Remo se ha quedado en el Palatino, y sus
enemigos le están tendiendo una trampa. Entretanto, Rómulo y sus amigos
Quintili se dirigían hacia Cenina a celebrar un sacrificio. En la cabaña real
de Cenina, la hija del rey y sus primas se entretenían conversando.
Después de marcharse Rómulo
para ir a celebrar los ritos de Angerona en la ciudad de Cenina, Urco
permaneció en la cabaña de la via Salaria realizando pequeñas tareas para
mantenerla en orden. Revisó su provisión de hierbas y remedios curativos, pensó
en la necesidad de conseguir algunos recipientes nuevos y finalmente cogió un
cuchillo y empezó a descortezar una rama de abedul para fabricarse un cayado
mas alto.
Cuando sustituyera a su padre
como mayoral de los rebaños del rey Amulio ese cayado sería el símbolo de su
cargo y de su autoridad. Ojala no se torcieran sus planes. Aun cuando no le
había transmitido a su padre sus propios temores para evitar abrumarlo con más
preocupaciones de las que ya arrastraba, la pelea de Remo y Rómulo con los
pastores de Númitor no le gustaba en absoluto. Y menos todavía el silencio del
mayoral Caius. La ausencia de una reclamación por su parte, ese desinterés por
buscar un acuerdo con Fáustulo, resultaban anómalos. Nadie se comportaba de esa
manera tras sufrir la pérdida de cuatro hombres, máxime cuando habitaban en
territorios contiguos y era inevitable cruzarse por los caminos, encontrarse en
el mercado o en las fuentes. Tapar una olla hirviendo termina por hacer salir a
borbotones el caldo y algo semejante ocurre con las personas: sofocar la cólera
o el rencor sin darles una salida es peligroso, pues en cualquier momento puede
desbordarse la rabia y causar daños desmedidos.
Algo debía aguardar Caius.
¿Habría comunicado a su amo Númitor ese suceso? ¿Estaría esperando sus
instrucciones o su autorización para actuar? Las relaciones entre Númitor y su
hermano el rey Amulio eran malas. ¿Y si Númitor le exigiera al rey un castigo
ejemplar para sus criados? ¿Mantendría el rey su promesa de nombrarle nuevo mayoral
estando sus propios hermanos involucrados en la grave pelea? Fáustulo y su
familia eran un ejemplo de buen hacer, de autoridad y de capacidad para poner
concordia entre las partes. Esa tradición parecía haberse roto y las
consecuencias que ello podría tener en su designación y en el futuro de sus
hermanos le quitaba el sueño. Más todavía al recordar cuán temerosos y
alterados estaban sus padres por causa de los gemelos. Él mismo no alcanzaba a
comprender los motivos de tanto miedo. Que Remo debiera permanecer un año más
como iniciando constituía una decepción, pero su carácter arrogante y su
desprecio del peligro no eran nuevos, se revelaron en él desde muy pequeño.
Ello no disminuía la admiración que muchos sentían por él, pues esos defectos
quedaban mitigados por otras buenas cualidades. Solo le faltaba madurar un
poco, controlar mejor sus impulsos, ser más responsable.
En cuanto a Rómulo, aún
tenían menos motivos de preocupación. Era ya un hombre y con su participación
en los ritos en honor de Angerona quedaría completo su reconocimiento público
como tal. Le apenaba no acompañarlo a Cenina para esa ceremonia. Sin embargo,
el muchacho oficiaría otros muchos sacrificios en el futuro mientras que su
amigo Urbano Lacio necesitaba de su apoyo y compañía precisamente ahora.
Con esos pensamientos salió
de la cabaña para escrutar el camino. Decidió recorrer un tramo de la vía
Salaria en dirección a Cures para estirar las piernas y salir al encuentro de
su amigo, si finalmente regresaba ese día. Llegó hasta el punto donde la vía
atravesaba la corriente del río Anio mediante un frágil puente apoyado en
pilones de madera. Se quedó un buen rato mirando discurrir el agua, cuyo
abundante caudal iría a parar en breve a los brazos del padre Tíber. De pronto
lo sacó de su ensimismamiento un grito.
- ¡Eh, Urco! - lo saludaba
desde lejos Urbano Lacio.
Levantó la mano para
devolverle el saludo y cruzó el puente para llegar a su lado enseguida. Eran
ingratas las noticias que debía darle sobre la salud de su progenitor, pero era
preciso hacerlo cuanto antes. Rayaba el mediodía y, si se daban prisa, aún
podrían llegar a Alba Longa antes de que cerrara la noche.
Artemis sacó la cabeza por el
umbral de la puerta de la cabaña real y miró el cielo. A través de la capa de
nubes grises se veía un pedazo de cielo más claro por efecto de un pálido
resplandor. Allí detrás, casi en su cenit, agonizaba el sol bajo la amenaza de
ser engullido para siempre por las tinieblas. A unos pasos de la puerta, en
torno a una piedra de moler, algunas siervas, indiferentes a la tristeza de la
jornada, cantaban mientras añadían poco a poco el grano y recogían la harina.
No se apreciaba mucho más movimiento ni ruidos. Vio moverse las columnas de
humo sobre las cabañas de Cenina y, a los pies del cerro donde se emplazaba la
ciudad, los campos llanos sumidos en el silencio y la quietud del último día
del otoño. Rebaños de ovejas y de bueyes pastaban dispersos en la distancia.
- ¡Propongo ir a dar un paseo
por las orillas del río! - dijo Artemis entrando de nuevo en la cabaña y
dirigiéndose a sus primas -. No va a llover y conviene aprovechar la luz. No
soporto estar ni un momento más aquí encerrada.
- ¿No te sentarán mal el
fresco y la humedad? - objetó Emilia.
- ¡No seas agorera, prima! -
respondió rauda -. Bastante castigo es quedarme aquí en lugar de ir a Alba
Longa con vosotras. No me estropees una ilusión tan simple como la de tomar el
aire.
- Sí, si, vayamos - exclamó
Hersilia -. Me apetece respirar a fondo y disfrutar de la vista de los campos
abiertos antes de entrar en los bosques de Alba Longa. Según nuestra tía
Licinia son muy hermosos, pero su espesura impide en muchos lugares el paso de
la luz y del sol.
- Ay, sí, pero es una gran
ciudad - dijo Artemis con un suspiro -, llena de gente, con mercado al cual
acuden personas de todas partes y donde es posible conseguir armas de bronce de
primera calidad, e incluso espadas de hierro.
- Prefiero las fíbulas o los
collares de ámbar, prima - dijo Emilia - ¿A quién le importan las espadas?
- A mí me importan. -
respondió con seriedad Artemis -. Me gustan y son muy útiles.
Esa era una singularidad de
Artemis que sorprendía y admiraba a sus primas. Desde pequeña sentía una gran
fascinación por el arte de combatir y, aun siendo una práctica ajena a las mujeres,
el ser la única descendiente que le quedaba con vida al rey Acrón había actuado
en favor suyo. Éste, muertos sus hijos varones, consideró necesario darle a su
heredera la educación de un príncipe y, pese a la oposición de su esposa,
prepararla para luchar y conducir hombres en la guerra. En su momento se
casaría y sobre su esposo recaerían esas responsabilidades. Mas no sabiendo
nadie qué le depara el destino, era mejor prevenirse y dejar a su hija
preparada para cualquier eventualidad. Artemis era muy diestra en el uso de las
armas, aplicaba a la perfección las estrategias del combate, se conducía con
valentía y era muy respetada por los hombres armados.
Las tres jóvenes salieron de
la cabaña, abrigadas con gruesos mantos, y bajaron por la vertiente oeste de la
loma. El terreno se aplanaba después y,
a poca distancia, el Anio, después de haber trazado una profunda curva, se
deslizaba con alegre gorgoteo entre los sauces desnudos y una vegetación
abundante. Alcanzados los prados junto al río, Hersilia levantó los brazos al
cielo como si quisiera abrazarlo y giró sobre sí misma lanzando un grito de
juventud. A su gozo se unieron Emilia y Artemis y pronto corrieron por los
campos cogidas de las manos, formaron corro y danzaron sobre la hierba mientras
entonaban viejas canciones sabinas para conjurar la tristeza invernal. Cantaron
con los rostros levantados y los pechos henchidos, reían con todas sus fuerzas,
como si lanzaran un desafío a las nubes.
Se sentaron luego a descansar
apoyando la espalda en los troncos de los sauces, mirando correr el agua.
Bajaba rápida y la irregularidad de su lecho y su propia fuerza producían una
espuma blanca en la superficie. Cerca de ellas crecían hierbas y abundantes
plantas de papiro. Se levantó Emilia para verlas de cerca y cortar alguna, pues
se le ocurrió la idea de trenzarse una corona. Vio entonces asomar el hocico de
una ratita de agua. Por extraño que parezca, a la muchacha le gustaba cazar
pequeños roedores a los que alimentaba dos o tres días antes de dejarlos marchar.
Tenía habilidad para atraparlos e instintivamente se inclinó para cogerla. Se
le escabulló de las manos, dio un paso adelante metiendo el pie en un suelo
resbaladizo por la humedad, perdió el equilibrio y en el tiempo que dura un
parpadeo había caído de espaldas al agua y la corriente la arrastraba a
velocidad vertiginosa. Hersilia y Artemis, gritando de pánico, corrían por la
orilla tras ella en un intento, inútil, de darle socorro.
Rómulo, Gordio y Publio
Quintilis habían estado observando a las muchachas. Descansaban a la orilla del
Anio cuando las vieron bajar de Cenina y se ocultaron de su vista casi por
instinto, como acostumbraban a hacer durante el último año, agachándose detrás
de unos matorrales. No eran pastoras, eso se notaba enseguida. Las cintas de
lana anudadas en torno a sus cabezas indicaban su doncellez; cantaban y
danzaban con la soltura de quienes se creían a solas y los tres amigos no
podían apartar las miradas de ellas ni de aguzar sus oídos para escuchar sus
risas gozosas.
Una de ellas en particular
atraía la atención de Rómulo. Algunas guedejas rojizas se habían rebelado y,
librándose de los peinecillos que sujetaban el cabello a la nuca, caían sobre
su cuello blanco y sus sienes. Era la más alta de las tres y cuando danzaba
soltándose de las otras dos, sus manos parecían palomas en vuelo. Irradiaba una
fuerza telúrica y aérea a la vez, en sus movimientos coexistían serenidad y
fuego, trazaban un círculo mágico a su alrededor. Al menos así le parecía al
muchacho, extasiado en su contemplación.
Cuando las muchachas se
acercaron a la orilla del río a descansar, ellos no se movieron de su
escondite. Cuando volvieran a pasar por aquel prado para regresar a la ciudad, las
verían otra vez. Se hallaban río abajo, a pocos pasos de la ribera, sentados
sobre la hierba con Bona dormitando al costado de Rómulo cuando oyeron los
gritos. Saltó la perra y en cuatro zancadas estaban ellos también en la orilla.
Al ver de lejos correr en su dirección a dos de las muchachas, casi tropezando
entre los árboles, con la mirada y los brazos tendiéndose hacia el río, Rómulo
miró la corriente y vio enseguida un remolino de manos y una cabeza tratando de
mantenerse fuera del agua.
Aunque tenía poca
profundidad, el ímpetu del Anio era inmenso y capaz de arrastrar a una persona,
golpearla contra las irregularidades del fondo y las orillas, destrozarla antes
incluso de que la hubieran abandonado las fuerzas para luchar y mantenerse a
flote. Bona ladraba al agua. Rómulo calculó que en unos instantes la muchacha
estaría a su altura. Debía hacer algo enseguida. No había tiempo para pensar.
NOTA:
Este ha sido el capítulo 5º de la segunda parte de la historia de Remo y
Rómulo. Siento estar escribiendo tan despacio, pero me es imposible ir más
deprisa…
Por
otra parte, sigo con la preparación de la presentación de mi novela “LA
MUCHACHA DE CATULO”. Aquí os dejo la sinopsis. Estará a la venta a principios
de julio.
26 comentarios:
Tranquila, Isabel. Tendremos paciencia porque sabemos que, contigo, siempre merece la pena.
Intuyo el nacimiento del amor...y me alegro.
Una muy buena carta de presentación para Rómulo y sus amigos, buena suerte para las chicas, y Remos que se las arregle mientras tanto; falta mucho para la hora de la carrera de él, asi que a ver que pasa con este encuentro.
Hacía falta una atmósfera femenina que propiciara algún acto de Cupido.
Seguramente un hecho de valor será el momento propicio para sus flechas.
Esperando nos tienes siempre, creo que justo vamos al ritmo en que se fundó Roma.
Sonrío, mi Profe romana incomparable.
Con más impaciencia que nunca a la espera del próximo capítulo, pero tú no te agobies para nada que sabemos esperar, y me parece que el próximo capítulo aún será más bello que éste, que ha sido precioso.Contigo vale la pena toda espera.Suerte con "La muchacha de Catulo".Muchos besos.
A tu ritmo, Isabel.
Seguro que tu nuevo libro será tan interesante como Dido.
¡Suerte!
Vale.
Desde la caída de Emilia al agua hasta el salto de Bona he contenido la respiración. Enhorabuena por esa complicidad con el lector.
Piano... piano... siempre se llega Isabel.
Que susto la poverella a ver; si este intrépido muchacho la rescata y...;)
Besos feliz fin de semana.
Estamos todos preocupados por Remo, lo que le sucederá y las consecuencias...ainss...
Y por otro lado, esa caída al rio y ese, imagino, rescate por parte de Rómulo, ayyyy...me entra la risilla floja, jajaja!
Me gusta!
Un beso
Esperamos tu nuevo libro y disfrutamos participando de la historia paso a paso, como en este caso. Sigue lanzándonos palabras con las que seguir a flote y sortear las fuertes corrientes.
El relato se detiene en ese instante, apenas unos segundos eternos y terribles, en los que se toman decisiones de vital importancia para quien la muerte se le aproxima como una amenaza cierta.
Un saludo.
Pues nos has dejado con las ganas por partida doble: con la "puesta de largo" de Rómulo ante aquellas muchachas y con la sorpresa del nuevo libro... !No paras!. Mis felicitaciones.
Un fuerte abrazo.
La verdad es que en tu entrada anterior quise darte ánimos para que no desesperaras por la demora en tus publicaciones de esta historia...pero ahora, que ya lo has hecho, me liberas un poco para decirte QUE SÍ TE EXTRAÑAMOS! Je! Que tu manera de contar es única y particular, y que somos pacientes porque sabemos que, lleguen cuando lleguen, disfrutaremos de tus historias! Gran abrazo, Isabel! Te seguimos.
Hola maríajesusparadela, claro que tenemos por aquí a Cupido sobrevolando sobre uno de nuestros muchachos, porque al otro ya lo tiene herido de amor... Gracias por tus palabras. Estoy preparando la presentación de "La muchacha de Catulo" y eso me lleva mucho tiempo. Besazos.
Hola alejandra sotelo faderlan, veremos cómo resuelve Rómulo este asunto. Y cómo se las arregla Remo... Ay, temo por ambos. Besazos.
Saludos, virgi, ay estas muchachas, estos muchachos, las hormonas a tope... Veremos, veremos qué ocurre. Besazos.
Hola yolanda, es que creo que los capítulos en los que salen mujeres nos resultan a todos más entrañables. ¿Por qué será...? Ja, ja, se nota que las queremos. Besos.
Hola dyhego, tienes razón, debo seguir el ritmo que pueda, pero es que estoy realmente impaciente por saber qué ocurrirá con los gemelos... Besos.
Hola maria luisa arnáiz, gracias por tus palabras. Me encanta sentir que estos sucesos los vivimos juntas. Besazos.
Ja, ja, áfrica, es que tu te emocionas enseguida con los amores... ¿y quién no? Pero sí, tenemos muchos motivos de preocupación. Con todo, aguantaremos firmes el envite... Besazos.
Hola hyperion, es muy hermosa esa idea de que las palabras, a veces, nos mantienen a flote. Y pensándolo bien, lo hacen siempre.... Un abrazo muy, muy fuerte.
Hola cayetano, ciertamente Rómulo tiene unos pocos segundos para intervenir. Si falla... ¡Bueno, no nos pongamos en lo peor! Besazos.
Hola debatz, no sé si recuerdas la Muchacha de Catulo, porque lo escribí también en el blog, aunque luego retiré de aquí y lo he ampliado, mejorado, etc. Es una historia apasionante o, al menos, a mí me lo parece, entre el poeta y su musa. ¡Y se las gastan buenas! Besazos.
Hola patzy, gracias por tus palabras, el saber que seguís con emoción estas aventuras, constituye un gran estímulo para mí, me anima a afrontar los nuevos retos. Besazos, guapa.
Bueno, esperemos que Rómulo vea la forma de salvarla.
Tranquila, el ritmo lo tienes que poner tú, y nosotros a esperar tus nuevos capítulos.
Un beso
Salud y República
¡QUÉ INTERESANTE SE PONE LA COSA!
¡UHHMMMM! ¿AMOR A LA VISTA?
NO TENGAS PRISA, ISABEL. HAY PRIORIDADES Y NOSOTROS SABREMOS ESPERAR CON PACIENCIA Y GANAS TUS NUEVOS CAPÍTULOS.
UN ABRAZO MUY FUERTE
Está muy interesante, Isabel, yo ya imagino qué puede pasar, pero seguro que tu lo superarás. La muchacha de Catulo, magnífica: http://intersindical.org/cultura/article_cultura/la_muchacha_de_catulo_nou_llibre_disabel_barcelo_chico
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