La vestal Claudia cruza el atrio de la Casa de las Vestales para ir a su cuarto. La mañana es ventosa y el agua del estanque, rizada en pequeñas ondas, refleja un cielo sin nubes. Sin perder tiempo, Claudia cambia su túnica por otra limpia y la ciñe con el largo cinturón regalado por su madre en las pasadas fiestas saturnales. Se sienta en su sencilla banqueta y pide a su esclava que le rehaga las ocho trenzas que componen el anticuado peinado de las vestales y que se ha desordenado durante la larga y angustiosa noche. Se coloca sobre los hombros un manto fino y, por último, el velo con el que se cubre la cabeza. Todas esas operaciones son maquinales, una forma de sentirse segura y mantenerse serena. Junto a la puerta la esperan las demás vestales y salen juntas a la calle, donde les aguarda un carro.
El foro está, como siempre, lleno de público, y también la vía que conduce a Ostia. Claudia no habla. Tiene el cuerpo revuelto y el traqueteo del camino le produce angustia. Puede morir. De hecho, la multitud la ha observado salir de Roma en silencio y la ha mirado inquisitivamente, como si quisiera descubrir en su rostro indicios de culpabilidad. Trata de dominarse pensando en la diosa Cibeles cuya imagen está en el barco encallado en medio del río, quizá a punto de hundirse. Ella no tiene la culpa de esa desgracia, porque es inocente. Pero si el barco se hunde, si la diosa es engullida por el fango, nadie la librará a ella de ser engullida a su vez por la tierra. La sacuden intensos temblores.
Cuando llegan a Ostia, pide a la Vestal Máxima ir directamente al puerto. No sabe con exactitud por qué ha venido aquí, sólo que ha sentido un impulso muy fuerte, casi irresistible, de salir al encuentro de la madre Cibeles. Ambas están en peligro. Sólo que la diosa es poderosa e inmortal y ella no es más que una simple mujer asustada. Bajan del carro al llegar a la orilla. El barco está escorado, con el agua peligrosamente a punto de asaltar la cubierta y varias chalupas dan vueltas a su alrededor, sin osar acercarse. La nave se va a hundir. La arena del fondo cede de repente, y el flanco se hunde un palmo más. Claudia da un grito. Se deja caer al suelo y toca la tierra con la frente. Sus compañeras se agachan a ayudarla, pero ella las rechaza con un gesto de la mano y se levanta sola, muy despacio. Está transformada. Pide que ordenen acercarse a la orilla a una de las chalupas. Por primera vez en varios días, su rostro revela serenidad y determinación. Ahora ya sabe lo que quiere hacer.
El foro está, como siempre, lleno de público, y también la vía que conduce a Ostia. Claudia no habla. Tiene el cuerpo revuelto y el traqueteo del camino le produce angustia. Puede morir. De hecho, la multitud la ha observado salir de Roma en silencio y la ha mirado inquisitivamente, como si quisiera descubrir en su rostro indicios de culpabilidad. Trata de dominarse pensando en la diosa Cibeles cuya imagen está en el barco encallado en medio del río, quizá a punto de hundirse. Ella no tiene la culpa de esa desgracia, porque es inocente. Pero si el barco se hunde, si la diosa es engullida por el fango, nadie la librará a ella de ser engullida a su vez por la tierra. La sacuden intensos temblores.
Cuando llegan a Ostia, pide a la Vestal Máxima ir directamente al puerto. No sabe con exactitud por qué ha venido aquí, sólo que ha sentido un impulso muy fuerte, casi irresistible, de salir al encuentro de la madre Cibeles. Ambas están en peligro. Sólo que la diosa es poderosa e inmortal y ella no es más que una simple mujer asustada. Bajan del carro al llegar a la orilla. El barco está escorado, con el agua peligrosamente a punto de asaltar la cubierta y varias chalupas dan vueltas a su alrededor, sin osar acercarse. La nave se va a hundir. La arena del fondo cede de repente, y el flanco se hunde un palmo más. Claudia da un grito. Se deja caer al suelo y toca la tierra con la frente. Sus compañeras se agachan a ayudarla, pero ella las rechaza con un gesto de la mano y se levanta sola, muy despacio. Está transformada. Pide que ordenen acercarse a la orilla a una de las chalupas. Por primera vez en varios días, su rostro revela serenidad y determinación. Ahora ya sabe lo que quiere hacer.
* Fotografía del atrio de la Casa de las Vestales. Al fondo, tres puertas de las habitaciones de las vestales.
* Fotografía de una pintura mural romana.