(XX)
- Ve con cuidado, vestal. ¡No te confíes! – dijo una voz muy próxima, situada entre el público, cuando Rea Silvia salió de la casa de las vestales. Pasaba de la penumbra serena y protectora del interior, donde había permanecido a resguardo de los peligros durante las tres últimas lunas, a la violencia de la luz deslumbrante del sol y de las miradas escrutadoras de los albanos. Entreabrió los ojos Rea y vio a su lado al pordiosero Alec que le dirigía una mirada de comprensión. Ella le hizo un gesto con la cabeza dando a entender que lo había escuchado.
Mientras Rea, con las demás sacerdotisas de Vesta, esperaba en la puerta a que saliese la Vestal Máxima Camilia, que debía encabezar el grupo, Palantea se le acercó discretamente. Unieron sus brazos con disimulo y el anillo con el olor de la abubilla pasó de las manos de la pastorcilla a las de Rea Silvia, que se lo ciñó en el dedo corazón. Aunque la vestal se había cubierto todo lo posible con el velo, el color amarillento de su piel no pasó percibido al público y pronto suscitó rumores y conjeturas. Ni un solo espectador dudaba que fuese víctima de alguna extraña enfermedad. Que la causa fuera un mal de ojo o la manifestación de algún espíritu infernal porque la muerte de su hermano no había sido vengada, lo pensaron muchos, aunque nadie se atrevía a afirmarlo. Y hubo también quien anticipó la alegría que se llevarían sus tíos, los reyes, al verla tan desmejorada.
Rea se sintió más segura cuando la comitiva se puso en marcha – ella flanqueada por la vestal Adriana y otra compañera – y el público no daba señales de haber descubierto el ardid. Toda su preocupación se desplazó entonces hacia el encuentro con sus padres y sus tíos. Temía las reacciones de unos y otros y, más que ninguna, la de su propia madre. Precisamente porque la habían informado de sus planes de simular una enfermedad, podría ocurrir que Aurelia se echara a llorar desconsoladamente o, por el contrario, que no diera las señales de alarma necesarias. Y, habiendo tantos riesgos, era muy importante que Aurelia acertara, dando una respuesta natural.
El rey Amulio había ordenado que Númitor y Aurelia fueran directamente a la cabaña real, donde se iba a celebrar la ceremonia, sin haber pasado antes por la casa de las vestales para ver a su hija. Era su voluntad que, después de más de un año de separación, padres e hija se reencontraran en su presencia. De este modo, imponiendo un encuentro público, evitaba conversaciones reservadas entre ellos y grandes manifestaciones de emoción. Los obligaba, en suma, a contenerse. Y le daba la oportunidad de humillarlos: haría esperar a Númitor y Aurelia en la puerta, como si fueran personas ajenas a la familia, con el pretexto de no estar todavía preparada la novia. Así demostraría a los habitantes de Alba Longa que su antiguo rey no era más importante que el más miserable de los albanos.
La reina Criseida atravesó el salón principal de la cabaña para recibir a las vestales. Vestía una túnica larga de lino riquísima, con hilos de oro entretejidos que reflejaban la luz y brillaban en una u otra parte del vestido según sus movimientos, creando un efecto de gran majestad. El borde se remataba con una fina banda de púrpura superpuesta que se repetía en el escote y los hombros, prendidos con fíbulas de oro. El cabello lo recogía en la nuca con un gran moño que le cubría las orejas y dejaba ver largos pendientes de oro combinados con piedras rojas. Tanto esplendor, sin embargo, no conseguía ocultar su malevolencia.
- ¡Por fin te veo, querida Rea! – exclamó volviéndose hacia ella después de haber saludado a Camilia –. Estaba preocupada por tu salud. Y veo que no me faltaba razón, pues tienes un aspecto espantoso. ¡Hueles fatal! – añadió, frunciendo la nariz –. ¡Pobrecilla!
- ¿Quieres que me retire, mi reina? – preguntó Rea con humildad.
- ¡En absoluto! Te irás cuando yo lo diga – respondió Criseida mirándola a los ojos. Rea los bajó, pero ya la reina había visto en ellos una dulzura que no le gustó. Debería tener los ojos tristes y apagados, sin vida. Sin embargo, le brillaban y no era un brillo febril. ¡Hasta en la enfermedad la estúpida Rea estaba hermosa! Y sintió brotar de nuevo el odio contra ella, un deseo irrefrenable de abofetearla o de arañarle la cara para quitarle esa expresión bobalicona que a todos fascinaba. Pudo contenerse pensando que pronto, muy pronto, desaparecería para siempre de su vida. De momento, le interesaba colocarla en un sitio donde la viera todo el mundo. Revisó el salón, todavía semivacío, con una mirada rápida y se decidió:
- Colócate al lado de la puerta – le dijo mientras le volvía la espalda –. Así resultará más soportable tu olor.
¿Es preciso señalar cuán grande fue el sufrimiento de Númitor y Aurelia cuando, apenas descendieron del carro, vieron a su hija en pie al otro lado del umbral? Si Aurelia, estando prevenida, se asustó, ¿qué sentimiento de dolor e impotencia no debió experimentar Númitor? Su querida Rea Silvia inspiraba compasión y el color de su piel evocaba antes la muerte que la vida. ¿La perdería a ella también? Le resultaba insoportable tenerla tan cerca y no poder abrazarla, porque los esbirros del rey no les permitía entrar en la cabaña, ni a ella salir, hasta que el rey diera la autorización. Expuestos a la curiosidad de la masa de gente que se agolpaba en los alrededores de la cabaña real, sus corazones se desgarraban.
Esa espera humillante que los reyes habían concebido para hurgar en las heridas de la pareja destronada, obraría a favor de Rea Silvia: cuando les permitieron acercarse, padres e hija habían dominado ya sus emociones y no derramaron lágrimas, uno de los peligros que debía evitar la vestal a toda costa, pues la pintura amarilla se disolvía con agua. Rea sólo acertó a decir en voz baja: “Llevadme con vosotros, por favor. Os lo suplico” antes de fundirse con ellos en un abrazo estrecho y silencioso. La intensidad de aquel abrazo fue mucho más elocuente que todas las palabras.
- ¿No piensas saludar a tu rey, hermano? – les interrumpió con voz seca el rey Amulio. De pie a pocos pasos de ellos, mantenía una actitud distante y altiva. Su túnica púrpura lo distinguía por encima de cualquier otra persona y lo hacía parecer más alto y esbelto. A su lado, Criseida componía una sonrisa de condescendencia tan hiriente como la hosquedad de su marido.
Númitor, Aurelia y Rea Silvia se acercaron y se inclinaron levemente ante él.
- ¿Qué te parece el salón, Aurelia? ¿No crees que ha mejorado en este último año? No me negarás que el mobiliario es más elegante y actual – dijo Criseida mirando primero en torno suyo y después a su cuñada, cuya austera túnica de lana fina, sin más adornos que un par de fíbulas de bronce, contrastaba vivamente con la suya.
- Así es, mi reina – respondió Aurelia muy agitada, sin poder contenerse –. Tienes un gusto refinado y has distribuido los muebles con acierto. Justo ahí, donde has colocado ese nuevo banco, cayó muerto mi hijo.
Los rostros de todos se crisparon y hubo un instante de tensión. Los ojos de Criseida echaban chispas mientras Aurelia, haciendo un esfuerzo sobrehumano para controlarse, respiró hondo y añadió:
- Disculpad mi torpeza, fruto de mi dolor de madre. No es día para recordar cosas tristes, sino para alegrarnos por estar juntos después de tanto tiempo. La boda de Anto, que nos es muy querida, es un acontecimiento muy adecuado para una reconciliación.
- Por ese motivo os hemos invitado, aunque no estoy seguro de que queráis lo mismo – intervino Amulio con evidente malestar y mirando muy irritado a su cuñada.
- Hemos venido con buena disposición – respondió Númitor –. Y no te extrañará que, siendo para vosotros un día tan dichoso, nos atrevamos a pedirte unas migajas, pues es propio de los reyes ser magnánimos.
- No sé lo que pretendes, Númitor, pero no vas a convencerme con halagos. Hace años que me salieron los dientes. Si estás pensando en volver a Alba Longa…
- Pretendo justo lo contario: apartar de Alba Longa todo rastro mío – respondió Númitor –. Mira a mi hija: ¿te das cuenta de lo enferma que está? Permítenos llevarla con nosotros al Aventino.
- ¡Bueno, bueno! – interrumpió Criseida, temerosa de que su marido diera su autorización sin haberlo pensado bien antes. –. Muy mal está, porque apesta ya a cadáver. ¡Pero creo que sería muy peligroso moverla! Vamos, marido, Anto está a punto de salir.
Y se apartó llevándose consigo a su marido y dejándolos desolados.
Mientras Rea, con las demás sacerdotisas de Vesta, esperaba en la puerta a que saliese la Vestal Máxima Camilia, que debía encabezar el grupo, Palantea se le acercó discretamente. Unieron sus brazos con disimulo y el anillo con el olor de la abubilla pasó de las manos de la pastorcilla a las de Rea Silvia, que se lo ciñó en el dedo corazón. Aunque la vestal se había cubierto todo lo posible con el velo, el color amarillento de su piel no pasó percibido al público y pronto suscitó rumores y conjeturas. Ni un solo espectador dudaba que fuese víctima de alguna extraña enfermedad. Que la causa fuera un mal de ojo o la manifestación de algún espíritu infernal porque la muerte de su hermano no había sido vengada, lo pensaron muchos, aunque nadie se atrevía a afirmarlo. Y hubo también quien anticipó la alegría que se llevarían sus tíos, los reyes, al verla tan desmejorada.
Rea se sintió más segura cuando la comitiva se puso en marcha – ella flanqueada por la vestal Adriana y otra compañera – y el público no daba señales de haber descubierto el ardid. Toda su preocupación se desplazó entonces hacia el encuentro con sus padres y sus tíos. Temía las reacciones de unos y otros y, más que ninguna, la de su propia madre. Precisamente porque la habían informado de sus planes de simular una enfermedad, podría ocurrir que Aurelia se echara a llorar desconsoladamente o, por el contrario, que no diera las señales de alarma necesarias. Y, habiendo tantos riesgos, era muy importante que Aurelia acertara, dando una respuesta natural.
El rey Amulio había ordenado que Númitor y Aurelia fueran directamente a la cabaña real, donde se iba a celebrar la ceremonia, sin haber pasado antes por la casa de las vestales para ver a su hija. Era su voluntad que, después de más de un año de separación, padres e hija se reencontraran en su presencia. De este modo, imponiendo un encuentro público, evitaba conversaciones reservadas entre ellos y grandes manifestaciones de emoción. Los obligaba, en suma, a contenerse. Y le daba la oportunidad de humillarlos: haría esperar a Númitor y Aurelia en la puerta, como si fueran personas ajenas a la familia, con el pretexto de no estar todavía preparada la novia. Así demostraría a los habitantes de Alba Longa que su antiguo rey no era más importante que el más miserable de los albanos.
La reina Criseida atravesó el salón principal de la cabaña para recibir a las vestales. Vestía una túnica larga de lino riquísima, con hilos de oro entretejidos que reflejaban la luz y brillaban en una u otra parte del vestido según sus movimientos, creando un efecto de gran majestad. El borde se remataba con una fina banda de púrpura superpuesta que se repetía en el escote y los hombros, prendidos con fíbulas de oro. El cabello lo recogía en la nuca con un gran moño que le cubría las orejas y dejaba ver largos pendientes de oro combinados con piedras rojas. Tanto esplendor, sin embargo, no conseguía ocultar su malevolencia.
- ¡Por fin te veo, querida Rea! – exclamó volviéndose hacia ella después de haber saludado a Camilia –. Estaba preocupada por tu salud. Y veo que no me faltaba razón, pues tienes un aspecto espantoso. ¡Hueles fatal! – añadió, frunciendo la nariz –. ¡Pobrecilla!
- ¿Quieres que me retire, mi reina? – preguntó Rea con humildad.
- ¡En absoluto! Te irás cuando yo lo diga – respondió Criseida mirándola a los ojos. Rea los bajó, pero ya la reina había visto en ellos una dulzura que no le gustó. Debería tener los ojos tristes y apagados, sin vida. Sin embargo, le brillaban y no era un brillo febril. ¡Hasta en la enfermedad la estúpida Rea estaba hermosa! Y sintió brotar de nuevo el odio contra ella, un deseo irrefrenable de abofetearla o de arañarle la cara para quitarle esa expresión bobalicona que a todos fascinaba. Pudo contenerse pensando que pronto, muy pronto, desaparecería para siempre de su vida. De momento, le interesaba colocarla en un sitio donde la viera todo el mundo. Revisó el salón, todavía semivacío, con una mirada rápida y se decidió:
- Colócate al lado de la puerta – le dijo mientras le volvía la espalda –. Así resultará más soportable tu olor.
¿Es preciso señalar cuán grande fue el sufrimiento de Númitor y Aurelia cuando, apenas descendieron del carro, vieron a su hija en pie al otro lado del umbral? Si Aurelia, estando prevenida, se asustó, ¿qué sentimiento de dolor e impotencia no debió experimentar Númitor? Su querida Rea Silvia inspiraba compasión y el color de su piel evocaba antes la muerte que la vida. ¿La perdería a ella también? Le resultaba insoportable tenerla tan cerca y no poder abrazarla, porque los esbirros del rey no les permitía entrar en la cabaña, ni a ella salir, hasta que el rey diera la autorización. Expuestos a la curiosidad de la masa de gente que se agolpaba en los alrededores de la cabaña real, sus corazones se desgarraban.
Esa espera humillante que los reyes habían concebido para hurgar en las heridas de la pareja destronada, obraría a favor de Rea Silvia: cuando les permitieron acercarse, padres e hija habían dominado ya sus emociones y no derramaron lágrimas, uno de los peligros que debía evitar la vestal a toda costa, pues la pintura amarilla se disolvía con agua. Rea sólo acertó a decir en voz baja: “Llevadme con vosotros, por favor. Os lo suplico” antes de fundirse con ellos en un abrazo estrecho y silencioso. La intensidad de aquel abrazo fue mucho más elocuente que todas las palabras.
- ¿No piensas saludar a tu rey, hermano? – les interrumpió con voz seca el rey Amulio. De pie a pocos pasos de ellos, mantenía una actitud distante y altiva. Su túnica púrpura lo distinguía por encima de cualquier otra persona y lo hacía parecer más alto y esbelto. A su lado, Criseida componía una sonrisa de condescendencia tan hiriente como la hosquedad de su marido.
Númitor, Aurelia y Rea Silvia se acercaron y se inclinaron levemente ante él.
- ¿Qué te parece el salón, Aurelia? ¿No crees que ha mejorado en este último año? No me negarás que el mobiliario es más elegante y actual – dijo Criseida mirando primero en torno suyo y después a su cuñada, cuya austera túnica de lana fina, sin más adornos que un par de fíbulas de bronce, contrastaba vivamente con la suya.
- Así es, mi reina – respondió Aurelia muy agitada, sin poder contenerse –. Tienes un gusto refinado y has distribuido los muebles con acierto. Justo ahí, donde has colocado ese nuevo banco, cayó muerto mi hijo.
Los rostros de todos se crisparon y hubo un instante de tensión. Los ojos de Criseida echaban chispas mientras Aurelia, haciendo un esfuerzo sobrehumano para controlarse, respiró hondo y añadió:
- Disculpad mi torpeza, fruto de mi dolor de madre. No es día para recordar cosas tristes, sino para alegrarnos por estar juntos después de tanto tiempo. La boda de Anto, que nos es muy querida, es un acontecimiento muy adecuado para una reconciliación.
- Por ese motivo os hemos invitado, aunque no estoy seguro de que queráis lo mismo – intervino Amulio con evidente malestar y mirando muy irritado a su cuñada.
- Hemos venido con buena disposición – respondió Númitor –. Y no te extrañará que, siendo para vosotros un día tan dichoso, nos atrevamos a pedirte unas migajas, pues es propio de los reyes ser magnánimos.
- No sé lo que pretendes, Númitor, pero no vas a convencerme con halagos. Hace años que me salieron los dientes. Si estás pensando en volver a Alba Longa…
- Pretendo justo lo contario: apartar de Alba Longa todo rastro mío – respondió Númitor –. Mira a mi hija: ¿te das cuenta de lo enferma que está? Permítenos llevarla con nosotros al Aventino.
- ¡Bueno, bueno! – interrumpió Criseida, temerosa de que su marido diera su autorización sin haberlo pensado bien antes. –. Muy mal está, porque apesta ya a cadáver. ¡Pero creo que sería muy peligroso moverla! Vamos, marido, Anto está a punto de salir.
Y se apartó llevándose consigo a su marido y dejándolos desolados.
28 comentarios:
¡Ay, qué angustia! Ni siquiera el hedor de nido de abubilla que desprende el anillo llevado mi amiga para protegerla, es tan nauseabundo como el comportamiento de Criseida.
Cada vez se pone la cosa peor.
Es que ni me entero cuando vuelo sobre las letras para disfrutar de cada nuevo capítulo. Se me pasa tan deprisa el placer de leer tu prosa...
Por cierto, ¿te has planteado que el libro sea una trilogía o una tetralogía? Sería fantástico. El texto es bueno y el material abundante.
Besos, Romana querida
Pero qué interesante está, Isabel. Me ha sabido a poco y me quedo intrigada con lo que pasará.
Aunque "malita" y "apestosa", me doy cuenta de la maldad de Amulio y. sobre todo, de la de Criseida. Temo por mí, por mis hijos, por mis padres. Sólo deseo que concluya la boda y pueda irme al Aventino, aunque estoy puede ocurrir cualquier percance que desbarate mis planes. Uf..., me corroe la impaciencia.
Un beso enorme.
Mi querida Rea Silvia, tan hermosa y sufrida. La vida le ha dar algunas compensaciones, lo sabemos, pero el hilo de la historia nos lleva por urdimbres desconocidas...¡ay, esta escritora en cuyas manos está nuestra espera!
Ojalá se vaya con sus padres, nada mejor para su estado.
Un abrazo, querida Isabel
Rea Silvia, es fuerte, a pesar de todo, de todos, tiene claro su destino que es el de la misma Roma...los Dioes la proteja, y tu la ayudes entre tus palabras.
Un abrazo enorme Isabel.
Se me ha hecho corto, Isabel, y sé que no es asi, pero está tan bien que cuando he llegado a final,me he sorprendido, estaba tan inmersa en este capítulo que ni cuenta me he dado del final.
Besos
Yo necesito que sigas, por favor.
¡Qué rapido se terminó este capítulo!. Se me hizo muy corto y me encantó.
Bicos
Vaya,vaya,amiga mía que relato tan tenso y crispado has logrado crear en torno a un acontecimiento aparentemente de festejo!!!
P.D.:Pues si los ojos son el reflejo del alma,REA SILVIA se ha puesto en evidencia sin querer...
MIS BESITOS ISA QUERIDA =)
Hala, a sufrir otra vez, ahora tiene tan mal aspecto que tampoco quieren moverla, los planes de Criseida se resumen en envenenarla cuanto antes.
No ha de ser así, puesto que conocemos a los gemelos, pero aun sabiéndolo no me fío ni media de la bruja de Criseida.
Hacemos balance, hemos ganado cosas:
-nadie sospecha la verdad sobre el estado de Rea silvia,
-Aurelia ha recordado el vil asesinato de su hijo sin dejarse amedrentar.
Estad dos cuestiones ya hacen de la primera parte de la boda de Anto una ganancia sustanciosa, por lo demás ya veremos porque no la celebración no ha hecho más que empezar.
Criseida envidiosa, mala.
Isabelita, besazos, esto está que arde.
Veremos quién gana la batalla. Esta insensata que se ha vestido de enferma terminal o mi querida esposa, más lista que el hambre y más mala que el veneno. Yo mientras tanto me deleitaré viendo maniobrar a mi querida Creseida, la maldad personificada. ¡Vale un reino!
Rey Amulio
Querida escritora, esto se está poniendo bueno, todo está a punto. Veremos que pasa con Rea Silvia. De momento, nos tienes a la expectativa. Besos
Salud y República
Tenía muchísimas ganas de leer si la treta de Rea Silvia iba a dar su sfrutos y de momento parece que todo va viento en popa. Nadie se ha dado cuenta de su embarazo uno de los puntos más importantes de este encuentro obligado. Y, mientras tanto, Aurelia y Númitor vilipendiados y tragando las bravatas de los asesinos de su hijo...
Besitos
Vuelvo unos pocos días para volver a irme.
Y así me encuentro con un montón de lecturas pendientes como estos dos capítulos sobre la fundación de Roma.
A ver si la torpeza de los usurpadores es mayor que su capacidad de hacer daño y Rea Silvia pueda reunirse de verdad con los suyos.
Un saludo.
inteligente mujer y fuerte...a ver si no me pierdo el próximo capítulo.
Saludos Isabel Romana
Saldrá más fuerte, seguro.
Besos.
No es la fuerza si no la astucia lo que salvara a nuestra protagonista,un ardid que puede mantenerla alejada del odio de la reina.Toda precaución es poca.La emoción y la trama van creciendo mas todavía.
Venerable dama sigamos.
Genial!!! Nos dejaste con la intriga a flor de piel. Abrazos.
Como aqui no hay de esos pajarillos, no se que olor tienen pero debe ser fatal; pero no es nada comparado con el odio de los nuevos reyes. Veremos que pasa, porque has prometido que esta boda sera inolvidable, y se me hace que se viene algo gordo,gordo,gordo.
Lo importante es que el disfraz de enferma y la peste abubíllica han colado!
Pero qué crueldad la de esos reyes!
Esa Criseida me pone malita, arrgg!
Le encanta hurgar en el dolor ajeno, la muy sádica!
Me permites que le meta una puñalada, aunque sea virtual???
Grrr...
Besotes
Jajajajajajaaaaaaaaa!!!
Mil perdones por lo de las fístulas, jajajaja, me estoy partiendo de la risa, jajajajaja!
En qué estaría yo pensando???
Mae mía, la olla me baila la lambada a veces...
XD
Otro besote
XD
¿Ni en el día de la boda de su hija dejan de tramar iniquidades ese par de alimañas?
Me tienes con el corazón en un puño, amiga Isabel. Rezo a las diosas benefactoras para que todo salga bien, que así sea.
Desde mi apartado retiro te saludo creadora de palabras, te sigo de lejos pero te sigo. Un beso cariñoso.
Me ha encantado leerte. Vengo a tu blog...y me quedaré, mientras mantengas abiertas las puertas.
Un abrazo.
¡Qué peligrosa es Criseida!
¡Será capaz de convencer a su marido?
Mientras lo averiguamos, un abrazo.
En ascuas, nos tienes en ascuas. Beso.
Hola freia, ja, ja, ya me estoy planteando si constará de más de un libro, porque lo cierto es que la historia está dando mucho de sí. Yo, de momento sigo y ya veremos. En cuanto a Criseida, sí, es nauseabunda y abunda. ¡Vaya chiste malo! Besos, querida amiga.
Hola isabel martinez barquero, yo también me estoy comiendo las uñas, porque la situación es harto complicada. Pero vaya, Rea tiene mucha protección... Un abrazo muy fuerte, guapa.
Hola virgi, desde luego que en su estado lo mejor es que consiga marcharse con sus padres. Por de pronto, está poniendo todos los medios a su alcance para conseguirlo... Besotes.
Hola mayte, hay que confiar en los dioses, desde luego, y hasta ponerse en sus manos, pues fue voluntad suya fundar Roma. Un abrazo muy fuerte.
Hola elysa, me alegro de que te haya resultado corto. ¡Eso siempre es buena señal para la escritora! Un abrazo muy fuerte.
Hola mariajesusparadela, seguimos, seguimos... Besotes.
Hola dilaida, es que yo creo que cuando hay diálogos un poco tenso todo discurre más deprisa. Besitos.
Hola querida gabu, has dado de lleno en la diana. A Rea Silvia la ha traicionado justo aquello que no se puede ocultar: la luz de sus ojos, que suele ser tan brillante y dulce en las embarazadas. Besos, querida amiga.
Hola elena clásica, ¿cómo no vamos a sufrir, si nos importa tanto lo que le ocurra a Rea Silvia? Esta niña no sólo se ha ganado tu protección como Silana, sino la de todas las personas que la conocen. Se merece salir con bien de ésta y todas haremos lo posible por que sea así. Pero ay, siempre está la malvada Criseida enredando... Pero no la critiquemos: los malvados son tan necesarios como los buenos. Besos, querida amiga.
Hola rgalmazán, desde luego a Amulio le viene de maravilla haberse casado con una harpía que le hace el trabajo sucio... Sois tal para cual, no creas que tú eres menos malvado que ella, sólo que ella es más impaciente en su maldad. En fin sí, la cosa está que arde... Besos.
Hola carmenBéjar, una de las características de los tiranos, dictadores, etc. es, precisamente, esa maldad que les lleva a regodearse en el mal causado, en hurgar en las heridas que ellos mismos han causado y disfrutar con ello. Mala gente... Besitos.
Saludos, cayetano, gracias por visitarme en este retorno por un par de días. Veremos, veremos cómo se desarrollan las cosas, todo está en el aire... Besos y feliz descanso.
Hola iralow, esto está tan candente, que sí, merece la pena seguir la historia... Besos.
Saludos, pedro ojeda escudero, todo lo que no mata, engorda. También en lo espiritual y mental. Así que Rea seguirá fortaleciéndose moralmente. Besos.
Hola américa, creo que lo has descrito muy bien: todo se juega a la carta de la astucia, y esperemos que Rea Silvia sea más que su tía Criseida. Besitos.
Hola fgiucich, en esta historia la intriga no cesa... Besos, querido amigo.
Hola alejandra sotelo faderland, tu olfato es legendario, así que no vas desencaminada. Algo pasará. Por de pronto, se casa Anto. Besotes, guapa.
Hola áfrica, puedes meterle todos los puñales virtuales que quieras a Criseida. Pero luego hay que pensar que los buenos lo son por contraste con los malvados. Lo malo es que, a veces, éstos pesan más y desequilibran la balanza. Besotes, guapa.
Hola natalia tarraco, gracias por asomarte desde tu doble retiro: físico y mental porque te has marchado a las cruzadas. Y respecto a Criseida, ¿no has oído nunca decir que el mal es activo? Pues eso, niña, que no paran nuuuunca de maquinar. Besos.
Muchas gracias por tu visita, Miguel de la t.p, me alegra saber que te instalas con nostros a escuchar historias. Alegran la vida y la enriquecen, más allá de las bondades en el oficio de quien las cuenta. Un cordial saludo.
Hola isabel, es peligrosísima es harpía. Cuando nos ponemos a ser malas... en fin. Besitos.
Hola emejota, hace demasiado calor para teneros en ascuas, pero hija mía, ¿qué vamos a hacer si hemos llegado al verano en uno de los puntos álgidos de la historia? Un abrazo, querida amiga.
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