¿Diez años han pasado ya? ¡Diez años…! Y aún me parece que en cualquier momento Marcelo va a asomarse por esa puerta y preguntar por su madre. ¡Qué lástima…! No es justo que la muerte se lleve a los jóvenes cuando abundan las viejas como yo… Claro que a veces las Parcas reciben ayuda. ¡Ay, qué digo! Quieran los dioses sellar mis labios y no permitir que de ellos salgan palabras imprudentes. ¡Buena se armaría si alguien me oyese…! Ya tuvimos bastante drama cuando el pobre Marcelo murió. Y no digo ya por su muerte que, claro está, nos dolió tanto, sino por el empecinamiento de mi señora Octavia en acusar a su cuñada Livia de haberlo envenenado. Bueno, la misma Livia no, su médico, pero sin duda instigado por ella. Y es comprensible la locura de Octavia, porque ¿qué madre no se hubiera desesperado y gritado y rasgado las vestiduras si su hijo de diecinueve años, más fuerte que un roble y bello como el mismo sol se le hubiera muerto de la noche a la mañana? Un joven tan brillante... Aún se recuerda en Roma los magníficos juegos que había celebrado aquel mismo año, por todo lo alto, sin preocuparse de cuánto dinero se gastaba… Daba gusto verlos a él y a su esposa Julia, hacían muy buena pareja, tan jóvenes, tan guapos ambos, siempre alegres. Me pregunto cómo habrían sido sus hijos si les hubiera dado tiempo a concebirlos… Guapos, muy guapos. Y muy afortunados, porque no hay en todo el imperio una familia que ocupe un lugar más alto ni con mayor poder. Así que ¡diez años ya..! Y mi pobre señora Octavia que no se recupera del disgusto. No le consuelan los nietos ni la apartan de su pena las demás alegrías y pesares, que de todo ha habido en estos años. Y no sé si ha sido buena idea que su hermano Augusto haya decidido dedicar el teatro a la memoria de Marcelo, no sé… Me huelo que lo ha hecho para resarcir a Octavia, para hacerle abandonar la idea de que hubiera sido Livia la culpable de la muerte de Marcelo. ¡Como si eso fuera posible…! Como si mi ama no tuviera a Livia atragantada, como si nadie supiera que la ambición de esa mujer no tiene límites, como si alguien ignorase que Livia aborrecía a Marcelo tanto como aborrece a su hijastra Julia.
Todo el mundo dice que Augusto es el amo de Roma. Y yo, que no soy más que una esclava ignorante, me digo muchas veces que sí, que Augusto será el amo de Roma y de todo lo que quieran, pero tiene una harpía por mujer y aún no se ha enterado… Mi ama sí, mi ama sabe que Livia es su enemiga. Y aunque esta tarde su querido hermano Augusto vaya a celebrar una gran ceremonia y dedicar el teatro de piedra a la memoria de Marcelo, su corazón de madre está destrozado y no se recompondrá. Perder un hijo a manos de alguien de la propia familia... No hay teatro, ni piedra, ni ciudad, ni palabras, ni homenajes que curen una herida así.
NOTA: El 4 de mayo del año 13 a.C. Augusto dedicó un magnífico teatro a la memoria de su sobrino y yerno Marcelo. La construcción del teatro la había iniciado Julio César y continuado Augusto, siendo inaugurado en el año 17 a.C. Ignoro los motivos por los que años después lo dedicó a la memoria de Marcelo, aunque puedo suponer que lo haría para conmemorar los 10 años de la muerte del joven, ocurrida en el 23 a.C. Augusto y su hermana Octavia estaban muy unidos y habían casado entre sí a sus respectivos hijos, Julia y Marcelo. Augusto había decidido convertir a Marcelo en su sucesor, algo que se truncó con la muerte prematura del joven. Octavia siempre creyó que Livia, la segunda esposa de Augusto, había mandado envenenar a Marcelo para despejar el camino a sus propios hijos, habidos en un matrimonio anterior. Desde luego, con crímenes o sin ellos, Livia consiguió su objetivo: su hijo Tiberio fue el emperador que sucedió en el trono a Augusto.
El teatro Marcelo tenía capacidad para unos 15.000 espectadores. *Vista del Teatro Marcelo. Roma.
**Detalle de cabeza masculina. Museos Capitolinos. Roma.
***Detalle de retrato de Livia. Museo Arqueológico Nacional. Madrid.
****Detalle de trozos decorativos caidos junto al Teatro Marcelo. Roma.
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