Roma entera se ha echado a la calle. El sol, cerca ya de su cénit, brilla y al reflejarse sobre la superficie pulida de los escudos y los cascos de los soldados, emite rayos cegadores que brincan en todas direcciones. La multitud aúlla, está ronca de gritar y vitorear. A ambos lados de la vía Sacra los soldados tratan de contener a la muchedumbre, pues la presión de los que están atrás hace que se mantenga a duras penas el pasillo por el que discurre el desfile. De vez en cuando estallan disputas y altercados y entonces la muchedumbre se ondea y presiona hacia un lado u otro entre protestas y gritos.
Pese a ello, el ambiente es festivo. Nada exalta tanto el corazón de los romanos como la celebración de un triunfo. Les encandila ver desfilar a sus enemigos encadenados y humillados, las armas que les han arrebatado apiladas sobre las carretas y, tras ellas, los carros cargados con el botín, prueba palpable de la riqueza que ha conquistado Roma. Y, sobre todo, por encima de todo, los excita el ver a sus propios soldados triunfantes, ufanos, con el pecho a punto de reventar de orgullo. La gente enloquece de fervor y no hay madre, hija, esposa o hermana que no rompa en lágrimas de emoción.
En este día, además, se da una circunstancia singular: quien celebra su triunfo es Gneo Pompeyo, un hombre muy joven. Y ya se ha ganado el título de Magno, “el Grande”. Muchos dicen que él mismo se lo ha otorgado, pero qué importa. Lo cierto es que Pompeyo el Grande es el general que ha merecido recibir esta recompensa pública que todos desean y pocos alcanzan. Y por ello cerrará el desfile montado en un carro tirado por caballos.
- ¡Mira, Antistia! Ya viene Pompeyo – grita excitada una joven matrona apretando el brazo de su amiga. Ambas están sobre la escalinata del templo de la Concordia, un lugar de privilegio, allí donde la vía Sacra traza una curva y comienza a ascender hacia la cima del Capitolio. Desde allí se ve avanzar el desfile de frente.
Antistia no contesta. Ve a lo lejos el carro y, sobre él, con el rostro pintado de arcilla rojiza y un manto púrpura, a Pompeyo, el hombre que ha sido su marido. De pronto experimenta hacia él un sentimiento de extrañeza. No es su indumentaria lo que le resulta ajena, ni su porte altivo, ni esas facciones casi irreconocibles por la pintura de arcilla. No, es otra cosa. Ese hombre con el que había compartido el lecho, las preocupaciones, la vida cotidiana, ese hombre al que durante un tiempo llamó su marido, el que le hizo derramar tantas lágrimas y ha añorado hasta esta misma mañana, le parece de repente un extraño.
Algo se ha transformado dentro de ella. El velo que mantenía ciego su corazón desde que él la repudió para casarse con una mujer más importante, la hijastra del dictador Sila, se ha rasgado. Se da cuenta de lo ridículo que resulta Pompeyo así vestido y pintado, aunque lo aclame toda Roma. Sí, esa arcilla que le unta la cara para asemejarlo a la imagen del dios Júpiter ha resultado para ella reveladora. Pompeyo no es nada, menos que nada, es barro, es vacuidad, un pelele en manos de otro. Porque ¿qué clase de hombre es el que repudia a una esposa sólo para congraciarse y ganarse el favor de quien tiene el poder? No merece que lo recuerde nunca más. En ese mismo momento lo arranca de su corazón y de su estima y se siente inundada de una alegría inmensa, desbordante. Sin alcanzar a evitarlo, a Antistia se le escapa una carcajada.
- ¿De qué te ríes? – le pregunta extrañada su amiga.
- De una tontería – responde Antistia –. Estaba pensando en una paradoja de las que tanto nos gustan: la derrota que acaba de sufrir Pompeyo en mi corazón, justo mientras celebra su triunfo ante toda Roma.
NOTA: Pompeyo Magno celebró su primer triunfo – al que se refiere esta historia – el 13 de marzo del año 97 a.C. Antistia fue su primera esposa, de la que se divorció a petición de Sila, para que pudiera casarse con su hijastra Emilia.
Un triunfo es el máximo honor concedido por el Senado a los generales victoriosos, y consistía en desfilar por las calles de la ciudad con el ejército armado, los prisioneros, botín, etc. El general a quien se concedía aparecía vestido de púrpura y con el rostro untado de arcilla porque representaba en ese momento al dios Júpiter, a quien en última instancia se debía la victoria. El desfile terminaba en el templo de Júpiter Optimus Máximus en la cima del Capitolio.
Un triunfo es el máximo honor concedido por el Senado a los generales victoriosos, y consistía en desfilar por las calles de la ciudad con el ejército armado, los prisioneros, botín, etc. El general a quien se concedía aparecía vestido de púrpura y con el rostro untado de arcilla porque representaba en ese momento al dios Júpiter, a quien en última instancia se debía la victoria. El desfile terminaba en el templo de Júpiter Optimus Máximus en la cima del Capitolio.
*Vista del Foro Romano. El templo de la Concordia estaba justo detrás de donde ahora vemos el Arco de Septimio Severo que, en la época de la que hablamos, no existía. Desde allí se miraría en dirección a donde está la cámara de fotos. Roma.
**Detalle de relieve del Arco de Tito, que representa el triunfo del emperador Tito. Roma.
***Detalle de escultura femenina. Monumento a Dª María Cristina de Borbón. Madrid.
****Detalle de relieve decorativo en el monumento a Dª María Cristina de Borbón. Madrid.
38 comentarios:
Qué bien logras recuperar esa atmósfera de bullicio y gentío que debió de ser la Roma esplendorosa de aquellos años. Una delicia.
Parece que viéramos al gentío jaleando al gran Pompeyo y a Antitia descubriendo al hombre de barro.
Muy bueno, querida Isabel.
Un abrazo (qué bien creer que Antitia le vio así y lo arrancó de su corazón...)
Buenísimo este relato donde quizás la parte más importante es ese descubrimiento del hombre de barro que subyace bajo el héroe aclamado por todos.
Que tengas un buen fin de semana.
Hola Isabel. Como siempre das en la diana. En esta ocasión en varias a la vez.
Ese bullicio de la multitud se me hace presente estos dias en nuestra ciudad.
Y el descubrimiento de la realidad de alguien o de algo, que hasta un determinado momento no hemos sabido o no hemos querido ver, y que nos libera interiormente, me ha recordado momentos vividos.
Te deseo unas felices fallas, si es que te gustan, o que las sobrelleves lo mejor posible en caso contrario
me encantan estas historias que recreas a partir de datos históricos. Me levas de nuevo al instituto a cuando la profe de latín y gtiego nos contaban historias itolñogicas o a cuando traducíamos textos latinos y griegos de César y Jerjes.
Pobre mujer, muy bien hehco. ¿Qué es eso de repudiar a la mujer para alcanzar el poder? No lo entiendo, se merece ser feliz, muy a tiempo esa risa de la protagonista. Un beso!! GRACIAS!
Precioso y magnifico relato, amiga Isabel, me ha encantado! Verdaderamente extraordinario!
Eran los dias de gloria de Gneo Pompeyo el Magno, sostén del Senado.
Pronto un personaje se cruzaría en su vida, precipitando su caida: Julio Cesar.
Un enorme abrazo...!
Nos metes en aquella Roma como por arte de magia. Es buenísimo!
Como también lo es para cualquier corazón, renacer de las propias cenizas. Eso es una gran victoria para los que tenían el corazón roto.
:D
Un besito
P
Madame, que bien escribe usted!
Me tiene aqui sin aliento, sintiendome en la antigua Roma. Si es que lo cuenta como una novela. Lo que daria por leer una novela romana suya!
Bisous
Diana
Este Pompeyo fue el que fundó Pompaelo, actual Pamplona, ¿no?
Excelente recreación. Pomepeyo, sin duda, era grande para Roma. Su trágico final se debió a que Roma no podía ser liderada por dos grandes...genial la reacción de Anistia, siempre me he preguntado cómo pensarían estas mujeres, tantas veces repudiadas, obligadas a casarse y supuestamente marginadas de la política...aunque ya sabemos cómo algunas sabían hacerse escuchar y cumplir su voluntad. Otras eran usadas como instrumentos para que sus maridos reforzaran su poder, como Emilia.
A Antistia se le abrieron los ojos y se liberó su corazón hoy hace justamente 2.106 años... Y desde entonces hasta hoy a cuantas más mujeres les habrá sucedido lo mismo...
Perfecta recreación de este acontecimiento, nos lo haces vivir de manera tan real, IsaBELLA, mi Romana...
Gracias por ello y besos, muchos...
Estupenda recreación del triunfo de Pompeyo. Aún me resuenan los oídos con las aclamaciones y me duelen los pisotones que me han dado entre tanta multitud.
Curiosa también la paradoja que has planteado y que tantas veces ocurre: que como lo esencial es invisible a los ojos, como dijo el Principito, perdemos lo que realmente vale la pena yendo en pos de espejismos y de cantos de sirena.
Un abrazo.
Un relato cinematogràfico, digno de ser filmado. Las derrotas del corazòn son las que màs duelen al final del camino. Abrazos.
Una delicia, como siempre : ) Añadir que Pompeyo no es santo de mi devoción (soy Cesariana y sobre todo Octaviana xD).
Saludos
Impresionante, me dejas sin palabras, gracias a ti conozco mejor la ciudad, me gusta imaginar lo que fue y tú me ayudas a visualizarlo!
Un besete y feliz fin de semana!
Buenísima la entrada. Aunque la mujer de Pompeyo no fue la única que se quedó sola a cuenta medrar en política. ni creo que sea la última que quede en esa situación.
Besos
Así es el síndrome de Ottinger, derrota los corazones.
Muchos besos jubilosos
Já, en estos detalles es donde te encuentro en forma especial, Isa:
"la derrota que acaba de sufrir Pompeyo en mi corazón, justo mientras celebra su triunfo ante toda Roma."
La mujer que pronuncia palabras semejantes, en este caso Antistia y por tu intermedio, merece desfilar por las calles de Roma -y las del mundo- para compartir su triunfo.
Tiene una victoria mucho más importante que la de Gneo Pompeyo, se ha conquistado a sí misma.
Brillanteeeeee!!!!!!!!!
Qué inmenso placer es leerte!
Besazo Amiga!
Notable triunfo y sobresaliente fracaso :)
Me encanta venir a aprender estas cosas que nos cuentas con tanta maestría.
Tienes un don para estos relatos, no hay duda :)
Un abrazo bien fuerte, mujer romana.
Me ha encantado el relato; tienes una habilidad especial para conjugar la historia y las emociones. ¡Es fantástico!
Un abrazo.
Isabel,
Me he quedado boquiabierto al leer tu relato. Parecía como si lo estuviera viendo. Y qué bien reflejas la vida de esos Romanos que tando admiramos, o admiran, en sus debilidades más íntimas, sus matrimonios de conveniencia, esa facilidad para repudiar a una mujer, ese desprecio del Amor auténtico, ese atenerse sobretodo a las conveniencias políticas.
Hay en ellos muchos aspectos negativos, que enviadiarían hasta muchos políticos de ahora, que ya es decir.
Magnífico tu relato. Tus escritos tienen tanta frescura que parecen escritos "in situ" y al día siguiente de haber acontecido.
Felicidades, Isabel.
Te envío un abrazo,
Antonio
Al leer este relato, me siento como si estuviera por instante entre los ciudadanos de la Antigua Roma. Logras captar estupendamente la atmosfera de esa época.
Besos,
Caroline
Tengo en mi blog, un premio para ti, por tu hermoso espacio.
Saludos desde México.
¡qué bueno, tu relato, Isabel! qué habilidad la tuya para ambientar al lector, para conseguir insertarlo en el lugar mismo de la acción y hacerle casi sentirse partícipe del evento que relatas...
Me encanta.
:)
Besos!
Es que el poder y la gloria deja muchas derrotas fundamentales al margen y, quién lo ve y bien conoce, a pesar de máscaras y apariencias, lo reconoce.
Incluso el afectado, sabe que no es él.
Un abrazo, querida amiga.
Aunque de tarde en tarde disfruto con tus escritos.
Un abrazo.
Como siempre, otra pequeña joya. Aunque no te escriba siempre, sigue siendo un placer leerte, querida Isabel.
Besos.
Antistia, Emilia, qué más da el nombre de la mujer. ¿Acaso este hombre no estaba predestinado a casarse con la muerte en Pharsalia? Pero no, solicitó una amarga prórroga, sólo para morir asesinado, ya sin fastos nupciales. Tal es el destino de los hombres que se creen dioses.
Cuantos héroes, soldados vencedores en mil guerras, han perdido el amor y su nobleza en aras de brillantes victorias.
Saludos
Me ha gustado mucho el texto y esa forma de expresar los sentimientos. Mi más sincera enhorabuena!!!
Un beso!!!
Leer este relato, donde se recrea el poder y la gloria de otros tiempos, me ha brindado un momento muy especial!!!
Abrazos agradecidos!!!
Desvanecida el aura que dona el amor, descubrimos la fragilidad que escondia...siempre es una victoria para quien abre los ojos aunque muchas veces duela.
!Encantador relato!
Te felicito Isabel por ese caudal inextinguible de creatividad que tienen tus letras romanas...se nota que te das a ellas con toda pasion.
Besos
¡Y qué bien refleja el corazón de Antistia la verdad, tan desnuda siempre, a la fuerza!
Un abrazo (¡Y qué bien nos lo cuentas tú!)
Ay, amiga, que buenas fotos me salieron de los foros desde lo alto de la rampa que sube a la colina del Capitolio...
No hace mucho visite Ategua, a unos 20 kilometros de Cordoba, donde los pompeyanos se hicieron fuertes... Se conservan magnificos lienzos de las murallas...
Un abrazo, amiga
Es fácil imaginarse la escena, con las calles atestadas de gente, el desfile y ese par de ojos que lo observan con desdén.
Un abrazo.
Sabés que me pregunto, Isabel?
No serás como "Ella", aquel personaje de Haggard, que leíamos cuando niños, y llevás viviendo milenios en esta tierra...
De otra forma, no sé, como lográs descripciones tan vívidas, y penetrar tan ajustadamente, en la psicología de las personas de entonces :)
Tengo algo de sabiduría maravillosa.
¡Ah! al fin encontré lo que buscaba. A veces se necesita mucho esfuerzo para encontrar la pieza útil incluso pequeñas de información.
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