viernes, septiembre 22, 2006

HACIA LA CIUDAD ETERNA

Atraída por la leyenda de una loba que amamantó a unos gemelos



Isabel Romana se ha calzado sus sandalias para ir a Roma.


Ciudad a la que dicen que llevan todos los caminos



En ella espera sumergirse en la vorágine del Foro


Y retornar a Hispania con nuevas ideas.


Quieran los dioses que no la abandonéis en su ausencia.

martes, septiembre 19, 2006

LA INTRÉPIDA FAUSTINA (y V).- Se aquietan las aguas



A los oidos de las matronas, las últimas palabras del Cónsul han sonado como un desafío. Las risas de los hombres las hubieran herido en otras circunstancias, pero no en ésta. Son conscientes de estar jugándose mucho, y no les importa tanto el ridículo, que juzgan pasajero, como el riesgo de ver modificada su posición en la sociedad. Esa es la razón que las ha llevado al foro, de modo que resistirán sin agachar la cabeza.

El Cónsul está tan satisfecho como un gato que acaba de comerse a un ratón, así que cede de nuevo la palabra a Faustina, que la ha solicitado con un gesto y no ha borrado de su rostro una sonrisa humilde.

- No estoy segura de que nos hayas comprendido, Cónsul – dice – Nosotras no pretendemos casarnos con dos maridos. Nos hemos limitado a señalar que esa eventualidad sería más favorable para Roma que la contraria, esto es, que un hombre se casara con dos mujeres.

- Te he comprendido perfectamente – le responde – Y mantengo mi determinación de proponer al Senado que tengáis dos maridos.

- Tu solicitud y diligencia nos honran, Cónsul. Sin embargo, hace un momento tú mismo, mientras glosabas con tanta agudeza las ventajas de nuestra propuesta, has dejado al descubierto su punto débil. Las mujeres, poco versadas en los asuntos públicos, no habíamos reparado en él y ahora, al presentárnoslo de manera tan nítida, nos haces vacilar.

Desde que Faustina ha empezado a hablar, la multitud que llena el foro guarda de nuevo silencio. Las mujeres tienen el corazón pendiente de un hilo y los hombres, una vez desahogada la hilaridad, están interesados en saber qué propondrá. Ciertamente, a ellos no se les ocurre qué podrían decir de estar en su lugar.

- Hasta el momento, las armas romanas han triunfado muchas veces. Han ganado el respeto y la admiración de nuestros enemigos y de nuestros amigos. La sola mención de Roma ha sido capaz de detener a un ejército que se aprestaba a atacar a un pueblo aliado nuestro. Somos, al mismo tiempo, apreciados y temidos. Ese es un mérito de muchas generaciones de romanos, y también vuestro, ya que seguís acrecentando la gloria de vuestros antepasados. Y es, en este punto, donde vacilo. ¿No correríamos el riesgo de que vuestra dignidad quedara en entredicho? Dos hombres para mantener a raya a una matrona no habla en favor de las mujeres, pero tampoco en el vuestro. Puede dar lugar a que en los campamentos de los enemigos se produzca la misma jocosidad que se ha desatado aquí mismo, entre vosotros – el silencio del foro es tan grande, que se puede oír el aleteo de los pájaros que surcan el cielo – Un ejército risible corre el riesgo innegable de ser derrotado. Y unos embajadores que susciten risas a sus espaldas mal pueden realizar su cometido.

- Nadie se reirá si lo establecemos a través de las leyes – responde el Cónsul con semblante serio.

- No hay ley que restablezca una dignidad dañada, como bien sabes. Si perdemos el respeto del mundo ¿quién lo recuperará? Estamos, pues, ante una difícil disyuntiva. El matrimonio de un hombre con dos mujeres, además de encontrar una rotunda oposición por parte de las matronas, duplicará los problemas que aseguráis tener para controlarlas. El de una mujer con dos hombres, nos coloca en una posición de debilidad.

- ¡Cuánto mejor sería para todos que no mostráramos nuestras debilidades a los enemigos! – dice el Cónsul.

- Eso mismo pensamos las matronas. Si hasta ahora el contrato de matrimonio ha funcionado bastante bien ¿qué necesidad habría de cambiarlo?

- Ninguna, os lo aseguro – dice el Cónsul. Pasea su mirada sobre los cientos de cabezas que cubren el foro y ve que todo el mundo está pendiente de sus palabras.


- Ciudadanos, matronas de Roma: dejemos el asunto del matrimonio como está. Cada cual que se conforme con lo que tiene en casa… - y concluyendo con estas palabras, las puertas de la curia se abren y el Cónsul, seguido de los senadores, penetra en el edificio.

Las matronas estallan en gritos de alegría. Están encantadas. Han pasado un mal rato, desde luego, pero merecía la pena arriesgarse. Entre ellas se cruzan abrazos, risas y sonrisas, suspiros de alivio. Faustina es agasajada por quienes la rodean y recibe toda clase de felicitaciones por su ingenio y su temple. Ha demostrado, una vez más, que las matronas romanas son dignas del mayor respeto y consideración.

En el interior de la curia el Cónsul, apenas han traspasado el umbral la mayor parte de los senadores, se gira hacia ellos y suelta una sonora carcajada.

-¿Alguien puede decirme qué pasa? Cayo Papirio, debes tener alguna explicación – dice acercándose al aludido y poniéndole una mano sobre el hombro - ¿Acaso no cumples con tus deberes conyugales? ¿Se ha vuelto loca tu mujer? En toda mi vida no había escuchado un despropósito semejante. Y lo que es más divertido: ¡hablaban completamente en serio! De haber vivido el pobre Catón, se habría muerto aquí mismo.

La hilaridad y el buen humor del Cónsul se contagia a los demás senadores. La tensión que han soportado ha sido tremenda: ver a sus propias esposas entre la multitud de mujeres no ha sido un plato de gusto. Ninguno tenía idea de lo que preparaban y, por otra parte, no logran comprender su extravagancia.¿De dónde se habrán sacado esa historia de cambiar la ley de los matrimonios?

El color de la cara de Tito Papirio, que no se ha separado del lado de su padre, varía del blanco absoluto al rojo como la grana. Tiene el estómago revuelto y las piernas flojas. Al fin, saca un hilo de voz.

- La culpa es mía – dice. Y ha de volverlo a repetir, porque no le habían escuchado.

- ¿Has revolucionado tú solo a todas las mujeres? – pregunta el Cónsul cuando por fin lo oye. Y siguiendo con su tono de broma, exclama – Senadores, prestad atención, porque aquí tenemos a un futuro agitador de masas. Explícate, joven Papirio.

- Mi madre me preguntó sobre lo que se había tratado en la última reunión del Senado. Y como insistía en saberlo y no me dejaba en paz, para salir del paso se me ocurrió decirle que discutíais una ley para que los hombres se casaran con dos mujeres. No podía imaginarme…

Lo que dice a continuación ya no puede oírse. Muchos senadores estaban disgustados por la actitud de las mujeres pero, ahora, lo encuentran sumamente gracioso. Han asumido que la participación de sus esposas queda diluida entre tantas matronas y no tendrá mayores consecuencias. Además, había que reconocerles mucho valor…


- Senadores – dice el Cónsul – esto es lo más interesante que ha pasado durante mi consulado. Hemos de agradecer a Tito Papirio dos cosas: que tuviera el ingenio suficiente para eludir las preguntas de su madre y con ello guardar el silencio exigido en el Senado, y que nos haya dado la oportunidad de comprobar que las matronas siguen estando en plena forma combativa. Más vale saberlo ahora, que no tenemos problemas…

- Quiero hacer una propuesta: que, vistos los riesgos, desde esta fecha no se permita asistir a nuestras sesiones a los jóvenes. Es una lástima que no puedan aprender junto a sus padres, pero todos comprenderéis la necesidad de esta medida. Y propongo, también, que de ella se excluya a Tito Papirio, pues ha demostrado con creces su capacidad para cumplir con su deber como un adulto. En cuanto a lo ocurrido esta mañana… Ya veis que corremos más peligros con las mujeres que con los galos y los cartagineses juntos. Senadores, os exhorto a que lo olvidemos. Es lo que dicta la prudencia. Dejemos que nuestras matronas disfruten una temporada de su triunfo… quizá así consigamos mantenerlas alejadas del foro unos cuantos años. También en esto propongo una excepción: Tito Papirio, debes confesarle el engaño a tu madre.

Cuando Faustina, en la tranquilidad de su casa del Esquilino, recibió de su hijo una completa confesión, se lo quedó mirando largo rato.

- De modo que no has dudado en engañar a tu madre por preservar un secreto del Senado. Eso te convierte, a los ojos de los romanos, en un ciudadano ejemplar. No está mal. Te conviene para tu carrera política. Y lo que es mejor todavía: has tenido ocasión de comprobar que algunas cosas no pueden hacerse sin el apoyo de las matronas. Es bueno para tu futuro que, de esto, hayas tomado buena nota…

NOTA: Con este comportamiento, Papirio ganó el sobrenombre de Pretextato, por razón de que aún vestía la toga pretexta, propia de los menores.

* Busto de Octavia. Museo Massimo alle Terme

** y ****** Fragmentos de mosaico. Museo Massimo alle Terma

***Cabeza de anciano. Museos Capiolinos.

**** Interior de la Curia. Al fondo, estrado para los Cónsules. En laterales, pequeñas plataformas para las sillas de los senadores.

*****Joven. Museo Centrale Montemartino

viernes, septiembre 15, 2006

LA INTRÉPIDA FAUSTINA (IV).- El Cónsul contraataca


La aglomeración de público en el foro ha ido en aumento. A los cientos de mujeres enlutadas y los ciudadanos que suelen frecuentarlo, se han sumado los tenderos de la vía Sacra, los amos de todos los figones que rodean el foro, los barberos y sus clientes. No ha quedado ni un alma en las basílicas y los pretores, de común acuerdo con los litigantes y sus abogados, han levantado a toda prisa la sesión para acercarse a la curia. Los rumores que se difunden son inquietantes: parece que los senadores han perdido el norte y las matronas no les van a la zaga. Han ocupado el foro, el lugar sacrosanto de los varones. Nadie quiere perderse un duelo semejante. Si un ejército enemigo viniera en este momento a sitiar Roma, no encontraría ni a un solo ciudadano fuera de las murallas.

El Cónsul, a fin de ser visto y oído por todos, se ha colocado en la parte superior de la escalinata, delante de las puertas cerradas de la curia. Le han rodeado varios senadores y, un par de escalones más abajo, permanecen en pie Faustina y varias damas ilustres. Poco a poco en el foro se va imponiendo el silencio.

- Ciudadanos – dice el Cónsul elevando la voz – habéis escuchado el ofrecimiento que han hecho las matronas romanas. La generosidad habitual en ellas se ha visto, en este caso, incrementada con su sentido del deber y su amor a la patria. ¿No es admirable que se preocupen de que en pleno combate, cuando los enemigos blanden sus armas amenazantes sobre nuestras cabezas, luchemos libres de preocupaciones sabiendo que les hemos dejado resuelto el porvenir? ¡Oh quírites! ¿Qué otro pueblo puede decir, como nosotros, que sus esposas velan por el bienestar de sus maridos hasta en la guerra?

Las mujeres se revuelven, incómodas. No les gusta mucho cómo ha empezado su discurso el Cónsul. Los hombres, en cambio, lo encuentran interesante y mueven las cabezas arriba y abajo en señal de aprobación.

- La propuesta de las mujeres tiene muchas ventajas para nosotros. Algunas las han señalado ellas mismas por boca de su portavoz, pero no dejaré pasar la oportunidad de añadir alguna más. – Antes de continuar, el Cónsul pasea la vista por los centenares de cabezas que bullen a sus pies y se asegura de haber captado la atención de todos.

- El mayor beneficio que le encuentro es éste: seguramente disminuirá la mortandad entre los combatientes, lo que redunda directamente en favor nuestro y de la entera república. ¿Qué marido no luchará con todas sus fuerzas para impedir que hieran o maten al otro marido? Una vez se acostumbren los hombres a compartir las responsabilidades y delicias del matrimonio, no querrán volver a ejercerlas y disfrutarlas ellos solos. Defendiéndose el uno al otro, cada uno de los maridos obtiene dos ganancias: prevenir el dolor y sufrimiento de su esposa impidiendo que se quede medio viuda, y librarse él mismo de tener que afrontar el matrimonio a solas.

Pese a la seriedad del Cónsul, la ironía de sus palabras arranca carcajadas a lo largo del gran anillo blanco que rodea la masa negra de las matronas. Ellas mantienen un silencio hostil.

- Os preguntaréis qué ocurrirá en el caso, más frecuente, de que los dos esposos no estén librando combates fuera de Roma al mismo tiempo. También en esto obtendremos ventajas, ciudadanos. El que vaya a la guerra habrá sido exhortado por el otro marido a regresar con vida, y el solo recuerdo de los sufrimientos domésticos que habrá de arrostrar el infeliz en su ausencia infundirá fortaleza y vigor a su brazo. Luchará más y mejor. El que se quede en casa, si es joven, deseará emular cuanto antes al otro y enrolarse en el ejército; si es mayor, la necesidad de suplir al joven en todas sus funciones le hará rejuvenecer... al menos temporalmente. Y lo que es más importante para nosotros, ciudadanos: en todo momento tendremos la seguridad de saber que nuestras esposas no estarán solas ni un instante.
Brotan comentarios de indignación entre las mujeres. Faustina y sus compañeras se mantienen erguidas y firmes, procuran que en sus rostros no se trasluzca ninguna emoción. Pero los hombres están muy crecidos y el Cónsul ha de levantar ambas manos para pedir atención y silencio.

- Confieso que esta mañana – dice reanudando el discurso – cuando he visto a todas estas matronas llenando el foro, me he preocupado. Luego, al escuchar de su propia boca una propuesta tan acertada, mi corazón se ha expandido y ha evocado con afecto al añorado Cónsul Marco Porcio Catón. Recordaréis que hace unos años, en una disertación pronunciada en este mismo foro, se lamentaba con amargura de que los romanos no fueran capaces de sujetar a sus mujeres. Es admirable que ni siquiera a un estadista de su inteligencia se le hubiera ocurrido una solución tan sencilla: dos maridos para gobernar a cada romana. Uno podrá ser fuerte cuando el otro flaquee, ser severo si el otro da signos de ablandarse. ¡Cuánto mejor vigilada estará la casa y la familia con cuatro ojos! Los maridos se reforzarán mutuamente y podrán ejercer sobre sus esposas un control mayor. El respetado Catón cumplió uno de sus dos sueños al ver destruida Cartago hasta sus cimientos. Ahora está en nuestras manos, ¡Oh quírites! , hacer realidad el otro: conseguir que las matronas romanas se queden en casa.
Los gritos con que fueron acogidas estas palabras no eran difíciles de discernir. Protestaban las mujeres, se reían a carcajadas los hombres, aprovechándose de no tener a su lado a sus esposas. Hacía tiempo que no disfrutaban tanto.
Los pretores eran los magistrados encargados de impartir justicia. Se elegían anualmente por votación. No tenían un lugar fijo, sino que donde ellos colocaban su silla, quedaba instalado el tribunal. Solían colocarse dentro o cerca de las basílicas.
Quirites es una palabra de significado incierto, si bien se cree que se utilizaba para referirse a los ciudadanos romanos en el ejercicio de sus funciónes cívicas. De ahí que suela aparecer en los discursos del foro.
NOTA: Nuestro amigo Francisco Ortíz, en su blog http://novelanegraycinenegro.blogspot.com/ ha iniciado una serie de post sobre la novela "37 horas" en la que tiene gran importancia el amor.
* Puertas de la Curia Romana, en la actualidad en la basílica de San Juan de Letrán.
**Figura masculina. Museo Centrale Montemartino.
*** y **** fragmentos de mosaicos. Museo Centrale Montemartino

martes, septiembre 12, 2006

LA INTRÉPIDA FAUSTINA (III).- Todas al foro.


Después de una noche de plácido sueño y relax, Cayo Papirio y su hijo Tito salen temprano de su mansión de la colina del Esquilino. Apenas ha amanecido, pero las calles de Roma son ya el hervidero cotidiano de gente que viene y va. Descienden la cuesta en dirección al foro, rodeados de sus clientes y seguidos de cerca por el esclavo que lleva el asiento plegable de su amo para colocarlo en la Curia, el edificio que es sede del Senado. Tito Papirio habrá de quedarse de pie o agachado, al lado de su padre, es un adolescente y no sería apropiado que se sentase como los senadores. Se siente orgulloso. Pocos amigos suyos tienen la oportunidad de acudir a las sesiones del Senado, porque sus padres están en la guerra, o en provincias lejanas o no pertenecen a la clase senatorial.

Apenas llegan a las inmediaciones de la vía Sacra, les sorprende la gran cantidad de mujeres vestidas de negro que llenan esta calle y las adyacentes. Su número aumenta a medida que se acercan al foro, donde forman una mancha negra tan grande y compacta, que los hombres con sus togas claras quedan relegados a los bordes. Es todo muy extraño, porque nadie sabe qué pasa. Las mujeres no lloran ni se lamentan, sencillamente están de pie y en silencio, ni siquiera hablan entre ellas. Padre e hijo se acercan trabajosamente hacia la Curia.

Cerca de las escaleras que le dan acceso, ven llegar a uno de los Cónsules, la más alta autoridad del gobierno de Roma. Los lictores que lo preceden le abren paso como la proa de un barco entre el mar de mujeres. Cuando el Cónsul llega ante la Curia y sube un par de gradas de la escalinata por la que se accede a ella, Faustina le sale al encuentro. El Cónsul se detiene y la mira con extrañeza. Esta es una situación insólita. Los hombres, que hasta entonces hablaban entre sí especulando sobre el motivo de esta escena, callan. El foro queda sumido en un absoluto silencio.

- Las matronas romanas esperan ser oídas por ti, Cónsul – dice Faustina elevando la voz. Él no contesta. Se limita a enarcar las cejas. La matrona decide interpretar el silencio como gesto de aprobación y respira hondo antes de continuar.

- No somos insensibles a tus preocupaciones. Al contrario, las asumimos como propias y queremos colaborar, una actitud que las romanas hemos mantenido desde que se fundó esta ciudad, como sabéis tú y todos los romanos. Y he de señalar, con orgullo, que cuantas veces habéis escuchado a las mujeres habéis encontrado motivos de satisfacción y nunca de disgusto. Te pido, pues, permiso para hablar.

Esta introducción ha causado muy buena impresión entre el público, tanto femenino como masculino. Más en el primero, porque los hombres no saben muy bien qué pensar. El Cónsul hace un leve gesto con la mano, invitando a Faustina a seguir. Ella ve entonces a su marido y a su hijo que se han colocado casi al lado de aquel y le dirige una sonrisa a su adorado vástago, su Tito querido.


- Las matronas hemos deliberado sobre el problema de las viudas, cuyo número aumenta sin cesar a causa de las guerras. Con frecuencia ellas y sus finanzas son un quebradero de cabeza para sus parientes varones. Sabemos que, pensando en su bienestar, habéis estudiado la posibilidad de que un hombre contraiga matrimonio con dos mujeres. Una actitud que os honra y demuestra una paternal preocupación por la que las romanas os estamos muy agradecidas.

El silencio del foro se rompe con un rumor de asombro. Los hombres se interrogan entre sí y las mujeres intecambian gestos de aprobación. Faustina, sin perder la compostura, espera pacientemente a que vuelva a hacerse el silencio.

- Sin embargo, nosotras somos conscientes de que es un sacrificio que no os podemos exigir ni debemos permitir: Dos mujeres son una carga demasiado pesada para un hombre – Faustina baja humildemente los ojos tras pronunciar esta frase y hace una pequeña pausa dando tiempo a que sus palabras calen.

- Las mujeres, en cambio, hemos sido educadas en la abnegación y los muchos esfuerzos y afanes a los que estamos acostumbradas desde la infancia, nos capacitan para sobrellevar la responsabilidad de atender a dos maridos. Entendemos que esta propuesta encierra numerosas ventajas para Roma: por una parte, el que una mujer enviudara de uno de ellos no supondría carga alguna para los parientes, puesto que el otro marido seguiría velando por ella; por otra parte, podrían acomodarse en estos matrimonios tanto ciudadanos mayores a los cuales una esposa muy joven apenas podría atender con el cuidado que merecen, como muchachos sin experiencia.

- No sería difícil que entre ambos maridos, uno mayor y otro joven, se repartieran las funciones y responsabilidades del matrimonio con arreglo a sus capacidades respectivas. El patrimonio familiar se vería favorecido con la sabiduría del mayor, sin duda, y también conseguiríamos que aumentara nuestra prole. Si, por desgracia, ambos perdieran la vida al mismo tiempo, sólo dejarían una viuda que, pasado el periodo de duelo, estaría en condiciones de volver a cuidar de dos maridos – Faustina hace una pausa para tomar aliento y pulsar el efecto que causan sus palabras. Pero frente a ella no ve más que el rostro impávido del Cónsul y la cara demudada de su hijo.

- Para no entretenerte más perjudicando tus altas ocupaciones, no desgranaré los muchos beneficios que acarrearía esta medida. No miramos por nuestra comodidad, Cónsul, sino por el bien de Roma y de sus ciudadanos. Pensadlo bien, sopesad los pros y los contras y veréis que tenemos razón, que nuestra propuesta es acertada. Todos los romanos dormiréis mejor sabiendo que, si perdéis la vida defendiendo a la patria, vuestras familias quedarán bien atendidas y protegidas y vuestros hijos al cuidado de otros preclaros varones. He terminado.

El final del discurso de Faustina marca el inicio de una algarabía. Todo el mundo se exalta, las matronas piden a voces ser escuchadas, los hombres gritan a los senadores diciéndoles que están locos si piensan que se casarán con dos mujeres. En toda esta confusión, el Cónsul pide a sus lictores que impongan silencio y se dispone a contestar.


NOTA: Los lictores eran unos "funcionarios" que acompañaban a los Cónsules y otros magistrados. Llevaban al hombro las fasces, un haz de varas atadas con cintas y rematadas en el centro con el filo de un hacha, para simbolizar el poder de este magistrado para imponer un castigo inmediato, incluida la muerte.

* Figura masculina. Museo Centrale Montemartino

**Escalera y puerta de acceso a la Curia. Éste edificio fue reconstruido por Diocleciano en el s. III d.C. tras un incendio y se cree que lo hizo exactamente igual al anterior, construido por Julio César.

*** Fragmento de un sarcófago romano. Iglesia de los Caballeros de Malta.

**** Busto de la augusta Sabina. Museo Massimo alle Terme.

jueves, septiembre 07, 2006

LA INTRÉPIDA FAUSTINA (II).- Reunión de damas



Indignación es la palabra que mejor refleja el estado de ánimo de las amigas reunidas en casa de Faustina. Superado el mutismo momentáneo que les ha producido la noticia, tratan de hablar todas al mismo tiempo. Sin embargo, no encuentran palabras bastantes en el vocabulario latino para calificar el plan de los senadores: agravio, atropello, agresión intolerable, trato abusivo e injusto, ingratitud, violación flagrante del mos maiorum, las costumbres de los antepasados a las que ellos apelan con tanta frecuencia. Su enfado da pie al repaso de una larga lista de quejas contra los hombres en general y contra cada uno de sus maridos en particular. Tras ese desahogo, la anfitriona impone su sentido práctico.

- Quejarnos no nos va a librar de todo esto – dice Faustina tajante – de modo que sólo cabe actuar. Conviene que pensemos con rapidez qué acciones están a nuestro alcance y pueden sernos útiles, porque dentro de dos o tres días, a lo sumo, se reunirá de nuevo el Senado. Si votan esa ley, estamos perdidas, porque luego será muy difícil, si no imposible, cambiarla.

- Hemos de procurar que todas las matronas estemos de acuerdo sin distinciones de rango ni edad – apunta Tulia –. Propongo que las informemos y busquemos juntas una solución.


Las otras tres aceptan esta propuesta, así que se concentran en planear cómo llevarla a cabo, de qué modo informar a las matronas con discreción y rapidez. Al fin, concluyen que la mejor manera es convocar para la mañana siguiente una reunión en el templo de Diana que se alza en el barrio de la Subura, junto a la prima fauces suburana. En él los hombres tienen absolutamente vedada la entrada, por lo que podrán hablar sin riesgo de intromisiones masculinas. Se pondrá como excusa la preparación de las fiestas matronales en honor de Juno Lucina, en las calendas de marzo.

- Esto nos permitirá difundir la convocatoria abiertamente y reunirnos sin levantar sospechas – apunta Domitilla, de quien ha sido la idea. También considera conveniente advertir de los auténticos motivos a unas cuantas matronas, las más sobresalientes, a fin de sumarlas previamente a su causa.

Aunque persiste el enfado, están satisfechas. En muy poco tiempo han elaborado un plan, han confeccionado la lista de matronas importantes y se han distribuido las visitas que les harán personalmente esa misma tarde. En cuanto lleguen a sus domicilios, enviarán a sus esclavos al foro, a las fuentes y a los templos para anunciar a voces la convocatoria y pedir la asistencia de las matronas a esa reunión. En Roma no hace falta más para que una noticia se difunda y llegue hasta la última casa.

A primeras horas de la tarde, las amigas de Faustina abandonan su mansión en la colina del Esquilino. Tras su marcha, Faustina se concede unos minutos de respiro. Ella no visitará a nadie. Han considerado más conveniente que se quede en casa: debe pensar en la posible solución a esta crisis y preparar algunas propuestas para someterlas a la consideración de las matronas. Una tarea de la mayor responsabilidad. Y bien merecida, porque al mérito de haber sido la descubridora del desastre que se cierne sobre sus cabezas, une un carácter decidido y resuelto, dos cualidades imprescindibles para afrontarlo.
Mentalmente da las gracias a su hijo Tito y decide que cuando cumpla los diecisiete años y deba inscribirse en el censo de ciudadanos para votar y ser convocado al ejército, le va a regalar las armas más hermosas que haya visto nadie. Revolverá Roma y todas las provincias romanas, si es preciso. De pronto, se le ocurre que quizá sea posible conseguir que las matronas le dediquen alguna inscripción pública. Sería de gran ayuda en el desarrollo futuro de su carrera política.

Al día siguiente, apenas el sol comienza a calentar el aire, las matronas se dirigen al templo de la diosa Diana. Dentro hace frío, así que no se despojan de sus mantos, aunque cada vez están más apretadas. Han venido muchas y las cuatro amigas celebran con sonrisas el haber llevado a buen término la convocatoria. Ahora solamente hace falta que salga bien todo lo demás.

Faustina toma la palabra y agradece la asistencia. Debe reclamar su mayor atención, porque las fiestas matronales, aun siendo tan importantes para todas ellas, se repiten cada año. En cambio, ahora ha surgido una situación nueva que las coloca ante un peligro inminente y, si no aciertan a evitarlo, no habrá una segunda oportunidad. Ante estas palabras, todo sonido cesa en el interior del templo.

- Matronas romanas – dice Faustina con solemnidad – he tenido conocimiento, a través de mi hijo Tito Papirio, de un asunto muy grave para nosotras, el peor al que las mujeres se hayan enfrentado desde que se fundó la ciudad.

Levanta ambas manos para calmar el rumor que ha brotado espontáneo de todas las gargantas. Y cuando cesa, hace una dramática pausa antes de continuar.


- El Senado está preparando una ley que permitirá a los hombres casarse con dos mujeres.

De haberse producido un terremoto en ese instante, la conmoción de las matronas no hubiera sido mayor. Una anciana llama en su auxilio a todos los dioses y desfallece, chillan las que están a su alrededor mientras la sujetan y le prestan ayuda, muchas maldicen a sus maridos y a sus padres, lloran las jóvenes, todo son gritos y confusión.

-¿Qué mal les hemos hecho? – se preguntan unas a otras sin aguardar respuesta – ¿Qué pasará con las esposas viejas? ¿Cómo se determinará qué esposa es la principal? ¡Será imposible que no surjan rencillas! ¿Quién gobernará la casa? Y el dinero ¿Qué ocurrirá si una tiene una dote mayor que la otra? ¿Y si son de diferente rango? ¿Serán siempre las esposas patricias más importantes que las plebeyas? ¿Y si la plebeya es rica y la patricia pobre? ¿Habrán de apretarse las dos familias en una mísera casa? ¿Cómo se repartirá la herencia?



En medio de esa lluvia de interrogantes para los que ninguna tiene respuesta y son proferidos casi como insultos, sin orden ni concierto, Faustina conserva la calma. Pasados unos minutos, cuando cede la primera emoción, las llama al orden.

- Hemos de mantener la cabeza fría, matronas. No sólo están en juego nuestro honor y prestigio, sino el de nuestras madres e hijas y todas las generaciones que nos seguirán. Escuchad ahora lo que quiero proponeros porque es importante que actuemos todas juntas.


El mos maiorum eran las costumbres de los antepasados, por las que los romanos trataban de guiarse.

La prima fauces suburana era la primera gran encrucijada que dividía el barrio de la Subura
Calendas era el nombre que recibía el primer día de cada mes.

* y ** Fragmento de pintura mural y fragmento de lápida con relieve de la diosa Diana.- Museo Massimo alle Terme

*** Fragmento de relieve. Museo Centrale Montemartino

**** y *****Fragmentos del friso de la Casa dei Crescenci

lunes, septiembre 04, 2006

LA INTRÉPIDA FAUSTINA (I).- Tito Papirio se estrena en el Senado.


La puerta de la calle se cierra con un crujido. Annia espera a oír cómo el esclavo de la puerta pasa el cerrojo y sólo entonces atraviesa el atrio y verifica que no queda nadie por allí aparte del portero. Entonces se dirige a toda prisa a la estancia de su ama. La domina Faustina está hablando con el jefe de cocina sobre el menú de la cena que va a ofrecer al día siguiente.

- Dejo los postres a tu criterio – dice Faustina al cocinero al ver que la esclava le hace una señal con la cabeza desde el umbral de la puerta. – pero que no sean menos de cinco. E incluye nueces con miel, a la señora Tulia le encantan. Retírate ahora, tengo mucho que hacer.

Aunque no precisa confirmación, apenas el criado abandona el cuarto, la señora Faustina pregunta a su esclava.

-¿Se ha marchado ya el amo? – Al responderle que sí, le ordena llamar a uno de los esclavos jóvenes y cuando éste se presenta, le da instrucciones precisas: debe ir a las casas de sus amigas Tulia, Cecilia y Domitia, por ese orden, pedir hablar con ellas personalmente y decirles que las espera en su casa al mediodía para tratar de un asunto urgente. Que no se demoren y que sean discretas.

- Debes guardar silencio absoluto, no tengo deseos de que tu amo se entere de esto, así que ni media palabra a nadie ¿lo has entendido? – y para asegurarse, le hace repetir por dos veces el recado – Cuando hayas hecho la última visita, vienes a darme cuenta.

Apenas se queda sola, la noble Faustina se sienta frente al telar y retoma el trabajo. Sus pensamientos, sin embargo, la tienen alterada y tan pronto teje con lentitud como a una velocidad vertiginosa. La noche pasada no ha pegado ojo. Y con razón. Ninguna matrona romana habría podido hacerlo si se hubiera enterado de lo que ella sabe. Claro que todo el mundo no ha tenido la misma oportunidad. Su hijo mayor ha cumplido ya los quince años y ayer su padre, siguiendo la tradición, se lo había llevado consigo a una reunión del Senado para que se fuera familiarizando con su funcionamiento y con los asuntos de gobierno.

Lo que el chico le había contado al regresar de la sesión la había soliviantado por completo. ¡Con razón se había resistido tanto a revelarle sobre qué habían discutido los señores senadores! No había forma de que hablara: ni promesas, ni amenazas, ni carantoñas. Tito Papirio se negaba a contarle nada a su madre alegando que, al no haber concluido el debate, las normas prohibían hablar sobre el asunto tratado. ¡Como si una madre no estuviera por encima de todo! Cuando, por fin, Tito se rindió a su insistencia, pudo ella comprender cabalmente el por qué de su negativa inicial. ¡Cuando se supiera en Roma lo que el Senado planeaba...! ¡Y vaya si se iba a saber!

A la indignación que le había provocado la noticia, se añadía otro hecho más irritante aún: su marido mantenía una actitud de perfecta inocencia. Después de la conversación mantenida con su hijo, ella y su esposo habían asistido a un banquete en casa de los Valerios y durante toda la velada se concentró en observarlo. Esa noche estaba hablador y cenó con apetito. Como si nada ocurriera.

Cuando el anfitrión sacó el tema de la gran cantidad de viudas que había al frente de explotaciones agrícolas, su marido se olvidó de la cena y se lanzó a disertar sobre la inconveniencia de dejar la administración de la agricultura en manos femeninas

- Es uno de los grandes problemas de nuestros días – afirmó con energía – Las mujeres son demasiado indulgentes con los esclavos. Fijaos, si no, cuántos andan haraganeando por el mercado y presumiendo de engañar a sus amas.

- Sí, sí – le animaba el anfitrión – Y eso por no hablar de los intermediarios. “En Roma ya nadie quiere estas coles, señora, prefieren las que vienen del norte. No las venderías ni por la mitad de lo que pides. No obstante, tengo un amigo al que podría convencer de comprarlas si se las diera más baratas…” Con toda esa palabrería acaban por convencerlas. Y consiguen que bajen los precios.

- ¿Qué debería hacerse, según tú? – intervino Faustina dirigiéndose a su marido.

Y él, sin inmutarse, contestó que, en su opinión, el Senado habría de tomar medidas tarde o temprano. Faustina le lanzó algunas miradas asesinas, pero su marido no se percató o prefirió no darse por aludido. ¿Cómo podía ser tan cínico? De pronto, se dio cuenta de que el hombre con el que había compartido quince años de matrimonio y al que había dado cuatro hijos, le resultaba un desconocido. A Faustina le hervía la sangre. Con todo, se había hecho el propósito de no descubrirse ni descubrir a su hijo, así que hubo de conformarse con lanzarle cuatro o cinco indirectas mientras iban de regreso a casa. Pero él no las captó.

Había meditado durante la larga noche en vela. También había llorado, aunque eso no lo pensaba reconocer. Había sido un golpe muy duro, pues hasta entonces había confiado en su marido y le tenía afecto. Pero ella jamás había cerrado los ojos a una traición, y no iba a hacerlo ahora. Las mujeres no podían quedarse de brazos cruzados ni perder tiempo. Esa era la razón por la que había mandado llamar a sus amigas de mayor confianza con tanto sigilo. No quería que su marido se enterase de la pequeña reunión.


A la señora Faustina la mañana le está resultando interminable. Mil veces se levanta del telar y otras tantas se sienta. Pide agua; supervisa el trabajo de las esclavas; se dirige varias veces a la cocina y examina la compra; se asegura que haya suficiente vino de Mulsum para los aperitivos de mañana. Entra. Sale. Cuando al fin llegan sus amigas, acude al atrio a recibirlas con tal cara de circunstancias y tanta rapidez como si acabasen de declarar una guerra. Las hace pasar a su estancia, encarga a Annia que traigan unos refrescos y ordena que no se las moleste bajo ningún concepto. Al quedarse a solas, les dice a bocajarro:

- Queridas mías: he de comunicaros un asunto muy grave y no daré rodeos. Las mujeres estamos en grave riesgo y hemos de reaccionar antes que el daño sea irreparable. He sabido que el Senado pretende introducir cambios en la legislación sobre el matrimonio. ¡Será el fin del prestigio de las matronas romanas! Escuchad....

NOTA: El "problema" de la agricultura a causa de la administración de las mujeres es completamente ficticio; se lo ha utilizado por cuestiones puramente literarias.

* Fragmento de friso romano en la Casa dei Crescenci. Roma

**Pintura techal. Domus áurea.

***Fragmento de figura femenina. Museo Centrale Montemartino

****Pintural mural. Museo Massimo alle Terme

*****Fragmento de un relieve. Palazzo Mattei