(XXVI)
Las amigas de Rea Silvia la habían localizado ya. La reina Criseida había convencido a su marido Amulio para enviar a Cora con Rea Silvia para vigilar el parto. El Tíber se había desbordado.
Si los dioses nos hubiesen concedido la gracia de ensillar una ráfaga de viento como se ensilla un caballo y embridarla para dirigirla a nuestro antojo; si sobre esa cabalgadura hubiéramos recorrido el cielo al amanecer, la víspera del día del nacimiento de los gemelos Remo y Rómulo, habríamos visto al padre Tíber arrastrar una gran masa líquida y fangosa.
Aquietada ya en la superficie, sin crestas espumeantes ni remolinos, el agua se extendía como dedos entre las colinas, se remansaba en los valles y formaba lagos en las planicies vecinas a su cauce. En la cumbre del aislado Palatino, Acca Larentia depositaba el cadáver de su recién nacido en una diminuta fosa al lado del umbral de su puerta y le añadía, como humilde ajuar, una tacita de barro y una fíbula infantil. Fáustulo le apoyó una mano en el hombro hasta que ella se levantó y se apartó a un lado para observar cómo las paletadas de tierra sepultaban a su hijo postrero.
Al otro lado del valle de Murcia, en la ladera del Aventino más próxima a los montes Albanos, Númitor miraba correr las nubes oscuras, empujadas por el viento hacia Alba Longa. Sus ojos inquietos escrutaban las alturas, quizá buscando una señal, un mensaje divino en el vuelo de las aves, en la silueta de un nimbo o en un sonido imprevisto. Una honda preocupación ensombrecía su rostro, envejecido y estragado por el dolor. Su corazón iba de una muerte a otra, ambas inminentes: la de su esposa, la de su hija.
A su encuentro iba la Vestal Máxima Camilia cuyo vehículo, avanzando trabajosamente por el barro, descendía por el camino que comunicaba los montes Albanos con el Tíber. Acudía a la cabecera del lecho de su amiga Aurelia para acompañarla en el trance de la muerte. Su soledad se palpaba, se apreciaba en los campos desiertos y grises, extendidos como un rústico manto al que unas cuantas piedras, distribuidas aquí y allá, sujetaran para evitar que el viento se lo llevase.
Dirigiéndonos hacia el sureste, nos habría deslumbrado la luz púrpura que aquella mañana aureolaba el bosque sagrado de Marte y la cima del monte Cavo, confiriéndoles un aspecto irreal. Un cielo color de plomo parecía a punto de derrumbarse sobre el lago Albano, en el que se reflejaba la ciudad de Alba Longa, soberbia corona engarzada sobre uno de sus bordes.
Por el camino que unía esta ciudad con el santuario de Júpiter Latiaris transitaba un grupo de mujeres, cada una cargada con un bulto, dos cerdos delante y un muchacho cerrando la comitiva detrás. Se detuvieron un momento y miraron en todas direcciones antes de entrar en una selva colindante con el bosque de Silana y desaparecer. La vegetación crecía allí tan apretada y espesa que ni siquiera desde el aire eran visibles sus trochas.
Enseguida se incorporaron a ese camino dos figuras más. Avanzaban discretamente, ciñéndose a la orilla diestra, donde la vegetación les procuraría un escondite en caso necesario. Había faltado poco para que descubrieran a las amigas de Rea Silvia meterse en la selva cercana. Por fortuna no las habían visto. La manera engreída de caminar delataba a Prátex, quien iba delante y a paso ligero. Le seguía Cora con un hatillo en la mano. Pasaron junto al hueco por donde había desaparecido el grupo y, unos pasos más adelante, penetraron en el bosque de Silana.
A esa marcha, el secuaz de Amulio y la falsa partera enviada por Criseida llegarían a la cabaña de la vestal antes que sus amigas. O, peor aún, cuando éstas ya estuvieran allí entregándole las provisiones. De ser sorprendidas en ese momento, se desencadenaría una tragedia. No sólo Rea Silvia y Tuccia quedarían sin socorro, sino que sus auxiliadoras serían ejecutadas con ellas: tal es el castigo reservado a quienes ayudan a un condenado a muerte.
Prátex y Cora se acercaban peligrosamente al camino de la hondonada mientras, ignorantes del peligro, Rea Silvia y Tuccia seguían recibiendo los fardos que les traían sus compañeras y se comunicaban algunas noticias. Si no mediaba un prodigio o una intervención divina, Urbano Lacio y aquellas mujeres estaban perdidos.
A Cora no le gustaba caminar al trote detrás de Prátex. Era muy desconsiderado. Desde que, al alba, habían salido de la cabaña real, ni una sola vez se había dignado girar la cabeza para comprobar si ella lo seguía. Como si no existiese. Mejor. Así se ahorraba el darle explicaciones o disimular, porque el muy estúpido ignoraba la misión que le había encomendado la reina. Si la cumplía con éxito, como esperaba, Criseida la recompensaría dándole algún puesto importante y ese Prátex la tendría que tratar con más respeto.
Hacía rato que habían abandonado el camino del santuario de Júpiter Latiaris, desierto a esas horas, para adentrarse en el bosque sagrado de Silana. Acababan de dejar a su izquierda el desvío que conducía a la fuente sagrada y seguían penetrando en la espesura aunque la senda, invadida por hierbas y matojos, se había desdibujado hasta perderse. Era desagradable andar por allí, deberían haberla advertido. De pronto, el olor fétido de las abubillas le golpeó el olfato. Frunció la nariz y se la tapó a toda prisa con la manga. ¡Vaya una ninfa pestilente! pensó.
Prátex, que la oyó bufar a sus espaldas, decidió detenerse allí mismo.
- ¿Por qué te paras aquí?
- Eres muy delicada tú – respondió Prátex con la burla en la boca –. Si te molesta el mal olor de unos simples pájaros, no sé cómo resistirás estar al lado de una sacrílega y ayudarla a parir un hijo infame.
- No es asunto tuyo, y además… – Cora se contuvo a tiempo. Había estado a punto de decirle que Rea Silvia no pariría, pero un destello en los ojos del hombre le había advertido que quizá pretendía hacerla hablar –. Además, he ayudado a parir a algunas cerdas en apuros, no creo que ésta sea peor.
- Tú sabrás – respondió Prátex encogiéndose de hombros y retomando la marcha.
Cuando el rey Amulio le había ordenado llevar a esta mujer a la cabaña de Rea Silvia, no le había parecido buena idea. El lugar donde la ocultaban sólo era accesible por un camino que él y sus hombres vigilaban constantemente. La presencia de la partera sólo complicaría las cosas. Querría dar órdenes a los guardianes o los molestaría con exigencias absurdas. ¿Y qué necesidad había de prestar ayuda a la sacrílega? Si por él fuera, le habría rebanado el pescuezo cuando quedó preñada, no sin antes haberle demostrado varias veces que él violaba más y mejor que el mismísimo Marte.
Apresuró el paso. A juzgar por la negrura de las nubes no tardaría en llover y lo que menos deseaba era calarse hasta los huesos por culpa de esa mujer. Menos mal que el puesto de guardia estaba cerca. Y desde allí a la hondonada habría cincuenta o sesenta pasos. Cora era torpe andando por el bosque, pero la haría recorrer esa distancia en menos tiempo del que tarda un zorro en cazar a una liebre.
¿Es preciso describir el júbilo de Rea Silvia mientras veía descender desde lo alto de las rocas, suspendida de una cuerda que la bajaba poco a poco, la cuna de esparto que Amnesis había confeccionado para sus hijos? No encontraríamos las palabras adecuadas, pues produce una emoción especial el ver y tocar aquellas cosas – ropa, sonajero, cuna – que no siendo aún de nadie, aguardan impacientes la llegada de su futuro dueño. Igual que el sonido del agua, al avisarnos de la proximidad de una fuente la hace real aunque no la veamos, así el rozar con las manos o las mejillas esos objetos anticipa la presencia del no nacido y, a través de ellos, existe y lo amamos ya.
Con los brazos alzados para recibir la cesta estaban Rea Silvia y Tuccia, cuando Urbano Lacio, a quien sus correrías en busca de presagios habían convertido en experto trepador, se colocó en bandolera uno de los fardos y comenzó a bajar agarrándose a las hendiduras de la roca. Las jóvenes profirieron más de un grito, temiendo que cayera. Sin embargo él mantuvo su pulso firme y llegó al suelo sano y salvo. Abrazó a Tuccia en un impulso y no se atrevió a hacer lo mismo con Rea Silvia, aunque le tomó las dos manos y se las besó.
“Redondo de luna llena era aquel vientre;/ los ojos vivos como dos ascuas/ emitían un intenso calor./ ¿Dónde estás, padre de mi prole, poderoso Marte?,/ decía sin palabras su boca./ ¡Ay, cuán triste ha de ser que una estirpe nueva/ haya de nacer de la muerte de otra!”. Pese a la melancolía de estos versos, aquel encuentro fue alegre.
Mientras Urbano acarreaba los bultos al interior de la cabaña, las amigas hablaban por señas y palabras sueltas. Lo hacían con gritos sofocados para no ser oídas por el vigilante de Amulio. Tuccia les hizo saber que ya tenían preparadas las tiras de lana para envolver a los gemelos. Rea Silvia sonreía y no soltaba la cesta. Ya veía a sus hijos dentro, envueltos en la calidez de las pieles que la forraban por el interior, protegidos de la humedad y de las desgracias: sujetos al trenzado de la cesta mediante unas cuerdas finas, Valeria y Aiara habían colocado sendos amuletos.
Se habían esforzado mucho para confeccionarlos. Tal como habían acordado tiempo atrás, cuando aún no había sido descubierto el embarazo de Rea, el trabajo debía combinar adorno y amuleto en una única pieza. Ahí estaba el resultado: dos discos de bronce, ahuecados, en cuyo interior habían colocado los objetos mágicos: piedrecillas de diversas clases, polvo de huesos y vegetales que habrían de protegerlos del mal de ojo, los venenos, la envidia y tantos peligros que acechan al ser humano y procurarles salud y una larga vida. Una vez depositados dentro, habían soldado los dos discos por el borde: era imposible, así, que se perdieran los talismanes. Un cordoncillo de hilo, pasado a través de un orificio, permitía colgarlo al cuello.
En alabanzas, intercambios y trasiegos estaban, cuando Kritubis se llevó repetidamente el dedo índice a los labios, indicando que debían callar y luego, rápidamente, hizo un gesto con las manos para que nadie se moviese. Algo había captado, quizá un ruido, o un movimiento entre las encinas. Presentía un peligro. Muy grave. Muy cercano. Cerró los ojos y alzó las manos al cielo. En voz baja invocó a las diosas protectoras de Rea Silvia para que acudieran en su ayuda: “Dulce Silana, madre Vesta, Diviana misteriosa, poderosa Luna: ¡No hagáis más duro el trance por el que ha de pasar Rea Silvia!” repitió tres veces. Se separó del borde de las rocas. Afianzó ambos pies, un poco separados, sobre un trozo de tierra limpio de hojas y empezó a dar vueltas sobre sí misma. Su garganta emitió un sonido sordo, fluido, que iba creciendo en intensidad mientras giraba cada vez más deprisa, más deprisa, con los brazos abiertos, rotando como una peonza.
*Las fotos de los frescos están tomadas de internet. El resto, son mías.
33 comentarios:
Vaya, otra vez en suspense. No se me ocurre qué puede pasar con la danza de Kritubis. Magnífico de nuevo!
D.
¡No tienes compasión!...así nos dejas.
Y ahora que Kritubis entro en trance, ya veo que Cora se cae y se fractura como minimo una pierna, si es mas o si le sucede algo al custodio, como el ataque de un jabali tanto mejor yno se lamentara mucho.
Lastima Aurelia que no pone un poco de onda para salir adelante y ver a sus hijos o ayudar en algo, que prefiere tirarse a la marchanta y morir que es lo mas facil en las actuales circunstancias, ya de latosa paso a molestia.
Vuelves a dejarnos en ascuas, esperaremos entonces, ya que el momento se aproxima y los niños han de nacer. De esto estamos seguras, no?...
Besos, Isabel querida.
Uff, que suspense.
Bicos
¡Jo! isabel, como nos dejas, menuda intriga. Puedo imaginar lo que tal vez pase, pero seguro que no acierto o sea que me esperaré al siguiente capítulo.
Besitos
Ayyyyyy,amiga cuanto peligro continúa acechando a REA SILVIA!!!!!
P.D.:Espero que ese margen que el destino deja siempre librado al azar sea para su fortuna y la de sus retoños... :)
BESOS MELANCÓLICOS
Ha habido tres escenas que me han encandilado: el de cabalgar al viento, el entierro del hijo de Acca Larentia y Fáustulo y la descripción del amanecer sobre el valle del Tíber y Alba Longa. Me han parecido, especialmente la primera, enormemente sugestivas y evocadoras de imágenes precisas y claras.
Dicho esto, parece que nuestra escritora vuelve a las andadas y nos regala un capítulo de tensión máxima. Y ese asqueroso de Prátex, encima, añadiendo desazón a todo aquello en lo que participa. Malos augurios se ciernen sobre la cabaña de Rea Silvia y Tuccia y como ya presagió Urbano Lacio hace meses, en esas luce ollas, sobre las cabezas de Acca Larentia y Rea Silvia, la desgracia cumplida en la primera, está a punto de cumplirse también sobre la segunda... Todo se precipita... ¡Aysss! El destino la está alcanzando...
Soberbio capítulo, escritora romana. Digno engarce en un final que servirá de broche a un excelente libro.
Un abrazo y un beso bien fuertes.
PS Lo de la abubilla me ha recordado algo. Ya te contaré.
Espero que los amuletos y preparativos sean suficiente para conjurar el enorme peligro que se aproxima inexorable. Las fuerzas del mal también son poderosas.
Estamos en un momento crucial!
Feliz fin de semana
Bisous
La cosa está a punto, con ese peligro amenazante y ese suspense para mayor desazón de personajes y lectores. Veremos qué pasa.
Un saludo.
Interesante al máximo y lleno de tensión el capítulo, me dejas en ascuas.
Espero que a esa Cora le salgan mal sus intenciones, reflejo de las de Amulio y Criseida, que Prátex la extravíe, que se le deshagan todos los nudos.
Ay, veremos...
Me enterneció mucho el entierro del hijo de Acca. Un párrafo, pero me tocó.
Un abrazo, querida Isabel.
Hola dolors, esta Kritubis es una caja de sopresas. Sin duda, una mujer sabia. Besos.
Hola mariajesusparadela, esta desconsideración mía no es nada comparada con la maldad de Amulio y Criseida... Ja, ja. Besitos.
Hola alejandra sotelo faderland, desde luego con Kritubis en trance algo habrá de pasar. Con todo, ya sabes, el destino se cumple. En cuanto a Aurelia, más de una vez hemos visto en la vida real a una persona fuerte derrumbarse y no volver a levantarse más. Besitos, guapa, y que miss Lizzie Crabb/Diviana nos ayude.
Hola virgi, que los gemelos nacen es lo más seguro que tenemos entre manos. Y que son odiados, también. Besitos, guapa.
Hola dilaida, es que toda esta historia es un ¡ay!¿Cuántas como ésta habrán ocurrido a lo largo de la historia y por todo el planeta? Besotes.
Ja, ja, elysa, a lo mejor sí lo adivinabas, que tú eres muy lista... Un abrazo muy fuerte.
Hola gabu, mucho me temo que no haya aquí espacio para el azar. Al menos, todas las divinidades están interviniendo activamente para que no sea el azar, sino el destino quien determine lo que va a pasar. Ay, querida amiga, una ciudad como Roma no se merece menos emoción. Besazos.
Hola freia, me gusta que te guste ese paseo por los aires: nos ayuda a recordar cómo están las cosas por todas partes, porque ese vínculo que ha nacido entre el solar de la futura Roma y la vetusta Alba Longa ya no se romperá. En cuanto a lo que haya de pasar, ya está escrito y nosotras no podemos hacer nada más que recordarlo con emoción. Besitos.
Hola la dame masquée, estoy segura de que los amuletos harán su papel y los humanos harán el resto. Esperemos que sea para bien... Beso su mano.
Hola cayetano, los gemelos están a las puertas, ya queda poco para su destino quede sellado - si es que no lo estaba ya -. Besotes.
Hola isabel martínez barquero, estamos en la misma nave y yo también espero que a esa Cora las cosas no le salgan como ella quiere y espera. Con todo, se tendrán que poner en contra muchas fuerzas benéficas porque el mal es muy potente... Sí, da pena que Acca hubiera de enterrar a su recién nacido. Unas vidas se apagan y otras se encienden. Besos, querida amiga.
Bueno, nos tienes en vilo, querida. Vamos a esperar con impaciencia el siguiente capítulo.
Besos
Salud y República
Hola rgalmazán, sí que está la cosa que arde... casi como aquí y ahora. Besos.
Estupendo relato, como siempre. Me quedo con la maravillosa imagen de ensillar una ráfaga de viento para asistir a un acontecimiento tan sin igual como el nacimiento de Rómulo y Remo.
Un abrazo
Y yo que creía que en este capítulo nacerían.
Pues nada, a esperar.
Besos.
Hola daalla, gracias por subirte también a esa ráfaga de viento... una ráfaga de esperanza también. Un abrazo muy fuerte.
Hola isabel, siento haberte decepcionado. Nacerán, sí, pero el suyo ha de ser un nacimiento heróico... Un abrazo.
Querida Isabel, sigues manteniendo la genialidad en las descripciones que haces, me han entrado ganas de ensillar al viento, me has hecho asistir al sepelio del postrer retoño de Acca Laurentia y escuchar las paladas de Fáustulo, me has hecho sentir la tristeza, el pesar y la aungustia.
Y para colmo, nos dejas en la tensión de la llegada de Prátex "la comadreja" y de la pérfida Cora.Desde luego sabes dejarnos enganchados a tu obra.
Un cordial saludo querida amiga.
Qué bien, Isabel, que entre tanta perfidia y, sobre el dolor de Númitor y Aurelia, le hayas permitido a Rea Silvia disfrutar unos instantes imaginando a sus hijos, amándolos a través de los objetos que los cobijarán y protejerán muy pronto.
Y, aunque, el destino esté escrito, espero que la danza de Kritubis desbarate la maldad de Prátex y Cora. Justicia poética, al menos. Ya que la otra...
Un fuerte abrazo.
Muy bueno el comentario de Alejandra Sotelo Faderland: que Cora se rompa una pierna como mínimo.
Ha sido un momento mágico el reencuentro, Urbano Lacio deslizándose al otro lado, los canastillos llenos de vida, pero sobre nosotros pesa la espada de Damocles. Es que no hay descanso. Se me ocurre, eso sí, una ventaja, todo ello está ocurriendo en el bosque de Silana. Ya es momento de poner a cada uno en su sitio, y a quienes no sepan respetar el hogar de una divinidad habrá de representárseles para pedirles explicaciones o reclamar el espacio robado, no digamos la casa profanada, sea cueva o fuente.
Qué maravillosos se deslizan los versos en el recuerdo futuro de Urbano Lacio. Prodigio narrativo.
Pues hala, a sufrir otro ratito. Ya tenemos que salir de cuentas de un momento a otro.
A ver si Cora se rompe la pierna...
Un gran abrazo, querida Isabel.
De nuevo, el pasaje del entierro del bebé ha sido tremendo.
Pero ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy...qué nervios con esos acercamientos paralelos a la cabaña de Rea!!!
Odio a Prátex! No podrías dejarlo sin güevines, ya que eres la escritora?
Grrr...que se los corte Cora! Y luego que la maten los vigilantes! Y en eso que nazcan preciosos y tranquilamente los gemelos, noooooo?
Arrgghh! Otra vez nos quedamos en ascuas!
Un beso
Malvado Prátex. Lo odio yo también!
Ya veo, qué tonta soy. Era necesario que Acca Laurentia perdiese a su hijo. Pues... no será que ahora cuidará de Rómulo y Remo, los gemelos de Rea Silvia? El paralelismo es evidente. Una madre que muere, un hijo que muere. Y ellos que se encuentran con una madre que tiene alimento, experiencia y amor de sobras. Con un hombre a su lado sereno, responsable y que quiere a su esposa y a sus hijos. Ellos cuidarán de los gemelos.
Ayss q intriga...
Sigo
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