El maestro Rafael conoce bien el amor, sus placeres y sus contratiempos, por más que él mismo haya padecido pocos. Adora a Margherita y ella le ama también. Nada más puede pedirse. Eros lo ha favorecido si
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Margherita ya puede ver el rostro de la mujer contra la que van a dispararse las flechas. Son tres los amorcillos que vuelan sobre ella y afinan la puntería. Aunque alza la cabeza y la vuelve ligeramente hacia atrás, Galatea no advierte el peligro. Es como si hubiera escuchando algo y tratara de descifrarlo. ¿Acaso ha sentido un batir de alas, o el leve siseo de las flechas al rozar contra el arco? Sea lo que fuere lo que ha llamado su atención, no le ha causado miedo. Su rostro es sereno. Y tan bello, que por un momento la fornarina siente celos de su hermosura y l
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- Galatea no es rival para ti – le dice riéndose Rafael, cuando baja del andamio y advierte que está malhumorada. La besa en el cuello, le mordisquea la oreja y la abraza con fuerza hasta que Margherita se rinde a sus caricias y vuelve a sonreír.
Rafael no miente. Cuando trabaja puede imaginar ninfas, diosas, madonnas y santas, seres perfectos, exquisitos, porque ama la belleza y desea que otros la amen también. Pero su carne y su piel exigen el contacto con otra piel humana, unos ojos que no miren al cielo, sino a él. Quiere sentir calor, una voz, un cuerpo estremecido. Pintar y vivir, aun estando entremezcladas, son cosas diferentes. La pintura es un espejismo. O un espejo. El maestro ha escogido para Galatea un momento glorioso. Sin embargo, no podrá impedir la desdicha de la ninfa, ni la de Margherita.
* Autorretrato de Rafael en el fresco "La escuela de Atenas". Vaticano
*Detalle del fresco "El triunfo de Galatea". Villa Farnesina
5 comentarios:
un relato maravilloso. Me gustó el reconocimiento de la necesidad del contacto con otra piel humana. Es una historia muy gráfica de la necesidad de la belleza.
Sí, también yo creo que la belleza es necesaria.Una aspiración...
Sabes Isabel, no tengo ni idea de como eres, pero imagino en ti una gran belleza. Una belleza sensible.
Además, llamándote romana, no puede ser de otra manera
Lo de "romana" es un sobrenombre que me he atribuido de manera un tanto pretenciosa. Hubo una santa (entre el XIV y el XV) que se llamaba Francesca y le dieron ese título sus conciudadanos por su gran implicación en la ciudad. Una mujer extraordinaria. No sé si conoces su iglesia, en el foro romano, se llama, claro, Santa Francesca Romana. Bueno, pues como estoy tan colgadita de Roma, me pareció que bien podría yo autodenominarme así. Si como afirman algunas creencias vivimos varias vidas sucesivas, en alguna de ellas yo he sido romana de verdad (¡aunque no santa!)
Seguramente una romana con toga ( o tunica), alguien que podia destapar los tejados del pasado para hacernos imaginar como fueron
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