(V)
La hoguera ritual con la que concluía la fiesta de Jupiter Latiaris y se encendía al anochecer en la cumbre del monte Cavo fue, aquel año, inusualmente brillante. Así lo constató el cronista oral Urbano Lacio: pese a que la leña estaba húmeda y en parte verde, la fogata refulgía como una estrella. La vieron cuantos pastoreaban en los valles y colinas que rodeaban los montes Albanos por el este y el sur, los campesinos de la llanura hacia poniente e incluso los criados que se habían quedado a vigilar los rebaños del rey Amulio en la campiña y las colinas junto al Tíber.
Tres o cuatro muchachos que se quedaron de guardia junto al fuego durante toda la noche, tanto para alimentarlo como para evitar que una chispa pudiera propagar las llamas, fueron testigos de otro hecho más prodigioso aún. Para su asombro, dos lobos salieron de la linde del bosque y, sin hacerles caso ni manifestar signos de temor, se sentaron sobre los cuartos traseros y contemplaron fijamente la hoguera durante mucho rato. Por fin se levantaron y dieron tres vueltas alrededor del fuego para después desaparecer entre los árboles.
Rodeada de lobos, acechada por monstruos que abrían las fauces y le mostraban los dientes y las garras, así se sentía Rea Silvia. Como si llevara inscrita en su rostro una marca reveladora del sacrilegio, las miradas, las sonrisas, los gestos afectuosos que siempre había recibido de los albanos, se le antojaban ahora teñidos de sospecha o de malignidad. Las mejillas le ardían de vergüenza cuando alguien, en la calle, le dirigía la palabra: quizá iba a decirle que sabía lo ocurrido en el bosque sagrado de Marte, que había presenciado de lejos su indignidad. Y creía que las piernas no la sostendrían.
Su sufrimiento se intensificaba con el desempeño de sus funciones sacras como ofrecer sacrificios o dirigir rituales. Encomendados a las sacerdotisas de Vesta por su condición de vírgenes, al oficiarlos su sentimiento de impureza y de traición a la ciudad y a la diosa se agudizaba volviéndose insoportable. Un dolor que culminaba con un vuelco del corazón cada vez que por su cabeza cruzaba, y cruzaba muchas veces, la idea del embarazo.
Sin embargo, de todos sus miedos y angustias, el más violento era el zarpazo que la desgarraba cuando le llegaba el turno de custodiar el fuego sagrado del altar de Vesta. Temblando, se arrimaba a la pared y allí permanecía inmóvil, sin levantar los ojos del fuego, temiendo que de un momento a otro la diosa lo apagase para mostrar su disgusto. Los latidos de su corazón marcaban el discurrir del tiempo y ella los contaba uno a uno, repitiendo los números como una salmodia para ocupar su mente en una tarea vacua. Le aterrorizaba pensar en su crimen justo en aquel cubículo, morada sacra de la diosa, por si Vesta penetraba en su pensamiento y la descubría.
No había pasado desapercibido a sus compañeras este cambio radical en su carácter y su conducta, y menos todavía a la Vestal Máxima Camilia, a cuya intervención salvadora se había debido la consagración de Rea como vestal. Camilia venía observando que, desde la fiesta de Júpiter Latiaris celebrada dos semanas antes, Rea Silvia desmejoraba a pasos agigantados: nerviosa, agitada, rehuía con frecuencia sus deberes tratando que la sustituyera otra vestal, un comportamiento impropio de ella. No se la oía reír y se resistía a salir a la calle. A la Vestal Máxima no le parecía natural ni le gustaba ese cambio. Era evidente que algo ocurría. Preguntó discretamente a su doncella Tuccia y ésta le respondió que Rea tenía pequeños problemas de salud y, sobre todo, mucha añoranza de su madre, a quien no había visto desde hacía más de un año. Camilia dio por buena la respuesta y decidió que, si no había pronto un cambio favorable, hablaría con la muchacha.
-¡Vente conmigo al mercado! – dijo Anto al día siguiente, cogiendo de la mano a Rea Silvia – ¡No puedes negarte! Hace mucho tiempo que no tenemos una mañana entera para divertirnos.
- Tengo muchas ocupaciones, Anto – le respondió.
- ¡Claro que las tendrás! Pero hay más vestales, ¿no? – insistió, riéndose, Anto – Y no te hagas la interesante conmigo… Me han hablado de una orfebre que acaba de instalarse en Alba Longa y quiero ver su trabajo. ¡Necesito algunas joyas nuevas ahora que me voy a casar!
Quien así hablaba era su prima, única hija del rey Amulio y Criseida. No había en el mundo una criatura más diferente de ellos, eran como el blanco y el negro, el fuego y el hielo. Dispuesta a ayudar a quien lo necesitara, expansiva, su alegría era contagiosa y emanaba vitalidad. Por voluntad de los dioses, la ambición y las envidias que habían signado el devenir de sus progenitores pasaban sobre ella sin rozarla siquiera, sin hacerle mella. Y así, ni había aprendido a odiar ni se dejaba arrastrar por sus rencores. Adoraba a su prima, un año mayor que ella, con quien había crecido y compartido juegos y secretos.
Anto había regresado a Alba Longa vísperas de la fiesta de Júpiter Latiaris. Los dos últimos años había residido en la ciudad de Lavinio, de donde era originaria su madre, a fin de completar su educación en el seno de la familia materna. No había sido fácil su reencuentro. Sus padres habían hecho tanto daño a los de Rea Silvia, era tan grande su odio hacia la vestal, que no parecía sencillo encajarlo. Pese a todo, ni la falta de escrúpulos paternos ni una separación tan larga habían menoscabado su mutuo afecto. Después de hablar y de llorar juntas, se habían abrazado y se habían prometido no permitir jamás que las rencillas familiares se interpusieran entre ellas.
Y era Anto tan afectuosa e insistente que Rea Silvia no pudo negarse a acompañarla. Se cubrió el cabello con el velo y, seguidas de Tuccia y de la nodriza de Anto, se dirigieron al mercado por entre las calles atestadas de público. Al paso de la vestal la gente se apartaba en señal de respeto.
- Esa es la verdadera razón por la que buscaba tu compañía – le decía en broma Anto –. Contigo se llega muchísimo antes a cualquier lugar…
A punto de cruzar la muralla por la puerta del mercado, se encontraron con la adivina Celia. La anciana, amparada en su edad, dirigió su mirada escrutadora a la vestal. Sintiéndose observada, Rea Silva levantó un momento los ojos y la vio. No había censura en la expresión de su rostro, sino comprensión. Y eso fue lo que más la asustó: Celia conocía su secreto. Bajó aún más la cabeza y apresuró el paso desoyendo las protestas de su prima.
Llegó, mareada de angustia y con el cuerpo revuelto, al punto donde exhibía sus productos la nueva orfebre. Anto palmoteó de alegría. Sobre una tela de lana se exhibían las piezas más preciosas: fíbulas de bronce con una labor delicadísima de pájaros en relieve, otras con forma de serpiente que se abrochaban en la boca; cuentas de colores combinadas en collares y pulseras. Rea Silvia no veía bien, su cabeza giraba como una peonza. Escuchaba a su prima hablar con la artesana, una joven llamada Valeria que, según se esforzaba en entender, procedía de una ciudad etrusca.
- Es allí donde aprendí a trabajar el metal, sobre todo el bronce. – la oía decir –. Ahora aplico esa técnica a los aderezos y, además, estamos probando a incrustarle piedras. Mi ayudante es experta en amuletos y queremos unir en un solo objeto amuleto y adorno.
- Tenemos diferentes piedras – dijo otra voz –. Ésta, por ejemplo, trae buena fortuna a las mujeres encinta y…
Una ráfaga de viento arrastró un fuerte olor a coles. Rea Silvia creyó que había llegado la hora de su castigo y su muerte. Le estallaba la cabeza, se le nublaba la vista y su cuerpo se volvió del revés para salírsele por la boca. Tuccia llegó apenas a tiempo de sujetarla para que no se derrumbase sobre el suelo.
La hoguera ritual con la que concluía la fiesta de Jupiter Latiaris y se encendía al anochecer en la cumbre del monte Cavo fue, aquel año, inusualmente brillante. Así lo constató el cronista oral Urbano Lacio: pese a que la leña estaba húmeda y en parte verde, la fogata refulgía como una estrella. La vieron cuantos pastoreaban en los valles y colinas que rodeaban los montes Albanos por el este y el sur, los campesinos de la llanura hacia poniente e incluso los criados que se habían quedado a vigilar los rebaños del rey Amulio en la campiña y las colinas junto al Tíber.
Tres o cuatro muchachos que se quedaron de guardia junto al fuego durante toda la noche, tanto para alimentarlo como para evitar que una chispa pudiera propagar las llamas, fueron testigos de otro hecho más prodigioso aún. Para su asombro, dos lobos salieron de la linde del bosque y, sin hacerles caso ni manifestar signos de temor, se sentaron sobre los cuartos traseros y contemplaron fijamente la hoguera durante mucho rato. Por fin se levantaron y dieron tres vueltas alrededor del fuego para después desaparecer entre los árboles.
Rodeada de lobos, acechada por monstruos que abrían las fauces y le mostraban los dientes y las garras, así se sentía Rea Silvia. Como si llevara inscrita en su rostro una marca reveladora del sacrilegio, las miradas, las sonrisas, los gestos afectuosos que siempre había recibido de los albanos, se le antojaban ahora teñidos de sospecha o de malignidad. Las mejillas le ardían de vergüenza cuando alguien, en la calle, le dirigía la palabra: quizá iba a decirle que sabía lo ocurrido en el bosque sagrado de Marte, que había presenciado de lejos su indignidad. Y creía que las piernas no la sostendrían.
Su sufrimiento se intensificaba con el desempeño de sus funciones sacras como ofrecer sacrificios o dirigir rituales. Encomendados a las sacerdotisas de Vesta por su condición de vírgenes, al oficiarlos su sentimiento de impureza y de traición a la ciudad y a la diosa se agudizaba volviéndose insoportable. Un dolor que culminaba con un vuelco del corazón cada vez que por su cabeza cruzaba, y cruzaba muchas veces, la idea del embarazo.
Sin embargo, de todos sus miedos y angustias, el más violento era el zarpazo que la desgarraba cuando le llegaba el turno de custodiar el fuego sagrado del altar de Vesta. Temblando, se arrimaba a la pared y allí permanecía inmóvil, sin levantar los ojos del fuego, temiendo que de un momento a otro la diosa lo apagase para mostrar su disgusto. Los latidos de su corazón marcaban el discurrir del tiempo y ella los contaba uno a uno, repitiendo los números como una salmodia para ocupar su mente en una tarea vacua. Le aterrorizaba pensar en su crimen justo en aquel cubículo, morada sacra de la diosa, por si Vesta penetraba en su pensamiento y la descubría.
No había pasado desapercibido a sus compañeras este cambio radical en su carácter y su conducta, y menos todavía a la Vestal Máxima Camilia, a cuya intervención salvadora se había debido la consagración de Rea como vestal. Camilia venía observando que, desde la fiesta de Júpiter Latiaris celebrada dos semanas antes, Rea Silvia desmejoraba a pasos agigantados: nerviosa, agitada, rehuía con frecuencia sus deberes tratando que la sustituyera otra vestal, un comportamiento impropio de ella. No se la oía reír y se resistía a salir a la calle. A la Vestal Máxima no le parecía natural ni le gustaba ese cambio. Era evidente que algo ocurría. Preguntó discretamente a su doncella Tuccia y ésta le respondió que Rea tenía pequeños problemas de salud y, sobre todo, mucha añoranza de su madre, a quien no había visto desde hacía más de un año. Camilia dio por buena la respuesta y decidió que, si no había pronto un cambio favorable, hablaría con la muchacha.
-¡Vente conmigo al mercado! – dijo Anto al día siguiente, cogiendo de la mano a Rea Silvia – ¡No puedes negarte! Hace mucho tiempo que no tenemos una mañana entera para divertirnos.
- Tengo muchas ocupaciones, Anto – le respondió.
- ¡Claro que las tendrás! Pero hay más vestales, ¿no? – insistió, riéndose, Anto – Y no te hagas la interesante conmigo… Me han hablado de una orfebre que acaba de instalarse en Alba Longa y quiero ver su trabajo. ¡Necesito algunas joyas nuevas ahora que me voy a casar!
Quien así hablaba era su prima, única hija del rey Amulio y Criseida. No había en el mundo una criatura más diferente de ellos, eran como el blanco y el negro, el fuego y el hielo. Dispuesta a ayudar a quien lo necesitara, expansiva, su alegría era contagiosa y emanaba vitalidad. Por voluntad de los dioses, la ambición y las envidias que habían signado el devenir de sus progenitores pasaban sobre ella sin rozarla siquiera, sin hacerle mella. Y así, ni había aprendido a odiar ni se dejaba arrastrar por sus rencores. Adoraba a su prima, un año mayor que ella, con quien había crecido y compartido juegos y secretos.
Anto había regresado a Alba Longa vísperas de la fiesta de Júpiter Latiaris. Los dos últimos años había residido en la ciudad de Lavinio, de donde era originaria su madre, a fin de completar su educación en el seno de la familia materna. No había sido fácil su reencuentro. Sus padres habían hecho tanto daño a los de Rea Silvia, era tan grande su odio hacia la vestal, que no parecía sencillo encajarlo. Pese a todo, ni la falta de escrúpulos paternos ni una separación tan larga habían menoscabado su mutuo afecto. Después de hablar y de llorar juntas, se habían abrazado y se habían prometido no permitir jamás que las rencillas familiares se interpusieran entre ellas.
Y era Anto tan afectuosa e insistente que Rea Silvia no pudo negarse a acompañarla. Se cubrió el cabello con el velo y, seguidas de Tuccia y de la nodriza de Anto, se dirigieron al mercado por entre las calles atestadas de público. Al paso de la vestal la gente se apartaba en señal de respeto.
- Esa es la verdadera razón por la que buscaba tu compañía – le decía en broma Anto –. Contigo se llega muchísimo antes a cualquier lugar…
A punto de cruzar la muralla por la puerta del mercado, se encontraron con la adivina Celia. La anciana, amparada en su edad, dirigió su mirada escrutadora a la vestal. Sintiéndose observada, Rea Silva levantó un momento los ojos y la vio. No había censura en la expresión de su rostro, sino comprensión. Y eso fue lo que más la asustó: Celia conocía su secreto. Bajó aún más la cabeza y apresuró el paso desoyendo las protestas de su prima.
Llegó, mareada de angustia y con el cuerpo revuelto, al punto donde exhibía sus productos la nueva orfebre. Anto palmoteó de alegría. Sobre una tela de lana se exhibían las piezas más preciosas: fíbulas de bronce con una labor delicadísima de pájaros en relieve, otras con forma de serpiente que se abrochaban en la boca; cuentas de colores combinadas en collares y pulseras. Rea Silvia no veía bien, su cabeza giraba como una peonza. Escuchaba a su prima hablar con la artesana, una joven llamada Valeria que, según se esforzaba en entender, procedía de una ciudad etrusca.
- Es allí donde aprendí a trabajar el metal, sobre todo el bronce. – la oía decir –. Ahora aplico esa técnica a los aderezos y, además, estamos probando a incrustarle piedras. Mi ayudante es experta en amuletos y queremos unir en un solo objeto amuleto y adorno.
- Tenemos diferentes piedras – dijo otra voz –. Ésta, por ejemplo, trae buena fortuna a las mujeres encinta y…
Una ráfaga de viento arrastró un fuerte olor a coles. Rea Silvia creyó que había llegado la hora de su castigo y su muerte. Le estallaba la cabeza, se le nublaba la vista y su cuerpo se volvió del revés para salírsele por la boca. Tuccia llegó apenas a tiempo de sujetarla para que no se derrumbase sobre el suelo.
33 comentarios:
!Oh Isabel! qué dulce es la fraternidad entre mujeres si las atan el afecto, la sinceridad, la alegría.
!Oh! que injusto el proceder de los dioses cuando marcan vidas a su antojo. Rea apartada de la sensualidad, sólo ve en ella, lo que más adelante titularán "pecado". Consagrada a Vesta se encuentra avergonzada y con razón, porque dentro de ella late algo que le fue inseminado a traición, por voluntad de otro dios, Marte.
Dioses todos, causantes de tanto sufrimiento, de la sangre deramada en vuestro nombre, de incertidumbre, os maldigo sin temor, porque Acca a veces no cree en vosotros, cree en que el motivo de tantísima tristeza y dolor, lo ocasiona el nacido de mujer, sea varón o hembra.
Callo, no digo más, que los lobos me inquietan, a cabo animales, y me enfurezco por dentro ante esta debilidad de mi mente.
!Salve diosa que nos escribes! en tus manos estamos, y son verdaderas, sublimes e implacables.
Por no enfadarme más, regreso al futuro donde me encuentro, también muy inquieta ante tanta barbarie, en medio de esa edad llamada media.
También es bien triste que tenga que avergonzarse y sentirse culpable quien nada hizo.
Tienes buen dominio del lenguaje, sabes cómo narrar los episodios no es fácil cuando se trata de historia antigua, la tendencia a emular totalmente a los antiguos sería anacrónica y una excesiva actualización, ridícula. Has encontrado el punto.
Déborah
Qué bien cuentas estos dos episodios, tan importantes por el futuro que imagino, que lo nuestro a partir de tu lectura es imaginar, para vernos sorprendidas por ti de nuevo.
Un abrazo.
¡Ay, pobre Rea Silvia!.. los temores se confirman con esa arcada.
El texto de hoy está lleno de simbolismos: la hoguera deslumbrante, el fuego, los ojos de la adivina Celia...
Aun teniendo el afecto de sus amigas y de su prima, quizá nada pueda librarla del castigo de la diosa Vesta... ¿O sí?
Que bien, Isabel, que bien. Yo confío en Camilia.
D.
Pues a mi me vais a llamar "raro" pero me parece que la escena última, en el puesto de orfebrería, tiene mucha vis cómica. A mi me parece genial, me encanta.
Por mi trabajo valoro mucho la capacidad de llegar a reírte ante lo que parece, y a veces lo es, un drama.
Un beso Isabel.
Parece que lo lleva la pobre escrito en la cara. Va a ser un secreto a voces. Me imagino la mirada de la adivina Celia (La Dame Masquée interpretando ese papel) transmitiendo el mensaje: lo sé todo pero no te preocupes porque tú no has tenido la culpa.
Saludos.
Querida Isabel.
La confianza es como el agua una vez regada imposible es recogerla,es muy difícil quebrar las más profundas convicciones, el sufrimiento de Rea Silvia es profundo y desgarrador,sin embargo el encuentro con su prima nos habla de la verdadera amistad,el encuentro con la adivina de la compasión sin embargo observar esas piedras es una vez más un presagio de lo que está por cumplirse.
Maravillosa la escena de la fogata y de los lobos, logras crear el ambiente necesario para que entienda lo que está por venir.
Un abrazo venerable dama.
¿ha desaparecido mi comentario de ayer?
Decía que es injusto que tenga que sentirse mal y culpable quien no lo ha sido.
¡Ay, este blogger, qué faenas nos hace!
Me parece muy simbólico este capítulo. La hoguera, los lobos...
Con esa arcada se confirman los peores presagios de Rea Silvia.
Quizá nada la salve de la ira de Vesta... ¿O sí?
Los Dioses, tomando siempre lo que desean sin conciencia, caprichosos, inflingiendo dolor para cumplir un gran destino cargado con pena en su vientre.
Un abrazo Isabel, antes de que blogger se ponga en huelga de nuevo.
Buen fin de semana!
Ha desaparecido mi comentario tambien!...
Desaparición de entradas y comentarios en los blogs que conozco.
Pero vine, eh?
Y ahora regreso a ver que tal Rea Silvia.
Muchos besos
Ha llegado el momento donde lo blanco se convierte en negro o viceversa. La tragedia va tomando forma. Abrazos.
Desapareció mi comentario. Me imagino que te habrá dado tiempo a leerlo.
En fin, cosas del señor Blogger.
Un saludo.
Interesante contrapunto del capitulo con el comienzo de nuevos augurios anunciados por los animales (que participacion estelar que tienen aqui!!) y la cara oscura de la culpa que siente Rea Silvia por algo en lo que no tuvo decision alguna.
Bueno, mi comentario quedo. Por lo visto la version Sudamerica del Blogger funciona de lo mas bien... cosa rara.
Isabel yo creo que deje un comentario antes de ayer, pero no lo veo, imagino que fue culpa de los ajustes. Yo no pude entrar en mis blogs hasta hoy desde el jueves.
Cada día me gusta más, está muy emocinante.
Bicos
Bueno parece que sse va acercando el momento de mi actuación. A ver si le fabrico un buen amuleto a Rea Silvia.
Vaya final de capítulo, que va a pasar?
Cada vez mejor, Isabel
Besos
Con estas ideas ancestrales así nos ha ido a tantas mujeres. Y no va por mi, sino por todo lo visto hasta ahora. Pobre niña. Beso.
Tengo que felicitarte por tu blog, bien documentado y bien narrado.
Un saludo y un placer leerte
Nuestra pobre Rea Silvia sufriendo la peor de las angustias posbles: la del remordimiento injustificado. El juicio interior, sin defensa ni abogados y la propia persona que se condena a sí misma "¡culpable!". De esa sentencia no hay escapatoria ninguna, pues el peor juez es uno mismo, y cuando la condena es firme no hay absolución ni caridad.
Este episodio semeja un paseo por el alma, más en el sueño que en la realidad, sumida en su angustia, rea Silvia no ve el mundo representado sino el mundo como representación, que diría Schopenhauer. Parece disolverse en su alada túnica y en su velo, cuando ejerce como vestal atormentada o cuando pasea por las calles sufriendo aun más el respeto de los viandantes.
Sueños de tules, tocados por el sufrimiento y la soledad. La mirada de la adivina Celia, llena de comprensión añade un toque metafísico a la ambientación.
En esta pesadilla, resplancede una luz a lo lejos, la belleza del corazón de Anto, indiferente al odio del mundo y al de sus propios padres.
Ah, Máxima Camilia, Vestal justa, necesitamos tu ayuda, salve!
El capítulo tenía que sumirnos en el propio sueño de Rea Silvia, el de su dolor entre telas inconsistentes. Parece que nos venimos abajo con ella y Alba Longa mística e intangible se derrumba.
Me gusta el mundo de los prodigios, la belleza de esta tela de ensueño, la magia de los lobos, salve Júpiter Latiaris!
Ah, y sobre todo invoco a Marte, pues no ha de dejar a nuestra niña abandonada por siempre. ¡Marte, apiádate de ella!
Ay, Isabelita, qué belleza, qué ambientación, como siempre pura poesía tu prosa...
Quiero aprovechar para darle las gracias a la encantadora Alejandra Sotela Faderland por sus amables y dulces comentarios. Sin duda la lectura en común une las almas.
Gracias Alejandra.
Mi querida Isabel te envío un admirativo abrazo, con todo el cariño.
Que se puede hacer cuando todo, parece que está en tu contra?.
Yo no sé como hubiera actuado en un caso tan deleznable, muchas veces la prudencia, se entiende como cobardía.
Rea Silvia, debería huir y buscar un cobijo mas seguro, fuera de " Dioses y Reyes " y con su fiel amiga Palantea , pero la historia ya está escrita, y no se puede volver atrás .
BSS..
Se borró mi comentario, ha sido un verdadera pesadilla este fallo de Blogger, todo borrado, entradas, comentarios...
Querida Isabel, te decía que en esta hora trágica para Rea, la martiriza el remordimiento, ¿qué culpa tiene? Señalada por los dioses, se ha de cumplir su Destino, pero mientras !cuanto sufrimiento! Fuegos y lobos aullando, nuevos auspicios.
Por lo menos queda la amistad, que no es poco.
!Salve! señora de esta historia, me tienes muy fascinada.
Cuando el alma llora
su consuelo en el vacío
en el más absoluto silencio
En soledad reposando
cuando va tropezando
con los muros impuestos
de la incomprensión...
*****
Que satisfactorio me resulta pasar a leer el texto que has dejado pensado con la tibieza del sentimiento para deleite de quienes te seguimos.
Un buen inicio de semana te deseo con el afecto que hemos granjeado desde que he tenido el gusto de conocerte.
Besos
María del Carmen
¡ Qué injustos son los dioses y qué crueles pueden llegar a ser ! Expertos en atemorizar conciencias, sujetas éstas a los destinos caprichosos de los mismos.
Temor de Rea Silvia a la Diosa Vesta cuyo fuego sagrado puedira ser apagado para mostrar su disgusto.
¡ Qué soledad ! La soledad de Rea Silvia es la de todas las mujeres del mundo y no precisamente en la época medieval, sino en nuestra sociedad actual...qué poco hemos adelantado.!
Un beso
Desde luego, ten hijas para esto. O sea resulta que mi querida hija Antoñia (Anto para los amigos) es íntima amiga de su prima Rea que debería, como mínimo estar a mil leguas de aquí.
Está claro que el conflicto generacional ha existido desde siempre y menuda la vamos a tener cuando la vea.
Rey Amulio.
Querida autora, besos.
Salud y República
Pobre niña. No sólo tiene que soportar lo que le ha sucedido en el bosque sino que además lleva el temor dentro de ella por lo que aquello que le sucedió involuntariamente, pueda acarrearle en el presente o en el futuro.
Demasiado peso para esas espaldas tan jóvenes.
Parece que lo de blogger se resolvió, menos mal :)
Un besito
No sé si mi comentario a la anterior entrada se habrá borrado en medio del mare magnum que preparó blogger la semana pasada. Pasada ya la tormenta, sigo tu relato con gran interés, participando del miedo de Rea Silvia a lo desconocido, pensándose pecadora ante la diosa y temiendo que cualquier ser humano pueda leer en su rostro su gran secreto.
Besos
Grrrr... Ha sido una tensión enorme, sumada a la ya habitual que arrastro por el mucho trabajo. Os pido disculpas una vez más por no responderos individualmente, prefiero ir a visitaros a vuestros blogs, porque de lo contrario no llego... Un abrazo enorme.
Querida Isabel, me encanta el papel de Anto en el relato.
Muchas gracias
Besos
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