(XXII)La jornada transcurría calurosa y alegre. Grupos de músicos se mezclaban entre los invitados, algunos de ellos se animaban a danzar y otros los acompañaban batiendo palmas. El vino de la tierra se trasegaba desde las tinajas a las jarras y de las jarras a las copas y de las copas a las gargantas de los hombres, que se reían a carcajadas y contaban con pasión sus proezas en tal o cual combate, o la aventura más jocosa que habían vivido en su juventud. Las mujeres recordaban sus propios casamientos y sus partos y cuánto disfrutaban sus madres en estas ceremonias y, de paso, aleccionaban a las más jóvenes sobre los secretos del matrimonio.
El secreto más ardiente, sin embargo, seguía oculto en unos cuantos corazones. El de Aurelia palpitaba con fuerza y se impacientaba más conforme transcurría la tarde. Las sombras que proyectaban las cabañas, los músicos y los danzantes avanzaban inexorablemente sobre el suelo; sentía en el rostro el aire fresco del atardecer y ni Númitor ni ella habían conseguido todavía una respuesta del rey sobre el permiso para llevarse a Rea Silvia. Necesitaban aprovechar la oportunidad, pues es sabido que en una fiesta, con el vino y la alegría, los ánimos se dulcifican y se vuelven proclives a la benevolencia, generosidad que cabía esperar del propio rey, tratándose de la boda de su única hija. Pero el rey Amulio estaba rodeado de invitados y no les permitían acercarse a él.
No era menos angustiosa la situación de Rea. No se había movido de su sitio, junto a las vestales, apenas había probado bocado y, aunque bebía mucha agua, padecía un calor insufrible y sensación de sofoco. La banda de lana que disimulaba su vientre le oprimía y su único deseo era concluir con bien la fiesta. Además, la proximidad del infame Pratex le producía un gran desasosiego. Suspiró. El final estaba próximo, pues la gente ya se había puesto en pie y charlaba en grupos que se deshacían para formar otros nuevos.
- Has sido muy negligente, Camilia, al no informar al rey del estado de salud de Rea Silvia – espetó la reina Criseida a la Vestal Máxima –. ¿Estabas esperando a que se muriese o qué?
Aunque conocía muy bien el carácter de la reina, Camilia no esperaba semejante ataque frontal y quedó sorprendida, más todavía porque la reina había interrumpido sin consideración su charla con un grupo de matronas.
- Te has callado deliberadamente para hacernos quedar mal al rey y a mí, presentándonos como si careciéramos de sentimientos y fuéramos malos parientes – añadió con la misma acritud –. Pero tú quedas peor parada, porque tu obligación es informarle de cuanto ocurre en la casa de las vestales y de los incumplimientos en el culto debido a Vesta.
- Rea Silvia no ha abandonado sus obligaciones como vestal, aunque estaba indispuesta desde la fiesta de Júpiter Latiaris, mi reina – respondió Camilia –. Precisamente, viendo que empeoraba, pensaba hablar con el rey.
- ¿Y por qué no lo has hecho?
- No quería preocuparos la víspera de la boda…
- ¡Qué considerada has sido…! ¿Pretendes hacerme creer que ha caído en ese estado deplorable de la noche a la mañana? ¡No digas más, Camilia! – atajó Criseida extendiendo una mano como para frenarla y dejando a la Vestal Máxima con la palabra en la boca –. Darás cuenta de tu irresponsabilidad ante el rey y ante los padres de Rea Silvia. Y ¡ay de ti! si le pasa algo peor.
Criseida se alejó triunfante del grupo. Había conseguido su propósito: el desconcierto de Camilia y la debilidad de sus respuestas revelaban que, o había ocultado a propósito la enfermedad de Rea, o ésta se había presentado de manera repentina. ¿Qué significaría? Y si la vestal cumplía con sus obligaciones sacras, ¿por qué llevaba tanto tiempo sin salir a la calle? Ese olor… Y la piel, además de tener un tono repulsivo, resultaba demasiado brillante. No se fiaba. Vigilaría personalmente a Rea, visto que Pratex no había descubierto en su conducta nada anómalo. Era un buen momento, porque el novio se había marchado ya a su casa y estaba a punto de formarse el cortejo que debía acompañar a la novia a su nuevo hogar.
- ¡Vamos, Rea! Vendrás conmigo en el cortejo nupcial – le gritó en tono imperativo. Cuando la vestal quiso excusarse, Criseida ya le había vuelto la espalda y caminaba hacia el extremo de la explanada donde Anto y muchos invitados se estaban agrupando. Rea buscó a su madre y le pidió ayuda para eludir acompañar a la reina. No se encontraba bien.
- Es tu oportunidad de decirle cuánto nos necesitas a tu padre y a mí, Rea – respondió Aurelia con severidad –. Aprovéchala, no disponemos ya de mucho tiempo. Yo te ayudaré.
Madre e hija se aproximaron al grupo donde estaba la reina. Ésta cogió a Rea Silvia del brazo, pese a su olor pestilente, y escuchó con fingido interés las peticiones de ambas.
- Haré todo lo posible para mejorar la salud de nuestra querida Rea, cuñada. Hablaremos de ello cuando terminen los ritos.
Y con esa respuesta tan ambigua hubieron de contentarse. El cortejo estaba ya preparado para partir. Dos muchachos con ramos de laurel abrían paso a la novia. Anto caminaba llevando de cada mano a un niño y una niña para que le dieran suerte y propiciaran una prole abundante y, tras ella, desfilaban sus doncellas con el huso, la rueca, un retorcedor y mechones de lana, pues el trabajo de hilar y tejer era muy importante y apreciado. Les seguían el rey Amulio, Criseida que no soltaba del brazo a Rea Silvia, Aurelia y Númitor, que por fin ocupaban un lugar destacado y próximo a los reyes, y los demás invitados. El público gritaba al paso de la novia, anticipándole lo que ocurriría cuando su marido le deshiciera el nudo de Hércules, y qué poco tardaría Nipace en perforar su himen, pues nada da tanto vigor y salud al matrimonio como invocar a las fuerzas que estimulan la fertilidad.
Y así recorrieron el camino hasta la cabaña de la viga roja, donde habría de morar Anto. Rea Silvia caminaba con fatiga, obligada a ir al paso vivo del cortejo. Se detuvieron ante la puerta. Anto se giró un momento, sonrió a su prima y con la mano señaló las jambas: vio entonces Rea que junto a las viejas figuras de dragones, lobos y otros monstruos espantosos pintadas para proteger de peligros la casa, sobre los maderos del dintel y las jambas habían añadido, con pigmento rojo, varias serpientes largas y onduladas que mantenían los ojos entreabiertos. Cerró los suyos y hubo de hacer un esfuerzo para contener las lágrimas, pues era una muestra de afecto muy grande, una afirmación visible y permanente de la ayuda mutua que ambas primas se habían prometido.
Cuando los abrió, Anto ya había atado cintas de lana en las jambas y untaba la madera con grasa de lobo. Hecho lo cual, se levantó con cuidado la túnica y saltó sobre el umbral para no pisarlo, entrando así en su nuevo hogar donde Nipace la esperaba. Tras ella pasaron los invitados principales. Una joven virgen se acercó a los recién casados con un recipiente de agua. El novio bebió un sorbo y se lo entregó a Anto, quien lo devolvió a la doncella después de beber. La vestal Adriana se adelantó entonces, con gran solemnidad, portando un minúsculo brasero de metal con asas. De él extrajo Anto una brasa con las pinzas y, dirigiéndose a una hornacina en la pared, junto a la puerta, la depositó allí, prendiendo fuego a un montoncito de paja. Nipace derramó sobre el altarcillo unas gotas de leche y vino. Los asistentes a tan solemne acto felicitaron a los novios por última vez y se retiraron, dejándolos solos.
La comitiva emprendió el regreso por el centro de la calle principal. Númitor pudo por fin colocarse al lado de su hermano, el rey Amulio, y abordó enseguida el asunto que le preocupaba: la necesidad de cuidar a Rea Silvia. Criseida echó a andar tratando de escuchar la conversación y Aurelia aprovechó el momento para conminar a Rea Silvia a hacer un último esfuerzo para inclinar a su favor la voluntad de sus tíos.
- Es preciso que te desmayes – le dijo –. Así el rey comprobará lo enferma que estás y te tendrá compasión.
- Es muy peligroso, madre – respondió Rea, bastante trastornada, pues se hallaba al límite de sus fuerzas –. No creo que Criseida se deje engañar, está muy pendiente de mí.
- Ahora está distraída. No me discutas y hazlo. Déjate caer.
- No quiero llamar más la atención...
Pero Aurelia, bien inspirada por un dios adverso, bien arrastrada por la desesperación, o porque hubiera sido escogida por los hados para cumplir sus designios, agarró con fuerza la mano derecha de Rea Silvia, donde llevaba el anillo con el mechón de lana impregnado del hedor de la abubilla y, con firmeza, se lo arrimó a la nariz. Aspirar de lleno un olor tan nauseabundo unido al sofoco, al cansancio y la falta de aliento por la apretura del vientre, hizo perder el sentido a Rea Silvia. Aurelia gritó, mientras la sujetaba y la depositaba en el suelo. Criseida se volvió y reaccionó con gran presteza, arrodillándose en el suelo.
- Rápido, niña, dame agua – ordenó a la virgen que la había ofrecido a los recién casados y llevaba aún el recipiente en las manos. – ¡Hay que refrescarle la cara!
La niña le vertió el agua en el cuenco de las manos, Criseida la arrojó sobre el rostro de Rea Silvia y empezó a darle palmaditas en las mejillas mientras la llamaba. Los dedos se le pusieron pegajosos y amarillos. Frotó ligeramente la frente de Rea, y vio cómo una pasta amarillenta se desplazaba hacia los lados y dejaba al descubierto una piel muy enrojecida.
- ¡Qué es esto, Aurelia? – vociferó Criseida, girándose para mirar a su cuñada. Ésta, horrorizada, contemplaba cómo, al estar tumbada Rea, la túnica se le había ceñido al cuerpo y marcaba los contornos del vientre abultado por el sacrilegio.
El secreto más ardiente, sin embargo, seguía oculto en unos cuantos corazones. El de Aurelia palpitaba con fuerza y se impacientaba más conforme transcurría la tarde. Las sombras que proyectaban las cabañas, los músicos y los danzantes avanzaban inexorablemente sobre el suelo; sentía en el rostro el aire fresco del atardecer y ni Númitor ni ella habían conseguido todavía una respuesta del rey sobre el permiso para llevarse a Rea Silvia. Necesitaban aprovechar la oportunidad, pues es sabido que en una fiesta, con el vino y la alegría, los ánimos se dulcifican y se vuelven proclives a la benevolencia, generosidad que cabía esperar del propio rey, tratándose de la boda de su única hija. Pero el rey Amulio estaba rodeado de invitados y no les permitían acercarse a él.
No era menos angustiosa la situación de Rea. No se había movido de su sitio, junto a las vestales, apenas había probado bocado y, aunque bebía mucha agua, padecía un calor insufrible y sensación de sofoco. La banda de lana que disimulaba su vientre le oprimía y su único deseo era concluir con bien la fiesta. Además, la proximidad del infame Pratex le producía un gran desasosiego. Suspiró. El final estaba próximo, pues la gente ya se había puesto en pie y charlaba en grupos que se deshacían para formar otros nuevos.
- Has sido muy negligente, Camilia, al no informar al rey del estado de salud de Rea Silvia – espetó la reina Criseida a la Vestal Máxima –. ¿Estabas esperando a que se muriese o qué?
Aunque conocía muy bien el carácter de la reina, Camilia no esperaba semejante ataque frontal y quedó sorprendida, más todavía porque la reina había interrumpido sin consideración su charla con un grupo de matronas.
- Te has callado deliberadamente para hacernos quedar mal al rey y a mí, presentándonos como si careciéramos de sentimientos y fuéramos malos parientes – añadió con la misma acritud –. Pero tú quedas peor parada, porque tu obligación es informarle de cuanto ocurre en la casa de las vestales y de los incumplimientos en el culto debido a Vesta.
- Rea Silvia no ha abandonado sus obligaciones como vestal, aunque estaba indispuesta desde la fiesta de Júpiter Latiaris, mi reina – respondió Camilia –. Precisamente, viendo que empeoraba, pensaba hablar con el rey.
- ¿Y por qué no lo has hecho?
- No quería preocuparos la víspera de la boda…
- ¡Qué considerada has sido…! ¿Pretendes hacerme creer que ha caído en ese estado deplorable de la noche a la mañana? ¡No digas más, Camilia! – atajó Criseida extendiendo una mano como para frenarla y dejando a la Vestal Máxima con la palabra en la boca –. Darás cuenta de tu irresponsabilidad ante el rey y ante los padres de Rea Silvia. Y ¡ay de ti! si le pasa algo peor.
Criseida se alejó triunfante del grupo. Había conseguido su propósito: el desconcierto de Camilia y la debilidad de sus respuestas revelaban que, o había ocultado a propósito la enfermedad de Rea, o ésta se había presentado de manera repentina. ¿Qué significaría? Y si la vestal cumplía con sus obligaciones sacras, ¿por qué llevaba tanto tiempo sin salir a la calle? Ese olor… Y la piel, además de tener un tono repulsivo, resultaba demasiado brillante. No se fiaba. Vigilaría personalmente a Rea, visto que Pratex no había descubierto en su conducta nada anómalo. Era un buen momento, porque el novio se había marchado ya a su casa y estaba a punto de formarse el cortejo que debía acompañar a la novia a su nuevo hogar.
- ¡Vamos, Rea! Vendrás conmigo en el cortejo nupcial – le gritó en tono imperativo. Cuando la vestal quiso excusarse, Criseida ya le había vuelto la espalda y caminaba hacia el extremo de la explanada donde Anto y muchos invitados se estaban agrupando. Rea buscó a su madre y le pidió ayuda para eludir acompañar a la reina. No se encontraba bien.
- Es tu oportunidad de decirle cuánto nos necesitas a tu padre y a mí, Rea – respondió Aurelia con severidad –. Aprovéchala, no disponemos ya de mucho tiempo. Yo te ayudaré.
Madre e hija se aproximaron al grupo donde estaba la reina. Ésta cogió a Rea Silvia del brazo, pese a su olor pestilente, y escuchó con fingido interés las peticiones de ambas.
- Haré todo lo posible para mejorar la salud de nuestra querida Rea, cuñada. Hablaremos de ello cuando terminen los ritos.
Y con esa respuesta tan ambigua hubieron de contentarse. El cortejo estaba ya preparado para partir. Dos muchachos con ramos de laurel abrían paso a la novia. Anto caminaba llevando de cada mano a un niño y una niña para que le dieran suerte y propiciaran una prole abundante y, tras ella, desfilaban sus doncellas con el huso, la rueca, un retorcedor y mechones de lana, pues el trabajo de hilar y tejer era muy importante y apreciado. Les seguían el rey Amulio, Criseida que no soltaba del brazo a Rea Silvia, Aurelia y Númitor, que por fin ocupaban un lugar destacado y próximo a los reyes, y los demás invitados. El público gritaba al paso de la novia, anticipándole lo que ocurriría cuando su marido le deshiciera el nudo de Hércules, y qué poco tardaría Nipace en perforar su himen, pues nada da tanto vigor y salud al matrimonio como invocar a las fuerzas que estimulan la fertilidad.
Y así recorrieron el camino hasta la cabaña de la viga roja, donde habría de morar Anto. Rea Silvia caminaba con fatiga, obligada a ir al paso vivo del cortejo. Se detuvieron ante la puerta. Anto se giró un momento, sonrió a su prima y con la mano señaló las jambas: vio entonces Rea que junto a las viejas figuras de dragones, lobos y otros monstruos espantosos pintadas para proteger de peligros la casa, sobre los maderos del dintel y las jambas habían añadido, con pigmento rojo, varias serpientes largas y onduladas que mantenían los ojos entreabiertos. Cerró los suyos y hubo de hacer un esfuerzo para contener las lágrimas, pues era una muestra de afecto muy grande, una afirmación visible y permanente de la ayuda mutua que ambas primas se habían prometido.
Cuando los abrió, Anto ya había atado cintas de lana en las jambas y untaba la madera con grasa de lobo. Hecho lo cual, se levantó con cuidado la túnica y saltó sobre el umbral para no pisarlo, entrando así en su nuevo hogar donde Nipace la esperaba. Tras ella pasaron los invitados principales. Una joven virgen se acercó a los recién casados con un recipiente de agua. El novio bebió un sorbo y se lo entregó a Anto, quien lo devolvió a la doncella después de beber. La vestal Adriana se adelantó entonces, con gran solemnidad, portando un minúsculo brasero de metal con asas. De él extrajo Anto una brasa con las pinzas y, dirigiéndose a una hornacina en la pared, junto a la puerta, la depositó allí, prendiendo fuego a un montoncito de paja. Nipace derramó sobre el altarcillo unas gotas de leche y vino. Los asistentes a tan solemne acto felicitaron a los novios por última vez y se retiraron, dejándolos solos.
La comitiva emprendió el regreso por el centro de la calle principal. Númitor pudo por fin colocarse al lado de su hermano, el rey Amulio, y abordó enseguida el asunto que le preocupaba: la necesidad de cuidar a Rea Silvia. Criseida echó a andar tratando de escuchar la conversación y Aurelia aprovechó el momento para conminar a Rea Silvia a hacer un último esfuerzo para inclinar a su favor la voluntad de sus tíos.
- Es preciso que te desmayes – le dijo –. Así el rey comprobará lo enferma que estás y te tendrá compasión.
- Es muy peligroso, madre – respondió Rea, bastante trastornada, pues se hallaba al límite de sus fuerzas –. No creo que Criseida se deje engañar, está muy pendiente de mí.
- Ahora está distraída. No me discutas y hazlo. Déjate caer.
- No quiero llamar más la atención...
Pero Aurelia, bien inspirada por un dios adverso, bien arrastrada por la desesperación, o porque hubiera sido escogida por los hados para cumplir sus designios, agarró con fuerza la mano derecha de Rea Silvia, donde llevaba el anillo con el mechón de lana impregnado del hedor de la abubilla y, con firmeza, se lo arrimó a la nariz. Aspirar de lleno un olor tan nauseabundo unido al sofoco, al cansancio y la falta de aliento por la apretura del vientre, hizo perder el sentido a Rea Silvia. Aurelia gritó, mientras la sujetaba y la depositaba en el suelo. Criseida se volvió y reaccionó con gran presteza, arrodillándose en el suelo.
- Rápido, niña, dame agua – ordenó a la virgen que la había ofrecido a los recién casados y llevaba aún el recipiente en las manos. – ¡Hay que refrescarle la cara!
La niña le vertió el agua en el cuenco de las manos, Criseida la arrojó sobre el rostro de Rea Silvia y empezó a darle palmaditas en las mejillas mientras la llamaba. Los dedos se le pusieron pegajosos y amarillos. Frotó ligeramente la frente de Rea, y vio cómo una pasta amarillenta se desplazaba hacia los lados y dejaba al descubierto una piel muy enrojecida.
- ¡Qué es esto, Aurelia? – vociferó Criseida, girándose para mirar a su cuñada. Ésta, horrorizada, contemplaba cómo, al estar tumbada Rea, la túnica se le había ceñido al cuerpo y marcaba los contornos del vientre abultado por el sacrilegio.
NOTA: Queridos amigos, he anticipado este capítulo y espero colgar otro el fin de semana. Trataré también de colgar otros tres la próxima. Sobre todo, para no irnos de vacaciones con esta intriga...
23 comentarios:
¡Ufff! qué final el de hoy, Isabel, terrible la estratagema de Aurelia, las consecuencias no puedo ni imaginarlas...
Espero con ansiedad
Besitos
Me quedo de piedra...rápido, que de alguna parte surja la solución a este momento trascendental...
Ya, ya el siguiente, por favor.
Uf, hasta me he quedado sin palabras, al borde del desmayo yo misma, que Rea ha sido descubierta en su preñez. Qué mal cariz toman los acontecimientos. Pero roguemos a los dioses por un golpe de suerte, por una iluminación que nos saque de este atolladero.
Curiosas las costumbres de los preparativos de la noche de bodas.
Un beso enorme, querida Isabel.
Regresando de un viaje me puse al día con los capítulos XXI y XXII. La situación está complicada y con toda la maestría que te caracteriza, has dibujado un pequeña obra de arte. Qué pasará????? Abrazos.
Nos dejas con el susto en el cuerpo. ¡Qué suspense!
Bicos
Que intensidad amigaaaaaaaa!!!!
El plan ha quedado al descubierto,ahora el asunto será a matar o morir!!
P.D.:Lamentablemente ya no parecen quedarle ases por barajar a REA SILVIA,aunque con el destino y los Dioses a favor,nunca se sabe... ;)
MIS BESOTES ISA QUERIDA
Hola elysa, desde luego la historia está que arde. Trataré de colgar más posts antes de mis vacaciones. Para no dejaros así, tan intrigadas... Besos, querida amiga.
Hola virgi, ya nos lo advirtió Claudia Hortensia, que a veces las madres nos empeñamos en cosas que, lejos de ayudar, nos complican la vida. Ay, no quisiera estar en el pellejo de Aurelia. Besitos.
Saludos, mariajesusparadela. Si estuviera escrita toda la novela, te aseguro que yo tampoco habría podido pararme aquí... Besitos.
Hola isabel martínez barquero, comprendo que te hayas quedado sin aliento ante una acción tan desafortunada. Aunque claro, esa Criseida no hubiera parado hasta meter el dedo en el ojo de Aurelia. Besos y ánimo..
Hola fgiucich, desde luego está que arde la historia. Es temendo, lo que está viviendo Rea Silvia y con ella todas las personas que la aman. Besotes.
Hola dilaida, yo también tengo el cuerpo revuelto de pensar en nuestra niña Rea. ¡Ay, qué difícil es la vida para algunas personas! Besos.
Hola gabu, desde luego que la situación es harto difícil. Pobre Rea. Menos mal que cuenta con muchos amigos y amigas. Besitos transatlánticos.
Si la historia esta que arde, no deja lugar para una llama mas. Y nuevamente esa madre desesperada, que siente que sabe todo y nuevamente vuelve a meter la pata hasta el tuetano.
Ahora, hay varios que van a tener que pensar en una buena mentira o correr para salvar sus vidas, porque no van a perdonarle asi nomas la ayudita prestada.
Mis mejores desos para todas mujeres las de roma y del mundo, es hora que las mujeres se pongan las pilas para que de una vez se arreglen todas las miserias y que los niños dejen de pasar hambre en el mundo, pues las mujeres deberian de una vez por toda llevar la voz cantante del mundo!!!!
Muy bella historia...gracias por compartir!!!!
Referente a roma he de decir que es una ciudad como para quedarte, lo que mas me impacto fue contemplar la Fontana de Trevi durante la madrugada, cuando la ciudad queda sin trafico, lo monumentos parecen tomar vida, aparte de ser la ciudad eterna tambien es la ciudad dorada, me encanto visitarla!!!
Gracias de nuevo!!!!
Te deseo un feliz día de la amistad,
que tengas una bonita semana.
un abrazo.
Pero pero pero...tú qué quieres, que me de un yuyuuuuuuu??? ÔÔ
Madre de amor hermoso! Me has dejao con la mandíbula en el suelo!!! :O
Qué mala es la desesperación, el arrebato, ese precipitarse por el miedo, seguro. Ainss..esa mamá...
No quiero ni pensar en las consecuencias, ayyy... :(
Un beso
¡Ay, no! Una cosa es que no podamos cambiar la historia y otra que no nos sorprenda que la descubran.
¡Mi pobre amiga! ¿Qué será de ella ahora? Nadie va a poder defenderla de las garras de Criseida ni del poder de Amulio. Ni la amistad de los que la queremos bien va a lograr protegerla de su destino.
Eso sí, a la pérfida de Criseida le va a dar algo cuando descubra que la profecía puede cumplirse después de todo y, con ella, la maldición.
Un abrazo, querida Isabel. Este capítulo haz sido una auténtica delicia por la unión de intriga y ritos y costumbres.
esa profecíaaaaaaa!!!! ya, ya sé que esto no es una peli "made in America" pero estoy deseando un final de esos típicos...necesito cosas bonitaaaaas!!!
Besote y felices vacaciones donde quiera que te lleven tus pasos Isabel
¡Juas! Sabía que esa pintura daría algún problema… La intención era buena, pero permanecer seca me parecía que no era tan fácil…
A ver como salen de esta…
Tus descripciones me siguen fascinando.
Kisses
Bueno, al fin se ha descubierto el pastel y seguro que mi amada Criseida tomará medidas. Es más, si hubiera que ayudarla, aquí estoy yo, el Rey.
Espero con impaciencia el desenlace de esta fiesta. Besos
Salud y República
Se ha manifestado ya el destino, esto no se para...no podrá ser más ocultada la verdad...ayssss
Un besiño Isabel, siempre.
Que inoportuna Criseida. Podria haber estado lejos del escenario-con su hija Anto-, y no persiguiendo a Rea S.
Me quedan pocas esperanzas, porque Criseida ya ha encontrado lo que iba buscando - una escusa para sacar a Rea, de la circulación- y
tiene una buena.
Y Marte por donde andará.
BSS.
EXELENTE!!!
Saludos a todos!!!
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