(XII)
Según afirman los antiguos, en aquella época remota las colinas que hoy ocupa Roma no eran visibles desde los montes Albanos. A medida que el caminante se acercaba, las veía surgir del llano abruptamente, aisladas entre sí y, a la vez, juntas y apretadas como las ubres rebosantes de leche de una loba. Eran colinas agrestes y salvajes, de laderas escabrosas. Cuando las aguas del Tíber bajaban revueltas y se salían de los límites del cauce, los valles entre ellas se inundaban. Entonces, asomando erguidas y singulares sobre el agua, aún se asemejaban más a las ubres de una hembra, senos nutricios y maternos, lugar de refugio y alimento frente al peligro.
De la palabra ruma, que en nuestra antigua lengua designaba por igual a la ubre y a la colina, le pudo venir el nombre a Roma. Un nombre para ocultar el verdadero, ya que éste es secreto y no debe pronunciarse jamás pues, si llegara a conocimiento de nuestros enemigos, nos destruirían usando conjuros y maldiciones. Y, a mi entender, además de protegernos de ese peligro, Roma es un nombre benéfico inspirado por los dioses. Certifica nuestra unión con las fuerzas de la naturaleza, porque a través de la teta que nos amamanta permanecemos unidos a la madre y la madre se prolonga en los hijos; así nosotros, los romanos, estamos vinculados a esta ciudad como hijos suyos y ella vive en nosotros.
Mas no conviene adelantarse a los tiempos: en esa época la ciudad no existía. Y hemos de imaginar aquel paraje, al sur de la orilla del río, cubierto de verdes pastos, matorrales y charcas, alguna higuera aislada, bosquecillos de hayas y castaños en las cumbres de algunas colinas, mirto en los valles. Uno de ellos, alargado y estrecho, separaba dos de las colinas y llegaba hasta la orilla del Tíber, justo donde éste traza una gran curva. Divididas por el valle, la colina del Aventino queda al oeste y la del Palatino al este.
Desde que Amulio había destronado a su hermano, los criados de uno y otro se mantenían alejados para evitar conflictos y ese valle, que hoy llamamos valle de Murcia y ocupa en casi toda su extensión el circo Máximo, se había convertido en una tierra de nadie, una franja de separación. Y así, los rebaños de Amulio pacían en el Palatino y se extendían por colinas y valles al este y al sur, mientras los hatos de Númitor les daban la espalda triscando desde la cumbre del Aventino hacia el poniente siguiendo el curso del río.
Hacia el Aventino se dirigían Pratex y Catión en busca de la cabaña de Númitor. Éste se hallaba en la cumbre de la colina con uno de sus pastores. El dolor y la humillación por haber sido destronado y privado de los hijos no quiere compañía, sino soledad. Pues ¿cómo soportar la vergüenza, la impotencia ante lo ocurrido y, sobre todo, cómo perdonarse la torpeza de no haber sabido prevenir la ambición de su hermano, si es que había sido torpeza y no debilidad? Pero el ser humano necesita del bálsamo de la compañía y Númitor lo había encontrado en ese pastor, a quien buscaba con frecuencia: un hombre rústico y callado cuya mirada se perdía en el horizonte.
No le hacía preguntas nunca: dejaba que fuera Númitor quien hablase, ya de las abejas y sus costumbres, ya de sus recuerdos del hijo asesinado o de otros pesares de su corazón. Su silencio no se debía a la hosquedad, sino a su convicción del poder curativo de las palabras tanto como a la prudencia y el buen juicio. Poseía esa antigua sabiduría destilada a través de la observación de la naturaleza, la salvaje y la humana, y nunca pronunciaba palabras huecas. Por eso le apreciaba Númitor y pasa largas horas con él. Fue este pastor quien vio a los dos hombres avanzar por el camino y, al reconocer en ellos a los sicarios de Amulio, los señaló a su amo. Adivinando que iban a su casa, se apresuró Númitor a regresar para evitarle a su esposa un encuentro a solas con ellos.
Cuando llegó a la cabaña, los encontró en la puerta, hablando con Aurelia. El rostro de ella era una máscara que no acertaba a descifrar, pero sus ojos transmitían excitación, tal vez alegría. Ordenó a los criados que sacaran unos escabeles y, para protegerse del calor, los colocaran en el lateral donde la cabaña proyectaba la sombra, pues hacía rato que el sol había rebasado su cénit. Repitió entonces Pratex el encargo que llevaba: la invitación a asistir a los ritos del matrimonio de su sobrina Anto, que se celebrarían en Alba Longa cinco días más tarde.
- Mi salud es precaria – respondió Númitor con cautela, desconfiando de esa invitación –. Y el ascenso hasta Alba resulta muy penoso…
- Puedes hacerlo en carro. El rey Amulio considera indispensable vuestra presencia – apuntó Pratex secamente. Y añadió volviéndose hacia su acompañante: – Catión, tú oíste también al rey ¿me mandaba con una invitación o con una orden?
- Excúsanos un momento, por favor – intervino Aurelia. Se levantó y pidió a su marido que entrase con ella en la cabaña. Allí le habló muy alterada: debían asistir a la boda, era una buena oportunidad para ver a Rea Silva. Númitor pensaba de otra manera. No comprendía por qué su hermano y su cuñada querían verlos, cuando los odiaban tanto. ¿A qué venía esa invitación? ¿Acaso no les habían perjudicado todo lo posible? Y Aurelia respondía que, precisamente por esa razón, podían ir tranquilos, ¿qué más daño podía causarles Amulio? Ellos ya no eran nada en Alba Longa, no constituían para él un peligro, ni podían rivalizar en riquezas ni influencia. Quizá se proponía levantarles la prohibición de ir a la ciudad, suavizar un poco su extrañamiento. Y aunque así no fuera, podrían ver a Rea Silvia, estar con ella, verificar que se encontraba bien.
Se resistía Númitor: no estaba en la naturaleza de su hermano el ser generoso e intuía que le movía una mala intención. Aún confesando sus deseos de abrazar a su hija, le parecía imprudente aceptar. Y en esa resistencia demostró conocer a su hermano y su cuñada más que Aurelia. Pero ella, madre al fin, temerosa de la suerte de su hija por el presagio que había tenido en sueños, no reparaba en peligros ni riesgos, sino que anteponía sus deseos y su necesidad de verla y ayudarla. Y así, con la ceguera que a veces nos impone el amor, insistió con mil razonamientos, apeló al afecto por su hija y al temor de que pudieran vengarse en ella si rechazaban la invitación. Al fin consiguió convencer a su marido de aceptar, dando a entender que su hija debería asistir también. Y así se lo transmitieron al enviado de Amulio.
Para evitar ser vigilado al abandonar la cabaña de Númitor, Pratex continuó hasta la cumbre de la colina y descendió luego por la ladera más próxima al río con ánimo jubiloso, seguido de Catión. No había previsto que la misión fuera a resultar tan fácil ni tan breve. Incluso les daría tiempo de volver esa misma tarde a Alba Longa o quedarse a dormir en algún caserío al pie de los montes Albanos. Se solazaba pensando en la esclavita que le regalaría Criseida para él solo y a la cual pensaba enseñar de inmediato lo que era un hombre. ¡Una lección que muchas mujeres necesitaban recibir…!
- ¿No está cerca de aquí la cabaña de Fáustulo? – le preguntó a Catión cuando, tras alcanzar la ribera del Tíber, se disponían a entrar en el valle de Murcia para tomar de nuevo el camino a Alba Longa –. Podríamos hacerle una visita a su mujer…
- A esa no la encuentras en su casa… - dijo Catión riéndose y señalando en dirección al lado opuesto del valle, donde la ladera del Palatino ascendía con suavidad hasta los pies de un farallón rocoso. Una columna de humo surgía de entre los árboles que crecían colina arriba.
- ¡Probemos! ¡También ella tiene derecho a celebrar la boda de la hija del rey! – exclamó haciendo gestos groseros entre risotadas.
Aprovecharon el amparo de los bosquecillos que salpicaban el valle para aproximarse al Palatino. Una precaución innecesaria, pues no había pastores ni rebaños allí y sólo se oían los ruidos de la naturaleza. Escarabajos y lagartijas, ratoncillos y pájaros rebullían entre los matorrales, atentos a su supervivencia; zumbaban los insectos alrededor del remanso de agua que se formaba a los pies de la ladera palatina, cerca del río. En él se detuvieron los dos hombres para beber un sorbo cuando, al levantar la vista, vieron acercarse a una mujer con un recipiente de barro apoyado en la cadera. Se ocultaron.
El vientre de Acca Larentia estaba abultado. Le faltaba menos de cinco ciclos lunares para dar a luz, pero notaba ya cierta torpeza. Y si bajaba a por agua al remanso era porque la perra que había recogido el día de la fiesta de Júpiter Latiaris acababa de parir y no podía descender ella misma a beber agua. Y también porque su hijo Urco regresaba esa noche, tras haber cumplido un encargo de su padre, y quería que se lavara bien. Penetró entre los árboles, se acercó a la orilla y se agachó para llenar su recipiente.
De repente, unos gorriones salieron volando de un matorral y Acca Larentia percibió el peligro. Pero era demasiado tarde. La asaltaron brutalmente por la espalda y sus gritos sólo encontraron eco en los ladridos lejanos de su perra.
De la palabra ruma, que en nuestra antigua lengua designaba por igual a la ubre y a la colina, le pudo venir el nombre a Roma. Un nombre para ocultar el verdadero, ya que éste es secreto y no debe pronunciarse jamás pues, si llegara a conocimiento de nuestros enemigos, nos destruirían usando conjuros y maldiciones. Y, a mi entender, además de protegernos de ese peligro, Roma es un nombre benéfico inspirado por los dioses. Certifica nuestra unión con las fuerzas de la naturaleza, porque a través de la teta que nos amamanta permanecemos unidos a la madre y la madre se prolonga en los hijos; así nosotros, los romanos, estamos vinculados a esta ciudad como hijos suyos y ella vive en nosotros.
Mas no conviene adelantarse a los tiempos: en esa época la ciudad no existía. Y hemos de imaginar aquel paraje, al sur de la orilla del río, cubierto de verdes pastos, matorrales y charcas, alguna higuera aislada, bosquecillos de hayas y castaños en las cumbres de algunas colinas, mirto en los valles. Uno de ellos, alargado y estrecho, separaba dos de las colinas y llegaba hasta la orilla del Tíber, justo donde éste traza una gran curva. Divididas por el valle, la colina del Aventino queda al oeste y la del Palatino al este.
Desde que Amulio había destronado a su hermano, los criados de uno y otro se mantenían alejados para evitar conflictos y ese valle, que hoy llamamos valle de Murcia y ocupa en casi toda su extensión el circo Máximo, se había convertido en una tierra de nadie, una franja de separación. Y así, los rebaños de Amulio pacían en el Palatino y se extendían por colinas y valles al este y al sur, mientras los hatos de Númitor les daban la espalda triscando desde la cumbre del Aventino hacia el poniente siguiendo el curso del río.
Hacia el Aventino se dirigían Pratex y Catión en busca de la cabaña de Númitor. Éste se hallaba en la cumbre de la colina con uno de sus pastores. El dolor y la humillación por haber sido destronado y privado de los hijos no quiere compañía, sino soledad. Pues ¿cómo soportar la vergüenza, la impotencia ante lo ocurrido y, sobre todo, cómo perdonarse la torpeza de no haber sabido prevenir la ambición de su hermano, si es que había sido torpeza y no debilidad? Pero el ser humano necesita del bálsamo de la compañía y Númitor lo había encontrado en ese pastor, a quien buscaba con frecuencia: un hombre rústico y callado cuya mirada se perdía en el horizonte.
No le hacía preguntas nunca: dejaba que fuera Númitor quien hablase, ya de las abejas y sus costumbres, ya de sus recuerdos del hijo asesinado o de otros pesares de su corazón. Su silencio no se debía a la hosquedad, sino a su convicción del poder curativo de las palabras tanto como a la prudencia y el buen juicio. Poseía esa antigua sabiduría destilada a través de la observación de la naturaleza, la salvaje y la humana, y nunca pronunciaba palabras huecas. Por eso le apreciaba Númitor y pasa largas horas con él. Fue este pastor quien vio a los dos hombres avanzar por el camino y, al reconocer en ellos a los sicarios de Amulio, los señaló a su amo. Adivinando que iban a su casa, se apresuró Númitor a regresar para evitarle a su esposa un encuentro a solas con ellos.
Cuando llegó a la cabaña, los encontró en la puerta, hablando con Aurelia. El rostro de ella era una máscara que no acertaba a descifrar, pero sus ojos transmitían excitación, tal vez alegría. Ordenó a los criados que sacaran unos escabeles y, para protegerse del calor, los colocaran en el lateral donde la cabaña proyectaba la sombra, pues hacía rato que el sol había rebasado su cénit. Repitió entonces Pratex el encargo que llevaba: la invitación a asistir a los ritos del matrimonio de su sobrina Anto, que se celebrarían en Alba Longa cinco días más tarde.
- Mi salud es precaria – respondió Númitor con cautela, desconfiando de esa invitación –. Y el ascenso hasta Alba resulta muy penoso…
- Puedes hacerlo en carro. El rey Amulio considera indispensable vuestra presencia – apuntó Pratex secamente. Y añadió volviéndose hacia su acompañante: – Catión, tú oíste también al rey ¿me mandaba con una invitación o con una orden?
- Excúsanos un momento, por favor – intervino Aurelia. Se levantó y pidió a su marido que entrase con ella en la cabaña. Allí le habló muy alterada: debían asistir a la boda, era una buena oportunidad para ver a Rea Silva. Númitor pensaba de otra manera. No comprendía por qué su hermano y su cuñada querían verlos, cuando los odiaban tanto. ¿A qué venía esa invitación? ¿Acaso no les habían perjudicado todo lo posible? Y Aurelia respondía que, precisamente por esa razón, podían ir tranquilos, ¿qué más daño podía causarles Amulio? Ellos ya no eran nada en Alba Longa, no constituían para él un peligro, ni podían rivalizar en riquezas ni influencia. Quizá se proponía levantarles la prohibición de ir a la ciudad, suavizar un poco su extrañamiento. Y aunque así no fuera, podrían ver a Rea Silvia, estar con ella, verificar que se encontraba bien.
Se resistía Númitor: no estaba en la naturaleza de su hermano el ser generoso e intuía que le movía una mala intención. Aún confesando sus deseos de abrazar a su hija, le parecía imprudente aceptar. Y en esa resistencia demostró conocer a su hermano y su cuñada más que Aurelia. Pero ella, madre al fin, temerosa de la suerte de su hija por el presagio que había tenido en sueños, no reparaba en peligros ni riesgos, sino que anteponía sus deseos y su necesidad de verla y ayudarla. Y así, con la ceguera que a veces nos impone el amor, insistió con mil razonamientos, apeló al afecto por su hija y al temor de que pudieran vengarse en ella si rechazaban la invitación. Al fin consiguió convencer a su marido de aceptar, dando a entender que su hija debería asistir también. Y así se lo transmitieron al enviado de Amulio.
Para evitar ser vigilado al abandonar la cabaña de Númitor, Pratex continuó hasta la cumbre de la colina y descendió luego por la ladera más próxima al río con ánimo jubiloso, seguido de Catión. No había previsto que la misión fuera a resultar tan fácil ni tan breve. Incluso les daría tiempo de volver esa misma tarde a Alba Longa o quedarse a dormir en algún caserío al pie de los montes Albanos. Se solazaba pensando en la esclavita que le regalaría Criseida para él solo y a la cual pensaba enseñar de inmediato lo que era un hombre. ¡Una lección que muchas mujeres necesitaban recibir…!
- ¿No está cerca de aquí la cabaña de Fáustulo? – le preguntó a Catión cuando, tras alcanzar la ribera del Tíber, se disponían a entrar en el valle de Murcia para tomar de nuevo el camino a Alba Longa –. Podríamos hacerle una visita a su mujer…
- A esa no la encuentras en su casa… - dijo Catión riéndose y señalando en dirección al lado opuesto del valle, donde la ladera del Palatino ascendía con suavidad hasta los pies de un farallón rocoso. Una columna de humo surgía de entre los árboles que crecían colina arriba.
- ¡Probemos! ¡También ella tiene derecho a celebrar la boda de la hija del rey! – exclamó haciendo gestos groseros entre risotadas.
Aprovecharon el amparo de los bosquecillos que salpicaban el valle para aproximarse al Palatino. Una precaución innecesaria, pues no había pastores ni rebaños allí y sólo se oían los ruidos de la naturaleza. Escarabajos y lagartijas, ratoncillos y pájaros rebullían entre los matorrales, atentos a su supervivencia; zumbaban los insectos alrededor del remanso de agua que se formaba a los pies de la ladera palatina, cerca del río. En él se detuvieron los dos hombres para beber un sorbo cuando, al levantar la vista, vieron acercarse a una mujer con un recipiente de barro apoyado en la cadera. Se ocultaron.
El vientre de Acca Larentia estaba abultado. Le faltaba menos de cinco ciclos lunares para dar a luz, pero notaba ya cierta torpeza. Y si bajaba a por agua al remanso era porque la perra que había recogido el día de la fiesta de Júpiter Latiaris acababa de parir y no podía descender ella misma a beber agua. Y también porque su hijo Urco regresaba esa noche, tras haber cumplido un encargo de su padre, y quería que se lavara bien. Penetró entre los árboles, se acercó a la orilla y se agachó para llenar su recipiente.
De repente, unos gorriones salieron volando de un matorral y Acca Larentia percibió el peligro. Pero era demasiado tarde. La asaltaron brutalmente por la espalda y sus gritos sólo encontraron eco en los ladridos lejanos de su perra.
NOTA: El mapa con la localización de las cabañas de Acca Larentia y de Númitor representa la época arcaica de Roma, en el límite entre el final de la monarquía y el principio de la república, es decir, unos 350 años después de la fundación. Por tanto, hay que imaginar ese paraje más agreste y sin ese circo máximo que ya en él aparece señalado y sin vegetación. Y, por descontado, sin las casas y el puerto fluvial que se ven en él. Las localizaciones de las cabañas es imaginaria. El plano es de una maqueta que se encuentra en el Museo della Civiltà romana en Roma.
31 comentarios:
El hombre bestia, siempre presente a través de los tiempos.
Yo creyendo que ya desgranarías algunos retazos de soluciones, pero...¡qué va!...aún falta para ver a Rea Silvia tranquila.
Pues sigamos a la espera, espero que Númitor y su esposa encuentren alguna excusa para no moverse de su casa, por mucha boda que se presente.
Besitos
Cómo he disfrutado con los mapas. He clicado en ambos y los he ampliado. Mi vista ha corrido por esos lugares que, en días lejanos, anduve..., sin saber que el Circo Máximo era en buena parte el Valle de Murcia (con razón me encontraba allí tan a gusto, no sólo porque a un lado se alzara el Palatino y al otro el Aventino).
Mi madre se comporta como tal, sin saber en su deseo de verme que cae en la trampa preparada por la malvada Criseida. El destino juega sus designios. Que los dioses me protejan y amparen a todos los miembros de mi familia.
Quedo en un hilo, querida Isabel. La tensión está suspendida en el aire y tus letras nos envuelven como un cálido abrigo en tiempo invernal.
Un beso enorme desde el caluroso Valle de Murcia (esta ciudad está enclavada en un inmenso valle).
Esos dos bestias van dejando víctimas por el camino. Precioso Isabel.
Bicos
Qué mal cuerpo se queda al terminar este capítulo, por Acca Larentia y po también por Rea Silvia. Los presagios no parecen buenos.
Besos.
Que nauseabundo me resultan aquellos que aprovechando el padrinazgo de la crueldad actúan de manera deshonesta!!!
P.D.:Aún así algo me dice que recibirán prontamente su merecido...
BESITOS INTENSOS AMIGA MÍA
"aisladas entre sí y, a la vez, juntas y apretadas como las ubres rebosantes de leche de una loba"
Magistral frase Isabel y un primer párrafo evocador de mi mismo. Ha sido como cerrar los ojos y perderme entre los matorrales, jugar con las cañas y hacer remolinos reposados contemplando los maravillosos dibujos. Yo también los he ampliado y disfrutado. Y me los guardo para usarlos en clase con tu permiso...
Ya tenía yo ganas de serpentear por entre las colinas de Roma e inundarlo todo...
Un beso enorme maestra. Escribes bonito...
A estos tipos, yo les daria ese vino que no es un venenito pero que hace unos efectos desvastadores (aun hoy en dia se puede terminar en un hospital con un lindo suero en el brazo) como minimo.
bIEN, FUNCIONA!!! Me perdi un poco al principio con la descripcion y el mapeo, hasta que estos de lleno te llevan a la historia. Si muchas veces por amor o por querer algo, solemos meter la pata hasta el caracu, como decimos por aqui. En cuanto a los sicarios, quieres que para cuando llegue su hora les prepare un lindo venenito de esos que si, no hay vuelta atras? Yo se los haria largo y sufridor como minimo.
Que los Dioses no protejan a los que sicarios son ...que los condenen bajo el rayo del sol que derrite la maldad...que así sea y los Dioses me escuchen.
Impresionante y lleno de intrigas este capítulo Isabel, lo he disfrutado mucho!
Besiño.
♥
Impresioante brutalidad que persiste en estos tiempos.
Un abrz♥
Hay algunos fragmentos magistrales. Me ha gustado muchísimo. Te agradezo mucho los mapas: yo no puedo leer sin un mapa al lado.
Gracias.
D.
Querida amiga, me ha parecido brillante tu descripción primera de la zona y de la visita a casa de Numitor. Espero que a Pratex y Catión les hagan justicia por canallas.
Hoy dejo de ser Amulio, para quitarme el sombrero ante la novelista. ¡Chapeau!
Un beso.
Salud y República
Isabel, muy oportuno el plano de la situación y tus explicaciones.
Ahora que aperezco, Acca, embarazada, a mis labores, tranquila, me atacan esos lobos peores que lobos !dioses! ¿quién me socorre? !Urco hijo mío, y tú, Faústulus, mi esposo!
Estamos en manos del Destino más cruel, las mujeres lo soportamos todo, pero, tenemos nuestras armas, nuestra venganza que tramamos justa y despiadada.
Temo por la niña Rea, por sus padres, temo que Fortuna nos gire la mirada, invoco a Silvana a Vesta y siento en mis entrañas esa vida, como la siente Rea en su vientre, clamo a Justicia.
Isabel, diosa que conoces el futuro, me has deleitado en esa ribera amiga, entonces casi selva, devuélveme la paz, yo te doy un besito de amiga.
Querida Isabel: si habitualmente me emociono con la lectura de tus maravillosas entregas, hoy lo hago especialmente, pues he tenido la desgracia de perder ésta madrugada a mi adorada perra Dana. Seguramente ya no le quedaban fuerzas para seguir haciendome feliz cada día de su vida como lo ha hecho durante casi catorce años y ha decidido marcharse entre mis brazos hoy catorce de junio.
Por eso, al leer en éste capitulo que la perra encontrada por Acca ha dado a luz unos cachorros, no puedo apartar de mi cabeza la idea de que Dana seguramente se haya encarnado en uno de ellos, y que posiblemente se llamará Seius, y que posiblemente pasará a la inmortalidad a través de tus palabras. Sé que quizá te parezca una idea un poco loca, pero a mí en estos momentos me conforta y si a tí finalmente no te parece un descabello, me gustaría que mi personaje sirviese para dar eternidad a la memoria de Dana.
Muchas gracias por hacer que incluso un momento tan duro se pueda convertir en algo bello.
Un beso y como siempre...gracias.
Dos mundos contrapuestos. Por un lado los bestias, los asesinos, los violadores, la gente sin escrúpulos; por el otro, la gente buena y sensata. No sé por qué y puede que me equivoque, pero tengo la sensación de que ese pastor sensato que sabe escuchar y con la sabiduría de la experiencia y la edad, me resulta familiar.
Un saludo.
“Ruma” me prendó. Ubre y colina…femenina a las cosas. Nombre que oculta y protege el impronunciable. Isa, es una explicación maravillosa e inolvidable!
A los tumbos, pero te sigo! Un abrazo inmenso y mi profundo agradecimiento por estos agradabilísimos bocados!
Ciertamente ese hombre bestia persiste...Besitos, mariajesúsparadela.
Hola virgi, no hay reposo para algunas personas, ya lo ves. La vida tiene esas durezas, pero también en ellas se forjan las personas. Besazos, guapa.
Saludos, isabel martínez barquero, recibo tu saludo desde el valle de Murcia mientras tu alma está aún ese otro valle de Murcia que debe su nombre, precisamente, a un templo que había allí dedicado a la diosa Venus y que tenía un bosquecillo de mirto. De ahí, el nombre de Venus Murtea y la denominación del valle completo. No fue un valle cualquiera, te lo aseguro...
En cuanto a tus padres, Númitor y Aurelia, quieren protegerte con todo su corazón y sus fuerzas, pero los padres nunca son omnipotentes... Con todo, hay que confiar. Besos, querida amiga.
Hola dilaida, esos dos bestias son seres sin entrañas, ya lo ves. Besotes.
Hola elysa, ciertamente la brutalidad del final nos sitúa en la realidad de aquellos tiempos y de otros: el uso de la fuerza como medio de suprimir la voluntad del otro. Es duro, sí. Y esperemos que todo esto sea compensado algún día. Besos.
Hola gabu, ojalá tengas razón y esos sujetos reciban algún castigo. Los dioses no pueden contemplar con indiferencia semejantes atropellos. Besitos.
Hola txema, por fin el Tíber aparece como algo más que un nombre: una corriente que fluye, inunda y se apropia de ese territorio, solar de Roma, que tanto daría que hablar... Por descontado que puedes usar los mapas. Son fotografías tomadas de mi propio mapa, por eso no acaban de estar muy bien del todo (se notan los pliegues...). Un abrazo.
Hola alejandra sotelo faderland, sí que se merecen un vinito de esos tuyos, y no te digo que no se lo vayan a beber... Me alegro que al final te hayas orientado. No es fácil, en las descripciones, transmitir una idea con pocas palabras. Besitos, guapa.
Hola mayte, que los dioses te escuchen y no protejan a esos sujetos inmundos... Un abrazo.
Saludos, melba reyes a., esa brutalidad es atemporal y creo que nace de esa parte tan profundamente animal y terrible que tenemos y que algunos no aciertan a sofocar. Besos.
Hola dolors jimeno, también yo creo que los mapas ayudan, al menos en este caso, cuando es difícil orientarse en un territorio salvaje pero que tiene un papel en toda esta historia. Besitos.
Hola rgalmazán, ya ves que los sicarios de Amulio están a la altura de su amo, son sujetos repugnantes. Veremos que pasará con ellos... Besitos.
Hola natalia tarraco/Acca Larentia dolorida. Quisiera tener toda la fuerza de la justicia en mi mano para castigar a unos y reparar en tí el daño que te han hecho. Sujetos desalmados, brutales, indignos de ser llamados seres humanos y, sin embargo, investidos del poder que les da el cruel rey Amulio. La vida está llena de injusticias que con frecuencia hemos de soportar durante años. Pero quizá se haga justicia al fin. Besos, querida amiga.
Querido Bagoas, cómo siento que hayas perdido a Dana. Y también a mí me parece providencial que te haya dejado justo en el momento en que nacían los cachorros de la perra que socorrió Acca Larentia, así que muy bien puede haberse encarnado en uno de ellos. Estoy segura de que ha sido así. Y será un honor para quienes van a fundar Roma contar con el espíritu vital de Dana, lejos ya de todo riesgo y dolor, insuflado en el cuerpo y el espíritu de Silius.
Que esta aventura que estamos viviendo juntos pueda ayudarte a hacer más tolerable el dolor en estos momentos de pérdida, es una de las cosas más hermosas de esta historia. Un abrazo muy, muy fuerte.
Hola cayetano, la vida está llena de esos contrastes. Y sí, ese pastor que mira el horizonte es un conocido nuestro. Besos.
Hola susana, ¿verdad que es bonita la explicación? Conste que no es de mi cosecha, sino de los trabajos de investigación sobre el nombre de Roma. Hay muchos profesores investigando sobre estos mitos. En cuanto al nombre oculto de Roma, nadie sabe cuál es... Besitos, querida amiga.
Menos mal que tus descripciones nos acercan más a esa Roma primigenia, rural casi agreste, en la que la ciudad no había llegado todavía a configurarse. Imagino el paraje idílico, miuy lejoano a lo que habría de ser la Urbe, la capital de un gran imperio.
La acción, sin embargo, plácida y tranquila acaba violenta y casi de un tajo. ¿Qué males acechan aún a sus habitantes?
Besos
Ay, querida carmenBéjar, la violencia se había implantado ya entre nosotros... Pero sí, el paraje que luego sería Roma debió ser imponente en su agreste soledad. Un abrazo.
Le envío a Bagoas un gran abrazo para confortar su tristeza, pero sin duda, el encarnación ha sido prodigiosa, acaba de nacer Seius, tengamos consuelo.
Por otro lado, estos Prátex y Catión no pueden traer nada bueno, bien lo sabe Númitor, no obstante la oportunidad de asomarse al rostro y a la vida de Rea Silvia es una oportunidad de oro que no se atreven a desaprovechar.
Bendito pastor, el que sabe escuchar con su mirada perdida y su oído presto a la curación de la conversación.
Momento altamente dramático: los gorriones salen volando de un matorral anunciando el peligro, demasiado tarde. Pobre Acca Larentia indefensa más que nunca ante semejantes asaltantes.
Nos hemos quedado con el corazón en un puño.
Besazos, querida Isabel.
Lo que conozco de Roma no es por haber estado allí. Este capítulo de hoy tiene mucho valor para cuando vaya a ella, que espero suceda algún día.Cuando se va a un lugar, tan importante es aprender lo que uno ve, como imaginar con certeza razonable lo que hubo allí antes de ser. Un abrazo.
Con lo que me gustan a mí los mapas, he disfrutado siguiendo tus consejos para imaginarme la situación.
Y también qué pasará cuando se encuentren con Rea Silvia.
Sigues interesándonos, querida isabel.
Un abrazo
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