El poeta Ovidio se tiende sobre el lecho para descansar a la hora de la siesta un caluroso día de verano. Y esto es lo que ocurre cuando hasta su cuarto llega su amada:
“He aquí que llega Corina, vestida con una túnica sin ceñir, su cabellera peinada en dos mitades cubriéndole el blanco cuello (…)
Le arranqué la túnica, aunque por lo fina que era apenas suponía estorbo; ella sin embargo luchaba por taparse con la túnica; y luchando como si no quisiera vencer, fue vencida, mas sin dolerse de su rendición. Cuando quedó erguida sin vestiduras frente a mis ojos, en ninguna parte de todo su cuerpo encontré defecto alguno; ¡qué hombros!, ¡qué brazos tan hermosos vi y toqué!, ¡cuán a propósito era la forma de sus senos para apretarlos!, ¡qué liso su vientre bajo el terso pecho!, ¡qué anchas y estupendas sus caderas!, ¡qué juvenil su muslo!
¿Para qué contarlo todo minuciosamente?: nada vi que no fuera digno de elogio, y desnuda la estreché contra mi cuerpo. ¿Quién no adivina lo demás? Fatigados luego, estuvimos descansando los dos.
¡Ojalá tenga yo muchos mediodías como éste!”
OVIDIO.- "Amores"
Traducción de Vicente Cristóbal López
NOTA :En Kala Editorial está colgado mi relato “La decisión de la reina”. Quienes no lo hayan leído y les apetezca conocerlo, pueden leerlo aquí y, si les gusta, otorgarle su voto. El botón para votar está en la parte superior de la página, antes de que empieze el texto.
* Figura femenina, quizá retrato de Cleopatra. Museos Capitolinos. Roma.
Oh Nonio, tú que eras la luz de la mañana y la alegría en la tormenta, yaces ahora aquí, reducido a cenizas, después de haber regalado al mundo XX años, VII meses y XII días de vida gozosa. Fuiste favorito del público y digno de perpetua memoria pues, siendo actor, no dejaste de ser íntegro y valiente, capaz de decir la verdad cuando muchos ciudadanos guardaban vergonzoso silencio. Y lo demostraste el día en que, mientras te hallabas en escena recitando un poema sobre la perversidad de los tiranos, el dictador Sila te interrumpió a gritos ordenándote callar y tú, hombre digno entre los dignos, te negaste a obedecerle. Y ello aún sabiendo que sus esbirros te esperarían emboscados en un callejón.
Tu esposa Ancilia, con el corazón lleno de orgullo y dolor, te dedica esta lápida.
NOTA 1: La historia, como el epitafio, son inventados. Sila fue dictador en los años 82-81 a.C. tras duras guerras civiles. Sembró el terror en Roma y entre sus medidas estuvo el derogar el derecho de los pobres a adquirir trigo a precio reducido. Los actores, mimos y cuantos trabajaban sobre un escenario, al igual que los gladiadores, aun cuando se convirtieran en ídolos de las masas, eran despreciados y considerados lo más bajo de la escala social.
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*Detalle de relieve representando a unos actores. Restos del Teatro de Pompeyo en el sótano del restaurante Da Pancrazio junto a la plaza Campo di Fiori. Roma.
- ¡Si sigues portándote así de mal, te cambiaré por un perro! – me amenaza mi dueña agitando su dedo índice delante de mis bigotes. Me apetece atusármelos con la lengua, pero me reprimo. Es mucho mejor poner ojitos tristes y mirarla fijamente, sin mover un solo músculo.
- ¡No debes volver a hacerlo nunca más! – A esta orden respondo con un parpadeo y un débil maullido. Saco la lengua y me limpio la sangre de la pata. Si hubiera sitio entre tanta gente, me haría un ovillo a sus pies para darle entender que, por mi parte, está olvidado todo y no le guardo rencor.
- Y a mí, ¿quién me paga? – exclama una voz desagradable. Y, como si me hubieran encerrado dentro de una olla y alguien levantara de improviso la tapadera, vuelve de repente el ruido del mercado. Esclavos pregonando a gritos la mercancía: ¡tengo los mejores corderos, los más blancos, cerdas preñadas para los sacrificios…! Mugen los bueyes y hacen temblar el suelo al recular y apartarse obedeciendo a los golpes de la vara. Las ovejas, miedosas, corren de un lado a otro levantando nubes de polvo. Hay cacareos, batir de alas cuando una mano penetra en una jaula y saca un gallo o una gallina y le ata las patas antes de entregarla cabeza abajo al comprador. Pequeñas cajas de junco se amontonan en equilibrio y se balancean con el revoloteo de plumas y el piar de jilgueros, canarios, codornices, gorriones. Se me hace la boca agua.
- ¡Quieta! – grita otra vez mi ama mientras termina de pagar y se guarda apresuradamente la bolsa de las monedas. Sin la menor consideración me agarra por el pescuezo y me levanta hasta que nuestros ojos quedan a la misma altura. – Por tu culpa, he malgastado el dinero. Hoy debería dejarte sin comer, por traviesa.
Me aplasta contra sus diminutos senos y, sin hacer caso a mis maullidos, echa a andar alejándome del mercado de mis delicias. ¡Y yo que acababa de perdonarle que me hubiera arrancado la comida de la boca!
Me duele mucho esta injusticia. ¡Tanto jaleo por haberle hincado el diente a una paloma!
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NOTA 1: Los gatos eran animales muy apreciados en la antigua Roma por sus dotes de cazadores de ratones, pero no se les consideraba un animal de compañía. Como en toda regla, hubo excepciones. Espero que esta gata y su joven ama constituyan una de ellas y nos acompañen de vez en cuando por Roma.
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* Gata en el escaparate de una tienda de objetos usados en el Trastévere. Roma.
Tu amor no me importa, Febe. Te veo coquetear con ese presumido de Fíbulo junto al ninfeo de Egeria y me doy cuenta de que tus andares son horribles y tus pies enormes. ¡Quieran los dioses que ahora mismo te tropieces y te caigas de cabeza dentro del estanque dejando tu culo fuera! Me sentiré muy a gusto viendo como Fíbulo y toda Roma se carcajean de ti.
* Ninfeo de Egeria, en el valle della Caffarella, entre la vía Appia y la vía Latina. Roma. ** Agua en una fuente romana.
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Afligíos, oh Venus y Cupidos
y todo el que venere la belleza:
que ha muerto el pajarillo de mi niña;
pajarillo, delicia de mi niña,
a quien más que a sus ojos ella amaba,
pues era como miel, la conocía
tanto como a su madre una muchacha,
y no se separaba de sus faldas,
que saltando de un lado para otro
píaba sin cesar sólo a su dueña.
Ahora sigue el camino de las sombras,
allá de donde, dicen, nadie vuelve.
Mas malditas seáis, malas tinieblas
del Orco que lo bello devoráis:
tan bello pajarillo me robasteis.
Mi pobre pajarillo, ¡qué desdicha!,
por ti ahora los ojos de mi niña
están rojos e hinchados de llorar.
CATULO.- Poemas.
Traducción de Juan Manuel Rodríguez Tobal
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*Gorrión comiendo sobre la mesa de isabel romana. Roma. *Detalle de decoración de un sepulcro. Cementerio protestante. Roma.
poemas, muerte, poetas
Como cada mañana, antes de que la ciudad de Roma se levante, una batahola de quejidos y maldiciones la despierta. El cuerpo entumecido, las piernas y las manos heladas, un hueco en el estómago. Tendido a su lado sobre las losas frías, su padre se estremece sacudido por la tos. Otros mendigos ya rebullen. Los más madrugadores se levantan de entre la masa informe de cuerpos encogidos y saltan por encima de ellos pisando una pierna, o un brazo, sordos a las protestas y los gritos. También ella se apresura a ponerse en pie.
- Padre – dice sacudiéndolo en el hombro – me voy ya. No se entretenga, que hoy es día de mercado y vendrá mucha gente. Luego lo busco en el templo de Apolo.
Se aleja deprisa del Circo Máximo, cuyos arcos dan cobijo durante la noche a muchos miserables. Debe apresurarse, pues ya está amaneciendo y pronto la multitud ocupará las calles y le será más difícil avanzar. A esta hora tan temprana casi nadie se atreve a salir, porque apenas hay luz. Pero ella conoce el camino mejor que la palma de su mano diminuta. Y quiere llegar al basurero del Esquilino antes que los carros empiecen a arrojar los desperdicios de los banquetes de anoche. Con suerte, podrá hurgar en las carretas y evitarse el tener que andar luego revolviendo la inmundicia entre cadáveres de animales y de esclavos.
Hoy le sonríe la fortuna. A un carro se le ha roto una rueda y ha caído mucha basura al suelo: hay hojas de col en abundancia, nabos cocidos, huesos que aún tienen mucha carne. Se ve que en esa mansión no tienen perros. Y el conductor está tan enfurecido que no le presta atención. Extiende en el suelo un trozo de tela vieja y acumula en él todo su botín. Baja hacia el mercado comiendo a dos carrillos y saltando.
- ¡Compadeceos de mí, ciudadanos! – está diciendo su padre a un grupo de caballeros, apartándose los harapos del pecho –. Mirad esta cicatriz, aquí. ¿La veis? Esta herida me la hicieron mientras luchaba contra el rey Mitrídates. Tuvieron que quitarme dos costillas.
Los caballeros continúan andando, sin escucharlo. Pero él se levanta del suelo y agarra a uno por la toga.
- ¡Mira esta señal en el hombro! Fue una flecha. Y tres años más tarde me tuvieron que amputar la pierna. ¡He gastado lo mejor de mi vida luchando por Roma y ahora no puedo ni alimentar a mi hija…!
El caballero lo rechaza con un gesto y uno de sus esclavos lo tira al suelo de un empujón. La niña corre a su lado y lo ayuda a incorporarse.
- Padre – le dice acariciándole la cara –. Traigo comida.
A la sombra de las columnas del templo de Apolo, sobre las losas de mármol que pavimentan el suelo, la niña abre su hatillo. Y, con una sonrisa de triunfo, extiende ante su padre los deshechos de los ricos con los que hoy se darán un festín.
MARCIAL. “Epigramas”.
Traducción de Ernesto Cardenal.
NOTA 1: Como veis, querido amigos, las cosas siguen más o menos igual. El problema de las deudas estuvo muy presente en la vida de los romanos, que solían gastar por encima de sus pobilidades. Un hombre que no pagaba sus deudas podía incluso ser vendido como esclavo para resarcir a su acreedor. Aunque estaba prohibida la usura, se practicaba con harta frecuencia.
NOTA 2 :Queridos amigos, os comunico que en Kala Editorial han colgado mi relato “La decisión de la reina”. Podéis leerla aquí y, si os gusta, otorgarle vuestro voto.
* Relieve con figuras masculinas. Arco de Septimio Severo. Foro romano. Roma.
Esta tarde, en el circo, mientras soltaban a un león en la arena, he oido tu voz a mis espaldas. Tus palabras fluían con la dulzura de una flauta, susurrabas que jamás habías amado tanto a una mujer, ni tan ardientemente. El corazón me ha brincado en el pecho. Pero al girar el rostro para responderte, he descubierto que no era a mí a quien hablabas, sino a Plautilla. He vuelto los ojos a la arena justo en el momento en que una hermosa yegua caía bajo la dentellada del león.
* Escultura de un león atacando a un caballo. Jardines del palacio Caffarelli. Museos Capitolinos. Roma.
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Así he tenido el privilegio de ver el Foro Romano, al atardecer, desde el Tabularium:
“El Tabulario fue erigido por Q. Lutacio Catulo en el año 78 a.C. Aquí se conservaban las tablas en bronce de las leyes y de los decretos (…)
Desde el Tabulario se disfruta de una vista gloriosa del lugar más célebre y clásico de la Roma antigua: templos estupendos, arcos de triunfo, monumentos de todo género surgían aquí. Contemplando las ruinas desde esta altura, el visitante queda extasiado ante tantas maravillas. Nos parece ver al pueblo, a los sacerdotes que suben por las gradas de los templos gigantescos, los hombres de negocios que se acercan apresuradamente a los bancos de los cambistas; ociosos que discurren lentamente comentando las novedades del día. Mil pensamientos se agolpan en nuestra mente, evocando los más importantes acontecimientos de la vida política y popular."
E. VENTURINI.- “La ciudad eterna. Guía – album – recuerdo de una breve visita a Roma”.
NOTA: Queridos amigos, ya estoy de regreso. Os comunico que en Kala Editorial han colgado mi relato “La decisión de la reina”. Podéis leerla aquí y, si os gusta, otorgarle vuestro voto.
* Foro romano visto al atardecer desde el Tabularium. Museos Capitolinos. Roma. ** Detalle de relieve en el Cementerio no católico (o cementerio protestante). Roma.