(X)
Hubo gran consternación en la casa de las vestales cuando, al día siguiente, hacia media mañana, algunas criadas echaron de menos a la doncella Tuccia. Desde que había ido a la cabaña real con la Vestal Máxima Camilia la tarde anterior, no habían vuelto a verla. La estera en la que se acostaba permanecía enrollada en un rincón del cuarto que había sido de Rea Silvia y era evidente que no había dormido allí.
Fue entonces cuando la vestal Adriana comenzó a preguntarse por qué el rey Amulio, al convocar a su presencia a Camilia, había ordenado que acudiera también Tuccia. Conmocionadas por todo lo ocurrido a Rea Silvia, el peligro que ellas mismas habían corrido al ayudarla habían quedado olvidados o desdibujados. Sin embargo, haciendo memoria, recordaba que el día anterior Tuccia había estado callada e incluso un poco temblorosa y torpe. Quizá temía recibir algún castigo.
Advertida de su ausencia, la Vestal Máxima encargó a Adriana ir a la cabaña real a averiguar las razones por las que no había regresado Tuccia. Acompañada de un criado, Adriana salió de la casa de las vestales y caminó inmersa en la actividad de la ciudad. Las matronas aprovechaban el buen tiempo para hilar y tejer la lana fuera de sus chozas y realizar con sus criadas otras tareas: quienes elaboraban quesos frescos, quienes molían el grano, o vigilaban el horno donde se cocían las escudillas, las tazas y demás piezas de barro que acababan de moldear. Animales y niños correteaban por todas partes estorbando a los ancianos y poniendo en riesgo el equilibrio de los cántaros de agua que las doncellas traían sobre la cabeza. Una niña cruzó corriendo la calle y estuvo a punto de ser arrollada por una acémila provocando el pánico en su madre y las protestas airadas del dueño del animal, pues éste se había asustado y parte de la carga había caído al suelo.
La vestal Adriana puso paz entre las partes, les recordó que debían dar gracias a los dioses por haberlos librado de un daño aún mayor y le pareció que sería suficiente compensación para el dueño del asno que la madre de la niña le ayudara a cargarlo de nuevo. Ambos, que se habían tranquilizado al ver a la vestal y más al reflexionar sobre sus palabras, consideraron que era una propuesta justa y en un momento volvió a estar despejada la calle.
Siguió su camino la vestal Adriana y, muy cerca ya de la cabaña real, se encontró de frente con la noble Anto, que salía de ella. Andaba de prisa con la cabeza gacha, sin levantar la vista del suelo, quizá para evitar que la gente descubriera en su rostro las huellas del llanto. Adriana la llamó y la joven, apenas levantó los ojos y la vio, se arrojó en sus brazos y la abrazó con tanta fuerza como si no la hubiera visto desde hacía siglos, el pecho tembloroso, la emoción apenas contenida. Buscando un lugar apartado donde poder hablar, Adriana vio a poca distancia una cabaña sin nadie en el exterior. Tomó a Anto del brazo y la llevó hacia allí, colocándose en uno de los costados protegido de las miradas ajenas.
El desconsuelo de la joven estaba justificado. Había acudido muy temprano a la cabaña real para hablar con su padre, el rey Amulio, e interceder por Rea Silvia. La había hecho esperar mucho tiempo, algo inusual en él, y cuando por fin la había recibido, había sido severísimo: en cuanto pronunció el nombre de su prima Rea, le había dirigido una mirada fulminante y ordenado callar.
- Jamás había visto tanta ira en los ojos de mi padre. Daba miedo.
Y las manos le temblaban relatando a Adriana con qué violencia el rey se había levantado de su sitial, cómo ella se había arrojado a sus pies suplicando clemencia para su prima y él le había gritado que se levantara y se marchara antes de que sus guardias la sacasen de allí por la fuerza.
- No parecía mi padre – se lamentaba entre sollozos –. Nunca antes me había tratado así.
Cuando se hubo tranquilizado, la vestal Adriana le explicó que, a su pesar, debía dejarla. Iba a la cabaña real a preguntar por la doncella Tuccia, que se había quedado allí la tarde anterior para recibir instrucciones de la reina Criseida y no habían vuelto a tener noticias de ella. Anto reaccionó al escuchar el nombre de su madre. Se secó las lágrimas y respiró hondo antes de pedirle a Adriana que le permitiese acompañarla.
Juntas se encaminaron al bosquecillo de arces junto al prado, donde encontraron a la reina. Ésta se levanto para recibir a su hija con los brazos abiertos y miró de soslayo a la vestal. Tras los saludos, la vestal Adriana explicó el motivo de su visita: la doncella de Rea Silvia no había regresado a la casa de las vestales. ¿Sabía la reina cuándo había abandonado la cabaña real? ¿Era ya noche cerrada? ¿La había acompañado algún criado? Si había sido así, ¿podría hablar con él para obtener detalles?
Criseida la escuchaba con una luz de burla en los ojos y la cabeza inclinada a un lado.
- Déjame preguntar a mí ahora – dijo cuando calló la vestal Adriana –. ¿Se te ocurre una ocupación mejor para una doncella que acompañar y atender a su ama? Quien ayuda a una sacrílega ¿no debe correr su misma suerte? Contéstate tú misma. Y mira, pese a tu impertinencia, te responderé. Era noche cerrada, sí, cuando salieron de aquí. Y las acompañaron no uno, sino varios criados. No puedo decirte a dónde iban, pero a la casa de las vestales seguro que no.
- ¿Tuccia está con Rea Silvia?
- ¡Lo has entendido! Eres más lista que otras vestales.
- No alcanzo a comprender, mi reina, porqué no se lo advertiste a la Vestal Máxima Camilia.
- Rectifico lo dicho: no eres tan lista. Y ¿quién eres tú para interrogarme de este modo? ¿Acaso quieres acompañarlas tú también? Porque no me creo que ninguna de vosotras ignorase el embarazo de la sacrílega. ¡Decís servir a la diosa Vesta y sois poco menos que basura!
Anto escuchaba atónita esta conversación. Se había quedado atrapada en un punto: su madre había hablado en plural al referirse a la marcha de Tuccia. El corazón le palpitaba cada vez a mayor velocidad, a medida que una idea se abría paso en su mente.
- Así que Rea Silvia y Tuccia fueron trasladadas anoche… – dijo en voz baja, como si estuviera hablando para sí. Y levantando la cabeza, se encaró con su madre – Ayer por la mañana me engañaste. Me hiciste creer que Rea Silvia ya no estaba aquí.
Criseida frunció la boca, consciente de haber cometido un error, pero ya no tenía remedio. Anto la miraba como si la viera por primera vez, con la incredulidad pintada en el rostro.
- Fue por tu bien, hija mía. No puedes ayudar a tu prima de ninguna manera. Debe morir. Casi está muerta. Te conviene olvidarla cuanto antes. Además, una sacrílega no merece ser recordada por nadie.
- Entonces lo hiciste a propósito para impedirme hablar con ella ¿Es así? No querías que yo escuchara sus explicaciones y mucho menos que la ayudase. Eres muy cruel, madre.
Y con esas palabras volvió la espalda a la reina y se marchó. Atravesó el prado caminando deprisa, tan rápido como los latidos de su corazón. Sentía una opresión en el pecho, un dolor que hasta entonces no había conocido. La cabeza le daba vueltas, los ojos empañados apenas le permitían ver por dónde iba. Llegó a su casa sin saber cómo, guiada por la costumbre, arrastrada por una suerte de desesperación. Allí sólo estaba la criada Cora. Sin mirarla siquiera, le ordenó marcharse y no regresar antes del anochecer.
De pronto, las explicaciones que había escuchado con anterioridad en su casa para informarle de las razones por las que su padre había accedido al trono, se le antojaban vacías y falsas: “la delicada salud de tu tío Númitor”, “la muerte de tu pobre primo”, “los riesgos de una guerra inminente”… Cuando había regresado a Alba Longa y Rea Silvia le había explicado lo ocurrido en realidad, ella no acababa de creerla. Le parecía que Rea estaba dolida y que le resultaba difícil aceptar que, con frecuencia, el infortunio se ceba en una familia sin que pueda culparse a nadie. Su padre jamás haría daño a otra persona conscientemente, menos aún a su propio hermano Númitor. Tampoco su madre, a pesar de su carácter desabrido.
Ahora comprendía, con amargura, cuánto se había equivocado. Su padre podría haberse mostrado ofendido, o dolido, o decepcionado, o disgustado con Rea Silvia. O estar apenado por la suerte que le aguardaba. Podía compadecerse de su hermano Númitor y su cuñada, buscar alguna forma de perdonar. Podía haber tratado de consolarla a ella misma, hacerle comprender con afecto la gravedad de lo ocurrido con Rea. Nada de eso se había manifestado en él. Al contrario, había odio, un odio profundo, en la mirada de su padre. Un sentimiento tan intenso no nace de repente, no se improvisa. Crece poco a poco, lentamente, y va adquiriendo fuerza hasta su estallido. Y ese estallido de odio no iba dirigido contra ella.
En su madre siempre había confiado menos, pero igualmente la había sorprendido. ¡Cómo había sabido fingir, cómo la había engañado con sus patrañas! Era una persona falsa y sin sentimientos.
Anto lloró durante el resto del día. Se hizo mil reproches, pues por haber creído los embustes de su madre no había podido abrazar a Rea. Aún se desesperó más al recordar otro detalle: ella misma había dicho a las vestales que Rea ya no estaba en la cabaña real. Y así, quienes la vigilaban para seguirla y descubrir dónde la iban a ocultar, habían levantado la guardia. Se había perdido las trazas de Rea Silvia y todas las esperanzas de encontrarla.
Hubo gran consternación en la casa de las vestales cuando, al día siguiente, hacia media mañana, algunas criadas echaron de menos a la doncella Tuccia. Desde que había ido a la cabaña real con la Vestal Máxima Camilia la tarde anterior, no habían vuelto a verla. La estera en la que se acostaba permanecía enrollada en un rincón del cuarto que había sido de Rea Silvia y era evidente que no había dormido allí.
Fue entonces cuando la vestal Adriana comenzó a preguntarse por qué el rey Amulio, al convocar a su presencia a Camilia, había ordenado que acudiera también Tuccia. Conmocionadas por todo lo ocurrido a Rea Silvia, el peligro que ellas mismas habían corrido al ayudarla habían quedado olvidados o desdibujados. Sin embargo, haciendo memoria, recordaba que el día anterior Tuccia había estado callada e incluso un poco temblorosa y torpe. Quizá temía recibir algún castigo.
Advertida de su ausencia, la Vestal Máxima encargó a Adriana ir a la cabaña real a averiguar las razones por las que no había regresado Tuccia. Acompañada de un criado, Adriana salió de la casa de las vestales y caminó inmersa en la actividad de la ciudad. Las matronas aprovechaban el buen tiempo para hilar y tejer la lana fuera de sus chozas y realizar con sus criadas otras tareas: quienes elaboraban quesos frescos, quienes molían el grano, o vigilaban el horno donde se cocían las escudillas, las tazas y demás piezas de barro que acababan de moldear. Animales y niños correteaban por todas partes estorbando a los ancianos y poniendo en riesgo el equilibrio de los cántaros de agua que las doncellas traían sobre la cabeza. Una niña cruzó corriendo la calle y estuvo a punto de ser arrollada por una acémila provocando el pánico en su madre y las protestas airadas del dueño del animal, pues éste se había asustado y parte de la carga había caído al suelo.
La vestal Adriana puso paz entre las partes, les recordó que debían dar gracias a los dioses por haberlos librado de un daño aún mayor y le pareció que sería suficiente compensación para el dueño del asno que la madre de la niña le ayudara a cargarlo de nuevo. Ambos, que se habían tranquilizado al ver a la vestal y más al reflexionar sobre sus palabras, consideraron que era una propuesta justa y en un momento volvió a estar despejada la calle.
Siguió su camino la vestal Adriana y, muy cerca ya de la cabaña real, se encontró de frente con la noble Anto, que salía de ella. Andaba de prisa con la cabeza gacha, sin levantar la vista del suelo, quizá para evitar que la gente descubriera en su rostro las huellas del llanto. Adriana la llamó y la joven, apenas levantó los ojos y la vio, se arrojó en sus brazos y la abrazó con tanta fuerza como si no la hubiera visto desde hacía siglos, el pecho tembloroso, la emoción apenas contenida. Buscando un lugar apartado donde poder hablar, Adriana vio a poca distancia una cabaña sin nadie en el exterior. Tomó a Anto del brazo y la llevó hacia allí, colocándose en uno de los costados protegido de las miradas ajenas.
El desconsuelo de la joven estaba justificado. Había acudido muy temprano a la cabaña real para hablar con su padre, el rey Amulio, e interceder por Rea Silvia. La había hecho esperar mucho tiempo, algo inusual en él, y cuando por fin la había recibido, había sido severísimo: en cuanto pronunció el nombre de su prima Rea, le había dirigido una mirada fulminante y ordenado callar.
- Jamás había visto tanta ira en los ojos de mi padre. Daba miedo.
Y las manos le temblaban relatando a Adriana con qué violencia el rey se había levantado de su sitial, cómo ella se había arrojado a sus pies suplicando clemencia para su prima y él le había gritado que se levantara y se marchara antes de que sus guardias la sacasen de allí por la fuerza.
- No parecía mi padre – se lamentaba entre sollozos –. Nunca antes me había tratado así.
Cuando se hubo tranquilizado, la vestal Adriana le explicó que, a su pesar, debía dejarla. Iba a la cabaña real a preguntar por la doncella Tuccia, que se había quedado allí la tarde anterior para recibir instrucciones de la reina Criseida y no habían vuelto a tener noticias de ella. Anto reaccionó al escuchar el nombre de su madre. Se secó las lágrimas y respiró hondo antes de pedirle a Adriana que le permitiese acompañarla.
Juntas se encaminaron al bosquecillo de arces junto al prado, donde encontraron a la reina. Ésta se levanto para recibir a su hija con los brazos abiertos y miró de soslayo a la vestal. Tras los saludos, la vestal Adriana explicó el motivo de su visita: la doncella de Rea Silvia no había regresado a la casa de las vestales. ¿Sabía la reina cuándo había abandonado la cabaña real? ¿Era ya noche cerrada? ¿La había acompañado algún criado? Si había sido así, ¿podría hablar con él para obtener detalles?
Criseida la escuchaba con una luz de burla en los ojos y la cabeza inclinada a un lado.
- Déjame preguntar a mí ahora – dijo cuando calló la vestal Adriana –. ¿Se te ocurre una ocupación mejor para una doncella que acompañar y atender a su ama? Quien ayuda a una sacrílega ¿no debe correr su misma suerte? Contéstate tú misma. Y mira, pese a tu impertinencia, te responderé. Era noche cerrada, sí, cuando salieron de aquí. Y las acompañaron no uno, sino varios criados. No puedo decirte a dónde iban, pero a la casa de las vestales seguro que no.
- ¿Tuccia está con Rea Silvia?
- ¡Lo has entendido! Eres más lista que otras vestales.
- No alcanzo a comprender, mi reina, porqué no se lo advertiste a la Vestal Máxima Camilia.
- Rectifico lo dicho: no eres tan lista. Y ¿quién eres tú para interrogarme de este modo? ¿Acaso quieres acompañarlas tú también? Porque no me creo que ninguna de vosotras ignorase el embarazo de la sacrílega. ¡Decís servir a la diosa Vesta y sois poco menos que basura!
Anto escuchaba atónita esta conversación. Se había quedado atrapada en un punto: su madre había hablado en plural al referirse a la marcha de Tuccia. El corazón le palpitaba cada vez a mayor velocidad, a medida que una idea se abría paso en su mente.
- Así que Rea Silvia y Tuccia fueron trasladadas anoche… – dijo en voz baja, como si estuviera hablando para sí. Y levantando la cabeza, se encaró con su madre – Ayer por la mañana me engañaste. Me hiciste creer que Rea Silvia ya no estaba aquí.
Criseida frunció la boca, consciente de haber cometido un error, pero ya no tenía remedio. Anto la miraba como si la viera por primera vez, con la incredulidad pintada en el rostro.
- Fue por tu bien, hija mía. No puedes ayudar a tu prima de ninguna manera. Debe morir. Casi está muerta. Te conviene olvidarla cuanto antes. Además, una sacrílega no merece ser recordada por nadie.
- Entonces lo hiciste a propósito para impedirme hablar con ella ¿Es así? No querías que yo escuchara sus explicaciones y mucho menos que la ayudase. Eres muy cruel, madre.
Y con esas palabras volvió la espalda a la reina y se marchó. Atravesó el prado caminando deprisa, tan rápido como los latidos de su corazón. Sentía una opresión en el pecho, un dolor que hasta entonces no había conocido. La cabeza le daba vueltas, los ojos empañados apenas le permitían ver por dónde iba. Llegó a su casa sin saber cómo, guiada por la costumbre, arrastrada por una suerte de desesperación. Allí sólo estaba la criada Cora. Sin mirarla siquiera, le ordenó marcharse y no regresar antes del anochecer.
De pronto, las explicaciones que había escuchado con anterioridad en su casa para informarle de las razones por las que su padre había accedido al trono, se le antojaban vacías y falsas: “la delicada salud de tu tío Númitor”, “la muerte de tu pobre primo”, “los riesgos de una guerra inminente”… Cuando había regresado a Alba Longa y Rea Silvia le había explicado lo ocurrido en realidad, ella no acababa de creerla. Le parecía que Rea estaba dolida y que le resultaba difícil aceptar que, con frecuencia, el infortunio se ceba en una familia sin que pueda culparse a nadie. Su padre jamás haría daño a otra persona conscientemente, menos aún a su propio hermano Númitor. Tampoco su madre, a pesar de su carácter desabrido.
Ahora comprendía, con amargura, cuánto se había equivocado. Su padre podría haberse mostrado ofendido, o dolido, o decepcionado, o disgustado con Rea Silvia. O estar apenado por la suerte que le aguardaba. Podía compadecerse de su hermano Númitor y su cuñada, buscar alguna forma de perdonar. Podía haber tratado de consolarla a ella misma, hacerle comprender con afecto la gravedad de lo ocurrido con Rea. Nada de eso se había manifestado en él. Al contrario, había odio, un odio profundo, en la mirada de su padre. Un sentimiento tan intenso no nace de repente, no se improvisa. Crece poco a poco, lentamente, y va adquiriendo fuerza hasta su estallido. Y ese estallido de odio no iba dirigido contra ella.
En su madre siempre había confiado menos, pero igualmente la había sorprendido. ¡Cómo había sabido fingir, cómo la había engañado con sus patrañas! Era una persona falsa y sin sentimientos.
Anto lloró durante el resto del día. Se hizo mil reproches, pues por haber creído los embustes de su madre no había podido abrazar a Rea. Aún se desesperó más al recordar otro detalle: ella misma había dicho a las vestales que Rea ya no estaba en la cabaña real. Y así, quienes la vigilaban para seguirla y descubrir dónde la iban a ocultar, habían levantado la guardia. Se había perdido las trazas de Rea Silvia y todas las esperanzas de encontrarla.
33 comentarios:
Un final desesperanzador. Imagino el dolor de Anto al caersele la venda y descubrir cómo es su propia madre. Tiene que ser muy difícil de aceptar y de encajar. Cuánta desolación ha de haber en esas lágrimas, porque de pronto ha perdido a Rea Silvia y también a su madre de alguna forma.
Buenas noches
Bisous
También eso es quedarse huérfana.
Lo que no sé es como juegas con tantas fichas al mismo tiempo...
Sigamos esperando, algo bueno ha de venir para consuelo de los justos.
Besos, Isabel.
Anto ha tardado en darse cuenta de las verdaderas intenciones de sus padres; de que en realidad a ambos solo les mueve el poder y la codicia. Debe ser muy duro descubrir algo así de quienes se supone son los seres que más amas. Ahora veremos qué se le ocurre para poder salvar a Rea Silvia, sus hijos y su doncella.
Una maravilla tu manera de narrar, sigo esta historia cada vez con más interés.
Por cierto, la escena de Adriana cruzando las calles de la ciudad me ha resultado muy viva.
Feliz semana.
¡Pobre Anto! Tiene que ser horrible descubrir que eres hija de dos hienas.
Bicos
Mi querida prima se enfrenta a la maldad del ser humano en las personas de sus progenitores. Me duele su dolor y me enternece su corazón noble y limpio.
Alba Longa está dominada por los perversos y los justos sufrimos cautiverio, un injusto cautiverio que puede ser el germen de la rebelión de muchas almas.
Mis hermanas, las Vestales, están siendo humilladas; a mi dulce prima, le han arrancado de cuajo la ingenuidad; mi leal Tuccia soporta castigos que no merece; mis padres, desterrados; mi hermano, muerto... Son muchas tropelías, así que clamo al cielo e invoco a todos los dioses para que esta situación termine. Con la fuerza de la doble semilla de Marte en mis entrañas, haré todo lo que esté en mi mano para frenar a los injustos y descorazonados.
Besos a miles, gentil Claudia Hortensia, que hoy Rea Silvia clama justicia y cavilará en cómo conseguirla. Son ya muchas las tropelías sufridas y ha decidido actuar, aunque aún no sepa cómo. Por tanto, ruega tu apoyo y consejo para que la guíes por el camino idóneo.
Interesantísimo, Isabel. Me quedo en vilo.
Hay veces que la vida te sacude con mucha dureza y una de ellas, evidentemente, ha de ser descubrir que tus progenitores son unos perfectos desconocidos, por no decir que son unos monstruos. De todos modos, por muy duro que pueda parecer, hemos de pensar que lo que hoy nos parece una inmoralidad, ayer podía ser una práctica de lo más habitual; para ver ésto sólo hay que coger los libros de historia, que ejemplos no nos faltan para desgracia y vergüenza de eso que es dado en llamarse "el género humano".
Isabel, me sigue fascinando tu narrativa.
Odio, mentiras y una enorme maldad, en el entorno de quienes tratan de rodear y cuidar a sus amigos.
La humillación siempre es injusta y excesiva. Espero que en próximos capítulos las aguas vuelvan a su cauce tranquilo.
Un fuerte abrazo, Isabel.
Nada, como tener el enemigo en casa para que se le caiga a uno el mundo encima.
Me produce una gran pena Anto.
Besos y abrazos.
Pobre Anto, que día más triste, descubrir quienes son sus padres realmente y a la vez darse cuenta que por la mentira que a ella le han contado se levantó la vigilancia a Rea Silvia por parte de sus amigos. Terrible carga.
Cada vez más emocionante.
Besitos
Tarde o temprano la hija tenía que saber de qué material innoble estaban hechos sus padres.
Una mala persona siempre lo es a nivel global. No se puede ser un desalmado y a la vez un excelente padre. La porquería todo lo impregna.
Un saludo.
Pobre Anto... pero siempre es mejor saber a q atenerse. Aún así, no podría Anto hacer algo por Rea Silvia? Al menos, intentarlo...
Besitos
Desengaño y sorpresa. Un dolor para los que confían. A veces descubrir la otra cara de la luna, de esa moneda celeste, depara el caminar a oscuras. Con Anto recorro también yo esta otra cara que se ilumina esperando que tanto dolor no la haga desesperar: los niños, las mujeres en sus labores, el bullicio de la vida cotidiana que tan bien has pintado, sean prendas de esperanza.
Cómo podrá ayudar Anto a su prima, me pregunto.
Espero nos saques de dudas pronto, querida Isabel.
Besos.
Esta Anto no parece hija mía. Hay necesidades de Estado que están por encima de pamplinas y de chorradas. Mi querida hija debería dedicarse a los negocios, como hacen los hijos de otras casas reales, y entretenerse ganando dinero, en vez de ser una sentimental tocanarices. ¡Qué poco se parece a sus padres!
Rey Amulio
Pues eso, quedo esperando impacientemente la siguiente entrega. Un beso
Salud y República
Anto, mi dulce niña, lo que cuesta madurar, dejando atrás los velos ingenuos, te comprendo.
!Isabel! no tengo palabras para describir lo que significó abrazarte, hablar, comunicarnos...me supo a muuuuy poco, pero no desespero, nos veremos otra vez seguro.
Espero que el encuentro te resultara una gratísima alegría, un motivo para trenzar nuevas amistades glogueras.
Guardo tu dedicación como oro, como tesoto íntimo. Petons amiga i fins aviat!!!
¡Qué terrible es descubrir que tus padres no son quienes tú creías! Pocos dolores hay tan intensos como ése.
Si a eso se le añade el sentirse culpable, aunque sea injusta consigo misma en su sentimiento, entonces la pobre Anto tiene que sentirse francamente mal. Y Rea Silvia desaparecida. Las cosas cada vez pintan peor para ella y sus amigas. ¡Caray, qué congoja!
El texto, como siempre, delicioso. Un beso muy fuerte, Isabel
Anto despierta...a otra pesadilla...esperemos que el sueño se torne tranquilo de nuevo...
Abrazos, Isabel
Ay,amiga mía,cada nuevo capítulo se pone más y más intensa la historia!!!!
P.D.:Y a pesar de que todo parece girar entorno a la desgracia,aún quiero confiar en que REA SILVIA sabrá cómo hacerle frente a la manipulación de su destino... :)
BESITOS GI GAN TES =)
Hola la dame masquée, cierto que estas criaturas nuestras están madurado a golpes... Quizá como tantas jóvenes en la vida real. Esperemos que ese dolor tenga también fruto. Beso su mano.
Cierto, mariajesusparadela, es quedarse huérfana, porque hay una distancia entre la hija y los padres que nunca se podrá salvar. Besos, querida amiga.
Hola virgi, yo creo que lo ocurrido a Anto es positivo, no me parece tan desesperanzador. Ver la realidad, comprender qué sentimientos mueven a sus padres, es fundamental para que pueda ayudar a su prima. Como diríamos ahora, hay que tener un análisis de la situación... Besazos, guapa.
Hola mercedes pinto, estoy segura de que esa amarga experiencia de Anto - pues no puede llamarse de otra manera su descubrimiento - dará frutos positivos. Algo podrá hacer por su prima, seguro. Me alegra que te esté gustando la historia. Tú también formas parte de ella. Besos.
Hola dilaida, tiene que ser terrible, sí. Muchas veces pienso en esas personas que sufren en sus propias carnes, en sus propias vidas, la violencia, el abuso y la maldad de los suyos. Por eso mi simpatía total está con Anto. Besos, querida amiga.
Saludos, isabel martínez barquero, realmente son tantas las tropelías e injusticias que se están cometiendo en Alba Longa, que no acabaríamos de enumerarlas. Pero los dioses llevan cuenta de ellas y los hombres también. El bien triunfará, no te quepa duda, aunque para fortalecerse le sea necesario pasar por la prueba del mal. ¿Cómo podría Rea Silvia ser madre de héroes si ella misma no tuviera coraje en su corazón, si su lucha por la vida de sus hijos no fuera heroica? Estoy segura de que ella peleará hasta el final. Besos, querida amiga.
Hola sahara.es, cierto que debe ser terrible descubrir la maldad en los progenitores. Y tienes razón al señalar las diferencias en cuanto a la valoración moral en unas épocas y otras. En este caso, sin embargo, no hay duda: la leyenda señala a Amulio como un malvado en contraposición a su hermano Númitor, que es el "bueno". Un abrazo muy fuerte.
Ja, ja, antonio campillo, no sé si en esta historia ha habido cauces tranquilos...Desde que Amulio decidió ser el rey de Alba Longa, su maldad no nos ha dado respiro ni descanso. Pero sí, toca ya un poco de tranquilidad. Besitos.
Hola spok, a todos nos apena Anto, que es un corazón inocente y tierno. Sin embargo, madurar exige perder al menos una parte de esa inocencia. Su ayuda a su prima tendrá aún más mérito. Besitos.
Hola elysa, nos impresiona Anto por la dureza de su descubrimiento, pero también Rea Silvia hubo de descubrir la maldad de sus tíos de una manera muy cruel. Ambas primas sabrán encajar ese trago amargo sin dejar de ser honestas. Besos, guapa.
Amiga Isabel, leyendo el comentario de Carles Valls, veo acercarse raudo y veloz el momento de ver tu obra en negro sobre blanco.
Sobre lo de que la leyenda pone a cada hermano en su lugar, no cabe la menor duda. Pero, ¿es por ello menos habitual, de lo que era y es, la falta de principios morales y éticos? El que sea público o notorio no impide que se cometa la bellaquería. Son las dos caras de la moneda que se llama "ser humano", la bondad y la malicia.
Un saludo a todos.
Hola Isabel, de momento solo paso a saludarte. Fue un placer conoceros y fue una lastima no seguir con vosotros hasta el final, espero que sea en otra ocasión.
La semana que viene os enviare las fotos un problema me va a apartar unos días de la red. Pero pronto tendréis noticias mías otra vez.
Besos.
Lentamente, casi sin querer, la madeja enredada, va mostrando la hilacha. Tu manejo de la intriga palaciega, admirable como siempre. Abrazos.
Para Anto ha sido una crueldad toparse con la amarga realidad, una realidad que nunca quiso llegar a creer, pero que debía haber deducido. Sin embargo, somos incapaces de ver el mal tan de cerca. Espero que Anto pueda hacer algo en favor de Rea Siulvia a pesr de la oposición de sus padres.
Besos
Perdemos irremediablemente la fe en las personas amadas y no vuelve a ser igual nunca, creo que es un momento decisivo en la vida de Anto ligada siempre a la Rea Silvia.
Un Abrazo enorme, Isabel!
Hola cayetano, como muy bien señalas las personas somos un todo y nuestra bondad o maldad afectan invariablemente a todo lo que está a nuestro alrededor. Sin embargo, convendrás conmigo que, a veces, la maldad trabaja oculta... Un abrazo, querido amigo.
Hola mª antonia moreno, Anto hará todo lo que pueda por su prima. Ahora bien, tiene que medirse con dos monstruos... Besitos.
Hola hyperion, comparto contigo la esperanza de que Anto sea capaz de digerir esa verdad tan cruel y mantenerse firme. Besos.
Hola isabel, se nos amontonan las preguntas. ¿Cómo podrá ayudarla? ¿Logrará salir con bien Rea Silvia? ¿Podrá vencer las maquinaciones de Criseida? Ay, todo son incógnitas. Besitos.
Saludos, rey Amulio/rgalmazán, se te ve enseguida que tienes vena de gobernante tirano. Pero hasta los desalmados como tú tienen sus puntos débiles. No reniegues de tu hija porque no se parece a tí, pero sí a tus antepasados. En cuanto a que se dedique a hacer fortuna... Hombre, para eso ya estás tú y tus sicarios, ¿no? Besitos.
Hola natalia tarraco, para mí fue una gran alegría y placer abrazarte y abrazar a mi querida Acca Larentia, una mujer sin prejuicios que ensenó a su prole lo que significa la libertad. Fue un encuentro gratísimo y me encantó conocer a tantos bloggeros amabilísimos y simpáticos. Ha sido muy satisfactorio. Espero que nos reencontremos muchas veces más, querida natalia.
Hola freia, esperemos que esa congoja no dure mucho tiempo. Pero estamos ante la lucha por la vida, y eso siempre pasa factura. Detrás de esa Anto inocente y aparentemente frágil, hay un corazón firme, estoy segura. Besos.
Hola iralow, es una pesadilla. Besotes.
Hola gabu, me gusta mucho tu fe en Rea Silvia, porque es reflejo de la que tiene Rea en su destino. Esperemos que los malvados no logren salirse con la suya... Besazos, querida amiga.
Hola carlos valls. Muchas gracias por tu ofrecimiento. Dejo tu comentario por si otros contertulios quieren haceros una consulta. Por mi parte, tengo ya publicados varios libros y espero volver a hacerlo con una editorial. Saludos cordiales.
Hola sahara.es, veo que no te has dado cuenta de que tengo ya una novela publicada, "Dido reina de Cartago", en la barra de la derecha está la portada y, si pinchas en ella, puedes bajarte en pdf los primeros capítulos.
En cuanto a la falta de escrúpulos morales, sólo puedo darte la razón. La ambición saca lo peor de cada persona o, si queremos decirlo de otra manera, lo peor de algunas personas se canaliza a través de la ambición. Un abrazo.
Pobre Anto!
Descubrir que tus padres, esas personas que siempre has tenido como ejemplares, a las que amas, no son más que dos humanos llenos de defectos terribles!
:(
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