(y XVIII)
Igual que el hierro al rojo vivo es golpeado una y otra vez sobre el yunque para forjar la espada y, siendo aún dúctil, con cada golpe va adquiriendo la forma, el filo y la resistencia, así Rea Silvia había recibido los primeros mazazos que habrían de forjar en ella un corazón valiente. No hubiera sido diferente su destino si, sometida a la prueba terrible del dolor, se hubiera convertido en una criatura débil, pues los hados siguen el camino trazado y no se tuercen. Así pues, fue mérito suyo afrontar los acontecimientos con coraje y crecerse en el sufrimiento sin malear su corazón ni endurecerlo.
Con ese temple caminó entre los esbirros de Amulio, la cabeza inclinada pero el paso firme, sin una lágrima, ni un grito, ni una queja, el día en que había sido destronado su padre, incinerado el cadáver de su único hermano y ella misma acusada de traición y amenazada con la pena de muerte. En el cortejo que desde la explanada de las incineraciones regresaba a Alba Longa, sólo los nuevos reyes, Amulio y Criseida, expresaban alegría. La multitud los seguía en silencio y tampoco los aclamaba el público agrupado a lo largo del camino.
Marchando tras ellos, la Vestal Máxima Camilia buscaba desesperadamente el modo de impedir la muerte de Rea, ese crimen brutal. Intuía que la ambición de Amulio, a diferencia de la de su esposa, tenía un freno: el temor a los dioses. Incluso para algo tan abyecto como destronar a su propio hermano, se había impuesto límites. Eso explicaría que, aun habiendo asesinado a su sobrino y tratado de matar su sobrina, no se hubiera atrevido a cometer un fratricidio, uno de los crímenes más horrendos a los ojos de los dioses y de los hombres. Para salvar a Rea Silvia, debía avivar los escrúpulos del rey. Pero ¿cómo? Estaba ya la comitiva cruzando el bosquecillo que crecía cerca de la puerta occidental de la muralla, cuando un grito la sacó de sus pensamientos.
- ¡Eh! ¿No ves que es un pico-verde? – gritaba un niño a otro que, encaramado a un árbol, hurgaba en un nido –. Es un pájaro protegido por Marte. ¡Si le haces algún daño, te castigará!
Un relámpago iluminó la mente de Camilia: ese niño le había dado una idea. No debatiría con la esposa de Amulio. Cualquier intento de rebatir sus argumentos estaba condenado al fracaso porque Criseida era demasiado lista y demasiado rápida, su capacidad para tergiversar las palabras y los hechos era tan grande como su maldad. Llevaría la discusión a otro terreno. Y los dioses le perdonarían que, para salvar a Rea, dijese una mentira. Con todo, debía administrar sus argumentos con cautela. Antes de llegar a la cabaña real, donde se decidiría la suerte de Rea Silvia, Camilia tenía un plan concreto.
El rey Amulio y Criseida presidían el semicírculo formado por los consejeros y la Vestal Máxima. A cada uno de sus extremos fueron sentados Aurelia y Númitor, aislados entre sí y separados de los demás, ya que habían quedado excluidos del Consejo. Rea Silvia fue situada al fondo de la sala, frente al rey. Por voluntad de éste, se había zanjado la discusión en la explanada para reanudarla formalmente en la cabaña real y decidir sobre el castigo a la joven, acusada de traición.
Pidió la palabra la Vestal Máxima y cuando sintió sobre sí los ojos angustiados de Aurelia, se llevó la mano al hombro derecho. Aún llevaba puesta la fíbula que se habían intercambiado el día anterior y se la acarició con el pulgar varias veces para darle a ella tranquilidad y a sí misma confianza. Poniéndose en pie, se dirigió al centro de la sala.
- Debo disculparme ante ti, rey Amulio. Hubiera debido informarte antes, pero quería esperar a tu nombramiento para brindártelo como regalo… Ayer mismo ofrecí a Rea Silvia a la diosa Vesta, prometiéndole que la consagraría a su servicio. Así pues, no es prudente juzgarla y mucho menos realizar acciones que priven a Vesta de su sierva.
Esta noticia dejó atónitos a los asistentes, pues cambiaba por completo la situación. Rea Silvia miró a Camilia y luego al rey Númitor, en cuyos ojos brilló una chispa que no supo interpretar.
- ¿Cómo te has atrevido…? – reaccionó, tras un instante de silencio, Criseida –. ¡Es el rey quien elige a las vestales!
- Rea Silvia no está consagrada, el rey la puede rechazar – respondió conciliadora la Vestal Máxima –. Sin embargo, no lo recomiendo. ¿Habéis pensado en lo que significa sustituir a un rey por otro, estando el primero con vida?
- ¡Aurelia así lo quiso y los augurios han sido favorables! – intervino un consejero.
- Así ha sido. Ahora bien, que los dioses hayan sido favorables al nombramiento de Amulio no nos exime de hacer cuanto esté en nuestras manos para propiciar a nuestras divinidades y pedirles que su reinado sea próspero y beneficioso – respondió Camilia, paseando su vista por los rostros de los asistentes –. ¿Acaso alguno de vosotros ha salido de su casa esta mañana sin hacer la ofrenda matutina en el altar doméstico? ¿No habéis pedido a los dioses que os protejan a vosotros y a los vuestros, como todos los días? ¡Cuánta más tutela y socorro necesita a diario una ciudad! Siendo Vesta la protectora de Alba Longa y de cada uno de sus hogares, ¿no juzgáis necesario congraciarnos con ella? Que el nuevo monarca le consagre la castidad de una virgen es el mejor modo de complacerla. Por eso le prometí a Rea Silvia.
Pese a que Criseida le hablaba al oído, no había rechazo en la actitud de Amulio. Varios consejeros tomaron la palabra. Ninguno habló de traición ni de castigos, sino que consideraron la propuesta de Camilia muy razonable. Y hasta necesaria, apuntó uno de ellos, teniendo en cuenta la amenaza de guerra que pendía sobre sus cabezas.
- De acuerdo, hemos de honrar a Vesta – concedió Criseida de mala gana y evidente enfado –. Pero no hay motivo para consagrarle a Rea Silvia. Elijamos a otra muchacha.
- Propongo entonces que la elegida sea Anto, tu noble hija – dijo rauda Camilia.
- ¡No metas a mi hija en esto!
- Las vestales han sido elegidas siempre de entre las familias de mayor rango y prestigio – respondió Camilia -¿No es así, señores del Consejo?
- Muchas jóvenes de buena familia reúnen los requisitos para ser vestales – rebatió ufana Criseida.
- Cierto. Pero no parece muy juicioso regatearle a Vesta la categoría de su sierva, como si se tratase de una diosa de poca importancia. Si el rey Amulio no quiere entregarle a su sobrina, que le ofrezca su hija. O a la inversa. Es lo que aconsejaría cualquier persona sensata.
Desde el fondo del salón, Númitor pidió la palabra y fue autorizado a hablar. Con voz desmayada declaró su conformidad para que Rea fuera consagrada a Vesta si así lo decidía el rey, congratulándose de poder ayudar de este modo a su hermano. Aurelia, que seguía el debate con una luz de esperanza en el corazón, confirmó la voluntad de su marido. Había aprobación en los gestos de los consejeros.
- Todo esto es una maniobra tuya, Vestal Máxima, para librar de su justo castigo a Rea Silvia – dijo Criseida con rabia apenas contenida. Sorprendió al Consejo la violencia de este ataque.
- Creí de buena fe que al rey Amulio le complacería consagrar a Rea Silvia. Y hubiera preferido no hablar abiertamente de lo que voy a decir, pero puesto que no lo comprendes por tí misma… – respondió la Vestal Máxima con un tono muy moderado –. Pensando en el bien de Alba Longa, juzgué necesario evitar que algún heredero de Númitor aspirase al trono en el futuro y se lo disputase a los herederos vuestros. Esa funesta posibilidad se evitaría si Rea Silvia permanece virgen. Y la manera más segura de conseguirlo es consagrarla como vestal. Ningún hombre podrá tocarla, bajo pena de muerte. Nadie se atrevería a violar su castidad.
No había argumentos que Criseida pudiera esgrimir ante el Consejo. Sin duda los consejeros habían considerado con preocupación el peligro de una guerra entre los descendientes de Amulio y los de Númitor para disputarse el trono. Y he aquí que la Vestal Máxima ofrecía una solución muy satisfactoria, pues eliminaba el problema de raíz. Así lo expresaron, con entusiasmo, uno tras otro, sin que el gesto de rabia de Criseida lograra silenciarlos.
- Sea. Mañana mismo celebrarás la ceremonia de consagración – concluyó Amulio. Se levantó de su asiento y puso fin a la reunión.
Muchas lágrimas se vertieron entonces, dentro de la cabaña real y fuera de ella donde, angustiados, esperaban su salida los amigos de Rea. Estalló el júbilo. Hizo sonar Palantea su melodía más alegre, creyó Espórtula abrazar otra vez a su amado, Énule y Amneris, aliviadas, se regocijaban con la doncella Tuccia, la vestal Adriana sonreía a su nueva compañera, Alec fue esa tarde el pordiosero más rico de Alba Longa, se mantenían aparte y satisfechas Kritubis y Celia. ¿Y habría en el mundo muestras suficientes de afecto para agradecer a Camilia que hubiese salvado la vida a Rea Silvia?
Cuentan las mujeres que aquella noche Divaida la misteriosa, la diosa Vesta y la enigmática Luna, se citaron en el bosque sagrado de Silana. Danzaron entre las encinas milenarias y al alba se conjuraron para proteger siempre a Rea Silvia. Naturalezas femeninas, quizá conocían los hados y sintieron piedad de ella. O quizá la amaban por la dulzura y entereza de su corazón, o quizá nos amaban ya a nosotros… Mas ¿quién conoce los motivos y las razones secretas de las deidades? Lo cierto es que Rea Silvia necesitaría de toda su protección.
NOTA 1.- Con este post, concluye la primera parte de la novela sobre la fundación de Roma. ¡Espero que haya sido de vuestro gusto!
NOTA 2.- Gracias a Antonia Romero
por anunciar esta iniciativa en su blog.
NOTA 3.- El sábado 9 de abril estaré en la Feria del Libro de Valencia, firmando ejemplares de "Dido reina de Cartago" en la librería IDEAS, casetas 18 y 19, a partir de las 6 de la tarde.