jueves, junio 30, 2011

INVOCACIÓN A LUNA Y A DIVAIDA


(XVII)

La orfebre Valeria y su ayudante Aiara estaban llegando a la casa de las vestales cuando Palantea salía. El criado que se había quedado a cargo de su piara de cerdos hablaba en ese momento con otro siervo y no pudo impedir que tres o cuatro lechones corrieran al encuentro de su pastora. Con un trotecito torpe y atolondrado y gruñendo de alegría, se metieron entre las piernas de Aiara. Movió la muchacha los brazos tratando de no caerse, dio tres o cuatro traspiés, hizo varias piruetas y finalmente, sin saber cómo, consiguió recuperar el equilibrio.
Quienes estaban a su alrededor batieron palmas después de haberse divertido a su costa y la felicitaron. La propia afectada no pudo reprimir una sonrisa, porque se había visto con los huesos en tierra. Era un buen augurio: se había librado de un golpe prácticamente inevitable, y ni siquiera se le había caído al suelo el fardo que llevaba en una mano. De ahí arrancó su fama de buena artífice de amuletos y, lo que fue más importante en ese momento, le granjeó la confianza de Rea Silvia. Informada de lo ocurrido, la vestal interpretó este hecho insólito de una manera doblemente favorable: Aiara había conseguido con sus amuletos una protección muy eficaz y, además, era significativo que el prodigio se hubiera producido casi en el umbral de la casa de las vestales, justo cuando le traían sus encargos.

- Mostradme lo que traéis –
les dijo de muy buen humor –. Empecemos por la fíbula de serpiente…

- Espero que te guste – respondió Valeria mientras la extraía de una tela de lana donde estaba envuelta –. Me he permitido una pequeña innovación.

Rea cogió la fíbula y la acercó a la luz de una lucerna. Era un trabajo muy delicado y bellísimo pues, a diferencia de la fíbula original, las escamas no se dibujaban con una línea grabada sobre el bronce, sino que se marcaban por su propio abultamiento. La luz, al incidir desde diferentes ángulos, las resaltaba con mayor o menor intensidad. Y la orfebre había tenido el acierto de hacer más grandes las escamas cerca de la cabeza y disminuir su tamaño hacia la cola. Parecía una serpiente real. Rea Silvia levantó los ojos y miró a Valeria.

- Es preciosa.


- ¿Has notado que pesa muy poco? – preguntó Valeria acercándosele y cogiéndola de manos de Rea. Le dio la vuelta a la fíbula.

- ¿Ves? Por detrás está hueca. Resulta mucho más ligera.

- Pero ¿es resistente? – dudó Rea.

- Desde luego. He experimentado mucho hasta conseguir esta aleación y el resultado es óptimo. No se dobla ni se rompe, te lo aseguro.

- Si no tienes inconveniente, ésta fíbula me la quedaré, pues la necesito. ¿Cuánto estarán las restantes?

Valeria empezó a explicarle las dificultades del proceso. Sin embargo, Rea había dejado de escucharla y daba vueltas a la fíbula. Valeria cesó sus explicaciones y se comprometió a hacerlas con la mayor rapidez.

- Que sea en dos días, por favor – dijo Rea –. En cuanto a la joya-amuleto, ¿habéis adelantado algo?
Habían avanzado, aunque no tenían sacada ninguna muestra. Así como lo común era llevar los amuletos en una bolsita de tejido o de piel, ellas pensaban hacer un recipiente metálico. En su interior se colocarían los amuletos y, una vez cerrado, ya no se podría abrir. Esto evitaría que pudiera perderse accidentalmente el contenido. Rea asintió con entusiasmo: le parecía una idea extraordinaria y era justo lo que necesitaba. En cuanto hubieran acabado las fíbulas, debían ponerse a trabajar con ese recipiente.

- Dime una cosa, Valeria – dijo de pronto, mientras ésta se disponía a sacar del fardo las demás cosas que traía –. ¿Podrías hacer una bola hueca y perforada por agujeritos? Sería para guardar algo dentro. Luego tendría que fijarse a un anillo ancho. ¿Lo ves factible?

- ¿Es para ti? – preguntó la orfebre.

- Sí, y lo necesitaría con mucha urgencia. Dentro de un par de días. No importa que no sea bello – y viendo la buena disposición de Valeria, añadió –. He de hacer una consulta y te lo confirmo esta tarde. Tómame la medida del aro, por favor.
A continuación, Aiara le mostró algunos amuletos adecuados para una novia: unas cuentas hechas de una piedra de color marrón brillante, que procuraban alegría. La alegría, afirmó, alarga la vida, la hace más fácil y es muy útil en la crianza de los hijos. Un testículo seco de castor favorecía la preñez y muchas mujeres lo colocaban, protegido por una bolsita de lana, debajo de la estera o de la piel del lecho. Pero el más interesante, a su parecer, eran los huesecillos de un pájaro llamado torcecuellos: propiciaba el amor, algo que todas las mujeres deseaban recibir de sus maridos.

Le gustaron las propuestas a Rea Silvia, así que encargó la confección de un collar para su prima colocando una cuenta de la piedra de la alegría por cada dos de otros colores, preferiblemente alegres. Y que en el centro le pusiera un aro de bronce del que debían colgar varios huesos de torcecuellos.

Con todo esto, se había hecho la hora de tomar algún bocado y Tuccia les llevó allí mismo un caldo de habas con sopas de torta de harina para que no se marcharan sin comer.




No había perdido el tiempo la Vestal Máxima Camilia. En el bosquecillo cercano a la puerta occidental de la muralla se había citado y encontrado con Kritubis, la sacerdotisa de la diosa Divaida, para tratar del asunto que preocupaba a ambas. Para justificar su presencia allí, se había hecho acompañar de la vestal Adriana y dos siervas, quienes se encargarían de recoger flores silvestres para ofrendar a Fauna. Se sacrificarían algunas corderas para el banquete nupcial y convenía solicitar con tiempo el permiso a la diosa. Así, mientras aquellas recogían las flores y levantaban un altarcillo a Fauna en un extremo del bosque, Camilia habló privadamente con Kritubis.

- Necesitamos la mayor protección posible para Rea Silvia – dijo Camilia una vez explicada la situación –. Y creo que tú puedes hacer mucho en ese sentido. Uno de mis temores es que se le note la preñez.
- Divaida me ha expresado varias veces y de diferentes modos, su tutela a Rea Silvia. Fue ella quien me inspiró para lanzarle la maldición a Criseida. Con todo, pediré a la diosa un socorro especial para cuando Rea asista a la boda de Anto. Ese día, temprano, tendrás noticias mías.

Kritubis regresó a su cabaña y comenzó a tejer en su telar con movimientos rítmicos. Sus manos se movían con rapidez y agilidad, sin pausas, sin titubeos. Cuando llevaba un rato en esa tarea, se levantó y se dirigió a un rincón de la cabaña, donde una estera tapaba y protegía una pila de ropa. Rebuscó y extrajo la túnica clara que Rea Silvia llevaba puesta el día del asesinato de su hermano. Se la había quitado para ponerse una prenda vieja de Palantea y hacerse pasar por pastora. Los acontecimientos posteriores habían sido tan excepcionales, que ni Rea Silvia ni ninguna otra persona se acordaron de ir a recoger la túnica, y se había quedado allí.
Cuando esa noche oscureció por completo, salió del hogar prohibiéndole a Palantea que la siguiera. No llevaba luz, ni siquiera una antorcha. Se dirigió al claro que había detrás de su cabaña y observó el punto donde la luna iluminaba con más fuerza. Allí, sobre la hierba, extendió la túnica de Rea Silvia.

- “A ti te invoco, divina Luna; a ti te llamo, diosa Divaida. Reconoced a Rea Silvia en esta túnica. Hila hilos de luz, Luna; Divaida, devana vida. Doble semilla en Rea Silvia de luz y lana. Que nadie sepa, que nadie vea que esconde un fruto de Marte la mortal Rea.” Tres veces repitió la invocación y dejó expuesta la túnica a los rayos lunares hasta el alba.

A la noche siguiente, volvió al claro. Había cortado la túnica en tiras de un palmo de ancho. Las colocó en orden, cada una al lado de la otra, dejando la distancia de un dedo entre ellas, para que se viera que estaban separadas. Invocó a las diosas por seis veces y les pidió que reconociesen y amparasen la transformación de la túnica y de su protegida Rea.
La tercera noche había cosido las piezas formando una tira muy larga. La extendió en toda su longitud sobre la hierba, la roció con agua de la fuente del bosque sagrado de Silana utilizando una rama de mirto y convocó a las diosas, recitando nueve veces:


“Oculta, Luna. Ata, Divaida. Sujeta, tapa, envuelve, ata, oculta, Luna. Oculta, ata, envuelve, tapa, sujeta, Divaida. Señoras de la muerte, Luna y Divaida, Señoras de la vida. Que el ojo humano no vea lo que Rea Silvia ata y oculta.”

No pudo hacer nada más Kritubis. Pues ni las más altas diosas tienen poder para torcer el destino.

miércoles, junio 29, 2011

CONSEJO PARA AMANTES EFÍMEROS

He aquí la advertencia que nos hace Ovidio:





"Os diré lo que os perdió: vuestra ignorancia en el amor. Os faltó arte; el amor se hace duradero gracias al arte."


OVIDIO (43 a.C - 17 d.C).- El arte de Amar.

Traducción de Vicente Cristóbal López.

lunes, junio 27, 2011

ALGUNAS RISAS


(XVI)

Los cerdos de Palantea quedaron en la calle, al cuidado del siervo que había ido a avisarla, mientras ella se apresuraba a entrar en la casa de las vestales en respuesta a la llamada de Rea Silvia. El cronista oral Urbano Lacio, quien se encontraba esa mañana en las cercanías, la vio entrar, bien por casualidad, o por esa costumbre suya de observar a sus coetáneos o, como sospecho, porque todo cuanto acontecía en torno a la vestal Rea Silvia atraía su atención. Por él sabemos que la pastorcilla llegó acalorada, haciéndose aire con una corteza de alcornoque y le dejó su vara al criado. Llevaba la siringa colgándole del cuello y los pies descalzos, como solía. Muchos ojos varoniles se fijaron en ella a causa de dos cintas: la del cabello, para indicar que aún era doncella, y la de la siringa, que le llegaba casi a la cintura y, pasando entre sus pechos, los resaltaba de una manera deliciosa.

Por qué nuestro cronista se fijó en tales detalles, no es fácil saberlo. Quizá lo hizo influido por el ambiente prenupcial que reinaba en Alba Longa: todo eran comentarios en torno a la boda de la hija del rey, la noble Anto. Las opiniones de los albanos estaban divididas y, aunque algunas sólo se expresaban dentro de ciertas cabañas y en voz baja, habían trascendido. A la aristocracia no le placía ese matrimonio. Se argumentaba que, habiendo en la propia ciudad tantos jóvenes e incluso algunos viudos maduros de sangre nobilísima, era ofensivo que los reyes hubieran ido a buscarle a su hija un marido de fuera. Con la boda a punto de celebrarse, se dio el caso de que algunas familias se pelearon entre ellas disputando sobre cuál de sus miembros habría sido el elegido de haberse inclinado los reyes por un esposo de Alba Longa. A ese absurdo habían llegado.
No pasaba desapercibida a la gente común tales pugnas que, en parte, la regocijaban. Ver a los potentados pelearse y mortificarse entre ellos es uno de los pocos placeres al alcance de los humildes y tratan de disfrutarlo. No se dan cuenta que esas disputas, nacidas casi siempre en torno a las riquezas y el poder y pocas en defensa de la libertad y la justicia, los afectan de lleno. Pues las rivalidades de los notables arrastran con frecuencia a toda la sociedad a conflictos muy graves, incluidas guerras civiles como puede atestiguar cualquiera de nosotros. Amparándose en esa realidad, algunos miembros del Consejo de Alba Longa justificaban el matrimonio de Anto con un foráneo aduciendo que, al evitar elevar a una familia albana por encima de las demás, se soslayaba el problema de las envidias.
Había, no obstante, otras versiones en círculos aún más restringidos: la reina Criseida reforzaba y aumentaba su poder respecto a su esposo al casar a su hija con un joven de Lavinio, su propia ciudad natal, y cuya familia estaba emparentada con la suya. Sin embargo, el augur Appius, que era hombre muy agudo y, por el carácter sacro de su función augural, asistía a acontecimientos públicos y privados de todo tipo, dio a Urbano Lacio otra opinión.

A su juicio, el rey Amulio había consentido esta unión por considerarla muy favorable a sus intereses. Conocía bien a los nobles de Alba Longa y sabía que jamás se aliarían con un forastero para disputarle el trono. Si en algún momento los nobles decidieran alzarse contra él por su cuenta, su yerno se pondría de su parte para defender su propio futuro y atraería a todos los guerreros de Lavinio, donde su familia gozaba de una enorme influencia. Una guerra entre Lavinio y Alba Longa sería fatal, pues otras muchas ciudades, celosas de la primacía de Alba, podrían unirse contra ella. El resultado difícilmente sería favorable a los albanos. Y como sabía que los nobles razonarían de ese mismo modo, Amulio se prometía un largo reinado en paz.
Esta opinión trató de contrastarla Urbano Lacio averiguando el estado de ánimo del rey Amulio a través del mayoral de sus rebaños, Fáustulo, quien había acudido a Alba Longa a llevar algunos de los mejores corderos para el banquete nupcial. Pero el mayoral era un hombre prudente y le respondió con evasivas. Él no conocía los pensamientos de su amo. Y al insistirle Urbano en que los reyes hablan con más libertad en presencia de sus criados, bien porque ni siquiera los vean, bien contando con que no los escuchan o no comprenden lo que dicen, le respondió:

- ¿Qué rey no mide cada uno de sus pasos o no medita sus palabras antes de pronunciarlas? Necesitan siempre estar seguros de acertar.

- Sin embargo, Númitor…
- Cometió errores y algunos considerarán que fue imprudente. Pero escucha esto: no salva la vida un cordero cuando el lobo se le acerca disfrazado con una piel idéntica a la suya.

- Entonces, según tú, ¿vencerá siempre el más fuerte o más malvado?

- No siempre. O no inevitablemente – respondió sonriendo Fáustulo –. Incluso los lobos, siendo audaces, inteligentes y feroces, pueden ser derrotados por un simple pastor.

Urbano Lacio recordaría estas palabras muchos años después, cuando las tornas cambiaron y la rueda de Fortuna dio un giro total. Le parecieron sabias y premonitorias. Y también subrayaría, al hilo de esos recuerdos, que por muchas maquinaciones, ardides o intrigas que urda, por más planes que trace, ni el ser humano más grande ni el más chico escapa a lo que hayan decretado para él los hados.


Rea Silvia había recibido con un abrazo a Palantea, pues no se habían visto desde hacía varios días. La puso al corriente de los últimos acontecimientos: que su madre y la vestal Máxima Camilia estaban informadas de su embarazo y dispuestas a ayudarla. Y que el problema, para cuya solución la había llamado, era que iba a asistir a la ceremonia del matrimonio de su prima Anto, exponiéndose por tanto a estar rodeada de mucha gente.

- En una ocasión me dijiste que el mejor lugar para esconder una bellota era un cesto de bellotas ¿lo recuerdas?

- ¿Cómo lo iba a olvidar? Te convertiste en una pastora de cerdos ¡La única con sandalias que yo haya visto en mi vida…! - respondió Palantea sonriendo y sin dejar de hacerse aire.
- De esa sabiduría práctica tuya tengo necesidad de nuevo. Por eso te he llamado. Dime, si estuvieras entre un grupo de personas y no quisieras que ninguna de ellas se acercara mucho a ti, ¿qué harías?

Palantea reflexionó durante un rato sin hallar una respuesta satisfactoria. Al fin, preguntó a su amiga si podía tocar la siringa y a Rea Silvia se le ocurrió que sería muy apropiado honrar con música a la diosa Vesta y solicitar su ayuda. Le emocionó a Palantea esa propuesta, pues nunca había entrado en la celda donde se la veneraba. Rea solicitó y obtuvo el permiso de la Vestal Máxima para suplir durante un rato a la vestal que estuviera custodiando el fuego y llevar consigo a la pastora.

La atmósfera en el cubículo era sofocante. A la alta temperatura y lo reducido del espacio se sumaba el calor que emanaba del fuego sagrado, permanentemente encendido. Se colocaron cada una a un costado del ara, Palantea invocó a la diosa, cerró los ojos y empezó a tocar. Las gotas de sudor le brotaban por todo el cuerpo y le empapaban la ropa. Sin embargo, su música pastoril evocaba los espacios abiertos y plenos de vida en el verano: el canto de las cigarras y los grillos, el zumbido de los insectos, las cañas rumorosas junto a los riachuelos, el caminar furtivo de la diosa Fauna, favorable a las mujeres,
y de su esposo Fauno que velaba por los pastores y los rebaños mientras dormían al raso; los frutos, las espigas onduladas por el viento, las hormigas, el aleteo de los pájaros cruzando el cielo, el piar de los polluelos reclamando comida... ¿Polluelos? ¿Qué pájaros tienen crías en verano?

Cuando concluyó la melodía que las había transportado muy lejos de allí, Palantea dejó caer la siringa sobre el pecho.

- Haría lo mismo que las abubillas – dijo.

- ¿Qué quieres decir? – preguntó Rea Silvia.

- Cuando están criando, sus polluelos y sus nidos despiden un hedor tan abominable que ningún ser, ni animal ni humano, se les acerca. No cabe mejor protección.

- Es una buena idea, sí. Oler mal. ¿Cuánto de mal? y ¿de dónde puedo sacar el mal olor?

- El del cerdo no te sirve, Rea, es demasiado corriente. Pero aún están criando las abubillas, es cuestión de conseguir alguna cría apestosa…

En los rostros cubiertos de sudor de ambas amigas se dibujó una sonrisa. Recordaban cuánto se habían divertido al disfrazarse Rea Silvia de pastora, la cara espantosamente fea que le quedó cuando Palantea se la untó de hollín y la aventura de abrazar a los cerdos para impregnarse de su
olor. ¡Qué lejos les parecía, de repente, todo eso! Y qué cerca.

La situación de Rea Silvia había cambiado mucho: así como entonces ignoraba lo que había ocurrido con su familia y se había disfrazado para averiguarlo sin conocer la gravedad del asunto, en ese momento sabía con certeza que se jugaba la vida. Palantea tendió las manos hacia su amiga y, por encima del fuego sagrado, se las estrecharon. Se miraron a los ojos a través de la penumbra y, de pronto, imaginaron a los invitados de la boda frunciendo la nariz y huyendo del olor nauseabundo de Rea. No pudieron aguantarse y se echaron a reír. No se ofendió Vesta: contrariamente a lo que piensan algunos, las diosas aman la risa.

sábado, junio 25, 2011

ADIÓS A JULIANO



“Estoy a solas en mi estudio. Ya he apartado los escritos de Juliano. Todo ha terminado. El mundo que Juliano quería defender y restaurar ha desaparecido… pero no pondré “para siempre”, ya que ¿quién conoce el futuro? Mientras tanto, los bárbaros están ante las puertas de la civilización. Pero cuando rompan el muro no encontrarán nada valioso que tomar, solo reliquias vacías. El espíritu de lo que éramos se ha ido.”


GORE VIDAL.- “Juliano el apóstata”

Traducción de Eduardo Masullo.

NOTA: El emperador Juliano el Apóstata murió el 26 de junio del año 363 de nuestra era. Durante su corto reinado (361-363) trató de restaurar la religión pagana en el imperio romano. Leyendo estas palabras de la novela de Gore Vidal, ¿no pensáis que podrían ser perfectamente aplicables a nuestra época?

jueves, junio 23, 2011

PLAN DE ACCIÓN


(XV)

Asomaba la aurora por el horizonte cuando Énule, para dar cuenta a la Vestal Máxima Camilia de su entrevista con Aurelia, atravesó el umbral de la casa de las vestales. Salvo aquellas que se retiraban a dormir después de haber velado durante la noche el fuego sagrado, el resto de las habitantes de la casa estaba iniciando las tareas cotidianas: limpiar, moler, tejer, hilar, ir a por agua, preparar los alimentos. Tan pronto como Camilia la vio entrar, la hizo pasar a su cuarto y mandó llamar a Rea Silvia.
No les sorprendieron las noticias que traía del Aventino. Que Aurelia y Númitor habían aceptado la invitación para asistir a los ritos matrimoniales de su sobrina ya lo sabían, pues la propia Anto se lo había comunicado a Rea la tarde anterior. Les impresionó, en cambio, conocer el estado de postración en que había quedado Aurelia tras conocer el embarazo de Rea y relacionarlo con el sueño premonitorio que había tenido unas noches antes. A juicio de Énule, su desazón y angustia la incapacitaban para ayudar en ese momento. Lo que hubiera de hacerse, habrían de decidirlo ellas tres. Así, durante largo rato debatieron sobre el mejor modo de actuar.

- Esta es la situación – resumió finalmente Camilia dirigiéndose a Rea –: tu marcha al Aventino para dar a luz en secreto sigue siendo la solución más apropiada y segura. La dificultad, ahora, es cómo eludir tu asistencia al matrimonio de Anto sin que se ofendan tus tíos, los reyes. Si Amulio y Criseida se disgustan pueden negarte el permiso para ir con tus padres y todo nuestro plan se vendría abajo.
Este último era un aspecto muy importante a considerar, pues las tres conocían el riesgo. Aunque no lo expresaran con palabras, tenían muy presente el encono y el odio que sentían los reyes hacia Rea Silvia. La joven vestal prefería no pensar en ello. Desde su consagración a Vesta, las veces que, por razón de su sacerdocio, había coincidido en actos públicos con sus tíos, se había mantenido a distancia. Le alteraba profundamente su cercanía, pues no podía olvidar que su hermano había sido asesinado por orden suya y que ella misma, de no haber intervenido felizmente Camilia, también estaría muerta. Si ya era difícil para una persona adulta encajar una monstruosidad semejante y fingir que no había pasado nada, cuánto más duro sería para un corazón joven.
Sin embargo, durante su reclusión voluntaria en la casa de las vestales, Rea Silvia había reflexionado mucho y aprendido algo esencial: para lograr que sus hijos naciesen, debía luchar ante todo por su propia supervivencia. Y no olvidaba ni un instante el consejo que le había dado la adivina Celia: a veces, para subsistir, hay que doblegarse a la fuerza del viento. La fuerza la tenían en ese momento el rey Amulio y su esposa y, aunque le repugnase, debía aceptarlo así. Desde la tarde anterior, un pensamiento aún sin concretar le rondaba la mente y, de improviso, tomo cuerpo.

- Cambiemos de idea – dijo –. Hagámoslo al contrario: ¿por qué no aprovechar el matrimonio de mi prima para convencer a Amulio y Criseida de que me dejen marchar al Aventino con mis padres?

La Vestal Máxima y Énule, que seguían intercambiando opiniones, se interrumpieron para mirarla,
sorprendidas.

- Si no voy a la boda, atraeré aún más la atención. Todo el mundo se extrañará de no verme, daré pie a habladurías y rumores. Puesto que mi salud me impide supuestamente desplazarme a una cabaña que está aquí al lado, ¿no me negarán mis tíos el permiso para ir hasta el Aventino alegando que se trata de un viaje demasiado largo y peligroso? ¡Ay, amigas, temo tanto las artimañas de Criseida como su odio!

- Quizá tengas razón… – concedió Camilia.

- ¿No te verán el vientre abultado? – intervino Énule.

- Ahora aún lo puedo disimular, pero ¿qué ocurriría si mis tíos me negaran el permiso y dentro de tres o cuatro lunas exigieran verme? Prefiero arriesgarme ahora, pues si me quedo escondida seguro que me descubrirán.

- ¡No lo digas siquiera! Sería horrible. ¿Se te ocurre alguna forma de convencerlos?

- Aún no, pero… – dijo con animación creciente Rea –. Los invitados deberían verme muy desmejorada, creer que padezco una dolencia grave. Haciéndose pública mi enfermedad, mis tíos no tendrían excusas ni argumentos para impedir a mis padres llevarme consigo. Podría, incluso, fingir un desmayo.
- Eso convendría reflexionarlo – objetó Camilia – porque algunas personas se acercarían a socorrerte, cuando lo aconsejable es que nadie se te aproxime mucho. A cierta distancia pasa más desapercibida tu redondez.

Debatieron durante largo rato estas ideas, ponderando contingencias y riesgos, cada vez más convencidas de la necesidad de llevarlas a cabo.

- En resumen, hemos de conseguir varios efectos – concluyó Énule –: mantener a la gente a distancia, disimular todo lo posible tu vientre y lograr que parezcas muy enferma.

- Y no olvides que necesitamos el favor de los dioses, porque de lo contrario… – añadió Camilia –. De propiciarlos me encargo yo. Nos quedan tres días para planear y resolver este asunto, tiempo suficiente si pensamos y trabajamos deprisa. ¡Pongámonos a la tarea!


Por primera vez en mucho tiempo, Rea Silvia se sintió renacer. Una potente energía brotaba en su interior llenándola de fuerza y de un sentimiento parecido al júbilo. Había descubierto, de pronto, que una parte de su destino dependía de ella misma, que no era necesario aguardar a que se desarrollaran los acontecimientos, sino que tenía la capacidad de provocarlos con su propia conducta. Cobraban así nuevo sentido las palabras de Celia, esa gran sabia: eran infinitas las maneras en que el hado se podía cumplir. No esperaría de brazos cruzados: era mucho mejor afrontar con decisión el futuro inmediato, poner los medios para proteger su maternidad.
Iniciativa, determinación y coraje florecieron en la joven vestal como las amapolas en los campos y produjeron el mismo efecto benéfico en cuantas personas se hallaba a su alrededor: iluminó sus espíritus y les insufló deseos de actuar. La eclosión de esas cualidades, fruto, sin duda, de su propio esfuerzo y de una madurez acelerada por las circunstancias, obraron un cambio radical en Rea Silvia que sería irreversible. De ello dejó constancia en su crónica oral Urbano Lacio cuando afirmaba “no la doblegaron ni el tiempo ni los sufrimientos/ pues una alegría interior la sostenía./ Si fue obra de Luna, de Divaida o de ambas diosas, poco importa:/ las madres gestan secretos que sólo conocen ellas.”

Equipada pues con esta nueva arma, llamó a su doncella Tuccia y le dio instrucciones: necesitaba que un criado fuera a buscar a su amiga Palantea y la hiciera venir urgentemente a la casa de las vestales. La encontraría seguramente en el bosque de Silana pero, si no estuviera allí, que fuera a la cabaña de Kritubis para averiguar dónde podía haber llevado a sus cerdos. Entretanto, la propia Tuccia iría a casa de la orfebre Valeria y la haría venir con su ayudante, pues le urgía conocer cómo se estaban desarrollando sus encargos; que le trajeran al mismo tiempo varias joyas y amuletos adecuados para regalar a Anto el día del matrimonio. Todo debía hacerse esa mañana.


Tampoco perdía el tiempo Énule: reunida con su hermana Amnesis en la penumbra de su cabaña, meditaban acerca de lo hablado con la Vestal Máxima y Rea Silvia y se concentraban en resolver alguno de los problemas. Se hacían en voz alta la pregunta “¿cómo parecer enferma?” y la repetían como una salmodia mientras penetraban más y más en sus propias mentes en busca de una revelación. Amnesis vio imágenes de rostros con una extrema palidez, pero no era útil en este caso: después de tanto tiempo sin exponerse a la luz del día, Rea estaba muy pálida. Sin embargo, había ganado peso y las formas de su cuerpo eran rotundas, lo que contradecía una apariencia enfermiza.

Esto las orientó a indagar en otra dirección. Rebuscó Énule en su memoria mujeres a quienes hubiera tratado con sus prácticas sanadoras. Se hundió en el tiempo y discurrió hacia atrás, antes de llegar a Alba Longa, y más atrás, cuando vivía en Tarquinia y, por fin, cuando habitaba en su Lavinio natal y aprendía de la sabiduría de una anciana. Ella le había enseñado las propiedades de las plantas y de ciertos animales; cómo emplearlas para curar o matar; los distintos modos de aplicación; las combinaciones, las proporciones y dosis así como las palabras mágicas sin las cuales todo lo demás se revelaba inútil frente a la fuerza de la naturaleza.
Recordó entonces a una mujer joven a quien se le hinchaba todo el cuerpo, en especial el vientre, y la piel se le había tornado de un color amarillento. Se había debilitado rápidamente, olía mal y vivió poco tiempo.

- Esto es lo que necesitamos – dijo abriendo los ojos y dirigiéndose a su hermana –: hemos de darle al cuerpo de Rea Silvia una tonalidad amarillo-verdosa. Mezcla tus tierras de colores hasta formar la combinación adecuada y piensa en cómo ligarlas para untarle la piel. Nadie conoce aún tu habilidad en la pintura de las paredes, así que no sospecharán…

EL SOLSTICIO DE VERANO Y LA DIOSA FORTUNA




Esta mañana, mientras descendíamos por el Tíber para ir al templo de Fors Fortuna a celebrar su fiesta, he empezado a leer a mis amigos lo que dice el buen Ovidio en sus Fastos para el día de hoy: “el tiempo se desliza y envejecemos silenciosamente con los años”. Me han abucheado y se han echado a reír, como corresponde a la alegría de esta fiesta. Y Amiana ha declarado abiertamente que se niega a envejecer en silencio. Al contrario, quiere hacer ruido y beber y divertirse. Se tambaleaba sobre la barca tratando de quitar la guirnalda de flores de la quilla para colocársela sobre las sienes. “¡Mírame con ojos favorables, Fors Fortuna, tú que eres la más plebeya de las diosas! – gritaba –. Haz que no me falte vino, deseos de beberlo y buena compañía, ya que no dispongo de oro ni de una gran mansión ni de juventud, si vamos a eso. Dame, al menos, alegría. ¡Ser plebeya ha de tener alguna compensación!”



NOTA: el 24 de junio se celebraba la fiesta de Fors Fortuna, cuyo templo había sido fundado por Servio Tulio, que llegó a ser rey de Roma habiendo nacido de una esclava de guerra. Os encantará vivir los detalles de esta fiesta
del solsticio de verano
. Disfrutad de esta fecha. Por otra parte, deciros que la autora de ese blog es, en la historia de la fundación de Roma, la doncella Tuccia, que con tanto afecto atendió a la reina Aurelia y ahora a su hija Rea Silvia.

miércoles, junio 22, 2011

RECUERDO DE VESPASIANO



Repasando la correspondencia de Julia Tertia, he encontrado esta carta de una amiga suya llamada Claudia, quién sabe si descendiente de la Claudia Hortensia que nos tiene tan ocupad@s. Recuerda al emperador Vespasiano, de cuya muerte se cumple hoy el aniversario. Aquí la tenéis.

lunes, junio 20, 2011

MÁS PRESIÓN


(XIV)
Urco había ascendido a la colina del Aventino por la ladera más próxima al río, aun a riesgo de encontrarse con criados de Númitor. Nunca había tenido problemas, sin embargo las órdenes eran mantenerse lejos de ellos y de su territorio. Ese día no pensaba hacerlo. Su madre, postrada con dolores por todo el cuerpo, necesitaba una cocción de laurel. No había bastante en la cabaña y no quería perder tiempo buscándolo en lugares más alejados. Se acercaba ya a un bosquecillo de laureles, cerca de la cumbre, cuando oyó hablar a gente y se ocultó.

Eran varias mujeres y por su conversación dedujo que también ellas recogían ramas del árbol sagrado. Una de las voces le pareció familiar. Y estaba tan absorto tratando de identificarla, que no se dio cuenta de haber sido descubierto hasta que, de pronto, lo agarraron de ambos brazos y lo alzaron, entre risas, sacándolo de su escondite.


- ¡Yo a ti te conozco! – dijo Amnesis con regocijo. Las demás mujeres sonreían también, relajadas al ver que se trataba de un niño - ¿No eres tú el que salvó a la perra atrapada en una zanja? ¿Qué haces por aquí?

- Vengo a por laurel – respondió con cautela.

- ¡Igual que nosotras! Vamos, amigas, continuad recogiendo, mientras hablo con este joven.

Se apartó unos pasos con él, mientras le preguntaba por su madre y por la suerte de la perra. Supo así que la perra había parido siete cachorros y que la madre de Urco estaba enferma, aunque él no sabía de qué. El laurel era para ella.
- ¡Haberlo dicho antes! Mi hermana está aquí, y conoce los secretos de la curación. Si no vives lejos, podríamos ir a verla.

El niño restó callado. En su expresión se reflejaba la duda. Al fin, bajando la voz dijo:

- Mi padre es Fáustulo, el mayoral de los rebaños del rey Amulio. Tenemos órdenes de no mezclarnos con los criados de Númitor ni pisar sus tierras. Ellos tampoco pueden entrar en las nuestras.

- Así que tienes prohibido estar aquí… ¿Por eso te escondías? Bueno – prosiguió Amnesis viendo preocupación en la cara del niño – a nosotras esas prohibiciones no nos afectan, porque no somos siervas de nadie. Dime dónde vives e iremos en cuanto sea posible. Mientras, llévate este laurel.


Estaba ya muy avanzado el día cuando, cargadas las ramas de laurel en el carro, las dos hermanas subieron a él y pidieron al carretero que penetrara en el Valle de Murcia para ir a la cabaña de Acca Larentia. Le había sido muy costoso a Énule tranquilizar a Aurelia, lograr serenarla para que su marido Númitor no advirtiera su trastorno y sospechase. De ningún modo debía saber él lo ocurrido a Rea Silvia, pues cuantas más personas estuvieran en el secreto, más difícil sería de guardar. Al miedo que ya experimentaba Aurelia por el embarazo de Rea Silvia se había sumado otro más angustioso, si cabía: el haber comprometido la asistencia de Rea a la boda de Anto y, por tanto, el exponerla a los ojos cargados de odio del rey Amulio.

Pronto había comprendido Énule que no cabía esperar de una madre tan conmocionada como ella ninguna solución para afrontar el encuentro de Rea Silvia con los reyes, sus tíos. Le rogó, pues, a Aurelia que confiara en ella y en la Vestal Máxima Camilia para resolverlo. Quizá encontrarían el medio de impedir a Rea Silvia asistir a la boda. Sólo después de una larguísima conversación y de dejarle preparados algunos remedios que la ayudasen a descansar y dormir, había podido marcharse.
Urco salió a recibirlas al valle cuando las vio llegar y las condujo a pie por la ladera del Palatino. En la puerta de la cabaña jugaban sus dos hermanos menores, un niño y una niña, y hozaban varios cerdos. En contraste con la luminosidad de la tarde, la oscuridad del interior era aún más intensa y Énule pidió a Urco que prendiera algunas lucernas para examinar a su madre y que esperase fuera. Acca seguía tumbada en un rincón y giró la cabeza en su dirección al oírles entrar. Enseguida pudo ver Énule su rostro magullado: contusiones en las mejillas, la boca y una ceja partidas, aún con rastros de sangre.

- ¿Quién te ha hecho esto? y ¿cuándo? – preguntó mientras la descubría para examinarle otras partes del cuerpo. Le reconoció minuciosamente los brazos, la espalda, el vientre abultado, las piernas. Y como Acca no respondía, insistió.

- Lo que nosotras hablemos no lo sabrá nadie. Ni tu marido, ni tus hijos, ni mi hermana. Nadie. Pongo a la diosa Divaida por testigo, pues ella protege la vida naciente tanto como la que se apaga. Habla para que te pueda ayudar.
Contó entonces Acca lo sucedido, la violación y los golpes que había sufrido a manos de Pratex y Catión a quien ella conocía porque eran también siervos de Amulio. La escuchó Énule al tiempo que le limpiaba las heridas con vino; recitando las fórmulas secretas para potenciar las virtudes de las plantas, preparó luego un emplasto de laurel para rebajarle la inflamación del rostro y de un costado y otro de corteza de abedul que hace cicatrizar las heridas. Le pareció buena señal que no hubiera sangrado por abajo, pese a haber sido golpeada también en el vientre.

- Quédate varios días tumbada, para que el feto se agarre bien, si es que ha sufrido algún daño. Y calma tu corazón. Esos sujetos han hecho mucho mal a otras personas y la ocasión para la venganza llegará cuando menos lo sospechen. Te alegrarás entonces de haber sabido esperar.

Dejó preparados varios remedios, llamó a Urco y le explicó cómo debía administrarlos. Finalmente, tras algunas recomendaciones y muchas muestras de mutuo aprecio por parte de ambas familias, las hermanas retornaron al valle y al carro y regresaron a Alba Longa.


La jornada no había sido más tranquila en la casa de las vestales. Después del mediodía Rea Silvia había recibido la visita de su prima Anto, que llegó palmoteando y sonriendo en todas direcciones: anunciaba una excelente noticia y su prima debía ser la primera en saberla. La acogió Rea en su cuarto, ofreciéndole asiento. Pero su prima, sin ninguna ceremonia, se abalanzó sobre ella para abrazarla y la vestal hubo de realizar muchos esfuerzos para mantener su vientre abultado a distancia del de Anto, e incluso fingir un pequeño mareo para que la soltase.

- En cuanto te diga lo que he venido a decirte, se te pasarán todos los males – dijo henchida de alegría –: tus padres vendrán a los ritos de mi matrimonio. ¡Estarás con ellos en la cabaña real, podrás abrazarlos y darles tantos besos como quieras! Se lo han confirmado esta mañana unos criados a mi madre. Ahora sé que será el día más feliz de mi vida.

Si quedaba algún rastro de color en las mejillas de
Rea, en ese instante se desvaneció. Como la harina al ser amasada, su espíritu era estrujado, estirado, golpeado contra el obrador, aplanado a golpes y vuelto a heñir con los puños por las dos fuerzas contrarias que estaban en liza: el deseo de ver y abrazar a sus padres y el temor a que su embarazo fuera descubierto.
- No sé si me encontraré en condiciones de asistir, Anto – logró decir al fin –. Últimamente estoy peor.

- Ni puedes ni debes ir, y digo esto respetuosamente – intervino la doncella Tuccia –. Discúlpame, noble Anto, tu prima se esfuerza mucho en mostrarte su mejor apariencia, pero…

- ¡Prima, prima, no me digas que no! – interrumpió Anto cogiendo las manos de Rea Silvia –. Has de venir, necesito tu compañía en un momento tan importante. ¿Qué distancia hay desde aquí a la cabaña real? Si no te atreves andar, que te traigan en carro. Luego estarás sentada todo el tiempo y, si necesitas recostarte, puedes hacerlo en mi habitación.

- Lo intentaré, Anto – dijo finalmente Rea – pero no te aseguro nada…

- Hazlo, porque tus padres han puesto como condición para asistir que vengas tú. ¡No puedes defraudarlos a ellos ni hacer un desprecio a los míos! ¿Sabes? Quiero que seas tú quien nos presente el fuego sagrado… De él tomaré yo el tizón para encender el de mi nuevo hogar. ¡Cuántas esposas desearían recibirlo de manos una virgen vestal! En cuanto a mi marido...
Anto habló con entusiasmo de su futuro esposo. A Rea le gustaría, pues era muy gentil. ¡Y muy guapo! Mucho más alto que ella porque era dos años mayor. Aunque su familia y él mismo eran de Lavinio, por expreso acuerdo entre las familias vivirían en Alba Longa, en la casa que había sido de Amulio y Criseida y que, al trasladarse ellos a la cabaña real, había quedado vacía.

- Hasta su nombre es precioso: Nipace. Suena como las gotas de agua al caer en la fuente: Ni-pa-ce-ni-pa-ce… – seguía diciendo Anto.

A Rea Silvia, en cambio, le parecía una melodía lúgubre, como aquella que tocaban los flautistas el día del funeral de su hermano. Una corza acorralada por los perros no se sentiría peor. Su corazón se ensombreció.

domingo, junio 19, 2011

BUENAS NOTICIAS: TITO LIVIO Y LA FUNDACIÓN DE ROMA




He aquí lo que, en el prefacio de su gran obra “Ab urbe condita” (Desde la fundación de la ciudad), dice el historiador Tito Livio:

“Los hechos previos a la fundación de Roma o, incluso, a que se hubiese pensado en fundarla, cuya tradición se basa en fabulaciones poéticas que los embellecen, más que en documentos históricos bien conservados, no tengo intención de avalarlos ni de desmentirlos. Es ésta una concesión que se hace a la antigüedad; magnificar, entremezclando lo humano y lo maravilloso, los orígenes de las ciudades; y si a algún pueblo se le debe reconocer el derecho a sacralizar sus orígenes y a relacionarlos con la intervención de los dioses, es tal la gloria militar del pueblo romano que su pretensión de que su nacimiento y el de su fundador se deben a Marte más a que a ningún otro la acepta el género humano con la misma ecuanimidad con que acepta su dominio.”

Puede decirse, queridos amigos, que Claudia Hortensia, su coetánea y narradora de la historia de la fundación de Roma que estamos leyendo, cuenta con la benevolencia y hasta el apoyo implícito de tan magno escritor.

viernes, junio 17, 2011

DESEOS DE VENGANZA


(XIII)
Hasta en un corazón noble cabe el odio. Acca Larentia lo sintió crecer con furia, con una fuerza destructiva y arrolladora que nacía en sus entrañas y afloraba en su rostro a través de la boca contraída, los dientes rechinantes.
La fiera que todo ser humano lleva dentro se asomó a sus ojos, indomable como un huracán y pavorosa como los montes en llamas. El pecho le estallaba de ira y hubiera querido golpear el suelo con los puños, correr hasta quedarse sin aliento, morder, gritar, derribar árboles, hundir el mundo. Se lo impedía su cuerpo magullado,maltratado con crueldad por esas bestias que habían tomado por la fuerza lo que voluntariamente se debe dar.

Se sentó en el suelo, recompuso sus ropas y su cabello e hizo un esfuerzo por recobrar poco a poco el dominio de sí. No diría nada a su marido. Era un hombre bueno y pacífico, enfrentarlo a los sicarios del rey Amulio sería un error y más todavía reclamarle a éste justicia. Además, lo ocurrido era asunto suyo. Cuando recobró las fuerzas y el ánimo, se levantó trabajosamente. Bordeando la charca, alcanzó la orilla del río donde los rayos del sol, que se dirigía ya hacia el ocaso, herían el agua. Allí se despojó de la túnica.
- Padre Tíber, dador de vida – dijo –, el benéfico, el terrible, el que riega los campos y aplaca la sed, el que tritura rocas y arranca árboles de cuajo, el que crea y destruye; a ti, Padre Tíber, te invoco: asísteme. Cerca de tus aguas dos hombres me han violentado, profanando con ello a la entera naturaleza. Lo que de ellos quede en mi cuerpo, a ti te lo entrego. Castígalos o, mejor, dame el instrumento de la venganza y yo haré que te lo agradezcan cuantos habiten en tus riberas y que te honren para siempre por ello. Y, mientras viva, te ofrendaré vino puro todos los días.

Diciendo estas palabras penetró en el agua, se hundió en ella hasta la cabeza y se purificó. El Tíber la acogió entre sus brazos majestuoso y benévolo, susurrante, sus ondas se llevaron consigo los restos inmundos de la agresión y calmaron su ira. Como un buen padre, atendió sus súplicas. Y el hijo que habría de perder por culpa de aquellos miserables, él se lo devolvería duplicado.


Cuando Urco regresó esa noche a su casa, encontró a su madre tendida sobre la piel de cordero que le servía de lecho. Sus hermanos pequeños dormían en un rincón, lejos del fuego, pues hacía calor. Un caldero humeaba colgado sobre las brasas. Se llenó un cuenco con sopa de coles y fue a sentarse al lado de ella.

- ¿Qué pasa, madre? – preguntó tras haber devorado la comida –. ¿Estás bien?

- Ha parido la perra – fue la respuesta de Acca.

Urco se levantó de un salto y salió de la cabaña. Entre la parte trasera de la choza y la pared de roca se formaba un espacio pequeño y recogido y allí se había refugiado la perra para alumbrar sus cachorros. Había poca luz, pero aún así la luna iluminó los ojos de la perra y su lengua al lamer una de las cabecitas. El cachorro apoyaba la oreja derecha sobre la pata de su madre y dormía plácidamente, con el hocico cerrado. Al sentir la caricia de la lengua
materna sobre su piel, pareció sonreír y su pecho se estremeció con un hondo suspiro. Urco sintió deseos de tocarlo, pero se dominó. Habrían de pasar unos días hasta que la madre lo permitiera.

- Eres una buena perra, Bona – dijo antes de retirarse a dormir.


Lo despertó de madrugada la agitación de su madre. Se acercó a ella y le tocó el hombro. Ella emitió un gemido de dolor, pero no parecía despierta. Sudaba y las manos le ardían. Humedeció un trapo para ponérselo sobre la frente y ya no se separó de su lado.


A esa misma hora se habían levantado Énule y Amnesis y se preparaban para emprender el camino al Aventino. Por disposición de la Vestal Máxima Camilia, un criado las llevaría en carro hasta el pie de la colina y las esperaría para llevarlas de regreso a Alba Longa. Iban a recoger laurel, una planta sagrada que crecía en abundancia en la cumbre de esa colina y las vestales necesitaban para las purificaciones. Ese pretexto escondía la verdadera razón de su visita, que era informar a Aurelia del estado de Rea Silvia sin que nadie lo supiese. Tenían orden de hablar con ella a solas.

Ya en camino, dudaba Amnesis si debería estar presente durante esa delicada conversación, pues ella no había tratado nunca a Aurelia. En cambio, su hermana Énule se había relacionado mucho con ella cuando era reina y sus servicios eran muy apreciados en la cabaña real. Por otra parte, alguien debía recoger laurel para justificar el viaje. Finalmente las hermanas acordaron que, una vez llegadas a la cabaña de Númitor y realizados los saludos de rigor, Amnesis declararía la necesidad de ir a buscar laurel y pediría para ello la ayuda de las siervas de la casa. De este modo podrían quedarse a solas Énule y Aurelia y hablar sin testigos.
Poco antes del mediodía llegaron hasta donde concluía el camino accesible para el carro y siguieron a pie durante un trecho. Avisada por sus criadas de la proximidad de una visita, Aurelia salió corriendo a la puerta y, al reconocer a Énule, la recibió con los brazos abiertos. La última vez que se habían visto Aurelia aún era reina de Alba Longa, feliz madre de un hijo y una hija que eran su gozo. ¡Qué voluble es Fortuna, qué veloz gira su rueda! En un parpadeo pone abajo lo que estaba arriba y al oriente lo que miraba a poniente. Tras el abrazo y las presentaciones, se contemplaron detenidamente. Aurelia había envejecido y adelgazado, pero se percibía su fuerza y algo parecido a la alegría. Siguiendo el plan acordado, Énule justificó su presencia en la necesidad de recoger laurel y rogó a las criadas de la casa que acompañaran a Amnesis y la ayudasen en esa tarea. Cuando se hubieron marchado, ellas dos entraron en la cabaña y se sentaron en la penumbra para protegerse del calor.

- No te he dicho toda la verdad, Aurelia – dijo Énule una vez acomodadas. Aurelia contuvo un instante la respiración.

- ¿Está bien mi hija?
- Sí y no. Su salud es buena, pero está en grave peligro. Va a ser madre.

De todos los golpes posibles, de todas las angustias y temores que la desazonaban desde que había recibido un aviso en sueños, este era el único que Aurelia no había previsto. Le faltaba el aire, el mundo daba vueltas a su alrededor. El corazón le latía en las sienes y todo el cuerpo le temblaba. Rea Silvia encinta… Una muerte segura, un suplicio bestial. Énule la sujetó de la espalda para evitar que se desplomara y la abrazó. Le habló en susurros pidiéndole calma. Nadie lo sabía, nadie debía saberlo, por eso la Vestal Máxima Camilia la había enviado a hablar con ella. Creían posible ocultarlo y ayudar a Rea a salir con bien de ese trance.

Poco a poco se tranquilizó Aurelia, aunque su cuerpo era un nudo de ansia y tensión y su mente un torbellino de preguntas. Con orden y calma las respondió Énule y, satisfecha esa primera necesidad de saber, le relató lo ocurrido: la paternidad de Marte, la negativa de Rea Silvia a deshacer el embarazo, las personas que estaban a su alrededor y la protegían. Luego le habló de la decisión de Camilia de avisarla y consultar con ella su plan: conseguir el permiso del rey para traerla al Aventino, donde podría parir en secreto. Desde que supo del embarazo, hacía más de cuatro ciclos lunares, Rea Silvia no salía de la casa de las vestales para evitar el riesgo de ser descubierta. Algo que podía ocurrir en cualquier momento, pues ya se evidenciaba su estado. Por eso era importante actuar con rapidez.
Aurelia dio un grito y se llevó las manos a la cabeza. Gimió y gritó y se lamentó y no había nada que pudiera hacer Énule para calmarla.

- ¡Qué he hecho! ¡Qué he hecho, desgraciada de mí...!

Sólo después de muchos ruegos y de hacerle beber una tisana tranquilizante pudo la joven conseguir apaciguarla un poco y averiguar la causa de tanta desesperación.

- Númitor y yo hemos aceptado asistir a la boda de mi sobrina Anto y comprometido la asistencia de Rea Silvia. ¡Tendrá que comparecer delante del rey Amulio, de mi cuñada Criseida y los demás invitados! ¡Ay, ay!, por mi culpa la van a descubrir…

Si le hubieran dado un mazazo en la cabeza, como se hace en los sacrificios, Énule no se hubiera conmocionado más.