- Madre, ¿La
ha conseguido? Me refiero a la moneda que debemos ponerle en la boca a padre
para que su espíritu pague el pasaje al barquero Caronte.
- Aquí está
hija – la escuálida anciana le mostraba la mano abierta con la triste moneda en la palma -.
He vendido su escudilla, sus sandalias e incluso su yacija, para conseguirla. Colócasela
tú, hija, sobre la lengua.
Mientras la
hija cumplía tan piadoso deber, uno de sus vecinos pasó por delante de la
puerta de su mísero hogar. Saludó a las mujeres y se marchó murmurando:
- Que me
perdonen los dioses si los ofendo, pero ¿en qué mundo vivimos? Ni en el reino de los muertos pueden entrar
los miserables sin pagar antes.
NOTA: Para los griegos y romanos
los muertos debían pasar el infernal río Aqueronte para entrar en el reino de
los muertos. Quien se encargaba de trasportar a las sombras o espíritus de los
muertos era un barquero, llamado Caronte, que exigía el pago de una moneda para
permitirles subir a su barca. Los que quedaban insepultos o no tenían la moneda
en la boca para pagarle el pasaje, vagaban durante cien años en las orillas del
río hasta que les permitían pasar. Nadie ponía en cuestión esta creencia. Me he
permitido la licencia de poner en boca de un personaje esa reflexión no al hilo
de lo que pensaban los antiguos, sino de lo que podemos pensar hoy, cuando
vemos tanta pobreza y tan cerca de nosotros.
*Fotografía tomada de internet. Es el barquero Caronte transportando las sombras.