Rómulo
se preparaba para acudir a Cenina a celebrar un sacrificio a la diosa Angerona
el día 21 de diciembre, solsticio de invierno. Mientras, en el Palatino su
madre Acca Larentia se lamentaba de que su hijo Remo no hubiera sido aceptado
entre los adultos y siguiera en las laderas de la colina, al alcance de la
venganza de los pastores del Aventino.
Desde el bosquecillo de
laureles próximo a su cabaña, en el Aventino, Flora vio correr a lo lejos a
Remo. Entre un millar de hombres lo hubiera reconocido. La elasticidad y
armonía de sus movimientos, su ritmo constante y la aparente falta de esfuerzo
lo singularizaban por encima de todos. Siempre iba el primero, radiante de luz,
aun en los días más grises. ¡Cuánto deseaba tenerlo cerca, hablar con él,
mirarse en sus ojos! Por un instante la inundó una profunda tristeza. No habían
vuelto a verse desde el fatídico día en que Remo había dejado, junto al umbral
de su cabaña, un montón de sal. Le parecía una eternidad, aunque sólo hubieran
transcurrido diez días.
Durante
ese tiempo su corazón, como el hilo en el telar, pasaba de un extremo a otro y
tan pronto se entristecía como se alegraba según sus razonamientos le llevaran
alternativamente a derecha e izquierda. El matrimonio con Remo era imposible;
sin embargo, su padre podría ver en él una alianza ventajosa pues ¿no era hijo
de Fáustulo, uno de los hombres más importantes del Septimontium e incluso de
las riberas del Tíber?; no, no, su padre nunca perdonaría a Remo el habérsele
enfrentado y matado a hombres suyos; pero había demostrado ser muy valiente y
buen guerrero, fuerte como un buey, con un yerno así, su padre podría dormir
tranquilo; pero ¿y si, después de lo ocurrido, él ya no quería casarse con
ella? Al llegar a ese punto, las lágrimas acudían a sus ojos. Hacía esfuerzos
para contenerlas mas no siempre lo conseguía. Amaba a ese muchacho por encima
de todo, no imaginaba su futuro sin él. Remo tenía la hermosura de un dios,
generaría hijos bellos y sanos, y esos hijos quería gestarlos ella en su
vientre.
Se había
disgustado mucho al saber lo sucedido en la fiesta Lupercalia; le dolía la humillación
sufrida por Remo al no ser admitido en la sociedad de los adultos. Luego le
encontró ventajas: seguiría durante otro año cerca de ella, en las laderas del
Palatino, libre de obligaciones y trabajos y, por tanto, podrían encontrarse
con frecuencia. Con ello, además, ganaban tiempo. Tarde o temprano a su padre
se le olvidarían los agravios. Podía ocurrir, incluso, que hubiera empezado a
olvidarlos ya, pues mientras escuchaban a un pastor del Palatino narrarles las
hazañas de Remo en la fiesta de los lupercos su padre, lejos de enfurruñarse
como hacía cuando algo lo contrariaba, había dado muestras de cierta
satisfacción. Hasta le había levantado a ella la prohibición de salir de casa.
Flora
suspiró. Vio a Remo girar a la altura del ara de Consus y meterse en el valle
entre el Palatino y el Celio, seguido de lejos por varios jóvenes, pues siempre
los aventajaba a todos. Pronto lo perdió de vista.
Ojala su
padre le permitiera volver a la fuente de Fauno y Pico, donde Remo y ella
solían encontrarse. Cerraba los ojos y con un dulce escalofrío imaginaba de
nuevo su presencia y su aliento cálido, su voz renovándole las promesas de amor
junto al oído. Le turbaba pensar en su proximidad, en su atracción poderosa, en
los jugosos labios de Remo apretándose contra los suyos.
Caius miró fijamente a su
interlocutor. Estaban en el pobre refugio donde pernoctaban sus pastores cuando
venían al mercado. Él mismo había encendido el fuego al llegar allí un poco
antes, pero seguía estando helado. Demasiadas rendijas y ninguna piel para
taparlas y transmitir algún calor. Se frotó las manos y tendió las palmas hacia
la hoguera mientras observaba al muchacho sentado enfrente, al otro lado de la
hoguera. Desconfiaba. ¿Por qué razón un joven del Palatino habría de ayudarlo?
Menos todavía tratándose de Hortensio, el prometido de una hija de Faústulo.
¿No sería una trampa?
- Fáustulo
se ha marchado ya hacia Cenina. En la cima del Palatino no queda hoy ni un
hombre - dijo el joven.
- Bien -
respondió Caius tras unos momentos de silencio -. De todos modos…
-
¿Desconfías?
- Ese
muchacho es una fiera. Y de las fieras no te puedes fiar nunca - respondió el
mayoral de Númitor, sin dejar entrever que también su interlocutor le suscitaba
recelos.
- Yo diría
que Remo es un animal doméstico. Fuerte, sí, pero fácil de manejar. ¿Acaso no
has visto a los labriegos uncir los bueyes al yugo, pese a su cornamenta?
- No me
parece un buey, sino un toro. Sabe usar los cuernos. En otro caso, no habría
matado a varios de mis hombres ¿no te parece? - dijo Caius sin poder evitar
cierta amargura.
- Eso es
verdad - reconoció el joven -. Pero no temas, estará indefenso antes de caer en
tus manos.
Caius
añadió un tronco a la hoguera y, moviéndolo con una vara, lo acomodó sobre los
anteriores. Saltaron chispas en todas direcciones y se acentuó el fulgor rojizo
del hogar. Los rostros de los dos hombres quedaban en sombras.
- ¿Qué
sacas tú de todo esto? - preguntó por fin Caius.
- Lo mismo
que tú: quitar de en medio a un indeseable. Remo no me gusta. El Palatino y
todo el Septimontium estarán mucho mejor sin él.
- ¿No
temes que te descubran?
- Salvo
que tú mismo me delates, lo veo imposible - respondió Hortensio -. He sido muy
discreto, nadie me ha visto venir aquí. Y si me descubrieran, sabría
defenderme.
De nuevo
el refugio quedó en silencio, sólo se oía el crepitar del fuego y el soplo del
viento entre la paja del tejado. El mayoral de Númitor dudaba. Ardía en deseos
de vengarse de Remo, no pensaba en otra cosa desde hacía muchos días. Le
resultaba insoportable que ese muchacho se hubiera atrevido a acercarse a su
hija y por esa causa había lanzado a sus pastores contra él y su hermano gemelo
provocando la pelea en el valle de Murcia. Todos los criados del rey Amulio
eran enemigos suyos, como Amulio era enemigo de su señor, el noble Númitor. Por
eso, para evitar mezclarse con ellos, Caius había mantenido a sus hombres al
oeste del valle de Murcia durante muchos años. Sin embargo, el atrevimiento de
Remo y los últimos acontecimientos hacían hervir su pecho de rencor e
indignación.
Días
atrás, el futuro yerno de Faústulo le había propuesto un plan para capturar a
Remo. Quizá lo odiaba también por algún motivo. Era una idea acertada y fácil
de ejecutar. Si ahora tenía dudas era porque su instinto le avisaba de un
peligro, de una amenaza indeterminada pero cierta. O quizá era solamente efecto
de la proximidad del solsticio de invierno, de esos días tan angustiosos
durante los cuales la luz parecía a punto de apagarse para siempre y sumirlos
en una oscuridad sin fin.
- Por mi
parte estoy dispuesto a actuar - dijo Hotensio interrumpiendo sus reflexiones
-. Si no quieres hacerlo, dílo abiertamente. Hay otras personas a quienes les
gustaría tanto como a ti darle un escarmiento a Remo, quitarlo de en medio…
- Está
bien - respondió Caius temiendo perder su oportunidad -. Tendré a mis hombres
preparados, tal como me dijiste. Tres horas después del mediodía. ¡No me
falles!
- Por el
padre Fauno te aseguro que no te fallaré.
- ¿Está tu padre en casa?
Flora se
volvió con un sobresalto al escuchar la voz. Había permanecido mirando al valle
por donde acababa de desaparecer a la carrera Remo. Sumida en sus ensoñaciones
no había oído acercarse al viejo Quinto, cuyos pasos no producían ruido sobre
la tierra húmeda. Era anciano, no pesaba mucho y caminaba con lentitud. A Flora
le extrañó verlo tan temprano y con tanto frío, aunque se arrebujaba en un
manto de piel de oveja.
- ¿Tanto
lo quieres? A ese muchacho, Remo - dijo Quinto sin responder al ofrecimiento -.
Hace un momento tu cara estaba tan radiante como un día de primavera.
Flora bajó
la vista, avergonzada. No había hablado con nadie de su amor por Remo. ¿Sería
tan evidente?
- Si.
- Es
comprensible - añadió Quinto -. Lo he visto por el valle desde niño, a él y a
su hermano gemelo. Tienen algo especial. Una vez se escaparon del alcance de su
madre y vinieron corriendo hacia el Aventino. Yo estaba recogiendo miel de los
panales de Númitor y levanté un momento la cabeza. Entonces vi un águila
abatirse sobre uno de ellos. De no haber sido por mí, que eché a correr
enseguida para espantar al águila, y por los gritos de su madre, lo habría cogido
con sus garras y habría servido de alimento a sus polluelos. No puedo decir qué
significa, pero tiene un significado. Para lo bueno o para lo malo, los
gemelos, todos los gemelos, están relacionados con los dioses.
- Su
belleza es divina. - dijo la muchacha -. Lo he pensado muchas veces.
Asintió el
viejo Quinto. Luego empezó a caminar hacia la cabaña de Caius y Flora se colocó
al lado suyo.
- Fíjate
en el dios Fauno - dijo el anciano de pronto -. Cuida de nuestros rebaños y los
hace crecer; sin embargo también vuelve locos a quienes se duermen a mediodía
debajo de un ciprés. Ampara a los pastores, mas a veces se divierte enviándoles
horribles pesadillas o los castiga con severidad si han entrado en sus pastos
sin pedirle permiso. ¿No te has preguntado nunca por qué brindamos a los dioses
sacrificios y ofrendas para propiciarlos en favor nuestro?
Negó Flora
moviendo la cabeza. Nunca había pensado en tal cosa, cumplía sus obligaciones
siguiendo la costumbre y las enseñanzas de sus progenitores. Quinto se detuvo
un momento y se miró los pies antes de volverse hacia la muchacha.
- En la naturaleza de las
divinidades se encuentra el bien y el mal. No conviene olvidarlo.
Al regresar a su casa, Caius
encontró a Quinto esperándolo. El anciano había entretenido el tiempo
observando el trabajo de las mujeres y escuchándolas, porque él hablaba poco.
Aceptó un poco de caldo y lo bebió en compañía de Caius, sentados ambos junto
al hogar. Luego, se levantó trabajosamente y se despidió de Flora y su madre
agradeciéndoles sus atenciones. Estaba cansado y quería volver a su cabaña.
Caius se brindó a acompañarlo y a cargar con un saco mediano de grano de
espelta, obsequio de su mujer al viejo pastor.
Cuando
salieron, el cielo se había oscurecido más, el viento, sin ser muy frío,
penetraba a través de las ropas y los laureles del camino se agitaban
inquietos.
- Al
amanecer un cuervo ha volado de oeste a este sobre tu cabaña - dijo Quinto a
Caius, quien caminaba acompasando su paso al del anciano -. Ha completado un
círculo por el aire y ha vuelto a pasar dos veces más. Luego, durante unos
instantes, ha dejado de sonar el río. Son dos presagios y ninguno de ellos
favorable.
Caius no
respondió nada. La visita inesperada de Quinto le había hecho sospechar que
quería hablar con él a solas. Sin embargo, lo inesperado de esas palabras le
hacían mella. ¿Tendrían relación esos presagios con sus propias dudas? Caminó
un rato en silencio. Apretó los dientes.
- Esta
tarde me vengaré del hijo de Fáustulo - dijo al fin.
- No lo
hagas.
- ¿Cómo
quedaría mi honor delante de mis hombres, delante de nuestro propio amo
Númitor, si un rapazuelo mata a cuatro de nuestros pastores y no soy capaz de
vengarlos?
- Él solo
no mató a nuestros compañeros. Participaron otros muchachos e incluso algunos
pastores del Palatino. ¿Por qué te has negado a negociar un arreglo con Fáustulo,
como te aconsejé? Ellos son más fuertes. Te enfrentas a muchos peligros sin
necesidad.
- Tengo
una buena ocasión. Hoy Remo no contará con la ayuda de los suyos, porque han
ido todos a Cenina. En todo caso, estarán sus compañeros de iniciación, pero la
mayoría acaban de empezar hace unos días, carecen de experiencia. No puede
salirme mal.
- Cuando
un hombre quiere perderse, encuentra mil caminos para ello.
- ¡Debo
hacerlo, te lo he dicho!
- Un viejo
inútil como yo no puede impedírtelo. Pero por nuestra antigua amistad y por el
afecto que me unía a tu padre, hazme al menos una promesa.
- Dí cual.
- No le
harás daño al muchacho.
- Eso es
imposible - le cortó Caius.
- ¡Déjame
hablar! Llévalo a Alba Longa, a presencia de nuestro amo Númitor, y explícale
con detalle lo ocurrido - insistió Quinto, sin poder disimular cierto temblor
en la voz -. Debe ser él quien decida cómo afrontar este asunto y quien aplique
a Remo el castigo que considere adecuado. Tu obligación como mayoral y como
buen siervo suyo llega hasta ahí: entregarle a uno de los culpables.
Caminaron
un rato en silencio, hasta que volvió a romperlo el viejo Quinto.
- Para
hacer una torta es preciso mezclar agua y harina. En cambio, el deber y los
sentimientos propios no deben mezclarse jamás, porque no ligan entre sí y el
resultado suele ser un error. Y al error le siguen sus funestas consecuencias.
Caius
mantuvo un hosco mutismo. Cuando llegaron a la puerta de la cabaña de Quinto,
el mayoral de Númitor se descargó del hombro el saco de grano y lo depositó en
el suelo, junto al umbral. Ambos hombres se miraron un instante. Luego Caius
volvió la espalda y se alejó con paso apresurado.
NOTA: Este ha sido el segundo capítulo de la 2ª parte de la historia de Remo y Rómulo. Todas las fotos son mías.
15 comentarios:
Es un capítulo magnífico, me ha encantado.Has descrito espléndidamente, los sentimientos de Flora, por no decir de que forma más magnífica vas creando la historia, que está más interesante que nunca,o por lo menos una de las veces que más interesante está, aunque la verdad siempre está muy interesante.Tú sabes muy bien que yo no soy crítica literaria ni mucho menos,pero te digo lo que opino y siento de todo corazón.El parrafo en que señalas que no se debe mezclar el deber con los sentimientos, no sólo es magnífico sino lleno de sabiduría, y hay tantos otros.En tus escritos hay mucha sabiduría también,como muy bien sabes.Muchas gracias.Un abrazo muy fuerte.
Duro de entenderas el hombre, no quiere escuchar ni los presagios ni la voz que lo aconseja.
Aunque no cuenta con que Remo corre con ventaja por via paterna y de alguna forma va a salir de esta bien librado, mas tarde o mas temprano.
Que ofuscado esta el padre de Flora no quiere avenirse a razones y escuchar los buenos consejos de Quintilo.
Un segundo capítulo que ya se va adentrando en el quid de esta hermosa historia.
Un abrazo Isabel
Como siempre, temblando ante la continuación.
Qué insensatez no hacer caso de los presagios!
Un capítulo precioso en el que es imposible no simpatizar con la pobre Flora.
Buenas noches, madame
Bisous
Siempre nos dejas con ganas de saber más...
Vale, Isabel.
Sabia y poderosa Maestra, los chicos han salido hermosos como los dioses, endiabladamente osados y carismáticos a tope.
Contigo es un lujazo continuo aprender, gracias, querida Isabel.
Una colina de besos
Ahora falta conocer si mi personaje Caius actuará con cabeza o se dejará llevar por sus impulsos más viscerales. Si lo hace será un irreflexivo, como el muchacho al que quiere escarmentar. En todo caso está en una encrucijada terrible de la que su propia hija forma parte.
Un saludo.
Admirable la personalidad de Flora.
Se ciernen malos augurios, las sombras amenazan la vida del hermoso e inconsciente Remo, ni el amor de la dulce Flora parece tener poder en el duro corazón de las voluntades tanto humanas como divinas. Sigues, amiga mía fascinándome con tus letras magistrales, llenas de intensidad y me quedo alerta, nerviosa.
Besito.
Aun sin título y sin presagios, se respira el aire de conspiración. Aguardemos.
Flora, enamorada, y su padre en contra de que se produzca el enlace entre ambos: dura historia es la que se avecina. Es imposible no dejarse conmover por los sentimientos de la pobre muchacha en un amor que parece del todo imposible, a priori. Pero, ¿cuántos amores imposibles no se han vuetlo realidad en la literatura? Esperemos entonces.
Un beso
Debe ser cosa de genero eso de utilizar a relentí las entendederas.
Saludos.
Un relato lleno de suspenso, y tu manejo del recurso logra mantener la tensión desde el comienzo hasta el final del texto. Me ha gustado mucho el capítulo! Vamos por más. Saludos Isabel!
El suspense está servido. Qué hará finalmente Caius no lo sé, pero sí creo que si finalmente decide vengarse, le saldrá mal. La pobre Flora sí que está sufriendo las consecuencias de ambos hombres, el padre y el amado. Y no lo merece, pobrecita! :(
Besos
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