- ¿Por qué has decidido esculpir a la diosa sentada? – pregunta Anna, la hermana de la reina Dido, a Demetrius Peder. Desde hace rato está en el taller del escultor observándolo manejar el escoplo y el martillo, y no cesa de hacerle preguntas ni de dar vueltas a su alrededor. Anna tiene el espíritu tan inquieto como las piernas y una risa cristalina que resuena por Cartago a cada momento. Para ella, la decoración del templo de la diosa Juno es una novedad emocionante.
- ¡Alguien debe estar sentado en esta ciudad! – responde con ironía el escultor, lanzándole una mirada de reojo. Sin embargo, la hermana de la reina no se da por aludida y sigue mirándolo a la espera de una contestación. Hay alegría y curiosidad en sus ojos, de color marrón claro, y una sonrisa que nunca se le borra de los labios. Demetrius la ha observado a veces sacudir la cabeza, como si acabara de convencerse a sí misma de algo y se diera la aprobación. Y con ese gesto sus cabellos castaños, sueltos y ondulados, saltan por encima de los hombros con la gracia de una oleada. Si en lugar de la diosa Juno hubiera de esculpir a una Diana, Anna sería la modelo perfecta.
- Si ha de proteger esta ciudad durante siglos – responde por fin el escultor – más vale que la madre Juno esté cómoda y descansada. ¿No crees?
- ¡Alguien debe estar sentado en esta ciudad! – responde con ironía el escultor, lanzándole una mirada de reojo. Sin embargo, la hermana de la reina no se da por aludida y sigue mirándolo a la espera de una contestación. Hay alegría y curiosidad en sus ojos, de color marrón claro, y una sonrisa que nunca se le borra de los labios. Demetrius la ha observado a veces sacudir la cabeza, como si acabara de convencerse a sí misma de algo y se diera la aprobación. Y con ese gesto sus cabellos castaños, sueltos y ondulados, saltan por encima de los hombros con la gracia de una oleada. Si en lugar de la diosa Juno hubiera de esculpir a una Diana, Anna sería la modelo perfecta.
- Si ha de proteger esta ciudad durante siglos – responde por fin el escultor – más vale que la madre Juno esté cómoda y descansada. ¿No crees?
Lejos de ofenderse por esta respuesta apropiada para una niña pequeña, Anna se ríe. Le cae bien el escultor y le hace gracia verle los ojillos azules en medio de la cara cubierta de polvo blanco, como si moliera trigo o, visto de lejos, como si acabara de llevarse un susto. Se despide de él y sale a la puerta, donde la espera Nismacil, su acompañante y protectora.
- Hoy estoy decidida a conseguir que Cárminis me muestre sus pinturas – le dice a Nismacil mientras se dirigen al templo –. Mi hermana las ha visto ya y yo me muero de ganas. ¡Has de ayudarme a convencerla!
- No pienso entrar, te lo he dicho muchas veces – responde Nismacil – De modo que no insistas. Aquí afuera te espero.
- No pienso entrar, te lo he dicho muchas veces – responde Nismacil – De modo que no insistas. Aquí afuera te espero.
- No conozco a nadie con tanta resistencia como tú a acercarse a la diosa Juno. ¡Cualquiera diría que la temes!
- En mi lugar, tú también la temerías – responde Nismacil y, de pronto, instintivamente, sin pensarlo, señala a Anna con el dedo y añade – No estés segura de hallarte a salvo de sus maquinaciones.
Por un instante, Anna se siente sobrecogida por su gesto y la rotundidad de sus palabras. Sin embargo, recobra pronto la compostura y entra en el templo. Nada más traspasar el umbral, la inunda el olor de las pinturas fluyendo a través de la oscuridad. Se detiene durante unos instantes esperando a que sus ojos se acostumbren a la penumbra. Allá, al fondo, brilla una antorcha sujeta al muro. Se acerca en silencio hacia la luz. Cárminis está trabajando en la pared de la izquierda, y en este preciso momento se halla de espaldas a la puerta, inclinada sobre la mesa donde prepara y mezcla las pinturas. Anna se detiene a contemplar un tramo de pared pintado.
Por un instante, Anna se siente sobrecogida por su gesto y la rotundidad de sus palabras. Sin embargo, recobra pronto la compostura y entra en el templo. Nada más traspasar el umbral, la inunda el olor de las pinturas fluyendo a través de la oscuridad. Se detiene durante unos instantes esperando a que sus ojos se acostumbren a la penumbra. Allá, al fondo, brilla una antorcha sujeta al muro. Se acerca en silencio hacia la luz. Cárminis está trabajando en la pared de la izquierda, y en este preciso momento se halla de espaldas a la puerta, inclinada sobre la mesa donde prepara y mezcla las pinturas. Anna se detiene a contemplar un tramo de pared pintado.
Ante sus ojos se extiende un campo de batalla. En un extremo se ven las murallas y torreones de una ciudad y, en la punta contraria, una playa con muchas naves varadas en la arena. Cerca de ellas, casi a su sombra, se levantan tiendas de cuero oscuro. No se ve a nadie en el campamento. Todo el mundo ha acudido a la zona central, donde se está librando una batalla. Varios carros se dirigen hacia la muralla y algunos hombres al pie de los muros los apuntan con sus lanzas y esperan a que sus propios carros frenen al enemigo . Dos caballos se alzan de manos espantados, uno de ellos con el pecho atravesado por una lanza y los ojos exorbitados. El guerrero que ha arrojado la lanza está tan cerca, que los caballos van a aplastarlo. El auriga del carro ha perdido las riendas, está a punto de caer y será arrollado por los caballos que galopan detrás. El conductor de este segundo carro trata de esquivarlo y hace virar el suyo de tal modo que inevitablemente atropellará por la espalda a unos arqueros mientras lanzan sus flechas con una rodilla en tierra.
Ajenos a las maniobras de los carros, un grupo de guerreros combate cuerpo a cuerpo. Los rostros contraídos por el esfuerzo, los músculos tensos. Algunos yacen en el suelo y son rematados por sus enemigos. Se oye el fragor de la batalla, el ruido afilado de las espadas al chocar contra los escudos y los cascos, los gritos de ánimo y de agonía, los insultos con que se provoca a los enemigos buscando que la ira los ciegue y pierdan el control.
Anna está fascinada. Cuando Cárminis, con un sobresalto, se percata de su presencia, se brinda a explicarle ese y otros paneles terminados. Muy cerca de la hornacina donde se alojará la estatua de Juno, hay una escena dramática. La ciudad de Troya arde en llamas, avivadas aún más por los reflejos rojizos que arroja la tea encendida. Un hombre ha logrado escapar y lleva sobre sus espaldas a un anciano. A Anna le encoge el corazón ese pobre viejo.
- ¿Quiénes son los que escapan? ¿Y a dónde van?
- Son Eneas y su padre Anquises. El niño a su lado es Ascanio. Donde vayan, Juno los perseguirá. Desdichado quien se lo encuentre por el camino, porque la ira de la diosa es como la lanza que atraviesa a aquel caballo: no contenta con herir al animal, daña a cuantos lo rodean.
* Detalle de escultura femenina. Museos Capitolinos. Roma.
**Detalle de relieve con figura femenina. Museos Capitolinos. Roma.
***Columnas del templo de Venus y Roma. Roma.
****Detalle de pintura mural con una batalla. Museos Capitolinos. Roma.
*****Detalle de pintura mural con el incendio de Troya y la huida de Eneas. Estancias de Rafael. Museos Vaticanos. Roma.
******Detalle de cornisa en la iglesia San Luis de los Franceses. Roma.
amor
mujer
mujeres
relatos
historia
fotos