jueves, febrero 28, 2013

EL SEPTIMONTIUM



 
 

¡Oh padre Jano y tú padre Quirino, a vosotros apelo, pues os halláis entre las divinidades más antiguas veneradas en el solar de Roma! ¿Es cierto, como dicen los más doctos estudiosos de los orígenes de esta ciudad, que antes de ser fundada ya sus habitantes se llamaban quírites por ti, Quirino?  ¿Qué se habían unido, pese a la dispersión de sus moradas por montes y collados, para defender juntos sus intereses comunes? Así debió ser, si no lo contradice el dios cuyo doble rostro preside el tiempo futuro y el pretérito. Guardas silencio, padre Jano. Será entonces verdad que a esa unión de colinas la llamaron Septimontium y de ellas se excluía tanto el majestuoso Capitolio como el rústico Aventino.

Sabed pues, romanos, cuando pasáis ante el templo de Vesta, o por el barrio de la Suburra o cruzáis al dulce Celio; cuando os detenéis ante el templo de Marte Vengador, subís las empinadas cuestas del Quirinal o, atraídos por vuestra devoción a los antepasados, ascendéis al Palatino para ver la cabaña donde Remo y Rómulo crecieron; sabed, os digo, que en tiempos de los abuelos de Fáustulo ya en la voluntad de los sencillos habitantes de aquellos lugares había germinado el deseo de la unión.

¿Por qué no participaban de ella esas otras dos colinas, tan importantes hoy para nosotros? A esa pregunta responderé tan cabalmente como pueda. El dios Saturno había fundado Saturnia, su propia ciudad, en la cumbre del Capitolio, y quizá sus habitantes no necesitaban de la ayuda de otros. En el Aventino, en cambio, no moraba ningún dios conocido: paraje agreste y desértico, era territorio propicio para refugios aislados de pastores y para los rudos dioses de patas de cabra que, amando las soledades, lo escabroso de los cerros y la vida salvaje, huyen de las leyes necesarias para habitar entre humanos.

Así el Palatino, en su vertiente que miraba al valle de Murcia, era una frontera, el límite externo que separaba el mundo salvaje de una forma incipiente de vida urbana. Abajo, el valle, el estanque rodeado de mirto, la explanada con el Ara Máxima de Hércules en torno a la cual se celebraba el mercado de ganado, el vado del río, los depósitos de sal, los viejos caminos que allí confluían: la antigua vía de Ostia, la vía Campana al otro lado del vado, la vía Salaria, constituían “las afueras” ordenadas de esa precaria aún civilidad, a la cual se entraba subiendo por la escalera de Caco.

Había crecido también cierto desprecio mutuo entre la escasa población del Septimontium y aquella más exigua aún del Aventino. La rivalidad entre ambas, existente desde al menos un centenar de años, se había acentuado en los tiempos de Fáustulo y Caius por el hecho de habitar en el Aventino los criados de Númitor y en el Palatino los de su hermano el rey Amulio de Alba Longa. Mas ¿de qué nos extrañamos? La historia de la humanidad es un conflicto continuo, un medirse las fuerzas de unos y otros, una tensión permanente de la cual, a veces, por voluntad de los dioses, surge la posibilidad de un orden nuevo.




- Me resulta extraño amanecer aquí – dijo Urbano Lacio –. Ver tanta extensión de tierra, valles y elevaciones, los rebaños, un cielo tan despejado y alto… Casi no lo recordaba.

- Has estado demasiados años sin visitarnos – respondió Urco –. Y, además, pasamos por aquí a la carrera ¿te acuerdas? porque querías ir al pie de las rocas del Capitolio. Te impresionaron mucho.

- No lo he olvidado. Sentí la presencia de Saturno y las de otras divinidades. También entonces había bueyes paciendo en aquellos pastos – añadió señalando con el índice un área de matorrales cercanos al riachuelo y a los farallones capitolinos.

Se hallaban de pie ante la puerta de la cabaña de Urco. Ésta se levantaba, junto con otras dos casas, en la ladera del Palatino que descendía hacia el valle del foro. Frente a sí tenían la elevación de la Velia y, al otro lado del valle, las primeras prominencias del Esquilino, el Viminal y el Quirinal, identificables en ellas las agrupaciones de cabañas por las columnas de humo que ascendían al cielo.

La amistad entre ambos varones se remontaba a dieciséis años atrás, cuando Urbano Lacio y la pastorcilla Palantea habían acudido por primera vez a las riberas del Tíber. Llevaban un recado a la cabaña de Númitor, quien había sido recientemente desposeído del trono de Alba Longa. Casi por casualidad se encontraron con Urco, trabaron conversación con él y el muchacho, quien contaba por entonces nueve años, les mostró aquellos parajes. Con posterioridad se habían visto muchas veces en Alba Longa pues, siempre que era llamado por el rey Amulio,  el mayoral Fáustulo se hacía acompañar por su hijo Urco y éste, de natural curioso e inquieto, visitaba a sus viejos amigos y adquiría otros nuevos.

- Antes de ir al mercado me gustaría saludar a tu madre – dijo Urbano Lacio –. Palantea la recuerda con mucho afecto.

- Le dije que pasarías la noche aquí y está desando verte. Vayamos ya.

La senda para ascender a la cumbre del Palatino partía de la pequeña explanada donde se levantaban la cabaña de Urco y dos chozas más, habitadas por parientes de su difunta esposa, con los cuales compartía el horno para cocer cerámica ubicado a pocos pasos de su puerta  A espaldas de su casa Urco había construido un recinto para los animales y excavado un pozo. Completaba el conjunto un pequeño huerto en cuyo extremo más alejado crecían seis o siete árboles frutales.

Siguiendo el sendero alcanzaron enseguida el punto más alto de la colina y descendieron el terraplén que llevaba hacia la parte llamada Cermalo, donde tenía su cabaña Acca Larentia. Desde allí el panorama era de una sobrecogedora hermosura. A su derecha y a lo lejos el perfil del monte Janículo aparecía en sombras, separado de esta colina por un llano y por las aguas del Tíber cuyo rumor ascendía con fuerza. Al frente, las cumbres boscosas del Aventino parecían temblar al agitarse las hojas de los laureles contra la claridad del cielo. Cortado como un tajo se adivinaba, a los pies, el amplio valle de Murcia. Esta visión despertó en Urbano Lacio las muchas emociones experimentadas cuando había pisado aquel suelo por primera vez.

- ¡Bienvenido seas, hijo mío! – exclamó Acca Larentia apenas lo vio asomarse por la puerta.

Él le besó ambas manos en señal de respeto y, sentados en torno al hogar, con unas tortas de harina y un caldo caliente, charlaron. Palantea y él se habían casado y tenían un hijo y una hija; el próximo verano los conocería, pues habían planeado venir a visitar las riberas del Tíber.

- Tu esposa es una mujer poco común, la recuerdo con muchísimo afecto – dijo Acca acariciándose la fíbula de serpiente que le sujetaba la túnica sobre el hombro izquierdo –. Me ayudó en momentos difíciles.

Ante la extrañeza de Urbano, pues Palantea sólo había estado allí una vez, Acca respondió con una sonrisa:

-          Son asuntos de mujeres.

Sin embargo, aquellas palabras habían debido traer a la memoria de Acca recuerdos tristes, pues su rostro fue perdiendo alegría y se ensombreció. Urbano Lacio, cuya vocación de cronista era antigua e impregnaba todos sus actos, habituado a observar hasta en el menor detalle, se fijó en la fíbula. Era muy parecida a la de Palantea, casi igual. Mas no consideró oportuno preguntar nada. Le prometió volver a visitarla con más tiempo al regreso de su viaje a Cures, hacia donde pensaba partir enseguida con un grupo de comerciantes, para cumplir un encargo de Númitor. Se despidió así de ella y, seguido de Urco, descendió hacia el Ara Máxima de Hércules por la escalera de Caco.




SI era cierto, como afirmaban los cabreros, que el dios Fauno se burlaba de los pastores sentándose sobre sus pechos y enviándoles íncubos horribles mientras dormían, Rómulo había sido su víctima la noche pasada.

Se había visto en sueños junto al estanque, corriendo hacia el Aventino sin lograr moverse. Notaba el impulso de las piernas, oía sus propios jadeos, pero los pies estaban atrapados en el fango y con sus esfuerzos sólo conseguía hundirlos más. Un buey lo miraba con pena. De pronto, estaba al otro lado del valle, subiendo al Aventino. Un grito aterrador le hizo darse la vuelta justo a tiempo para ver abatirse sobre él un enorme pico ganchudo y unas garras espantosas. Era un águila de gran envergadura, potente y cruel. Por los ojos del ave salía Acca Larentia y le gritaba: “¡Huye de aquí! ¡Muerte, muerte!”. Varias veces se había despertado protegiéndose la cabeza con los brazos, sudoroso, falto de aire. Mas al dormirse de nuevo, la pesadilla volvía tan real como si la viviera despierto. La ultima vez, cuando el águila estaba a punto de aferrarlo con sus garras, aparecía a sus espaldas un lobato. Abría las fauces, emitía un aullido y de un salto se lanzaba contra el águila. Se enzarzaban en una lucha atroz, agudos chillidos brotaban de aquel remolino de piel, colmillos, plumas, pezuñas, garras, sangre. Rómulo se había sentado de golpe, exhausto, chorreante de sudor. No pudo dormir durante el resto de la noche.

Merecía el castigo de ese sueño angustioso por haber ofendido a Remo con su actitud y sus palabras. Era su hermano mayor, el joven más valiente, fuerte y admirado de todo el contorno. Su destreza en el lanzamiento de la lanza y su rapidez en la carrera no tenían igual. Los Fabios lo seguían con los ojos cerrados y lo mismo harían los demás pastores cuando Remo terminara su iniciación. Él no estaba a su altura. Ese sueño reflejaba su miedo y sólo podía significar lo que su hermano le había reprochado: que era un cobarde. Se sentía avergonzado y furioso contra sí mismo. No tenía ánimos para enfrentarse ese día al desprecio de Remo.

Cuando salió de su cabaña había empezado ya el movimiento en el valle pese a hallarse aún en sombras. Los mugidos de bueyes y vacas competían con el fragor del río, voces y silbidos de pastores poblaban el aire, las ovejas balaban y trotaban aquí y allá acosadas por los ladridos de los perros. Entró en la cueva de Fauno y se sentó junto al cesto donde dormía el lobato. Le acarició el hocico y la frente entre los ojos, como solía hacer con Bona.

- Tú sí serás intrépido y fiero - le dijo en voz baja.

La penumbra y el fluir manso del manantial, el carácter sacro del lugar, su propia cualidad envolvente y protectora serenaron poco a poco su ánimo. Decidió marcharse antes de ser visto por nadie, ni siquiera por su hermana Fausta. Ella le llevaría la leche al lobato y se la daría a beber aunque él no estuviese. Luego se puso en pie y salió de la cueva. Cuando se disponía a cruzar la escalera de Caco para seguir por la senda hacia el valle del Velabro, casi se tropezó con un desconocido.

Urbano Lacio vio ante sí a un muchacho hermosísimo, alto y bien proporcionado, con cabellos rubios y ojos de almendra. Le llamaron la atención sus labios bien delineados, aunque en ellos se dibujaba un leve rictus de disgusto. De su cuello colgaba una bulla de bronce. Se la quedó mirando como hechizado, no podía apartar los ojos de ella. La reconoció sin sombra de duda. ¿Cómo la llevaba ese joven? ¿Sería posible…? Urco, a sus espaldas, lo sacó de sus pensamientos.

- Éste es mi hermano Rómulo.

Pero ya el muchacho se había alejado por el sendero y Urbano Lacio no pudo ni observarlo más ni intercambiar con él unas palabras. Ese verse fugazmente y de improviso pudo parecer entonces fruto de la casualidad. Así debieron pensarlo en su momento el cronista oral Urbano Lacio y el joven Rómulo.  Mas nada de cuanto acontecía a los gemelos ocurría sin que existiera una razón, un oculto designio de los hados.



NOTA: Este ha sido el capítulo 9º de la historia de Remo y Rómulo. El plano que he puesto en primer lugar (como veis, completamente casero, se amplía pinchando en la imagen), está sacado del libro "Roma, il primo giorno" de A. Carandini. La zona que está remarcada en negro es esa agrupación llamada Septimontium. No entraré en detalles específicos, pero si alguien tiene interés en saber los nombres de cada una de las colinas y los montes que la comprendían, con mucho gusto se lo diré. La primera foto después del plano son los restos del templo de Marte Vengador; la del foro creo que está clara: los bueyes y toros (tanto el que atacó a Rómulo cuando estaba con los ladrones) como en esta vista de Urco y Urbano Lacio pastaban donde hoy se levanta el edificio de la Curia (sede del Senado).El último paisaje es una vista del valle de Murcia y la cumbre del Aventino tomada desde la cumbre del Palatino.

32 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran capítulo, realmente se devora en un instante. Magníficas las explicaciones del Septimontium.
Rafa

mariajesusparadela dijo...

Cada día me tienes más impaciente.

Isabel Barceló Chico dijo...

Gracias, Rafa. No creas que no me ha costado un gran esfuerzo decir lo esencial sin aburrir.
Besos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola mariajesusparadela, ja, ja, tómatelo con calma porque estamos empezando y estos gemelos... ¡Ay! Creo que lo de su madre se va a quedar corto al lado de ellos. Besitos.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Me fascinan las explicaciones sobre los aspectos físicos del territorio de la actual Roma (creo que te lo dije). Miro los mapas y delimito perfectamente en mi recuerdo. Ni qué decir tiene que me son de gran utilidad para centrar el escenario e imaginar cómo estaban pobladas las famosas colinas y montes romanos.

También me he alegrado de la reaparición de Urbano Lacio y de mi buena amiga Palantea. Lo mismo que del fondo noble de Rómulo, un chico meditativo que es capaz de asumir sus errores y enmendarse. Sin duda, esa cualidad de su carácter es loable y le deparará honor y gloria en el futuro.

Por último, y con todas las ganas de ayudar a la esforzada narradora, te apunto una levísima omisión al final del segundo párrafo de la tercera y última parte del capítulo. Indicas: "No pudo dormir resto de la noche.". Está muy claro que tus dedos han volado omitiendo un "durante". Y yo te lo apunto porque la vista luego lee lo que no está (¡me habrá pasado miles de veces!).

Un abrazo, querida Isabel.

Cayetano dijo...

Así que donde hoy está el Senado, pastaban antaño bueyes y toros... A ver si los hados son propicios a los senadores y no deciden cosas descabelladas, ni embisten ni hacen el animal, aunque con los amigos de Berlusconi rondando por ese lugar no las tengo todas conmigo.
Un saludo.

África dijo...

Urbano Y Palantea! :D
Me ha gustado mucho saber de ellos.
Y ese encuentro entre Urbano y Rómulo...ayy...qué escalofrío de emoción!
Por cierto, me encantan los mapas. Me divierto yendo a situar todo lo que nos cuentas. Genial.


Un beso

Isabel Barceló Chico dijo...

Saludos, isabel martínez barquero, gracias por tu advertencia, ya lo he corregido en el texto. Respecto a la geografía urbana, a veces la dificultad para mí es hallar referencias en Roma (monumentos, ruinas, etc) que existieran en tiempos de Augusto, que es el tiempo de nuestra narradora Claudia Hortensia. Mi intención, si consigo publicar en papel la novela, es dar referencias actuales precisas para el lector. No quiero hacerlo ahora en internet sencillamente porque como se copia tanto...
Ya tenía yo también ganas de que reapareciera Urbano Lacio, lo venía reclamando nuestra querida ninfa Silana /elena clásica y está bien que se haya asomado ya.
Besazos, querida amiga.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola cayetano, efectivamente por allí pastaban toros, bueyes, ovejas y los brutos de entonces. No puedo decirte si es casualidad que allí cmaparan luego los senadores, algunos de los cuales fueron verdaderamente bestias... Así es la vida. Ya veremos en el futuro inmediato qué les/nos pasa. Besazos.

Dyhego dijo...

Siempre interesante y ameno, Isabel.
Vale.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola áfrica, Urbano Lacio es nuestro cronista favorito, ya lo echábamos de menos, ¿verdad? Me alegra saber que disfrutas de los mapas. Besazos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Gracias por tu visita dyhego. Besazos.

Pilar Albelda dijo...

Me gusta mucho tu forma de escribir Isabel, y las fotos son muy buenas. un beso

yolanda carrasco dijo...

Mucha alegría por la reaparición de Urbano y Palantea.El capítulo precioso y emocionante como todos los anteriores.Muchos besos.

virgi dijo...

Después de un par de semanas alejada de los blogs, vuelvo a Roma de tu mano.
He de repasar las entradas anteriores, pues veo a los dos hermanos muy crecidos y debe ser que me he perdido más de lo que creo.
De cualquier manera, querida Isabel, cada día escribes mejor y es un goce leerte. No me extañaría que en algún momento te hicieran algun reconocimiento allá en Italia por tus conocimientos tan vastos sobre su historia.
Aunque viendo el estado de la cultura en esta periferia europea, lo veo complicado ¡ay!
Volveré, muchos besos

Xibe dijo...

(Yo también me alegro de reencontrar de nuevo a Urbano y Palantea)
Abrazos

Bertha dijo...

Contra mas te adentras en la historia más te intriga a ver que sucede con la madre...?

Feliz fin de semana Isabel.

Freia dijo...

¡Ay, me van Vds. a perdonar pero la emoción me embarga...! ¡Que resulta que finalmente me casé con Urbano Lacio y soy madre de dos hijos! Es que no quepo en mí de gozo
A mí también me encantan esas localizaciones geográficas, antecedentes de las que uno contempla cuando va a Roma. Gracias a sus explicaciones y a sus mapas, querida Romana, podemos hacernos una ídea de cómo fue este germen de Roma. Si no, al menos a mí, me resultaría imposible,

Y, ay también por los malos sueños de Rómulo. Yo sigo sin acostumbrarme a a la fuerza de los hados en la fundación y he aprendido que los malos presagios se cumplen siempre, Pobre Rómulo...

Cada vez lo haces mejor, querida Issbel. Y de nuevo, mil gracias por regalarme a Palantea, un beso bien fuerte.

RGAlmazán dijo...

Un texto bello como acostumbras. Un relato que atrapa. Veremos como continúan estos muchachos.
Besos

Salud y República

Ccasconm dijo...

Es difícil imaginar que allá donde hoy se alzan las fastuosas ruinas de lo que otrora fue la gran Roma, sólo existiesen cabañas de humildes pastores. Grande fue este pueblo para engrandecerse tanto y expandirse más allá de sus fronteras naturales.
Me gusta mucho el personaje de Rómulo, quizás más que el de Remo porque acepta sus fallos e intenta aprender de ellos. El problema es que tenga envidia de su hermano.
Un beso

Natàlia Tàrraco dijo...

Amiga del alma, me dejaste acongojada en el otro capítulo, sigo con un nudo en el pecho por mis hijos, tan distintos, temo por ello y sé que los dioses han trazado sus destinos.
Me pasee por el Palatino, tú me lo recuerdas y viajo en el tiempo para respirar aquellos remotos paisajes que ahora han cambiado tanto. En el Palatino vi las cabañas, hoy de estar allí sentiría una extraña emoción.

Quedo a la espera con el ay en el corazón. Besitos muchos.

Elena Casero dijo...

Esto de ver la Roma antigua tal como la explicas, es fantástico, de verdad.
Volver al pasado tan remoto que haces tan cercano, me encanta.

Nos tienes en vilo. Pero me gusta mucho cómo lo escribes todo, Isabel.

Un beso muy grande

Hyperion dijo...

En mi colina, tu querido Gianicolo, te he visto, quizás en sueños, bajo la cúpula del cielo, bajo la cúpula estrellada del Tempietto, girando entorno a sus columnas circulares, bajando en espiral hasta los recuerdos más hondos donde historia y mito se confunden. Así, acercándome a tu relato, como un ombligo materno, un botón cosido por hilos de vida -como en piedra hizo el Bramante-, puedo escuchar el silencio de la vida que se esconde bajo la piel de Roma. Siempre dentro y fuera, Jano. Gracias.

La Dame Masquée dijo...

Madre mía, es increíble que hasta pueda señalarnos usted el lugar exacto en que pastaban los bueyes! Su labor es impagable, y aunque su estilo fluido hace que todo parezca tan sencillo, a veces hay detalles que hacen que una se de cuenta de toda la inmensa labor y los profundos conocimientos que hay detrás de cada capítulo.

Buenas noches

Bisous

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola pilar albelda, gracias por tus ánimos. Y el que digas que las fotos son buenas sé que se deben a tu generosidad, porque suelo tomarlas con un interés documental, no artístico. Pero ahora no veo ni una sola escultura sobre la que piense ¿cómo la fotografiaré para sacarle partido? Besitos.

Gracias yolanda carrasco, nos son muy queridos esos dos personajes, así que también yo me alegro de que estén aquí. besazos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Ja, ja, virgi, ya me gustaría a mí que me leyeran en Italia... Y me hace feliz pensar que sigues apreciando estos escritos y que me ves progresar. ¡Eso es lo mejor de todo! Un abrazo muy fuerte.

Hola xibeliuss junior, son dos personajes entrañables, es cierto. Y me gusta pensar que los queremos... Besotes.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola bertha, en eso otros lectores juegan con ventaja, porque saben la historia previa... Creo que sí te gustará y te interesará. Besazos.

Hola freia, claro que te casaste con Urbano Lacio. Y tus hijos están creciditos, no creas que son bebés... Me alegra poder orientarte en aquella Roma arcaica. A veces me falta poner más fotos de lugares, lo tengo todo tan metido en la cabeza que se me olvida que para los lectores no es tan sencillo situarse. Lo tendré más en cuenta. Besazos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola rgalmazán, estos muchachos te drán más de un dolor de cabeza... Ja, ja. Besotes.

Hola carmenBéjar, creo que Rómulo reconoce las cualidades de su hermano y las admira mucho, en cambio valora en menos las suyas propias. Trataré de no dar la impresión de que envidia a su hermano, porque realmente no es así: es admiración y reconocimiento en detrimento suyo propio. Besazos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Hola natalia tarraco, ¿cómo no van a producirnos congoja estos muchachos, si están en un momento clave de su vida? Pero ay, queda tranquila, que seguro que tu apoyo les será muy útil.

Gracias, elena casero, esa es mi intención, tratar de hacer próxima esta Roma tan remota pero que, emocionalmente, nos resulta cercana. Gracias por tus palabras. Besazos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Saludos, hyperion, no sabes cuánto añoro la colina de Jano, ese lugar tan extraordinario desde donde se contempla toda Roma y nos hace estremecer. Un lugar maravilloso para sumirse en esa espiral de la que hablas, ahondando siempre, buscando el origen. Gracias por tus dos rostros siempre atentos y arcanos, padre Jano.

Gracias, la dame masquée por sus palabras. Me esfuerzo por hacer que todo parezca sencillo, que se lea con sencilles y fluidez pero sí, es cierto que hay mucho trabajo detrás y una documentación exhaustiva. Beso su amablilísima mano, madame.

Elysa dijo...

De nuevo tenemos aquí a Urbano Lacio. Un encuentro que seguro sea importante en el desarrollo de esta historia.

Besitos

Dolors Jimeno dijo...

Con mucho retraso, pero ya me estoy poniendo al día. Es un capítulo precioso: Palantea, una recuperación muy agradable, es un personaje muy querido. Además con los mapas, las descripciones, la reanudación de las andanzas de los gemelos... Continuo leyendo.