La puerta de la calle se cierra con un crujido. Annia espera a oír cómo el esclavo de la puerta pasa el cerrojo y sólo entonces atraviesa el atrio y verifica que no queda nadie por allí aparte del portero. Entonces se dirige a toda prisa a la estancia de su ama. La domina Faustina está hablando con el jefe de cocina sobre el menú de la cena que va a ofrecer al día siguiente.
- Dejo los postres a tu criterio – dice Faustina al cocinero al ver que la esclava le hace una señal con la cabeza desde el umbral de la puerta. – pero que no sean menos de cinco. E incluye nueces con miel, a la señora Tulia le encantan. Retírate ahora, tengo mucho que hacer.
Aunque no precisa confirmación, apenas el criado abandona el cuarto, la señora Faustina pregunta a su esclava.
-¿Se ha marchado ya el amo? – Al responderle que sí, le ordena llamar a uno de los esclavos jóvenes y cuando éste se presenta, le da instrucciones precisas: debe ir a las casas de sus amigas Tulia, Cecilia y Domitia, por ese orden, pedir hablar con ellas personalmente y decirles que las espera en su casa al mediodía para tratar de un asunto urgente. Que no se demoren y que sean discretas.
- Debes guardar silencio absoluto, no tengo deseos de que tu amo se entere de esto, así que ni media palabra a nadie ¿lo has entendido? – y para asegurarse, le hace repetir por dos veces el recado – Cuando hayas hecho la última visita, vienes a darme cuenta.
Apenas se queda sola, la noble Faustina se sienta frente al telar y retoma el trabajo. Sus pensamientos, sin embargo, la tienen alterada y tan pronto teje con lentitud como a una velocidad vertiginosa. La noche pasada no ha pegado ojo. Y con razón. Ninguna matrona romana habría podido hacerlo si se hubiera enterado de lo que ella sabe. Claro que todo el mundo no ha tenido la misma oportunidad. Su hijo mayor ha cumplido ya los quince años y ayer su padre, siguiendo la tradición, se lo había llevado consigo a una reunión del Senado para que se fuera familiarizando con su funcionamiento y con los asuntos de gobierno.
Lo que el chico le había contado al regresar de la sesión la había soliviantado por completo. ¡Con razón se había resistido tanto a revelarle sobre qué habían discutido los señores senadores! No había forma de que hablara: ni promesas, ni amenazas, ni carantoñas. Tito Papirio se negaba a contarle nada a su madre alegando que, al no haber concluido el debate, las normas prohibían hablar sobre el asunto tratado. ¡Como si una madre no estuviera por encima de todo! Cuando, por fin, Tito se rindió a su insistencia, pudo ella comprender cabalmente el por qué de su negativa inicial. ¡Cuando se supiera en Roma lo que el Senado planeaba...! ¡Y vaya si se iba a saber!
A la indignación que le había provocado la noticia, se añadía otro hecho más irritante aún: su marido mantenía una actitud de perfecta inocencia. Después de la conversación mantenida con su hijo, ella y su esposo habían asistido a un banquete en casa de los Valerios y durante toda la velada se concentró en observarlo. Esa noche estaba hablador y cenó con apetito. Como si nada ocurriera.
Cuando el anfitrión sacó el tema de la gran cantidad de viudas que había al frente de explotaciones agrícolas, su marido se olvidó de la cena y se lanzó a disertar sobre la inconveniencia de dejar la administración de la agricultura en manos femeninas
- Es uno de los grandes problemas de nuestros días – afirmó con energía – Las mujeres son demasiado indulgentes con los esclavos. Fijaos, si no, cuántos andan haraganeando por el mercado y presumiendo de engañar a sus amas.
- Sí, sí – le animaba el anfitrión – Y eso por no hablar de los intermediarios. “En Roma ya nadie quiere estas coles, señora, prefieren las que vienen del norte. No las venderías ni por la mitad de lo que pides. No obstante, tengo un amigo al que podría convencer de comprarlas si se las diera más baratas…” Con toda esa palabrería acaban por convencerlas. Y consiguen que bajen los precios.
- ¿Qué debería hacerse, según tú? – intervino Faustina dirigiéndose a su marido.
Y él, sin inmutarse, contestó que, en su opinión, el Senado habría de tomar medidas tarde o temprano. Faustina le lanzó algunas miradas asesinas, pero su marido no se percató o prefirió no darse por aludido. ¿Cómo podía ser tan cínico? De pronto, se dio cuenta de que el hombre con el que había compartido quince años de matrimonio y al que había dado cuatro hijos, le resultaba un desconocido. A Faustina le hervía la sangre. Con todo, se había hecho el propósito de no descubrirse ni descubrir a su hijo, así que hubo de conformarse con lanzarle cuatro o cinco indirectas mientras iban de regreso a casa. Pero él no las captó.
Había meditado durante la larga noche en vela. También había llorado, aunque eso no lo pensaba reconocer. Había sido un golpe muy duro, pues hasta entonces había confiado en su marido y le tenía afecto. Pero ella jamás había cerrado los ojos a una traición, y no iba a hacerlo ahora. Las mujeres no podían quedarse de brazos cruzados ni perder tiempo. Esa era la razón por la que había mandado llamar a sus amigas de mayor confianza con tanto sigilo. No quería que su marido se enterase de la pequeña reunión.
A la señora Faustina la mañana le está resultando interminable. Mil veces se levanta del telar y otras tantas se sienta. Pide agua; supervisa el trabajo de las esclavas; se dirige varias veces a la cocina y examina la compra; se asegura que haya suficiente vino de Mulsum para los aperitivos de mañana. Entra. Sale. Cuando al fin llegan sus amigas, acude al atrio a recibirlas con tal cara de circunstancias y tanta rapidez como si acabasen de declarar una guerra. Las hace pasar a su estancia, encarga a Annia que traigan unos refrescos y ordena que no se las moleste bajo ningún concepto. Al quedarse a solas, les dice a bocajarro:
- Queridas mías: he de comunicaros un asunto muy grave y no daré rodeos. Las mujeres estamos en grave riesgo y hemos de reaccionar antes que el daño sea irreparable. He sabido que el Senado pretende introducir cambios en la legislación sobre el matrimonio. ¡Será el fin del prestigio de las matronas romanas! Escuchad....
NOTA: El "problema" de la agricultura a causa de la administración de las mujeres es completamente ficticio; se lo ha utilizado por cuestiones puramente literarias.
* Fragmento de friso romano en la Casa dei Crescenci. Roma
**Pintura techal. Domus áurea.
***Fragmento de figura femenina. Museo Centrale Montemartino
****Pintural mural. Museo Massimo alle Terme
*****Fragmento de un relieve. Palazzo Mattei