- ¡Eh, ciudadano!
Marco Ficinio se abría paso entre la multitud, cuidando de no tropezar con nadie y evitar, en lo posible, que aquella chusma le manchara la toga. Se dirigía al Teatro de Pompeyo, como miles de romanos más, dispuesto a divertirse con una comedia de Aristófanes. El teatro griego estaba de moda. Sonreía para sí mismo porque el gran Pompeyo acababa de adjudicarle un importante contrato de suministro de caballos para el ejército y, tal como estaban los asuntos políticos en Roma, seguro que se iban a necesitar a miles. Ardía en deseos de contárselo a sus amigos. Después del teatro celebrarían un banquete en su casa y tendría ocasión de explayarse relatando los detalles de la operación. Un triunfo rotundo del que se enorgullecía.
- ¡Eh, a ti te digo! ¡Ven, hermoso!
En una de las columnas del pórtico que precedía al teatro se apoyaba la muchacha que lo estaba llamando. Una más de las muchas prostitutas que acudían como moscas a la entrada de los espectáculos en busca de clientela. Marco no le prestó atención. Se detuvo allí mismo a esperar a sus amigos, entre un flujo de espectadores que no cesaba de aumentar.
- Mira lo que tengo para ti – dijo ella poniéndose delante de él y pasándose las manos por los pechos descubiertos – Sólo por seis ases...
Hizo un gesto para apartarla y le miró a la cara un instante. Se quedó helado con el brazo a mitad de camino. Por debajo de los afeites que coloreaban de rosa sus mejillas y sus labios y la espesa capa azul con que agrandaba los ojos, vio el rostro de su esposa. Marco retrocedió unos pasos sin dejar de mirarla. Sintió que le faltaba el aire. Dio media vuelta y echó a andar contracorriente de la marea humana, abriéndose paso a codazos, sin escuchar las protestas que levantaba ni detenerse cuando uno de sus amigos, que venía a su encuentro, trató de sujetarlo.
- ¡A Laia le huyen los hombres! – empezó a gritar una de sus colegas de oficio.
- Déjame en paz – se revolvió Laia –. Trabajo diez veces más que tú. Ese era un raro asqueroso ¿no lo has visto? ¡Eh, Apolo, ven que te deshaga esos rizos...! – espetó a un muchacho que aún vestía la toga infantil.
El amo de Laia no empleaba el látigo con ella para evitar estropearle la piel, así que, el día en que no sacaba bastante dinero, la castigaba no dándole de cenar. La muchacha no podía perder tiempo esta tarde, porque estaba hambrienta, cansada y sin ganas de escuchar los reproches que siempre le hacía su amo enfurecido:
- ¡Por Júpiter que tu padre tuvo acierto al deshacerse de ti! ¿Quién me mandaría recogerte del basurero al que te tiraron sus esclavos? Y mira cómo me lo pagas. Estarías bien muerta si yo no hubiera pasado por allí y me hubiera molestado en criarte y en enseñarte a ganar dinero sólo por mover el culo. ¡Y ni eso sabes hacer! Eres una mala zorra, Laia. Pero mira, el día que pierda la paciencia, ¡te vas a acordar de mí!
Hace mucho tiempo que a Laia esas palabras no le hacen daño, pero le cansan. Sólo desea comer esta noche y dormir. Dormir...
Marco Ficinio, en cambio, no dormirá esta noche. No le dirá a su esposa que esta tarde se ha encontrado con aquella niña nacida hace quince años a la que él se negó a aceptar como hija; aquella por cuyo abandono su mujer lo miraba con amargura casi siempre. Si su madre supiera que está viva y a qué oficio terrible se dedica, aún lo odiaría más.
* y *** Estatua de ciudadano romano y cabeza de joven del siglo I a.C.
Museo de las Termas de Diocleciano
** Maqueta de Roma. En el centro, Teatro y Pórtico de Pompeyo. Museo de la Civiltà romana
9 comentarios:
Me gusta tu narración, yo soy incapaz de crear un dialogo,no conocía este hecho .Un abrazo Nina
Isabel Romana... cómo seducen tus relatos, cómo prenden.
Quizá Marco Ficinio no durmió, Pero Laia... condenada cada noche a ganarse el derecho al sueño...
Un abrazo
Nina y Almena: gracias por vuestros comentarios. Creo, Nina, que eres más capaz de crear diálogos de lo que crees, no hay más que leer tus escritos. Me encantó el de Agripina la Menor y el de Safo. ¡Me atraen mucho los temas de mujeres!
Almena, yo también creo que Marco Ficino perdió el sueño durante poco tiempo. Los negocios y el dinero consuelan mucho.
Precioso! He palmoteado el relato que haces! Qué bueno que me hayas hecho saber de este blog. prometo visitarte a menudo.
Un pequeño consejo: Las reseñas de la fotografía que sean de otro color, otro tamaño de letra y con mas espacio entre la reseña y el texto. Por lo demás , me ha encantado.
Muchas gracias, Laura, por tus ánimos y por tus consejos. El caso es que soy tan novata en esto, que no sé todavía cómo se pueden hacer las reseñas de las fotografías en otro color. Lo del tamaño de la letra sí puedo resolverlo. Realmente creo que la actual resulta en exceso pequeña.
También yo te visitaré: tu blog es un disfrute.
Una buena historia que seguro desgraciadamente se habrá repetido montones de veces. Me pregunto si no era mas cruel dejar a la niña con vida o matarla, suena tremendo, pero en ambos casos, la niña que era totalmente inocente fue la que pagó los platos rotos como suele decirse. Si su vida como prostituta no era fácil ni agradable ¿qué sería cuando ya no era aceptable para el trabajo?.
Tremenda historia que da que pensar, te felicito.
Gracias, Leodegundia. El abandono de las niñas al nacer fue una de las mayores causas de mortandad femenina. A veces alguien iba al lugar donde se solían abandonar y recogía a una criatura. Algunas personas lo hacían porque no podían tener hijos/as y querían criarlas como propias; otras las recogían para hacer negocio. Como muy bien dices, en este último caso no se sabe qué es peor. En la actualidad, siguen existiendo países que practican esa bárbara costumbre de dejar morir a las niñas, por ejemplo, China. Me gusta mirar hacia atrás porque, con mucha frecuencia, vemos el presente.
Que tremendo...
Pues si; muchas mujeres habrán caído en la prostitución porque las circunstancias les han llevado a ello. Otra mujer joven que es víctima.
Publicar un comentario