(XXV)
Anto y Nipace habían concebido un plan para ayudar a Rea Silvia. En el Aventino, Acca Larentia estaba sola y a punto de dar a luz. Rea Silvia y Tuccia se habían reencontrado con sus amigas y éstas les habían prometido llevarles ayuda.
Por fin, tras una última contracción, la criatura de Acca Larentia cayó en el hueco que ella misma había cavado en el suelo de la cabaña y forrado con telas. Sin abandonar su posición en cuclillas, Acca retrocedió un poco y lo acomodó bien. Era un niño. Tendió la mano y, casi a tientas, cogió dos hilos de lana que tenía preparados y los anudó al cordón umbilical, separados por una distancia de dos dedos. Un trozo afilado de cerámica, resto de una taza rota, sirvió para cortar el cordón entre los dos nudos. Cogió luego al niño y con mano diestra lo puso boca abajo y le palmeó en las nalgas suplicando al dios Vaticanus que lo hiciera gemir. De su garganta salió apenas un quejido, una protesta tan débil como el piar de un pajarillo al romper el cascarón. Lo depositó de nuevo en el hueco e hizo un esfuerzo más para expulsar la placenta.
El pequeñuelo se movía muy poco, tenía la piel de color violáceo y los labios casi morados. Se tendió a su lado Acca y lo abrazó contra su pecho para darle calor. Con sumo cuidado le frotaba la espalda con una mano, le acariciaba la tierna cabecita. Se sentó luego y poniendo al niño envuelto en un paño de lana sobre su regazo, lo limpió poco a poco con agua caliente. Invocaba a Carna mientras le daba suaves fricciones en las piernas, en los pies, en los brazos y manos, sin descanso. Le hablaba, como si su voz pudiera insuflarle las fuerzas que no tenía. En un rincón, Bona y su cachorro Seius los miraban.
Acca Larentia no quería pensar. Frotaba y frotaba con los dedos el cuerpo de su hijo y trataba de apartar de su cabeza la violación y la paliza que le habían dado Prátex y Catión unos meses antes, cuando lo estaba gestando. Pero olvidarlo era un empeño imposible ante aquel recién nacido débil y falto de energía. Aquellos miserables se la habían robado a golpes. Contemplando su rostro diminuto de rasgos perfectos, su pecho se encendía de afecto por él y de rabia contra sus agresores. Recordó haber suplicado venganza al padre Tíber cuando se purificó en sus aguas para limpiar de su piel el rastro del oprobio. Ahora el río gorgoteaba allá abajo, hinchado de furia, rugiente. Un Tíber indignado por semejante crimen.
Se estaba quedando fría y su criatura también. Añadió unos troncos al fuego y alcanzó su túnica para ponérsela, pues se había quitado la ropa para que no le estorbara durante el parto. Su vista tropezó entonces con la fíbula que había intercambiado con Palantea, una bellísima serpiente con los ojos entreabiertos. Según le había dicho la pastorcilla, la serpiente protegía a las madres y a sus criaturas. Se la puso enseguida esperando que obrara un prodigio y apretó al pequeño contra su corazón.
Declinaba la tarde y de Fáustulo no había noticia.
El rey Amulio hizo esperar a su yerno. Estaba de pésimo humor. El que Rea Silvia se hubiera burlado de él una vez más, como afirmaba Criseida, había sido un mazazo a su orgullo. Su aborrecimiento hacia la vestal seguía creciendo y en su mente buscaba qué formas más terribles de venganza hallaría para hacerle pagar. Casi era noche cerrada cuando un criado le recordó que el noble Nipace aún esperaba ser recibido. Decidió atenderlo, bien para distraerse un poco de sus pensamientos, bien para descargar su rabia.
- ¿Qué quieres? – preguntó secamente cuando Nipace estuvo ante él.
- Soy un yerno afligido, señor – respondió con humildad el joven –, y un marido irritado, a decir verdad.
Amulio no respondió.
- La terquedad de tu hija me exaspera. No ha aprendido todavía cuál es su lugar y, quizá porque la habéis educado en Lavinio, lejos de ti y de su madre, no comprende bien cuáles son los deberes del trono.
La velada acusación que contenían estas palabras no pasó desapercibida a Amulio. Se removió en su asiento, acentuando más, si cabía, su actitud altiva.
- Algo intolerable, lamento decirlo, en la hija de un rey. Ayer, cuando supe que te habías visto obligado a prohibirle presentarse de nuevo ante ti…– Nipace respiró hondo, como si se esforzara en contener su furia –. La reprendí severamente y le advertí que no consentiré comportamientos de ese género en mi casa. Para que aprenda, le he anunciado que no volveré a compartir el lecho con ella hasta que obtenga tu perdón. Y voy a ser inflexible.
El rey Amulio, que hasta entonces había escuchado a Nipace con desinterés, se irguió en el sitial. ¡Sólo le faltaba verse privado de herederos al trono por la insensatez de su hija y su marido!
- No me parece buena idea – dijo, para tantear el terreno –. La carne tiene sus exigencias y la juventud también. Si fallas, perderás toda autoridad sobre ella. Castígala de otra forma.
- No fallaré, puedes estar tranquilo. Tener un hijo es lo que más desea Anto, así que no hay castigo más eficaz. Por lo pronto, ha prestado atención a mis reconvenciones y ha comprendido mis argumentos.
- Y esos argumentos son… - dijo Amulio enarcando las cejas.
- Que tus motivos para castigar a tu sobrina son justos y están de acuerdo con los usos ancestrales albanos. Es intolerable que ella, a fuerza de llorar, pretenda que un rey incumpla sus obligaciones.
- Muy cierto, yerno – respondió Amulio, complacido.
- Si alguien se lo hubiera explicado antes, no te habría ofendido tan gravemente… – añadió Nipace y el rey volvió a sentirse aludido y algo incómodo –. Apenas le he hecho ver su aberración, se ha sentido espantada. La he dejado en casa deshecha en lágrimas pues cree que, habiendo sido tan injusta y desconsiderada contigo, no la perdonarás jamás. Está muy arrepentida. Con todo, su castigo sigue en pie: hasta que no recupere tu afecto y tu favor, seguiré sin yacer con ella – concluyó Nipace.
Amulio, a quien le urgía tener nietos para afianzarse en el trono y evitar que la falta de herederos de su propia sangre alentara las aspiraciones y las conspiraciones de la nobleza albana, concluyó que debía zanjar este asunto.
- Si es como dices – respondió – y ella me demuestra el arrepentimiento y el respeto debidos, la perdonaré. Dile que venga mañana por la mañana y hablaremos. Acompáñala tú, para que seas testigo del encuentro y actúes después conforme al resultado.
Nipace dio las gracias al rey por su benevolencia y se despidió.
Bona irguió de pronto las orejas y se sentó sobre los cuartos traseros. Sus ojos brillaban en la oscuridad como tizones. Se acercó lentamente a la puerta de la cabaña. Empezó a rascar la puerta con la pata y a gemir.
- ¿Qué ocurre, Bona?
Acca Larentia se había quedado dormida con su hijito en brazos. Debía ser muy tarde. Alguien, desde el exterior, tocaba a su puerta. Miró un largo instante a la criatura, la dejó en un cesto que le tenía preparado, y se acercó al umbral. Pese al bramar del viento sobre el tejado de paja, reconoció la voz de Fáustulo. Quitó la estaca que atrancaba la puerta y abrió. El mayoral de Amulio se cubría la cabeza y el cuerpo con pieles curtidas y era casi irreconocible a la luz de la antorcha de resina que llevaba en la mano.
Entraron con él un frío intenso y un pedazo de noche tan negra que daba miedo. Acca añadió leña al hogar e hizo aire a las brasas para que prendiese el fuego. Del caldero que colgaba sobre él, llenó una escudilla con caldo caliente y se lo dio a beber. Ella misma bebió otro poco. Fáustulo vio el cesto con el niño y se inclinó a mirarlo. Luego fijó la mirada en su esposa.
- Ha muerto hace un rato – dijo ésta.
- Tú ¿estás bien?
Afirmó con la cabeza. No quería que le saltaran las lágrimas ni que le traicionara la voz. Era una madre curtida, había enterrado ya a varios hijos. Sin embargo, éste había sido especial. Pensaba que sería el último y, con él, la última vez que amamantaría a una criatura, la vería medrar en sus brazos, robustecerse y alejarse de ella. Las mujeres dan la vida y se quedan solas. Sus senos se estaban colmando, para nadie, de leche nutricia.
- ¿Cómo vienes tan tarde? Con tanta oscuridad y el mal tiempo podías haber extraviado el camino.
- Llevo toda la vida pastoreando aquí, no me perdería ni aun queriéndolo – respondió Fáustulo –. Ayer el rey Amulio me llamó a Alba Longa y tuve que ir. Cuando he vuelto esta tarde a la cabaña de la vía Salaria, Urco me ha dicho que el parto se presentaba mal. He dejado a nuestros hijos al cuidado de Arpando para venirme.
- Eres un buen marido, Fáustulo, y un buen padre.
- Al menos, quiero a los míos y trato de darles lo mejor – respondió con tono melancólico, sin apartar la mirada del fuego, hacia el cual tendía unas manos grandes y curtidas. Profundas arrugas en la frente y las mejillas delataban que tenía ya cierta edad y que había pasado la mayor parte del tiempo a la intemperie. Sus rasgos nobles y firmes reflejaban bien su carácter, discreto y justo, cumplidor de la palabra dada. Reflexivo, jamás actuaba con precipitación y gustaba de escuchar todas las opiniones. Era un hombre sabio, respetado y obedecido no sólo por los criados de Amulio, sino por todos los pastores de las colinas del Tíber.
Acca llevaba tantos años con él, que podía interpretar cada gesto de su cara, cada matiz de su voz.
- ¿Ha ocurrido algo con Amulio? – preguntó.
- Nada en concreto, rumores y habladurías entre los criados. Quiere mal a su sobrina, la hija de Númitor y algo prepara contra ella. Es una vestal.
- Sé quién es. La vi de lejos en la fiesta de Júpiter Latiaris.
Permanecieron un rato callados. Acca Larentia pensaba en su hijito muerto y la congoja le oprimía el pecho. Se sentó al lado de la cesta a contemplarlo, inmóvil y pálido, pero ya no lo cogió.
- Mañana le daré sepultura fuera, junto al umbral – dijo. Agotada, se tendió y cerró los ojos. Acudió a su llamada Somnus, ese dios compasivo, y tomando un velo temporal de olvido, lo extendió sobre sus párpados.
Bona irguió de pronto las orejas y se sentó sobre los cuartos traseros. Sus ojos brillaban en la oscuridad como tizones. Se acercó lentamente a la puerta de la cabaña. Empezó a rascar la puerta con la pata y a gemir.
- ¿Qué ocurre, Bona?
Acca Larentia se había quedado dormida con su hijito en brazos. Debía ser muy tarde. Alguien, desde el exterior, tocaba a su puerta. Miró un largo instante a la criatura, la dejó en un cesto que le tenía preparado, y se acercó al umbral. Pese al bramar del viento sobre el tejado de paja, reconoció la voz de Fáustulo. Quitó la estaca que atrancaba la puerta y abrió. El mayoral de Amulio se cubría la cabeza y el cuerpo con pieles curtidas y era casi irreconocible a la luz de la antorcha de resina que llevaba en la mano.
Entraron con él un frío intenso y un pedazo de noche tan negra que daba miedo. Acca añadió leña al hogar e hizo aire a las brasas para que prendiese el fuego. Del caldero que colgaba sobre él, llenó una escudilla con caldo caliente y se lo dio a beber. Ella misma bebió otro poco. Fáustulo vio el cesto con el niño y se inclinó a mirarlo. Luego fijó la mirada en su esposa.
- Ha muerto hace un rato – dijo ésta.
- Tú ¿estás bien?
Afirmó con la cabeza. No quería que le saltaran las lágrimas ni que le traicionara la voz. Era una madre curtida, había enterrado ya a varios hijos. Sin embargo, éste había sido especial. Pensaba que sería el último y, con él, la última vez que amamantaría a una criatura, la vería medrar en sus brazos, robustecerse y alejarse de ella. Las mujeres dan la vida y se quedan solas. Sus senos se estaban colmando, para nadie, de leche nutricia.
- ¿Cómo vienes tan tarde? Con tanta oscuridad y el mal tiempo podías haber extraviado el camino.
- Llevo toda la vida pastoreando aquí, no me perdería ni aun queriéndolo – respondió Fáustulo –. Ayer el rey Amulio me llamó a Alba Longa y tuve que ir. Cuando he vuelto esta tarde a la cabaña de la vía Salaria, Urco me ha dicho que el parto se presentaba mal. He dejado a nuestros hijos al cuidado de Arpando para venirme.
- Eres un buen marido, Fáustulo, y un buen padre.
- Al menos, quiero a los míos y trato de darles lo mejor – respondió con tono melancólico, sin apartar la mirada del fuego, hacia el cual tendía unas manos grandes y curtidas. Profundas arrugas en la frente y las mejillas delataban que tenía ya cierta edad y que había pasado la mayor parte del tiempo a la intemperie. Sus rasgos nobles y firmes reflejaban bien su carácter, discreto y justo, cumplidor de la palabra dada. Reflexivo, jamás actuaba con precipitación y gustaba de escuchar todas las opiniones. Era un hombre sabio, respetado y obedecido no sólo por los criados de Amulio, sino por todos los pastores de las colinas del Tíber.
Acca llevaba tantos años con él, que podía interpretar cada gesto de su cara, cada matiz de su voz.
- ¿Ha ocurrido algo con Amulio? – preguntó.
- Nada en concreto, rumores y habladurías entre los criados. Quiere mal a su sobrina, la hija de Númitor y algo prepara contra ella. Es una vestal.
- Sé quién es. La vi de lejos en la fiesta de Júpiter Latiaris.
Permanecieron un rato callados. Acca Larentia pensaba en su hijito muerto y la congoja le oprimía el pecho. Se sentó al lado de la cesta a contemplarlo, inmóvil y pálido, pero ya no lo cogió.
- Mañana le daré sepultura fuera, junto al umbral – dijo. Agotada, se tendió y cerró los ojos. Acudió a su llamada Somnus, ese dios compasivo, y tomando un velo temporal de olvido, lo extendió sobre sus párpados.
* Excepto las pinturas murales, que están tomadas de internet, el resto de fotografías son mías.
31 comentarios:
¡¡Cuánta tristeza encierra ése capítulo amiga mía!!!!
P.D.:Nada debe ser más horroroso que perder un hijo en los brazos,al abrigo de la esperanza que lentamente se apaga... :(
BESITOS ENLUTADOS
Coincido con Gabu en la tristeza de este capítulo. Resulta desgarrador ver cómo nueve meses de espera e ilusión, sintiendo la vida, terminan de ese modo tan cruel. Hay algo de antinatural en una madre que da sepultura a un hijo.
Buenas noches, madame
Bisous
Es un capítulo precioso. Has presentado el parto y la muerte de tal manera que, a pesar de la tristeza y el dolor, es bello.
D.
Yo también coincido en lo triste y hermoso de este capítulo, sin olvidar la lección de vida cotidiana romana que nos has dado con tu descripción del parto de Acca Larentia.
El final de este primer libro está cada vez más cerca.
Y la tensión y la emoción crecen gracias a tu prosa cuidada y aparentemente sencilla.
¡Qué gran libro has parido, Isabel Romana! Un lujo, formar parte de él. Un abrazo.
Me estoy yendo de vacaciones por un par de semanas. A mi regreso me pondré al día con la historia. Abrazos.
Las mujeres dan la vida y se quedan solas. Qué frase tan magnífica y certera, Isabel.
Y cuánta grandeza hay en la serenidad con la que Acca Larentia afronta el dolor y la pérdida...
Mi enhorabuena y un abrazo.
Eso creo yo también, gabu, que es durísimo a una madre perder a un hijo, aunque sea un recién nacido. Creo que Acca puede representar, en ese caso, a muchas madres. Un abrazo, querida amiga.
Si, estoy contigo, la dame masquée, hay algo que nos resistimos a aceptar en que los padres hayan de enterrar a los hijos, nos parece contrario a la naturaleza y extremadamente doloroso. Beso su mano, madame.
Gracias, dolors jimeno, ha sido un parto solitario, como seguramente hubieron de vivir tantas y tantas mujeres durante generaciones. Se dice que la madre de Virgilio lo parió en el campo, al lado de un ribazo. También él en un hueco hecho en el suelo, quizá sin ni siquiera una tela para recogerlo. Se nos olvida con frecuencia lo durísima y arriesgada que ha sido la vida de las mujeres durante milenios (y aún ahora en tantas partes del mundo). Besos, querida amiga.
Hola freia, gracias por tus ánimos y tus elogios. ¡Espero llevar la novela a un buen final, es decir, acabar de parirla como me gustaría! Y a conseguir el resultado, cualquiera que sea, habéis contribuido vosotr@s, con vuestro apoyo y, sobre todo, con la inspiración que me habéis regalado... Un abrazo muy fuerte.
Hola fgiucich, cuando regreses de las vacaciones esto estará al rojo vivo.... Que descanses, disfrutes y/o trabajes, según a qué se deba tu viaje. besos, querido amigo.
Hola anna devert, esta soledad de las madres creo que la reflejas tú mejor que yo. Gracias por tu apoyo y tu confianza. Un besote.
¡Qué bello te ha quedado este capítulo Isabel!
Me encanta la ternura y el amor tan bién descritos y la profunda tristeza por la muerte de ese niño.
Bicos
Lo leí anoche y no supe escribir nada, me llegaba una atmósfera dolorosa y triste.
Admiro la sabiduría que despliegas en cada capítulo, querida Isabel.
Un abrazo grande.
¿Qué puedo decir? Mañana sepultaré a mi hijito, no tendré más, no me quedan palabras.
A pesar de la mezquindad que se cierne, de tanto dolor, de la desesperanza, espero, ruego a las diosas, que Rea sea más afortunada que yo.
Te has superado Isabel, si ello es posible. Besitos.
Nota: Conocía esa otra versión de Medea, al parecer en ella los habitantes de Corinto ansiaban desvanecer su pasado como infanticidas de los hijos de Medea y Jasón, los asesinaron a causa de las muertes del rey Creonte y su hija Glauca por las artes de Medea. En ese sentido encargaron a Eurípides un drama atroz en el cual es Medea quien asesina a sus hijos. A pesar de lo terrible del encargo me congratulo, porque la obra del dramaturgo supone un intensísimo bucear en el interior de una mujer fuera de los común.
Me vas a perdonar pero la engañufa al bobo de Amulio, en este capítulo queda a la sombra de todo lo demás.
Me ha sobrecogido ya la primera parte, el parto, esa ternura infinita que se puede sentir, ese asumir las cosas como vienen, no sé, esa humanidad tan grande.
Y luego la última parte, la llegada del esposo, el hijo muerto, ainss...
De verdad, me ha parecido tremendamente bonito a la vez que triste, pero sobre todo lleno de sentimientos que se me han agarrado al corazón.
Ainss...
Un besito
De acero hay que ser para sobrellevar ese drama con tanta entereza.
Un saludo.
Su dolor, espero, se va a ver compensado de alguna forma.
Conmovedor y precioso capítulo, querida Isabel.
Toda la primera parte, cuando describes el parto de Acca Larentia, ella sola con el niño recién nacido, débil y callado, es de una ternura impresionante, aparte de habernos descrito el parto de una romana de aquellos tiempos sola (lo que aprendo contigo).
La fíbula traerá a Acca la alegría, lo presiento.
Me encantó.
Un abrazo grandísimo.
Desgarrador el que una madre tenga a su hijo sola y que además muera en sus brazos a los pocos instantes de nacer. Una situación infausta y amarga que muchas mujeres debieron vivir en otros tiempos, tiempos de oscuridad y derrota, de soledad y miseria. Nada peor que ver morir a un hijo.
Besitos
Este capítulo es muy triste pero a la vez muy bello, Isabel. Tiene una profundidad que arrastra a su lectura y a la vez nos estas enseñando habitos sobre como parían las mujeres entonces.
Besitos, amiga.
Impecable relato.
Querida amiga, hoy hablaré en mi nombre y no en el del rey Amulio --que le den tres duros--, y te diré que es muy hermoso este capítulo y que en su tristeza encierra belleza.
Un beso,
Salud y República
Hola dilaida, amor y tristeza forman parte de la vida. Si he sabido transmitirlos aquí, es, seguramente, porque los he visto tantas veces... Un abrazo.
Hola virgi, gracias por tus palabras. Trato siempre de aprender de lo que veo a mi alrededor, la vida es la mayor riqueza. Besitos.
Hola natàlia tarraco, a cada cual el hado ha determinado un destino propio y diverso. Quizá el de Rea Silvia y Acca Larentia - como se dejó constancia en el primer capítulo de esta novela - sean complementarios... Tu texto sobre Medea es precioso. Un abrazo enorme, querida amiga. T
Hola áfrica, he tratado de reflejar en este capítulo ese dolor que cursa a mucha profundidad y se reviste de silencio, de entendimiento callado. Una mirada basta. Un abrazo muy fuerte, querida amiga.
Hola cayetano, en aquellas épocas en las que había tantísima mortandad infantil, es de suponer que los progenitores tratarían de establecer cierta distancia con el dolor. ¿Cómo, si no, sería soportable? Besos.
Hola mariajesusparadela, esperemos que sí, que haya compensación de alguna clase para Acca. Como una madre universal la veía Palantea. Besotes, guapa.
Saludos, isabel martínez barquero, cuando leí que la madre de Virgilio lo parió en un ribazo... No sé, me pareció que asistía a un drama universal: el de la madre ante sí misma y sus propios recursos para defender la vida de sus hijos. ¡Cuántas mujeres admirables han poblado el mundo! Besos, querida amiga.
Hola carmenBéjar, suscribo todas tus palabras. Lo peor, a mi parecer, son los millones de mujeres que aún paren así (y aún peor) en nuestros días. Besos.
Hola elysa, ese parto es una especie de "reconstrucción" que he hecho yo misma, a partir de algunas lecturas. Debía ser así, más o menos. Y suerte que Acca no parece que tenga complicaciones... Besos y feliz recuperación.
Saludos, lucio nasón, tan reflexivo como siempre... Saludos cordiales.
Hola rgalmazán, qué caramba, está bien que de vez en cuando te bajes de tu trono real y te hagas humano... ¡¡¡Uy, lo que te encontrarías...!!! Besitos, guapo.
Narras de una forma que eriza los sentidos, el dolor de la perdida de un hijo, la pareja unida ante la adversidad, la maldad rondando....lo triste es bello en tu pluma querida Isabel.
Un beso grande!
Ay... Nos quedamos con el corazón encogido. Era tan terrible la visión del pequeño tan frágil, sin fuerzas para luchar por la vida que desde tiempo atrás le habían arretado esos criminales. Sobrecoge ese diálogo final como si perder otro bebé fuera parte natural de la vida y todo continuara sin duelo, al menos para Fáustulo. Acca Larentia parece interpretar el papel de superviviente.
en nuestra mente el rugido del padre Tíber.
Qué terrible, qué doloroso episodio. Como la vida misma.
Un abrazo grande, querida Isabel.
Lo siento y, no es precisamente por Amulio por quien o hago, a ese reyezuelo le estará bien empleado cualquier mal que le venga.
El párrafo que empieza describiendo el color de la piel y los labios de la criatura de Acca Larentia me ha llevado a un pasado no tan lejano, aún no llega a cinco años, cuando nosotros sentimos en nuestras carnes ese dolor que te desgarra y rompe el corazón. Si bien es verdad que nosotros tuvimos la fortuna de ver a nuestro hijo salir adelante, nos quedó en lo más profundo de nuestro ser una sensibilidad muy especial para el sufrimiento ajeno. He podido sentir a esa madre con sus temores y su esperanza, con su sufrimiento y con la fuerza que le da la maternidad para sobreponerse a todos sus males para afrontar la batalla por la vida de su hijo. No es menor la fortaleza de Fáustulo, a quien su alma le lleva a volver a casa, pero ante lo que pueda avecinarse, lo primero que hace es poner a su prole bajo protección y luego acudir a su casa.
Este capítulo ha sido tremendo.
Un fuerte abrazo.
Regreso a tu casa para ponerme al día. qué pena. Yo no quería que falleciese el hijo de Acca. Sé que es potestad de la escritora decidir, como diosa romana, quien vive y quien ha de morir para que la trama siga adelante... pero es un capítulo doloroso y muy cercano para muchas mujeres. Maravilloso y tremendamente duro. Sigo leyendo, amiga. Un beso
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