lunes, abril 24, 2006

CIBELES Y ROMA ( I ) La diosa Cibeles en el puerto de Ostia


Una mañana de abril del año 204 a.C. un correo enviado desde el puerto de Ostia había cabalgado hasta Roma para anunciar al Senado que se avistaba la nave que traía desde Frigia la imagen de la diosa Cibeles. El anuncio se hizo público en el foro y corrió de boca en boca por los mercados, los talleres y las tabernas, se difundió por las laberínticas y atestadas callejuelas de la ciudad. Los esclavos corrían a avisar a sus amas, los músicos se apresuraron a ir a los templos para acompañar con sus flautas los sacrificios que, previsiblemente, se harían de inmediato y en los alrededores del foro boario, donde se vendían los animales, aumentó la animación. Cada cual, según sus posibilidades, quería comprar una gallina, un cerdo, una paloma, o un buey para manifestar su agradecimiento a los dioses. Esta era la noticia más esperada y deseada, aquella por la que con más fervor se había implorado a las divinidades en los últimos meses.
La segunda guerra que los romanos libraban contra los cartagineses duraba ya 16 años y había asolado gran parte de la península itálica. Las legiones romanas habían experimentado graves reveses, entre ellos la desastrosa derrota en Cannas, en la que perdieron la casi totalidad del ejército. Aníbal había llegado incluso ante las mismas puertas de Roma unos años antes, aterrorizando a la población. La sangría de soldados era interminable, se agotaba el dinero, la ciudad estaba exhausta y, con ella, todo el suelo itálico. Cibeles era su esperanza desde que las Sibilas, encargadas de leer e interpretar los mensajes oraculares de los Libros Sibilinos, habían dictaminado que la diosa debía estar en Roma para vencer a Aníbal. Y ese día estaba a punto de llegar.
Muchos romanos de manera espontánea, otros organizados en grupos por corporaciones, las matronas encargadas del culto de la diosa Fortuna de las Mujeres, una delegación del Senado, personas de toda edad y condición, se pusieron en camino para llegar a Ostia y recibir a la diosa en la misma desembocadura del Tíber, antes de que su nave remontara la corriente hasta el puerto fluvial de Roma donde le esperaría la recepción oficial.
Y cuando muchos estaban ya a mitad de camino, un rumor se fue extendiendo y saltando de grupo en grupo de caminantes para alcanzar Roma casi al mismo tiempo que los mensajeros y golpear a la ciudad como un mazazo: la nave había encallado a la entrada del río. Un presagio funesto. La alegría se transformó en angustia y más tarde en miedo cuando se supo que todos los esfuerzos para desencallar la nave habían fracasado. Y como siempre, en los momentos de crisis, los ojos asustados e inquisitivos de los romanos se dirigieron hacia las vírgenes Vestales. Quizá alguna de ellas había faltado a su castidad y los dioses, enojados, volvían la espalda a Roma. Cibeles se negaba a entrar.

6 comentarios:

Manuel Tendero Gil dijo...

Esto funciona muy bien

Isabel Barceló Chico dijo...

Gracias a tí, manolo, por tus consejo.

La gata que no esta triste y azul dijo...

Pobres mujeres, es bueno que exista a quien hecharle la culpa

eutelia dijo...

que buena la historia per se de la vestal Claudia, y bueno, todo lo "derivable" sobre simbologia, etc. Me gusta mucho la soltura con que das todos esos detalles historicos.
saludos!!

Anónimo dijo...

Quien es el pintor de ese cuadro?

Isabel Barceló Chico dijo...

Creo recordar que es una sibila de Guido Reni. Está en los Museos Capitolinos de Roma.