jueves, febrero 02, 2012

ALGUNA LUZ



(XXIV)
La Vestal Máxima Camilia había enviado a Urbano Lacio al Aventino a entrevistarse con Númitor. El río Tíber se había desbordado y Acca Larentia, sola en su cabaña, estaba a punto de parir. Criseida había convencido a Amulio de enviar a su partera con Rea Silvia para controlarla.
Anto se secó una lágrima y recibió con aparente aplomo a un criado que traía un mensaje de la reina: la criada Cora debía presentarse inmediatamente en la cabaña real, pues la reina Criseida necesitaba contar con sus servicios durante unos cuantos días. Asintió Anto sin hacer preguntas. Ordenó a Cora preparar lo que necesitara y marcharse para no hacer esperar a la reina.
- ¡Al fin podremos hablar con tranquilidad en nuestra propia casa! – exclamó cuando la criada se hubo marchado. Esa mujer no le gustaba –. ¿Para qué la querrá mi madre?

- Qué más da – respondió Nipace, sentándose a su lado junto al fuego –. Quien importa ahora es tu padre. ¿Te sientes con fuerzas para llevar a cabo nuestro plan?

- Tenga o no tenga fuerzas, he de hacerlo. De lo contrario jamás viviré tranquila. Y no lo llames así: desde ayer no tengo padre…

Las lágrimas asomaron de nuevo a sus ojos y Nipace le pas
ó un brazo por la cintura y la abrazó. Tras la conversación que había mantenido con la Vestal Máxima Camilia, Anto estaba destrozada. Al principio se había resistido a aceptar que el rey Amulio abrigara un odio tan monstruoso hacia su propio hermano y su sobrina Rea Silvia. Sin embargo, a medida que discurrían las horas y las lágrimas, el repaso de los acontecimientos de los dos últimos años ponía en evidencia que Camilia no había errado en su juicio. Su padre era un hombre despiadado, carecía de escrúpulos, y sus actos estaban guiados por su voluntad de hacer mal.
- Tendrás que ser muy convincente – dijo Nipace –. No será fácil hacer creer al rey Amulio que has cambiado de parecer.

- Puedo hacerlo, no lo dudes. ¿Sería hija suya si no supiera fingir? – respondió con amargura. Y hubo de interrumpirse de nuevo por el llanto.

- No eres como él, ni te pareces a él, Anto querida. Al contrario, eres la persona más bondadosa y dulce que he conocido jamás. Soy muy afortunado.

- En realidad, habré de mentir poco…– prosiguió Anto pensativa. Pero de nuevo la angustia se apoderó de ella –. ¿Y si fracasa nuestro intento? ¡Sería espantoso que saliera mal!

- Hemos examinado este asunto muchas veces: para tu prima todo está perdido. Nada puede empeorar su situación. Si Camilia ha juzgado el carácter de Amulio con acierto y yo, por mi parte, no me equivoco en mis previsiones, creo que nuestro plan saldrá bien. Ten confianza en ti misma y en las divinidades que protegen a Rea.

Volvió a abrazarla y le murmuró al oído palabras de ánimo. Luego le cogió el rostro entre las manos para que lo mirase y añadió:

- Deséame suerte, esposa. ¡También yo he de hacer bien mi papel! Voy a pedir audiencia al rey.

Anto asintió y lo ayudó a colocarse un manto para salir. Una ráfaga de aire helado se coló por la puerta abierta y agitó violentamente las llamas del hogar. Se encogió con un estremecimiento. Desde que su marido y ella habían decidido actuar a la desesperada, una fiera salvaje le desgarraba el vientre; su pecho era un mar revuelto por el temor y las dudas; la idea de reencontrarse con el rey le producía nauseas y un gran desasosiego. La repugnancia de Anto era comprensible: iba a pedirle a su padre que matase a Rea Silvia.



“Lágrimas de dolor derramaban los cielos/ noche, muerte, furia, fango,/ el Tíber era una espada de agua/ y el corazón de Aurelia un muñón sangrante.” Con estos oscuros versos resumió Urbano Lacio su viaje a la cabaña de Númitor en el Aventino. Poco más dijo, aunque sabemos por otras fuentes que el encuentro con Númitor y Aurelia le causó una honda impresión. Agotado, empapado de agua y sucio, temblando de frío, arribó el futuro cronista oral a la cabaña de Númitor pasado el mediodía, tras un penosísimo viaje por caminos embarrados y azotados en el último tramo por una lluvia torrencial.
Más helado aún habría de quedarse: Aurelia se hallaba a las puertas de la muerte. Aquella mujer enérgica, ejemplo de entereza y modelo de reina, había claudicado. Eso le dijo Énule en voz baja, mientras le daba una taza de caldo muy caliente y lo obligaba a quitarse la ropa empapada delante del fuego.

- Se está dejando morir – dijo con dolor en la voz.

- ¡No puede hacerlo! ¡No puede abandonar a Rea Silvia! – respondió Urbano Lacio con pasión.

- Aurelia cree que por culpa suya Rea fue descubierta y va a ser ejecutada. Carece de fuerzas para enfrentarse a la muerte de su hija y sus nietos. No quiere sobrevivirlos.

- Pero debe hacerlo. Precisamente traigo un recado de la Vestal Máxima Camilia: creemos saber dónde ha escondido el rey Amulio a Rea Silvia y su doncella Tuccia. Es preciso que vengas, Énule, hallaremos el modo de que la puedas asistir en el parto. Y después, ya veremos…

Énule se lo quedó mirando un instante y luego lo estrechó en un abrazo. Aún estaban comentando detalles de la noticia, cuando llegó Númitor y el joven se apresuró a repetir el recado.
- Traes la esperanza a un hogar habitado por sombras y donde todo futuro se reduce a la muerte – dijo Númitor. Énule asintió y dirigió la mirada hacia el rincón de la cabaña donde estaba el lecho de Aurelia. Tenía los ojos cerrados y la respiración lenta. Con voz quebrada, Númitor añadió:

- Ya ves cómo está mi esposa. No podemos dejarla sola en este estado. Ve y dile de mi parte a la Vestal Máxima Camilia que venga mañana. Es la mejor amiga de Aurelia, la mejor compañía en estos momentos de zozobra y dolor. Cuando ella llegue y se haga cargo de atenderla, Énule y yo partiremos hacia Alba Longa para estar lo más cerca posible de mi hija. Si lo hacemos como digo, mañana por la noche estaremos allí.

No añadió nada más. Sus ojos reflejaban una profunda tristeza. ¿Quería también el destino que este hombre, tan maltratado por su propio hermano, hubiera de perder al mismo tiempo a su mujer y a su hija?

Cuando Urbano Lacio salió de la cabaña, la lluvia había cesado y el aire límpido permitía ver un panorama extenso. Decidió subir rápidamente a la cumbre del Aventino para contemplar el espectáculo del río desbordado. Bajo el precipicio que caía en vertical sobre el camino de Ostia y el cauce, el Tíber bramaba. Los espumarajos que salían de sus fauces, turbios de fango, rompían contra la escarpadura a la colina. Sobrecogido y fascinado por la potencia del río, Urbano Lacio se dirigió a la vertiente que daba al valle de Murcia.
No quedaba rastro de los depósitos de sal, ni de la llanura donde se celebraba el mercado, ni señal alguna del Ara Máxima de Hércules. Todo lo invadía el agua. Miró hacia la colina del Palatino, aislada como un peñasco en medio del mar, y buscó en la cima la cabaña de su amigo Urco. Allí estaba, solitaria y fantasmal, con una fina voluta de humo ascendiendo desde el tejado. La escalera de Caco sufría las horrísonas acometidas del agua: la espuma trepaba con violencia por ella y se hundía luego en un caldo fangoso. Al lado, la gruta donde los pastores veneraban al dios Fauno abría su boca negra.

Urbano sacudió la cabeza para sustraerse al hechizo del río. Echó una última ojeada al paisaje desolado y regresó a la cabaña de Númitor donde se despidió. Iría cuanto antes a Alba Longa a comunicar la respuesta a Camilia.


La doncella Tuccia hilaba la lana de oveja que habían recibido el día anterior mientras Rea Silvia, sentada ante un telar rudimentario construido por ellas mismas meses atrás, tejía a buen ritmo. Trabajaban a la luz de la lumbre, pues reservaban el aceite de las lucernas por si les hacía falta más adelante, cuando nacieran los gemelos. Las llamas y su calor reconfortante les enrojecían las mejillas. De vez en cuando cantaban una canción como hacen las campesinas para marcar el ritmo del trabajo, hablaban de personas conocidas o recordaban una tarea pendiente. Era ya media tarde cuando Rea Silvia se puso en pie, se colocó las palmas de las manos en los riñones y se irguió arqueando hacia atrás los hombros y la espalda.
- ¿Cambiamos? – propuso a Tuccia, pues solían turnarse en la rueca y el telar. Mientras la doncella terminaba un cabo, Rea dio unos cuantos pasos por la cabaña para estirar las piernas. Salvo para coger los madroños, no habían salido de la cabaña en todo el día, pues el frío era intenso. Se arrimó al ventanuco para mirar al exterior. Le pareció oír algo y acercó más la cabeza a la abertura con expresión desconcertada. Tuccia le habló, pero ella le hizo un gesto con la mano para que callara y la doncella se apresuró a acercarse. En su aislamiento, cada ruido tenía su significado.

Lo que parecía al principio el canto de un ave, se transformó en una melodía dulcísima. Otra vez el ave. Y de nuevo un sonido que recordaba el repiqueteo de la lluvia sobre los charcos y, después, el zureo de una paloma. Siguió un son alegre y sofocado como la risa de una adolescente que acaba de conocer el amor y, tras él, la voz de un cuco derivaba en lamento.

- ¡Es Palantea! – gritó Rea Silvia. Y salió a la puerta sin detenerse un instante a coger el manto. Tuccia la siguió, le echó sobre los hombros la piel de oveja y volvió a entrar a toda prisa para ponerse el suyo.
La explanada de la cabaña estaba desierta, nada se movía tampoco en el cinturón de árboles a su alrededor, ni en el camino. Giraron sobre sí mismas, mirando hacia todas partes, desconcertadas. Sonó la música con mayor claridad, muy suave. Parecía llegar desde algún punto alto y cercano. Levantaron entonces la vista y las vieron: sobre uno de los farallones de roca a cuyos pies crecían los madroños, Palantea tocaba la siringa mientras las demás movían los brazos a modo de saludo.

Corrió Tuccia al pie de la roca con los ojos llenos de lágrimas, y Rea Silvia la siguió con dificultad. Lloraban y reían al mismo tiempo, felices de reencontrarse con sus amigas. Desde lo alto del muro rocoso las lágrimas caían también como la lluvia y se mandaban besos por el aire y sonrisas y gestos de alegría y aprobación.

- Hay un hombre vigilando – dijo Tuccia, haciendo bocina con las manos y tratando de no alzar mucho la voz, aunque la pared tenía tres o cuatro veces la altura de Rea Silvia.

- Sí, si – respondió de igual modo Kritubis –. Por eso hemos dado la vuelta.
- Mañana os traeremos comida, ropa y la cuna para los gemelos – dijo Palantea.

- ¡Y los amuletos! – susurró Valeria.

Durante un rato intercambiaron palabras sueltas y gestos. Rea Silvia señaló repetidamente con el dedo hacia su derecha, para indicar a sus amigas la existencia de unas rocas de menor altura. Y ellas por señas le contestaron que sí, que las habían visto y tratarían acercarse por ese lado. Al fin se despidieron porque la tarde avanzaba deprisa y era peligroso que la oscuridad les sorprendiera en aquella selva.

Pese a la excitación y la alegría, hacía mucho tiempo que las amigas no dormían tan profundamente como lo hicieron esa noche, unas en Alba Longa, otras al amparo del bosque de Silana.

25 comentarios:

mariajesusparadela dijo...

Es bueno recuperar a las personas queridas y la tranquilidad de sabernos protegidas. Por eso se duerme mejor.

Dilaida dijo...

Me alegro mucho que hayan encontrado el escondrijo de Rea Silvia, espero que al día siguiente lleguen antes que Cora.
Bicos

fgiucich dijo...

No todo está perdido: la luz empieza a asomar entre las sombras de la traición. Un excelente capítulo. Abrazos.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Alegre y confiado se halla mi corazón al haber sido descubierta por mi amiga Palantea, por Kritubis y por Valeria. Aunque no he podido darles un abrazo, su sola presencia me ha bastado.
Aún ignoro el estado de mi madre, la reina Aurelia, y he conciliado el sueño como hacía tiempo que no lo hacía.

Todo son preparativos, querida Isabel, para la llegada de los gemelos y la asistencia a Rea Silvia, cuya vida pende de un hilo. Hago invocaciones para que Cora se extravíe en el bosque y para que Aurelia recobre la salud.

Sigue la tensión, el ritmo narrativo que se acelera, pero que jamás pierde la delicada narración de los pequeños hechos cotidianos y las emociones delicadas de nuestras protagonistas.
Vas estupendamente, Isabel, te felicito.

Un grandísimo abrazo.

La Dame Masquée dijo...

He seguido el camino de Urbano Lacio y no se imagina cómo me he deleitado en la contemplación de ese inquietante paisaje. Me ha gustado mucho, madame.

Buenas noches

Bisous

virgi dijo...

Alternas alegrías con tristezas y nos tienes embaucados con esta historia. Sufrimos con Aurelia, odiamos a Criseida, bailamos al son de la siringa, nos entra el vértigo en los precipicios y vemos como se desborda el río imperial.
Un abrazo, que los dioses protejan a Rea Silvia, a los gemelos y a quien escribe las crónicas.

Juan Enrique Vicuña dijo...

Isabel: Siempre sorprendes con tus escritos. Ojalá tuviera tiempo para leerlos todos. Un abrazo.

Mayte dijo...

Por fin un poco de esperanza y tranquilidad para ls mujeres de Roma...que la noche sea serena, al menos una noche....

Espléndido Isabel!

Besos.

Paz Juan dijo...

Creo que nunca he tocado la siringa con mayor gozo.
¡Me alegra tanto volver a ver a mi amiga viva..!

¡Qué preciosidad de capítulo, Isabel! ¡Brava!
Un abrazo muy, muy fuerte y gracias por este casi final de primer libro soberbio. Te ha quedado de cine,

GABU dijo...

=) ¡¡YO SABÍA QUE TODO IRÍA POR BUEN CAMINO AL FIN!!! =)

P.D.:De aquí en adelante todo deberá ser cauteloso y sobretodo,arriesgado...

BESITOS AMIGA :)

María Antonia Moreno dijo...

Esperanza.
Luz.
Esto marcha!!!!

Un beso

Dolors Jimeno dijo...

Me encanta ese trabajo en equipo. Lo que mueven los afectos! Excelente, Isbel.
D.

RGAlmazán dijo...

No me gusta un pelo esto. Fuerzas contrarias se alían para evitar mis planes. Espero poder seguir adelante. No me fío de nadie.
Rey Amulio

Querida amiga, pásatelo bien. ¿Estás con los moros o los cristianos? Yo te veo más con los romanos.
Besos

Salud y República

África dijo...

Guauuu, qué capítulo más sabroso y estupendo! :D
Qué alegría encontrar a Rea, volver a verse, saberse querida, tranquilizarse un poco sabiendo el apoyo que recibe!
Creo que los planes de los malosos no van a salir del todo a pedir de boca.
Y qué está tramando Anto???
Ayyy...si es que siempre nos dejas con más ganas!


Un beso

Cayetano dijo...

En encuentro supone un alivio, un paréntesis, una tregua de amistad y consuelo en el camino del dolor y la perfidia.
Un saludo.

Natàlia Tàrraco dijo...

Clama Natura como símbolo de lo inaprensible, atónitos deja a los humanos que se hacen preguntas invocando sortilegios.
Pero llega la hora de alumbrar, de dar luz a dos vidas, la amistad se conjuga, es verdadera, palpable, actua, aunque hacen falta conjuros por si acaso.
Confio, yo,Acca, que he de parir ahora, en la fuerza de la vida por vivir, !Ave! que así sea.

Isabel, voy a regañarte, jejeje, porque esperaba tu visita, ya de dos semanas, a mi particular mito femenino, uno de los más intensos en la psiquis femenina.

En esa estamos, tú y yo, unidas a la fraternal, misteriosa, diversa, personalidad femenina.

Disculpas, que de no visitarte puntual es porque estoy en mis letras que me comen el tiempo.
Besitos muchos, ya queda menos pero la intriga me corroe.

Isabel dijo...

Desando ya que nazcan los gemelos, qué larga la espera.

Besos

Valeria dijo...

Si alguna vez los dioses ayudaron a mis manos a doblegar con acierto los metales, ha sido en estos tiempos, creando los amuletos para Rea Silvia, mi señora, mi amiga. Que Silana la proteja...

Que maravilla, Isabel, tu novela. Un camino tan largo y tan bien trenzado. Tú sí tienes manos de orfebre.

No tardes mucho en volver.

Un gran abrazo.

Elysa dijo...

Es el título ideal, por fin alguna luz. He sentido la alegría del reencuentro entre las amigas, me he visto allí como una más.

Besitos, Isabel

Alejandra Sotelo Faderland dijo...

Es de imaginarse la alegria del reencuentro aun desde las rocas entre personas separadas tanto tiempo.
Esperemos que el plan de Anto y Nipace funcione, junto con todo lo que estan tramando los amigos.

Lucio Nasón dijo...

Sigo su relato con el interés del ciudadano romano.

elena clásica dijo...

Esa dulce música solo podía pertenecer a la llamada de la siringa de Palantea. El encuentro no podía ser más prometedor, guiado de la suavidad de las notas que traspasan las fronteras trazadas por la humana maldad. "Las lágrimas caían como la lluvia, vuelan los besos por el aire".

La alegría del reencuentro después de la terrible incertidumbre, en un momento en el que no cabe preguntarse por el futuro, sino emocionarse ante el presente deseado.

Qué diferente a la furia de la naturaleza que contempla Urbano Lacio. Tanta pasión derrama como el caudal enfurecido del Tíber al suplicar que Aurelia se haga fuerte para ayudar a Rea Silvia.
Qué grande es este Urbano Lacio.

La pobre Anto ha de mostrar su audacia en aras del cariño y la supervivencia. Al menos cuenta con Nipace.

Un capítulo muy intenso y con un toque de alegría, ¡qué gusto!

Un abrazo, querida, espero que estés disfrutando mucho por Sax.

Mar Horno dijo...

Aunque me pierdo un poco en la trama, porque no sigo la novela desde el principio, disfruto con cada frase y cada escenario. Es como meter la cabeza en una fuente y aparecer en otro tiempo, en otro mundo. Qué habilidad la tuya Isabel, un beso.

Juanjo Montoliu dijo...

Se va acercando el desenlace. Estás dando mucha emoción al relato. Engancha.

Sahara dijo...

Hola Isabel. Siento mucho no poder deleitarme más a menudo con tu relato, pero Saturno me priva del tiempo que necesito y, últimamente, ando muy escaso de este precioso bien. Por cierto, hablando de tiempo, ¡ya tengo una nueva entrada! Gracias por seguirme :)

Este capítulo es, sencillamente, tremendo. Te va hundiendo y minando el ánimo conforme vas leyendo. Todo son malas noticias y premoniciones de gran pesar. Menos mal que al final parece que se anima un poco la cosa, gracias al hallazgo del lugar de cautiverio de Rea y al encuentro, en la distancia, de las amigas.

Amiga mía, consigues cambiar mi ánimo y, según voy leyendo, haces que se acompase al son de los hechos que relatas.

Un cordial saludo.