(XII)
Resumen: Habíamos dejado a Rea Silvia y su doncella Tuccia en la cabaña que Amulio había hecho construir para ellas en una hondonada oculta del bosque de Silana. Allí cerca estaba también el pordiosero Alec, herido, a quien estaban socorriendo Kritubis, sacerdotisa de Diviana, y la pastorcilla Palantea.
De las innumerables desdichas que afligen a los seres humanos, la más terrible de todas es ser apartado de la sociedad. Prohibir a una persona toda relación con su familia o su tribu es, según testimonian los estudiosos de la antigüedad, un castigo antiquísimo, anterior a la pena de muerte. El ya citado Agatocles de Tarento afirmaba en sus Curiosidades latinas: “Así como es natural a las ovejas agruparse en rebaños y a los lobos reunirse en jaurías, así el hombre ha de vivir entre hombres si no quiere perecer. Por eso, en tiempos remotos, la sanción que se imponía a los culpables de delitos capitales era la expulsión de su poblado. Ese castigo era para ellos equivalente a la muerte o peor que la misma muerte: sobrevivir en una soledad forzada es tan contrario a la naturaleza humana que muchos de los condenados, incapaces de soportar el aislamiento, se dejaban morir.”
Desde ese inmenso dolor hemos de contemplar la incomunicación que el rey Amulio había impuesto a su sobrina Rea Silvia, recluyéndola en el bosque de Silana. Un suplicio que precedía a la ejecución de su sentencia de muerte y no era menos duro ni penoso, si bien estaba atenuado por la presencia de la doncella Tuccia y por la garantía de contar con abrigo y alimentos. ¿Cómo soportarían, sin quebrantarse su ánimo, el vivir ignoradas de todos, sin ver, escuchar ni abrazar a las personas amadas, sin noticias de ellas, sin recibir socorro a sus necesidades? Una voz inesperada se convertía en una amenaza, multiplicarían su miedo los murmullos del bosque y la angustia crecería al mismo ritmo que aumentara el vientre de Rea Silvia: cada amanecer estaría más próximo el nacimiento de sus hijos, un acontecimiento fausto e infausto por igual, pues ¿habría algo peor en el mundo que traer a la vida a unas criaturas que serían asesinadas nada más nacer?
Pero no nos detendremos ahora en indagar sobre las penas y las penurias que sufriría la vestal, pues muchas de ellas le estaban aún por descubrir. Gocemos mejor de la alegría que Rea Silvia y su doncella acababan de experimentar al encontrarse ante la cabaña de la hondonada; compartamos su satisfacción por haber convertido aquel techo de paja en un refugio seguro y su alivio al sentirse, por el momento, libres de otros peligros. Y, antes de partir hacia otros parajes dejándolas a solas en el bosque, agradezcamos a la ninfa Silana el maternal amparo que les otorgó, según dejó constancia el cronista oral Urbano Lacio:
“No pueden los dioses cambiar el destino a su antojo / ni librar de males a sus protegidos, / mas Silana, destilando todas sus dulzuras, / transformó su bosque en un regazo materno / y así su fronda sería hogar último de Rea Silvia / y hogar primero de la estirpe romana.”
Sin saber que la hondonada a donde habían sido conducidas en secreto Rea Silvia y la doncella Tuccia se hallaba a corta distancia, Kritubis y Palantea habían permanecido en el bosque de Silana durante toda la noche. Esperaban la llegada del nuevo día para trasladar a la cabaña de Kritubis al pordiosero Alec, herido al caerle la copa de un árbol sobre la cabeza. Habían sido unas horas angustiosas, pues el anciano ardía de fiebre, tiritaba y decía palabras inconexas con gran agitación. Las dos mujeres lo habían velado por turnos, la una vigilándolo y humedeciéndole la frente con paños empapados en agua mientras la otra descansaba, pero los ruidos del bosque o quizá una presencia siniestra les había impedido dormir.
Al amanecer oyeron voces. Kritubis se asomó con cautela por encima de las rocas que ocultaban de la vista al herido Alec, apenas un montón de piedras sueltas a cierta distancia del sendero. Vio entonces a Prátex penetrar en la espesura acompañado del borrachín Catión y se estremeció. ¿Qué harían en el bosque de Silana esos dos indeseables? No alcanzaba a entender lo que decían, pero las ropas de Prátex estaban empapadas en sangre y de su cinturón colgaba una espada que golpeaba su muslo al andar.
- Me inquieta ver a esta gentuza aquí – dijo Kritubis a Palantea tan pronto como Prátex y Catión hubieron desaparecido de su vista –. Vuelve inmediatamente a Alba Longa a buscar a mis criados, estarán en el campo. Que dejen lo que estén haciendo y vengan para trasladar a mi cabaña a este pobre hombre. No deben decir nada a nadie. Explícales bien dónde estamos. Y que procuren no hablar ni hacer ruido cuando entren en el bosque.
- ¿Piensas quedarte sola? ¿Con esos individuos merodeando por aquí?
- ¡Como si nos quedara otra solución…! Llévate contigo la mitad de los cerdos. Si te encontrases con ellos, creerán que los estás pastoreando y no se extrañarán. Yo me quedaré con la otra mitad, por si acaso – respondió Kritubis.
Cuando Palantea hubo reunido unos cuantos cerdos y se disponía a marcharse, su ama aún la retuvo un momento:
– Y otra cosa: cuando hayas dado el recado, ve a mi cabaña, enciende el fuego y pon a hervir un caldero con agua abundante. Hay que hacer un caldo sustancioso para alimentar a Alec. Luego, deja los cerdos en el corral de atrás y vete enseguida al Aventino a buscar a Énule. Es preciso que regrese cuanto antes a Alba Longa. Sin sus remedios y sus artes curativas, dudo que consigamos salvar a este pobre hombre. Y aún así…
- ¡Pero si no he ido nunca! ¿No sería mejor mandar a otra persona que conozca el camino?
- ¿Vas a discutir todas mis órdenes? Eres la más joven de mis criados y tienes buenas piernas. ¡Ea, márchate ya! No estamos para entretenernos…
Hacia el mediodía, con grandes esfuerzos y la ayuda de unas parihuelas, entre varios criados consiguieron sacar del bosque de Silana al herido Alec y transportarlo hasta la cabaña de Kritubis. Allí quedó instalado cerca del hogar.
Palantea se había apresurado a partir aquella misma mañana hacia el Aventino, un lugar donde jamás había estado y al que solo volvería muchos años después. Al pasar por el bosquecillo que crecía junto a la puerta occidental de la muralla se encontró casualmente con Urbano Lacio quien, encaramado a un árbol, observaba unos pájaros.
- ¿Dónde has dejado los cerdos? – preguntó el muchacho, descolgándose de una rama justo delante de ella, con el consiguiente sobresalto de la pastorcilla.
- He de hacer un recado y no puedo llevármelos. Llevo prisa – respondió ella, pasándole por delante.
- Te acompaño.
- No puedes venir. Está bastante lejos.
- ¿Y qué? Tengo mucho tiempo. Así no irás sola.
La pastorcilla dudó, aun sin dejar de andar. Recorrer por primera vez un camino desconocido era inquietante incluso para alguien que, como ella, trascurría mucho tiempo en los bosques acompañada sólo por los cerdos. Urbano Lacio tenía tres años menos que ella y su estatura no era gran cosa, pero al menos iría acompañada.
- Voy al Aventino, así que no me dará tiempo de ir y volver hoy. Dormiré allí – dijo sin comprometerse.
El joven Urbano Lacio se encogió de hombros y le hizo saber que no le importaba dormir una o varias noches fuera de su casa. Él tampoco había visto nunca la colina del Aventino ni el río Tíber y le parecía una ocasión tan buena como cualquier otra para acercarse a ese río del que había oído contar maravillas.
Y puede decirse que fue un feliz azar aquel encuentro, o quizá no fue el azar, sino Fortuna. La diosa que gobierna el timón de las vidas humanas tal vez había decidido ya conceder a Urbano Lacio el alto honor de relatar los orígenes de Roma. Fue, pues, providencial que el muchacho pudiera visitar el territorio en el que nacería la gran urbe cuando ésta aún no existía, en tanto él, por su corta edad, estaba en posesión de todas sus capacidades y deseoso de aprender.
Jamás olvidaría la impresión que causaron en su ánimo aquellos parajes. Sus doce años de vida habían discurrido entre bosques tan espesos que apenas dejaban ver el cielo, en torno al ojo misterioso que era el lago Albano, sereno y estático, en cuya superficie azul los espíritus del mundo subterráneo y los que habitaban la cúpula celeste confluían y se comunicaban entre sí. Era sobrecogedor salir de ese territorio conocido, limitado, impregnado de sacralidad, para adentrarse en otro completamente extraño.
Pronto dejaron atrás el poblado y llegaron a una bifurcación del camino: el ramal de la izquierda conducía a la ciudad de Lavinio; el otro, que continuaba recto, descendía desde las alturas para atravesar un llano extenso e inculto en dirección a las orillas del Tíber y sus colinas. Todo eran matorrales y pastos, piedras sueltas, horizonte. Allí no parecían reinar más señores que la rústica Pales, de quien no se sabía si era dios o diosa, y las divinidades con patas de cabra: Fauno burlón y su esposa Fauna, a quienes los pastores se encomendaban desde tiempos remotos y que, en aquellos espacios abiertos, mostraban su naturaleza más agreste y bestial.
Absorto en la contemplación de aquel paisaje, Urbano Lacio avanzaba siguiendo a Palantea. Veía acercarse los abruptos collados que con el tiempo se convertirían en el solar de Roma, colinas cuyas cumbres estaban salpicadas de bosques aquí y allá. El cielo se expandía sobre ellas amplio y transparente, poderoso. Le pareció muy distinto del apacible cielo albano, aunque no hubiera podido señalar la diferencia. En aquella soledad selvática su alma percibió un hálito divino, un aura espléndida y feroz que infundía respeto. Y supo que también aquel era un lugar sagrado.
- Si sigues andando sin mirar al suelo, te romperás un pie o la cabeza – dijo una voz cerca de él, causándole un sobresalto –. Estás cerca de una fosa.
Urbano Lacio se detuvo como quien despierta de un sueño. Y le falló su intuición: en aquel niño que lo miraba con atención y cierto aire de burla, no fue capaz de reconocer al hombre que se convertiría, con el tiempo, en uno de los artífices de la gloria de Roma.
NOTA: Os dejo el enlace al blog de Urbano Lacio, Justo Serna en la vida real. ¿Real? No, mejor decir en la vida actual.
De las innumerables desdichas que afligen a los seres humanos, la más terrible de todas es ser apartado de la sociedad. Prohibir a una persona toda relación con su familia o su tribu es, según testimonian los estudiosos de la antigüedad, un castigo antiquísimo, anterior a la pena de muerte. El ya citado Agatocles de Tarento afirmaba en sus Curiosidades latinas: “Así como es natural a las ovejas agruparse en rebaños y a los lobos reunirse en jaurías, así el hombre ha de vivir entre hombres si no quiere perecer. Por eso, en tiempos remotos, la sanción que se imponía a los culpables de delitos capitales era la expulsión de su poblado. Ese castigo era para ellos equivalente a la muerte o peor que la misma muerte: sobrevivir en una soledad forzada es tan contrario a la naturaleza humana que muchos de los condenados, incapaces de soportar el aislamiento, se dejaban morir.”
Desde ese inmenso dolor hemos de contemplar la incomunicación que el rey Amulio había impuesto a su sobrina Rea Silvia, recluyéndola en el bosque de Silana. Un suplicio que precedía a la ejecución de su sentencia de muerte y no era menos duro ni penoso, si bien estaba atenuado por la presencia de la doncella Tuccia y por la garantía de contar con abrigo y alimentos. ¿Cómo soportarían, sin quebrantarse su ánimo, el vivir ignoradas de todos, sin ver, escuchar ni abrazar a las personas amadas, sin noticias de ellas, sin recibir socorro a sus necesidades? Una voz inesperada se convertía en una amenaza, multiplicarían su miedo los murmullos del bosque y la angustia crecería al mismo ritmo que aumentara el vientre de Rea Silvia: cada amanecer estaría más próximo el nacimiento de sus hijos, un acontecimiento fausto e infausto por igual, pues ¿habría algo peor en el mundo que traer a la vida a unas criaturas que serían asesinadas nada más nacer?
Pero no nos detendremos ahora en indagar sobre las penas y las penurias que sufriría la vestal, pues muchas de ellas le estaban aún por descubrir. Gocemos mejor de la alegría que Rea Silvia y su doncella acababan de experimentar al encontrarse ante la cabaña de la hondonada; compartamos su satisfacción por haber convertido aquel techo de paja en un refugio seguro y su alivio al sentirse, por el momento, libres de otros peligros. Y, antes de partir hacia otros parajes dejándolas a solas en el bosque, agradezcamos a la ninfa Silana el maternal amparo que les otorgó, según dejó constancia el cronista oral Urbano Lacio:
“No pueden los dioses cambiar el destino a su antojo / ni librar de males a sus protegidos, / mas Silana, destilando todas sus dulzuras, / transformó su bosque en un regazo materno / y así su fronda sería hogar último de Rea Silvia / y hogar primero de la estirpe romana.”
Sin saber que la hondonada a donde habían sido conducidas en secreto Rea Silvia y la doncella Tuccia se hallaba a corta distancia, Kritubis y Palantea habían permanecido en el bosque de Silana durante toda la noche. Esperaban la llegada del nuevo día para trasladar a la cabaña de Kritubis al pordiosero Alec, herido al caerle la copa de un árbol sobre la cabeza. Habían sido unas horas angustiosas, pues el anciano ardía de fiebre, tiritaba y decía palabras inconexas con gran agitación. Las dos mujeres lo habían velado por turnos, la una vigilándolo y humedeciéndole la frente con paños empapados en agua mientras la otra descansaba, pero los ruidos del bosque o quizá una presencia siniestra les había impedido dormir.
Al amanecer oyeron voces. Kritubis se asomó con cautela por encima de las rocas que ocultaban de la vista al herido Alec, apenas un montón de piedras sueltas a cierta distancia del sendero. Vio entonces a Prátex penetrar en la espesura acompañado del borrachín Catión y se estremeció. ¿Qué harían en el bosque de Silana esos dos indeseables? No alcanzaba a entender lo que decían, pero las ropas de Prátex estaban empapadas en sangre y de su cinturón colgaba una espada que golpeaba su muslo al andar.
- Me inquieta ver a esta gentuza aquí – dijo Kritubis a Palantea tan pronto como Prátex y Catión hubieron desaparecido de su vista –. Vuelve inmediatamente a Alba Longa a buscar a mis criados, estarán en el campo. Que dejen lo que estén haciendo y vengan para trasladar a mi cabaña a este pobre hombre. No deben decir nada a nadie. Explícales bien dónde estamos. Y que procuren no hablar ni hacer ruido cuando entren en el bosque.
- ¿Piensas quedarte sola? ¿Con esos individuos merodeando por aquí?
- ¡Como si nos quedara otra solución…! Llévate contigo la mitad de los cerdos. Si te encontrases con ellos, creerán que los estás pastoreando y no se extrañarán. Yo me quedaré con la otra mitad, por si acaso – respondió Kritubis.
Cuando Palantea hubo reunido unos cuantos cerdos y se disponía a marcharse, su ama aún la retuvo un momento:
– Y otra cosa: cuando hayas dado el recado, ve a mi cabaña, enciende el fuego y pon a hervir un caldero con agua abundante. Hay que hacer un caldo sustancioso para alimentar a Alec. Luego, deja los cerdos en el corral de atrás y vete enseguida al Aventino a buscar a Énule. Es preciso que regrese cuanto antes a Alba Longa. Sin sus remedios y sus artes curativas, dudo que consigamos salvar a este pobre hombre. Y aún así…
- ¡Pero si no he ido nunca! ¿No sería mejor mandar a otra persona que conozca el camino?
- ¿Vas a discutir todas mis órdenes? Eres la más joven de mis criados y tienes buenas piernas. ¡Ea, márchate ya! No estamos para entretenernos…
Hacia el mediodía, con grandes esfuerzos y la ayuda de unas parihuelas, entre varios criados consiguieron sacar del bosque de Silana al herido Alec y transportarlo hasta la cabaña de Kritubis. Allí quedó instalado cerca del hogar.
Palantea se había apresurado a partir aquella misma mañana hacia el Aventino, un lugar donde jamás había estado y al que solo volvería muchos años después. Al pasar por el bosquecillo que crecía junto a la puerta occidental de la muralla se encontró casualmente con Urbano Lacio quien, encaramado a un árbol, observaba unos pájaros.
- ¿Dónde has dejado los cerdos? – preguntó el muchacho, descolgándose de una rama justo delante de ella, con el consiguiente sobresalto de la pastorcilla.
- He de hacer un recado y no puedo llevármelos. Llevo prisa – respondió ella, pasándole por delante.
- Te acompaño.
- No puedes venir. Está bastante lejos.
- ¿Y qué? Tengo mucho tiempo. Así no irás sola.
La pastorcilla dudó, aun sin dejar de andar. Recorrer por primera vez un camino desconocido era inquietante incluso para alguien que, como ella, trascurría mucho tiempo en los bosques acompañada sólo por los cerdos. Urbano Lacio tenía tres años menos que ella y su estatura no era gran cosa, pero al menos iría acompañada.
- Voy al Aventino, así que no me dará tiempo de ir y volver hoy. Dormiré allí – dijo sin comprometerse.
El joven Urbano Lacio se encogió de hombros y le hizo saber que no le importaba dormir una o varias noches fuera de su casa. Él tampoco había visto nunca la colina del Aventino ni el río Tíber y le parecía una ocasión tan buena como cualquier otra para acercarse a ese río del que había oído contar maravillas.
Y puede decirse que fue un feliz azar aquel encuentro, o quizá no fue el azar, sino Fortuna. La diosa que gobierna el timón de las vidas humanas tal vez había decidido ya conceder a Urbano Lacio el alto honor de relatar los orígenes de Roma. Fue, pues, providencial que el muchacho pudiera visitar el territorio en el que nacería la gran urbe cuando ésta aún no existía, en tanto él, por su corta edad, estaba en posesión de todas sus capacidades y deseoso de aprender.
Jamás olvidaría la impresión que causaron en su ánimo aquellos parajes. Sus doce años de vida habían discurrido entre bosques tan espesos que apenas dejaban ver el cielo, en torno al ojo misterioso que era el lago Albano, sereno y estático, en cuya superficie azul los espíritus del mundo subterráneo y los que habitaban la cúpula celeste confluían y se comunicaban entre sí. Era sobrecogedor salir de ese territorio conocido, limitado, impregnado de sacralidad, para adentrarse en otro completamente extraño.
Pronto dejaron atrás el poblado y llegaron a una bifurcación del camino: el ramal de la izquierda conducía a la ciudad de Lavinio; el otro, que continuaba recto, descendía desde las alturas para atravesar un llano extenso e inculto en dirección a las orillas del Tíber y sus colinas. Todo eran matorrales y pastos, piedras sueltas, horizonte. Allí no parecían reinar más señores que la rústica Pales, de quien no se sabía si era dios o diosa, y las divinidades con patas de cabra: Fauno burlón y su esposa Fauna, a quienes los pastores se encomendaban desde tiempos remotos y que, en aquellos espacios abiertos, mostraban su naturaleza más agreste y bestial.
Absorto en la contemplación de aquel paisaje, Urbano Lacio avanzaba siguiendo a Palantea. Veía acercarse los abruptos collados que con el tiempo se convertirían en el solar de Roma, colinas cuyas cumbres estaban salpicadas de bosques aquí y allá. El cielo se expandía sobre ellas amplio y transparente, poderoso. Le pareció muy distinto del apacible cielo albano, aunque no hubiera podido señalar la diferencia. En aquella soledad selvática su alma percibió un hálito divino, un aura espléndida y feroz que infundía respeto. Y supo que también aquel era un lugar sagrado.
- Si sigues andando sin mirar al suelo, te romperás un pie o la cabeza – dijo una voz cerca de él, causándole un sobresalto –. Estás cerca de una fosa.
Urbano Lacio se detuvo como quien despierta de un sueño. Y le falló su intuición: en aquel niño que lo miraba con atención y cierto aire de burla, no fue capaz de reconocer al hombre que se convertiría, con el tiempo, en uno de los artífices de la gloria de Roma.
NOTA: Os dejo el enlace al blog de Urbano Lacio, Justo Serna en la vida real. ¿Real? No, mejor decir en la vida actual.
46 comentarios:
Queridos amigos, voy con la lengua fuera... Y os aseguro que no es la lengua de Corina. Besazos y gracias por vuestra paciencia.
Lo que sí tienes es la pluma de Urbano Lacio. Tu amor a Roma ha hecho que la heredes...¡me alucina tu poderío!
Y leerte a prima hora es una placer cierto. Sigamos, la paciencia que no tengo en otras cosas, aparece aquí.
Un abrazo, querida Isabel.
Hermoso nombre para alguien que sin duda será definitivo.
Querida Isabel, nos dejas a Rea y Tuccia protegidas por la dulcísima Silana, me quedo de momento,sosegada. Aunque Kritubis y Palantea andan cerca, se ocupan del pobre herido Alec !qué Fortuna sea amable con ellas! Pero la presencia del asesino Prátex con la espada goteando, me avisa de que ha cometido nuevos crímenes, intuyo cuales, lo dejo con el alma en vilo.
La premonición que le sobreviene al jovencito Urbano en el paisaje mágico donde nacerá la Urbe, es emocionante, Destino le reserva un papel dilecto, aún no lo sabe, pero intuye algo ¿Lo observan burlones Fauno y Fauna? Nos abandonas divina hacedora de letras, con la intriga de saber quién es ese misterioso miño que acaba de aparecerse a Urbano.
La lengua fuera, jajaja, dices, reposa incansable mujer que no te perdemos de vista. Besitos.
Isabel no te preocupes por el público, seguro que espera, porque merece la pena. Por lo tanto no te preocupes.
Hoy las cosas están un poco calmadas y Rea Silvia puede respirar tranquila, por ahora...
Bicos
Con Urbano salto y me pongo a tu lado. Un pequeño placer se apodera de mi imaginación al ver una escena tan sencillamente bonita. La espera en un árbol y la emoción de un territorio nuevo, el que tengo aquí al lado como meta de turistas y que por unos momentos vuelve a una infancia mítica de bosques y alturas sagradas. Seguiré esperando bajo la bouganvilla de Monti tu paso.
Pues mire usted qué bien nos viene Urbano Lacio para poder conocer bien esta historia. De ese modo nada será silenciado. Seguramente pasará a ser un personaje crucial por aquí.
Feliz semana, madame, y que le sea lo más leve posible.
Bisous
Desde mi exilio, protegida por Silana, contemplo con alborozo los parajes donde se asentará la bella Roma, la ciudad decisiva en el destino de los humanos, la ciudad donde nadie permanece indiferente. Y uno de mis hijos será su primer soberano.
Tiemblo de emoción y me consuelo en este exilio. El destino sigue su curso y, en mi vientre, avanza la formación de quienes serán decisivos en la historia de una de las ciudades más bellas del orbe.
Ánimo, querida Isabel, que avanzamos y vamos muy bien. Poco a poco, según la vida nos deja, que no podemos controlar todos los imprevistos.
Un abrazo grande.
Bueno, es un post de transición. Espero que mis deseos se sigan cumpliendo y que estas entrometidas no sean sino una anécdota sin consecuencias. Real Silvia debe morir y así será. ¡Faltaría más!
Rey Amulio
Querida, tranquilizate, no vayas con la lengua fuera, que es muy incómodo.
Besos
Salud y República
¿Quién será ese crucial personaje para la historia de Roma? Me dan ganas de investigar a partir de Urbano Lacio, pero casi prefiero que seas tú la que nos vaya desliando la madeja poco a poco.
Últimamente no sé qué pasa con mi blog que no actualiza mis entradas en los blogs que me siguen y aparece siempre la que hice yace ya tiempo. Seguiré indagando.
Un saludo.
Tranquila, Isabel. Yo te sigo en esta aventura y no importa el tiempo, vuelvo siempre porque estoy absolutamente enganchada con esta historia.
Hoy un poquito más tranquila, aunque pendientes del pordiosero Alec y de quien se dirige a Urbano Lacio.
Besitos
Majestuosa la forma en que narras, y desgarras, la historia se va enriqueciendo totalmente, a cada capítulo mi querida Isabel, es un lujo leerte!
Mil besos.
La verdad es que a pesar de haber estado sólo dos veces en Roma, creo que más o menos conozco y reconozco ese entramado de calles, adoquines, iglesias y piedras milenarias salpicadas de fuentes…
Me cuesta mucho imaginar ese paraje silvestre, aunque tus narraciones ayudan bastante a que sustituya en mi mente las plazas por los bosques…
Kisses
Gracias, querida virgi, por esa paciencia tuya tan activa. Ay, es que esta historia nos lleva a nuestros orígenes... Besitos.
Hola mariajesusparadela, el nombre Aventino, aunque parece que pudo pertenecer a algun personaje histórico o mítico, es el de una colina, precisamente donde tenía su cabaña el antiguo rey Númitor de Alba Longa. Y seguirá siendo durante siglos una colina mítica. Besitos.
Hola natalia tarraco, menos mal que las diosas decidieron proteger a Rea Silvia y tuvieron, además, la fortuna de que el bosque consagrado a Silana estuviera cerca de Alba Longa, para que así ella la pudiera cuidar. Deliciosa ninfa, mitad espíritu, mitad poesía, madre magnánima e inmensa. En cuanto a Urbano Lacio, hay que ver este niño que se mete por todas partes y, no sé, siempre anda rondando por donde está Palantea... Ojalá sane Alec pronto y pueda hablar. Besitos.
Hola dilaida, sí, tomaré todo el tiempo que necesite, porque está claro que a más no llego. Rea Silvia va a tener un respiro, como nosotros, sus seguidores, que podremos alejarnos un poco de Alba Longa y respirar otros aires. Besazos.
Hola hyperion, tú eres el actual depositario de esa memoria extraordinaria de Roma, ese pasado que está aún tan presente si lo sabemos buscar. Y tú sabes, ya lo creo. No en vano el dios Jano, al que tu representas, estaba ahí desde el inicio de los tiempos... Ojalá no tengas que esperarme mucho bajo la buganvilla. Besos, querido amigo.
Hola la dame masquée, creo que Urbano Lacio es importante en esta historia, aunque sólo aflore de vez en cuando, porque es la fuente principal de la que se nutre Claudia Hortensia. Él, como hombre modesto, no suele dejarse ver demasiado, pero estuvo allí, sigue estando... Besos, querida amiga.
Saludos, isabel martínez barquero, feliz tú que estás ahora en el bosque de Silana, con tu fiel amiga Tuccia, sintiendo la vida crecer en tu vientre. Y, sobre todo, teniendo la energía de la juventud, la fe en el futuro glorioso de tus hijos. Presérvate. Sé más fuerte cada día, porque la vida no es fácil para nadie, menos todavía para quien ha de traer héroes al mundo. Besazos, guapa.
Ja, ja rgalmazán, tú siques erre que erre destilando maldades donde Silana liba dulzuras. Pero no dudes de que tus maldades tendrán justo castigo. No se puede ser rey sin pagar un precio. Besazos, majestad.
Bueno Cayetano, por mi parte creo que los héroes consiguen sus objetivos no sólo por su propia virtud y esfuerzos, sino también porque cuentan a su alrededor con muchas personas que, aunque finalmente se conviertan en anónimos, le ayudaron con todas sus fuerzas.
Si te animas a indagar sobre Urbano Lacio, no dejes de contarme tus impresiones. Un abrazo.
Hola elysa, es un respiro para todos dejar a Rea Silvia y Tuccia razonablemete tranquilas y satisfechas. Y bueno, nunca está de más ir a ese territorio mítico donde nacería Roma y verlo en su salvaje esplendor. En toda esta historia cuento con esa intuición que me garantiza la labradorita. Es un nombre deliciosamente rústico. Besos, querida amiga.
Hola mayte, me alegra saber que estás disfrutando esta historia. Soy consciente de que habrá que valorar al final el conjunto, pero de momento, vamos con paso firme... Besazos.
Hola la gata roma, creo que imaginar aquellos parajes desérticos como fueron en el pasado es, casi, una condición necesaria para comprender la Roma de hoy y de todos los tiempos pasados. Nada allí es por azar. Y menos aún la Roma de los Papas. Besos, querida amiga.
Intrigada estoy (como todos tus lectores) con este personaje crucial, Urbano Lacio.
Besos, amiga y ánimo
Me encanta el capítulo.
Es como la antesala de nuevos e importantes acontecimientos. Llegará Enule y curará a Alec para que diga lo que sabe? Esa sangre en la espada de Pratex? Urbano Lacio descubrirá todo y lo guardará para contarlo en un futuro?
Ayy, cuántas cosas!
Pero mujer, no vayas con la lengua fuera! Nosotros te esperamos impacientes, pero vaya, también nos importa tu salud! XD
Un beso
Aunque me haya mostrado burlona con la estatura de Urbano Lacio, lo cierto es que agradezco su compañía...
¡Qué delicia de des ripción del solar sobre el que se asentará Roma, querida Romana! Y qué bien introducido y en qué momento tan oportuno personaje tan crucial, aunque ahora sea solo un niño.
Un abrazo bien grande, Isabel
Me gusta ver a Urbano Lacio antes... y después...
No te preocupes, lo comprendemos.
Pobrecito Alec, herido e inconsciente. Pero, estando en el bosque de Silana, es seguro que goza de la protección de esta, que desde su dulce regazo materno acoge a Rea Silvia, su amparo, creo yo, que se extenderá a inocentes como Alec.
Palantea, acompañada de Urbano Lacio, una entente fructífera según apunta la diosa Fortuna. Necesitamos las crónicas tan dulces y tan poéticas. Cuánto le va a influir la humilde Palantea a Urbano Lacio, pues él es receptivo a las personas necesarias, que prefieren no mostrar mucho su faz, sino solo su sombra.
La prolepsis: "el Aventino, un lugar donde jamás había estado y al que solo volvería muchos años después", contribuye al mundo mágico de los presagios y de la posibilidad de evadirse del tiempo como condena humana. Este paseo de Urbano Lacio y Palantea, o mejor dicho esta marcha urgente los ha sumido en una naturaleza bestial, más allá del conocimiento y directos al mundo de los instintos de la creación.
En este contexto mágico nos quedamos suspendidos en el misterio.
Un ambiente especial, cuánto arte y cuánta belleza, he aquí la magia, y anida en este capítulo, además de en el bosque de Silana, ¡claro! jaja.
Una maravilla como pocas. Querida Isabel, te superas, y ya era difícil. Un gran abrazo, querida amiga.
Con la lengua fuera, el teclado humeante y la pluma pronta. Y la rapidez no se traduce en mala prosa, no señorita, sino todo lo contario. Nos dejas con la miel en los labios, imaginándonos a los distintos protagonistas en ese bosque maravilloso con dilemas y cometidos distintos.
Besos
Bueno, ¡menos mal!, un poco de tranquilidad en ese bello bosque... Casi siempre estoy con el corazón encogido cuando leo tus vicisitudes, querida Rea Silvia. Por fin, hoy, tu autora te ha dado un respiro con sabor a pino y a ganado sano que pastorea semilibre.
Esperemos que esta paz ayude a que tu gestación avance con la paz que necesitas.
Un fuerte abrazo, Isabel.
Cuántos sentimientos encontrados me ha despertado éste post tan detallado y con tantas vicisitudes juntas amiga mía!!!!
P.D.:Sin duda no es casual que URBANO LACIO despunte en este tramo intrincado de la historia... ;)
MUCHOS BESITOS TODOS PARA VOS ISA QUERIDA!!!
Ah, para la mayoría de nosotros son más accesibles las experiencias contrarias a las del joven Urbano: es decir, visitar los lugares que fueron más que los que serán.
¿Cómo será saber que pisas un territorio antes que llegue a ser historia, ciudad, monumento... y ser consciente?
Abrazos, Isabel. Siempre adelante
Un agradable paréntesis que refresca el relato. Abrazos.
Gracias, Isabel. Sabía que me dirías algo de mi muñeca de marfil. Me impresionó mucho. Tu blog, como siempre, un ejemplo a seguir. Abrazos.
Amiga Isabel,
Voy comprobando con satisfación que la Fundación de Roma sigue su curso, con energía e interés crecientes. Muy interesante la observación esa que haces de que la expulsión de la tribu o de la ciudad era un castigo peor que la pena de muerte. La verdad es que no se me había ocurrido pensarlo antes. Ahí tenemos el exilio de Cicerón, el de Ovidio, y tantos otros.
Muchas gracias por darnos siempre buenas lecciones de detalles de la Civilización Romana, que no conocíamos.
Te envío un gran abrazo,
Antonio
Muchísimas gracias por tan hermoso relato, he pasado un rato maravilloso, me puse de fondo las Cantigas de Alfonso X, no sé por qué
¿No pueden los dioses cambiar el destino a su antojo? Entonces, ¿quién?
Besos
Mi querida Isabel, no es que esté aún bajo el efecto de las tormentas, podría decirse que me he lanzado al mar... después de varios años de haber obtenido mi título universitario, decidí que quiero otro, así que acá me ves, de nuevo en la universidad, y entre trabajo y estudio no me queda tiempo para nada, apenas si rescato algunos instantes para mis letras, te debo como mil visitas, ahora que tenga vacaciones vendré con calma a disfrutar tus historias.
Te dejo un abrazo fuerte y un puñado de besos, gracias por no olvidarme y seguir pasando por casa.
Que tengas buenos vientos!!!! =)
Querida Isabel. tu blog es explota en mi cabeza, despierta mi interés y mi curiosidad. Me temo que tengo que llevar un orden para saborearlo mejor.
Te dije que fue placer compartir el día en la Malvarrosa contigo?
Un fuerte abrazo, con todo mi cariño y alegría.
Un verdadero placer volver a retomar la historia. Beso.
Rea Silvia y Tuccia gozan de cierta tranquilidad a pesar del aislamiento,la soledad es casi una bendición dada las circunstancias,no obstante la tensión sigue en el aire,presagios sin entender y un destino ineludible.
Precioso capitulo que nos lleva un paso más a los orígenes de Roma,junto a la reflexión de lo importante que es vivir en sociedad,en familia,cerca de los que nos identifica como grupo.
Un abrazo venerable dama, aquí estoy esperando que los acontecimientos sigan el curso de tu pluma.
Me imagino de tus tribulaciones acerca de la historia que te dejan la lengua afuera. Por lo visto Palantea esta creciendo pues trata como a su igual a Kritubis, y al menso a este lo han llevado a la casa, ahora falta ver que mas encuentran en el 'aislamiento' del Aventino donde otros tambien viven en soledad, y que mas ha sucedido de interesante por alli. ¿como esta la perra Bona?
Pues ciertamente una de las mayores penalidades del ser humano es vivir apartado y en soledad, a no ser que lo haya elegido él mismo. Por eso se aparta a los criminales, se aparta a los condenados; los náufragos viven apartados y nos cuentan sus desdichas. Rousseau nos habla de la naturaleza social del ser humano (¡cualquiera dice del "hombre" en este blog) y de como dicha sociabilidad nos obliga a renunciar a parte de los derechos que tendríamos en soledad, a cambio de recibir ciertas ventajas de la vida comunitaria. Un saludo.
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