martes, diciembre 06, 2011

SE DESPIERTA UNA VOCACIÓN



(XIV)

Palantea y Urbano Lacio habían ido a la cabaña de Númitor en el Aventino en busca de la curandera Énule. Se habían encontrado con Urco, el hijo de Fáustulo, quien les había gastado una broma y se había ofrecido a enseñarle esos parajes al día siguiente.
Palantea dudó, de pie ante la puerta de la cabaña de Númitor. Le había impresionado el silencio. Al cruzar el bosquecillo de robles no habían escuchado pájaros y no se veía a nadie en el exterior de la casa. ¿Dónde estarían las doncellas del telar, las que amasaban la harina para las tortas, las que cocinaban? A la sombra de un árbol solitario había una hoguera encendida con un puchero humeante, pero estaba sin vigilancia. La pastorcilla no se atrevía a entrar. Númitor y Aurelia habían sido los reyes de Alba Longa y esto le impresionaba mucho, aunque fueran los padres de su mejor amiga. Nunca los había visto de cerca.

- ¿Por qué no te asomas tú? – le dijo a Urbano Lacio que, como ella, estaba desconcertado por tanta quietud donde debía encontrarse el bullicio de cualquier casa. El muchacho asintió y asomó la cabeza a través del umbral.

- Os saludo, dioses o diosas que protegéis esta casa. Sed benévolos con este visitante, Urbano Lacio, que viene pacíficamente de Alba Longa – dijo en voz alta, a modo de saludo –. ¿Hay alguien con quien pueda hablar?

El interior estaba tan oscuro que necesitó bastante tiempo para distinguir un bulto agachado entre las sombras. Al fin, la figura se levantó del suelo y se dirigió hacia él indicándole con la mano extendida que saliera al exterior. Por suerte, era la persona que buscaban.

Hacía tres días que Énule y Palantea se habían separado, pero se abrazaron como si hubiera trascurrido una eternidad. Urbano Lacio, que no en vano era un excelente observador, se dio cuenta de la intensidad de sus miradas e intuyó que algo ocurría.

Tras los saludos y presentaciones, la curandera los invitó a sentarse a la
sombra. Les llevó enseguida agua, tortas de harina, leche y queso fresco para que se recobraran del cansancio advirtiéndoles que sólo les permitiría hablar cuando hubieran comido. Entretanto, ella excusó la falta de criados: no esperaban visitas. Al día siguiente había mercado y Númitor y su mayoral habían ido a elegir algunas reses, sobre todo vacas, para comerciar con ellas. Las mujeres, por su parte, pensaban confeccionar coronas para los animales que serían sacrificados como ofrendas y habían salido en busca de ramas y flores. Aurelia, en cambio, descansaba dentro de la cabaña.

- Mi ama Kritubis te pide que regreses cuanto antes a Alba Longa – dijo Palantea tras llevarse a la boca el último trozo de queso –. El pordiosero Alec está muy malherido por un golpe en la cabeza y necesita tu ayuda.

Esas fueron sus palabras. Pero sus ojos se esforzaban en contener las lágrimas y dejaban traslucir que tenía más noticias y no precisamente buenas. La presencia de Urbano Lacio le impedía hablar y éste, dándose cuenta, decidió tomar la iniciativa.

- Si creéis que no soy capaz de guardar un secreto, ahora mismo me levantaré y me iré a buscar ramas para las coronas – dijo sin levantar la vista del suelo.

Énule y Palantea no respondieron nada, desconcertadas. Así él continuó:
- Algo pasa con Rea Silvia, vuestra amiga, porque todo el mundo en Alba Longa sabe que estaba muy enferma y muchos la vieron desmayarse en la boda de su prima Anto. No os preguntaré nada. Tengo a Rea en gran estima y os aseguro haber visto varios presagios que creo que le atañen, aunque no he sabido interpretarlos. Por otra parte, donde no llegan las mujeres puede llegar un muchacho, y yo, que no tengo otra ocupación que estudiar los signos a través de los cuales los dioses se nos revelan, voy por todas partes y oigo y veo muchas personas y cosas. Pensad esto.

El joven se puso en pie y se apartó unos pasos, a la espera de que las muchachas tomaran una decisión. Comprendieron ellas que les estaba ofreciendo su ayuda y, movidas por un sentimiento de confianza y la necesidad de contar con refuerzos, resolvieron hablarle abiertamente.

- Olvídate de las coronas y ven a sentarte de nuevo – dijo Énule.
Encomendándole que mantuviera la mayor reserva, le hablaron del embarazo de Rea Silvia, de sus esfuerzos por ocultarlo, de su descubrimiento y su condena a muerte. A continuación, Palantea puso al corriente a ambos de lo ocurrido tras la marcha de Énule: pese a la vigilancia que sus amigas habían establecido en torno a la cabaña real, el rey Amulio había sacado de allí a Rea Silvia sin ser vista, trasladándola a un lugar secreto.

- Nadie sabe a dónde la han llevado. Nadie la puede ayudar – concluyó Palantea, llorando.

Urbano Lacio estaba muy conmovido. Su cabeza era un hervidero de ideas y de imágenes que cruzaban su mente a toda velocidad, sin orden alguno: los cielos de Alba Longa teñidos de púrpura, el picoverde consagrado a Marte con el pico roto y agonizante, la luz suspendida sobre la casa de las Vestales la víspera de la fiesta de Júpiter Latiaris, el lechón negro que llevaba Palantea cuando la vio por primera vez con Rea Silvia y tantos y tantos prodigios… Su rostro revelaba una profunda conmoción y hasta tal punto reflejaba su sufrimiento por la suerte de Rea Silvia que Énule, emocionándose también, lo abrazó.
Muchos estudiosos consideran que ese fue el momento más importante de la vida de Urbano Lacio, el que marcó definitivamente su trayectoria vital, determinándolo a convertirse en cronista de su tiempo. Feliz cronista, el único que nos revela datos fidedignos de cuanto aconteció y nos conmueve con la precisión de sus descripciones tanto como por su delicadeza al tratar de los dolores y alegrías de los seres humanos.

Hemos de celebrar que también en él, como en Rea Silvia, se cumpliera la voluntad de los hados siempre inexorable. Que había sido designado para dejar constancia de la magna empresa que fue la fundación de Roma, no tengo duda: no pudo ser casualidad, sino prodigio, que la concepción divina de los hijos de Rea Silvia le fuera revelada en aquellos mismos parajes donde Rómulo y Remo habrían de fundar la ciudad años más tarde. Y más extraordinario es aún que viniera a saberlo en la colina del Aventino, desde cuya sagrada cumbre los gemelos consultarían a los dioses para decidir cuál de los dos daría nombre a la ciudad y sería su rey.
Mas no conviene adelantarnos en el tiempo, sino regresar de nuevo a aquella venturosa tarde. Énule les habló del quebranto de la salud de Aurelia, destrozada al sentirse responsable de que el rey Amulio y Criseida hubieran descubierto el embarazo de Rea Silvia. Pensar en el castigo que aguardaba a su hija la desesperaba, la sumía en un estado tan angustioso que ni siquiera podía comer.

- No puedo regresar a Alba Longa dejando a Aurelia en estas condiciones – dijo con pesadumbre Énule –. Además, prometí visitar a Acca Larentia, la esposa de Fáustulo y no he podido hacerlo todavía.

Al ver el desánimo en los rostros de sus interlocutores, la curandera reflexionó durante unos instantes y les hizo una propuesta.

- ¿Qué os parece si esperamos a mañana para decidir qué hacer? Quizá Aurelia se encuentre mejor. ¡Vamos, no os quedéis aquí sentados! Dad un paseo o salid al encuentro de los criados de Númitor, no deben estar lejos...
Urbano Lacio aceptó enseguida la propuesta de recorrer la colina. Palantea, en cambio, prefirió quedarse. Se sentó junto a uno de los ventanucos de la cabaña, tomó su siringa y la hizo sonar para Aurelia. Lo hizo con los ojos cerrados, pensando en el amanecer de un día hermoso y así, con su música, evocó la claridad de la aurora y cómo su luz hacía retroceder las tinieblas. La vida regresaba al mundo: se agitaban las hojas sacudiéndose el rocío, los pajarillos se despertaban piando, cantaban las aguas con renovada alegría al recibir en su seno los cuerpos hermosísimos de las ninfas, reclamaban la teta de sus madres las ovejuelas y los rudos pastores se olvidaban del lobo.




- ¿Es cierto, entonces, que esa cueva era el cubil de Caco? – preguntó Urbano Lacio sin disimular su emoción – ¿Y fue allí donde murió?
- Tan cierto como que estamos aquí ahora mismo – le respondió Caius, el mayoral de Númitor. Era un hombre joven para un cargo tan importante, en el que sucedía a su padre, muerto recientemente. Se había criado en el Aventino, y conocía aquellos parajes mejor que la palma de su mano. Y se sentía muy satisfecho de poder demostrarlo ante los jóvenes visitantes llegados de Alba Longa.

Acababan de tomar su colación nocturna, una sopa de coles, sentados a cierta distancia de la cabaña de Númitor para no molestar el descanso de Aurelia. La noche estaba a punto de caer, pero nadie tenía ganas de dormir, sino de aprovechar el frescor nocturno y conversar. Las criadas rogaron a Caius que narrase esa historia y también lo hicieron Palantea y Urbano. El haberla escuchado muchas veces no le restaba emoción.

- Es una historia muy antigua – comenzó a decir Caius –, tanto que ya la contaban los antepasados de mi padre. En tiempos muy remotos hubo gente extranjera viviendo aquí, aún pueden verse restos de sus cabañas sobre las cumbres de las colinas. Luego, no sabemos por qué, desaparecieron. Pero lo que voy a contaros ocurrió entonces.
Había un hombre extraordinariamente grande y fuerte, muy temido en los alrededores porque robaba a sus vecinos cuanto le apetecía. Se llamaba Caco. Nadie que hubiera osado enfrentarse a él había quedado vivo, así que todo el mundo procuraba mantenerse alejado de él, algo que no siempre era posible pues era muy astuto y sabía cómo y dónde sorprender a sus víctimas. Solía guardar su botín en el antro que has visto – dijo dirigiéndose a Urbano Lacio –. Así fue durante muchos años hasta que un día, por voluntad de los dioses, llegó a este valle el hombre que acabaría con él. No era menos fuerte ni menos ingenioso y estaba curtido en muchos trabajos. Habréis oído hablar de él: se llamaba Hércules.

Caius guardó silencio unos instantes para valorar el efecto de sus palabras. Los oyentes contenían la respiración.

35 comentarios:

mariajesusparadela dijo...

Y yo contengo el ánimo, a la espera de las siguientes entregas.

virgi dijo...

De Caco sé que robaba vacas, no? y de los trabajos de Hércules, algo nos queda por aquí: el dragón que cuidaba el árbol de las manzanas de oro.
A ver si entre unos y otros, los malvados se distraen y Rea Silvia puede escapar de su prisión...¡ay, qué ingenua soy para ser matrona! perdóname, querida Isabel, pero la ilusión de que nuestra heroína llegue a ser una madre feliz ya sabemos va a ser harto difícil.
Besos :) :) :)

virgi dijo...

(yo)

Dyhego dijo...

Yo también contengo la respiración, Isabel, hasta la próxima entrega.
Saludos romanos.

Sahara dijo...

Simplemente genial, ya me has vuelto a dejar sediento de tus palabras, como siempre.

Un saludo

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola mariajesúsparadela, hay que reconocer que este contener la respiración es más leve que cuando hablamos de Rea Silvia..., nuestra queridísima Rea. Ojalá ella quede instalada para siempre en nuestro corazón.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola querida virgi, la presencia de Hércules en el solar de Roma es una leyenda tardía respecto a la época de nuestros personajes. La cuento, no obstante, porque en la época de nuestra narradora, la esforzada Claudia Hortensia, estaba plenamente aceptada e integrada en el conjunto de los mitos vinculados al culto de Hércules que, siendo en opinión de algunos autores un dios latino antiquísimo, se había confundido con el Hércules griego, que le quedó superpuesto tapando el original latino. La presencia de Caco en esa área es, desde luego, antiquísima y sí anterior a Urbano Lacio y Palantea, como tendremos ocasión de ver... Besazos, guapa.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola dyhego, me encantan tus saludos romanos. Y que esperes la continuación de la historia de Hércules y Caco. Gracias por haber recomendado mi novela sobre Dido a tu amiga. Un abrazo.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola sahara.es, lectores como vosotros son los que me infunden ánimos y deseos de continuar y superarme. Un abrazo muy fuerte.

Mayte dijo...

Que manera de enganchar y mantenernos pendientes de cada paso de la historia Isabel!!!

Besotes mil, bonita.

El Drac dijo...

Me djas asombrado con tu versatilidad en la narración; es como si tuvieras una filmadora y la proyectaras en mi cabeza; REALMENTE eres admirable querida amiga, tu lectura es fácil e invita a curiosear más párrafo a párrafo; es una delicia intelectual leerte. Un fuerte abrazo Isabel

Isabel Martínez Barquero dijo...

Se estrechan os lazos con Urbano Lacio, que entra en el círculo de mis defensores.
Lejos de mí, en la casa de mis añorados padres, prende la complicidad y toman mis amigos buen queso. Mientras tanto, mi gestación avanza.

Hermoso y sereno capítulo, Isabel, donde aparecen Caco y Hércules, seres que darían lugar a sustantivos para designar el robo o la fuerza.
Un fortísimo abrazo.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Bueno en el caso de Hércules, sería un adjetivo: hercúleo.

RGAlmazán dijo...

Aquí hay mucho ánimo de ayudar a Rea Silvia, y no lo entiendo. Siendo vestal ha quedado preñada y encima se le trata de ayudar. Tiene que pagar por su delito. Ya está bien de ser blanditos.
Rey Amulio

Hasta la próxima entrega, querida. Besos.

SAlud y República

Cayetano dijo...

Ya salió mi personaje. ¡Por fin! Lo que no me imaginaba es que Caius fuera mayoral de Númitor. También veo que es aficionado como yo a contar historias, lo malo es que en aquellos tiempos no había internet ni blogueros. Y no quedaba otra que contar cosas tras la cena a un pequeño auditorio. Ventajas de no tener televisión.
Un saludo.

Dilaida dijo...

Estupendo Isabel.
Bicos

Natàlia Tàrraco dijo...

Hércules y Caco, otra famosa leyenda, de ahí llamamos a los ladrones "cacos".

Isabel, tejes una trama preñada de evocaciones, entre la flauta del joven Urbano, entre el Aventino y el Palatino...atmósferas, sensaciones que nos describes vivas, olorosas. !Ave! Urbano, futuro vate, casi augur, te saludo muchacho y a la Dama divina que te menciona y te evoca, esa llamada Romana.
Besitos, hasta pasado el puente.

La Dame Masquée dijo...

Madame, el mismo efecto consigue usted en sus lectores.Nos deja pendientes del relato, y con ganas de saber más cosas sobre la leyenda de Hércules.

Buenas noches

Bisous

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola mayte, en este caso no he sido yo, sino el pastor Caius quien nos ha dejado con la miel en la boca... Besazos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Saludos, el drac, me alegra ver que el golpe en la cabeza (de Alec) no te ha afectado... Ja, ja. Me alegra saber que estás disfrutando de esta historia. Un abrazo.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola isabel martínez barquero, sufriente Rea Silvia, algo tienes para que tantas personas te quieran bien y estén sintiendo contigo. Es una suerte que se una a ese grupo Urbano Lacio ¡Ya quisiéramos tener un cronista como él en nuestros días! Besos, querida amiga.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola rgalmazán, tú dale que te dale con la manía a la niña Rea Silvia. ¡Pero si es una joya! Ay, perdona, para tí es una tonta mayúscula, una mota de polvo a quitar de tu camino. ¡Pues no te confíes! A veces, la maldad resulta castigada. Besitos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola cayetano, como querías ser un pastor responsable... Me pareció que serías un buen mayoral. Y está bien que te guste contar historias, de no ser por la transmisión oral de tantos conocimientos, la humanidad no hubiera llegado hasta aquí. Besos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola dilaida, muchos besos, guapa.

Hola natalia tarraco, hay que ver por dónde nos llevan estos albanos... Para ellos, acostumbrados a vivir en una ciudad, aquellos parajes en torno al Tíber debían ser selváticos y llenos de misterio. Y de mucha potencia. Menos mal que se nos ha unido Urbano Lacio, que sabrá narrar todo esto... Besos, querida amiga.

Isabel Barceló Chico dijo...

Saludos, la dame masquée, es buena cosa esa de quedarse con ganas de seguir leyendo. Al menos, a mí me gusta dejaros con esa curiosidad. Beso su mano.

Elysa dijo...

Vengo de leer la anterior entrada que en su momento me fue imposible, Isabel y sigo emocionada con esta para encontrarme con ese final tan interesante sobre Caco y Hercules. Sé que yo lo leo enseguida pero te agradezco, Isabel estas maravillosas entradas que me hacen disfrutar de un rato muy agradable.

Besitos

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola elysa, gracias por esta apreciación tuya. Estamos disfrutando de un merecido relax en el Aventino, que es el futuro, antes de regresar a nuestra Alba Longa que es el presente... y no fácil para Rea Silvia y sus amigas. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Cuánto trabajo, Isabel! :)
Muchas gracias por regalárnoslo
Besos

María Antonia Moreno dijo...

Uff conteniendo la respiración y encogido el ánimo.
Me alegraste la lectura de la mañana. Un fuerte abrazo, querida amiga

Ccasconm dijo...

Estaba claro como el agua que Urbano Lacio iba a tener algo trascedente que hacer en este relato. Los hados le están llamando para que acuda en ayuda de Rea Silvia. ¿Escuchará su llamada?
Besos

GABU dijo...

En cada nueva entrega logras mechar sucesos tan novedosos y atrapantes que la hacen más intensa!!!!!

P.D.:Admiro la firmeza de tu puño mi querida amiga... :)

BESITOS CON ABRAZOS CARIÑOSOS

fgiucich dijo...

Vamos caminando por la historia con pasos cautelosos, esperando las sorpresas nos puede deparar el próximo atajo. Abrazos.

Dolors Jimeno dijo...

Continuas como siempre: muy bien. Nos has "robado" la historia de Caco hasta el pròximo capítulo, espero.
Besos.
D.

África dijo...

Dos capítulos acabo de leer, pues no he podido estar antes.
Ainss...qué maravilla de viaje nos estás contando. Aunque ahora nos quedamos con las orejas como radares, esperando que Caius continueeeee!


Un beso

elena clásica dijo...

Ay, pero qué bonita entrega, qué especial, qué delicado es mi adorado Urbano Lacio, qué sensible, pobrecito, cómo serán sus crónicas, con qué delicadeza, con que profundidad, belleza, penetración, psicología, poesía... estarán escritas; diríase que ya me parece estar disfrutando de ellas: ¡romana, romana, grande! Urbano Lacio comprendió de un golpe y no sin sobresalto el significado de tantos presagios que no había sabido interpretar, aparecen de repente tan claros en su mente. Es comprensible su emoción, el peso de su conocimiento, casi parece sentirse culpable.

Afortunadamente encontramos un alto en el camino, a la manera cervantina y sobre todo tratándose de pastores, asistimos a una historia paralela y nos sentamos con nuestros queridos personajes. Hay que ser buena escritora para abarcar tantas voces narrativas, sobre todo con el juego añadido de Urbano Lacio. Nada menos que un clásico: Hércules y Caco. Me trae muchos recuerdos.

Sigo con la historia. Voy.