pocas fuerzas que no puede desplegar sus alas y menos todavía empuñar su arco. Y, aunque pudiese, no es seguro que quisiera hacerlo. En los corrillos se murmura que ha probado las mieles y las amarguras de sus propias flechas y abomina de ellas.

- ¿Qué quieres decir? – pregunta irritada Venus – ¿Insinúas que mi pequeño Cupido no cumple con su cometido de enardecer de amor los corazones? ¿Que ha sido seducido por alguna ninfa o una diosa? Si es apenas un adolescente… ¡Dime enseguida quién es ella!

- He oído decir que tu hijo arde de amor por una joven mortal. Psique creo que se llama.

Al escuchar ese nombre la diosa Venus lanza un grito aterrador. A voces ordena a sus acompañantes que la ayuden a salir del agua porque debe regresar a su casa enseguida. Está excitada y furiosa.

- Ven en mi ayuda, Neptuno: haz que se eleven hasta el cielo las olas y se desplomen luego a los abismos sembrando el pánico entre los marineros y las ciudades costeras. Y tú, Céfiro, empuja con tu aliento negras nubes: que se haga la noche en pleno día, que la nieve cubra las montañas y la niebla repte por los valles. Quiero que los mortales conozcan mi enojo y sepan que no me calmaré hasta que me haya vengado de esa impostora.

- Ah, joven malvada, odiada Psique – grita por encima de las olas y la tormenta que se ha formado a su alrededor – ¿A tanto te has atrevido aún sabiendo lo destructiva que puede ser mi ira? ¡Cuando acabe contigo desearás no haber nacido! Y tú, Cupido, hijo desleal: espera a oír mis palabras y experimentar mi furia.

* Fragmento de vista del Pou Clar en Ontinyent (Valencia). Foto Isabel Zarzuela.

**Fragmento del fresco "El triunfo de Galatea" de Rafael, en La Farnesina. Roma.

***Respaldo del Trono Ludovisi. Museo Palazzo Altemps.Roma.

****Cielo nuboso sobre la Torre de la Milicia, junto a los Mercados de Trajano. Roma.