(XXIII)
Los momentos que siguieron al desmayo de Rea Silvia fueron dramáticos. Cuando la reina Criseida, con las manos manchadas de color amarillo, observó la sospechosa curva del vientre de la muchacha y ató cabos, Aurelia se dio cuenta de que la reina había descubierto el embarazo de su hija y estuvo a punto de desmayarse también. Sólo se sostuvo en pie gracias a la vestal Adriana, que soltó el brasero para sujetarla y, para añadir infortunio al infortunio, las brasas procedentes del altar de Vesta rodaron por el suelo. Entretanto, muchas personas se habían acercado y contemplaban la escena sin percatarse de su gravedad, pues Númitor se había agachado también para socorrer a Rea y entre él y la reina la ocultaban de la vista casi completamente. Muchas voces aconsejaban mojarle las muñecas o ponerla de costado, pero fueron silenciadas por el rey Amulio quien, con el ceño fruncido, ordenó traer un carro para trasladarla a la cabaña real.
- Llevadla mejor a la casa de las vestales – dijo la Vestal Máxima Camilia, abriéndose paso entre la gente, pues al salir de la casa de Anto y Nipace se había quedado charlando con unas matronas y acababa de recibir el aviso.
- He dicho a la cabaña real – se reafirmó Amulio, clavando una mirada de hielo en los ojos de Camilia –. Y quiero ver allí, de inmediato, a mis consejeros. Tú la primera, Camilia. Tienes que dar muchas explicaciones. ¡Vamos!
El carro llegó enseguida. Lo guiaba Fáustulo, el mayoral de los rebaños de Amulio, que había acudido a Alba Longa unos días antes a llevar los corderos y cerdos para el banquete y colaborar en su organización. Pensaba regresar a las orillas del Tíber al amanecer del día siguiente, así que, como hombre previsor, estaba preparando el carro cuando había llegado la orden del rey. Enganchó la mula y se puso en marcha. La calle central estaba llena de gente, así que su aparición produjo alboroto y protestas de quienes aún no se habían enterado de lo sucedido. Llegado al lugar, no muy distante, se abrió el corro que rodeaba a Rea Silvia y, con ayuda de otros, subió al carro a la vestal, acompañada y sujeta por su madre, y las llevó a la cabaña del rey.
Entre tanto, corrían desbocados los rumores. Cada cual hacía sus conjeturas, aunque todos coincidían en afirmar que el desmayo de Rea Silvia al terminar el último de los ritos de la boda de su prima no podía ser un buen presagio. Eso mismo pensaban, con un dolor agudo como el que produce un dardo clavado en el costado, quienes estaban en el secreto de Rea. Toda su confianza, sus ánimos, su fortaleza para llevar adelante el engaño que habría de suponer la salvación de Rea, se habían venido abajo. La vestal Adriana y la doncella Tuccia se apresuraron a volver a la casa de las vestales y la primera se arrojó a los pies de Vesta para implorarle por su amiga. Las demás, que habían rondado cerca de Rea Silvia durante toda la jornada, se dirigieron temblorosas hacia la cabaña real siguiendo, entre la multitud, al carro.
Acudieron a la puerta de la cabaña los criados y la reina Criseida ordenó trasladar a Rea Silvia a la cámara que había sido de Anto. Y así, mientras en el salón se congregaban los consejeros, avisados a toda prisa, en el lecho del cuarto tendieron a la vestal y las criadas, siguiendo las instrucciones de Criseida, le quitaron la túnica. Quedó así descubierta la banda de lana en torno al vientre y en evidencia las partes del cuerpo que habían sido pintadas y las que no. Pidió Aurelia que trajeran agua y unos paños, y ella misma se arrodilló y le fue quitando la pintura aunque hubiera podido hacerlo sólo con sus lágrimas. Una criada deshizo las puntadas que sujetaban la banda y, entre varias, lograron quitársela, devolviendo a la vista lo que la naturaleza no oculta.
Rea Silvia empezó a respirar mejor y movió un poco la cabeza aunque sin abrir los ojos. El panorama en el cuarto era desolador: la banda de lana por el suelo, los recipientes de agua y los paños amarillentos junto al lecho, la vestal desnuda y palidísima con aquel vientre liberado aún enrojecido por la presión, el olor, los rostros descompuestos de quienes la rodeaban. Pues si el descubrimiento de un engaño suele ser insoportable para quien lo descubre y para el descubierto, más espantoso es cuando lo que se ocultaba era un sacrilegio y su castigo, la muerte. Con todo, lo peor, lo más pavoroso, lo que sobrecogía a Aurelia, era el silencio de Criseida. No se atrevía a mirarla. Pero la sentía allí, a sus espaldas, impertérrita, inconmovible, preparándose para descargar el odio mortal acumulado durante muchos años.
- Tu marido quiere hablarte, noble Aurelia – dijo una criada asomándose al cuarto –. Te ruega que salgas un momento.
Se levantó Aurelia y salió a encontrarse con la mirada estupefacta de Númitor. Le cogió una mano, recuperó su entereza y antes de volver junto al lecho de su hija, le narró todo lo sucedido.
- Llevadla mejor a la casa de las vestales – dijo la Vestal Máxima Camilia, abriéndose paso entre la gente, pues al salir de la casa de Anto y Nipace se había quedado charlando con unas matronas y acababa de recibir el aviso.
- He dicho a la cabaña real – se reafirmó Amulio, clavando una mirada de hielo en los ojos de Camilia –. Y quiero ver allí, de inmediato, a mis consejeros. Tú la primera, Camilia. Tienes que dar muchas explicaciones. ¡Vamos!
El carro llegó enseguida. Lo guiaba Fáustulo, el mayoral de los rebaños de Amulio, que había acudido a Alba Longa unos días antes a llevar los corderos y cerdos para el banquete y colaborar en su organización. Pensaba regresar a las orillas del Tíber al amanecer del día siguiente, así que, como hombre previsor, estaba preparando el carro cuando había llegado la orden del rey. Enganchó la mula y se puso en marcha. La calle central estaba llena de gente, así que su aparición produjo alboroto y protestas de quienes aún no se habían enterado de lo sucedido. Llegado al lugar, no muy distante, se abrió el corro que rodeaba a Rea Silvia y, con ayuda de otros, subió al carro a la vestal, acompañada y sujeta por su madre, y las llevó a la cabaña del rey.
Entre tanto, corrían desbocados los rumores. Cada cual hacía sus conjeturas, aunque todos coincidían en afirmar que el desmayo de Rea Silvia al terminar el último de los ritos de la boda de su prima no podía ser un buen presagio. Eso mismo pensaban, con un dolor agudo como el que produce un dardo clavado en el costado, quienes estaban en el secreto de Rea. Toda su confianza, sus ánimos, su fortaleza para llevar adelante el engaño que habría de suponer la salvación de Rea, se habían venido abajo. La vestal Adriana y la doncella Tuccia se apresuraron a volver a la casa de las vestales y la primera se arrojó a los pies de Vesta para implorarle por su amiga. Las demás, que habían rondado cerca de Rea Silvia durante toda la jornada, se dirigieron temblorosas hacia la cabaña real siguiendo, entre la multitud, al carro.
Acudieron a la puerta de la cabaña los criados y la reina Criseida ordenó trasladar a Rea Silvia a la cámara que había sido de Anto. Y así, mientras en el salón se congregaban los consejeros, avisados a toda prisa, en el lecho del cuarto tendieron a la vestal y las criadas, siguiendo las instrucciones de Criseida, le quitaron la túnica. Quedó así descubierta la banda de lana en torno al vientre y en evidencia las partes del cuerpo que habían sido pintadas y las que no. Pidió Aurelia que trajeran agua y unos paños, y ella misma se arrodilló y le fue quitando la pintura aunque hubiera podido hacerlo sólo con sus lágrimas. Una criada deshizo las puntadas que sujetaban la banda y, entre varias, lograron quitársela, devolviendo a la vista lo que la naturaleza no oculta.
Rea Silvia empezó a respirar mejor y movió un poco la cabeza aunque sin abrir los ojos. El panorama en el cuarto era desolador: la banda de lana por el suelo, los recipientes de agua y los paños amarillentos junto al lecho, la vestal desnuda y palidísima con aquel vientre liberado aún enrojecido por la presión, el olor, los rostros descompuestos de quienes la rodeaban. Pues si el descubrimiento de un engaño suele ser insoportable para quien lo descubre y para el descubierto, más espantoso es cuando lo que se ocultaba era un sacrilegio y su castigo, la muerte. Con todo, lo peor, lo más pavoroso, lo que sobrecogía a Aurelia, era el silencio de Criseida. No se atrevía a mirarla. Pero la sentía allí, a sus espaldas, impertérrita, inconmovible, preparándose para descargar el odio mortal acumulado durante muchos años.
- Tu marido quiere hablarte, noble Aurelia – dijo una criada asomándose al cuarto –. Te ruega que salgas un momento.
Se levantó Aurelia y salió a encontrarse con la mirada estupefacta de Númitor. Le cogió una mano, recuperó su entereza y antes de volver junto al lecho de su hija, le narró todo lo sucedido.
- Consejeros – dijo el rey Amulio sentado en el trono –. A disgusto os he mandado llamar, pues jamás habría imaginado terminar así el día de la boda de mi querida y única hija. Sin embargo, el asunto es tan grave, que ya os anticipo que no nos moveremos de aquí sin haberlo resuelto.
Los consejeros rebulleron en sus escaños. Habían asistido a la boda y todo había discurrido con normalidad hasta que se habían visto sorprendidos por esta llamada urgente cuando aún tenían el espíritu festivo y esperaban seguir disfrutado. Ni el rey ni ninguna otra persona les habían querido anticipar el motivo de una reunión tan precipitada, aunque los rostros sombríos de Amulio, de su hermano Númitor y de la Vestal Máxima Camilia, hacían presagiar tormenta. Estas palabras confirmaban sus peores impresiones y les indujo a acentuar la severidad de sus rostros.
- ¡Se ha cometido un sacrilegio! – dijo Amulio con voz atronadora –. Un sacrilegio, ¡sí!, y la culpable es la vestal Rea Silvia, mi sobrina, de quien abomino. Sabed todos, consejeros, que su culpabilidad está fuera de toda duda, pues está preñada.
Hubo un grito unánime de asombro. Se levantaron los consejeros con una mezcla de temor y de indignación, alzando los brazos al cielo, hablando entre ellos, y mirándose sin salir de su estupor. Nada tan grave había ocurrido desde que formaban parte del consejo del rey, pese a haber vivido guerras y juzgado fechorías. Pues incluso los crímenes más abominables eran menos dañinos que aquellos cometidos contra los dioses y, el peor de todos, el más temible, era el que ofendía a su protectora, la diosa Vesta, cuya ira se descargaría sin piedad sobre Alba Longa si no lograban aplacarla.
- Te ruego, rey Amulio, que me escuches – dijo entonces Númitor, elevando la voz sobre el griterío y colocándose en el centro del semicírculo que formaba el consejo –. ¡Escuchadme, ilustres consejeros, hombres de bien! Os lo ruego.
El rey Amulio hizo un gesto con la mano para que todos se sentasen y antes de conceder la palabra a Númitor, intervino de nuevo con gran severidad.
- No creas que por ser hermano mío vas a torcer mi brazo e impedir que se cumpla la ley. El bien de Alba Longa está por encima de mis sentimientos, que han sido siempre favorables a ti y a los tuyos, como he demostrado en el pasado tantas veces. Para ejecutar la ley ante un caso tan flagrante, no necesito al consejo. Lo he reunido para hacerle partícipe de lo ocurrido y aclarar los hechos, investigar las responsabilidades de otras personas.
- Precisamente, mi rey, lo que he de decir ayudará al esclarecimiento de lo acontecido – dijo Númitor, haciendo gala de una gran serenidad y autoridad –. No creas que no te comprendo, pues he ocupado ese trono antes que tú, y se cuán difíciles y dolorosas son muchas decisiones que, por el bien de todos, se han de tomar. Y la experiencia nos dice que no es bueno tomarlas precipitadamente.
- ¿Crees que me precipito, cuando el vientre de tu hija abulta como una tinaja? – dijo Amulio, despectivo y con creciente indignación – ¿Cuando ha estado fingiendo una enfermedad y, según afirma la Vestal Máxima, ha seguido cumpliendo sacrílegamente los ritos de Vesta? ¿Cuando tú mismo me has pedido permiso para llevártela a tus posesiones del Aventino con el fin de ocultar el sacrilegio y yo, de buena fe, he estado a punto de concedértelo?
- No es mi intención negar lo evidente – afirmó Númitor – ni poner en cuestión tu autoridad. Quiero que escuches, rey, que escuchéis todos, consejeros, la explicación de mi hija sobre lo ocurrido, según acabo de conocer a través de mi esposa. Conocéis a Rea Silvia. Sabéis que es una joven modesta y discreta, que jamás ha dado lugar a habladurías ni a escándalos.
- ¿Cómo puedes decir eso sin morirte de vergüenza, mentiroso? – interrumpió a gritos Criseida – Si tuvierais memoria, consejeros, no permitiríais a este hombre hablar así. ¡Os lo advertí, os lo dije con claridad precisamente el día del funeral de su hijo y sus criados! – en su furia, se había puesto en pie y se dirigía al centro. Los miembros del consejo la contemplaban con respeto, pues su cólera era de temer.
- Os dije que la instigadora de aquella matanza había sido la propia Rea Silvia, para ocupar el lugar de su hermano, casarse con un extranjero y entregar Alba Longa a nuestros enemigos con tal de ser reina. Ahora os acordáis, ¿verdad? – con mirada incendiaria recorría, uno por uno, todos los rostros –. Aquel plan odioso se le truncó, pero ella ha urdido otra trama no menos repugnante ni criminal para dañarnos: ofendiendo gravemente a Vesta desataría la ira de la diosa contra Alba Longa y quién sabe cuántas desgracias y tribulaciones se habrían abatido sobre nosotros de no haber sido desenmascarada. Si sois débiles de nuevo, si os dejáis convencer de su falsa inocencia, no podremos librarnos del desastre una tercera vez –y, tras hacer una pausa dramática, añadió –. ¡Cúmplase con ella la ley, muera azotada por las varas en la plaza pública y expíe así su culpa!
Los consejeros reflejaban en sus rostros temor y aprobación.
NOTA: Os dejo el enlace a la página del cruel rey Amulio que, en la realidad, no tiene nada de malvado.
14 comentarios:
Vaya, vaya, emoción hasta el paroxismo. Beso.
Muy interesante el capitulo, Aurelia parece condenada a meter la pata siempre, y llorar despues, como quien lleva la piedra en el bolsillo para tropezarsela a menudo; Criseida explotando odio como no podia ser de otra manera.
Espero por la defensa de los demas implicados, pues a Camilia no van a creerle mucho que no sabia nada y no se las va a llevar de arriba, y otras mas tambien seguramente. Bueno,Quizas Divaida les tienda una pata (por cierto,debido a internacion, ingreso le dicen Uds. esta esos dias conmigo y mas que mimosa la niña).
Ahora el link, estas seguro que es ese pues va a un blog de realidad contemporanea española que nada que ver....
Esto va de mal en peor...he leído de un tirón, sin pestanear y diría que hasta sin respirar...me tienes en un desasosiego continuo...
¡Esto es terrible, narradora! Descubierta mi preñez, condenada estoy a muerte.
Me consuela saber que los acontecimientos dan muchas vueltas y revueltas y, en alguna de ellas, conseguiré salvarme y salvar, así, a mis hijos.
Ay, qué destino más trágico me han asignado los dioses, qué cúmulo de sobresaltos y pesares arrastra esta corta vida mía.
Esto está que arde, querida Isabel.
Miles de besos, siempre agradecida por tus letras.
He leído de un tirón, esto es un desasosiego, no hay respiro, y ahora qué va a pasasr...
a la espera, con ansiedad
Besitos
Querida novelista, esto se está poniendo bien, como debe ser. La justica llega y ahora veremos quiés es quien manda (naturalmente mi mujer).
Por cierto, no trates de confundir al personal dando el enlace de mi alter ego, ese advenedizo de Kabila, que es otro blando sinsal.
Rey Amulio
Besos,
Salud y República
Querida narradora: ya que los hijos suelen tener padre y madre, que alguien proponga, en esa asamblea, que vareen de la misma forma a Marte.
Quizá un giro del destino...
Un capítulo tremendo, sin esperanzas, se cierne la oscuridad sobre Destino...algo sabemos, sin embargo antes nos haces sufrir, maga, diosa Isabel.
Besito con salitre.
Más que a Criseida parece estar escuchando la filípica de algún abogado en el foro. Es estupenda esta capacidad de interpretar la realidad desde el rostro del odio, tiñéndolo todo. Estamos realmente en esta pausa dramática. Veremos hacia donde rueda la fortuna, suspendida ahora.
uffff, qué castigo!
Besos
¡Uffff! ¡¡¡Qué tensión!!!
Bicos
No han servido de nada las precauciones, cuidados y trucos para protegerla, esconderla, cuidaría. No sé qué vamos a poder hacer para salvarla de este trance. Gustosa daría mis chanchos y mi siringa, con tal de poder ayudarla. Esta vez la cosa pinta muy pero que muy mal.
Querida Isabel. Te has superado pero nos dejas en un sin vivir. Enhorabuena por esas 500 entradas y disfruta de tus bien merecidas vacaciones.
Un abrazo, escritora.
Queridos amigos, disculpad que no os responda individualmente. Voy a toda velocidad tratando de adelantar capítulos para no dejaros con esta intriga y agonía en vacaciones. ¡Ay, y qué verano nos está dando Rea Silvia! Besos.
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