El sol había alcanzado su cénit y, sin embargo, el tiempo parecía haberse detenido en la cabaña real. Ninguna orden había salido de ella para buscar y capturar a los culpables, ninguna medida de protección para la ciudad. Ignorantes de la situación de aislamiento e indefensión de Aurelia, los habitantes de Alba Longa no se explicaban la actitud de su reina y la inquietud crecía. Esa falta de acción irritaba a los parientes de los muertos, que clamaban justicia, y era la comidilla de los grupos de hombres que, enterados de lo sucedido, regresaban de los campos y se reunían espontáneamente.
- ¡No podemos cruzarnos de brazos! – era una de las expresiones más repetidas por los agentes de Amulio –. Si asesinan al hijo del rey y nos quedamos quietos, nuestros rivales nos tacharán de cobardes y nos atacarán.
- ¡Es la ocasión que esperaban los de Lavinio! Se sienten agraviados desde que somos más importantes que ellos – confirmaba otro –. Se aprovecharán de nuestra debilidad. ¡Deberíamos prepararnos!
- Está en juego nuestro honor y quizá nuestra propia ciudad. Alguien debería explicárselo a la reina – decían de buena fe algunas personas.
- No seas iluso. Por lo visto, Aurelia desvaría y está a punto de perder la razón. ¡Justo ahora, cuando acabamos de sufrir un ataque contra la casa real y necesitamos ser dirigidos por una mano firme y fuerte! En ausencia del rey Númitor, su hermano Amulio es el único legitimado para hacerlo.
Conversaciones como ésta se repetían por toda Alba Longa, se transmitían de unos grupos a otros y aumentaban la alarma. Y así, quienes al amanecer rogaban a los dioses para que Amulio nunca alcanzara el poder, al mediodía lo consideraban una tabla de salvación.
Un dolor que, siendo insoportable para cualquier ser humano, lo era aún más para Aurelia que había perdido también a su único hijo varón y sabía en peligro a su hija. Al pensarlo, todo su cuerpo se estremecía de pavor. ¿Dónde estaría Rea Silvia? ¿Conseguiría encontrarla y protegerla Camilia? Respecto a su marido, temblaba ante la idea de que su hermano lo hubiera asesinado.
- Está muy ocupada – respondió Amulio mirando despectivamente a la joven vestal –. Dime qué quieres, y yo mismo se lo transmitiré.
- No es posible, señor. Traigo el ajuar para los ritos fúnebres – dijo señalando a dos siervos que venían tras ella con grandes cestos –. Visto que no puede confeccionarse aquí, he pedido a diversas familias que lo fabriquen. Estos hombres han de negociar el intercambio entre la reina y sus dueños. Ella misma debe hacerlo, pero puedes estar presente, si quieres.
La reina acogió a la vestal con una mirada de esperanza y, a la vez, de interrogación. Adriana se inclinó ante ella y le besó las manos.
- Estate tranquila, señora – murmuró –. Sabemos dónde se esconde Rea Silvia. A estas horas seguramente Énule estará ya con ella y creemos que a salvo. La protegeremos, ten confianza en nosotras.
Aurelia mantuvo el rostro impenetrable, pero las lágrimas asomaron a sus ojos. Se volvió luego hacia los criados que traían el ajuar funerario y pidió ayuda a Tuccia y a la propia vestal para elegirlo. Las mujeres y dos jóvenes imberbes serían inhumados y para ellos eligieron cuencos, vasos y otros recipientes de barro de tamaño común. La reina lloró al añadir un retorcedor para la anciana que hilaba la lana. Los varones que habían muerto luchando serían incinerados y su ajuar de mesa se haría en miniatura.
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Aurelia suspiró, como si haber expresado sus propios deseos la aliviara. De haber sabido entonces cuánto sufrimiento habría de soportar, quizá hubiera preferido estar tan muerta como ellos.
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*Ya desde época arcaica, la noción de "familia" hacía referencia a todas aquellas personas que vivían bajo el mismo techo, incluidos siervos y esclavos. De ahí que Aurelia se ocupe de todos ellos, pues son su familia.
Si tenéis curiosidad, aquí viene la entrevista que me han hecho en la revista You coach!